Lo sucedido en las últimas elecciones que acaba de suceder hace unos siete meses merece una lectura en perspectiva. A la luz de los datos presentados por la ONPE, la situación política del país pasa por una representación social y política con limitaciones, aún sin proyección real a largo plazo. Sobre todo, después de dos décadas y media de crecimiento económico, el cual generó nuevas clases medias, nuevos sectores ricos del país y una dinámica popular ligada a la creación de riqueza sin canalización de demandas por parte de un Estado ineficiente en medio de una descentralización que necesita un segundo reimpulso. 

Carlos Meléndez escribió en su columna para El Comercio (16/05/2015), el cual nos puede servir como referente para explicar mi argumento lo siguiente: “los canales de intermediación política y social en el Perú están rotos”, y que “los dirigentes sociales ven reducidas a las de simples operadores políticos […] sin capacidad real de control, ascendencia y dirección del movimiento social”. Detengámonos aquí que tengo mis observaciones. 

Estando en un sistema postcolapso del sistema de partidos a nivel nacional, ¿aún seguimos con los canales de intermediación política y social rotos como sostiene Meléndez? Hace unos años realicé un estudio sobre formación partidaria a nivel subnacional para mi maestría, y los resultados que encontré son que, después de dos décadas y media de intensa actividad minera en el Perú, se está configurando el escenario político en algunas regiones del país (como Cajamarca la parte sur del país) que pueden tener repercusión a nivel nacional. 

En ese sentido, no se puede seguir sosteniendo que los canales de intermediación están rotos, sino que están reconfigurándose en un contexto político que gira en torno al resquebrajamiento y la organización mínima, en donde las minorías activas cobran fuerza que la situación de crisis de toda índole lo permite para polarizar escenarios electorales. Así llegó -por ejemplo- Pedro Castillo al gobierno. 

El pésimo manejo de las empresas mineras en casos emblemáticos como Conga y Tía María y –ahora- Las Bambas formaron un cúmulo de descontento social de décadas, que ha devenido en división política, que están aprovechando algunas minorías activas que cuentan con organización mínima.

Recalco: tengamos en cuenta cómo de ciertas coyunturas se están formando representación política y social aún con limitaciones que es aprovechada por minorías activas en ciertas coyunturas críticas que nos presenta el escenario político peruano. 

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2021, elecciones presidenciales, ONPE

La oferta electoral en estos momentos cuenta con más de una veintena de agrupaciones entre inscritas y en proceso de inscripción. Así como lee, estimado lector, más de una veintena de agrupaciones políticas. Muchas de ellas de vida orgánica prácticamente inexistente, la cual no merecen la etiqueta de partidos políticos. Terrible escenario para nuestra joven democracia en el país.  

Por razones de espacio, quisiera reflexionar sobre lo que refleja la inconsistencia política de gran parte de la oferta electoral y las consecuencias que traído a los ojos de la ciudadanía. 

La inconsistencia política que se aprecia es el reflejo de los problemas estructurales por lo que atraviesan actualmente las organizaciones políticas (como la falta de principios, organizaciones no duraderas en el tiempo y –como consecuencia de ello- ausencia de trayectorias políticas). El transfuguismo, la improvisación y el desmedido poder otorgado a los tecnócratas, y últimamente a sindicalistas y activistas políticos son un claro ejemplo de la actual situación en la que nos encontramos. 

Gobernar un país no es fácil. Para ello se necesita personas calificadas técnica y políticamente. Por ejemplo, el 2021 se apostó por el “cambio” que supuestamente representó Pedro Castillo. A la fecha, hemos visto que la inconsistencia política del presidente representa un retroceso económico y social. Ante esos problemas por la que atraviesa el país (y por otros problemas) muchos de los que ahora están con Castillo, no dudemos que terminaran por irse a otras agrupaciones políticas. Es la constante en la política del país. 

Desde las elecciones pasadas hasta esta que se avecina este año, hemos estado apreciando declaraciones poco acertadas de ciertos políticos en la que se puede ver su poco conocimiento de la geografía del país, de reformas importantes del Estado y del buen funcionamiento del mercado. Mucho de esta oferta política reinante tiene conocimiento de turista sobre nuestros diversos problemas y sus soluciones. 

