Jorge-Luis-Tineo

Músicos peruanos en el mundo: Casos aislados en medio de una realidad crítica

"...En cuestiones musicales, aunque tenemos una riqueza innegable, desde hace tiempo ponemos trabas a su desarrollo y consolidación como tabla de salvación ante tanto desmadre..."

A cinco días de conmemorarse el cumpleaños 201 de la proclamación de la independencia del Perú -un acto político que, como ya ha sido más que demostrado por historiadores y expertos, no fue ni de lejos ansiado por toda la población-, nos encontramos en uno de los peores momentos de esta república fallida, con representantes en los poderes Ejecutivo y Legislativo que dan vergüenza. Pero no solo porque sean un conglomerado de intereses particulares únicamente preocupado por sacarle el mayor provecho a su paso por la administración pública -y vaya si lo son- sino porque, en el fondo, las personas de bien sabemos que esa política podrida es fiel reflejo de la sociedad enferma que somos desde hace décadas.

Esta es una problemática global, desde luego, pero para nadie es un secreto que el Perú se lleva el premio en excesos, cinismos e impunidades. Cada país tiene, sin embargo, sus válvulas de escape: en Argentina es el fútbol y varias manifestaciones artísticas. En México, su orgullo e  identidad nacional posicionados desde hace años gracias al cine y las canciones. En Estados Unidos, su aun imbatible poderío económico y militar -aunque ya se ven síntomas de que esa situación es más frágil de lo que parece- y su rol como “parque de diversiones” de Occidente. Y, en el Perú, la gastronomía y la belleza natural de nuestros paisajes nos hacen, de vez en cuando, levantar la cabeza. Pero en cuestiones musicales, aunque tenemos una riqueza innegable, desde hace tiempo ponemos trabas a su desarrollo y consolidación como tabla de salvación ante tanto desmadre.

Nuestro país no posee políticas sólidas de educación musical ni de promoción de talentos. En los colegios públicos no existe el curso de música y las instituciones superiores como el Conservatorio Nacional o la Escuela de Folklore José María Arguedas padecen las mismas carencias que los demás servicios públicos, a pesar de contar con planas docentes que dedican sus vidas enteras a la enseñanza de la música en sus diversas manifestaciones. Sea que hablemos de folklore, géneros populares o música académica, las condiciones para el estudio y perfeccionamiento en la materia son mínimas, al punto que muchos músicos peruanos han tenido que emigrar, con recursos propios por supuesto, para desarrollar sus talentos naturales.

En algunos casos han alcanzado tal excelencia que el mundo entero ha terminado rendido ante su brillo artístico, una situación aprovechada, a posteriori, por la oficialidad que de inmediato utiliza estos éxitos individuales como “símbolos” de una identidad que jamás promovieron. Y los artistas, movidos por su genuina identificación con el país, se convierten voluntariamente en embajadores musicales del Perú, poniendo sus prestigios a disposición de la causa, siempre pendiente, de mejorar la situación de la música peruana, sus exponentes vigentes y futuros.

El ejemplo más claro de esto es Juan Diego Flórez, cuya voz e imagen es usada por gobernantes y empresas de manera indiscriminada, aun cuando su impresionante éxito no recibió apoyo directo del Estado ni del sector privado. Flórez, aplaudido en los mejores escenarios del mundo, dirige desde el 2011 la ONG Sinfonía por el Perú, que apoya proyectos de desarrollo para rescatar niños en situación de riesgo, a través de la música. Aquí podemos verlos desplegando su amor a la patria en forma de serenata.

Otro músico peruano de categoría mundial es Álex Acuña, que saltó de su natal Pativilca (Barranca, Lima) a las grandes ligas del jazz-rock norteamericano, como baterista de Weather Report, una de las bandas más importantes de los setenta. Con ellos grabó dos discos fundamentales de este género, Black market (1976) y Heavy weather (1977) y tocó en el Festival de Montreaux, como apreciamos en este video. Desde entonces, Acuña ha tocado y grabado con los mejores artistas del pop, R&B, rock y jazz del mundo. Acuña nunca perdió su conexión con nuestro país, al cual regresa siempre para recitales y clases maestras. Probablemente no habría alcanzado tales logros en el Perú discriminador de entonces (y de ahora).

En los ochenta, Susana Baca pasaba los días en casa de Chabuca Granda, cantando y componiendo sofisticados landós y festejos, géneros que aprendió de sus familiares, fundadores de Perú Negro. Sin embargo, nadie notó su existencia hasta que David Byrne, inquieto músico de rock (cantante y guitarrista de Talking Heads), la descubrió y convirtió en estrella internacional a través de su sello Luaka Bop. Hoy es una artista global de gran importancia e incluso en 2011 fue invitada por el gobierno de Ollanta Humala para ser Ministra de Cultura, aprovechando su fama y buenas intenciones. Duró cuatro meses en el cargo. Baca se codea siempre con las ligas mayores de la escena del jazz, como por ejemplo aquí, junto a los sorprendentes Snarky Puppy.

