LA TANA ZURDA] En la escuela nos enseñaron que el Imperio Incaico o Tahuantinsuyo era una amplia extensión longitudinal que cubría sobre todo la parte central de los Andes y la costa sudamericana, desde el sur de la actual Colombia hasta el río Maule en Chile, pasando por las zonas montañosas de Bolivia y el norte de Argentina. Es decir, los mapas tradicionales del imperio lo identificaban como un territorio fundamentalmente serrano y costeño, con muy poca incidencia en la Amazonía debido a las difíciles condiciones que la inmensa llanura verde ofrecía y aún ofrece (calor, humedad, mosquitos, enfermedades, falta de rutas de penetración –salvo los ríos–, hostilidad de sus habitantes, etc.).

Pero en los últimos años han venido revelándose nuevos conocimientos a partir de evidencias arqueológicas hechas por equipos que utilizan técnicas de punta como ubicación por rayos infrarrojos, tecnología láser, carbono 14 y otros que nos confirman que los incas llegaron a tener un buen conocimiento del territorio amazónico, lograron construir diversos asentamientos tan dentro de la selva como el actual estado brasileño de Acre y que incluso incorporaron como parte de su universo mental la idea del océano Atlántico, al cual habrían llegado por el camino de Peabirú, que cruza el Chaco y llega hasta las costas del Brasil. En suma, la comunicación y el comercio con numerosos pueblos al este del Cuzco fue algo bastante más frecuente de lo que se pensaba.

El prestigioso historiador y antropólogo José Carlos Vilcapoma reúne todos estos datos y muchos más en su reciente libro Los incas en la ruta del Antisuyo y el Atlántico, publicado en Lima a mediados de este año por el Instituto de Investigaciones y Desarrollo Andino (IIDA). En él nos da una gran cantidad de detalles a través de mapas y una profunda revisión de las fuentes documentales, incluyendo crónicas coloniales.

Por ejemplo, rescata el dato del portugués Aleixo García, que habría llegado al imperio incaico en 1525 (antes que Pizarro) por la ruta del este, es decir, utilizando ese camino que cruza el continente sudamericano de lado a lado, orientado por los guaraníes del Paraguay. Este y otros pueblos alimentaban el mito de una «Tierra Sin Mal» en el oeste, es decir, en la zona andina, un reino sin enfermedades ni hambre con un gobierno justo. ¡A tanto llegaba el prestigio de los incas! A su vez, estos habrían recorrido tal camino e intercambiado objetos con aquellos pueblos que no llegaron a incorporar formalmente a su territorio, pero que les facilitaron información sobre la gran masa de agua en el oriente, donde nace el Sol, ese océano que los españoles llamaron Mar del Norte y hoy conocemos como océano Atlántico.

Examinando la información sobre los incas Túpac Yupanqui y Huayna Cápac, que gobernaron entre los siglos XV y XVI, Vilcapoma nos traza un cuadro amplio y preciso del conocimiento geográfico y político que los incas tuvieron de los inmensos territorios orientales y también en el oeste, considerando la gran expedición que comandó Túpac Yupanqui a la Polinesia. Esto es coherente con la visión del mundo de la civilización andina, que concebía al Sol como una entidad que se sumergía en las aguas del Pacífico o Mamacocha en occidente, pero que luego de nadar por la noche bajo la gran isla del kay pacha (Sudamérica) renacía en la vasta masa acuífera del Atlántico en el oriente.

José Carlos Vilcapoma tiene numerosos libros en su haber relacionados con la historia y el folclor andinos y amazónicos, a los que ha dedicado décadas de estudio y difusión. Fue el primer viceministro de interculturalidad cuando se inauguró el Ministerio de Cultura el 2009 y ejerce cátedra en la Universidad Nacional Agraria La Molina, además de ser un activista cultural de talla internacional. Los incas en la ruta del Antisuyo y el Atlántico es un libro sobriamente escrito y bellamente editado, que contiene mapas e ilustraciones poco conocidas, además de fotografías inéditas sobre los asentamientos incaicos que los equipos de investigadores brasileños y de otros países vienen descubriendo en la Amazonía.

El libro bien vale un Perú o, por menos, un buen Paititi. Lo recomiendo con orgullo de peruana.

