[EN LA ARENA] En estos días de fiestas es casi imposible escapar de las ganas de hacer un balance del país. Las juntas con amigos y familiares nos muestran siempre que no es tan fácil vivir en un país tan obviamente complicado. Y la condición más clara, que nos han explicado hasta el cansancio, década tras década, diversos autores, es que disfrutamos el excluirnos radicalmente entre nosotros. Un ejemplo concreto y directo: actualmente sólo el 20% de nuestra economía es informal; sin embargo, más del 70% de peruanos (y en algunas regiones hasta el 90%) tiene un trabajo informal. De todos ellos, más de un millón de niños, niñas y adolescentes ha tenido que abandonar el colegio para empezar a trabajar así, informal o peor aún, ilegalmente, sufriendo el ser víctima de un trabajo forzado o sexual.

Mientras tanto, la presidenta que tenemos en este momento (contra la voluntad de la mayoría de peruanas y peruanos) ha dedicado todo el año a viajar al extranjero, fotografiarse con celebridades y llevar un saludo de paz. Mientras tanto, aquí ella es indiferente y deja hacer a su gabinete y al Congreso. En el proceso judicial en el que se encuentra por las masacres que con su conocimiento se perpetraron (otro caso clarísimo de exclusión y crueldad racial con el que empezamos el primer trimestre del año) ella, la presidenta, sólo guarda silencio.

Inspirada probablemente en el delirante presidente de El Salvador, su labor como presidenta se ha reducido (o concentrado, cómo se lo quiera percibir) al de la seguridad urbana. Para ello ha decidido, como su homólogo, quebrar leyes y sentidos básicos del derecho. Por lo pronto, su apuesta por dar el control policial de las calles a los militares parece no haber presentado cambio alguno. Ahora dotará de labores fiscales a los policías. Además de si reduce o no la violencia urbana, el problema es su impacto en la legislación y los antecedentes que nos deja, permitiendo que se pueda ejercer violencia de parte del Estado.

Casualmente, desde el año 2021, las cifras de tasa de homicidios en el Perú han dejado de aparecer en los estudios divulgados sobre los índices de criminalidad en América Latina por las Naciones Unidas. Sin embargo, si comparamos las cifras del año 2020 con las de este año difundidas por encargo de entidades del gobierno, podemos ver que el número de personas lamentablemente asesinadas ha disminuido notablemente. El año 2020 fueron cerca de 1900 y hasta la semana pasada el Sistema Informático Nacional de Defunciones había registrado menos de 1,100. Sin duda el índice de 6 por cada 100 mil habitantes debe haber disminuido y haber mantenido nuestra estabilidad en la región, en donde países como Colombia, Ecuador, México u Honduras, superan tasas de más de 25 hasta de 38 como alcanzó El Salvador hace algunos años.

Si el índice en Perú está bajando, queda la pregunta de por qué la presidenta insiste en quebrantar el sistema jurídico en nombre de una violencia que los medios presentan falsamente como haber “batido récord”. Porque así, la presidenta alimenta la exclusión, el odio al migrante, la sospecha contra el pobre.

En estos días de fiesta, también resulta imposible no soñar. En toda esta historia de manipulación de la información, la prensa y los rezagos de partidos políticos tienen un papel fundamental porque la exclusión se alimenta de la mentira, en cambio la solidaridad, con la búsqueda de la verdad. La exclusión no quiere que nada cambie, la solidaridad siempre quiere que seamos más y mejor. El país somos “todos”, mucho más que “nosotros”. Mi deseo para el 2024 es que al menos un medio de comunicación nacional y al menos un partido político también nacional, tenga la capacidad de proponer como salir de este mundo de trampas y engaños, de sangre y de fuego, para mirarnos, cuidar nuestras tierras de los delincuentes y dejar que nuestras niñas, nuestros niños puedan crecer en plenitud.

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[LA TANA ZURDA]  En el Perú, diciembre quema, por el cariño, por el ambiente, por la comida, por las fiestas, pero también, literalmente, por la manera de festejar que tenemos, de comprar y reventar «cuetes», o sea, cohetes, cohetones, cohetecillos, ratablancas, rascapiés, mamarratas, calaveras, pokerratas, luces de Bengala, en fin, toda una variedad de explosivos de diversos tamaños, colores y sonidos. El problema no es solo la gran cantidad de heridos que causan, hasta el punto de llegar a mutilar dedos y manos, sobre todo de niños dejados al descuido, sino que esto cada vez perjudica más a otros seres que cohabitan con nosotros.

