El extremismo de los resultados electorales ha despertado un gran temor al tener que escoger entre la líder de una de las organizaciones de mafia y corrupción más consolidada del país, y un dirigente sindical que promete un socialismo estatista. El temor a ambas propuestas (y a sus coincidencias) se ha manifestado a través de un conjunto de acusaciones entre los votantes según el extremo que consideran “el mal menor” como lo llamó Mario Vargas Llosa: que si se es delincuente, terruco, clasista, racista, ignorante, fanático, paternalista, vengativo, resentido, etc.

 

La pregunta de por qué la población peruana se ha descubierto en medio de estos extremos es muy obvia: al ladrón se le perdona cuando hace obra y al ladrón que roba al ladrón, se le deben muchos años de perdón. Keiko Fujimori, de liberar a su padre y gobernar con él, tendrá la mano dura necesaria, como en la década del 90 la tuvo Alberto, para “librarnos de la pobreza y el terrorismo”, sin importar (o todo lo contrario) la inversión en clientelajes y en las tajadas correspondientes a las grandes decisiones estatales. A la otra orilla, las estatizaciones y redistribución de la riqueza a través del Estado que propone tan simplificadamente Pedro Castillo pueden llevar a desbancar al país, pero estarán muy cerca de cumplir con la justicia popular reclamada por los pobres.

 

La pobreza es entonces la causa principal y ninguna otra la que nos ha llevado a este enfrentamiento. De acuerdo con el último Reporte técnico de Unicef sobre el impacto del COVID-19 en la pobreza y desigualdad en niñas, niños y adolescentes en el Perú (2021), la población más afectada es la que se encuentra en la sierra rural, con un incremento de la pobreza al 44.5% y en la selva rural, con un incremento durante este periodo a 51.5%. Si comparamos con el 2019 la pobreza rural ha crecido cerca de un 14%. Y no sólo en el campo. En las zonas más pobres de Lima metropolitana, la pobreza ha alcanzado también el 44%.

 

Y por alguna razón, a esa pobreza se le sigue dando la espalda y se continúa estigmatizando las protestas y reacciones apelando a la ilegalidad. Un ejemplo fueron las huelgas y protestas del sector agrícola. Es cierto que el estado ha entregado una serie de bonos y de incentivos económicos, pero en las zonas rurales la crisis de la economía agrícola migratoria, el aislamiento, la reducción de los servicios públicos, primordialmente el de salud, y la caída del sistema escolar, han hecho retroceder a la población casi una década de avances.

 

Otro ejemplo es el de las invasiones de terrenos en Lima. Es cierto que entre setiembre del 2020 y enero de este año, el Congreso aprobó una populista normativa que amplía los plazos de la titulación de terrenos hasta el año 2026 y que por esa razón se favorecerá la ocupación ilegal y el tráfico de terrenos. Pero los casos que hemos visto en Lima, tanto en Chorrillos como en Villa El Salvador, nos muestran que dos de cada tres inquilinos han tenido problemas para pagar sus alquileres debido a la pandemia. Las personas que se resisten a ser desalojadas no cesan de repetir que no tienen, simple y llanamente, a dónde ir.

 

Y en medio de todo este escenario, ¿qué representantes del Estado peruano se han sentado a escuchar, a tomar decisiones y a plantear alternativas concretas a la población? ¿La policía y los funcionarios sectoriales? La justificación de que estamos bajo la tutela de un gobierno transitorio no sirve de nada ante la pobreza que, con los resultados electorales, ya no pudo ser más maquillada, silenciada, escondida.

 

Irónicamente, hoy invadido, Villa El Salvador reubicó 50 años atrás a un grupo de 350 familias desesperadas por contar con un lugar donde vivir que tomaron una zona de Pamplona con el interés comercial suficiente como para que la policía interviniera de manera violenta. Avergonzado, el Estado de la mano con la iglesia católica progresista de aquel entonces, llevó el año 1972 a las familias hacia una zona urbana planificada por profesionales, de tal forma que respondiera a la organización autogestionaria que se propuso como modelo a la población. El tener donde vivir no acabó con la pobreza, pero pudo con la dignidad. En 1987 Villa El Salvador ganó el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, entregado por ser “La práctica ejemplar para organizar un tipo de ciudad solidaria y económicamente productiva”. Ahora viven en el distrito más de 420,000 personas.