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Lo que está ocurriendo con la Defensoría del Pueblo y con la Sunedu es la mejor demostración de cómo una coalición derechista conservadora es capaz de destruir instituciones, en base a los prejuicios ideológicos que acompañan su arsenal cognitivo.

Si a ello le sumamos el desastroso paso del alcalde Rafael López Aliaga por la Municipalidad de Lima y junto con él, de muchos de sus correligionarios distritales, deberá deducirse que este núcleo del espectro ideológico nacional puede haber alcanzado protagonismo, pero no profesionalismo político.

La derecha conservadora no tiene idea de cómo resolver los graves problemas nacionales que nos aquejan (inseguridad ciudadana, corrupción, crisis económica, reforma del Estado, fortalecimiento de instituciones, etc.). Está signada por un arsenal de frases efectistas, pero a la hora de ejecutar, como se aprecia en la esfera congresal y en la municipal, no da pie con bola.

Lamentablemente, la principal fuerza de la derecha peruana, el fujimorismo, en lugar de haber fortalecido su raigambre liberal, identitaria de lo mejor de los 90, se ha deslizado hacia senderos conservadores, mercantilistas y autoritarios, yendo a contrapelo de sus propios orígenes sociales e ideológicos.

Es casi tan malo que gane la izquierda extrema el 2026 como que lo haga la derecha conservadora. No habría ninguna reforma liberal y muy lejos de ello, el Perú retrocedería en muchas cosas positivas que se lograron, a cuentagotas, en la transición democrática, y nos despediríamos del avance de reformas importantes como las vinculadas a políticas de equidad de género, luchas feministas, respeto a la diversidad cultural, etc.

Si queremos salir del embrollo social, económico y político en el que nos encontramos, es menester que se fortalezcan opciones liberales, que incorporen fuerzas de derecha, de centro e, inclusive, de la centroizquierda que se mantuvo incólume de la tragedia castillista.

Entre la izquierda radical cavernaria y la derecha conservadora troglodita, nos aseguran el retroceso del país y la pauperización brutal de la convivencia política. Es imperativo que las fuerzas liberales y democráticas unan voluntades y le eviten al país ese terrible trance.

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[REFLEXIONEMOS PERÚ] Todas las campañas políticas ven a las plataformas digitales como el territorio para ganar las elecciones. Algunos con bailes, otros con parodias, y otros con formas bruscas para llamar la atención. Sin embargo, estos contenidos propiamente no son auténticos, ni propios.

En la actualidad, los ciudadanos digitales nos hemos convertido en consumidores de los contenidos digitales. La pandemia nos llevó a vivir también la política por medio de las redes sociales.

La política de la democracia liberal está pasando por una crisis debilitada, por una falta de credibilidad y apatía ciudadana. Y esto es muy preocupante.

Basta con ver las instituciones públicas y los partidos políticos desgastados en algo que no han sabido aprovechar, con todas estas crisis: el reposicionamiento de la marca institucional o la creación de marcas humanas políticas líderes de verdad. 

Esta política tan deteriorada, actualmente apuesta a la popularidad, pero sin construir marcas propias de los candidatos.

¿Popularidad es sinónimo de Liderazgo? No, son dos cosas absolutamente diferentes.

El ego que intenta gobernar con poder, control y autoridad, crea cuadros políticos que intentan ejercer su influencia sobre otros grupos de interés en sus ideas, pensamientos, y actitudes, sin hacer nada. Sin ni siquiera trabajar un liderazgo auténtico, y con credibilidad. Por eso es importante, rescatar el concepto del líder de opinión, desde la comunicación.

Un líder de opinión es aquella persona que ejerce una influencia en la sociedad, sobre otros que pertenecen a un grupo social, sirviendo de guía para los demás. Las personas con este prestigio de autoridad creíble funcionan como fuentes de información, consejos, análisis para dar al grupo humano líneas de interpretación verdaderas de la realidad.

Ahora bien, el liderazgo es un estilo de vida humano, donde se vive la disciplina, se encarnan valores y refleja coherencia entre el pensamiento, actitudes y comportamientos en la persona sobre el tema en especialidad que defiende y lidera. Para ser líder hay que tener características particulares, sobre todo en la actualidad.

