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Música archivos | Página 3 de 8 | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad

Música

En sus tres décadas casi no se han registrado actos de vandalismo, por lo que se le considera entre los eventos masivos más seguros. A pesar de que prácticas como el pogo (“mosh pit”), lanzarse desde el escenario para que la masa te sostenga (stage diving”), ser transportado por el público (“crowd surfing”) y la temible “wall of death” son potencialmente peligrosas, se han reportado pocos heridos y cuatro asistentes han fallecido durante el W:O:A. En comparación con los indicadores del Lollapalooza o las desastrosas ediciones de Woodstock en 1994 y 1999, eso es realmente un éxito. Asimismo, el festival promueve, durante sus tres o cuatro días, campañas de donación de sangre, análisis de médula espinal para colaborar con pacientes de leucemia y un permanente apoyo a la organización Stark Gegen Krebs (Fuerza contra el Cáncer).

La experiencia del W:O:A se parece más a la de un parque temático de diversiones que a un simple listado de artistas que tocan uno detrás de otro. Hay desfiles de personajes que van de lo medieval y gótico a lo fantasmagórico, un cruce entre El Señor de los Anillos, Comic-Con y Game Of Thrones que podría ser hasta caricaturesco. Pero lo central aquí es el sentido de comunidad y la multitudinaria camaradería. El público amante del hard-rock/heavy metal y sus ramificaciones posee, más que en cualquier otro género derivado del rock, ese espíritu de cuerpo sólido y leal, cerrado y a la vez amplio, donde lo único que se requiere es compartir el gusto por esta música que, en el común de las personas, suele producir gestos de desagrado, desaprobación y hasta asco. Si no te gusta el metal, Wacken Open Air no es para ti. Pero si eres un headbanger de corazón, no tiene pierde.

Por sus escenarios han pasado todos los más grandes exponentes de la multiforme familia de subgéneros que hoy existen, con una excepción casi impensable. Metallica, considerada por muchos expertos como la banda más importante de thrash metal -entre 1983 y 1988- y, posteriormente, la responsable de extender la aceptación de esta música entre públicos más convencionales, nunca ha tocado en el festival. Pero a juzgar por los carteles, no se les extraña mucho que digamos. Otros nombres como Manowar o Death tampoco han sido parte del Wacken en sus treinta años de historia.

En la última edición, realizada del 1 al 6 de agosto pasado, estuvieron leyendas del metal extremo como Venom -aquí los podemos ver tocando su clásico himno Black metal, de 1982-; Judas Priest, una de las principales bandas de la New Wave Of British Heavy Metal (NWOBHM); Michael Monroe, ex vocalista del recordado grupo finés Hanoi Rocks; los infernales alaridos de King Diamond al frente de Mercyful Fate, orgullo danés del heavy metal; y hasta Cirith Ungol, olvidada agrupación norteamericana pionera del hard-rock con temas fantasiosos (de hecho, el nombre del grupo es únicamente reconocible para los lectores de J. R. R. Tolkien). También estuvieron conjuntos históricos de distintos países, etapas y estilos del metal como Gwar y sus estrafalarios disfraces (EE.UU.), Rotting Christ (Grecia), Overkill (EE.UU.), Loudness (Japón), Pestilence (Holanda), Behemoth (Polonia), Amon Amarth y su imaginería vikinga (Suecia). En el canal Wacken TV, de YouTube, pueden verse resúmenes, conciertos y otros aspectos de la última edición del festival.

Los metaleros más jóvenes disfrutaron de bandas como los norteamericanos Slipknot, esos de los overoles y las máscaras; los holandeses Epica, con la operática voz de Simone Simons; los alemanes Powerwolf y sus atuendos de basados en licántropos, diablos, vampiros y demás monstruos; o el cuarteto femenino Crypta de Brasil, uno de los debutantes en el festival, con un sonido agresivo, heredero de Slayer o Death. También debutó este 2022 el trío alemán Kadavar, que hace un interesante revival de rock psicodélico combinado con la oscuridad de Black Sabbath.

Como vemos, ya sea que prefieras el hard-rock clásico -Deep Purple, Saxon-; el heavy metal -Iron Maiden, Accept-; o incluso propuestas más extremas como la de los noruegos Mayhem, pioneros de la escena nórdica de black metal, envueltos en más de un escándalo por sus letras satanistas y, en especial, por el trágico asesinato de su fundador y guitarrista Øystein “Euronymous” Aarseth, en 1993, perpetrado por su entonces compañero de grupo, Varg Vikernes; el Wacken Open Air Festival tiene metal para todos. Para la edición 2023 -cuyas entradas se agotaron en solo seis horas, un nuevo récord- ya se ha anunciado la presencia de Iron Maiden, Megadeth, Pentagram y Deicide. Todo parece indicar que la llamada Meca del Metal está más vigente que nunca.