 

Los terrenos urbanos en Lima sin duda cada vez son más escasos y lejanos, pero el Estado ¿simplemente los va a desalojar para combatir el tráfico de tierras? ¿Vamos a esconder que no tienen siquiera un lugar dónde dormir y dejaremos, como en las zonas rurales, que vean con un par de bonos al año cómo sobrevivir? Al menos en las comunidades más alejadas siempre hay un techo que ofrecer a la familia, esa que observa cómo sus niñas y niños han perdido ya dos años de formación escolar.

 

En este marco no es difícil imaginar por qué ambos candidatos se encuentran disputando la Presidencia de nuestro país.

 

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Elecciones 2021, Keiko Fujimori, Voto

En estas elecciones para el Congreso de la República podremos votar 9,830,538 mujeres y 9,764,762 hombres. Pero es muy probable que, de los casi veinte millones de votantes, adultos mayores, personas que tendrán que cuidar a pacientes y familiares, y quienes debían desplazarse interprovincialmente prefieran pagar la multa. Sólo la siguiente semana sabremos cuántos votos quedaron tras esta comprensible deserción. Los votos de quienes sí caminaremos hacia nuestros centros electorales estarán distribuidos en 27 distritos electorales: el de cada departamento, el de Lima Provincias, el de la Provincia Constitucional del Callao y el de Peruanos en el extranjero.

 

Cada distrito electoral no tiene el mismo número de congresistas. Hasta el Congreso actual, varios departamentos han tenido solo dos congresistas: Amazonas, Apurímac, Huancavelica, Moquegua, Pasco, Tacna y Tumbes. Madre de Dios tiene solo uno. Arequipa tiene 7, La Libertad tiene 8. Lima 37. Esa desproporcionada diferencia sin duda afecta al país porque inevitablemente centraliza la producción legislativa desde la perspectiva de la capital. Sin embargo, esta aparente mala distribución de las curules siempre culmina en otra distribución organizada de acuerdo con los intereses económicos que representa cada partido político. Surge de este modo una apariencia sumamente fragmentada entre los partidos políticos más relevante que la departamental.

 

Esta fragmentación que proyectan las encuestadoras entre 6 y máximo 20 curules por partido político no es una novedad, pues el actual Congreso ya presenta esa estructura. No obstante, si observamos como se comportó debido a ello, podemos imaginar cómo rápidamente, incluso desde antes de saber los resultados, qué alianzas se configurarán a partir del 28 de julio, día del Bicentenario de nuestra República.

 

Las bancadas de Soto, López y Fujimori se unirán espontáneamente. Ya vimos en este Congreso cómo los integrantes de Solidaridad Nacional y Fuerza Popular se reacomodaron rápidamente en los partidos de alquiler. Distribuidos ahora en este triada, se llevarán armoniosamente bien en tanto comparten intereses comunes como el dar carta blanca a redes de corrupción, defender la evasión tributaria, el monopolio y liberar la informalidad en los grandes sectores económicos como minería, turismo y agroexportación. En otra alianza, las bancadas de Acuña, Urresti y el FREPAP cerrarán filas para defender sectores menos rentables pero fundamentales en nuestra economía como la educación y los cultivos ilegales. Frente a este desmadre, las bancadas de Guzmán y Mendoza representan una alianza que representa los intereses económicos del sector público y cultural, que agrupa un amplio abanico técnico y profesional vinculado a servicios del Estado, instituciones artísticas, educativas, de investigación y organizaciones no gubernamentales. Eventualmente, las bancadas de Forsyth y Lescano, que representan otros sectores económicos como la mediana construcción, industria y exportación, estarán usualmente en alianza con el grupo de Soto y compañía, pero que ante situaciones de trastabilleo de la democracia o derechos fundamentales, se aliarán con Guzmán y Mendoza. Como vemos, no se trata de una fragmentación de fondo, sino de alianzas locales y nacionales que prefieren trabajar en paralelo y fortalecer sus propias redes políticas y económicas. Son cuatro sectores claramente definidos en un campo en el que se juega muchas veces tres contra uno, pero a veces dos contra dos.

