Desde la segunda mitad de los ochenta, Pablo Milanés modernizó su sonido con álbumes como Buenos días, América (1987) -donde destacaron los temas Sábado corto y Ámame como soy-, Proposiciones (1988), Canto de la abuela (1991) o Evolución (1992), que le permitieron incorporar elementos de salsa, pop-rock y latin-jazz, algo que ya había hecho previamente en el disco El guerrero (1983), en el que participaron dos miembros fundadores de Irakere, el saxofonista Carlos Averhoff (405 de menos) y el trompetista Arturo Sandoval (Vuelve a sacudirse el continente).

La salsa de finales de los ochenta e inicios de los noventa se nutrió mucho de la inspiración de Pablo Milanés. Por ejemplo, podemos mencionar a Gilberto Santa Rosa que popularizó la hermosa composición Comienzo y final de una verde mañana, conocida entre los salseros como Déjame sentirte. O el sonero boricua Tony Vega que grabó Yo me quedo, su primer éxito como solista tras su paso por las orquestas de Willie Rosario y Eddie Palmieri. O La Sonora Ponceña que, gracias al genio arreglista de Papo Lucca, convirtió en suyas canciones como Ya ves, El tiempo, el implacable, el que pasó o la popular Canción (De qué callada manera). En 1995, un disco titulado Pablo Milanés: Además… La Salsa recopiló estas y otras grabaciones de salseros de Cuba y Puerto Rico como Isaac Delgado, Roberto Roena, El Gran Combo y otros. Ese mismo año salió el CD En blanco y negro, resumen de una gira con el cantautor español Víctor Manuel.

Pero si una relación marcó la historia artística de Pablo Milanés fue la que tuvo con Silvio Rodríguez. Desde que juntos crearon la Nueva Trova Cubana, ambos parecían inseparables. Pablo y Silvio fueron como dos caras de una misma moneda, la punta de lanza artística de lo que simbolizaban Fidel y el Che, hasta que la revolución se vino abajo, parafraseando aquel tema del gran guitarrista y cantante, El necio (1992). Finalmente, las mezquinas rencillas políticas terminaron separándolos de manera irreconciliable. Pablo, desde su exilio en Madrid y Silvio, desde La Habana, no paraban de recriminarse sus posturas divergentes sobre el régimen. Hace relativamente poco tiempo, Silvio intentó acercarse pero Pablo lo rechazó. Tras su muerte, Silvio fue uno de los primeros en reaccionar, posteando la letra de una canción que había escrito para él, allá por 1969: “Te conocí rasgando el pecho de la muerte un día. Tú no sabías nada y eras tú quien la llevaba de la mano. Y así tú seguirás, sin reparar en tu ventaja: que eres tú quien la lleva, quien la doma y la amortaja, caminando…” Para el recuerdo quedan temas como el son El vagabundo (del álbum Tríptico, 1984, de Silvio) o sus entrañables conciertos juntos.

Los últimos 25 años, Pablo Milanés se enfocó mucho más en su vertiente introspectiva y solitaria, con álbumes como Despertar (1997), Vengo naciendo (1998), Días de gloria (2000) o Como un campo de maíz (2005), con reflexiones acerca de su propia vida cargadas de sentido y sencillez que, paradójicamente, lo acercaron más a un público despolitizado y convencional, que comenzó a identificarlo con cuestiones más asépticas y hasta superficiales como la industria mexicana de novelas televisivas. En paralelo, una agenda llena de conciertos y colaboraciones, entre las que destacan la segunda parte del disco de dúos, titulado Pablo Querido (2001) -con Fito Páez, Joaquín Sabina, Caetano Veloso, entre otros-, o participaciones en los álbumes tributo a sus colegas Luis Eduardo Aute (2001), Pablo Neruda (2004) y Joaquín Sabina (2011). 

Posteriormente grabó Líneas paralelas (2006), un disco de antología a dúo con el salsero portorriqueño Andy Montañez, cantando clásicos como Son de la loma o Juramento; Más allá de todo (2009), junto al piano de Chucho Valdés; y Canción de otoño (2015), con José María Vitier, otro reconocido pianista y director de orquesta cubano. Su última producción oficial, titulada Amor (2018), es una selección de varios de sus éxitos, a dúo con su hija Haydée (42). El pasado sábado 12 de noviembre, sus redes sociales anunciaron la cancelación de varias fechas de la gira Días de luz, pues estaba “hospitalizado pero estable”. Diez días después, la enfermedad finalmente lo arrancó de este mundo, dejando tras de sí un legado de integridad artística, don de gentes y talento superlativo, como podemos apreciar en este concierto, grabado en La Habana, en el Teatro Karl Marx, el 7 de septiembre del 2018. 