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Música

Por su parte, Historia de la cumbia peruana: De la música tropical a la chicha (Instituto de Estudios Peruanos, 2022) es, probablemente, el primer acercamiento que un investigador académico serio hace al proceso de gestación de la cumbia peruana. Si bien es cierto existe una bibliografía muy extensa de artículos, ensayículos y ensayos sobre estas temáticas, dispersos en publicaciones multiautorales, revistas de sociología o medios de comunicación -que el mismo autor se encarga de citar apropiadamente-, este libro de Jesús Cosamalón traza una línea evolutiva que, también en tres décadas, encuentra vasos comunicantes entre sí, con la salsa y hasta con el rock de sus respectivas épocas.

La meticulosidad del historiador para enlazar acontecimientos políticos y económicos con el desarrollo de los hábitos de consumo y gustos populares es muy ilustrativa, aun cuando por momentos se intuye cierta idealización respecto de la influencia, en términos sociales y de construcción de autoestima, de movimientos como los encabezados por las orquestas de Freddy Roland, Carlos Pickling, Rulli Rendo (años sesenta), Los Destellos, Los Pakines, Juaneco y su Combo (años setenta), Los Shapis, Chacalón y la Nueva Crema (años ochenta). Es cierto que estos y otros artistas mencionados en sus páginas tuvieron, en muchos casos, gran éxito masivo en el Perú -y algunos también lo lograron fuera- en cuanto a venta de discos y asistencia multitudinaria a conciertos. Pero, a la luz de lo que vino después del auge de la chicha -que Cosamalón ubica, correctamente, como resultado de un proceso previo y no como creación original de migrantes del campo a la ciudad- es evidente que ese éxito comercial no sirvió para construir una ética de trabajo, con productos de calidad que ofrezcan algo más que el escapismo vacío, de infértil irreverencia y desacato permanente al buen gusto que hoy vemos y oímos.

Los excesos de sublimación en ambas obras no constituyen, en modo alguno, una característica negativa. Por el contrario, esa visión romántica que es, a un tiempo, objetiva y realista pues proviene de datos concretos, vivencias, materiales publicados, hace atractivas a estas publicaciones pues pone ante ojos y oídos de los lectores, un pasado que merece ser reconocido como fundacional de aquellos fallidos intentos por construir una identidad musical nacional, en la que se integraron, en desorden, múltiples fuentes de información, con la finalidad de recuperar esos bríos y, por qué no, reiniciar esa búsqueda a contramano del sistema que busca homogeneizarlo todo.

Si al escuchar canciones como 1ero. de Noviembre, del segundo álbum de Héroe Inocente (El campeón de los campeones, 2005), La sociedad me enferma, del álbum debut; o cumbias como Don José (Los Ribereños, 1969), Viento (Grupo Celeste, 1975), Colegiala (Los Ilusionistas, 1977) o El aguajal (Los Shapis, 1981) -todas incluidas en un listado de QR al final del libro de Cosamalón, para escucharlas en YouTube- no se activa en tu cerebro esa nostalgia capaz de emocionarte con recuerdos entrañables de tu infancia, adolescencia o eterna juventud, significa que la modernidad y sus distracciones te han dejado vacío.

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cumbia, Música

La zarzuela se caracteriza por ser una música alegre, pomposa y romántica, con historias que, combinando drama y humor, giran siempre en torno a personajes idealistas y sus contrapartes, configurando una dinámica que las convierte en antecedentes de la novela de televisión. En Luisa Fernanda (1932), por ejemplo, la protagonista se debate entre un amor joven y apasionado pero traicionero y uno sincero y maduro pero apagado. Esta composición -música de Federico Moreno Torroba, textos de Federico Romero Sarachaga y Guillermo Fernández-Shaw- es, de lejos, la favorita de los conocedores y ha sido grabada por todos los grandes sopranos y tenores españoles. Aquí podemos ver a Plácido Domingo, en una renovada versión de esta popular historia de amor, filmada en el año 2007.

Uno de sus aspectos fundamentales es el costumbrismo, recreando pasajes y tradiciones españolas de la época decimonónica, expresadas en vestimentas, locaciones y, especialmente, en el idioma. Es fácil relacionar el lenguaje de los personajes de zarzuela con autores del Siglo de Oro español como Lope de Vega, Calderón de la Barca o Francisco de Quevedo, incluso con la obra de Miguel de Cervantes Saavedra o con el Don Juan Tenorio de José Zorrilla, con pleonasmos y juegos de palabras indescifrables para los fanáticos de Karol G, Daddy Yankee o Bad Bunny. El doble sentido, por supuesto, también es parte de los escarceos románticos de ciertas zarzuelas como, por ejemplo, La corte del Faraón (1910, música de Vicente Lleó, textos de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios), una hilarante historia ambientada en el Egipto antiguo, con inesperados personajes y desenlaces que escandalizaron a más de uno por sus insinuaciones (no tan) moderadas sobre temas prohibidos en su momento.

