Con dos colaboradores estelares, Adam McDougall, ex tecladista de The Black Crowes, y la legendaria violinista Scarlet Rivera, quien fuera parte de la gira Rolling Thunder Venue de Bob Dylan (1976), Howlin’ Rain ofrece un sustancioso y caleidoscópico menú para los amantes del rock clásico: de las iniciales atmósferas floydianas en Prelude al tema-título de 16 minutos que parece un batido de David Gilmour en Echoes (Pink Floyd, 1970) con Tom Scholz en Foreplay/Long time (Boston, 1976), a los solos inspirados en Jerry García de Annabelle; los instrumentistas disfrutan de la alegría de tocar todo lo que quieran, sin que nadie les reproche ello con disforzadas acusaciones de autoindulgencia. La animada Don’t let the tears es un country-rock con espaciales intervenciones de McDougall en el Fender Rhodes y dobles guitarras como los Allman Brothers en Jessica, del disco Brothers and sisters (1973).
Luego de salir al mercado este disco -«un viaje de 52 minutos a un reino imaginario de exageradas conexiones con el presente» como dicen ellos mismos-, Miller volvió a rearmar la banda, esta vez con Jason Soda (voz, guitarra), Kyre Wilcox (voz, bajo) y Justin Smith (voz, batería), el único sobreviviente de la formación que había grabado The Dharma Wheel. Con la reapertura de las agendas de conciertos, Miller y su combo están saliendo de nuevo al camino, anunciando fechas en EE.UU., Europa y Australia. La nueva alineación de Howlin’ Rain es tan buena como las anteriores, como puede apreciarse en estas sesiones grabadas en los estudios Palomino Sound de Los Angeles, en octubre pasado.
La actual degeneración de la filosofía DIY («Do It Yourself») -que fue la base conceptual de importantes movimientos como el punk y sus derivados, las primeras generaciones «indie» y muchos no músicos que realizan cosas interesantes con pocos talentos, digamos, formales y/o mínimos recursos-, que hoy nos condena a escuchar a diario cómo cualquier paparruchada recibe adjetivos como «espectacular», «extraordinario», «capo», ha ocasionado que bandas como Howlin’ Rain pasen desapercibidas para los públicos masivos que regalan su admiración a lo que sea que esté de moda. Su éxito consiste en otra cosa, que es más difícil de conseguir: crear mundos paralelos, dominar a la perfección sus instrumentos, generar emociones positivas en la gente. En un mundo como este, contaminado de materialismo y superficialidades de todo tipo, guerras, corruptelas y pandemias, eso no tiene precio.