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Dentro de esa paleta multiforme de asuntos que cubre con su superdotada inspiración, Serrat tiene también de esas canciones que elevan el espíritu, más valiosas que cientos de páginas mentirosas de autoayuda o ese engendro de la modernidad llamado “coaching ontológico”. Hoy puede ser un gran día -del LP En tránsito, de 1981- es quizás la más potente de ese estilo de narración que, en solo dos minutos, tiene la capacidad para levantarte de la cama por muy mal que te sientas. De ese mismo disco, la balada No hago otra cosa que pensar en ti -a la cual también le agregó versos nuevos- formaron parte de esta despedida que intenta, sin éxito, comprimir una carrera tan amplia y llena de momentos cumbre.

De nuevo Serrat, el demiurgo de la palabra bien dicha, da en el clavo con una versión diferente, de aires venezolanos de Tu nombre me sabe a hierba, la única canción que, cuando yo era niño, sonaba en las radios románticas por su onda nuevaolera. “Porque te quiero a ti, porque te quiero, aunque estés lejos yo te siento a flor de piel”. El cierre llegó con la muy esperada Cantares -1969, del disco que dedicó al poeta sevillano Antonio Machado (1875-1939)-; Esos locos bajitos -En tránsito, 1981, capaz de emocionar hasta a quienes no han tenido ni tendrán nunca hijos-, Penélope -single de 1969 que figura entre las favoritas del público- y Fiesta -Mi niñez, 1970, esa saltarina melodía para la tradicional festividad de San Juan en que la añoranza por la armonía social se combina con la inevitable comprobación de que, por más que nos esforcemos en pensar lo contrario, el ser humano siempre es atraído por su lado oscuro y prefiere “regresar a las divisas” que llevarse bien con el prójimo sin esperar nada a cambio.

La banda que acompaña a Joan Manuel Serrat no puede ser mejor. En pianos y teclados, dos históricos, los extraordinarios Ricard Miralles (78) y Josep “Kitflus” Mas (68), amigos y colaboradores eternos del cantautor. El primero fue su arreglista y director musical entre 1967 y 1987 y luego desde el 2002 en adelante -periodo que se inicia con el álbum Versos en la boca; y el segundo tomó la posta de Miralles en la década de los noventa, para discos como Utopía (1992), Nadie es perfecto (1994) o Sombras de la China (1998). Completan este brillante acompañamiento, músicos más jóvenes: David Palau (guitarras), Raui Ferrer (bajo, contrabajo), Vicent Climent (batería), José Miguel Sagaste (vientos, acordeón) y Úrsula Amargós (violín, voz), hija de otro ex arreglista de Serrat, ya fallecido, el compositor y pianista Joan Albert Amargós. Un grupo de lujo para una despedida inolvidable.

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Durante el último tercio de los setenta es que esta enigmática y multidimensional intérprete comienza a desarrollar la imagen y estilo que la hicieron reconocida internacionalmente. Con sus álbumes Caras e bocas (1977) y Agua viva (1978) aparecen los primeros signos de sofisticación en producciones como Meu doce amor, Vida de artista o Negro amor, cover en portugués de un clásico de Bob Dylan, It’s all over now, baby blue (1965). Fiel a sus raíces y a sus amistades, otros temas firmados por Caetano Veloso como A mulher o Força estranha pasaron a ser partes fijas de su repertorio. En medio, siempre hubo espacio para la samba, uno de sus fuertes, con nuevos clásicos como Samba rasgado o Balancê, ambos presentes en Gal tropical (1979), en el que también incluyó nuevas versiones de canciones antiguas como India o Meu nome é Gal compuesta para ella por otros grandes de la música del Brasil, Erasmo y Roberto Carlos.

Los ochenta llegaron con el boom de las novelas brasileñas -títulos setenteros como Isaura, la esclava (1976) o Dancing days (1978) habían abierto el camino para estas historias- y su voz se hizo aun más reconocida en nuestro país, con temas como Meu bem, meu mal, de la novela del mismo nombre o Brasil, rock-samba que servía de introducción para Vale tudo, una de las novelas más sintonizadas de 1985. A este periodo pertenecen álbumes como Fantasia (1981) que, además de las mencionadas Festa do interior o Me bem, meu mal, incluye una preciosista composición de Djavan, uno de los cantautores más inspirados de la generación posterior de la MPB, titulada Açaí. En 1983 editó Baby Gal, otro elegante disco de baladas románticas y bossa nova, con temas originales como Mil perdões -escrita por Chico Buarque- o De flor em flor -de Djavan-, así como una renovada versión de uno de sus primeros y más conocidos temas, Baby (escrita, también, por Caetano Veloso), con un sonido adaptado a las exigencias del gusto ochentero. La original apareció en su tercer álbum de 1969.

Gal Costa ha interpretado a todos los grandes compositores de su país. Además de los ya mencionados Caetano Veloso, Gilberto Gil, Milton Nascimento, Roberto Carlos y Chico Buarque, también han sido tocados por su voz autores fundamentales como Ary Barroso, Jorge Ben, Dorival Caymmi y, especialmente, Antonio Carlos Jobim. En 1987 publicó su primer álbum de temas exclusivos de este famoso artista, Rio revisited, entonando clásicos como Águas de Março, Corcovado, One note samba, Chega de saudade, entre otros, acompañada al piano y voz por el maestro Jobim en persona. Años más tarde, en 1999, lanzaría un disco doble en vivo llamado Gal Costa canta Tom Jobim ao vivo, para conmemorar el quinto aniversario del fallecimiento del autor de Garota de Ipanema, himno moderno de Brasil. En 1995 lanzó Mina d’água do meu canto, con temas inéditos de Veloso y Buarque.