La profunda diversidad e intención de sus melodías y bailes, que intercalan elementos sinfónicos -violines, metales, percusiones- con sonidos folklóricos -guitarras, panderetas, castañuelas- y estilos populares de la España tradicionalista como el pasodoble, la jota, el chotis y otros de raigambre europea como el vals, la polka o la mazurca, es otra de sus características notables. Las escenas, denominadas romanzas -equivalente a las arias de las óperas- tienen un amplio registro de emociones que van desde el romance intenso –Flor roja, de Los Gavilanes (1923, música de Jacinto Guerrero, textos de José Ramos Martín); Cállate, corazón (de la mencionada Luisa Fernanda)-; al humor dislocado y vertiginoso –la entrada de Lamparilla, personaje principal de El barberillo de Lavapiés (1874, música de Francisco Asenjo Barbieri, textos de Luis Mariano de Larra); A la consulta se puede entrar de La del soto del parral (1927, música de Reveriano Soutullo y Juan Vert, textos de Luis Fernández de Sevilla)-; o el dramatismo puro –De este apacible rincón de Madrid (Luisa Fernanda), Mi aldea (Los Gavilanes); No puede ser de La tabernera del puerto (1936, música de Pablo Sorozábal, textos de Federico Romero Sarachaga y Guillermo Fernández-Shaw-; y revelan estados de ánimo exultantes y, a la vez, cortesanos, que emocionan por su creatividad, intensidad, zalamería e ingenio.

Chispazos de zarzuela se permearon también a la cultura pop, incorporándose a nuestras memorias musicales. Por ejemplo, cómo olvidar aquel capítulo de El Chavo del Ocho en que Doña Florinda y el Profesor Jirafales interpretan la romanza Caballero del alto plumero, de Luisa Fernanda. O el pasodoble El Gato Montés, asociado por siempre a la despreciable tauromaquia, parte de la obra del mismo nombre, compuesta en 1917 por Manuel Penella Moreno, en la que el protagonista es, precisamente, un torero. O la misteriosa balada Amor de hombre, éxito de 1982 del sexteto vocal Mocedades que, con arreglos de Juan Carlos Calderón y letra de Luis Gómez Escolar, usa el intermedio de La leyenda del beso (1924, música de Reveriano Soutullo y Juan Vert).

Otro aspecto del universo zarzuelero es que, casi siempre, las obras son escritas en equipo, como hemos visto en los ejemplos mencionados y otros como El cantar del arriero (1930), por Fernando Díaz Giles (música) y Serafín Adame/Adolfo Torrado (libreto); o La Gran Vía (1886), por Federico Chueca (música) y Joaquín Valverde/Felipe Pérez y González (libreto). Esta particularidad fue explotada de forma genial por Les Luthiers. Cuando presentaron su parodia Las Majas del Bergantín (Zarzuela Náutica) (1986), se la atribuyeron a los imaginarios Ramón Véliz García y Casal (música) y Ataúlfo Vega y Favret/Rafael Gómez y Sampayo (libreto). En realidad, los compositores fueron Ernesto Acher y Carlos Núñez Cortés, integrantes del célebre conjunto argentino de humorismo musical.

En el Perú, como en otros países de América Latina, la zarzuela tuvo enorme popularidad en los años sesenta y setenta, con la visita de compañías internacionales que se presentaban, con mucho éxito, en los principales teatros de la capital -Segura, Municipal-. Una de esas compañías trajo a un barítono español, llamado Juan Antonio Dompablo quien se quedó en nuestro país desde 1968 y se casó con una deportista local, Marita Saettone, campeona de natación. Su hijo Juan Antonio, conocido tenor peruano, también cantó zarzuelas desde muy joven, aunque ahora apunta a un público más abierto y comercial con espectáculos diseñados por la conductora Mabela Martínez.

Esa popularidad se mantuvo hasta los años ochenta y noventa, con la aparición de compañías de pequeño formato y gran corazón, como La Peña de Alfredo Matos de Barranco o los elencos del pianista Armando Mazzini, el cantante Genaro Chumpitazi o la gestora cultural Dora Alegre, que organizaban las llamadas “antologías”, selección de romanzas de diversas zarzuelas. En aquellos grupos alternaron, junto a jóvenes aficionados, profesionales como, por ejemplo, el tenor uruguayo Eugenio Trouiller, especialista en segmentos cómicos, afincado en Lima desde 1971; o el mencionado Juan Antonio Dompablo, entre otros. Lamentablemente, hoy las antologías de zarzuela han desaparecido de las carteleras grandes y son placer de minúsculas minorías que pueden verlas, esporádicamente, en las actuaciones que organiza el Grupo de Zarzuela del Club de Regatas Lima, activo desde el año 2002.