Con estos argumentos expuestos no quiero descalificar lo nuevo en política. Hemos visto que en España la crisis política tuvo una respuesta política como Podemos, Ciudadanos y la renovación del PSOE. Actualmente, en el Perú eso no pasa, vemos que la inconsistencia política del legado autoritario y el mercantilismo se han apoderado del escenario político sin respuesta alguna desde dentro del sistema. Necesitamos volver a la política que representa organización territorial en regiones y funcional que genere agregación de intereses, así como escuelas de gobierno para preparación de reformas importantes que requiere el Perú. No volver al siglo xx, de política de masas, es ingenuo pensar ello, sino volver mínimamente a estas características mencionadas que requiere nuestro sistema político. 

 

  

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política peruana

Para Pedro Castillo -el año que acaba de pasar- fueron de muchos problemas, típicos de gobiernos que no cuentan con un real partido que lo sostenga tanto con técnicos como con políticos profesionales (como fueron también los gobiernos de Humala y Toledo). Hemos visto que recurren a activistas y sindicalistas que tienen una forma gremial de ver la acción política y con poca carrera pública. Para el ejercicio público no sólo es válido el conocimiento, sino también la práctica política y conocer país para hacer viables reformas importantes.

Eso lo pudimos apreciar con el mal manejo de los conflictos sociales el torno a la minería, teniendo –como ejemplo de este problema- el caso de las Bambas y el corredor minero del sur del país. Se puede apreciar también que no se encuentra un norte que tendrá el gobierno de Pedro Castillo. En los primeros cien días no se ha visto ningún gesto y dirección o qué tipo de reformas emprenderá. Lo que se ha podido apreciar es el copamiento del Estado peruano por parte de sus aliados, convirtiendo a las entidades públicas en un soviet de soviets. 

En el Perú hace años que se tiene problemas de representación tanto a nivel vertical (de gobernantes hacia los gobernados), así como a nivel horizontal (de organizaciones sociales hacia los ciudadanos). Por el bien del país, si el gobierno de Pedro Castillo hace un balance del tema, puede -a partir de este año en adelante- dar un giro mayor, acercándose a temas como, salud, educación, seguridad y empleo para desde ahí partir en búsqueda de acentuar cierto tipo de consenso político sobre estos temas urgentes. 

Tengamos en cuenta también que el Estado –frente al superciclo del precio de los comodities vinculados al cobre y al litio– debe avanzar hacia plan de reactivación económica por sectores y en tiempos precisos. Declarar en emergencia, por ejemplo, a la pequeña y mediana empresa para su proceso de competitividad. Pero eso no se hace sin dirección política. Pedro Castillo tiene que pensar que conducir un país no es fácil y que no necesariamente todos tienen que estar contentos. 

Hay que tener firmeza para la ejecución de los temas económicos y políticos pendientes aún en el país. La ciudadanía en general y la opinión pública así lo requiere.

 

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Gobierno peruano, Pedro Castillo

Las elecciones regionales y municipales de este año trae consigo una serie de análisis sobre qué discursos utilizarán los candidatos. Para este artículo me centraré en el caso limeño, bastión de la oposición al gobierno de Pedro Castillo. 

José Carlos Requena en su reciente artículo señala que estas elecciones subnacionales podrían o continuar como una política vecinal a escala regional o como un plebiscito de apoyo o no al régimen (El Comercio, 06/01/22). Razón no le falta al precisar ello. Como lo señalé hace unos meses por este medio: y es que el contexto político en el que nos encontramos es de transitar entre la ideología y la improvisación del actual gobierno. 

Sobre este contexto, para el caso de Lima, los actores políticos vinculados a la oposición política deben hacer un esfuerzo por llegar a un acuerdo para afrontar los vaivenes de Pedro Castillo que afecta severamente a la economía y estabilidad política del país. 

A través de la historia del Perú, hubo momentos políticos en los que se pudo llegar a acuerdos para afrontar una elección. Uno de ellos fue el Frente Democrático del año 1945 en la que el Apra endosó apoyo a Bustamante para llegar al gobierno. El otro episodio la podemos encontrar el año 1956 en la que también el Apra endosó votos a Prado para que aperturase el escenario político. El otro la podemos encontrar en la alianza gubernamental entre Acción Popular y el Partido Popular Cristiano durante el primer gobierno de Fernando Belaunde Terry. Antecedentes hay. 

La situación en la que nos encontramos precisa de reconstruir la oposición política -a través de alianzas coyunturales- para que el gobierno deje de estar en ese vaiven en la que se encuentra para que pueda así otorgar certidumbre a los inversores y a la ciudadanía en general sobre las políticas de gobierno en torno a la sensatez. 

