Tanto las oníricas ondulaciones electrónicas de Silvania como los rabiosos ataques satanistas de Mortem son propuestas musicales no aptas para todo tipo de oyente. En ese sentido, conservan esa aura de marginalidad propia de sus orígenes subterráneos. En ambos casos, hablamos de bandas que basan su desarrollo musical en la técnica. Por un lado, la técnica para la compleja ejecución de guitarras eléctricas que recuerdan a los cacofónicos latigazos de Hanneman y King en Slayer, o los frenéticos azotes a la batería, típicos en bandas como Death, Slayer o Morbid Angel. En lo que se refiere a Silvania/Ciëlo, el asunto técnico tiene que ver con el dominio y perfeccionamiento en la creación de atmósferas a través de sintetizadores, secuencias, alteración de guitarras, teclados y voces, efectos, etc., que Mario y Cocó realizaban en cada álbum, evocando a las escuelas alemanas de Can y Klaus Schulze o los trabajos de Brian Eno.

Las letras de Mortem son oscuras y catárticas, invocando permanentemente a las imaginerías clásicas del ocultismo con frases en latín, gruesas diatribas contra las iniquidades humanas y odas a Satanás y sus adláteres. En sus carátulas no faltan las gárgolas, los machos cabríos y escenas de cuadros como Crucifixión y juicio final, díptico del belga-holandés Jan Van Eyck (1390-1441), que sirve de carátula al último disco oficial del cuarteto, Deinós nekrómantis (2016) o del español Francisco de Goya (1746-1828), cuyo óleo titulado Hexensabbat o El aquelarre (1798) ilustra su álbum debut. Mientras tanto, Silvania hace uso de fórmulas repetitivas y breves, a manera de haikus, con palabras suaves y voces susurradas, alternando sueños astrales con poesías románticas, a veces escritas por ellos mismos y otras, citando a personajes como Blanca Varela, con carátulas cargadas de enigmáticas líneas y colores neblinosos que pueden remitir a la absoluta calma o la tensa y silenciosa depresión.

Mortem -cuya última alineación conocida fue la de los hermanos Cerrón Palomino (Fernán en voz y guitarra, Álvaro en batería) junto con José «Chino Morsa» Okamura (bajo) y Christian John (guitarra) tuvo un momento estelar en su carrera hace poco más de una década, cuando fueron invitados para ser teloneros de sus adorados Slayer, en aquel infernal concierto de junio del 2011 en el Estadio de San Marcos. Y, aunque ya llevan más de cinco años de silencio, conservan aun su estatus como banda de culto (ver aquí una amplia entrevista a los Cerrón Palomino en el portal especializado alemán Voices From The Dark Side).

Por el lado de Silvania, tras el sórdido asesinato de Cocó Revilla, ocurrido en Madrid en septiembre del 2008, Mario inició un voluntario silencio que rompía esporádicamente hasta que, en el 2018, reinició sus actividades acompañado por Antonio Ballester, Silvana Tello, Andrés Pérez Crespo y Omán Mori manipulando theremines, secuenciadores y pianos. En el blog Apostillas desde la disidencia, una aproximación muy detallada a este segundo debut de Silvania. Con su nueva alineación, Mario “Silvania” Mendoza publicó Todos los astronautas dicen que pasaron por la luna (2020-2021), en el que se muestra un Silvania reivindicando su pasado y, a la vez, iniciando un nuevo camino en sus exploraciones musicales, con guiños a algunas de sus fuentes de inspiración -Jean Michel Jarre, Spacemen3, The Durutti Column-, un cover del éxito de 1970 Y volveré, del grupo nuevaolero chileno Los Ángeles Negros y, por supuesto, una canción de homenaje al compañero caído, titulada Danzante espacial.

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Música

Otro músico peruano de categoría mundial es Álex Acuña, que saltó de su natal Pativilca (Barranca, Lima) a las grandes ligas del jazz-rock norteamericano, como baterista de Weather Report, una de las bandas más importantes de los setenta. Con ellos grabó dos discos fundamentales de este género, Black market (1976) y Heavy weather (1977) y tocó en el Festival de Montreaux, como apreciamos en este video. Desde entonces, Acuña ha tocado y grabado con los mejores artistas del pop, R&B, rock y jazz del mundo. Acuña nunca perdió su conexión con nuestro país, al cual regresa siempre para recitales y clases maestras. Probablemente no habría alcanzado tales logros en el Perú discriminador de entonces (y de ahora).

En los ochenta, Susana Baca pasaba los días en casa de Chabuca Granda, cantando y componiendo sofisticados landós y festejos, géneros que aprendió de sus familiares, fundadores de Perú Negro. Sin embargo, nadie notó su existencia hasta que David Byrne, inquieto músico de rock (cantante y guitarrista de Talking Heads), la descubrió y convirtió en estrella internacional a través de su sello Luaka Bop. Hoy es una artista global de gran importancia e incluso en 2011 fue invitada por el gobierno de Ollanta Humala para ser Ministra de Cultura, aprovechando su fama y buenas intenciones. Duró cuatro meses en el cargo. Baca se codea siempre con las ligas mayores de la escena del jazz, como por ejemplo aquí, junto a los sorprendentes Snarky Puppy.

Otros casos: el guitarrista Lucho Gonzáles, que hizo una exitosa carrera en Argentina, donde acompañó a Mercedes Sosa y formó El Trío, junto al pianista Lito Vitale y el quenista Jorge Cumbo -después reemplazado por Bernardo Baraj (aquí su extraordinario primer álbum de 1984); los hermanos Óscar y Ramón Stagnaro -fallecido en febrero de este año a los 67 años-, solicitados músicos de sesión que han grabado con Alejandro Sanz, Yanni, entre otros. Más recientemente, es notable el trabajo de Tony Succar, joven multi-instrumentista y productor que grabó en Miami el álbum Unity (2015), catorce canciones de Michael Jackson en ritmo de salsa, arregladas por él e interpretadas por más de 100 músicos y luminarias de la escena latina como Tito Nieves, La India, Jon Secada y Obie Bermúdez.

