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Música

La columna vertebral del sonido de Yes, en todas sus etapas, fue el bajista Chris Squire, como puede uno notar desde sus primeras grabaciones -por ejemplo, el inicio de Survival (Yes, 1969) o a la sorprendente línea de bajo del cover de No opportunity necessary, no experience needed (Time and a word, 1970), tema original del trovador negro Richie Havens. Squire, lamentablemente fallecido en el año 2015, a los 67 años, de una extraña forma de leucemia, tenía una presencia sónica y escénica capaz de sostener cada canción del grupo, dando unidad a los desenfrenos instrumentales de Wakeman y Howe, con un sentido de la improvisación y las síncopas poco comunes en esta era del rock. El rotundo tono, medidamente distorsionado, de su bajo Rickenbacker de cuatro cuerdas, y esa increíble habilidad para pasar de notas aisladas, espaciadas, a cascadas de escalas que recorren todo su diapasón sin descanso y sin perder un solo tiempo -por ejemplo en Roundabout– o el contraste de veloces fraseos y pausas que realiza en Heart of the sunrise -escuchar aquí el bajo aislado de Chris Squire, para mayor detalle- basta para dar cuenta de su enorme talento y la importancia de su estilo en la personalidad musical de Yes.

El álbum no es, como pudiera parecer de primera mano, un único concierto registrado de principio a fin. Se trata más bien de una combinación de dos giras diferentes. Las canciones Perpetual change, Long distance runaround y The Fish (Schindleria Praematurus) pertenecen a la gira del disco Fragile, desarrollada entre septiembre de 1971 y marzo de 1972, cuando el baterista del grupo todavía era Bill Bruford. Unos meses después, faltando semanas para comenzar la nueva gira, esta vez para presentar el siguiente disco -Close to the edge-, Bruford renunció a Yes para unirse a King Crimson, la banda liderada por el guitarrista Robert Fripp. En su reemplazo llegó Alan White, de estilo más rudo e intuitivo, quien tuvo que aprenderse tan complicado repertorio en solo tres días. El resto de Yessongs es con White sentado detrás de los tambores, lugar que no abandonaría hasta un año antes de su muerte, ocurrida el año pasado, a los 72 años.

Como ocurre en prácticamente toda su discografía desde 1971, la carátula de Yessongs es una obra del diseñador y artista plástico Roger Dean, creador de mundos fantásticos en los que confluyen formaciones rocosas, volcanes, manantiales de agua clara, cielos limpios, floras espaciales y criaturas de todo tipo, una traducción en imágenes cósmicas de los universos sonoros de Yes. Escuchando temas como Heart of the sunrise o Starship trooper -cuya sección Würm es usada en los créditos finales de Yessongs, la película- es posible dar movimiento a las formas que componen uno de los empaques “más complejos y elaborados que me ha tocado hacer”, en palabras del diseñador. Debido a que se editó como disco triple, Dean decidió armar un cuadríptico que diera continuidad a las carátulas de los dos álbumes previos con cada elemento – Escape, Arrival, Awakening y Pathways- representando la evolución de este ecosistema planetario musicalizado.

Después del Yessongs -que fue un éxito comercial para la banda tanto en Europa como en Estados Unidos, donde fue certificado como Disco de Platino a finales de los noventa por alcanzar el millón de copias vendidas solo en ese país- vino un periodo difícil para la banda, tras la publicación del doble Tales from topographic oceans que, en su momento, ocasionó la indignada renuncia de Rick Wakeman y el primer quiebre de esta formación que volvería a reunirse en dos oportunidades, en el periodo 1977-1979 -que generó los álbumes Going for the one (1977) y Tormato (1978)- y, posteriormente, en 1995-1996, para producir el álbum doble, mitad en vivo y mitad en estudio, Keys to ascension.

Bajo la producción del “sexto integrante” de Yes durante el periodo 1970-1974, Eddie Offord, Yessongs constituye un registro único de lo que estos cinco músicos, entonces por debajo de los treinta años de edad, pudieron lograr en su mejor momento. En el año 2015, el sello Rhino -parte de Warner Music Group, casa matriz de Atlantic Records- lanzó un boxset de catorce discos compactos y vinilos titulado Progeny: Seven shows from Seventy-Two (aquí una sesión de desempacado o “unboxing” de esta colección), que consiste en siete conciertos completos -dos discos por cada uno- realizados entre octubre y noviembre de 1972, de donde se extrajeron las canciones de Yessongs, un álbum que llega a nuestros tiempos con su integridad musical intacta, tan sorprendente como cuando fuera puesto a girar por primera vez en el tornamesa de algún barrio hippie de Londres o New York, hace cincuenta años.

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Alan White, Chris Squire, Jon Anderson, Música, Prog-Rock, Rick Wakeman, Steve Howe, Yes, Yessongs

Otro aspecto es la necesidad que tiene la banda de justificar sus canciones, una autoimposición que responde a mitigar potenciales controversias que terminen bloqueando su exposición en internet. Esto con relación al “disclaimer” que Metallica publica como sumilla en YouTube para presentar el video de Screaming suicide, otro de los surcos de 72 seasons. Además de una advertencia generada por la plataforma de videos en que se menciona que la canción toca “temas de suicidio o autolesiones”, Metallica -a través de su sello Blackened Recordings- se toma el trabajo de explicar a la comunidad cibernauta que “el tema incluye una palabra tabú, suicidio. Su intención es comunicar acerca de la oscuridad que todos sentimos dentro…” La declaración viene acompañada de un listado de websites de apoyo e información para individuos con ideas suicidas.