Recordemos que el mundo precisa de comodities (léase cobre y litio) a precios altos que actualmente el país posee. De aprovecharse este escenario contribuiría a mejorar nuestra actual situación económica que afecta necesariamente el rumbo político y social del país. 

Para terminar, es necesario también que este escenario nos genere la posibilidad también de poder debatir sobre los alcances y límites que ha tenido la descentralización en el país y sus reformas correspondientes. El contexto lo exige. 

 

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2022, actores políticos, Elecciones distritales, elecciones municipales, elecciones regionales, política peruana

Hay una afirmación realizada por el politólogo Martín Tanaka, quien sostiene que en el Perú lo que tenemos no es una derecha o centro derecha que disputa el sentido común en la competencia electoral o en el parlamento a las otras opciones políticas. Afirma que tenemos, ¿sin ideología de por medio en su análisis?, una “ultraderecha”. ¿Cuál es el sostén de esa idea transmitida? Pues el pedido de vacancia presidencial. 

El punto de partida no hace más que poner en cuestión su afirmación que la realidad en estudio. Existen evidentemente en el escenario político apuestas populistas de derecha, que invocan la necesidad de Estado para ciertos temas sociales con más mercado (como es el caso de López Aliaga), existe un anticomunismo en los espectros políticos vinculados al centro y a la derecha dada la experiencia vivida bajo la violencia terrorista ocasionada por Sendero luminoso y el MRTA, pero el pedido de vacancia no es sinónimo de ultraderecha. Revisando la data al respecto, esa ultraderecha al que hace referencia no son más que actitudes políticas vinculadas al fascismo o a estilos dictatoriales. Y eso no es lo que vemos en la oposición de forma general. Pedidos desmedidos sobre la injerencia del Ejercito no es la regla. Es intencional la producción de sentidos que quiere transmitir Martin Tanaka.  

Pero veamos si realmente el gobierno actual y sus aliados pertenecen a la ultraizquierda, que no quiere mencionar por ningún lado el politólogo. La realidad nos señala que el gobierno, dentro del discurso y prácticas gubernamentales, apuesta por medidas sociales sofocando al empresariado nacional. Apuesta por criticar a la minería, cerrar minas y aumentar impuestos a las existentes. No se dirige a los medios de comunicación abanderando la libertad de prensa, se reúne selectivamente con ciertos periodistas. No realiza independencia y transparencia en las licitaciones con el Estado, se reúne en Sarratea o en Palacio con postores que ganarán las licitaciones. No muestra transparencia allanándose a los procesos de investigación que le realizan fiscales, se reúne con la presidenta de la Fiscalía directamente, ¿para qué con ella? 

Ataques directamente a la inversión y a la independencia de poderes es lo que podemos apreciar en un gobierno de ultraizquierda, aupada por Nuevo Perú que no es más que otra organización que tiene ese estilo de liderazgo. Sino qué hacen en el gobierno sus militantes más conspicuos. 

Eso es lo que nos muestra la realidad. 

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Martín Tanaka, MRTA, ultraizquierda

He insistido en varias columnas en este diario sobre la necesidad de liderazgo presidencial para concertar con los diversos actores políticos del país las reformas institucionales de nuestra joven democracia. Obviamente, no es un asunto fácil, porque se necesita un buen desempeño político, que implique diálogo y negociación de reformas pertinentes para la institucionalidad democrática. Vale decir, se necesita política, buen gobierno, y no activistas en la gestión pública. 

Desde hace meses, diversos medios de comunicación presentaron notas periodísticas que exhiben de cuerpo entero al presidente Pedro Castillo. Sostienen los diarios que tenemos un político veleta, sin convicciones y que habla poco. Dichas notas me trajo a la mente dos frases geniales de “El Príncipe” de Maquiavelo, referente a los aduladores (Cap. XXIII), en el que se dice que por regla general “un príncipe que no es sabio no puede ser bien aconsejado y, por ende, no puede gobernar”, y acto seguido se dice que “quien no proceda así se pierde por culpa de los aduladores o, si cambia a menudo de parecer, es tenido a menos”. 

