En el mundo, caído el muro de Berlín en 1989, el eje izquierda/derecha que dominaba la política ha ido variando. Eso no quiere decir que haya desaparecido. En lo más mínimo, existen, pero de manera crítica, sin horizonte articulado y definido. Eso se debe a que hay significantes –producto del avance de la globalización y de nuevas formas de producción y de socialización- que han ido modificando la arena política. Laclau ha denominado en “La razón populista” a este nuevo campo el versus entre los de arriba y los de abajo, que trasciende la clásica lucha entre el trabajador y el capitalista.
En el Perú, la política no escapa a dicho cambio. La lucha entre los de arriba y los de abajo, expresada entre los del establishment y los antiestablishment ha ido configurando la cultura política y la forma de hacer política. Es cotidiano –por ejemplo- escuchar en la desafección ciudadana que tales políticos son “las mismas caras de siempre”, “que son tradicionales”, así como “habla mucho y no hace algo concreto por nosotros”. Es decir, hay un sentido común sobre los políticos que luchan por sus propios intereses que por el interés general.
Asimismo, si bien el capital en general no es cuestionado, lo que sí es cuestionado es el capital transnacional, que ha generado más costos que beneficios, según los que operan este discurso, generando una plataforma de modelo de desarrollo alternativo, en la que el capital nacional tenga protagonismo.
Los cambios estructurales en lo económico han configurado también nuevas formas de asociación, en la que los colectivos cobran singular importancia para temas concretos vinculados a lo ciudadano (léase derechos étnicos, LGBTI, de propiedad, entre otros), así como para la defensa del consumidor. Las viejas formas –por ejemplo- sindicales, que si bien existen, ya no son convocantes por su excesiva regulación de la participación. Ni qué decir de los partidos políticos que no han sabido adaptarse a estos cambios en términos organizacionales.
¿Cómo encauzamos estos cambios? Por allí pasa la nueva centralidad de la política. Pasa por reconstruir la confianza política confrontando las viejas formas de hacer política.