No se puede negar el sustrato positivo de esta acción, en especial en estos tiempos en que las redes sociales promueven comportamientos de riesgo que incluyen, por supuesto, la publicación de tutoriales sobre cómo quitarse la vida. Pero también es un poco extraño ver a un grupo como Metallica sometiendo sus decisiones artísticas ante la posibilidad de ser malinterpretados, una situación contra la cual muchos lucharon explícitamente a mediados de los ochenta, cuando el embate de la PMRC (Parents Music Resource Center), una asociación de esposas de congresistas de los Estados Unidos, liderada por Tipper Gore -en ese entonces casada con Al Gore- conminó a los sellos discográficos a colocar etiquetas en los discos que advirtieran acerca de los contenidos de las letras de diversos géneros musicales. En aquella ocasión, en 1985, reconocidos músicos como Frank Zappa, John Denver y Dee Snider -vocalista de Twisted Sister- lideraron la defensa de los derechos de libertad de expresión y creatividad de los artistas incluidos en aquella censura. ¿Se imaginan si Metallica hubiera tenido que explicar las letras de Fade to black o Welcome home (Sanitarium), dos de sus clásicos, que también hablan abiertamente de este tema?

Pero volvamos al último disco, cuyo título -72 seasons- alude a los primeros 18 años de nuestras vidas, “el periodo en que se forma nuestro ser sea el verdadero o el falso”, en palabras del grupo. James Hetfield (59), Kirk Hammett (60), Lars Ulrich (59) y Robert Trujillo (58) -en Metallica desde el año 2003- no están inventando la pólvora ni mucho menos. Canciones como Inamorata -la más larga del álbum con casi doce minutos-, Sleepwalk my life away o el tema-título– son pródigas en riffs poderosos, baterías incansables y solos electrizantes, con letras que hablan de emociones oscuras, mentes perturbadas y esa agresividad que, de vez en cuando, todos necesitamos desfogar usando diferentes herramientas generadoras de catarsis. Es saludable ver a nuestros ídolos del pasado recuperarse, por lo menos parcialmente, de aquella catatonia provocada por el miedo a perder vigencia -y por algunos demonios internos- y volver por sus fueros.

Sin embargo, al escuchar la última aventura musical de Metallica con intenciones comparativas, el disco no solo queda detrás de sus propios álbumes, sino que también va a la zaga de los más recientes disparos de sus contemporáneos, a pesar de que estos recibieron menos publicidad y merecieron muy poca atención del público en general. Por ejemplo, el año pasado Megadeth, con Dave Mustaine a la cabeza, editó el año pasado The sick, the dying… and the dead!, que desde sus primeros acordes hace saltar todo por los aires. Lo mismo podemos decir de discos como Titans of creation (2020) o Hate über alles (2022), de Testament y Kreator, respectivamente -otras dos leyendas del thrash que hace unas semanas ofrecieron un demoledor concierto en Lima, o de las últimas grabaciones oficiales de Slayer (Repentless, 2015) y Anthrax (For all kings, 2016). Aun así, 72 seasons supera las expectativas frente a una banda que muchos considerábamos ya fuera del juego metalero. Nada más lejos de ello.

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72 Seasons, heavy metal, Metallica, Música, Thrash Metal

La balada antibélica Us and them –con sus ecos crepusculares y grandilocuentes coros- es uno de los puntos más altos de un álbum que tiene, en sí mismo, una estatura más que elevada. La circular melodía es una composición que Wright había preparado como una de las contribuciones de Pink Floyd para la banda sonora del film de culto Zabriskie Point (1970) pero que fue rechazada por su director, el italiano Michelangelo Antonioni (1912-2007) porque la consideraba “hermosa pero muy triste, me hace pensar en la iglesia”, como alguna vez recordó Waters. La letra es un listado de dicotomías y conceptos antagónicos y/o relacionables entre sí –“nosotros y ellos”, “con y sin”, “arriba y abajo», “abajo y afuera”, “negro y azul”- para luego condenar la brutalidad de la guerra, un tema que lo obsesionó siempre -su padre había fallecido durante la Segunda Guerra Mundial- y que fue insumo para composiciones posteriores como algunos cortes de The Wall –In the flesh?, Bring the boys back home– o las canciones que dieron forma al disco The final cut (1983, el último que grabó con Pink Floyd). Waters usó el título de la canción para una de sus más recientes giras mundiales, que generó a su vez el documental Us + Them (2019). En este tema, como en Money, brilla el saxofonista Dick Parry, colaborador estable del grupo entre 1973 y 1977.

El álbum comienza y termina con el latido de un corazón (Speak to me), simbolizando el pulso vital y la fragilidad humana, además de dotarlo de un sentido de continuidad. Las voces que se escuchan al fondo, en diversos momentos, haciendo comentarios sobre la vida y la muerte, la locura y la agresividad, surgieron a partir de preguntas escritas en tarjetas por el mismo Waters -como se cuenta a detalle en el capítulo de la serie documental Classic Albums dedicado al disco (2003)- y tuvo también una serie de complementos audiovisuales para los conciertos, como el video de Money, esa ácida crítica contra el consumismo o la animación de relojes voladores para Time. El último tramo del disco, conformado por el instrumental Any colour you like y Brain damage/Eclipse -otra en la que destacan las coristas Lesley Duncan, Liza Strike, Barry St. John y Doris Troy-, condensan el mensaje principal de esta visita al lado oscuro de la luna que es, en realidad, el lado oscuro del alma, marcado por el inconformismo y la neurosis como resultado de comprobar que, en el fondo, todos lidiamos con un mundo cargado de desconfianza, ambición y soledad.

