Carla Sagástegui

Los fieles que rinden culto a Fujimori admiran la firmeza con la que tomó las decisiones drásticas que requería “el país” allá a comienzos de los años 90. Ante tal consistencia sienten realmente que se encuentran frente a un héroe. Y es que en los mitos y leyendas con los que crecemos, los héroes suelen pasar por la prueba de contravenir la ley con tal de salvar una, cien, mil vidas; así que para muchos, la manera como Alberto Fujimori montó en escena la captura de Abimael Guzmán y la forma cómo liberó el informal crecimiento económico, son motivo suficiente para justificar cualquier delito que cometiera, pues supuestamente puso fin al estado de violencia y pobreza del Perú. 

El fujimorismo consiguió convencer a sus feligreses de que la corrupción, los secuestros, torturas y asesinatos que caracterizaron su gobierno eran obras del frío y calculador villano que lo mantuvo algo confundido, Vladimiro Montesinos. Y si en todo caso, Fujimori fue culpable de alguna masacre o engaño, fueron los costos de su heroicidad. De esa manera, sus fieles consideran que los delitos por los que fue sentenciado no importaban gran cosa: fueron errores del Grupo Colina llevar a cabo las masacres de Barrios Altos y La Cantuta, fue por seguridad que secuestró al periodista Gustavo Gorriti y al empresario Samuel Dyer. Si se compraron congresistas, líneas editoriales de los principales medios de comunicación y se engañó a la población con la prensa chicha, eso ya fue culpa de Vladimiro, así que los caviares fueron injustos en sentenciarlo por conductas ajenas. ¿Acaso Fujimori No había tenido la valentía de allanar su casa (sin los adecuados fiscales por el apuro) con tal de retirar las maletas con la evidencia de sus delitos? Así Fujimori dejó establecida su heroicidad antes de fugarse y abandonó en la villanía a su socio Montesinos.

Cuando el Tribunal Constitucional con el apoyo de la presidenta del Poder Ejecutivo le otorgó el indulto contraviniendo a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, sus fieles coparon ansiosos las calles aledañas al penal. Lo esperaban para celebrarlo rodeados de todos los medios de prensa y lo acompañaron en parte del recorrido agradeciendo su supuestamente justa liberación. Luego, pasaron los días y se abrió un prolongado silencio hasta hace un día cuando su frágil figura de 85 años irrumpió en un centro comercial. Sus fieles fujimoristas avisaron de inmediato a los medios. Por supuesto, el canal de televisión que sostienen sus más comprometidos feligreses de inmediato acudió a entrevistarlo y se quedaron boquiabiertos cuando Fujimori salió en defensa de Vladimiro Montesinos y descartó explícitamente la capacidad política de sus hijos, que dicho sea de paso, jamás se han doblegado durante su peregrinación elecciones tras elecciones en busca del gobierno prometido. 

De un día para otro, el indultado habló en nombre de sus feligreses, aseguró que el “fujimorismo” había acordado apoyar a la presidenta hasta el fin del mandato de Castillo, el año 2026. Evadió responder entre risas cuando le preguntaron por las posibilidades electorales de Kenji y de Keiko y agregó que Vladimiro Montesinos había cumplido muy bien sus funciones en el Servicio de Inteligencia Nacional y que todo lo demás habían sido errores. 

Sus voceros quedaron boquiabiertos y detuvieron la entrevista. ¿Él héroe tan esperado defendiendo al villano que tan útil les había sido? ¿Ese es el Fujimori que liberaron sus fieles? Esos son los momentos cuando debemos aceptar que la épica y sus protagonistas son tan sólo idealizaciones. En el caso del fujimorismo estas han sido urdidas consciente e intencionadamente. De forma que se ha quedado en el olvido que una de sus condenas se debió a que le pagó 15 millones de dólares a Vladimiro Montesinos por compensación de tiempo de servicios (¡como si su sueldo mensual hubiese sido de 1 millón y medio de dólares!) y que durante el juicio afirmara que esa compensación le parecía justa y que no encontraba el delito.

Ante este escenario, ¿conseguirán los fieles fujimoristas rescatar al heroico padre de familia, de gobierno, de país que construyeron en oposición a los ardides de su villano? Cuando lo sentencien nuevamente, ¿les quedará ánimo (y un poquito de ética) para rogar otra vez por indultarlo? 