A pesar de la decadencia artística que padecemos, que convierte a un género teatral tan entretenido y musicalmente rico en casi un espejismo, aun se mantienen entre los amantes de la zarzuela, jóvenes eternos de corazones sensibles y enamoradizos esos vasos comunicantes con aquel mundo desaparecido y, de vez en cuando, podemos escuchar ecos de canciones grupales como La marcha de la amistad o La mazurca de las sombrillas que, antaño, solían ser coreadas por los públicos en teatros llenos, una comunión de intereses y aplausos en sana convivencia, por lo menos mientras duraba la función.

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Música, Música Clásica, Plácido Domingo, Zarzuela

Luego de aquella tríada -Thin Lizzy (1971), Shades of a blue orphanage (1972) y Vagabonds of the western world (1973, con la icónica ilustración de carátula de Jim Fitzpatrick, conocido internacionalmente por este poster de 1968)- llegó la primera gran transformación. Eric Bell salió y fue reemplazado por dos guitarristas, el norteamericano Scott Gorham y el escocés Brian “Robbo” Robertson, iniciándose el verdadero ascenso de Thin Lizzy como potencia del hard-rock setentero. Aunque el primer álbum de esta nueva conformación -Nightlife (1974)-, está cargado de influencias del blues, funk y algo de jazz, en temas como Showdown o el instrumental Banshee, ya se comenzaron a sentir los ataques de guitarras gemelas que se convirtieron en su marca registrada. La química existente entre Gorham -de estilo fluido, con bases blueseras- y Robertson -más clásico y agresivo- permitió a Lynott expandirse, como compositor y líder. El cuarteto grabó, en total, cinco álbumes en estudio y el mencionado concierto Live and dangerous. Clásicos como Rosalie -original de Bob Seger-, Don’t believe a word, Emerald, Dancing in the moonlight (It’s caught me in its spotlight) y, especialmente, The boys are back in town, impactaron a la comunidad rockera por su fuerza y expresividad. El tema, parte del sexto álbum Jailbreak (1976), es la que mejor representa, hasta hoy, el sonido clásico de Thin Lizzy, con esas emocionantes armonías a dos guitarras.

Pero como nada puede ser perfecto, las cosas comenzaron a descontrolarse al interior de Thin Lizzy. Aun cuando eran muy unidos, el carácter irascible de Brian Robertson ocasionó más de un desencuentro artístico y personal con sus compañeros, en especial con Lynott. Para cuando llegó el momento de iniciar la gira promocional del LP Jailbreak, Robertson se vio obligado a retirarse tras un incidente violento en un bar, una descomunal gresca que le dejó graves heridas en la mano. Con “Robbo” inhabilitado para tocar, por su recuperación, Phil Lynott buscó a un viejo amigo y colaborador suyo para reemplazarlo, el virtuoso guitarrista irlandés Gary Moore -quien ya había alternado con ellos en 1974 y conocía a Phil desde las épocas de Skid Row- para esos conciertos. Posteriormente, Robertson regresaría pero solo para grabar tres canciones –entre ellas, esta– del Bad reputation (1977), el último disco del cuarteto. Luego se unió por una breve temporada a Motörhead (1982-1983).

Moore, un músico de larga trayectoria que iba del blues al hard-rock y al rock progresivo con total facilidad -escúchenlo aquí con su clásico tema Still got the blues for you (1990) o como miembro de Colosseum II, en medio del auge del prog-rock al estilo Canterbury Scene-, ingresó formalmente a Thin Lizzy en 1978 y se quedó un año, grabando con ellos The Black Rose: A rock legend, uno de sus discos más celebrados. A pesar de ello, Moore -quien registró la balada blues Parisienne walkways a dúo con Lynott en 1979- decidió seguir su camino en solitario al ver cómo se incrementaban las adicciones de sus colegas. Su lugar fue ocupado por Snowy White, un guitarrista británico de alto perfil, que se quedó hasta 1982 -a este periodo pertenecen los álbumes Chinatown (1980) y Renegade (1981)- intercalando su trabajo en Thin Lizzy con su ingreso a Pink Floyd, como músico de apoyo en la gira The Wall (1980-1981). Para la última etapa de Thin Lizzy, Lynott, Downey y Gorham contrataron al inglés John Sykes, quien años más tarde se haría mundialmente famoso como miembro de Whitesnake y luego, a fines de los noventa, al frente de su propia banda, Blue Murder.

Phil Lynott falleció apenas a los 36 años, debido a múltiples complicaciones por su masiva adicción a la heroína y el alcohol, los primeros días de enero de 1986. Desde entonces su figura creció entre los amantes del hard-rock y el legado de Thin Lizzy se ha mantenido vigente a través de las décadas siguientes. En 1991, el recopilatorio Dedication: The Very Best of Thin Lizzy incluyó un tema inédito, Dedication, una composición del guitarrista Laurence Archer rescatado de unas cintas perdidas de 1984-1985 de una banda alterna de Lynott, llamada Grand Slam. Scott Gorham, John Sykes, Brian Downey y Darren Wharton -tecladista de la banda desde 1980- se reunieron en 1996 y, con diferentes acompañantes, se presentaron como Thin Lizzy de manera irregular hasta el 2009. Luego de ello, Gorham continuó al frente con elencos cambiantes de músicos hasta llegar al 2019, en que lo acompañan Scott Travis (baterista de Judas Priest), Troy Sanders (bajista de Mastodon) y los guitarristas y cantantes Damon Johnson y Ricky Warwick. Aunque no han grabado material nuevo bajo el nombre Thin Lizzy, mantienen vivas las canciones y el espíritu de Phil Lynott, en conciertos y festivales de EE.UU. y Europa.