Autoritario y polémico como siempre, Roger Waters anunció a principios de este año que acababa de regrabar todo el álbum y nos conmina a olvidarnos de “esa tontería de que fue un trabajo grupal. Yo lo escribí. Claro, éramos una banda entonces pero el disco es mío”. Lo cierto es que, si bien la concepción de la idea es enteramente suya, así como las letras y la planificación de detalles, en las composiciones musicales hay participación muy fuerte de Gilmour, Wright y, en menor medida, Mason. De modo que lo dicho por Waters no es del todo exacto. En todo caso, quienes han escuchado la nueva versión -un par de periodistas y amigos del músico- han comentado que se trata de una interesante relectura.

Roger Waters y su extraordinaria banda tocaron, en su primera visita a Lima, The Dark Side of the Moon completo en el Estadio Monumental, con el guitarrista David Kilminster y el tecladista Jon Carin haciendo las voces de Gilmour y Wright, aquel inolvidable 12 de marzo del 2007. La noticia anunciada por Roger Waters no fue del agrado, desde luego, de Nick Mason y David Gilmour, los dos Pink Floyd restantes -Richard Wright falleció a los 65, el 2008- e incluso Polly Samson, esposa y manager de Gilmour, tuvo duras expresiones contra Roger Waters en sus redes sociales (quienes seguimos al grupo sabemos que estos enfrentamientos son más comunes de lo que podría pensarse).

En todo caso, un desinformado periodista británico llamado Stuart Maconie se encargó de lanzar una rama de olivo entre Gilmour y Waters, cuando este último respondió con furia al enterarse de que le atribuía declaraciones injuriosas sobre los solos que su compañero grabó para la versión original de 1973. “Para mí, los solos de David constituyen una colección de los mejores que se hayan grabado en la historia del rock. Así que Stuart, pequeño idiota, la próxima vez revisa bien lo que escribes antes de imprimirlo”.

A la vista de estas discusiones interminables, parece un sueño imposible que Roger Waters (79), David Gilmour (77) y Nick Mason (79) se sienten en torno a la misma mesa para celebrar, juntos, la tremenda obra maestra que perpetraron entre mayo de 1972 y febrero de 1973, aquellos nueve meses de intensas sesiones que terminaron siendo The Dark Side of the Moon, álbum certificado catorce veces con Disco de Platino solo en el Reino Unido y que ha permanecido en los rankings por más de 950 semanas. Como premio consuelo, nos queda escucharlo una y otra vez, como venimos haciéndolo desde hace cincuenta años.

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Música, Pink Floyd, The Dark Side of the Moon

Wayne Shorter siguió explorando su propia inspiración en paralelo a su trabajo con Weather Report que, con los años, se fue convirtiendo en predio casi exclusivo para las composiciones de Joe Zawinul. Los chispazos de arrebatada personalidad de Jaco Pastorius y la vehemencia creativa del austriaco movieron a Wayne Shorter un poco hacia atrás -metafóricamente hablando ya que “sin Shorter no había Weather Report” como alguna vez dijo el tecladista del bigote y el sombrero étnico de llamativos colores.

El saxofonista se mantuvo cómodo con ese perfil bajo, reservando su música más personal para una dilatada y simultánea discografía en solitario, con títulos como Native dancer (1974), un colorido tour-de-force por las fusiones con la música del Brasil, a dúo con Milton Nascimento; Atlantis (1985) que contiene una de sus piezas más conocidas, Endangered species; High life (1995), con la participación de Marcus Miller en bajo y Rachel Z en teclados; o Without a net (2013), con su último cuarteto. En 1975 colaboró en el primer disco como solista de Jaco, en el tema Opus pocus. En medio, la reunión del “Segundo Gran Quinteto”, es decir Shorter, Hancock, Carter y Williams con Freddie Hubbard cubriendo el lugar de Miles, un supergrupo llamado V.S.O.P que publicó cuatro álbumes en vivo entre 1977 y 2002 y una delicia en estudio, Five stars (1979).

Y, como suele ocurrir con estas superestrellas del jazz, Wayne Shorter tuvo también diversos encuentros con el mundo del pop-rock, introduciendo sus finos y complejos fraseos de saxo tenor en grabaciones de artistas como Steely Dan (Aja, 1977), Don Henley (The end of the innocence, 1989) o Joni Mitchell (Both sides now, 2000), con quien colaboró en una decena de álbumes, entre ellos los imprescindibles Don Juan’s reckless daughter (1977), Mingus (1979) o el doble en vivo Travelogue (2002).

También fue muy conocida su asociación con Carlos Santana, con quien grabó The swing of delight (1980) y Spirits dancing in the flesh (1990). En el siguiente enlace los podemos ver a ambos en el Festival de Montreaux de 1988, tocando Europa (Earth’s cry, heaven’s smile), clásica composición instrumental incluida en el LP Amigos de 1976, una de las más conocidas del guitarrista mexicano. Junto a Herbie Hancock, Santana y Shorter salieron de gira, en el 2016, bajo el nombre Mega Nova, supergrupo que completaron Marcus Miller (bajo) y Cindy Blackman (batería).

Wayne Shorter ha sido descrito como un filósofo, una persona de conceptos profundos e incapaz de decirle no a alguien, cuando se trataba de enseñar y compartir sus experiencias. Tina Turner lo consideró su salvador, pues le permitió quedarse en su casa medio año para huir de las golpizas que le propinaba Ike Turner, a mediados de los setenta, una historia que cuenta en su libro de memorias Happiness becomes you (2020). Ganador de una docena de Grammys, del Kennedy Center Honors 2018 y considerado el mejor saxofonista de jazz por los lectores de la revista Down Beat durante varios años consecutivos, el músico será recordado por sus pares como un ejemplo de creatividad artística y elevada espiritualidad.