El éxito mundial de nuestros compatriotas es, sin duda, un orgullo para el país. Pero no debemos olvidar que son casos aislados pues sus trayectorias florecieron y se desarrollaron lejos de nuestras fronteras, libres de las limitaciones del sistema educativo nacional.

A los casos mencionados, podemos añadir otros, notables artistas que en nuestro medio solo son conocidos por tres tipos de público: sus colegas o allegados, los nostálgicos que vivieron en la época en que surgieron, y los conocedores, melómanos y coleccionistas, siempre minorías frente a los públicos masivos que admiran a los jueces de La Voz Perú. Por ejemplo, la cantante chiclayana Tania Libertad, a pesar de haber desarrollado una amplia carrera discográfica en el Perú, grabando música criolla, encontró éxito internacional únicamente cuando decidió emigrar a México, donde compartió escenario con grandes estrellas de la música latina, incrementando su repertorio con boleros, rancheras y poemas musicalizados. Un ejemplo, en este enlace.

Pero esta indiferencia interna hacia el talento nacional es de larga data: en los cincuenta, la soprano vernacular Yma Súmac -nombre real: Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo- salió del Perú siendo una desconocida y llevó su impresionante rango vocal a los mejores auditorios de Norteamérica y Europa e incluso llegó al cine, grabó cuatro LP de antología para el prestigioso sello Philips Records y hasta obtuvo una estrella en el famoso Paseo de la Fama de Hollywood. Escuchemos Bo mambo, de su tercer álbum Mambo! (1954). Ambas comenzaron a recibir atención en nuestro país solo cuando las noticias de sus triunfos llegaron, como realidades innegables y de suculento potencial comercial, desde afuera. A partir de ello sus conciertos y producciones discográficas, antes limitados a pequeños grupos de seguidores, se anunciaron con grandes titulares en los cuales una frase hecha aparecía como repetición efectista y disforzada: “orgullo peruano”.

Lo mismo ocurrió con Aníbal López (percusionista) y Lucho Cueto (pianista), músicos y arreglistas cuyas habilidades fueron apreciadas por Celia Cruz, Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Willie Colón, entre otros. Ambos recorrieron Latinoamérica acompañando a estas estrellas de la salsa y acá son, por supuesto, material para los clásicos reportajes de cinco minutos que, una vez emitidos, se olvidan instantáneamente. Jamás podríamos relacionar sus exitosas trayectorias al apoyo del Estado, la empresa privada o el público nacional, siempre más dispuesto a “hacer famosos” a otros personajes de la escena local, destalentados que apelan sin descaro al escándalo mediático, la chacota o el barato exhibicionismo que tanto disfrutan las masas. Un caso reciente es el joven vocalista limeño Renzo Padilla, que desde hace varios años canta en la orquesta del extraordinario pianista Eddie Palmieri en los mejores escenarios y festivales de salsa y latin jazz sin que nadie se entere en los medios locales.

Y es que la ausencia de la música en las currículas escolares no solo afecta a la formación de artistas sino también a la capacidad apreciativa del público, que termina consumiendo únicamente lo que ofrecen los medios de comunicación convencionales y no desarrollan un conocimiento integral de las principales manifestaciones musicales del Perú. Nombres como Jorge Bravo de Rueda, Miguel Ángel Hurtado Delgado o Daniel Alomía Robles, por ejemplo, son absolutamente desconocidos masivamente, a pesar de haber compuesto Vírgenes del sol, Valicha y El cóndor pasa, tres emblemáticas canciones peruanas admiradas en el mundo entero.

Como vemos, la situación de los músicos talentosos -los conocidos y los que están en formación- en el Perú no está exenta de los problemas comunes que aquejan a su situación social, política y económica. Todos estos ejemplos –y otros, más populares, como Eva Ayllón o Gian Marco- han tenido posibilidades de crecer y consolidarse por las condiciones que les brindó el mercado internacional o los contactos que lograron hacer desde muy pequeños. Solo promoviendo la educación musical desde la niñez esta situación podría cambiar y dejar de ser una colección de casos aislados.

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Música

Ya en el siglo 20, no podemos dejar pasar al hombre de las caras graciosas, los sombreros bombines y los trajes a cuadros, Spike Jones quien, entre los cuarenta y los sesenta, sorprendió al mundo burlándose de la música romántica, clásica y del jazz con sus alocadas interpretaciones que incluían bocinetas, kazoos, bloques de madera, estornudos, silbatos, tortazos y demás elementos inesperados en el contexto de las canciones que convertía en sano divertimento musical, pero con altos niveles de sofisticación y talento. Les Luthiers, por supuesto, crecieron admirando a Spike Jones & His City Slickers (aquí en un video de 1964).

Quienes crecimos en los ochenta, viendo Disco Club, recordamos por supuesto, al extraordinario parodista norteamericano Alfred “Weird Al” Yankovic quien, entre 1983 y 2014 produjo quince álbumes con réplicas extremadamente precisas, nota por nota, de canciones conocidas en el momento en que estas lideraban los rankings. A los temas les cambiaba la letra completamente, transformándolas en jocosas maneras de burlarse de artistas como Michael Jackson (Eat it), Dire Straits, Madonna (Like a surgeon), Nirvana (Smells like Nirvana), Lady Gaga y un largo etcétera.