A menudo y por tradición se han festejado las celebraciones de fiestas religiosas, y días cívicos, así como feriados patrióticos con fuegos artificiales. La pirotecnia aparece en las celebraciones de fiestas patronales, aniversarios y hasta conciertos. Era lindo ver cómo el cielo se encendía con formas y figuras psicodélicas que formaban figuras espectaculares, pero ese festejo –como los de la Navidad y el Año Nuevo– trae como consecuencia muy malos efectos tanto a la tierra donde vivimos como a los seres vivos.

En la actualidad ya se han evidenciado los problemas que conlleva el uso de estos explosivos hacia las personas con condiciones diferentes, autistas y personas que sufren enfermedades respiratorias. Asimismo, las personas que tienen síndrome de Down o alguna condición mental sufren muchísimo por las explosiones que emiten estos festejos. Y ni mencionemos a perros, gatos y mascotas en general, que literalmente sufren dolor por los ruidos tan altos, que, a la larga, solo contribuyen a lo que se conoce como contaminación acústica.

Realmente es bien cuestionable la forma de expresar de esa manera nuestra devoción, nuestro cariño y nuestra lealtad hacia algo que queremos. Más bien, deberíamos expresarnos de una forma en la cual no se dañe a nadie y no se malgaste el dinero en algo tan dañino y perjudicial.

Numerosas cuentas en redes sociales se quejan de tener que compartir un espacio limitado donde se prenden castillos de fuego y entre las humaredas y los ruidos, la gente no puede hallar tranquilidad. Las autoridades tratan de vigilar estos actos, pues realmente debemos considerar si pertenecen a nuestro siglo o no. La Superintendencia Nacional de Control de Servicios de Seguridad, Armas, Municiones y Explosivos de Uso Civil (SUCAMEC) es la rama de la Policía Nacional que viene desde hace años tratando de controlar la fabricación y el comercio ilegal de estos explosivos de «entretenimiento». Y lo más importante, su uso, pues muchas veces este se hace sin supervisión alguna y de ahí es que surgen los accidentados, que terminan abarrotando las salas de emergencia de hospitales, clínicas y postas médicas. Y a veces hasta la morgue.

Nuestra falta de conciencia cívica a veces nos lleva a actuar de manera absurda y peligrosa, atropellando los derechos de los demás y poniendo nuestras vidas en riesgo.

Si queremos un Perú mejor, empecemos por apoyar y difundir las campañas de prevención. Manifestemos nuestro sentido de la Navidad y los augurios de Año Nuevo de manera más pacífica y menos peligrosa. En vez de comprar cohetones, compremos chocolates, demos un abrazo a quien lo necesita. Recuperemos el espíritu fraterno de la Navidad. La explosión de cariño debe ir por dentro.

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[CIUDADANO DE A PIE] El XIX Encuentro Internacional de Periodistas, llevado a cabo a inicios de este mes en la ciudad mexicana de Guadalajara, tuvo como invitado a Pablo Iglesias Turrión. Politólogo, fundador de Podemos, exvicepresidente del Gobierno de España y actualmente periodista en medios digitales, Iglesias tuvo a su cargo la conferencia titulada “La delgada línea entre el periodismo y la política.” Su experiencia en movimientos sociales e instituciones democráticas, así como el hecho de haber sido el blanco de una intensa campaña de lawfare, permitieron a Iglesias abordar este complejo tema con un enfoque perspicaz e incisivo, el cual nos ha servido como punto de partida para hacer algunas breves reflexiones sobre el periodismo político en nuestro país.