Estas viejas palabras de Maquiavelo retumban en Palacio sin que alguien recoja eco alguno. En efecto, Pedro Castillo deja la sensación de que no gobierna porque no tiene criterio de estadista (ni pretende parecerlo); también porque los consejeros que tiene son más teóricos o activistas políticos que conocedores de la realidad, el cual lo perjudica. A esto agregamos los vaivenes que ha mostrado en este lapso de gobierno para poder canalizar las protestas (léase loa diversos conflictos en torno a la minería, a sus controvertidas declaraciones y a gente vinculado a minorías activas terroristas como Movadef, brazo político de Sendero luminoso), y porque la organización política que del que forma parte da la imagen de un grupo de aduladores, que de políticos con visión de realidad. 

Así está la situación, pero Pedro Castillo no hace nada. 

  

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Pedro Castillo, política peruana

Se ha hablado, escrito y analizado en extenso -desde diversas miradas- el tema de la gobernabilidad en el país para dar así tregua al inicio de gobierno de Pedro Castillo. Terminado las elecciones, opositores a él (y lo que representa) anunciaban que no era posible que esté en Palacio de Gobierno, que era inevitable la vacancia presidencial. Era el inicio de una confrontación por todo lo dicho en campaña de parte del actual mandatario con discurso radical en ese escenario. En ese inicio solo cabía esperar, no era el momento. 

Para tal caso, esperar los cien días de gobierno era ineludible para tener claro el camino que iba a tomar Pedro Castillo. Como había escrito a inicios de julio por este medio, su gestión gubernamental transitaría entre la ideología y la improvisación. Y no me equivoqué. Había analizado, para ese entonces, el entorno presidencial y realizado un posible escenario. 

Desde julio hasta ahora, en nombre de la gobernabilidad (que no es más que relación armónica entre Estado, sociedad y empresarios según lo que expresa la teoría) diversas bancadas políticas habían sugerido que no se vaque al presidente. Habiendo rápidamente indicios de vínculos con Movadef (brazo político de Sendero luminoso), con el narcotráfico y con corrupción en temas de licitaciones públicas, diversas bancadas, sobre todo las de Acción Popular y Alianza Para el Progreso, les otorgaba (y otorgan críticamente) el beneficio de la duda a Pedro Castillo, gabinete y aliados.

Ni qué decir de analistas políticos que también otorgan ese beneficio para que Pedro Castillo siga en Palacio. Es así que la palabra gobernabilidad se desgasta en contextos políticos que presentan políticos amateurs, sin capacidad de poder convocar y mirar sensatamente lo que otros países realizan para el beneficio de sus ciudadanos. En ese contexto, agregamos que minorías activas (como el terrorismo y el narcotráfico) ponen en riesgo nuestra joven democracia por todo lo que representan (y hacen) en el Estado y el escenario político y económico. 

Así, la gobernabilidad presenta quiebres, puentes rotos, entre los actores que esta palabra encierra. Lo que se debería plantear en la opinión es cómo reconstruir ella. Cómo acercar nuevamente la confianza ciudadana a una gestión gubernamental sin ningún tipo de problemas, como las mencionadas líneas arriba. Hay momentos de la historia en que los países pueden ir hacia ese camino. Los ciudadanos se acomodan, resuelven sus problemas y permiten que los actores políticos en juego planteen las soluciones que se requiere. 

Estamos a tiempo, avancemos a reconstruir la relación entre Estado, ciudadanía y empresarios. ¿Quién dijo que eso es fácil? Quien diga eso no ha transitado ni las bibliotecas de historia ni el escenario político. Hay coyunturas críticas que permiten avanzar hacia la reconstrucción de la gobernabilidad. Que los actores políticos tengan firmeza.

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Gobierno

Producto de un contexto de imputaciones, de una política del veto, de desprestigio del adversario y, también, de políticos inexpertos y ambiciosos que pululan por nuestro medio nacional es que podemos apreciar una baja confianza ciudadana en la clase política del país. “Clase política”, ¡qué gran oximorón!

Efectivamente, desde los años noventa en adelante, hemos podido apreciar en el Perú que el activismo, el sindicalismo y la protesta no basta para hacer política. Lo que el país requiere, frente a los grandes problemas que lo aqueja, es tener nociones de estadistas (vale decir, nociones de plazos para las reformas que requerimos), de constructores de diálogo y de vocación de servicio, algo tan simple y sencillo, pero que no se aplica.

Eso lo podemos apreciar en los graves errores que viene teniendo tanto el ejecutivo como el legislativo. Errores que se traducen en realizar estrategias políticas que priorizan la coyuntura, el enfrentamiento constante y la desidia para afrontar la crisis económica y social que vivimos producto de la pandemia que generó la covid-19. 