Aunque la ley norteamericana no exige a los parodistas contar con la autorización de los compositores de los temas que intervienen -como menciona el cronista de este medio Jaime Cordero en nota publicada aquí-, Weird Al tenía, como ética de trabajo -he ahí uno de los conceptos clave para entender la diferencia entre lo suyo y lo de Tito Silva- la costumbre de presentar su versión a los autores originales antes de grabarla. Otra cosa, Yankovic no solo adaptaba letras y regrababa músicas, también reproducía, a veces cuadro por cuadro, los videoclips de sus fuentes de inspiración. Además, el cantante, productor y acordeonista componía sus propios temas y hacía estrambóticos arreglos, en tiempo de polka, de medleys de canciones famosas (como este), de una complejidad alucinante. Un artista visual y sonoro en todos los sentidos.

Otro ejemplo de verdaderos parodistas musicales y de agudo corte político también se desarrolló en Estados Unidos. Y también en los ochenta. Me refiero al irreverente elenco de cantantes y pianistas conocidos como The Capitol Steps, formado en 1981 por un grupo de ex asesores congresales, que tomaron su nombre de un escándalo protagonizado por un congresista de la época y su esposa, quienes fueron descubiertos teniendo relaciones sexuales en las escalinatas del famoso Capitolio. Su talento para voltear las letras de conocidas canciones de Broadway, Disney, Hollywood y clásicos del pop, rock y jazz para mofarse y criticar los gobiernos de seis presidentes -Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama y Trump-, sus principales personajes y situaciones, los convirtió en una sensación en su país. Su discografía tiene más de cuarenta títulos, como los extraordinarios We arm the world (1985), Georgie on my mind (1990), Between Iraq and a hard place (2003) o Make America grin again (2018), clásicos del humor político e imposibles de encontrar en YouTube, salvo esta recopilación de animaciones. Como los sketches de Saturday Night Live, The Capitol Steps -que anunciaron su retiro en el 2021 debido a las restricciones para presentarse en vivo que trajo el COVID-19- son un clásico de la contracultura moderna.

Recordar a todos estos geniales artistas de la palabra y la música, en clave de humor inteligente y cuestionador, hace que Mi bebito fiu fiu aparezca frente a mí en su real dimensión, su poquedad, su estrechez de miras. Y es lamentable porque Tito Silva apuesta por la medianía por elección propia, obsesionado con la fama barata y los likes. Capaz de tocar Kathy la reina del saloon de Les Luthiers, Gypsy woman de Crystal Waters o Harden my heart de Quarterflash con facilidad, prefiere la viruta del éxito mediático y farandulero, asociándose al reggaetón, la chacota y la telebasura.

Tito Silva & Tefi C. representan una nueva y degradada versión de la antigua filosofía retomada por la subcultura punk que instaba a hacerlo todo uno mismo. El “Do It Yourself” del siglo 21 no implica abrir las puertas para que artistas de valor pero sin contactos ni padrinos se animen a registrar sus trabajos sin depender de grandes compañías discográficas ni de la aceptación de los medios convencionales. Lo que permite este libertinaje supuestamente creativo es la carta blanca para hacer cualquier cosa, con el único requisito de que el público compre y compre sin parar.

Escuchar a jóvenes reporteros de espectáculos alabar Mi bebito fiu fiu, con la monserga esa de la “creatividad peruana”, sin detenerse un minuto para informar cuál era su verdadero origen, ofrece un somero vistazo del paupérrimo estado del moderno periodismo de entretenimiento. Hoy, las nuevas promociones de periodistas en este y otros temas -política, cultura, deporte, sociedad, medio ambiente, etc.- no trabajan como profesionales interesados en generar y orientar a la opinión pública, sino desde la óptica del usuario común y corriente de redes, el superficial cibernauta que a todo responde con likes, corazoncitos y emoticones de colores.

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Mi bebito fiu fiu, Tito Silva Music

El cantautor, actor y político Domenico Modugno, grabó, en 1976 Il maestro di violino como parte del soundtrack de un film homónimo, protagonizado por él en el papel de un maestro de violín con un oscuro pasado. En la canción, el crooner italiano se declara enamorado de su alumna, treinta años menor que él. La canción tuvo gran impacto en nuestro país en su versión en español, El maestro de violín. Y, en nuestro país, la nuevaolera Kela Gates grabó, en 1968, Al maestro con cariño, versión en español del clásico de Lulu, To Sir with love, tema central de la película de 1957 del mismo nombre, protagonizada por el recordado actor afroamericano Sidney Poitier.

En el mundo del rock, en cambio, las temáticas suelen ser más mundanas. A la sobreexpuesta Another brick in the wall, Part II, en que el mantra “no necesitamos educación, control del pensamiento ni oscuros sarcasmos en el salón” resume la tonalidad sombría de The wall (1980) de Pink Floyd, en que se lanzan feroces críticas al sistema educativo británico; podríamos agregar The teachers are afraid of the pupils (1995), del quinto disco como solista de Morrissey, exvocalista de The Smiths, un siniestro paseo por la psiquis de alumnos en manos de profesores no preparados para tan delicada tarea, embellecido por una oscura melodía del ruso Dmitri Shostakovich, usada como sampler. En la otra esquina, el cuarteto de hard-rock norteamericano Van Halen rompió esquemas con Hot for teacher (álbum 1984), en que alumnos de Secundaria imaginan que su maestra es una bailarina de nightclub; o los sureños .38 Special, con el single Teacher, teacher, parte de la banda sonora de una película de ese mismo año, llamada también Teachers. Volviendo al rock inglés, Elton John también fantaseó con su maestra (¿o sería su maestro?) en el tema de 1973 Teacher I need you; mientras que los progresivos Jethro Tull jugaron con la idea del profesor que te enseña a divertirte en lugar de seguir los dictados de la sociedad, en Teacher, canción que apareció en la versión norteamericana de su tercer LP, Benefit, de 1970.

En nuestro país, los guitarristas Pepe Torres, Rafael Amaranto, Manuelcha Prado y Raúl García Zárate han sido maestros, en sus academias, de varias generaciones de destacados músicos criollos y folklóricos como Julián Jiménez, Ricardo Villanueva, Riber Oré, Yuri Juárez, Óscar Cavero, entre otros, testimonio vivo de esta relación entre música y maestros.