El periodismo como política 

El desprestigio mundial que sufre la política ha alcanzado niveles paroxísticos en el Perú, donde el sistema democrático representativo atraviesa una profunda crisis causada, como ya ha sido dicho tantas veces, por la ausencia de partidos políticos dignos de ese nombre. Esta carencia se hace particularmente evidente en el paupérrimo nivel moral e intelectual de la mayoría de nuestros congresistas, incapaces como son de articular un discurso propositivo y medianamente coherente. Es en estas condiciones de dolorosa ausencia de liderazgos, que adquiere especial relevancia la observación que hace Pablo Iglesias sobre el nuevo rol que han adquirido los periodistas, en tanto que verdaderos actores políticos e ideológicos en nuestras sociedades. Son ellos quienes, con sus formas de jerarquizar, abordar y analizar la actualidad nacional e internacional, van modelando la opinión pública según sus propias convicciones, motivaciones e intereses. No creemos que exista actualmente un personaje político en nuestro país, cuyas opiniones puedan atraer más la atención que las de un Marco Sifuentes en “La Encerrona” o las de un César Hildebrandt en “Hildebrandt en sus trece”. “La gente ya no milita en los partidos políticos, sino en los medios de comunicación, y no existe proceso político trascendente sin ellos. El poder mediático es el poder político fundamental en sociedades en las que se deja a la gente votar”, afirmó enfático Iglesias.

Medios de comunicación y calidad democrática

El derecho ciudadano a la información veraz sobre los hechos de relevancia pública es, al mismo título que la libertad de expresión y de opinión, pilar fundamental que sustenta el buen funcionamiento de la democracia, de ahí su reconocimiento en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. A este respecto, Iglesias plantea dos preguntas muy pertinentes que tocan a la propiedad de los medios de comunicación: ¿Es posible que el periodismo asuma la función democrática que le corresponde, si grandes empresas con intereses económicos particulares, son las propietarias de lo que pueden ver, leer y oír los ciudadanos? Y ¿Tiene protección el periodismo independiente cuando los medios pertenecen a empresas privadas? La recientemente defenestrada periodista Juliana Oxenford podría, sin lugar a duda, responder apropiadamente a estas preguntas, de las que en última instancia, depende la calidad democrática de un país como el nuestro.

El paradigma Fox de los hechos alternativos

En su conferencia, Pablo iglesias hizo referencia a lo que él ha denominado “el paradigma Fox de los hechos alternativos” que recibe su nombre de la cadena norteamericana de noticias Fox, condenada a pagar 787,5 millones de dólares por propagar falsedades en torno a las elecciones presidenciales norteamericanas del 2020. Este paradigma periodístico tiene dos componentes: la legitimación de la mentira informativa con fines políticos, y la relativización de la verdad, consistente en dar versiones diferentes y hasta contradictorias sobre un mismo asunto, con el objetivo de que la gente tenga muchas dificultades para conocer la verdad. Periodismo no es, como afirma el politólogo español, “contar que alguien dice que llueve y que alguien dice que hace sol, sino abrir las ventanas y comprobarlo.” Ambos procederes pueden ser detectados en los medios de comunicación de nuestro país, los que en su inmensa mayoría defienden posiciones de derecha neoliberal. Así por ejemplo, en la portada del último jueves 21 de diciembre, el diario Perú 21 publicó en su portada el siguiente titular: “Fracasó paro contra Milei. Rígido protocolo de seguridad evitó bloqueos y actos de vandalismo de grupos de izquierda.” La realidad es que para ese día en Argentina, no se había convocado ningún paro (por lo que mal podría haber fracasado), sino que se trataba de la marcha trotskista anual conmemorativa -que suele convocar un número modesto de participantes- de las movilizaciones del 2001, que significaron la caída del fracasado gobierno derechista presidido por Fernando de la Rúa. En cuanto al controvertido (por ilegal) “Protocolo de seguridad” de la ministra Bullrich, ese mismo día por la noche, no pudo impedir la movilización de decenas de miles de ciudadanos de todas las tendencias políticas, que llenaron las calles en protesta contra las medidas económicas de Milei, medidas por cierto, muy del agrado, tanto de la línea editorial de Perú 21, como del resto de la prensa concentrada.