 

Los resultados que se publicarán la próxima semana, dejarán en claro que nuestro voto habrá respondido a los ideales que cada peruana, que cada peruano tenemos entreverados con nuestra situación socioeconómica. Más aún en esta situación de pandemia. Pero si hay algo que nos une, nuestro dos contra dos debe ser nuestra apuesta: no queremos corrupción y no cejaremos de pelear. Preparémonos porque para eso necesitamos dos tareas: asegurar que sea quien sea que ocupe el sillón presidencial por primera vez este 28 de julio, cuente con una cantidad de congresistas necesaria, entre 40 y 50, que aseguren el contrapeso necesario para un gobierno estable y vigilado en la defensa de nuestros derechos y nuestra salud. Y la segunda es terminar, a punta de protestas, referéndum y acuerdos colectivos, las reformas políticas necesarias para que el 2026 tengamos un congreso sin delincuentes y con capacidad para legislar fuera de la corrupción.

 

Tengamos en cuenta que podemos votar por un partido para Presidente y otro para congresista, pero no se puede votar por dos congresistas de diferentes organizaciones políticas. Tiene que ser una sola. El número total de votos por cada partido determinará cuántos congresistas tendrá. Como no sabemos quiénes de ellos tendrán más votos, verifiquemos que los primeros 30 candidatos aseguren que saldremos dignamente de esta crisis, sin pisar a nadie para correr detrás de un billete. El lapicero azul está en sus manos.

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Carla Sagástegui, Elecciones, Elecciones 2021

Días estos muy interesantes los que estamos viviendo durante las campañas electorales, porque se vuelven un deleite de falacias y falsos argumentos con los que se intentan justificar muchos miedos. Los miedos más interesantes que comentaré solo son cuatro, pues seguro hay más si se presta atención al entorno:

 

El primero es el miedo de las clases medias y altas a un gobierno de izquierda. Estas lo expresan terruqueando a Verónika Mendoza, lo cual no significa que crean que cometerá las atrocidades de Abimael Guzmán; es sólo una forma grosera, violenta, un insulto para mostrar su miedo. Si prestamos atención, observaremos que este se trata de una reacción casi automática de correr a proteger propiedades e intereses financieros, pues se tiene el convencimiento de que apenas llegue Mendoza a Palacio de gobierno impondrá una estatización como la del general Juan Velasco Alvarado cuando tomó las empresas extractivas y los grandes latifundios y los puso en manos de un estado que rápidamente se corrompió y trajo abajo la producción nacional (cuando llegan aquí ya les falta el aire).  ¿Ya ven que está planteando estatizar la producción de oxígeno? Terminaremos como Venezuela, añaden. Como final, para asustar más y mejor, recurren a Nicolás Maduro, la gran sombra amenazante, como lo fue en tiempos de Nadine Heredia, el presidente Hugo Chávez.

 

Ahora bien, la izquierda sabe que Verónika Mendoza se encuentra lejos de esos modelos estatistas latinoamericanos y que su promesa está centrada en el modelo de Estado de bienestar contemporáneo. De ahí que su plan se haya estructurado en relación con los derechos humanos. Pero es justamente esta postura la que despierta el segundo miedo, en este caso, en los marxistas de la vieja escuela internacional, que, al ver esta posición en una candidata, ¡una mujer!, que ha mejorado su discurso hasta convertirse en la más coherente y cuerda de todos los candidatos, están convencidos que seguirá el modelo de Nadine, traicionará todos los principios revolucionarios y se amistará con la CONFIEP rápidamente. Lo cual conduciría a un gobierno muy parecido como con el que contamos actualmente, algo cercano al que en un inicio pareció prometer Yonhy Lescano de Acción Popular, pero que luego resultó ser solo una lista de declaraciones sin mayor sustento que han conseguido que nadie, pero nadie, ya le tema.

