Política

Muchos de esos rasgos antipolíticos se han mantenido y se han exacerbado a lo largo de más de dos décadas. Ahora no son patrimonio de tal o cual fuerza política o de tal o cual liderazgo. Por el contrario, se les encuentra en líderes y partidos políticos que se ubican en las derechas, en las izquierdas y en el centro del espectro político; algunos de los cuales tienen hoy responsabilidades gubernamentales y legislativas. Por eso, durante las movilizaciones de protesta, los cuestionamientos al gobierno de Boluarte fueron respondidos con un uso excesivo de la fuerza policial y militar que causó la muerte de 49 ciudadanos. O cuando Perú Libre y Fuerza Popular, partidos ubicados, al menos declarativamente, en polos opuestos la elección del Defensor del Pueblo teniendo en el horizonte sus particularísimos intereses. Como se aprecia, la antipolítica, por el momento, goza de buena salud y seguirá, en consecuencia, erosionando nuestra precaria democracia.

Carlos Iván Degregori partió a la eternidad un 18 de mayo de 2011. Aquel día nos dejó un estupendo intelectual, un antropólogo sin par, un excelente docente y un escritor excepcional.  Aquel día se nos fue uno de los imprescindibles como diría el dramaturgo y poeta Bertolt Brecht. Hoy queda releerlo, pensar los problemas del país, imaginar futuros posibles muchos más dignos y humanos que el presente y actuar en consecuencia para hacerlos posibles.

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Y Tudela tiene razón. Sin embargo, estas no son malas ideas sobre las cuales construir políticas públicas. En corto, el relativismo implica considerar que lo bueno y lo malo depende del contexto, que no hay verdades absolutas; por ejemplo, “matar es malo, a menos sea la única manera de detener a una persona de matar a otra”. Por otro lado, el utilitarismo es diferenciar el bien y del mal en base a las consecuencias, es buscar qué beneficia a la mayor cantidad de personas; por ejemplo, un seguro universal público de salud es resultado del utilitarismo en políticas públicas.

Lejos de ser un enemigo de la razón, el utilitarismo -el enfoque en las consecuencias- es el motor de un centro convincente. Pero para que además de convincente sea popular, necesita encontrar una agenda de políticas públicas construida en base a acciones que sean más útiles para más personas. Necesita estudiar el alcance del impacto de implementarlas. Necesita estudiar a las personas antes de hacer propuestas. Necesita recoger información y calibrar discursos en base a insights de los ciudadanos y sus dificultades. Por supuesto que además de esto, necesita estudiar la experiencia de otros países, leerse cuanto paper de evaluación de impacto encuentre, diseñar pilotos y recoger líneas de base. Es fácil sonar como que sabes de lo que hablas, lo difícil es realmente saber de lo que hablas.

No es un trabajo fácil, si lo fuera lo harían los extremos. Pues vemos que la alternativa a este enfoque en consecuencias es construir discursos en base a las emociones más visibles desde la superficie; como la xenofobia, homofobia, la mano dura y la división entre grupos. La política peruana se merece más que ese trabajo flojo que siempre termina en promesas incumplibles. Nos merecemos un centro que rompa el ciclo político de empeorarlo todo.

Si un político hace el trabajo de entender de verdad a las personas y las consecuencias de las decisiones que toma, será bien difícil que convenzan a la gente que es un ocioso vividor.

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Pero la mayor responsabilidad radica en los poderes fácticos de la derecha, que han hecho poco o nada por convertir los éxitos del modelo en munición ideológica persistente que cale en la mentalidad de los pueblos. Salvo uno que otro think tank, algunos comunicadores, aislados gremios empresariales (con pésima estrategia comunicativa, por cierto) y pocos líderes políticos, el grueso de la derecha ha guardado silencio durante décadas, destruyéndose entre sí, sin capitalizar los activos que ha construido en los últimos años, apoyar iniciativas promercado o asentar valores y actitudes favorables al modelo económico.

Los resultados los estamos viendo. Las izquierdas, que no han hecho nada bueno por el país en las últimas décadas, que no tienen si no modelos fracasados en el patio regional (Venezuela, Argentina y Nicaragua son los ejemplos más sonados), han logrado activar a su favor una narrativa que, según las encuestas, ha adquirido predominio mayoritario.

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Es menester repensar seriamente el proceso de regionalización. Ya hay masa crítica suficiente de muchos académicos o políticos lanzando ideas interesantes sobre cómo sobrellevar esas reformas. Sería interesante y propicio que el gobierno o el Congreso conformen una Comisión de alto nivel encargada de ese proceso y que al cabo de un tiempo sensato arroje propuestas a ser discutidas y, si es posible, aprobadas legislativamente.

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La narrativa está a la mano. El centro y la derecha deben despercudirse de una inexplicable vergüenza por defender los inmensos logros alcanzados en los pasados treinta años y que ningún país de la región ha obtenido. Desde fuera nos ven como un ejemplo a seguir. Los protagonistas internos, no parecen, sin embargo, ser conscientes del activo político que tienen entre manos.

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Si el Congreso no se percata de su descrédito y que es inadmisible, política y socialmente, que haya solo elecciones presidenciales y ellos quedarse hasta el 2026, será el primer y gran responsable de que la crisis social escale al punto de que la demanda principal ya no sea solo que se cierre el Legislativo sino que se convierta en protagónica una demanda que hoy aún es marginal, como es el pedido de una Asamblea Constituyente.