Convertida en icono cultural de su país, Gal Costa pasó a ese exclusivo listado de artistas atemporales, que no requieren de éxitos masivos para conservar su vigencia y prestigio. La cadena MTV organizó un concierto acústico con ella, un disco de antología que sirve de resumen pero también de puerta de ingreso a su universo sonoro. Aunque siguió produciendo discos de estimable calidad, Gal Costa ya no necesitaba demostrarle nada a nadie y prosiguió con sus exploraciones estilísticas, pero siempre anclada al sonido de la MPB, la samba y el bossa nova, su lenguaje natural. Así, sus últimas producciones en estudio -Recanto (2011), Estratosferica (2015) y A pele do futuro (2018)-, combinan sus inagotables raíces con géneros como la electrónica, el rock y la música disco. Cada uno tiene su equivalente en vivo, una práctica que popularizó Caetano Veloso.

Y, a todo esto, ¿qué fue lo que dijo Lula? Pues lo siguiente: “Gal Costa fue una de las más grandes cantantes del mundo, una de nuestras principales artistas pues llevó el nombre y los sonidos de Brasil a todo el planeta”. Pocas semanas antes del miércoles 9, la cantante había expresado su abierto apoyo al regreso de Lula. Había nacido como Maria da Graça Costa Penna Burgos, pero su nombre era Gal.

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En aquel álbum debut, Costello ofreció sus credenciales con una selección de composiciones que mostraban de un plumazo sus principales influencias: la energía del rockabilly, el brillo de los Beatles, el punk de The Clash y Paul Weller y hasta algo de country-jazz, en la balada Alison. Detrás de él, como banda de apoyo, estuvo Clover, un grupo norteamericano en el cual tocaban John McFee (guitarra) y Sean Hopper (teclados), futuros miembros de los Doobie Brothers y Huey Lewis & The News, respectivamente, mientras que en la producción, un viejo conocido de la escena underground de la Rubia Albión, el multi-instrumentista Nick Lowe, colaborador de Costello hasta mediados de los ochenta. El single Watching the detectives, un reggae con predominio de teclados, se incluyó en el prensado del disco para los Estados Unidos.

Entre 1978 y 1988, Elvis Costello lanzó un total de diez álbumes -uno por año, en promedio- acompañado por su banda oficial, The Attractions. Costello sintió que el atildamiento de Clover no encajaba con sus intenciones artísticas, por lo que convocó a Steve Nieve (teclados), Bruce Thomas (bajo) y Pete Thomas (batería) para redondear una propuesta más británica, orientada a lo que venían haciendo bandas coterráneas como The Jam o solistas como Joe Jackson, entre el punk y la naciente new wave de sonido prístino, ritmos alocados y letras inteligentes. Canciones como Radio radio (This year’s model, 1978), (What’s so funny ‘bout) Peace, love and understanding (Armed forces, 1979), I can’t stand up for falling down (Get happy!, 1980) o Man out of time (Imperial bedroom, 1982) son algunas muestras de ese estilo, entre lo agreste y lo sofisticado. 

Lo segundo fue imponiéndose a lo primero, al acercarse la primera mitad de esa década, con temas como Everyday I write the book (Punch the clock, 1983), I wanna be loved (Goodbye cruel world, 1984) o I want you (Blood & chocolate, 1986), que ya comienzan a dar muestras de esa búsqueda por integrar estilos y liberarse del rótulo “college rock” que le había endilgado la prensa especializada. Esa sofisticación en letras y melodías lo iban acercando, cada vez más, al jazz, el country y las románticas tonalidades del pop sinfónico pero sin dejar ese filo rockero propio, desgarrado y eléctrico, que practica hasta ahora.  

Para las décadas de los ochenta y noventa, la influencia de Elvis Costello se podía sentir en una diversidad de artistas, desde los pioneros del indie rock Pixies -Kim Deal, bajista y cantante del cuarteto bostoniano, se declaró siempre una fanática- hasta el argentino Fito Páez, como puede notarse claramente en canciones como Mariposa tecknicolor, Lo que el viento nunca se llevó (Circo Beat, 1994) o La vida moderna (Enemigos íntimos, 1998) -escuchen temas como Accidents will happen, Pony St. o Veronica para entender la referencia- o de forma menos evidente en She’s mine, que remite de inmediato a London brilliant’s parade (ambas lanzadas el mismo año). Incluso un grupo esencialmente intrascendente, llamado Escape Club, le debe su ingreso a la célebre lista de one-hit wonders a la pegajosa melodía de Pump it up (This year’s model, 1978), que replican casi al milímetro en su recordado éxito radial Wild, wild West, una década después.