 

El tercer miedo es el que despierta Rafael López y bueno, aquí las razones son todas y una a la vez, porque desde su mirada, postura, hasta la forma de mentir e improvisar sin siquiera prestar atención a principios mínimos de ética, nos dan cuenta de un hombre que se debe lacerar para poder contenerse. Si no se gobierna a sí mismo, ¿cómo no temer el violento desborde al que nos llevaría su fascismo, su fanatismo religioso y su marcado desprecio por los demás cuando tenga el poder de dirigir nuestro país? Parece un anuncio apocalíptico pleno de angelitos celestes.

 

Pero el cuarto miedo es el que siento más y por eso lo dejo al final. Lo despierta en nosotras, en nosotros, el ver que una parte significativa de la población de Lima e Ica se siente entusiasmada por el don que tiene López de poder imponer lo que realmente le da la gana, sin sustento alguno. Por el goce que les da como sacerdote, como falso candidato o como la rica mujer sometida, como lo que sean, de no tener que pensar en los demás y poder pasar por encima sin culpa alguna. Y claro, después no quieren que el resto de peruanas y peruanos no miremos a Velasco y le sonriamos recordando viejos tiempos…

 

23 de marzo de 2021

 

No sé si con el deterioro político, la retórica y recursos electoreros de nuestros candidatos y candidatas se han ido simplificando y empobreciendo con los años, pero el debate presidencial organizado por El Comercio e IDEA Internacional el martes 9 de marzo, develó casi como una caricatura los estereotipos a los que estaban apelando. Para ganar la simpatía, acrecentar su popularidad y competir por la Presidencia del Perú a pesar de las investigaciones judiciales bajo las que estuvieron y de una prisión preventiva de la que ahora se saca provecho, casi todos concentraron sus discursos en vender una imagen literalmente ganadora.

 

Sin duda George Forsyth es un deportista en competencia permanente. Y por eso agota seguirle un discurso reiterativo hasta lo inimaginable. Su recurso retórico consiste en apelar al comenzar cada frase, que él pertenece a una nueva generación que “sacará a patadas” a los políticos de siempre. Porque todo lo que no supieron hacer (tan obvio) él lo hará como a nadie se le ocurrió. Él es, sin duda, el campeón que arreglará las cosas para enrostrarles a los políticos de siempre lo fácil que era si lo hacían a su estilo victoriano. Ah, y claro, por favor, que entonces el público lo vitoree.

 

Daniel Urresti, “parado y sin polo” como se describió enfrentando los retos de gobierno, había llegado cual gladiador a la arena. Se burlaba de los demás candidatos y luego los acusaba, con más lugares comunes, de ser unos improvisados (cuando en realidad todos presentaban propuestas un poco más complejas o ambiciosas que las suyas). Nunca dejó de decir lo bien que sabía pelear, que sacaría el pecho por quien lo necesitara y que metería a la cárcel a todos. “Palabra de Urresti”, por mi madrecita.

 

Frente al pecho henchido de ambos contrincantes, Yonhy Lescano no se pudo contener. Dedicó el espacio para alabarse como el buen congresista que aportó leyes a favor de la economía, de la seguridad y contra la corrupción. Así que todos eran inferiores a este sabio patriarca, ninguno sabría ningún tema del que estuviesen hablando tal como él gracias a sus principios de Ama Sua, Ama Llulla y Ama Quella. Como Urresti no se rendía bajo su sapiencia, lo acusó públicamente de haber provocado que lo denunciaran falsamente. Lescano el probo, por favor, es invencible.