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Jazz, Música, Wayne Shorter

En 1983 llegaría Bienvenido al club, disco que trajo otras dos buenas canciones, Hay algo en ella y Por volverte a ver, ideal para aquellas amores frustrados por la separación. Todos estos temas fueron escritos por Ray Girado, nombre artístico del reconocido compositor español Rafael Gil Domínguez (1947-2015), también autor de El primer beso o Para que no me olvides, éxito setentero de Lorenzo Santamaría que Dyango también grabara en su disco Corazón de bolero (1990). Al año siguiente, la canción Corazón mágico del LP … Al fin solos! (1984) se convirtió en un nuevo triunfo para el barcelonés, quizás la canción por la que más se le recuerda hasta ahora, una de las que “no puedo dejar de cantar en cada país que visito”. Sus últimos hits radiales en esa década fueron Esa mujer (1985) y El que más te ha querido (1989), bolero compuesto por la cubana Concha Valdés.

Pero, además de la música, Dyango tiene otras dos pasiones: el fútbol y la política. Como buen catalán, el cantante se declara “culé” -apelativo con el que se conoce a los hinchas del Barça- a muerte. De hecho, su relación con el club azulgrana es tan cercana que compuso y grabó una canción para el equipo, titulado Som més que un club (2004), en catalán. Incluso, Dyango contó hace algunos años que, mientras vivía en Argentina en los setenta, vio a un jovencito de 16 años jugar maravillosamente y llamó de inmediato a los directivos del Barcelona, para que lo contrataran y lo adoptaran pensando en el futuro. Era Diego Armando Maradona. Sin embargo, no aceptaron porque no querían “hacerse de un desconocido por poco que costara”. Años después, tras la revelación de “El Pibe” en el Mundial de España ’82, el Barcelona FC tuvo que pagar 1,200 millones de pesetas por el pase del argentino. Dyango y Maradona fueron grandes amigos.

En cuanto a la política, el cantante ha sido uno de los activistas más consecuentes del independentismo catalán, aunque en la actualidad reconoce que eso lo verán posiblemente sus nietos, pero él no. Ha grabado varios discos en ese idioma -En català (1982), Per a la meva gent (1984), Quan l’amor és tan gran (1997), El pare (2004)- y, como lo hacen también otros cantautores nacidos en Cataluña como Lluís Llach o Joan Manuel Serrat, Dyango defiende la autonomía y el orgullo de su origen cada vez que tiene ocasión. En el LP Per a la meva gent incluye una versión de la tierna balada Paraules d’amor (Palabras de amor), de su paisano Serrat. Y, en su perfil de Twitter, el intérprete se describe de la siguiente manera: “Músic, cantant i català” (“Músico, cantante y catalán”) y acompaña su imagen con el característico lazo amarillo que identifica a los separatistas. 

Sin embargo, por delante de todo está la música. A partir de los noventa, la carrera de Dyango se mantuvo vigente por todo lo producido en las décadas anteriores, con recitales por toda Hispanoamérica y los Estados Unidos. Álbumes como Morir de amor (1993), donde entona, el clásico bolero Espérame en el cielo a dúo con otra artista europea enamorada de nuestras músicas, la cantante griega Nana Mouskouri -donde nos hace recordar a Demis Roussos-; o los discos de covers Himnos al amor (2001), A ti (2003) e Íntimamente (2005), lo trajeron de regreso interpretando canciones de sus colegas Charles Aznavour, José José, Julio Iglesias, Roberto Carlos, Edith Piaf, entre muchos otros. En los últimos años ha grabado discos de boleros, tangos, rancheras y hasta un homenaje a Andalucía, Coplas (2008), con el acompañamiento de la Orquesta Sinfónica de Bratislava. En el 2018, luego de anunciar su retiro de los escenarios por problemas de salud hasta en dos ocasiones -algo que no cumplió, por supuesto- recibió el Premio Grammy Latino a la Excelencia Musical. 

Más de cuarenta discos después, Dyango sigue conquistando escenarios con el poder de su voz. En octubre del 2022 llenó dos fechas en el Teatro Gran Rex de Buenos Aires, Argentina, país que siempre lo ha recibido con brazos abiertos. Y sus aportes a la música se extendieron a través de dos de sus hijos, Marcos Llunas (el apellido es de su madre) y Jordi. se hizo muy conocido en los noventa con canciones como Sentir, Para reconquistarte o Eres mi debilidad y grabó en el 2012 un disco homenaje con once canciones de su famoso padre, titulado A la voz del alma. Y Jordi, el menor, saltó a la fama en 1997 con un buen disco de composiciones propias del cual se popularizó la canción Desesperadamente enamorado. Por otro lado, sus nietos Izán y Axel destacaron como actores en la serie de Netflix sobre Luis Miguel (2018-2021), a quien Dyango le dio clases de canto cuando era niño. “A mí también me gustaría una serie sobre mi vida”, dijo Dyango recientemente. “Me gustaría que alguien piense en mí”. 