 

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Música

El próximo 7 de agosto sube al octavo piso Caetano Veloso, probablemente el cantautor brasileño más importante después de Antonio Carlos Jobim, pieza fundamental en el movimiento del Tropicalismo –o Tropicália, como se le llamaba también- a finales de los años sesenta, que enfrentó con poesía, cine y música a los inicios de la Junta Militar que dio un golpe de Estado en su país, en 1964. Con más de cinco décadas de ininterrumpida trayectoria artística, la música de Veloso, que cubre un extenso rango de estilos, desde el bossa nova tradicional hasta el rock experimental, pasando por baladas, fusiones y demás, ha influenciado a todos los grandes exponentes de la MPB (Música Popular Brasileira), desde Rita Lee hasta Tribalistas. Su cómplice y hermano musical, Gilberto Gil, también llegó a los 80, el pasado 26 de junio. Y Milton Nascimento, otra superestrella musical del Brasil, que ha grabado con grandes del jazz como Wayne Shorter y Herbie Hancock, lo hará el 26 de octubre. Aquí podemos verlos a los tres haciendo lo suyo, junto a Gal Costa y Sting, en 1989.

Hablando de jazz, cómo olvidarnos del guitarrista John McLaughlin, factótum de The Mahavishnu Orchestra, proyecto de jazz-rock que armó luego de trabajar para Miles Davis en históricos álbumes como In a silent way (1969), Bitches brew (1970) y A tribute to Jack Johnson (1971). En este grupo reunió a músicos de cinco nacionalidades diferentes: Jan Hammer (teclados, Checoslovaquia), Rick Laird (bajo, Irlanda), John Goodman (violín, Estados Unidos), Billy Cobham (batería, Panamá) y él, por supuesto, que venía de Inglaterra. Con esta alineación, la orquesta Mahavishnu publicó dos extraordinarios álbumes, The inner mountain flame (1971) y Birds of fire (1973). Luego su elenco cambió en dos etapas más, de 1974 a 1976 y de 1984 a 1987.

Paralelamente, entre 1976 y 1978, McLaughlin fundó Shakti, junto a tres músicos de la India, para explorar las lejanas sonoridades de cítaras y tamboras y mezclarlas con el jazz. McLaughlin, además, se unió a otros dos geniales guitarristas, el español Paco de Lucía y el ítalo-norteamericano Al Di Meola, para grabar dos inolvidables discos, Passion grace and fire (1983) y The guitar trio (1995). Aquí los vemos tocando Meditarranean sundance, en una de las galas benéficas que ofreciera el fallecido tenor italiano Luciano Pavarotti, denominadas Pavarotti & Friends, en el año 1996, en favor de los niños y familias damnificadas por la guerra en Bosnia. McLaughlin, cuya discografía personal supera los veinte títulos, cumplió 80 el 4 de enero.

Otra leyenda del jazz, el francés Jean Luc-Ponty, celebrará su octava década de vida el próximo 29 de septiembre. Pionero del violín eléctrico, Ponty ha lanzado más de cuarenta álbumes como solista, con melodías inmediatamente reconocibles como Egocentric molecules -del LP Cosmic Messenger (1978)- o New country –de Imaginary voyage de 1976-. Previamente, Ponty fue miembro de The Mothers Of Invention de Frank Zappa, entre 1973 y 1974 y estuvo en la segunda formación de The Mahavishnu Orchestra, para los discos Apocalypse (1974) y Visions of the emerald world (1975), verdaderas joyas del jazz-rock. Durante las décadas siguientes, Ponty produjo piezas en las que fusionó jazz, sonidos del África y del Medio Oriente, con música clásica y toques electrónicos.

Leo Dan (nombre real: Leopoldo Dante Pérez), compositor argentino de baladas y nueva ola, también cumplió 80 este 2022, 22 de marzo. Sus canciones –Cómo te extraño, mi amor (1964), Mary es mi amor (1970), Te he prometido (1969), Celia (1963)- son eco de un pasado en que las letras en español brillaban por su romanticismo y sencillez. También de Argentina, Mauricio Birabent, más conocido como Moris, alcanzará los ochenta años el 19 de noviembre. Moris es uno de los padres fundadores del rock en nuestro idioma, con canciones como Ayer nomás, De nada sirve o Esto va para atrás –de su primer LP, Treinta minutos de vida (1970)- que dan cuenta de un talento feroz, rebelde y contracultural, que sentó las bases de la escena bonaerense. El tema El oso, el más representativo de aquel vinilo del sello Mandioca, fue popularizado entre nosotros por Daniel F., quien lo grabó para el quinto disco oficial de su banda Leusemia, Al final de la calle (2001).

Andy Montañez, una de las mejores voces de la salsa, celebró sus 80 años el 7 de mayo cantando en Cuba, y repitió la faena el 5 de junio, en el multitudinario Festival Salsa al Parque realizado en Colombia, en la Plaza Bolívar de Bogotá. Montañez, conocido como “El Niño de Trastalleres” –en alusión al barrio de Santurce donde nació- fue vocalista de El Gran Combo de Puerto Rico entre 1962 y 1976, grabando incombustibles clásicos salseros como Un verano en Nueva York (1975), Julia (1972), Achilipú (1971), Esos ojitos negros (1968), entre otros. Después de un breve paso por la orquesta venezolana La Dimensión Latina (1977-1980), inició su carrera como solista registrando éxitos como Casi te envidio (1988), Boca mentirosa (1982), Cobarde, cobarde (1987) o Payaso (1985).