En momentos como éste, las reacciones deben ser rápidas. Corresponde que esta semana el Parlamento tome cartas en el asunto y apruebe la iniciativa presidencial, sumando esfuerzos para que se aplaque la protesta social y dejar sin piso a los azuzadores radicales que quieren ganar espacio político en esta crisis para capitalizar luego electoralmente la situación. Un Congreso miope y terco solo hará que la perspectiva del país se vaya en picada.

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De acuerdo a este panorama presentado, es necesario ensayar –desde los partidos políticos- incentivos de participación, como programas educativos, que engarce con la problemática de los jóvenes, de la propiedad, de la educación y de la informalidad.

Existen programas televisivos alternativos como Fort Apache en España, que conduce Pablo Iglesias de Podemos, que han logrado mediatizar sus propuestas políticas desafiando la convencionalidad del otorgamiento de la información “despolitizada” por parte de los medios de comunicaciones tradicionales. Otro punto a tomar en cuenta es el trabajo con los colectivos, que si bien no han reemplazado a los diversos gremios, tienen un protagonismo social en las calles. ¡Ojo!

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A toda esta situación, se suma -durante dos décadas y media- un crecimiento económico sin precedente que generó un nuevo rico venido desde abajo, cuya expresión máxima es César Acuña. Pragmático y que se jacta de no leer libros. El que hizo dinero lucrando con la educación superior sin importar la importancia del egresado de la que universidad a la que él representa.

Así es, estimado lector, sobre este panorama social es que se hace actualmente política.

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A lo largo de su copiosa discografía, Frank Zappa dirigió muchas otras canciones a criticar, sin eufemismos ni poéticas digresiones, a los corruptos de cuello y corbata que usan el poder para enriquecerse. A pesar de que sus composiciones de tipo político son extremadamente localistas, varias de esas frases y razonamientos, realizados en contextos musicales que abarcan desde el rock hasta la música instrumental de vanguardia, pueden aplicarse a cualquier otra realidad incluyendo, por supuesto, la nuestra. Por ejemplo, al escuchar Dickie’s such an asshole (Roxy & Elsewhere, 1974), que dedicó originalmente a Richard Nixon y, una década después, a Ronald Reagan, pienso en prohombres nacionales como Alan García, Alberto Fujimori, Pedro Castillo o en alguno de los nombres que hoy pretenden llegar -o, como en muchos casos en todo el país, regresar- al sillón municipal, que gritan “¡no soy criminal!” cuando en las caras nomás se les nota.

Otra de esas canciones frontales que Zappa dedicó a los políticos de su país fue Hot-plate heaven at the Green Hotel (Does humor belong in music?, 1986), cuya letra va directo al corazón del sistema bipartidista estadounidense: “Los republicanos te tratan bien / si eres un multimillonario, / los demócratas son justos / si todo lo que tienes es lo que traes puesto, / ninguno de los dos vale realmente / porque a ninguno de los dos les importa / si hay calefacción en este hotel / porque nunca han estado allí”. O su clásico I’m the slime (Over-nite sensation, 1973), en que los disparos son para la telebasura: “Soy vulgar y pervertida, obsesiva y trastornada, / he existido por años pero nada ha cambiado, / soy la herramienta del gobierno para regularte… / Te hago pensar que soy deliciosa / con las cosas que digo, / soy lo mejor que puedes tener / ¿ya adivinaste quién soy? / soy la baba que sale a diario de tu televisor”. Que levante la mano quien no haya pensado en nuestra televisión de señal abierta, sus entrevistas políticas timoratas o sus programas de farándula ramplona.

Finalmente, dos joyas de la corona en el universo zappesco. The idiot bastard son (We’re only in it for the money, 1968), que habla de un personaje oscuro y tonto cuyo padre “es un nazi con un escaño en el Congreso y su madre, una prostituta de algún lugar de Los Angeles”. La compleja melodía de este tema cautivó tanto a Sting que le pidió permiso a Zappa, en 1988, para incluirla en su gira mundial (aquí podemos oír la versión del ex líder de The Police). Y Trouble every day (Freak out!, 1966), una crónica periodística en la que el autor nos habla de racismo, política, abusos policiales y más.

Pero, volviendo a Agency man. En la versión de 1993, sin cortes, aparece una estrofa más, de antología, dedicada a los políticos y sus campañas electoreras: “¡Vamos a California! / ¡Páganos antes de salir! / Conseguiremos a un nazi sonriente / y lo llevaremos marchando por el camino. / Contrata a un niño, besa a un niño, / invita a las damas el té, / y aquí tienes un par de discursos / que te pasaremos gratis”. Con esta canción, Frank Zappa nos muestra su absoluto desprecio por los políticos, sus financistas y asesores, por lo que se hace indispensable, para aquellas personas que sentimos lo mismo, conocer estas canciones que trascendían los límites del espectro rockero tradicional. En estos tiempos de Bad Bunnys y Chris Martins, que navegan entre la vulgaridad y la sofisticación como las dos caras de una misma moneda, la del escapismo individualista, envanecido y ostentoso, hace falta escuchar a artistas como Frank Zappa que, con inteligente rabia, no dejaban títere con cabeza en sus composiciones musicales. O entrevistas, como esta de 1990.

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