La relativización de la verdad es un método más sinuoso y no siempre fácil de detectar. El diario “progresista” La República, cuenta en su plantel de periodistas con dos connotados defensores del neoliberalismo: Rosa María Palacios y Augusto Álvarez-Rodrich, quienes disponen de espacios de opinión en este medio “muy de izquierda” (Palacios dixit) con el que ya quisieran contar personalidades de esa tendencia política. Ambos despliegan lo que bien podría calificarse como una estrategia de “hechos alternativos”. Así, mientras RMP defendía el derecho a la protesta y lamentaba las muertes extrajudiciales ocurridas durante las movilizaciones sociales en el sur del país, AAR abundaba en la tesis gobiernista -sin pruebas hasta el día de hoy- de que las mismas eran instigadas por grupos delincuenciales y extremistas aunadas a oscuras fuerzas foráneas de inspiración izquierdista, lo que desgraciadamente no podía sino justificar indirectamente su brutal represión. Al tiempo que RMP abogaba por un adelanto de elecciones como único medio para superar la crisis, AAR criticaba las marchas en pro de la renuncia de Dina Boluarte, asegurando que estas deberían exigir únicamente el cambio de algunos ministros. Cuando el pasado noviembre, RMP criticó duramente la afirmación de Dina Boluarte de que el Perú “estaba en calma y paz” recordándole la responsabilidad de su gobierno en 49 muertes extrajudiciales y los graves problemas de seguridad ciudadana existentes, el buen AAR afirmaba que Boluarte en el fondo tenía razón. Todo esto podría bien atribuirse al sano derecho de opinión y discrepancia, pero en todo caso, menudo problema habrán tenido los seguidores de ese medio de comunicación, para saber de qué lado se encontraba la verdad, y más aún para  entender cuál es su línea editorial… si es que tiene alguna. Hay algo en lo que RMP y AAR coinciden plenamente, aunque discrepen en ello con el 88% de los peruanos: mantener intocable la Constitución neoliberal de 1993 ¿Sorprende eso a alguién?

¡Feliz 2024!

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ideología, Periodismo, Política, propiedad, verdad

[PIE DERECHO] Ahora que por arte de la edad, la maduración (uno nunca deja de hacerlo), o haber ingresado a un perentorio círculo de lectura (el de Alonso Cueto), he recuperado el hábito de leer, que lamentablemente había perdido por falta de tiempo, sobre todo, aun cuando no haya llegado a los niveles febriles de dedicación a los libros que tenía en mi juventud, en razón del fin de año y la habitual puesta en blanco y negro de una lista de propósitos, expongo una lista de libros que he intentado leer, pero cuya finalización ha naufragado por desmotivación, o por no haberme sentido atrapado por el libro.

La guerra del fin del mundo, de nuestro orgullo nacional, Mario Vargas Llosa. No sé por qué razón, pero no me capturó y lo dejé, aunque según los entendidos sea una de sus obras maestras. La enfrentaré este año entrante. Es uno de los pocos libros que me falta de la vasta producción de nuestro narrador arequipeño.

Ulises, de James Joyce. Tengo que sacarme ese clavo. Quizás me ocurrió que lo empecé a leer de adolescente, porque estaba en los anaqueles de la biblioteca de mi padre, y me resultó incomprensible dada mi orfandad literaria.

Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. Tarea mayúscula porque su dificultad no habrá variado cuando lo vuelva a abrir. Es el castellano del inicio del siglo XVII, disonante con el actual, y que exacerba la dificultad de su lectura.

Guerra y paz, de León Tolstoi, el monumental novelista ruso que no es de lectura difícil, hay que señalarlo, pero es la extensión del libro la que desalienta a quienes poco a poco nos vamos acostumbrando a textos cortos (las fiestas me cogen leyendo a uno de mis autores favoritos, el francés Éric Vuillard, su novela Una salida honrosa, sobre la guerra de Indochina, donde el párrafo corto y el capítulo breve, son su sello distintivo).

El Capital, de Karl Marx. Tuvimos con un grupo de amigos un intento fallido de formar un grupo estudios marxistas este año que concluye. Me propongo reanimarlo y, obviamente, parte esencial de ese grupo será leer la obra prínceps del filósofo alemán.

Moby Dick, de Herman Melville. Tuve el infortunio de leerla de niño en versión resumida e ilustrada. Entonces cuando hace poco la compré para leerla como corresponde, me desalentó su tamaño. Está en la lista de pendientes.