Barbra Streisand (24 de abril) y Carole King (9 de febrero), dos brillantes estrellas de la canción norteamericana, celebraron sus ochenta en plena actividad. La primera, poseedora de una voz increíble y una carrera impresionante en cine, teatro, televisión y más de cincuenta producciones discográficas, estuvo ofreciendo conciertos hasta 2018-2019 en Las Vegas, siempre a casa llena. Por su parte King, que escribió -junto a su primer esposo Gerry Goffin- canciones que fueron inmortalizadas por otros artistas como Chains (The Beatles, 1963), Will you love me tomorrow? (The Shirelles, 1960), The loco-motion (Little Eva, Grand Funk Railroad, Kylie Minogue) o (You make me feel like) A natural woman (Aretha Franklin) y, posteriormente, interpretó sus propias canciones como It’s too late, I feel the earth move o You’ve got a friend, fue incluida el año pasado en el Rock And Roll Hall Of Fame y Broadway hizo un musical con sus canciones, estrenado en el 2014 bajo el título de Beautiful: The Carole King Songs.

Otras estrellas de la música que estrenan el título de octogenarios este 2022 son: Graham Nash, vocalista británico de The Hollies y Crosby, Stills, Nash & Young (2 de febrero); John Cale, violista y bajista de The Velvet Underground (9 de marzo), Bill Conti, compositor de la banda sonora de Rocky (13 de abril); Roger McGuinn, vocalista/guitarrista de The Byrds (13 de julio); Jack DeJohnette, baterista de jazz, de la escuelita de Miles Davis (9 de agosto); Carlos Núñez Cortés, pianista de Les Luthiers (15 de octubre); Daniel Barenboim, pianista y director de orquesta argentino-israelí (15 de  noviembre); Andy Summers, guitarrista de The Police (31 de diciembre).

Y habrían cumplido 80, entre otros, Jimi Hendrix, Brian Jones, Jerry García, Aretha Franklin, Lou Reed, Manolo Otero, Juan Formell, María Martha Serra Lima, Tim Maia, Lou Reed y Marcos Mundstock.

A todos, a los que están y a los que no, feliz cumpleaños. Y muchas gracias por la música.

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Cultura, Música, Paul McCartney

En lo musical, Fleetwood Mac funcionaba a la perfección, una verdadera máquina de profesionalismo y creación de éxitos. A los super vendedores Fleetwood Mac y Rumours le siguieron el álbum doble Tusk (1979) y Mirage (1982), con sus correspondientes giras, accidentadas tras bambalinas pero brillantes de cara al público. Nicks, ya convertida en una heroína del rock, con sus vestimentas vaporosas, sus movimientos de derviche en trance giratorio y su ronca voz, inició un tortuoso camino de romances inestables e intensos a la vez, sazonados con una grave adicción a las drogas. Tras una relación de casi un año con Mick Fleetwood -también en medio del divorcio de los McVie y sus idas y vueltas con Buckingham- la cantautora estuvo con Don Henley, baterista y cantante de Eagles; el productor Jimmy Iovine, quien trabajó con ella en su primer disco en solitario; el guitarrista Joe Walsh, también de Eagles; y algunos más, lo cual encendía la ira de Buckingham. A este periodo pertenecen éxitos como Tusk, Hold me, Sara y Gypsy, una referencia autobiográfica a la vida bucólica que llevó como veinteañera en los años sesenta.

Luego vinieron cinco años de silencio para el grupo. Nicks desarrolló su carrera como solista con mucha proyección, a la vez que trataba de rehabilitarse. Los demás se mantuvieron también activos pero sin la resonancia de la cantautora. En 1987 el grupo se reunió para grabar el LP Tango in the night, que colocó siete temas en los rankings de todo el mundo, entre los que destacaron Little lies, Everywhere (de Christine), Big love (de Buckingham) y Seven wonders (de Nicks). Sin embargo, los desencuentros entre Nicks y Buckingham eran tan fuertes que el guitarrista no pudo más y, tras una acalorada discusión que terminó con Lindsay tratando de ahorcar a Stevie delante de todos, renunció a participar de la gira mundial de este brillante álbum que puso de nuevo a Fleetwood Mac en el mapa del rock mundial. Para reemplazarlo, Fleetwood contrató a dos guitarristas, Rick Vito y Billy Burnette.

Desde entonces, la carrera de Fleetwood Mac se mantuvo en un vaivén constante. En 1990 lanzó Behind the mask, que produjo un modesto single con el tema Save me. Stevie Nicks decidió concentrarse en sus propios proyectos y la banda la reemplazó con Bekka Bramlett, hija del dúo Delaney & Bonnie, conocidos en los setenta por liderar un conglomerado de superestrellas bajo el nombre Delaney & Bonnie and Friends, por el cual desfilaron personajes como Eric Clapton, Leon Russell, George Harrison, Duane Allman, entre otros. En este álbum, que fue vapuleado por los críticos, se unió al grupo el legendario guitarrista y compositor Dave Mason, ex Traffic. Discográficamente hablando, la banda desapareció hasta el 2003, en que salió al mercado Say you will con Nicks y Buckingham de vuelta pero sin Christine, quien decidió tomarse un descanso tras casi cuarenta años de carrera musical.

En medio, muchas cosas pasaron en la telenovela de Fleetwood Mac. Por ejemplo, en 1992 la canción Don’t stop (1977) fue himno de la campaña presidencial de Bill Clinton. Tras ser electo, Clinton convenció a Mick, Stevie, Lindsay, John y Christine para que la tocaran en su fiesta de inauguración. Esta reunión fue la semilla para una gira de reunión que quedó registrada en el disco y DVD The dance, otro éxito de ventas millonarias. Silver springs, canción grabada originalmente para el álbum Rumours pero que no se incluyó por ser “demasiado lenta y larga”, llamó la atención por la emotiva interpretación incluida en este álbum. El tema, compuesto por Nicks, es una agridulce reflexión sentimental tras su rompimiento definitivo con Lindsay Buckingham. En 1998 la banda fue ingresada al Rock and Roll Hall of Fame, en el que aparecieron junto a un irreconocible Peter Green. Kirwan y Spencer no asistieron a la ceremonia y Bob Welch, debido a sus líos legales con el resto del grupo, ni siquiera fue mencionado.