PST-DATA: Al cierre de esta columna, se publicó el deceso del compositor, pianista y arreglista Burt Bacharach, a los 94 años, un caballero que dedicó su vida a ensalzar la música pop con canciones que las nuevas generaciones jamás tendrán el placer de reconocer. Más sobre él, la próxima semana…

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Lo cierto es que, aunque hay evidentes similitudes entre estas y otras canciones de Klaatu con la etapa más experimental de los Beatles -mellotrones, metales y armonías que van de lo sinfónico a lo psicodélico-, no dan como para confundir a sus intérpretes con los autores de Strawberry fields forever, Penny Lane, All you need is love, Hello goodbye o tantas otras composiciones de ese periodo comprendido entre 1966 y 1969 que produjo fantásticos discos como Revolver, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band o Magical Mystery Tour. De hecho, a las pocas semanas de la publicación de Smith, el norteamericano obtuvo una furibunda respuesta en un artículo titulado “Deaf idiot journalist starts Beatle rumor” –“Periodista sordo e idiota inicia rumor sobre los Beatles”-, publicado en la prestigiosa revista New Musical Express. Sin embargo, la aclaración de los hechos no llegó sino varios años después y Klaatu se benefició de toda esta confusión con la gran expectativa que generó su siguiente álbum, Hope (1967), en el que también hallamos cercanías con los Beatles, en canciones como Long live Politzania o la abridora We’re off you now que suena casi como una copia del clásico Maxwell’s silver hammer, del LP Abbey Road (1969).

En realidad, Klaatu era un grupo canadiense integrado por John Woloschuk (voz, bajo, teclados), Dee Long (voz, guitarra, teclados) y Terry Draper (batería, percusiones), inquietos músicos que admiraban no solo a los Beatles sino también a bandas de pop sinfónico como The Carpenters o progresivas como Pink Floyd, Genesis o 10 cc. Sus primeras grabaciones, que terminarían formando el disco 3:47 EST, las hicieron en los estudios de su “cuarto integrante”, el productor inglés Terry Brown, conocido por trabajar entre 1975 y 1982 con otro famoso trío proveniente de Canadá, Rush.

El disco, editado por un sello local llamado Daffodil Records, llegó a oídos de Frank Davies, productor principal de Capitol Records, quien decidió contratar a Klaatu. Y, efectivamente, fueron Woloschuk, Long y Draper quienes solicitaron de manera explícita mantenerse en el más absoluto anonimato, pero no con la intención premeditada de crear rumores o usurpar identidades sino como una estrategia para medir el impacto de su música sin necesidad de exponerse demasiado. De hecho, entre sus condiciones estaban también no ofrecer entrevistas ni hacer conciertos. Los músicos que únicamente querían proteger sus vidas privadas jamás imaginaron el inmenso éxito comercial que llegó a partir de una nota periodística. “Se convirtió en un monstruo, más allá de nuestro control” dijo, años después, John Woloschuk, uno de los principales compositores de Klaatu.

Gerardo Manuel, en varias ediciones de su sintonizado espacio televisivo de videos musicales Disco Club, contó la anécdota en repetidas ocasiones. Durante buena parte de los años ochenta, el recordado programa finalizaba con una canción de Paul McCartney, la excelente Goodnight tonight (1979), la misma que era acompañada por una simpática secuencia de dibujos animados, de tonos claroscuros, en que veíamos el andar de un hombre común por las calles de Londres. Las imágenes correspondían al videoclip de un tema de Klaatu, A routine day, incluido en su tercer álbum Sir Army Suit (1978). El corto, dirigido por los artistas canadienses Al Guest y Jean Mathieson, es considerado el primer video musical animado.

Aquel primer álbum de Klaatu recibió tanta atención que incluso los Carpenters, por aquel entonces uno de los conjuntos más populares en el mundo entero, decidieron hacer un cover de Calling occupants of interplanetary craft, extraño título de claras influencias beatlescas que incluyeron en su octavo disco Passage (1977). En la melodiosa voz de Karen Carpenter, el tema se convirtió en un éxito radial e incluso televisivo, a través de un especial titulado The Carpenters… Space Encounters, que se transmitió al año siguiente en la cadena ABC. Aquí podemos escuchar la versión de los Carpenters, a la que añadieron un subtítulo aun más raro, The recognized anthem of World Contact Day, en referencia a un movimiento que alucinaba con la posibilidad de establecer contactos extraterrestres, al estilo de la mencionada película de 1951 que fuera reactualizada muchos años después, en el 2008, con Keanu Reeves como protagonista.

Como grupo, Klaatu disfrutó mientras pudo de su accidental popularidad pero, una vez que quedó claro que no eran los Beatles, su carrera fue perdiendo interés a pesar de convertirse en una banda de culto en Canadá. Oficialmente, publicaron dos álbumes más –Endangered species (1980) y Magentalane (1981)- de sonido más pop-rock, antes de separarse en 1982. En el 2005, los tres miembros originales de Klaatu se reunieron para ofrecer un concierto acústico, en un evento denominado KlaatuKon, organizado por sus seguidores. En cuanto a Steve Smith, el periodista que inició el rumor considera que el público fue injusto al ignorar al grupo cuando la verdad salió a la luz. “Siempre creí que era una banda muy talentosa. Hasta hoy lo creo”.

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En Brasil fue un año duro en lo relativo a la pérdida de varias de sus estrellas musicales. Las más notables, por supuesto, fueron las de Gal Costa (9 de noviembre, 77) y Erasmo Carlos (22 de noviembre, 81). Mientras que la primera fue protagonista central del movimiento tropicalista en los setenta, el segundo coescribió junto a Roberto Carlos algunos de sus más grandes éxitos. Canciones como Amada amante, Un millón de amigos, Lady Laura, Detalles, entre muchísimas otras, pertenecen a ambos, compañeros de ruta desde los tiempos de La Joven Guardia. Además, Erasmo Carlos tuvo una sólida carrera en solitario, más orientado al rock. También fallecieron Luiz Galvão (22 de octubre, 87), uno de los fundadores de Os Novos Baianos, banda de rock de enorme influencia en la difusión de los nuevos sonidos brasileños en los años setenta; y el concertista de guitarra Carlos Barbosa Lima (23 de febrero, 77), quien se insertó en la movida jazzera de New York gracias a sus grabaciones junto a Charlie Byrd. Y hablando de jazz, este año partieron el pianista Ramsey Lewis (12 de septiembre, 87), el saxofonista Pharoah Sanders (24 de septiembre, 81) y el también saxofonista Ronnie Cuber (7 de octubre, 80). Mientras que Lewis y Sanders lideraron sus propios conjuntos tras trabajar con estrellas como Ornette Coleman y John Coltrane, Cuber fue un extraordinario músico de sesión, que paseó su saxo barítono con gente como The J. Geil’s Band, Billy Joel, Frank Zappa, Steve Gadd, Eddie Palmieri y la banda residente del conocido programa Saturday Night Live, entre otros.