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Carla Sagástegui, en la arena, fujimori y montesinos

En estas elecciones para el Congreso de la República podremos votar 9,830,538 mujeres y 9,764,762 hombres. Pero es muy probable que, de los casi veinte millones de votantes, adultos mayores, personas que tendrán que cuidar a pacientes y familiares, y quienes debían desplazarse interprovincialmente prefieran pagar la multa. Sólo la siguiente semana sabremos cuántos votos quedaron tras esta comprensible deserción. Los votos de quienes sí caminaremos hacia nuestros centros electorales estarán distribuidos en 27 distritos electorales: el de cada departamento, el de Lima Provincias, el de la Provincia Constitucional del Callao y el de Peruanos en el extranjero.

 

Cada distrito electoral no tiene el mismo número de congresistas. Hasta el Congreso actual, varios departamentos han tenido solo dos congresistas: Amazonas, Apurímac, Huancavelica, Moquegua, Pasco, Tacna y Tumbes. Madre de Dios tiene solo uno. Arequipa tiene 7, La Libertad tiene 8. Lima 37. Esa desproporcionada diferencia sin duda afecta al país porque inevitablemente centraliza la producción legislativa desde la perspectiva de la capital. Sin embargo, esta aparente mala distribución de las curules siempre culmina en otra distribución organizada de acuerdo con los intereses económicos que representa cada partido político. Surge de este modo una apariencia sumamente fragmentada entre los partidos políticos más relevante que la departamental.

 

Esta fragmentación que proyectan las encuestadoras entre 6 y máximo 20 curules por partido político no es una novedad, pues el actual Congreso ya presenta esa estructura. No obstante, si observamos como se comportó debido a ello, podemos imaginar cómo rápidamente, incluso desde antes de saber los resultados, qué alianzas se configurarán a partir del 28 de julio, día del Bicentenario de nuestra República.

 

Las bancadas de Soto, López y Fujimori se unirán espontáneamente. Ya vimos en este Congreso cómo los integrantes de Solidaridad Nacional y Fuerza Popular se reacomodaron rápidamente en los partidos de alquiler. Distribuidos ahora en este triada, se llevarán armoniosamente bien en tanto comparten intereses comunes como el dar carta blanca a redes de corrupción, defender la evasión tributaria, el monopolio y liberar la informalidad en los grandes sectores económicos como minería, turismo y agroexportación. En otra alianza, las bancadas de Acuña, Urresti y el FREPAP cerrarán filas para defender sectores menos rentables pero fundamentales en nuestra economía como la educación y los cultivos ilegales. Frente a este desmadre, las bancadas de Guzmán y Mendoza representan una alianza que representa los intereses económicos del sector público y cultural, que agrupa un amplio abanico técnico y profesional vinculado a servicios del Estado, instituciones artísticas, educativas, de investigación y organizaciones no gubernamentales. Eventualmente, las bancadas de Forsyth y Lescano, que representan otros sectores económicos como la mediana construcción, industria y exportación, estarán usualmente en alianza con el grupo de Soto y compañía, pero que ante situaciones de trastabilleo de la democracia o derechos fundamentales, se aliarán con Guzmán y Mendoza. Como vemos, no se trata de una fragmentación de fondo, sino de alianzas locales y nacionales que prefieren trabajar en paralelo y fortalecer sus propias redes políticas y económicas. Son cuatro sectores claramente definidos en un campo en el que se juega muchas veces tres contra uno, pero a veces dos contra dos.

 

Los resultados que se publicarán la próxima semana, dejarán en claro que nuestro voto habrá respondido a los ideales que cada peruana, que cada peruano tenemos entreverados con nuestra situación socioeconómica. Más aún en esta situación de pandemia. Pero si hay algo que nos une, nuestro dos contra dos debe ser nuestra apuesta: no queremos corrupción y no cejaremos de pelear. Preparémonos porque para eso necesitamos dos tareas: asegurar que sea quien sea que ocupe el sillón presidencial por primera vez este 28 de julio, cuente con una cantidad de congresistas necesaria, entre 40 y 50, que aseguren el contrapeso necesario para un gobierno estable y vigilado en la defensa de nuestros derechos y nuestra salud. Y la segunda es terminar, a punta de protestas, referéndum y acuerdos colectivos, las reformas políticas necesarias para que el 2026 tengamos un congreso sin delincuentes y con capacidad para legislar fuera de la corrupción.

 

Tengamos en cuenta que podemos votar por un partido para Presidente y otro para congresista, pero no se puede votar por dos congresistas de diferentes organizaciones políticas. Tiene que ser una sola. El número total de votos por cada partido determinará cuántos congresistas tendrá. Como no sabemos quiénes de ellos tendrán más votos, verifiquemos que los primeros 30 candidatos aseguren que saldremos dignamente de esta crisis, sin pisar a nadie para correr detrás de un billete. El lapicero azul está en sus manos.

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Carla Sagástegui, Elecciones, Elecciones 2021
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