Jorge-Luis-Tineo

Mortem y Silvania: Dos bandas que hicieron patria afuera

"Mortem, inicialmente un dúo integrado por los Cerrón Palomino, recién adoptó formato de banda con la incorporación de Pablo “Genocidio” Rey (bajo) y Janio “Tremolón” Cuadros (guitarra), para grabar su primer demo Evil dead (1989), que circuló en los tugurios underground de su tiempo...."

La semana pasada hice un repaso de aquellos artistas que, habiendo nacido en el Perú, tuvieron la oportunidad de emigrar y lograr la excelencia en géneros y ecosistemas artísticos exigentes, apartados del music business convencional, donde la fama y fortuna a menudo se alcanzan por motivos extramusicales -contactos, sobreexposición y publicidad invasiva, estilos homogeneizados y vulgares, argollas, padrinazgos y compadrazgos de toda clase-, demostrando así que lo que falta en este país no es talento sino una plataforma superestructural que permita a los niños y jóvenes interesados en la carrera musical, estudiar y perfeccionarse para trascender el ámbito local. En ese repaso no me referí a dos bandas que son también ejemplos de esta situación. Ubicados en las antípodas del amplio espectro estilístico que, para simplificar, asociamos comúnmente a la subcultura del pop-rock, ambos grupos dejaron atrás, hace mucho, este país de ingratitudes, carencias e injusticias para hacer patria allende nuestras fronteras, lejos del ojo público peruano, y se convirtieron en artistas reverenciados por escenas internacionales.

Alguien podría argumentar que esas escenas son también espacios marginales, de públicos minúsculos, casi invisibles. Que “a nadie” les gustan géneros como ambient, shoegaze, thrash o death metal (entendiendo por “nadie” a las grandes masas de consumidores de todo aquello que esté “de moda”, desde Bad Bunny hasta Coldplay, desde Daniela Darcourt hasta Eva Ayllón). Pero el respeto que se han ganado, entre sus pares y seguidores, es irreprochable. Desde siempre, la existencia de estilos poco amigables con los gustos populares ha permitido el desarrollo de propuestas independientes y auténticas, generadoras de lealtades y hasta cultos que resisten las cambiantes y antojadizas tendencias que impone la gran industria.

Y esa autenticidad, que ha abandonado hace décadas al ambiente musical convencional -me refiero a lo que vemos y padecemos en prensa, radios, programas de televisión, internet y redes sociales de amplia circulación- merece ser resaltada sin caer, por supuesto, en el facilismo del “orgullo peruano” que esgrimen los medios que hoy reseñan estas trayectorias exitosas cuando, en su momento, despreciaron o invisibilizaron todo lo que no sonara a Gianmarco o Pedro Suárez Vértiz, escondiendo sus subtextos clasistas o discriminatorios en la clásica “visión de rentabilidad” de casas discográficas y estaciones radiales que buscan el máximo consumo al menor costo.

Parece absurdo unir, en una misma columna, a Mortem y Silvania. ¿Cómo hacemos coincidir dos canciones, tan diferentes en sonido, intenciones artísticas y socioemocionales, como Mutilation rites y Lunik lunik? Lo único que tienen en común es el año de lanzamiento, 1998. La primera pertenece a The devil speaks in tongues, segundo álbum del cuarteto de death metal Mortem, formados en el distrito limeño de Pueblo Libre en 1986. La segunda, al quinto disco oficial -sin contar sus innumerables singles, EPs y demás lanzamientos fraccionados- del dúo de música electrónica y shoegaze Silvania -activos desde 1990-, titulado Naves sin puertos. Otra característica compartida es que ambas agrupaciones se gestaron en el corazón de la escena subterránea ochentera, siempre al margen de lo que ocurría en la superficie.

El oscurantismo y la brutalidad de Mortem es heredera de bandas seminales del metal extremo como Venom y Slayer, sus principales influencias. A lo largo de su carrera, los hermanos Fabián “Nebiros” (voz, guitarra) y Álvaro “Amduscias” Cerrón Palomino (voz, batería) se han impuesto como exponentes del metal más recalcitrante y sectario, en épocas en que términos como “black metal” o “death metal” empezaban recién a asomar en las revistas y fanzines especializados. A mediados de los ochenta, grupos como Orgus, Hadez, Sacra y Almas Inmortales hacían esfuerzos por cimentar una escena metálica en la capital, menos llamativa y más compacta que el colectivo de agrupaciones punk y hardcore que le dieron notoriedad mediática al movimiento “subte”, como todos terminaron denominándolos.

Mortem, inicialmente un dúo integrado por los Cerrón Palomino, recién adoptó formato de banda con la incorporación de Pablo “Genocidio” Rey (bajo) y Janio “Tremolón” Cuadros (guitarra), para grabar su primer demo Evil dead (1989), que circuló en los tugurios underground de su tiempo. De pésimo sonido y nula producción, sirvió para que su nombre se posicionara entre aquellos pioneros del metal peruano, pero recién en 1995 salió su primer disco oficial, Demon tales (Huasipungo Records), gritado íntegramente en inglés. Aquí podemos escuchar Daemonium vobiscum o A demon tale.