 

Keiko Fujimori también había llegado con un estereotipo novedoso para su edad bajo la manga. Con la intención de ubicarse por encima de los demás, se presentó como la gran madre con “mano dura” que necesita el país. Gracias a la injusticia del poder judicial, la nueva Fujimori ha forjado durante su prisión el carácter de una gran y comprensiva mujer junto con los más sufridos del Perú. Su propuesta sin embargo es blanda, porque es a favor de la informalidad empezando por la agricultura, tal cual su padre en 1990. Pero eso qué importa. Déjenme ser la primera mujer presidenta del Perú, pide por lógica simple la gran madre.

 

Los cuatro montaron una transparente puesta en escena de guerreros peleando por el poder: el deportista, el guardia, el patriarca y la gran madre desautorizándose los unos a los otros para poder demostrar que se es mejor que el resto. ¿Y qué estereotipo performaba Verónica Mendoza mientras tanto? Pues no jugó ninguno. De manera un poco desentonante, no calzaba en la pelea de titanes electorales a la peruana. Simplemente exponía sus ideas y propuestas. En ningún momento nos dijo que ella era la persona indicada, si no, por el contrario, constantemente aludía a que ni siquiera tomaría las grandes decisiones que los demás candidatos sí se adjudicaban a sí mismos, sino que mediante votaciones y consultas populares se acordaría si se requiere una nueva Constitución (por dar un ejemplo). Mostró una clara propuesta de cómo debía funcionar el aparato estatal, qué impuestos cobrar y qué hacer con la Policía Nacional. No prometió nada para ganar popularidad. Ni siquiera respondió el manido reclamo por Venezuela. Sólo ofreció proteger nuestras vidas y nuestros derechos.

 

El voto en el Perú no es un voto racional. La primera vuelta prioriza a los candidatos más populares y la segunda vuelta nos protege del peor de los que quedaron primeros. ¿Se puede ser popular en el Perú con estereotipos de mujer de izquierda? Nuestra historia reciente aún nos indica que ese no puede ser el camino y menos aún en el contexto de competencia en el que nos encontramos. Quedando tan pocos días, ¿Sabrá Mendoza qué mujer le gustaría tener al Perú para que venza a los demás y los guíe?  En una vuelta electoral tan llena de emociones y desconfianza, a los estereotipos no se les puede dar la espalda.

 

9 de marzo de 2021

 

Las vacunas contra la covid-19 de la empresa china Sinopharm terminaron representando, sin haberlo previsto, uno de los síntomas más graves de los que está sufriendo en este momento el país: la desconfianza. Esta ya se había sembrado con cada encarcelación en el nuevo milenio de nuestros presidentes y con el suicidio de Alan García, pero se intercalaba con dosis de justicia con las acciones, a veces ciertamente impulsivas, de un grupo destacado de fiscales.

 

El derrumbe se acrecentó cuando se confirmó que los males del Congreso de la República no se debían a las personas que en aquel momento habían sido elegidas, sino que se trataba de un sistema de representación de redes de corrupción que no estaban dispuestas a perder la batalla y entregarse a la justicia. Todo lo contrario, coparon los partidos políticos y regresaron al Congreso con otros cabecillas. Pocas y pocos congresistas honestos siguieron siendo la breve noticia esperanzadora. Y fue con esas ganas de querer volver a confiar, luchando con marchas, presión y dando incluso dos vidas, como la sociedad civil recibió ciertamente emocionada al nuevo presidente del Congreso y por ello de la República, elegido gracias a ella.

 

Los contratos y arribo de las vacunas de inmediato propalaron una nueva incertidumbre que se sumó al impacto de la segunda ola pandémica por las mutaciones del virus y la falta de producción de oxígeno en nuestra población. Muerte, miedo e incertidumbre encendieron nuevamente la desconfianza y en este momento, cuando se recibió con gran emoción y cobertura mediática el arribo de las vacunas, se descubre que las ministras de Salud y Relaciones exteriores habían mentido, que se habían vacunado como parte de unas sospechosas entregas de acuerdos irregulares con los productores chinos. Miedo, mentira e incertidumbre llevan en crisis económicas como en la que nos encontramos a un resquebrajamiento social donde solo queda “confiar en los amigos” porque no se puede confiar en la educación que actualmente se está ofreciendo, tampoco en los gobiernos regionales, ni en el Congreso, ni el gobierno central. Valga preguntarnos sobre qué sustrato ético está creciendo nuestra juventud, quedando cada vez más desamparada por la muerte de sus familiares.