La evolución estilística de Elvis Costello conforma un cuerpo de trabajo auténtico, creíble, tributario de aquellos referentes que lo motivaron, desde el inicio, a expresar a través de una guitarra su rebeldía e idiosincrasia. Allí están, desde el principio, los Beatles, Burt Bacharach y T-Bone Burnett, leyendas del pop, el rock y el country con quienes colaboraría muchos años después. Y, en discos notables como Brutal youth, de 1994, asoman las influencias de The Byrds y los Heartbreakers de Tom Petty, en temas como Just about glad o la enigmática Sulky girl, así como tintes de rock alternativo en Kindred murder. O el ciclo de canciones que compuso con Paul McCartney, entre 1987 y 1989, que quedaron repartidas entre álbumes de ambos. Por ejemplo, el mencionado single de 1989 Veronica (LP Spike) o My brave face, que Macca incluyera en Flowers in the dirt, del mismo año.

Pero Elvis Costello, como decíamos al principio, es un artista muy prolífico. Y en los últimos treinta años ha hecho, literalmente, de todo: música acústica, en clave de folk, bluegrass y gospel -lo que medios especializados angloparlantes denominan “Americana”-, un par de álbumes de música orquestal, un disco de baladas -el notable North (2003)-, un talk-show llamado Spectacle: Elvis Costello with… (transmitido entre 2008 y 2010 en CTV, una televisora canadiense), decenas de trabajos conjuntos con un variado menú -Squeeze, Daryl Hall, The Pogues, Tony Bennett, Allen Toussaint, Bill Frisell, Green Day, The Metropole Orkest. Una de las más celebradas fue Painted from memory (1998), a dúo con el legendario compositor, arreglista y director de orquesta Burt Bacharach, del cual salieron preciosistas composiciones como Toledo, This house is empty now o In the darkest place. Al año siguiente llegaría el mencionado megaéxito con She, en el que vimos a Costello convertido en todo un crooner de voz única y elegante. 

Otras colaboraciones de primer nivel fueron el álbum Secret, profane & sugarcane (2009), con estrellas de Nashville como Emmylou Harris y T-Bone Burnett; o Wise up ghost (2013), con The Roots -aquí una excelente versión de su clásico I want you con esta versátil banda, conocida por su trabajo en el excelente programa The Tonight Show, del comediante Jimmy Fallon (NBC Studios, New York). Y, como si fuera poco, pasó de las páginas musicales a las sociales y del corazón cuando se anunció su tercer matrimonio, en el 2003, con una famosa cantante y pianista de jazz, la canadiense Diana Krall, una década menor, tras divorciarse de la bajista de The Pogues, Cati O’Riordan.

En el medio, notables discos de rock como The delivery man (2004), Momofuku (2008, el extraño nombre es un homenaje al creador de las sopas instantáneas, el japonés Momofuku Ando) o el más reciente de su catálogo, The boy named If (2022). Aunque comúnmente se le ubica como solista, Elvis Costello ha grabado el 80% de su discografía con The Attractions -Pete Thomas, Steve Nieve y Bruce Thomas-, aunque el grupo no estuvo libre de conflictos. En 1986 fue su primera separación y, luego de reunirse a mediados de los noventa, volvieron a separarse para regresar en el siglo 21, con nuevo bajista, Davey Faragher y nuevo nombre, The Imposters. En noviembre del 2007, se reunió por única vez con Clover, para el aniversario 30 de My aim is true, su álbum debut, el cual tocaron de principio a fin en un concierto a casa llena en San Francisco. Aquí un extracto.

Elvis Costello, el otro Elvis, acostumbrado a interpretar covers -los álbumes Almost blue (1981) y Kojak variety (1995) contienen clásicos de rockabilly, jazz, pop y country- es ahora quien inspira a otros artistas. En el 2021 apareció Spanish model, un proyecto ideado por el mismo Costello y su productor desde el 2018, el argentino Sebastián Krys. Dieciséis artistas latinoamericanos fueron invitados a adaptar al español las letras de las canciones de This year’s model, el segundo álbum, para montar sus voces sobre las bases instrumentales grabadas originalmente por The Attractions en 1978. Este detalle hace que sea un disco parejo, a pesar de que el elenco de vocalistas es muy desigual, con pesos pesados del pop-rock como Fito Páez (Radio radio), Juanes (Pump it up) y Jorge Drexler (Night rally) junto a superficiales ídolos pop como Jesse & Joy (Living in paradise), Morat (Lipstick vogue), Luis Fonsi (You belong to me) o Sebastián Yatra (Big tears). Como declaró Krys, encargado de escoger a los cantantes, en entrevista a CNN: «Elvis siempre ha hecho lo inesperado. Y no necesariamente era lo que la gente quería, o lo que la gente pensaba que él debería hacer». De eso se trata Spanish model.