Del 2008 al 2013 la banda anduvo de gira sin Christine, como cuarteto. Ella decidió volver en el 2014 pero Buckingham fue, otra vez, despedido del grupo, en el 2018. Y también por segunda vez, reemplazado por dos guitarristas, los renombrados Neil Finn, de la banda australiana Crowded House; y Mike Campbell, el famoso lugarteniente de Tom Petty & The Heartbreakers (aquí, en el sintonizado show de Ellen DeGeneres, tocando el clásico The chain). En el 2017 Buckingham y McVie lanzaron un disco juntos, reuniendo material que venían componiendo a través de los años. Y, en el 2020, la generación de las redes sociales ingresó a la historia del grupo cuando un hombre llamado Nathan Apodaca publicó, en su cuenta de TikTok, un video manejando una patineta y haciendo fonomímica del tema Dreams (1977). El video se hizo viral y sobrepasó las 50 millones de reproducciones en el mundo entero, haciendo que el tema encabece las listas de popularidad y descargas en Spotify, 43 años después de su lanzamiento original. Danny Kirwan, miembro seminal del grupo, falleció en el 2018, a los 68 años. Un año después Lindsay Buckingham fue sometido a una cirugía a corazón abierto tras sufrir un infarto. Stevie Nicks, quien declara no verlo desde su segundo despido del grupo, le escribió una sentida carta para darle ánimo en su recuperación.

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Fleetwood Mac II

También en este periodo apareció el tercer LP de Fleetwood Mac, titulado Then play on (1969) -la frase es una adaptación de una línea shakesperiana-, una colección alucinante de composiciones de Green y Kirwan de enorme creatividad y riqueza, que van del blues estricto de Show biz-blues, One sunny day, Like crying o Rattlesnake shake a fusiones con la psicodelia como en Coming your way, Closing my eyes o When you say. El disco, editado por Reprise Records, contiene además varios temas instrumentales como My dream, Underway y Fighting for Madge/Searching for Madge -estos últimos escritos por Mick Fleetwood y John McVie- que le dan a Then play on variedad y personalidad únicas. El aura profunda y luminosa de este disco se percibe desde la carátula, una ilustración naturalista del muralista británico Maxwell Armfield. 

Lamentablemente, el naciente éxito de Fleetwood Mac coincidió con la primera de sus crisis. Green, agobiado por la vida como estrella de rock, desarrolló una nociva adicción al LSD, lo cual afectó su salud mental al punto de retirarse por completo de la música. En mayo de 1970 fue su última actuación con la banda para después desaparecer casi diez años, aquejado por la esquizofrenia. En las décadas posteriores reactivó su carrera, de manera esporádica. El 25 de febrero del 2020, poco antes de la explosión pandémica, Fleetwood organizó un concierto de homenaje a su compañero, en el Teatro Palladium de Londres, con invitados de lujo como Bill Wyman (The Rolling Stones), Billy Gibbons (ZZ Top), Pete Townshend (The Who), Kirk Hammett (Metallica), Steven Tyler (Aerosmith), David Gilmour (Pink Floyd), entre otros, titulado Mick Fleetwood and Friends celebrate the music of Peter Green and the early years of Fleetwood Mac (también disponible en CD). Meses después, en julio de ese año, Green falleció a los 73 años.

El resto de aquel 1970, la banda grabó su cuarta producción discográfica, Kiln house (1971), -donde destacan las canciones Station man y el instrumental Earl Gray– sin reemplazar formalmente a Green, pero manteniéndose como quinteto por la incorporación, a tiempo completo, de la cantante y tecladista Christine McVie, quien venía colaborando con ellos desde sus inicios. A la larga, Christine sería fundamental en las siguientes etapas de la banda. Ese mismo año, Jeremy Spencer renunció intempestivamente, abandonando al grupo sin previo aviso. 

Con Danny Kirwan como principal fuerza creativa, la sólida base rítmica de Mick Fleetwood y John McVie y el gran talento de su esposa Christine como vocalista y compositora, la banda se reforzó con el ingreso del músico norteamericano Bob Welch, guitarrista de amplios recursos y, a su vez, cantante y compositor. Sin embargo, los problemas seguirían, esta vez por los desencuentros entre Welch y Kirwan, quien también comenzó a padecer de ataques de demencia e ira debido a las presiones de estar al frente de una banda con tantos compromisos. Luego de grabar dos álbumes -Future games (1971) y Bare trees (1972)- Kirwan tuvo una serie de graves episodios violentos que precipitaron su despido. A este periodo pertenecen temas como Morning rain, Lay it all down, el espacial Sunny side of heaven, Homeward bound y Show me a smile, ambas escritas y cantadas por Christine McVie.

Para reemplazarlo, Fleetwood escogió al guitarrista Bob Weston, con quien grabaron los discos Penguin y Mystery to me, ambos durante 1973, de los cuales destacan Remember me, Miles away y Hypnotized. Todo iba bien hasta que Mick Fleetwood descubrió que Weston sostenía un romance clandestino con su esposa, por lo que también fue despedido. Para el año siguiente, 1974, el álbum Heroes are hard to find -que contiene el tema-título y la excepcional Bermuda triangle– vio a Fleetwood Mac convertido temporalmente en un cuarteto liderado por Bob Welch hasta que, harto de sentirse extraño y marginado, el guitarrista de los lentes caídos decidió renunciar para iniciar su carrera como solista, la misma que tuvo regular éxito comercial en 1977 con la reversión de su composición Sentimental lady, originalmente grabada con Fleetwood Mac cinco años antes. Welch tuvo sus propias dificultades -divorcios, adicciones, enfermedades, líos legales con sus ex compañeros al punto de ser excluido de la inclusión de Fleetwood Mac en el Rock and Roll Hall of Fame en 1998- que finalmente lo llevaron al suicidio en el 2012, a los 66 años. Ese mismo año Weston falleció los 64, de cirrosis.