En ese sentido, un líder político de verdad, debe tener valores que se reflejen en su actuar para que su audiencia o público, perciba la diferencia del resto de sus competidores. Su discurso debe reflejar un co-relato con su actuar. Se debe ser coherente en cuanto a la imagen que da, pensamientos, estilos de vida, gustos, y personalidad. Lo que conocemos como integridad.

Los líderes de verdad – en cualquier campo – además de ser auténticamente muy humanos, son íntegros.

Por otra parte, el líder además de tener empatía, que es un concepto que todavía no se entiende, porque no es estar a los pies de alguien sino ponerse en sus zapatos, para desarrollar esa sensibilidad humana, de lo que necesita. La empatía crea el puente hacia la conexión humana, como otro ser humano.

El líder también tiene debe tener habilidad para comunicar y este es uno de los grandes problemas que llegan a tener los políticos, porque no es clara. Nos han enseñado a asociar la comunicación por transmisión de mensajes y no como vinculo o puente que construye un encuentro a través del dialogo. La comunicación verbal y no verbal debe transmitir la unidad pensamientos, valores y creencias desde todo ángulo de la persona. No puede haber dobles discursos, dobles facetas, dobles vidas o dobles facetas.

El político que desea ser “influencer” desde las plataformas digitales, primero debe analizar su propia vida.

Los políticos con cargos de corrupción no pueden ser verdaderos líderes. Deben estar comprometidos con sus valores y los valores institucionales del partido, como con los problemas que aquejan a la población. Y uno de los valores claves que debe sentir es el del Bien común para servir al otro, y ayudar a la población, sin conveniencias, sino más bien por convicciones.

Sería interesante que las escuelas, las universidades, comiencen a considerar estas características de los líderes para que todo tipo de educación, formación desarrolle el potencial de los estudiantes en todos los niveles y podamos tener mejores cuadros políticos basados en valores y liderazgos verdaderos.

Los valores, la autoestima, el conocimiento de la persona, la dignidad, no son categorías mentales, creados por la razón. No son percepciones subjetivas. Son verdades absolutas antropológicas. Son realidades propias del ser humano y siguen siendo los insumos esenciales de la formación de todo líder, desde la educación.

Recordemos que un país que no educa engendra masas. Y si no colocamos la educación al centro de la persona, estamos deshumanizando su misma finalidad.

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[EN LA ARENA] Buena parte de la música criolla le canta al amor perdido. Cada canción expone alguna de las razones que explican por qué la pareja llegó a su fin: desde la condición de humilde plebeyo hasta considerarse una nube gris. Pero una de las razones de ruptura más duras en la Lima y las ciudades costeñas de antaño que fue poco atendida en las canciones populares fue la huida del matrimonio infantil. Probablemente porque en los tiempos en los que se producían esas canciones estaba naturalizado. Lo cierto es que el matrimonio de niñas y adolescentes (que sólo requirió hasta 1984 de la autorización de cualquier familiar para que la hija tuviera que casarse) terminaba cuando las chicas de catorce años o menos escapaban de las violencias con las que sus maridos les golpeaban el cuerpo y el alma, y quedaban con pocos recursos para sobrevivir.

Hasta mediados del siglo pasado a la mujer no le quedaba otra forma de vivir sino dentro del matrimonio (o el convento). En las ciudades algunas terminaban primaria, en las zonas rurales ni siquiera. Viudas o separadas debían realizar oficios vinculados al hogar y el panllevar. Eran muy pocas quienes terminaban secundaria y que estudiaban alguna profesión, que sí o sí seguía muy parecida al hogar. Fuera de esta élite, las demás debían casarse y según el nivel de pobreza, lo antes posible. Por tanto, separarse era para la mujer poner en riesgo su vida y la de sus hijos también.