De aquella ola de compositores destacó marcadamente María Isabel Granda Larco (1920-1983), más conocida como Chabuca Granda, a quien dedicamos amplio espacio en esta nota. Sus canciones se distinguían de aquellas del “nuevo criollismo” de los cincuenta por ser sumamente sofisticadas en letra y música. Valses como José Antonio, Bello durmiente o Fina estampa se hicieron rápidamente populares. Pero fue La flor de la canela, la que convirtió a Chabuca en una artista reconocida, incluso a nivel internacional.

En la misma línea poética, apareció también en esos años Manuel Acosta Ojeda (1930-2015), inventor de complejas armonías, que escribió canciones como Madre y Cariño, entre otras. Acosta Ojeda destacó, además, como investigador y difusor de nuestra música, de línea crítica a las nuevas tendencias, con diversos artículos y programas de radio donde hacia docencia sobre la forma correcta de cantar y escuchar folklore criollo y andino. Alicia Maguiña (1938-2020) fue otra gran compositora y recopiladora que cruzó los caminos de Costa y Sierra con su inigualable búsqueda de integración musical.

Otro compositor notable de este periodo fue Mario Cavagnaro (1926-1998), quien se dio a conocer primero con valses festivos de corte pícaro y replanero como Yo la quería patita oCarretas aquí es el tono popularizadas por Los Troveros Criollos- y que, posteriormente, explotó un estilo mucho más romántico, con versos de profunda emoción como en El rosario de mi madre, La noche de tu ausencia o El regreso, dedicada a Arequipa, su tierra natal. Y tenemos, por supuesto, que mencionar a Augusto Polo Campos (1932-2018).

Aunque sus primeras canciones corresponden también a los años cincuenta, su inspiración sirvió a los intérpretes de la época –Los Morochucos, Lucía de la Cruz, Los Kipus, Lucha Reyes, entre otros- con títulos como Regresa, Cariño malo, Hombre con H o Romance en La Parada, para convertirse enlos favoritos del público peruano. Dos canciones suyas, esencialmente románticas, Cada domingo a las doce y Cuando llora mi guitarra, se hicieron inmortales en las grabaciones de artistas como Arturo “Zambo” Cavero y Eva Ayllón.

La personalidad de Polo Campos –jaranista, enamoradizo y de vocación por el escándalo mediático- contrastaba con la profunda sensibilidad de sus letras, al punto de que muchas personas dudaban de que él fuese autor de sus canciones. Polo Campos destacó escribiendo valses dedicados al país, como Y se llama Perú (1974) y Contigo Perú (1977), ambas compuestas a pedido de los gobiernos militares de turno –Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez, respectivamente-, odas a la Patria hechas por encargo, que lo convirtieron en uno de los artistas mejor pagados y criticados de su tiempo.

Su largo catálogo de éxitos hizo de Augusto Polo Campos uno de los nombres fundamentales para entender a la tercera generación del criollismo, e incluso marcó un antes y un después de la canción criolla con su composición La Guardia Nueva –en contraposición directa a la casi mitológica Guardia Vieja- popularizada por Iraida Valdivia en 1981. Posteriormente, la producción de Polo Campos se estancó, pero su perfil mantuvo vigencia gracias a sus viejos logros, fijos en programas de radio, peñas y discotecas orientadas a públicos más jóvenes.

Por su parte, el compositor chiclayano José Escajadillo Farro, nacido en 1942, puede ser considerado el último gran compositor de música criolla. Poseedor de una vena innegablemente romántica, muchos puristas lo critican por ser el responsable de “baladizar” el vals criollo. Lo cierto es que esta tendencia ya se había iniciado algunos años atrás con algunas composiciones de Augusto Polo Campos, que contenían versos muy románticos en marcos musicales contoque de guitarra picado y alegre. Los valses de Escajadillo se hicieron muy famosos en las voces de Lucha Reyes, Manuel Donayre, Edith Barr, Los Hermanos Zañartu, Cecilia Barraza, Cecilia Bracamonte, Eva Ayllón y un largo etcétera, surgidasen los años setenta y ochenta, en lo que podríamos denominar la última generación de intérpretes criollos antes del declive actual, con muy pocos artistas nuevos cuyos repertorios están conformados por canciones escritas hace treinta años o más.Títulos como Jamás impedirás, Tal vez, Que somos amantes o Yo perdí el corazón comenzaron a difundirse tras la recuperación de la democracia, como símbolos de la nueva canción criolla luego de un periodo de gobiernos militares que, durante década y media, saturaron a las emisoras de radio y televisión con géneros nacionales.