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Hard-rock, Música

Los primeros años ochenta fueron igual de prolíficos, con canciones como Make a move on me, Landslide y Physical, tema-título de su LP de 1981. En el video de Landslide aparece con un actor diez años menor que ella, Matt Lattanzi, quien se convertiría en su esposo -de 1984 a 1995- y padre de su única hija, Chloe, hoy de 36 años, con quien grabó en el 2021 su último single, Window in the wall. En 1982, Olivia ingresó nuevamente a los rankings con los temas Heart attack y Tied up, incluidos en una recopilación titulada Olivia’s Greatest Hits Vol. 2 (el primer volumen había salido en 1977). Luego vino un reencuentro con John Travolta, en el film Two of a kind (1983). Aunque en las salas de cine los resultados no fueron muy buenos, la banda sonora incluyó un nuevo éxito para la cantante, Twist of fate.

Para la segunda mitad de esa década, la presencia musical de Olivia Newton-John tuvo un declive, con álbumes espaciados y éxitos menores como Soul kiss (1985) y The rumour (1988), una canción que compusieron para ella Elton John y Bernie Taupin, e incluso el famoso rockero toca el piano y hace coros en el tema, que sonó mucho en las radios limeñas aquel año. Un año después, en 1989, grabó un álbum de tiernas canciones de cuna, Warm and tender, que dedicó a su hija, entonces de tres años, en el que destacan When you wish upon a star, melodía central del clásico film animado de los estudios Disney, Pinocchio (1940); y Over the rainbow, de otra joya del cine, The wizard of Oz (1939). Lamentablemente, para 1992 la cantante y actriz, entonces de 44 años, recibió una mala noticia al ser diagnosticada con cáncer de mama, enfermedad que combatió tenazmente a través del tiempo en dos y hasta tres reactivaciones. La más reciente fue la que ocasionó su fallecimiento, a los 73, el pasado lunes 8 de agosto, en su residencia de California.

Lejos de amilanarse, Olivia Newton-John encaró la adversidad con entereza. Y mucha música. Tras el lanzamiento de la comprimida recopilación Back to basics: The Essential Collection 1971-1992, ella se concentró en sus tratamientos y recaudar fondos para luchar contra este tipo de cáncer. En Back with a heart (1998) regresó a sus raíces de country-pop, con temas como Precious love y Back with a heart. Mientras tanto, apuntaló su batalla personal con tres álbumes de temáticas inspiracionales, Gaia: One woman’s journey (1994), Stronger than before (2005) y Grace and gratitude (2006). Paralelamente realizó dos discos de duetos –(2) de 2002 y A celebration in song del 2008- con artistas como Keith Urban, Richard Marx, Michael McDonald, Barry Gibb, entre otros. En el 2004 reapareció con Indigo: Women of song, una selección de clásicos del pop como How insensitive (A. C. Jobim), Lovin’ you (Minnie Ripperon) o Rainy days and Mondays (Carpenters) y, en el medio, varios álbumes navideños -auspiciados por Hallmark, Walgreens y Target-, uno de los cuales grabó con su amigo de siempre, John Travolta.

Las ventas de todos estos discos se destinaron a The Olivia Newton-John Cancer and Wellness Center, fundación que inició en el 2008. Organizó una caminata de 228 kilómetros por la Gran Muralla China, con varias celebridades. Y, en el 2014, fue una de las diez participantes del I Touch Myself Project, un álbum en el que diez cantantes australianas interpretan la conocida canción de 1990 I touch myself, de sus connacionales Divinyls, cuya vocalista Chriss Amphlett falleció, un año antes, también de cáncer de mama. El tema, una oda al onanismo femenino, se convirtió en un himno para el autoexamen, una de las primeras recomendaciones que hacen los oncólogos para detectar este mal.

Olivia, la superestrella del country y el pop mundial, llegó por primera vez al Perú en el año 2007, de vacaciones. En ese viaje al Cusco conoció a John Easterling, con quien se casó en una ceremonia especial y muy íntima en la Ciudad Imperial, al año siguiente, por lo que su vínculo con nuestro país se hizo muy sólido. El 2016 regresó, esta vez para ofrecer un concierto en el teatro María Angola de Miraflores. En esta época de exhibicionistas como las reggaetoneras o farsantes como Dua Lipa que, en pleno concierto, se cae estrepitosamente mientras su voz sigue sonando en los parlantes, el trabajo de Olivia Newton-John será recordado por su talento, elegancia y valentía, cualidades que se echarán de menos tras su partida.