 

Uno de los indicadores de desconfianza hacia el mundo institucional que estamos viviendo en este momento se refleja en que a mes y medio de las elecciones generales 2021, el 30% de personas encuestadas no sabe por quién votar, votará en blanco o lo hará viciado. Hasta la fecha, ningún candidato o candidata puede ser considerado representativo si ninguna ha alcanzado siquiera el 12% de la preferencia.

 

Ante todo lo acontecido, sin duda este entorno de desconfianza continuará con el próximo Congreso y gobierno. Tengamos claro que serán cinco años más de lucha en la calle. Quizá dos años tarde después del bicentenario, pero no importa, preparemos el terreno para que el 2026 ya no puedan postular congresistas corruptos y consigamos una persona honesta y resolutiva para el encargo de reformar de una vez por todas a un Estado que ya tenemos muy claro de qué males sufre. Sabemos cómo lucharla.

 

El Ministro de Educación, recién ayer, 9 de febrero, ha empezado a negociar la inclusión de las profesoras y profesores a la fase 2 del proceso de vacunación que incluye a los adultos mayores de 60 años, a las personas con comorbilidad (imagino que de los 15 a los 60 ya que el resto son adultos mayores), comunidades nativas e indígenas y personal del INPE. Aún no se ha anunciado públicamente cuando comenzará la fase 2 en tanto depende del arribo de las vacunas.

 

Por eso, esa afirmación, tan general, de vacunar a todo docente parece no tomar en cuenta que hacerlo implica vacunar a 523 mil personas, y sólo con ellos nos referimos a más de un millón de vacunas. ¿Y si agregamos a los más de 4 millones de adultos mayores de la fase 2?, ¿a los aproximadamente 150,000 peruanas y peruanos menores de 60 de las comunidades nativas e indígenas? Esa determinación poblacional requiere mayores especificaciones. Al parecer ya empezaron a notar que no hay tanta cobertura, pues horas después de esta declaración del MINEDU, el MIMP anunció que retirará a las personas privadas de su libertad. Hablábamos de más de 80,000 personas en los penales del país.

 

Y es que hasta la fecha sólo sabemos que en marzo arribará un mínimo 413,000 dosis de la vacuna producida por Oxford/AstraZeneca, como parte de un lote de 1′600,000 dosis de esta vacuna que serán entregados en el primer semestre de este año. Es decir, solo habrá dosis para cerca de un millón de personas más hasta julio. Nada más. Los 14 millones de AstraZeneca están programados para setiembre y los 13 millones provenientes del mecanismo Covax Facility llegarán al país el segundo semestre de este año, con la posibilidad de que muy pocas puedan llegar antes.

 

Entonces, hasta que el gabinete al que pertenece el ministro de Educación se vaya, las clases serán virtuales. La conectividad se nos ha dicho, también estará lista recién en julio. ¿Cómo se va a mejorar o paliar esta carencia? ¿Seguirá creciendo la brecha que dará más de dos años de desventaja a los estudiantes de zonas rurales y urbano marginales? Ojalá que el ministro priorice vacunar a las profesoras y profesores de estas zonas que dice tener identificadas. Cómo será su negociación. Al no haberlos incluido en la primera fase de marzo, para julio, en el mejor de los casos, esos colegios tendrán docentes presenciales junto con internet, con el riesgo de que de inmediato un nuevo gobierno que sabemos que siempre afecta la dinámica laboral en los sectores estatales por los sistemas de reemplazo, nos complejice los problemas en el Minedu. Urgimos un plan realista que asuma que el mayor número de vacunas llegará en el mes de Setiembre.

 

Tampoco es difícil pensar propuestas. Por ejemplo, el grupo de trabajo que se instaló en diciembre para planificar el retorno presencial del año escolar 2021, ¿por qué no cambia de inmediato su objetivo por uno que mejore la calidad y cobertura de la virtualidad en lo que queda del año? ¿Y si ponemos a los docentes rurales en primera prioridad en caso de algún adelanto de Covax?