Además de los mencionados, hay gran cantidad de compositores que han pasado a la historia con solo una o dos canciones, extremadamente populares, a pesar de que sus nombres pasen de largo sin ser reconocidos por el público en general. Por ejemplo, tenemos el caso de Adrián Flores Albán, de Sullana, quien escribió Alma, corazón y vida, en el año 1949, aquí cantada por el español Dyango. Don Adrián tiene, actualmente, 96 años. Otro ejemplo es el cantante y compositor criollo Félix Pasache (La Victoria, 1940-New York, 1999) que dejó su nombre inscrito en el cancionero criollo con Déjalos y Nuestro secreto. Del mismo modo, Andrés Soto compuso en 1981 dos emblemáticas canciones de nuestra música negra: El tamalito y Negra presuntuosa, uno de los primeros éxitos que grabara Susana Baca.Finalmente, podemos mencionar a Alberto Haro (Hilda), Eduardo Márquez Talledo (Nube gris), César Miró (Todos vuelven), Manuel Raygada Ballesteros (Mi Perú), Salvador Oda (Una carta al cielo) o el rumano nacionalizado peruano Boris Ackerman, autor de Soy peruano, reflejo del agradecimiento que siente por el país que acogió a su familia tras la Segunda Guerra Mundial. Y podríamos seguir…

Sobre el Día de la Canción Criolla, la fecha se instauró en 1944, durante el primer gobierno de Manuel Prado Ugarteche.Inicialmente fue el 18 de octubre, pero se trasladó al 31 para que no coincidiera con el día central de la masiva Procesión del Señor de los Milagros. Años después, en 1973, la cantante Lucha Reyes –en ese momento la intérprete más famosa de música criolla- falleció ese mismo día, a los 37 años.

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Para el dúo con Gwilym Simcock, Metheny escogió Phase dance, una de sus composiciones más celebradas que formó parte del primer álbum oficial de The Pat Metheny Group, publicado en 1978. Melodías como estas superan el paso de los años por su naturaleza fresca y atemporal. El piano de Simcock sonó inspirado y profundo. Luego fue el turno de Linda May Han Oh de lucirse junto a su líder, con un medley del disco Beyond the Missouri sky (Short stories), que Pat grabara en 1997 con el contrabajista Charlie Haden (1937-2014). Dos temas de Haden –Waltz for Ruth y Our Spanish love song- y una relectura del clásico tema de amor de la recordada película italiana Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), que fuera escrita por Ennio Morricone y su hijo Andrea, quien firma esta pequeña e intensa viñeta acústica en que Linda decora el ambiente con el uso del arco sobre las cuerdas de su contrabajo. La respuesta del público fue puro agradecimiento ante esta exhibición de sutileza interpretativa.

El concierto se iba acercando a su final y Pat Metheny parecía no querer irse. Tras un escueto pero emocionado “Thank you for coming, is great to be in Peru!” llegaron los bises, tres en total. Luego de Are you going with me? (álbum Offramp, 1982), una de las más esperadas del recital, y un exquisito popurrí de temas acústicos, tocado a solas con guitarra barítono, el grupo en pleno regresó, por última vez, para cerrar con Song for Bilbao, tema que fuera estrenado en Travels (1983). Aunque faltaron algunas piezas como Have you heard, The first circle o la sensacional September fifteenth (homenaje al pianista Bill Evans), fue un concierto redondo, de los mejores en este retorno de los espectáculos masivos tras dos años de silencio y cuarentenas.

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Duff McKagan (bajo), Slash (guitarras) y W. Axl Rose (voz), reunidos desde el 2016, grabaron estas canciones junto a sus cómplices Steven Adler (batería) e Izzy Stradlin (guitarras), cuando todos tenían entre 23 y 25 años y querían comerse el mundo con su hard-rock intoxicado y promiscuo. Hoy, bordeando los sesenta y con muchos de sus vicios convenientemente superados, lo que queda es un conjunto de contundentes composiciones acerca de una juventud destrampada y libertina, vivida al filo de la cornisa, pero a la vez cargada de entusiasmo, reacción ante lo social y políticamente correcto y auténtica pasión por la música que hacían en oscuros sótanos y clubes nocturnos, entrenando sus habilidades hasta alcanzar la excelencia.    

Para nadie es novedad que Axl Rose ya no es aquel flaco y arrebatado cantante que daba alaridos similares, por momentos, a los de Brian Johnson de Ac/Dc, en perfecta afinación (como en este legendario concierto en el Ritz, 1988). Sin embargo, desde hace varios años es lo único que se comenta respecto de sus actuaciones. Que si su voz, que si su aspecto, que si su estado físico. Prefiero concentrarme en dos puntos notables de su desempeño el sábado pasado: por un lado, la energía desplegada en la justa medida de sus posibilidades le permitió hacer, de vez en cuando, sus característicos pasos de baile, un rezago de aquel estilo reptiliano que todos recordamos. Y por otro, su decisión de no bajar ni medio tono a las canciones, aunque hubiera sido una salida fácil para evitar fallas.  Continue reading «Guns N’ Roses en Lima: Reavivando el apetito»

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A partir del 2017 comenzaron sus vínculos con la crema y nata del rock instrumental de alto nivel. Su participación como telonera en “clínicas” -eventos en los que músicos famosos se reúnen ante públicos reducidos, por lo general estudiantes de música y melómanos, para hablar de sus técnicas y experiencias- de los reconocidos guitarristas Andy Timmons (Winger) y Paul Gilbert (Mr. Big), dos de los “shredders” más admirados por los amantes de la velocidad y las acrobacias guitarrísticas; y apariciones ante públicos masivos, en conciertos como el Samsung-E Festival o el Malibu Guitar Festival, acompañando a consagrados como el bluesero Keb’ Mo’ y Steve Vai, sellaron su ingreso a las grandes ligas, con invitaciones a eventos como la convención anual de la Asociación Nacional de Productos Musicales (NAMM por sus siglas en inglés) que reúne a fabricantes, vendedores y superestrellas de la música. 

