En el afán de distinguirse de los extremos polarizantes que brillan en el firmamento electoral peruano, muchos candidatos o agrupaciones optan por definirse de centro. Bueno y pase, pero lo que debe quedar claro, de antemano, es que si ese centro no supone una opción claramente promercado, se sumará a las desgracias acaecidas durante la transición post Fujimori (con la excepción relativa del gobierno de Alan García).
El centro político sin definición procapitalista es un fracaso por varias razones fundamentales. En primer lugar, el centro político tiende a ser un espacio ideológico difuso y sin una clara posición política definida. Esto lo convierte en un terreno fértil para la aparición de posturas populistas que pueden aprovecharse de la falta de dirección ideológica del centro.
En segundo lugar, el centro político sin una posición procapitalista clara tiende a ser percibido como débil e ineficaz a la hora de resolver los problemas económicos y sociales más complejos. En un mundo cada vez más interconectado y globalizado, las soluciones que se requieren para resolver los retos más importantes que enfrenta la sociedad, requieren de una clara postura a favor del libre mercado y la competencia.
En tercer lugar, el centro político sin definición procapitalista tiende a ser visto como una posición cómoda y ambigua que no aporta soluciones reales a los problemas que afectan a la sociedad. Los ciudadanos y electores esperan de los partidos políticos respuestas concretas a los desafíos que enfrenta la sociedad, y el centro político sin esa clara postura no ofrece esa certidumbre.
Por último, el centro político sin definición procapitalista, contra lo que sus adeptos piensas, es un fracaso porque deja en manos de los extremos políticos la agenda política y la definición de los temas relevantes. Esto se traduce en una polarización creciente de la sociedad, y en un debilitamiento de las instituciones democráticas.
Los partidos políticos de centro deben definirse claramente a favor del libre mercado y la competencia si quieren ser percibidos como una alternativa real y efectiva para solucionar los problemas que enfrenta la sociedad.
–La del estribo: ¡Oh pecado cultural que acabo de empezar a redimir! Gracias a HBO Max, en su sección de clásicos, he podido ver, por fin, Casablanca (1942) con Humprey Bogart e Ingrid Bergman; 2001 odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick; y la menor El halcón maltés (1941), también con Bogart, dirigida por John Huston. Y gracias a mi proveedor favorito, Madame Bovary (1991), con Isabelle Huppert. ¡Maratón que continuará!