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Música

A pesar de ello, el prestigio del Grupo Niche no decayó y sus siguientes producciones siguieron generando primeros lugares en las radios salseras con composiciones como La magia de tus besos, Etnia, La canoa ranchaa -una cumbia de sonido tradicional- (álbum Etnia, 1995), Eres, Mecánico (A prueba de fuego, 1997) o Han cogido la cosa (A golpe de folklore, 1999), muchas de ellas compuestas por Varela durante sus meses de encierro. De aquella primera generación de músicos ya no quedaba nadie, pero la visión artística de Jairo Varela mantuvo la vigencia de su combo, con nuevas promociones de cantantes como Willie García y Álvaro Granobles quienes se unieron al ya veterano Javier Vásquez, e instrumentistas como los pianistas Julio Abadía, Michael Haase, el bajista Daniel Silva, entre otros.

Cuando el infarto llegó, el 8 de agosto del 2012, Jairo Varela tenía 62 años. Hasta ese momento, el Grupo Niche había lanzado un total de 26 álbumes en estudio, varias recopilaciones y un par de álbumes póstumos con composiciones inéditas. Luego de su muerte, su hija Yanile tomó la posta como directora, a pesar de que también estuvo involucrada en las investigaciones que encarcelaron a su padre, pues fue novia de uno de los jefes de seguridad de aquella banda de delincuentes. El año 2020 vio la luz el álbum 40 (Niche Business Records), el primero sin canciones firmadas por Jairo Varela. José Aguirre, trompetista y arreglista de la orquesta desde 1995, es el responsable de las nueve canciones que conforman este disco, entre las que destacan Algo que se quede y Canciones viejas, que conservan el sonido muscular y tradicional del Grupo Niche. 

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Grupo Niche, Música

Tanto las oníricas ondulaciones electrónicas de Silvania como los rabiosos ataques satanistas de Mortem son propuestas musicales no aptas para todo tipo de oyente. En ese sentido, conservan esa aura de marginalidad propia de sus orígenes subterráneos. En ambos casos, hablamos de bandas que basan su desarrollo musical en la técnica. Por un lado, la técnica para la compleja ejecución de guitarras eléctricas que recuerdan a los cacofónicos latigazos de Hanneman y King en Slayer, o los frenéticos azotes a la batería, típicos en bandas como Death, Slayer o Morbid Angel. En lo que se refiere a Silvania/Ciëlo, el asunto técnico tiene que ver con el dominio y perfeccionamiento en la creación de atmósferas a través de sintetizadores, secuencias, alteración de guitarras, teclados y voces, efectos, etc., que Mario y Cocó realizaban en cada álbum, evocando a las escuelas alemanas de Can y Klaus Schulze o los trabajos de Brian Eno.

Las letras de Mortem son oscuras y catárticas, invocando permanentemente a las imaginerías clásicas del ocultismo con frases en latín, gruesas diatribas contra las iniquidades humanas y odas a Satanás y sus adláteres. En sus carátulas no faltan las gárgolas, los machos cabríos y escenas de cuadros como Crucifixión y juicio final, díptico del belga-holandés Jan Van Eyck (1390-1441), que sirve de carátula al último disco oficial del cuarteto, Deinós nekrómantis (2016) o del español Francisco de Goya (1746-1828), cuyo óleo titulado Hexensabbat o El aquelarre (1798) ilustra su álbum debut. Mientras tanto, Silvania hace uso de fórmulas repetitivas y breves, a manera de haikus, con palabras suaves y voces susurradas, alternando sueños astrales con poesías románticas, a veces escritas por ellos mismos y otras, citando a personajes como Blanca Varela, con carátulas cargadas de enigmáticas líneas y colores neblinosos que pueden remitir a la absoluta calma o la tensa y silenciosa depresión.

Mortem -cuya última alineación conocida fue la de los hermanos Cerrón Palomino (Fernán en voz y guitarra, Álvaro en batería) junto con José «Chino Morsa» Okamura (bajo) y Christian John (guitarra) tuvo un momento estelar en su carrera hace poco más de una década, cuando fueron invitados para ser teloneros de sus adorados Slayer, en aquel infernal concierto de junio del 2011 en el Estadio de San Marcos. Y, aunque ya llevan más de cinco años de silencio, conservan aun su estatus como banda de culto (ver aquí una amplia entrevista a los Cerrón Palomino en el portal especializado alemán Voices From The Dark Side).