No era la separación de la mujer un tema romántico que alguna persona quisiera tararear o cantar en una fiesta, pero hubo algunos aportes en los que se denunció la violencia aunque no la edad de la mujer, pues les era indiferente. Son canciones que sólo conocen especialistas, con poco espíritu de difusión. No obstante, aunque nos faltaron las canciones, sí hubo vidas que nos pueden contar cómo fue. Una de ellas es la de Lucha Reyes. La precariedad y violencia que sufrió su madre, la hizo cantar desde niña. Sin recursos para mantener a sus quince hijos, tuvo que entregarla a un convento, donde estudió algunos años de educación primaria. Trabajó como su mamá de lavandera y otros oficios que pudo ofrecer como niña. El año 1950 tenía 14 años. Segura de su voz, concursó en un programa de Radio Victoria. Cantó un vals muy conmovedor, “Abandonada” de Sixto Carrera, en el que una mendiga le cuenta a un desconocido, que por el maltrato del marido tuvo que abandonar a su hijo y se encuentra viviendo en la calle. Él reconoce a su madre, la recoge y la abraza. Quizá había un mensaje de la adolescente Lucila Sarcines Reyes para su mamá, pero quien irónicamente le responde es su primer esposo, un policía del que se separó para lograr sobrevivir. Con su siguiente esposo quedó embarazada y dio a luz a su primer hijo a los 16. La maternidad no la salvó de una nueva relación violenta, de la que también consiguió escapar. Pocos años después se convirtió en Lucha Reyes una de las cantantes peruanas más reconocidas en el mundo entero.

Mucho nos hubiera servido escuchar canciones criollas donde las adolescentes compartieran sus padeceres. Porque así, generaciones del siglo pasado y del presente quizá hubiésemos quedado advertidas de las uniones forzosas, de los embarazos no deseados y quizá, sabríamos cómo atender a mujeres aún tan niñas que hoy siguen sufriendo en el Perú la violación de sus derechos más íntimos y elementales; porque setenta años después, cuando el Congreso recién se debatirá el Proyecto de Ley para erradicar el matrimonio infantil, el presidente de la Comisión de Educación, José María Balcázar, se opone. Dice que las relaciones sexuales tempranas ayudan al futuro psicológico de la mujer. Porque setenta años después, en las oficinas del Ministerio de la Mujer un psicólogo abusa sexualmente de una adolescente, una trabajadora social impide el aborto terapéutico de otra abusada por sus abuelos. Ojalá el Congreso lo apruebe pronto, porque cada día de espera, cada día, dos niñas han dado a luz en nuestro país.

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[DETECTIVE SALVAJE] En 1944, Anthony Burgess era un diplomático británico que ejercía sus funciones en Malasia. La guerra le quedaba lejos. Su esposa, en cambio, estaba en Londres cuando un apagón sumió a la ciudad en la penumbra. Estaba embarazada, sola y e incomunicada. Tarde en la noche, un grupo de soldados estadounidenses desertores entraron a su departamento. La mujer fue golpeada y violada. Perdió a su hijo. Burgess se enteró de la tragedia a la distancia. En plena guerra, no era fácil regresar a su país.

El trauma y el gusto por la literatura distópica sembraron una semilla en el escritor. Leía a Orwell, a Huxley, a Zamiatin, y observaba a la sociedad londinense de la postguerra. La naranja mecánica narra las aventuras violentas de cuatro jóvenes colegiales, quienes, liderados por Alex, encuentran un retorcido placer en violentar sin motivo a personas inocentes. De alguna forma, son como niños que descubren la violencia partiendo por la mitad a una lombriz, o arranchándole las alas a una mosca.

La banda de Alex semeja a los Teddy Boys, una personalidad juvenil que vio su auge en Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial. Vestían como los dandis de la antigüedad, adoraban el rock and roll, echaban por la borda los modales y llevaban una vida callejera. Era el desenfreno después de la opresión.

La naranja mecánica es una mezcla de todos estos elementos: la violencia injustificada, ya no bélica sino doméstica; las modas extravagantes, una juventud que ha perdido la sensibilidad por la vida. La escena trágica que sobrevivió la esposa del autor, Llewela Jones, está reproducida en una de las escenas del libro, cuando la banda de Alex entra a la casa de un escritor, atacan y violan a su esposa.