La música latina también tiene más de un motivo para estar de luto este 2022. Comenzamos recordando al autor de La bikina, el violinista mexicano Rubén Fuentes (5 de febrero, 95), del famoso Mariachi Vargas de Tecalitlán. Fuentes escribió también otros clásicos mexicanos como Cien años o Flor sin retoño, grabados por Pedro Infante, Javier Solís, Pedro Vargas y un largo etcétera. Hace pocas semanas el mundo de la salsa se sorprendió al enterarse de la muerte de Lalo Rodríguez (13 de diciembre, 64), conocido por sus versiones de Ven devórame otra vez o Después de hacer el amor, éxitos de la “salsa sensual”. Otro histórico de la salsa, Héctor Tricoche dejó de existir a los 66 años, el pasado 17 de julio. Tricoche se hizo famoso como vocalista de la orquesta de Tommy Olivencia, con éxitos como Lobo domesticado y Periquito Pin Pin. Y el vocalista/bajista de Los Enanitos Verdes, icónica banda de rock argentino de los ochenta y noventa, Marciano Cantero, falleció el 8 de septiembre, a los 62. Finalmente, no podemos dejar de mencionar a estrellas de otros géneros como el guitarrista flamenco Manolo Sanlúcar (27 de agosto, 78), el cantautor argentino Diego Verdaguer (27 de enero, 70), la soprano española Teresa Berganza (13 de mayo, 89), y la cantante Ana Bejerano (2 de enero, 60), quien reemplazara a Amaya Uranga en Mocedades, durante la segunda mitad de los ochenta.

En el ámbito local, el público quedó estupefacto ante la trágica partida de Diego Bertie, quien perdió la vida tras caer desde el piso 14 del edificio donde vivía. Aunque se le asocia normalmente con la actuación, Bertie inició su carrera en la música, como cantante de la banda pop-rock Imágenes, con la que tuvo un par de éxitos radiales –Caras nuevas y Los buenos tiempos- allá por 1987-1988. Años después, se relanzó como cantante con un disco solista del que sonó fuertemente Qué difícil es amar (1997) y, posteriormente, tuvo uno o dos intentos más por reactivar su faceta musical, aunque su popularidad en cine, teatro y televisión fue mayor. Por su parte, Ramón Stagnaro, genial guitarrista que alternó con músicos internacionales en infinidad de sesiones de grabación y conciertos, falleció el 16 de febrero a los 76 años. Ese mes fue particularmente duro con la música nacional pues partieron, casi en seguidilla, el cantante nuevaolero Pepe Miranda (9 de febrero, 80) y, tres días antes, el compositor de fusiones instrumentales Manuel Miranda (6 de febrero, 62). El fundador y director de la popular orquesta de cumbia norteña Armonía 10, Walther Lozada, murió tras una larga enfermedad a los 61 años, el 25 de julio. Finalmente, el 22 de abril el público amante del folklore andino lamentó la partida de la compositora y activista política Martina Portocarrero, a los 72 años.

Otros notables que nos dejaron huérfanos este 2022: Angelo Badalamenti (11 de diciembre, 85), compositor de importantes bandas sonoras; Gregg Philbin (24 de octubre, 75), bajista original de REO Speedwagon; Radu Lupu (17 de abril, 76), pianista rumano de música clásica; Sir Harrison Birtwistle (18 de abril, 87), compositor británico de música instrumental contemporánea y óperas con temas mitológicos; el rapero Artis Leon Ivey, alias Coolio (28 de septiembre, 59), quien se hizo famoso en 1995 sampleando un clásico de Stevie Wonder, Pastime Paradise, con el título Gangsta’s paradise; Martín Carrizo (11 de enero, 50), bajista de la banda metalera argentina A.N.I.M.A.L.; los integrantes de la banda escocesa de hard-rock Nazareth, el vocalista Dan McCafferty (11 de agosto, 76) y el guitarrista Manny Charlton (5 de julio, 80); el vocalista de Screaming Trees y Queens Of The Stone Age, Mark Lanegan (22 de febrero, 57); el saxofonista de Earth Wind & Fire, Andrew Woolfolk (25 de abril, 71); y Calvin Simon (6 de enero, 79), una de las voces originales de los Parliament Funkadelic de George Clinton.

Toda una nueva constelación de estrellas que serán recordadas por siempre por sus aportes al mundo de la música, cada vez más desamparado y sepultado por el mal gusto y la chabacanería repetitva del reggaetón y afines.