Con el respaldo de las prestigiosas compañías fabricantes de guitarra eléctricas y amplificadores Seymour Duncan e Ibanez -que, en el 2021, lanzó una guitarra con su nombre LB1-, Lari Basilio ha construido su camino musical con esfuerzo y mucho talento, uniéndose de esta forma a la larga tradición de mujeres instrumentistas que destacan en la subcultura de la guitarra eléctrica. Aunque parezca una rara avis, la brasileña no es, ni por asomo, la primera guitarrista de rock. 

Si nos remontamos a los albores del género, encontraremos nombres de pioneras como Sister Rosetta Tharpe (1915-1973) o Mother Maybelle Carter (1909-1978, suegra del “hombre de negro”, Johnny Cash), activas desde los años treinta del siglo pasado, dos décadas antes de la aparición de Elvis Presley y Little Richard. Y, con el correr de las décadas, notaremos que la presencia femenina en contextos guitarrísticos es amplia y diversa: desde las extrañas afinaciones y acordes de Joni Mitchell hasta la slide de Bonnie Raitt, pasando por el hard-rock de Nancy Wilson (Heart), Joan Jett y Lita Ford (ambas de The Runaways), el blues de Susan Tedeschi y la experimentación de St. Vincent. 

Pero, como queda evidente al escucharla, Lari Basilio es una nueva representante del rock instrumental, subgénero que cruza el hard-rock y el heavy metal melódico con el blues y el jazz, normalmente asociado al género masculino, que tiene a nombres de peso como Steve Vai, Paul Gilbert, Eric Johnson y, más recientemente el nigeriano-norteamericano Tosin Abasi o el británico Guthrie Govan. En esa línea, podemos trazar asociaciones directas con la australiana de padres griegos Orianthi Panagaris, quien saltó a la fama en el 2009 como guitarrista principal de la banda que armó Michael Jackson para su gira This is it, frustrada por la muerte del “Rey del Pop” ese mismo año; con Jennifer Batten, también guitarrista del recordado “Jacko” durante toda una década, entre 1987 y 1997. O incluso con la joven cantautora de R&B y soul Gabriella Sarmiento Wilson, más conocida como H.E.R., poseedora de un estilo que la acerca a la genialidad de Prince y el filo funky de Michael “Kidd Funkadelic” Hampton.

Lari Basilio posee algo de todas estas instrumentistas y, además, le añade una frescura especial por su nacionalidad. Cuando toca temas acústicos, se puede sentir ese sabor propio de su idiosincrasia paulista. En sus videos, todos publicados a través de su canal de YouTube, se muestra absolutamente relajada y segura, con una sonrisa amplia, mientras despliega su arsenal de recursos para la interpretación de la guitarra eléctrica. Vestida y maquillada casi siempre de morado, aparece tocando finas guitarras del mismo color, construidas especialmente para ella.

Sus dos últimos álbumes son un derroche de musicalidad y virtuosismo. Grabados íntegramente en Los Ángeles, en los estudios históricos de Capitol y United Recordings, cuentan con la participación de destacadísimos músicos: Nathan East, bajista de alto calibre que tocó en los años noventa con Eric Clapton y luego formó Fourplay, un supergrupo de smooth jazz instrumental con Lee Ritenour, Larry Carlton (guitarras), Harvey Mason (batería) y Bob James (teclados); Greg Phillinganes, tecladista y productor que ha trabajado con todos los grandes del soul, R&B y pop-rock, desde Michael Jackson y Stevie Wonder hasta Toto y David Gilmour; Leland Sklar, otro bajista de fuste que ha grabado cientos de álbumes y dado la vuelta al mundo como miembro de las bandas de James Taylor, Jackson Browne y Phil Collins; y Vinnie Colaiuta, uno de los mejores bateristas de la historia, que inició su carrera reemplazando a Terry Bozzio en el grupo de Frank Zappa y luego ha trabajado con gente de la estatura de Chick Corea, Sting, Herbie Hancock, entre otros. Todos tienen tal kilometraje de sesiones de grabación que podríamos llenar páginas enteras, solo mencionándolas. 