 

Por lo pronto, necesitamos un ministro que responda por lo que ocurrirá en menos de un mes con el comienzo de las clases en los colegios del país, sobre todo en los que aquí nos preocupan. Pensar en setiembre no debe ser por ahora su prioridad, porque, finalmente, para ese momento será muy probable que sea otra persona la que ocupe su lugar.

 

Lima, 10 de febrero de 2021

En la entrevista que realizó Enrique Planas a Jesús Solari, el actual vocero del Instituto de Radio y Televisión del Perú, IRTP, y Gerente de Televisión de TV Perú sobre la cancelación del programa Presencia Cultural, el más antiguo de nuestra televisión, único en su contenido sobre la producción artística y cultural del país y afincado cómodamente en el imaginario realmente nacional, en tanto los lugares del país solo llega la Televisión estatal.

En ella, Solari justificó la decisión afirmando que, como se busca vincular el canal con todas las generaciones actualmente, se requiere de “un ritmo comunicacional que conecte con todos los públicos”. Luego aclaró que la cultura debe ahora ir “indexada con el entretenimiento” porque sino las personas se desconectarían del objetivo de difundirla. Esta suerte de alineación al índice de la diversión que al parecer de Solari demandan todas las generaciones peruanas con el ritmo del entretenimiento, permite no solo existir, sino, lo más importante para un gerente de televisión: permite ser vistos.

Y creo que tiene razón. La cultura que transmitía Presencia Cultural es una que complejiza y profundiza las representaciones plásticas, musicales, literarias de la sociedad peruana, mientras que la producción mediática de entretenimiento requiere, como hace años lo señaló Joan Ferrés (1), el recurso del estereotipo, tan utilizado en la industria televisiva, para simplificar y, muy importante, tipificar la realidad. La complejidad y la reducción cuando cuadran, lo hacen con discursos irónicos, de lo contrario, se oponen la una a la otra casi como extremos de un espectro que va de la luz a la oscuridad: el arte cuestiona y el estereotipo refuerza. El estereotipo está institucionalizado y reaparece una y otra vez, reduciendo, por dar un ejemplo, a la campesina peruana en la Chola Jacinta. Eso implica que su permanencia se debe a que el estereotipo es compartido por colectivos sociales como principio organizador de la realidad, pero desde una perspectiva conservadora y dominante que tiende a perpetuar, a petrificar, tal y como funciona con el personaje de Benavides, el racismo.

Desde este ritmo, me pregunto si la necesidad mediática de los candidatos al Congreso de la República y a la presidencia de nuestro país no los está ya reduciendo mediante la propaganda y las entrevistas televisivas a estereotipos creados desde un principio organizador conservador, pero entretenido: el bruto empresario educativo, el futbolista de humilde ignorancia, la sospechosa heredera destronada, la comunista terruca, el intelectual senil, el fascista religioso.

¿Cómo liberarnos de esta reducción y poder tener una mirada compleja sobre las propuestas de las candidatas y candidatos? Dolorosamente, la pandemia en la que nos encontramos ha dejado en claro cuál es la agenda: salud, educación, reactivación económica, trabajo, turismo, producción cultural, minería, recaudación de impuestos… Pero nada de eso funcionará y lo sabemos bien, si la verdadera intención es la de volver a saquear el país, cuidar que el poder económico, legal, informal o ilegal, no tambalee, y mantener el “para mis amigos todo, para mis enemigos, la ley”. Que el estereotipo no nos oculte los grupos de poder regionales y nacionales que no quieren que el orden corrupto desaparezca tras doscientos años de lo mismo. Para más información, tenemos novelas, películas, obras de teatro, historietas, retablos, fotografías, performances, piezas valiosísimas de arte que no han cesado, ni dejarán de advertirnos que, cómo siempre habrá un grupo de poder que se querrá aprovechar.

Televisión y Educación (Paidós, 1994)

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