La literatura, entre sus tantas metamorfosis, en los momentos más oscuros suele ponerse la sotana, alzar una cruz y practicar exorcismos en los poseídos. A veces, el demonio abandona el cuerpo; otras, se replica sobre las páginas sin liberar al autor. Es el caso de la norteamericana Sylvia Plath. Sus poemas representaban la autodestrucción, el no pertenecer a un entorno materialista y artificial. Todo se hace claro en su única novela, La campana de cristal. Esther, la protagonista, está becada en una buena universidad, es aspirante a escritora y debe ser internada en el hospital psiquiátrico por su depresión e intento de suicidio. La experiencia de Plath coincide. Excepto por el final: si bien la protagonista se recupera y encuentra fuerzas para vivir, Plath se suicidó antes de que el libro se publicara.

A veces, las letras son más amables. Lo fueron con Mario Vargas Llosa, quien vivió el calvario del Colegio Militar Leoncio Prado para reproducirlo en La ciudad y los perros. El motivo por el que estuvo dos años en ese internado frente al mar también es relevante: a su padre le disgustaba su inclinación por la literatura. La consideraba femenina, y pensó que el antídoto era una estricta educación militar. Como Alberto, uno de sus personajes, Vargas Llosa reforzó su lado literario en contraposición a la barbarie. Las igualdades entre la vida del autor y la de los colegiales del libro son evidentes.

La vida militar ha sido un manantial para esta clase de literatura, en la que el trauma es el motor y la memoria la gasolina. En este caso, no hay mejor referente que Ernest HemingwayAdiós a las armas lo confirma. El autor, estadounidense de robusta constitución, fue voluntario para la Cruz Roja durante la Gran Guerra. Sirvió de conductor de ambulancia en las líneas italianas. En el frente, e igual que el personaje de la novela, Frederic, que también venía de Estados Unidos y manejaba ambulancias para el ejército italiano, Hemingway fue herido en la pierna por el impacto de un mortero austriaco.

Son ejemplos de literatura inevitable, que nace de un germen ajeno al artístico, que no sueña con aplausos, que se engendra casi por cuenta propia. Cabe un paralelo más siniestro: son los sacrificios sangrientos que, como los dioses de la antigüedad, el libro ha cobrado.

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No se entiende que haya partidos como Alianza para el Progreso o Renovación Popular que se opongan a la realización de elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). A la centroderecha, en general, le conviene que se haga realidad ese filtro que disminuya el número de candidatos de ese sector del espectro ideológico (en estos momentos, entre inscritos y por inscribirse, hay más de veinte postulantes de este tenor).

Otra lógica puede guiar a Fuerza Popular, interesada en la dispersión y proliferación de candidaturas de dicho perfil, porque sabe que tiene un núcleo duro de votantes que, dado el caso, le permitirán, con un pequeño empujón, volver a pasar a las lides definitorias, pero el resto de partidos centroderechistas debería estar en la primera línea de batalla para que las PASO se lleven a cabo.

Hay un gran riesgo de que, dada la consolidación de un poderoso ánimo antiestablishment en el país, y particularmente en las zonas andinas, haya dos candidatos de la izquierda radical en la segunda vuelta. Existe también una dispersión de candidatos de la izquierda (hay, al menos, ocho ya en carrera), pero no es comparable a la de la centroderecha, con lo cual, este escenario hipotético es altamente probable si no se produce un aglutinamiento del sector creyente, relativamente, en las bondades del modelo económico.

La mejor forma de evitar esa dispersión es aprobando la realización de las PASO, que además del beneficio señalado, incorporan la democrática transición hacia un sistema de designación de candidatos al Congreso por vía de la elección popular previa, restándole poder de discreción a los caciques partidarios que abundan en el endeble sistema de partidos del país.

El Perú no puede caer en manos de la izquierda el 2026. Sería calamitoso y podría llegar a ser terminal para la economía y la democracia peruanas. Evitar ese riesgo está en manos de la centroderecha, que, a pesar de todo, sigue siendo mayoría en el mapa ideológico peruano, pero parece encaminada a hacer todo lo necesario para favorecer las expectativas de este radicalismo de izquierda.

Se juega mucho en las elecciones venideras -las que, se espera, se produzcan el 2026, salvo que ocurra algún percance que se tumbe al gobierno de Dina Boluarte- como para que la centroderecha congresal actúe con cálculos mezquinos e irresponsables e irracionales decisiones.

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