Otro ejemplo, durante el gobierno de Martin Vizcarra en la que se judicializó la política al extremo, perdimos la oportunidad del gran proyecto del tren bioceánico que hubiese generado directamente al país entrada de capitales y conexión al Asia pacífico, pero no. Dicho proyecto, frente al error de nuestra “clase política”, fue acogida por los chilenos que, pese a también tener enfrentamientos, lograron unirse para que Piñera atraiga ese proyecto importante al vecino país del sur.  

En tiempos de normalidad política se precisan de reformas para cambiar dicha situación, pero en tiempos turbulentos como el que vivimos, acechados por los populismos que detestan cualquier atisbo de participación política activa y fiscalizadora, es que precisamos de acercarnos a la profesionalización de la política y los políticos. 

¿Cómo? Es importante para dicho cometido, volver a acciones del origen de los partidos, y una de ellas es el de generar escuela política. Escuela política entendida como la capacidad de enseñar a la militancia y ciudadanía la otra cara de la política partidaria. Sí, la otra cara, la de políticos con visión de estadistas, con vocación de diálogo y con convicción por el servicio social. 

Para ello es necesario que los partidos salgan de sus cuatro paredes y comiencen a realizar actividades itinerantes, acercar la política así a los vecinos y ciudadanos. Motivar mentes y corazones mediante la creación de proyectos de ley o políticas públicas y haciendo entender que la creación de riqueza y del capital es necesario para que haya un Estado efectivo y eficiente sin ser tan elefanteasico. Todo eso requerimos para reconstruir los lazos de confianza entre políticos y ciudadanos, así como para reconstruir la gobernabilidad que nuestra joven democracia requiere. 

 

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Política, Profesional

Desde la caída del muro de Berlín y desde el Congreso de Huampaní, si hay algo que ha caracterizado a la izquierda peruana, o mejor dicho a la izquierda limeña, es hacer política en torno a caudillos de cualquier tendencia política y no a instituciones perdurables en el tiempo. Allí tenemos el apoyo a diversos personajes polémicos como: Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Susana Villarán, Pedro Pablo Kuczynski, Martin Vizcarra y, ahora, a Pedro Castillo y no a construir partido que sostenga un proyecto político. Algo que les ha costado, y les sigue costando.

En teoría política se afirma que el grado de institucionalidad de una organización pasa no negar la existencia de tendencias al interno. Si las tendencias se convierten en facciones pues el partido político se debilita, generándose una ruptura. ¿Cómo surge Nuevo Perú? Dicha organización surge después de la ruptura del Frente Amplio, mejor dicho, surge después de las disputas entorno a Verónika Mendoza y el padre Marco Arana, que pudieron canalizar sus diferencias pero no lo hicieron, entorno a su desempeño como bancada en el Congreso de la República el año 2016 (año en el que obtuvieron 20 congresistas). 

No los unía ideas, los unía cuotas de poder. Efectivamente, eso podemos ver también en su actual alianza con Pedro Castillo. Desde la asunción al gobierno, el entorno de Pedro Castillo no ha estado exento de denuncias públicas (léase denuncias por vínculos con Movadef, brazo político de Sendero luminoso; denuncias por vínculos con el narcotráfico y por tráfico de influencias, entre otros). A pesar de ello, los miembros de Nuevo Perú en el gabinete ministerial no han mostrado disidencia alguna; por el contrario, han mostrado un apoyo reiterado, haciéndonos notar públicamente que importa más el sueldo y el cargo que las ideas que persiguen. 

Así, Nuevo Perú y Verónika Mendoza se alejan de toda proyección que generaban hasta entonces: la de ser moderados, la de haber aprendido de sus errores estatistas y la de querer construir institucionalidad. Con el apoyo a Pedro Castillo, dada la situación en la que se encuentra producto de corruptelas a su alrededor, Nuevo Perú pierde la oportunidad de lograr una llegada a la presidencia por un buen y largo tiempo. 

La trágica historia de finales de siglo XX se vuelve a repetir, por no lograr aprender de ella y avanzar hacia una socialdemocracia como lo hicieron partidos que tuvieron su mismo origen, no han logrado y no logran proyectar una imagen de modernidad. 

 

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Congreso de Huampaní, Democracia, Nuevo Perú, S.XX, Verónika Mendoza
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