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2022, Cultura, In Memóriam, Música

1972 fue también espectacular para el rock progresivo. Ese año se editaron Trilogy de Emerson Lake & Palmer, con su cinemática musical que, además, aportó un megaéxito de inclusión obligada en cualquier programa actual de recuerdos –From the beginning; Close to the edge de Yes, tres canciones de pura destreza y vuelo instrumental, entre ellas la volátil suite And you and I. Por su parte Genesis lanzó Foxtrot, con Supper’s ready como plato fuerte y Watcher of the skies, una de las más creativas piezas de esta etapa; Jethro Tull dio un salto estilístico con Thick as a brick, su primer opus conceptual; y Pink Floyd trabajó Obscured by clouds, un disco de sonido psicodélico y beatlesco que sirvió de banda sonora para una lisérgica película francesa llamada La vallée. Y cómo no incluir el fascinante sonido de Phantasmagoria, tercer y último disco de la formación original de Curved Air, con la encantadora voz de Sonja Kristina. Solo para conocedores.

En otros países europeos, el prog-rock estuvo también muy activo ese año, con producciones como Per un amico y Storia di un minuto de los italianos Premiata Forneria Marconi; el apocalíptico 666 del cuarteto griego Aphrodite’s Child, casa matriz de Demis Roussos y Vangelis; o títulos fundamentales del krautrock alemán, como el tercer disco de Can, Ege Bamyası -nombre de la conserva turca que aparece en la carátula-; So far, del colectivo experimental Faust; o Schwingungen, de Ash Ra Tempel cuyo guitarrista y líder, Manuel Göttsching, falleciera hace unos días a los 70 años. No podemos dejar de mencionar aquí al álbum debut de Neu!, el dúo de Düsseldorf que elaboró uno de los sonidos más influyentes para géneros tan opuestos como el punk y la movida ambient, a partir del genio innovador de su tercer integrante, el productor Konrad “Conny” Plank.

Bandas como Steely Dan, Roxy Music e Eagles debutaron aquel 1972. ¿Se imaginan encender la radio y escuchar, como estreno, canciones de superlativa calidad como Reelin’ in the years, Virginia plain o Take it easy? ¿O que, entre los anaqueles de las antiguas tiendas de discos, en la sección Novedades, se encontrara uno con joyas como el álbum doble Something/Anything? de Todd Rundgren; el primer disco como solista de Michael Jackson, Got to be there, grabado cuando apenas tenía 14 años; o esa maravilla de jazz-rock y fusión latina que fue el cuarto LP de Santana, Caravanserai?

Mientras todo eso pasaba en el mundo del rock, Paramount Records lanzaba la banda sonora de El Padrino, compuesta por el italiano Nino Rota; mientras el compositor y guitarrista Curtis Mayfield pergeñaba una elegante suite de soul y funk para musicalizar las escenas de Super Fly, film fundamental del blaxpoitation, subgénero que dio protagonismo a las problemáticas de la comunidad afroamericana. Ni qué decir de lanzamientos que generaron canciones eternas como Chicago V, con los éxitos Dialogue y Saturday in the park; el primer álbum de los escoceses Stealers Wheel (Stuck in the middle with you); el segundo disco de los Doobie Brothers, Toulouse Street, con hits como Listen to the music o Jesus is just alright; o Summer breeze, cuarta producción del dúo de multi-instrumentistas norteamericanos Seals & Crofts, en que destaca, por supuesto, el tema del mismo nombre. Una maravilla tras otra.

La música en español también tuvo sus propios momentos de gloria, en 1972. Por ejemplo, ese fue el año de la aparición de Sui Generis, con su entrañable LP Vida, en medio de otros lanzamientos importantes del rock gaucho como Desatormentándonos, primer disco de Pescado Rabioso, con Luis Alberto Spinetta al frente; y los debuts de Color Humano y Aquelarre, bandas de los otros ex miembros de Almendra. Desde España, Camilo Sesto lanzó sus dos primeros discos, con éxitos como Algo de mí y Fresa salvaje; Nino Bravo publicó dos LP antes de su prematuro fallecimiento, Un beso y una flor -incluyendo, además del tema-título, las espectaculares Noelia y Cartas amarillas– y Mi tierra -con Libre como principal single-. Y el trovador catalán Joan Manuel Serrat regaló a la humanidad su tributo a Miguel Hernández, musicalizando diez poemas de uno de los principales exponentes de la Generación del ‘27.

La salsa dura, por su parte, tuvo su propio Woodstock con la película y banda sonora Our latin thing (Nuestra cosa), en que brillaron los pioneros del género latino como Ray Barretto, Ismael Miranda, Larry Harlow, Willie Colón y Héctor Lavoe, además de sus propios lanzamientos individuales y otra aparición en conjunto, como Fania All Stars, que ese año salió al mercado con un poderoso álbum en vivo, Live at the Cheetah Vol. 1. Por su parte, El Gran Combo y Justo Betancourt triunfaron sus singles Julia y Pa´ bravo yo, respectivamente, clásicos que hasta ahora están vigentes para conocedores y bailadores del mundo entero.

En cuanto a la producción nacional, dos frentes tuvieron mucha actividad. Por un lado, lanzamientos importantes para la historia del rock local, del sello MAG, como el primer álbum de We All Together que incluyó el clásico cover de Carry on till tomorrow, tema original del cuarteto galés Badfinger. También debutaron las bandas limeñas de hard-rock Tarkus, con su famoso LP de carátula negra; y Pax, con un ambicioso disco cantado en inglés, May God and your will land you and your soul miles away from evil, con influencias de la psicodelia de Iron Butterfly y Vanilla Fudge. Mientras tanto, el colectivo de fusión El Polen compuso la banda sonora de Cholo, película dedicada al futbolista Hugo Sotil, que editaron como su primer disco. Y, por el otro, opciones de música popular como la cumbia de los sellos Infopesa, Dinsa y Odeón del Perú, con lanzamientos de singles de Los Mirlos, Manzanita y su Conjunto, Los Pakines, Juaneco y su Combo, entre otros. Y en el ámbito del folklore, destacaron los álbumes de estrellas criollas como Carlos Hayre (La marinera limeña), Las Limeñitas (Graciela y Noemí, un solo corazón), y del canto andino como El Jilguero del Huascarán, Pastorita Huaracina, entre muchos otros. Mención aparte para el retorno, en clave de rock psicodélico, de Yma Súmac, con su disco Miracles, grabado en EE.UU. y lanzado por London Records, el último de la diva de la música exótica.