Por el lado de Silvania, tras el sórdido asesinato de Cocó Revilla, ocurrido en Madrid en septiembre del 2008, Mario inició un voluntario silencio que rompía esporádicamente hasta que, en el 2018, reinició sus actividades acompañado por Antonio Ballester, Silvana Tello, Andrés Pérez Crespo y Omán Mori manipulando theremines, secuenciadores y pianos. En el blog Apostillas desde la disidencia, una aproximación muy detallada a este segundo debut de Silvania. Con su nueva alineación, Mario “Silvania” Mendoza publicó Todos los astronautas dicen que pasaron por la luna (2020-2021), en el que se muestra un Silvania reivindicando su pasado y, a la vez, iniciando un nuevo camino en sus exploraciones musicales, con guiños a algunas de sus fuentes de inspiración -Jean Michel Jarre, Spacemen3, The Durutti Column-, un cover del éxito de 1970 Y volveré, del grupo nuevaolero chileno Los Ángeles Negros y, por supuesto, una canción de homenaje al compañero caído, titulada Danzante espacial.

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Música

Me hace falta el calor

Que lanzó el Astro Rey

Todo acusa esta humilde orfandad

Ya no se oye el cantar de los pájaros mil

Que a las flores besan por vivir

Esta estrofa, que es la última del vals, nos muestra a la violeta sola en el jardín, ya no hay nadie. Fue la última en resistir el crudo invierno, por eso la humilde orfandad, por eso los picaflores ya no hacen su trabajo de polinizar las flores para permitir la reproducción de decenas de especies vegetales. La Violeta está sola, y puede notar el silencio de ese jardín vencido-ya no se oye el cantar– que no pudo soportar más el asedio del invierno, como un castillo medieval, finalmente superado en todas sus defensas.

Este bello vals de Felipe Pinglo tiene la particularidad de ser breve. Consta de la estrofa de introducción en tercera persona y la estrofa de desenlace en primera persona. Polifacético, el Bardo criollo tiene valses extensos y otros que representan poemas breves como sus Boston vals Horas de Amor, Oh Mujer y Hawái.

Respecto de la música, la melodía es sutil, suave y ligeramente cadenciosa, lo que genera un hermoso maridaje con la letra. Tiene, además, una variante genial cuando, apenas iniciada la canción pasa, súbitamente, si comenzásemos en Re, a Fa sostenido, desafiando la escala tradicional del vals criollo, pero obteniendo por resultado el placer estético que ofrece la genialidad musical, precisamente cuando se quiebra una estructura tradicional suplantándola por otra novedosa y de delicada belleza.

El pasado 18 de julio se cumplieron 123 años del nacimiento de nuestro gran compositor criollo Felipe Pinglo Alva. Si observamos el panorama de su obra, en un hombre, como José Carlos Mariátegui, autodidacta, podemos observar una búsqueda constante de nuevas formas y de nuevos destinos, tanto musicales, literarios y temáticos.

En nuestra historia, hay personajes que vienen obligadamente juntos. Por ello, si el Estado se ocupa de homenajear a Haya de la Torre, tendrá que hacerlo con el ya mencionado Mariátegui, pues representan las dos miradas del Perú, desde la izquierda, cuando se nos iba, junto con la década de 1920, la vida del Amauta. Del mismo modo, los reconocimientos que desde el Estado se le brindan a Chabuca Granda, se le deben brindar también a Felipe Pinglo, pues lo contrario significa excluir, no solo al propio artista, sino al Perú que lo ama y lo venera.

A 123 años del nacimiento de Felipe Pinglo, los jóvenes todavía identifican al compositor del vals El Plebeyo, emblemática canción que cuenta con versiones grabadas por celebres interpretes argentinos, mexicanos, entre otros. Hagamos mucho más por este excelso embajador de nuestra cultura.

Link el Vals Decepción, equivocadamente nombrado como Astro Rey, interpreta E-Zequiel

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Historia, Música

Otro músico peruano de categoría mundial es Álex Acuña, que saltó de su natal Pativilca (Barranca, Lima) a las grandes ligas del jazz-rock norteamericano, como baterista de Weather Report, una de las bandas más importantes de los setenta. Con ellos grabó dos discos fundamentales de este género, Black market (1976) y Heavy weather (1977) y tocó en el Festival de Montreaux, como apreciamos en este video. Desde entonces, Acuña ha tocado y grabado con los mejores artistas del pop, R&B, rock y jazz del mundo. Acuña nunca perdió su conexión con nuestro país, al cual regresa siempre para recitales y clases maestras. Probablemente no habría alcanzado tales logros en el Perú discriminador de entonces (y de ahora).

En los ochenta, Susana Baca pasaba los días en casa de Chabuca Granda, cantando y componiendo sofisticados landós y festejos, géneros que aprendió de sus familiares, fundadores de Perú Negro. Sin embargo, nadie notó su existencia hasta que David Byrne, inquieto músico de rock (cantante y guitarrista de Talking Heads), la descubrió y convirtió en estrella internacional a través de su sello Luaka Bop. Hoy es una artista global de gran importancia e incluso en 2011 fue invitada por el gobierno de Ollanta Humala para ser Ministra de Cultura, aprovechando su fama y buenas intenciones. Duró cuatro meses en el cargo. Baca se codea siempre con las ligas mayores de la escena del jazz, como por ejemplo aquí, junto a los sorprendentes Snarky Puppy.