Se me quedan varios libros más en el tintero, Armas, gérmenes y acero, de Jared Diamond, terminar El infinito en un junco de Irene Vallejo, recomenzar alguno de los de Oliver Sacks (los tengo todos, debido a mi pulsión de comprar libros que sé que no voy a leer en el momento, y que me viene de la época juvenil, cuando no había importación de libros y si uno veía cualquiera en un estante debía adquirirlo porque si no, podía pasar buen tiempo para reencontrarlo), Los mitos griegos, de Robert Graves, sobre quien pesa una sensación culposa, porque de estudiante universitario vendí la edición de Losada que mi padre tenía y luego me tomó décadas volverla a conseguir en esa misma edición, para saldar esa deuda simbólica con mi progenitor.

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Clásicos, Desafíos Literarios, Libros, Propósitos Literarios



[HACIENDO EMPRESA] Veamos, por un lado tenemos el libreto repetitivo expuestos en medios y discursos de las “acciones denodadas” que se “vienen haciendo” desde el sector público -léase: gobierno- por combatir la corrupción en sus distintos niveles, o al menos mitigar los impactos negativos que afectan nuestra forma de vida, institucionalidad, y por tanto, la sociedad en su conjunto; y la otra cara de la moneda es la que muestra la realidad; la corrupción avanza no sólo en cuanto a índices -nadie puede negarlo- sino que además ha demostrado muy preocupantes e evidentes actos desde los sectores del Estado más representativos de la gobernabilidad e institucionalidad; todos ellos materia de investigación y pendientes de esclarecimiento.

Pero esta realidad impone una pregunta obligatoria, frente a este escenario, que vienen haciendo los entes más representativos de nuestra sociedad en su conjunto y el empresariado en particular.

No pretendemos proponer fórmulas innovadoras o radicales; como tampoco formular críticas a los esfuerzos que con efectividad ya se vienen haciendo, a nivel empresarial, gremial, medios de comunicación, entre otros; ese no es nuestro objetivo.

Nuestra pretensión es llamar la atención respecto a cómo la corrupción afectas nuestro desarrollo sostenible como sociedad y país, y como frente a ello nos toca afrontar el reto de ejercer acciones concretas frente al fenómeno.

En efecto, según datos estadísticos, encuestas realizadas, y data de las propias entidades encargadas del control, la corrupción, la ilegalidad y la delincuencia, son tres de los principales fenómenos sociales que afectan el clima de negocios, la inversión, la seguridad ciudadana, la institucionalidad y por ende el bienestar y desarrollo de las personas.

Hablando en términos de sostenibilidad, y enfocándonos en la corrupción, este fenómeno afecta las Industrias en general, el desarrollo de la innovación e infraestructura en todos sus niveles; así como la educación y servicios de salud con cobertura apropiada y universal, entre otros efectos, y así el acceso de las personas a mejoras de su calidad de vida.

Descrito el problema, que nos toca hacer:

  • Dotar a nuestro sistema de control y justicia de un marco legal funcional mucho más efectivo concordante con la realidad, con instrumentos de gestión y ejecución más eficientes y eficaces.
  • Prever políticas de gestión que permitan el fortalecimiento de las instituciones tutelares del Estado en la lucha contra la corrupción; así como mecanismo de reporte, seguimiento, y sanción eficiente.
  • Fortalecer institucionalmente al Órgano Superior de Control, dotándolo de mayores recursos y capacidades de gestión.
  • Mayor apertura al conocimiento y dialogo con la población respecto al fenómeno de la corrupción respecto a todos los niveles del gobierno y Estado: Fomentar una Cultura de Tolerancia Cero a la Corrupción.
  • Desde el lado empresarial deberíamos crear sinergias con el Estado para promover la “Cultura de Tolerancia Cero a la Corrupción”, además de promover un entorno más justo y equitativo. Fortalecer la prevención de actos de corrupción es un trabajo urgente y prioritario.
  • Los medios de comunicación pueden ejercer una labor de control muy significativa – de hecho, la mayoría lo viene ejerciendo con mucho impacto desde hace tiempo- observando y transparentando el actuar del Estado y los privados en lo que al ejercicio de posibles actos ilícitos, así como respecto a las demás formas de corrupción. Hay mucho y muy buen trabajo realizado, pero la realidad demanda esfuerzos mayores; su rol es vital en nuestra sociedad.
  • Fortalecer la participación activa de la sociedad civil, incluyendo las organizaciones no gubernamentales, las organizaciones de base comunitaria, y las entidades de representación gremial en la prevención y la lucha contra la corrupción y en la sensibilización de la opinión pública.