Por su parte, las luminosas y resplandecientes oleadas de feedback electrónico que caracterizaron a las primeras producciones de Silvania fueron una ruptura absoluta con los inicios musicales del tándem integrado por Mario “Silvania” Mendoza y Jorge Luis “Cocó” Revilla. El primero había sido parte de la primera alineación de Eutanasia, banda fundamental para entender la movida hardcore de los ochenta; mientras que el segundo fue cercano al grupo post-punk Salón Dadá. Mario y Cocó emigraron a España y, desde allí, conquistaron la escena del shoegaze con sucesivas producciones como su primer EP Miel nube hiel (1992) o los LP En cielo de océano (1993) y Paisaje III (1994). Escuchar composiciones etéreas como Trilce o Eva sobre Eva explican el por qué de su éxito con ese sonido influenciado por estrellas internacionales de este subgénero como Slowdive o Seefeel.

Silvania se estableció de inmediato en la vanguardia electrónica hispana, con un estilo andrógino y un sonido que navegaba entre las producciones minimalistas al estilo de los británicos Autechre o los escapes dream-pop de sus coterráneos Mojave 3. En sus producciones no es extraño encontrarse con referencias a bandas sesenteras. Por ejemplo, Sunset, uno de los bonus track del álbum Campos de espirales, árboles, secuencias posibles, del 2006, incluye la melodía de Waterloo sunset, clasicazo de The Kinks de su disco de 1967, Something else by The Kinks. Durante su tiempo como dúo, entre 1992 y 2007, Silvania lanzó seis álbumes de larga duración y cinco EP. Paralelamente, Mario y Cocó incursionaron en el dance electropop con su proyecto alterno Ciëlo (2001-2007), también de gran repercusión en la escena indie.

Tanto las oníricas ondulaciones electrónicas de Silvania como los rabiosos ataques satanistas de Mortem son propuestas musicales no aptas para todo tipo de oyente. En ese sentido, conservan esa aura de marginalidad propia de sus orígenes subterráneos. En ambos casos, hablamos de bandas que basan su desarrollo musical en la técnica. Por un lado, la técnica para la compleja ejecución de guitarras eléctricas que recuerdan a los cacofónicos latigazos de Hanneman y King en Slayer, o los frenéticos azotes a la batería, típicos en bandas como Death, Slayer o Morbid Angel. En lo que se refiere a Silvania/Ciëlo, el asunto técnico tiene que ver con el dominio y perfeccionamiento en la creación de atmósferas a través de sintetizadores, secuencias, alteración de guitarras, teclados y voces, efectos, etc., que Mario y Cocó realizaban en cada álbum, evocando a las escuelas alemanas de Can y Klaus Schulze o los trabajos de Brian Eno.

Las letras de Mortem son oscuras y catárticas, invocando permanentemente a las imaginerías clásicas del ocultismo con frases en latín, gruesas diatribas contra las iniquidades humanas y odas a Satanás y sus adláteres. En sus carátulas no faltan las gárgolas, los machos cabríos y escenas de cuadros como Crucifixión y juicio final, díptico del belga-holandés Jan Van Eyck (1390-1441), que sirve de carátula al último disco oficial del cuarteto, Deinós nekrómantis (2016) o del español Francisco de Goya (1746-1828), cuyo óleo titulado Hexensabbat o El aquelarre (1798) ilustra su álbum debut. Mientras tanto, Silvania hace uso de fórmulas repetitivas y breves, a manera de haikus, con palabras suaves y voces susurradas, alternando sueños astrales con poesías románticas, a veces escritas por ellos mismos y otras, citando a personajes como Blanca Varela, con carátulas cargadas de enigmáticas líneas y colores neblinosos que pueden remitir a la absoluta calma o la tensa y silenciosa depresión.

Mortem -cuya última alineación conocida fue la de los hermanos Cerrón Palomino (Fernán en voz y guitarra, Álvaro en batería) junto con José «Chino Morsa» Okamura (bajo) y Christian John (guitarra) tuvo un momento estelar en su carrera hace poco más de una década, cuando fueron invitados para ser teloneros de sus adorados Slayer, en aquel infernal concierto de junio del 2011 en el Estadio de San Marcos. Y, aunque ya llevan más de cinco años de silencio, conservan aun su estatus como banda de culto (ver aquí una amplia entrevista a los Cerrón Palomino en el portal especializado alemán Voices From The Dark Side).

Por el lado de Silvania, tras el sórdido asesinato de Cocó Revilla, ocurrido en Madrid en septiembre del 2008, Mario inició un voluntario silencio que rompía esporádicamente hasta que, en el 2018, reinició sus actividades acompañado por Antonio Ballester, Silvana Tello, Andrés Pérez Crespo y Omán Mori manipulando theremines, secuenciadores y pianos. En el blog Apostillas desde la disidencia, una aproximación muy detallada a este segundo debut de Silvania. Con su nueva alineación, Mario “Silvania” Mendoza publicó Todos los astronautas dicen que pasaron por la luna (2020-2021), en el que se muestra un Silvania reivindicando su pasado y, a la vez, iniciando un nuevo camino en sus exploraciones musicales, con guiños a algunas de sus fuentes de inspiración -Jean Michel Jarre, Spacemen3, The Durutti Column-, un cover del éxito de 1970 Y volveré, del grupo nuevaolero chileno Los Ángeles Negros y, por supuesto, una canción de homenaje al compañero caído, titulada Danzante espacial.

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