Otros casos: el guitarrista Lucho Gonzáles, que hizo una exitosa carrera en Argentina, donde acompañó a Mercedes Sosa y formó El Trío, junto al pianista Lito Vitale y el quenista Jorge Cumbo -después reemplazado por Bernardo Baraj (aquí su extraordinario primer álbum de 1984); los hermanos Óscar y Ramón Stagnaro -fallecido en febrero de este año a los 67 años-, solicitados músicos de sesión que han grabado con Alejandro Sanz, Yanni, entre otros. Más recientemente, es notable el trabajo de Tony Succar, joven multi-instrumentista y productor que grabó en Miami el álbum Unity (2015), catorce canciones de Michael Jackson en ritmo de salsa, arregladas por él e interpretadas por más de 100 músicos y luminarias de la escena latina como Tito Nieves, La India, Jon Secada y Obie Bermúdez.

El éxito mundial de nuestros compatriotas es, sin duda, un orgullo para el país. Pero no debemos olvidar que son casos aislados pues sus trayectorias florecieron y se desarrollaron lejos de nuestras fronteras, libres de las limitaciones del sistema educativo nacional.

A los casos mencionados, podemos añadir otros, notables artistas que en nuestro medio solo son conocidos por tres tipos de público: sus colegas o allegados, los nostálgicos que vivieron en la época en que surgieron, y los conocedores, melómanos y coleccionistas, siempre minorías frente a los públicos masivos que admiran a los jueces de La Voz Perú. Por ejemplo, la cantante chiclayana Tania Libertad, a pesar de haber desarrollado una amplia carrera discográfica en el Perú, grabando música criolla, encontró éxito internacional únicamente cuando decidió emigrar a México, donde compartió escenario con grandes estrellas de la música latina, incrementando su repertorio con boleros, rancheras y poemas musicalizados. Un ejemplo, en este enlace.

Pero esta indiferencia interna hacia el talento nacional es de larga data: en los cincuenta, la soprano vernacular Yma Súmac -nombre real: Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo- salió del Perú siendo una desconocida y llevó su impresionante rango vocal a los mejores auditorios de Norteamérica y Europa e incluso llegó al cine, grabó cuatro LP de antología para el prestigioso sello Philips Records y hasta obtuvo una estrella en el famoso Paseo de la Fama de Hollywood. Escuchemos Bo mambo, de su tercer álbum Mambo! (1954). Ambas comenzaron a recibir atención en nuestro país solo cuando las noticias de sus triunfos llegaron, como realidades innegables y de suculento potencial comercial, desde afuera. A partir de ello sus conciertos y producciones discográficas, antes limitados a pequeños grupos de seguidores, se anunciaron con grandes titulares en los cuales una frase hecha aparecía como repetición efectista y disforzada: “orgullo peruano”.

Lo mismo ocurrió con Aníbal López (percusionista) y Lucho Cueto (pianista), músicos y arreglistas cuyas habilidades fueron apreciadas por Celia Cruz, Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Willie Colón, entre otros. Ambos recorrieron Latinoamérica acompañando a estas estrellas de la salsa y acá son, por supuesto, material para los clásicos reportajes de cinco minutos que, una vez emitidos, se olvidan instantáneamente. Jamás podríamos relacionar sus exitosas trayectorias al apoyo del Estado, la empresa privada o el público nacional, siempre más dispuesto a “hacer famosos” a otros personajes de la escena local, destalentados que apelan sin descaro al escándalo mediático, la chacota o el barato exhibicionismo que tanto disfrutan las masas. Un caso reciente es el joven vocalista limeño Renzo Padilla, que desde hace varios años canta en la orquesta del extraordinario pianista Eddie Palmieri en los mejores escenarios y festivales de salsa y latin jazz sin que nadie se entere en los medios locales.

Y es que la ausencia de la música en las currículas escolares no solo afecta a la formación de artistas sino también a la capacidad apreciativa del público, que termina consumiendo únicamente lo que ofrecen los medios de comunicación convencionales y no desarrollan un conocimiento integral de las principales manifestaciones musicales del Perú. Nombres como Jorge Bravo de Rueda, Miguel Ángel Hurtado Delgado o Daniel Alomía Robles, por ejemplo, son absolutamente desconocidos masivamente, a pesar de haber compuesto Vírgenes del sol, Valicha y El cóndor pasa, tres emblemáticas canciones peruanas admiradas en el mundo entero.

Como vemos, la situación de los músicos talentosos -los conocidos y los que están en formación- en el Perú no está exenta de los problemas comunes que aquejan a su situación social, política y económica. Todos estos ejemplos –y otros, más populares, como Eva Ayllón o Gian Marco- han tenido posibilidades de crecer y consolidarse por las condiciones que les brindó el mercado internacional o los contactos que lograron hacer desde muy pequeños. Solo promoviendo la educación musical desde la niñez esta situación podría cambiar y dejar de ser una colección de casos aislados.

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