Hasta aquí la historia desconocida de Fleetwood Mac. La segunda parte, la de los éxitos comerciales y desastres personales, se las cuento el próximo sábado.

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Fleetwood Mac

El LP de 1971, el de la carátula blanca con el título al medio, escrito a mano, está compuesto por retazos de los segundos shows de cada noche, una labor finísima de edición, realizada entre junio y agosto. Contiene dos hilarantes parodias, The Mud Shark, basada en una anécdota real ocurrida en The Edgewater Inn en Seattle, Washington, conocido en los setenta como el hotel de los rockeros, que involucra a miembros de Vanilla Fudge y una “joven señorita con gustos bizarros»; y Do you like my new car?, en que la banda se burla de la subcultura de las groupies, fans femeninas que hacían literalmente de todo para estar cerca de sus músicos favoritos, uno de los temas explorados en el film suprarrealista 200 Motels, que se estrenó cuatro meses después, ese mismo año. O la tríada What kind of girl do you think we are?/Bwana dik/Latex solar beef, en que Flo & Eddie despliegan toda su destreza vocal y deslenguado histrionismo. También hay excelentes temas instrumentales como Willie the Pimp -cuya versión original es cantada por Captain Beefheart (Hot rats, 1969); o la frenética Little house I used to live in -del LP Burnt weeny sandwich (1970) con la que, supuestamente, comenzaba el show- e incluso el éxito radial de The Turtles, Happy together, para dar pase a las del “cierre”, Peaches en regalia (Hot rats, 1969), Tears began to fall; y Lonesome electric turkey, un extracto de las improvisaciones instrumentales de King Kong (Uncle Meat, 1969).

El setlist de los shows originales es, sin embargo, totalmente distinto. La banda arranca cada noche con Peaches en regalia y Tears began to fall, para luego intercalar material nuevo como la secuencia She painted up her face/Shove it right in, un anticipo del soundtrack de 200 Motels con temas grabados previamente como Status back baby (Absolutely free, 1967), Concentration moon y Mom & dad (We’re only in it for the money, 1968), en medio de las cuales inserta otra de sus rutinas humorísticas, The Sanzini Brothers, un circo alocado y escatológico, con Preston y Underwood convirtiendo un concierto de rock en una imaginaria función de carpa, payasos y malabaristas desde sus Hammonds B-3, acompañados por los redobles de Dunbar. Otro de los puntos centrales de aquellos conciertos en el Fillmore East fue la presentación de Billy The Mountain, más de 30 minutos de entretenimiento musical que combina teatro, comedia y rock, que un año más tarde, Zappa lanzó como lado A del LP Just another band from LA (1972). 

En el último concierto de la segunda noche del Fillmore, Frank y su grupo recibieron en el escenario a una pareja muy conocida, para un cierre inesperado. John Lennon y Yoko Ono se unieron a The Mothers en una intensa media hora en que hubo blues, composiciones de Zappa y una descarga de jams instrumentales. De más está decir que el histórico encuentro de estas dos importantes lumianrias del rock clásico hubiera sido musicalmente perfecto si no fuera por los insoportables berreos y alaridos de Yoko Ono. El segmento, que ya había sido publicado previamente, con ediciones, en el álbum póstumo de Frank Zappa, Playground psychotics (1992), aparece completo aquí por primera vez, con todos las intervenciones vocales de Flo & Eddie que Lennon, mañosamente, eliminó para la versión incluida en su propio LP Sometime in New York City (1972), donde no solo alteró el audio sino que además cambió títulos y se apropió de autorías, un hecho que rompió los acuerdos previos a los que había llegado Frank con el ex Beatle (más sobre ese tema, aquí).

Pero The Mothers 1971, el boxset, incluye también una grabación inédita, el concierto completo que ofrecieron en Londres, el 10 de diciembre de ese mismo año, en el Teatro Rainbow, una semana después del incendio en el Casino de Montreaux (Suiza) que destruyó sus equipos e instrumentos, evento que quedó inmortalizado en el clásico de Deep Purple, Smoke on the water (LP Machine head, 1972). 

El primero de los dos shows programados para esa noche se desarrolló con total normalidad, salvo ciertos problemas técnicos y de sonido ya que la banda tuvo que alquilar todo tras el siniestro. La casa estaba llena. Al final, Zappa anuncia la última canción, sin decir el nombre. Y de repente, las voces de Flo & Eddie comienzan a entonar I want to hold your hand de los Beatles, algo que los más de 3,000 asistentes agradecieron con mucho entusiasmo. Sin embargo, cuando ya la banda se despedía del público, un hombre enloquecido subió y, de un empujón -que se logra escuchar en el minuto y medio final del track- arrojó a Frank desde el escenario hasta la zona donde, normalmente, se ubican las orquestas, una caída de casi 3 metros de altura. Se puede sentir, en ese último tramo de sonido ambiental, la conmoción ante lo ocurrido, un oscuro momento que puso en riesgo la vida y carrera del artista. 

La prensa británica cubrió ampliamente el asunto, pero nadie supo, en el momento, la magnitud del ataque. «La banda creyó que yo estaba muerto. Después me enteré de que el tipo pensó que yo estaba haciéndole guiños a su esposa, al final del show. Eso es imposible, en ese momento la luz me da directamente a la cara y no puedo ver a nadie en el público, solo un gran agujero negro. Ni siquiera lo vi venir», comentó el músico años después. El agresor, un joven de 24 años llamado Trevor Charles Howell, fue condenado a un año de prisión. Zappa, de 31, sobrevivió milagrosamente, pero quedó muy mal herido, con una pierna y un brazo fracturados, contusiones en la cabeza y en la espalda, lo cual trajo como consecuencia el final de este corto pero fructífero período de The Mothers Of Invention.