Otros lanzamientos importantes que cumplieron cincuenta años este 2012: A song for you de los Carpenters, con los éxitos Hurting each other y Goodbye to love; Acabou chorare de Os Novos Baianos, uno de los más trascendentales grupos de pop-rock con sabor brasileño; el debut discográfico de Les Luthiers y su extraordinaria Cantata Laxatón; los debuts como solistas de Jerry García y Bob Weir, líderes de The Grateful Dead. En el jazz, la primera aventura de Chick Corea al frente de Return To Forever y Expectations, del pianista Keith Jarrett, uno de sus primeros lanzamientos con el sello Sony Records, tras su trabajo con Miles Davis, que ese año editó el alucinante On the corner.

Que todos estos álbumes, lanzados hace cincuenta años y que, en muchos casos, tomaron meses enteros para su creación, grabación y edición, suenen más interesantes, como construcciones musicales y líricas, que las toneladas de canciones desechables que actualmente se producen en cuestión de días y son éxitos de ventas y reproducciones en Spotify, YouTube y demás hierbas tecnológicas, es solo una muestra más de esa degradación que caracteriza también otros aspectos de la vida moderna, desde la calidad del aire que respiramos y los alimentos que consumimos hasta el pobre nivel de desarrollo personal, psíquico y emocional que encontramos en un gran porcentaje de individuos y colectivos sociales y políticos, cada vez más superficiales, insensibles y corruptos.

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A lo largo de su copiosa discografía, Frank Zappa dirigió muchas otras canciones a criticar, sin eufemismos ni poéticas digresiones, a los corruptos de cuello y corbata que usan el poder para enriquecerse. A pesar de que sus composiciones de tipo político son extremadamente localistas, varias de esas frases y razonamientos, realizados en contextos musicales que abarcan desde el rock hasta la música instrumental de vanguardia, pueden aplicarse a cualquier otra realidad incluyendo, por supuesto, la nuestra. Por ejemplo, al escuchar Dickie’s such an asshole (Roxy & Elsewhere, 1974), que dedicó originalmente a Richard Nixon y, una década después, a Ronald Reagan, pienso en prohombres nacionales como Alan García, Alberto Fujimori, Pedro Castillo o en alguno de los nombres que hoy pretenden llegar -o, como en muchos casos en todo el país, regresar- al sillón municipal, que gritan “¡no soy criminal!” cuando en las caras nomás se les nota.

Otra de esas canciones frontales que Zappa dedicó a los políticos de su país fue Hot-plate heaven at the Green Hotel (Does humor belong in music?, 1986), cuya letra va directo al corazón del sistema bipartidista estadounidense: “Los republicanos te tratan bien / si eres un multimillonario, / los demócratas son justos / si todo lo que tienes es lo que traes puesto, / ninguno de los dos vale realmente / porque a ninguno de los dos les importa / si hay calefacción en este hotel / porque nunca han estado allí”. O su clásico I’m the slime (Over-nite sensation, 1973), en que los disparos son para la telebasura: “Soy vulgar y pervertida, obsesiva y trastornada, / he existido por años pero nada ha cambiado, / soy la herramienta del gobierno para regularte… / Te hago pensar que soy deliciosa / con las cosas que digo, / soy lo mejor que puedes tener / ¿ya adivinaste quién soy? / soy la baba que sale a diario de tu televisor”. Que levante la mano quien no haya pensado en nuestra televisión de señal abierta, sus entrevistas políticas timoratas o sus programas de farándula ramplona.

Finalmente, dos joyas de la corona en el universo zappesco. The idiot bastard son (We’re only in it for the money, 1968), que habla de un personaje oscuro y tonto cuyo padre “es un nazi con un escaño en el Congreso y su madre, una prostituta de algún lugar de Los Angeles”. La compleja melodía de este tema cautivó tanto a Sting que le pidió permiso a Zappa, en 1988, para incluirla en su gira mundial (aquí podemos oír la versión del ex líder de The Police). Y Trouble every day (Freak out!, 1966), una crónica periodística en la que el autor nos habla de racismo, política, abusos policiales y más.

Pero, volviendo a Agency man. En la versión de 1993, sin cortes, aparece una estrofa más, de antología, dedicada a los políticos y sus campañas electoreras: “¡Vamos a California! / ¡Páganos antes de salir! / Conseguiremos a un nazi sonriente / y lo llevaremos marchando por el camino. / Contrata a un niño, besa a un niño, / invita a las damas el té, / y aquí tienes un par de discursos / que te pasaremos gratis”. Con esta canción, Frank Zappa nos muestra su absoluto desprecio por los políticos, sus financistas y asesores, por lo que se hace indispensable, para aquellas personas que sentimos lo mismo, conocer estas canciones que trascendían los límites del espectro rockero tradicional. En estos tiempos de Bad Bunnys y Chris Martins, que navegan entre la vulgaridad y la sofisticación como las dos caras de una misma moneda, la del escapismo individualista, envanecido y ostentoso, hace falta escuchar a artistas como Frank Zappa que, con inteligente rabia, no dejaban títere con cabeza en sus composiciones musicales. O entrevistas, como esta de 1990.

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