Otros casos: el guitarrista Lucho Gonzáles, que hizo una exitosa carrera en Argentina, donde acompañó a Mercedes Sosa y formó El Trío, junto al pianista Lito Vitale y el quenista Jorge Cumbo -después reemplazado por Bernardo Baraj (aquí su extraordinario primer álbum de 1984); los hermanos Óscar y Ramón Stagnaro -fallecido en febrero de este año a los 67 años-, solicitados músicos de sesión que han grabado con Alejandro Sanz, Yanni, entre otros. Más recientemente, es notable el trabajo de Tony Succar, joven multi-instrumentista y productor que grabó en Miami el álbum Unity (2015), catorce canciones de Michael Jackson en ritmo de salsa, arregladas por él e interpretadas por más de 100 músicos y luminarias de la escena latina como Tito Nieves, La India, Jon Secada y Obie Bermúdez.

El éxito mundial de nuestros compatriotas es, sin duda, un orgullo para el país. Pero no debemos olvidar que son casos aislados pues sus trayectorias florecieron y se desarrollaron lejos de nuestras fronteras, libres de las limitaciones del sistema educativo nacional.

A los casos mencionados, podemos añadir otros, notables artistas que en nuestro medio solo son conocidos por tres tipos de público: sus colegas o allegados, los nostálgicos que vivieron en la época en que surgieron, y los conocedores, melómanos y coleccionistas, siempre minorías frente a los públicos masivos que admiran a los jueces de La Voz Perú. Por ejemplo, la cantante chiclayana Tania Libertad, a pesar de haber desarrollado una amplia carrera discográfica en el Perú, grabando música criolla, encontró éxito internacional únicamente cuando decidió emigrar a México, donde compartió escenario con grandes estrellas de la música latina, incrementando su repertorio con boleros, rancheras y poemas musicalizados. Un ejemplo, en este enlace.

Pero esta indiferencia interna hacia el talento nacional es de larga data: en los cincuenta, la soprano vernacular Yma Súmac -nombre real: Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo- salió del Perú siendo una desconocida y llevó su impresionante rango vocal a los mejores auditorios de Norteamérica y Europa e incluso llegó al cine, grabó cuatro LP de antología para el prestigioso sello Philips Records y hasta obtuvo una estrella en el famoso Paseo de la Fama de Hollywood. Escuchemos Bo mambo, de su tercer álbum Mambo! (1954). Ambas comenzaron a recibir atención en nuestro país solo cuando las noticias de sus triunfos llegaron, como realidades innegables y de suculento potencial comercial, desde afuera. A partir de ello sus conciertos y producciones discográficas, antes limitados a pequeños grupos de seguidores, se anunciaron con grandes titulares en los cuales una frase hecha aparecía como repetición efectista y disforzada: “orgullo peruano”.

Lo mismo ocurrió con Aníbal López (percusionista) y Lucho Cueto (pianista), músicos y arreglistas cuyas habilidades fueron apreciadas por Celia Cruz, Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Willie Colón, entre otros. Ambos recorrieron Latinoamérica acompañando a estas estrellas de la salsa y acá son, por supuesto, material para los clásicos reportajes de cinco minutos que, una vez emitidos, se olvidan instantáneamente. Jamás podríamos relacionar sus exitosas trayectorias al apoyo del Estado, la empresa privada o el público nacional, siempre más dispuesto a “hacer famosos” a otros personajes de la escena local, destalentados que apelan sin descaro al escándalo mediático, la chacota o el barato exhibicionismo que tanto disfrutan las masas. Un caso reciente es el joven vocalista limeño Renzo Padilla, que desde hace varios años canta en la orquesta del extraordinario pianista Eddie Palmieri en los mejores escenarios y festivales de salsa y latin jazz sin que nadie se entere en los medios locales.

Y es que la ausencia de la música en las currículas escolares no solo afecta a la formación de artistas sino también a la capacidad apreciativa del público, que termina consumiendo únicamente lo que ofrecen los medios de comunicación convencionales y no desarrollan un conocimiento integral de las principales manifestaciones musicales del Perú. Nombres como Jorge Bravo de Rueda, Miguel Ángel Hurtado Delgado o Daniel Alomía Robles, por ejemplo, son absolutamente desconocidos masivamente, a pesar de haber compuesto Vírgenes del sol, Valicha y El cóndor pasa, tres emblemáticas canciones peruanas admiradas en el mundo entero.

Como vemos, la situación de los músicos talentosos -los conocidos y los que están en formación- en el Perú no está exenta de los problemas comunes que aquejan a su situación social, política y económica. Todos estos ejemplos –y otros, más populares, como Eva Ayllón o Gian Marco- han tenido posibilidades de crecer y consolidarse por las condiciones que les brindó el mercado internacional o los contactos que lograron hacer desde muy pequeños. Solo promoviendo la educación musical desde la niñez esta situación podría cambiar y dejar de ser una colección de casos aislados.

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