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The Mothers

«The Fletch», como se le conocía al espigado tecladista, quien falleció a los 60 años, se consideraba a sí mismo como «el menos musical» en la banda creadora de clasicazos como Shake the disease, Blasphemous rumours, Personal Jesus, Everything counts o Enjoy the silence. En la nota que sobre él se publicó en la versión online de la revista Rolling Stone, recuerdan una declaración suya incluida en el alucinante documental sobre la banda, 101, dirigido en 1989 por el célebre D. A. Pennebaker (también director de Don’t look back (1967), acerca de Bob Dylan; Ziggy Stardust and The Spiders From Mars (1979) de David Bowie, entre otros): «Dave (Gahan) es el cantante, Martin (Gore), el compositor, Alan (Wilder), es el músico completo. Y yo, bueno, yo doy vueltas por el estudio». 

Pero, más allá de esta demostración de falsa modestia con respecto a su rol en Depeche Mode, lo cierto es que la impronta de Fletcher fue decisiva tras la salida de Alan Wilder -quien, a su vez, había reemplazado al fundador Vince Clarke, posterior factótum de Yazoo y, más reconociblemente, de Erasure- pues quedó como único encargado de los teclados y sintetizadores, además de ser el mediador entre los egos colosales de sus compañeros. Con Dave Gahan moviéndose sobre el escenario como un híbrido entre Mick Jagger, Iggy Pop y Michael Hutchence (INXS); y Martin Gore encargándose cada vez más de sus portentosas guitarras Gretsch con atuendos que parecían salidos de un baile de máscaras, Andy Fletcher quedaba como el único en estado robótico, con sus lentes oscuros y trajes largos, más parecido a un integrante de Kraftwerk que a la máquina llenadora de estadios en la que su grupo se convirtió, con hartos merecimientos por cierto, desde aquel álbum brillante llamado Violator (1990).

El caso de Alan White, por su parte, nos lleva a la verdadera realeza del rock mundial. Antes de unirse a Yes, para reemplazar a Bill Bruford -que se fue a trabajar con King Crimson tras grabar los cinco primeros discos de Jon Anderson y compañía, entre 1969 y 1972- el baterista trabajó muy de cerca con dos ex Beatles, George Harrison y John Lennon. Con el primero grabó algunas sesiones del extraordinario álbum triple All things must pass y también fue miembro estable de The Plastic Ono Band, del segundo, acompañándolos en conciertos y grabaciones, entre ellas el famoso LP Imagine. White llegó a Yes en 1972-1973, poco antes de iniciar la gira promocional del álbum Close to the edge. Tuvo solo tres días para aprender el complicado material de la banda, temas de bruscos cambios de ritmos y tonalidades, nada parecidos al directo rock and roll que venía de hacer con Lennon. White, quien además era pianista, se acomodó en el puesto dejado por el polirrítmico Bruford e hizo suyas cada una de las canciones de Yes, como queda claro en aquel concierto que mencionamos previamente, Yessongs. Aquí dos muestras de esa primera gira: And you and I y Close to the edge.

Los creativos y sólidos desarrollos de batería rockera de White, diferentes al estilo jazzero y experimental de Bruford, se compenetraron con el gigantesco bajo Rickenbacker de Chris Squire, columna vertebral del sonido de Yes en todas sus épocas, formando una sección rítmica imbatible en el rock progresivo. Escuchar temas poco difundidos dentro del catálogo de Yes como On the silent wings of freedom (LP Tormato, 1978), Tempus fugit (Drama, 1980, el subestimado LP que grabaron con Trevor Horn y Geoff Downes, en voz y teclados, respectivamente, conocidos como The Buggles por su éxito Video killed the radio star, de 1979) o Hold on y Changes (ambas del disco 90125, de 1983, el mismo del que salió Owner of a lonely heart) dan una idea clara de cuan buen baterista era Alan White. El instrumental Whitefish -combinación del apellido del batero con el apelativo de Squire, «The Fish»- que el grupo lanzó en su LP en vivo 9012Live: The solos (1985) capta bien la interacción casi psíquica que existía entre ambos músicos. 

Tras el fallecimiento de Squire, hace ya siete años, White quedó como el miembro de Yes que más tiempo permaneció en la banda, ya que los demás -Jon Anderson, el guitarrista Steve Howe, los tecladistas Rick Waleman y Tony Kaye- entraban y salían todo el tiempo. Cuando el grupo se disolvió en 1981, fue Alan White junto a Chris Squire quienes rearmaron Yes, reclutando al guitarrista sudafricano Trevor Rabin, primero como un proyecto que se llamó Cinema que luego se extendió con el retorno de Kaye y Anderson, para esa nueva etapa que buscó adaptar el sonido del grupo a las tendencias radiales y de MTV.

En una época en que se promovía, a nivel de las redes sociales de antaño -grupos de amigos sentados en una esquina conversando acaloradamente sobre sus gustos musicales- la indiscutible e irreconciliable diferencia entre los metaleros y los “waves”, las canciones de Yes y Depeche Mode abrieron para mí, en esos años ochenteros sin internet ni Spotify, varias ventanas paralelas hacia sensibilidades sónicas diferentes pero, ambas, igual de fascinantes y profundas. Recordar las suites arcanas de álbumes como Tales from topographic oceans (1973) o Relayer (1974), los primeros dos de Alan White en estudio con Yes; o las densas elucubraciones electrónicas de discos como Black celebration (1986), Music for the masses (1987) o Songs of faith and devotion (1993), grabados por la alineación más exitosa de Depeche Mode, con Andy Fletcher como uno de sus cuatro pilares, es volver a vivir los inicios de mi camino como amante de la buena música, el mismo que no admite más fronteras que las del talento, la creatividad y el buen gusto.

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