Al anunciarse por distintos medios que el presidente Castillo ha solicitado el apoyo del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, la inmediata reacción de muchas lectoras y lectores peruanos encontró en este gesto nuevas razones para hacer público su desprecio por el presidente Castillo: otro acto de debilidad ante los problemas que debe afrontar, un recurso más de victimización ante las críticas a su incapacidad como gobernante. Esa reacción es resultado de un profundo desconocimiento de la trayectoria de López Obrador, quien sin duda siente empatía por el presidente Castillo, pues ha vivido campañas mediáticas en su contra que sembraron el miedo sobre sus orígenes regionales y su postura política. López Obrador, dispuesto a fortalecer su gobierno, le ofrece seguridad a Castillo: que se vea como un Benito Juárez, le dice, primer presidente mexicano de origen indígena. Pero la brecha formativa entre López Obrador y Castillo es social y políticamente tan grande que da qué pensar.
López Obrador nació en la selva del sureste de su país, en la costa del golfo de México, junto a Guatemala, lejos de la capital y en una economía rural. Pero a diferencia de Castillo, él pudo estudiar la secundaria en la capital de Tabasco y luego ir a la universidad en el Distrito Federal, la capital de México. En los años setenta, ingresó al Partido Revolucionario Institucionalizado (que tuvo el poder durante setenta años consecutivos desde 1930). Mientras culminaba su tesis sobre el proceso de formación del Estado nacional mexicano en el siglo XIX, ocupó una serie de cargos del PRI en Tabasco que lo vincularon con su población indígena y que fueron la pieza clave para su postura, pues optó por separarse del PRI junto con los partidos de izquierda que conformarían pocos años después el Partido de la Revolución Democrática. Tras ocupar la presidencia del PRD en Tabasco y luego a nivel nacional, el Partido se fortaleció y ganó las elecciones para la gobernación del Distrito Federal. Durante su gestión, fue tal el éxito de sus programas sociales con la población vulnerable, la mejora del sistema de transporte urbano, la contención de la delincuencia y su apoyo a la educación que se ganó una envidiosa oposición del Congreso. Bastó que López Obrador ignorara una decisión judicial que impedía el uso de una parte de un terreno baldío para trazar la salida vial de un hospital universitario, para que sus opositores demandaran su desafuero. Uno de sus efectos, si bien no consiguió que ganara las elecciones presidenciales inmediatas, fue que fortaleció su imagen de un líder que defendía los derechos de la población vulnerable de Tabasco, del DF y de todo el país. Pero también generó la respuesta mediática de la derecha neoliberal que pasó a manipular la información y exagerarla hasta el punto de sembrar el miedo al “comunismo” de López Obrador.
Así como Mario Vargas Llosa se opone y busca reducir intelectualmente a Pedro Castillo, en México fue el historiador Enrique Krauze quien sembró el miedo hasta en el mundo académico, cuestionando los enfoques históricos de López Obrador. Krauze, acusado por los medios de liderar ocultamente la campaña mediática sobre falsos vínculos “comunistas” con Rusia (?) y Venezuela, cometió su mayor agresión cuando, indignado por el respaldo que recibió López Obrador de parte de sus seguidores en el Zócalo, firmó en su artículo “El Mesías tropical” (Letras Libres, 2006), que López Obrador era un hombre impulsivo y violento por ser tabasqueño y “tropical”, dejándolo como un primitivo y bárbaro político de pensamiento religioso proveniente de la selva mexicana.
Quince años después López Obrador es un presidente con buena aprobación nacional e internacional. Ojalá los funcionarios enviados por el presidente mexicano puedan ayudar a Castillo a salir de la situación mediática similar en la que se encuentra, pero deberá aprender –y pronto– que mientras López Obrador se encuentra confrontando a su universidad, a la UNAM, la más grande universidad pública de todo América Latina, por haberse derechizado, aquí su gobierno se hace de la vista gorda con el proyecto de ley contra la Sunedu que permitiría la reapertura de las universidades de los congresistas corruptos dedicados a estafar a nuestra juventud estudiantil.