En Far more (2019), Lari Basilio y su banda de sesionistas de lujo ofrecen, además de nueve composiciones originales de la brasileña -entre las que destacan la acompasada Not alone, la sincopada California waves y la arrebatadora Glimpse of light, con Joe Satriani como invitado-, un elegante cover de Man in the mirror, clásico de Michael Jackson, cantada por Siedah Garrett, coautora de este tema que apareció originalmente en el álbum Bad (1987). Para su última placa, Your love (2022), Greg Phillinganes es reemplazado por Ester Na, una joven tecladista y cellista austriaca -aquí las podemos ver juntas en el single Free-, y se mantiene la base rítmica de Colaiuta y Sklar, que en algunos temas es reemplazado por Sean Hurley, otro bajista de sesión que ha trabajado con artistas como Vertical Horizon, John Mayer, Idina Menzel, Lana del Rey, entre otros.

En su cuenta de Instagram, Lari Basilio tiene 279,000 seguidores y Karol G, casi 57 millones. Esto significa que por cada seguidor de la primera hay doscientos de la segunda. Presiento que la monstruosa diferencia a favor de la balbuceante reggaetonera colombiana sirve para explicar también ciertas decisiones electorales, tanto como a mí me sirvió, para aguantar la espantosa cobertura del proceso de votación, la música de esta extraordinaria instrumentista brasileña. 

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Guitarra eléctrica, Lari Basilio, Rock instrumental

A lo largo de su copiosa discografía, Frank Zappa dirigió muchas otras canciones a criticar, sin eufemismos ni poéticas digresiones, a los corruptos de cuello y corbata que usan el poder para enriquecerse. A pesar de que sus composiciones de tipo político son extremadamente localistas, varias de esas frases y razonamientos, realizados en contextos musicales que abarcan desde el rock hasta la música instrumental de vanguardia, pueden aplicarse a cualquier otra realidad incluyendo, por supuesto, la nuestra. Por ejemplo, al escuchar Dickie’s such an asshole (Roxy & Elsewhere, 1974), que dedicó originalmente a Richard Nixon y, una década después, a Ronald Reagan, pienso en prohombres nacionales como Alan García, Alberto Fujimori, Pedro Castillo o en alguno de los nombres que hoy pretenden llegar -o, como en muchos casos en todo el país, regresar- al sillón municipal, que gritan “¡no soy criminal!” cuando en las caras nomás se les nota.

Otra de esas canciones frontales que Zappa dedicó a los políticos de su país fue Hot-plate heaven at the Green Hotel (Does humor belong in music?, 1986), cuya letra va directo al corazón del sistema bipartidista estadounidense: “Los republicanos te tratan bien / si eres un multimillonario, / los demócratas son justos / si todo lo que tienes es lo que traes puesto, / ninguno de los dos vale realmente / porque a ninguno de los dos les importa / si hay calefacción en este hotel / porque nunca han estado allí”. O su clásico I’m the slime (Over-nite sensation, 1973), en que los disparos son para la telebasura: “Soy vulgar y pervertida, obsesiva y trastornada, / he existido por años pero nada ha cambiado, / soy la herramienta del gobierno para regularte… / Te hago pensar que soy deliciosa / con las cosas que digo, / soy lo mejor que puedes tener / ¿ya adivinaste quién soy? / soy la baba que sale a diario de tu televisor”. Que levante la mano quien no haya pensado en nuestra televisión de señal abierta, sus entrevistas políticas timoratas o sus programas de farándula ramplona.

Finalmente, dos joyas de la corona en el universo zappesco. The idiot bastard son (We’re only in it for the money, 1968), que habla de un personaje oscuro y tonto cuyo padre “es un nazi con un escaño en el Congreso y su madre, una prostituta de algún lugar de Los Angeles”. La compleja melodía de este tema cautivó tanto a Sting que le pidió permiso a Zappa, en 1988, para incluirla en su gira mundial (aquí podemos oír la versión del ex líder de The Police). Y Trouble every day (Freak out!, 1966), una crónica periodística en la que el autor nos habla de racismo, política, abusos policiales y más.

Pero, volviendo a Agency man. En la versión de 1993, sin cortes, aparece una estrofa más, de antología, dedicada a los políticos y sus campañas electoreras: “¡Vamos a California! / ¡Páganos antes de salir! / Conseguiremos a un nazi sonriente / y lo llevaremos marchando por el camino. / Contrata a un niño, besa a un niño, / invita a las damas el té, / y aquí tienes un par de discursos / que te pasaremos gratis”. Con esta canción, Frank Zappa nos muestra su absoluto desprecio por los políticos, sus financistas y asesores, por lo que se hace indispensable, para aquellas personas que sentimos lo mismo, conocer estas canciones que trascendían los límites del espectro rockero tradicional. En estos tiempos de Bad Bunnys y Chris Martins, que navegan entre la vulgaridad y la sofisticación como las dos caras de una misma moneda, la del escapismo individualista, envanecido y ostentoso, hace falta escuchar a artistas como Frank Zappa que, con inteligente rabia, no dejaban títere con cabeza en sus composiciones musicales. O entrevistas, como esta de 1990.

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#Rock, Agency man, elecciones municipales 2022, Frank Zappa, Música, Política
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