No hay corrupción ante la ausencia de alguna de las partes; el que ofrece -corrompe- y el que acepta, recibe y ejecuta -corrupto-. La falta de transparencia, información oportuna, falta de un accionar moral y ético, alientan directamente los actos de corrupción. Es trabajo de equipo velar por que la realidad cambie y tengamos como país un futuro con menos corrupción y con más oportunidades de desarrollo.

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Acciones Concretas, corrupción, Desarrollo Sostenible, sociedad

[ENTREVISTAS] Desde hace miles de años, tantos como las civilizaciones que han ocupado este territorio que hoy llamamos Perú, la sabiduría de sus habitantes primigenios y de todos los que se han sucedido en la siembra, cosecha y consumo de los productos existentes en los diferentes pisos ecológicos ha hecho coincidir las bondades de la agricultura con las de la minería dedicada durante milenios a la orfebrería y el cultivo y el usufructo de los árboles de maderas finas. Como relata José María Arguedas en la mayoría de sus ficciones, es posible la coexistencia de la gran minería y la agricultura cuando ambas actividades se complementan en beneficio del hombre.

Conversamos con Juan Manuel Benites, experto en temas de inversión pública y desarrollo rural, ex ministro de Desarrollo Agrario y Riego y economista especializado en temas de inversión pública y desarrollo rural.  Quien además está convencido que el diálogo con sustento puede lograr consensos como en el caso de la modificación a la ley de deforestación y fauna silvestre.

¿Qué decía la Ley Forestal y de Fauna Silvestre y qué es lo que se ha modificado? ¿Por qué algunos grupos ambientalistas están llamando a la violencia contra ella?

  • Creo que esos grupos son parte importante de los que están incentivando la caída del Gobierno; ellos están completamente fuera de lugar, pues no es correcto llamar mafias y narcotraficantes a los firmantes de un comunicado suscrito por la Sociedad de Industrias, por Adex, por la Asociación de Gremios Productores Agrarios del Perú, por la Asociación Peruana de Agricultura, por la Junta Nacional del Café y por la Asociación de Pequeños Cafetaleros de 17 regiones. No es una mafia la que está moviendo esto, sino un clamor de toda la agricultura del Perú, y ahora que lo explique van a entender el porqué: la Ley Forestal prohíbe hacer agricultura sobre suelos que no son aptos para la agricultura y cómo se determina eso. Entonces se dice que hay que hacer un estudio de clasificación de tierras por su capacidad de uso mayor. ¿Qué es eso? Pues lo hace un experto en suelos que toma una muestra del terreno, la lleva al laboratorio y los técnicos determinan si el suelo tiene o no aptitudes agrarias. Detengámonos ahí para recordar que desde los años setenta las leyes prohibían hacer agricultura sobre los suelos forestales, pero la ley le dijo al Estado, es decir, al Ministerio de Agricultura: “Preocúpate en definir cuáles son los suelos que sí se pueden usar y cuáles no se pueden usar, entonces titula a los que sí se pueden usar y cuáles no se pueden usar; eso es lo correcto”. Eso se ha repetido en las subsiguientes leyes forestales: la del año 1975, la del año 2000, y, luego, la de 2011. Por lo tanto, el Ministerio debió haber hecho esa clasificación, pero no la hizo; sin embargo, ha titulado y ha entregado constancias de posesión, porque desde la época del gobierno militar (1968-1980) hubo una política de ampliación de frontera agrícola no solamente en la Amazonía, sino también en la costa con los grandes proyectos de irrigación y en la sierra, mediante la edificación de grandes obras de infraestructura. El Perú es un país agrario, fundamentalmente minero, pero también agrario: el 25 por ciento de la Población Económicamente Activa (PEA) está en la agricultura, y, además, el Perú satisface el 60 por ciento de su dieta con productos peruanos. Entiéndase bien: el 60 por ciento de los alimentos que consumimos los peruanos se producen en el Perú. Pero qué sucede con las políticas ambientalistas que quieren relacionar todo a las leyes forestales, las cuales dicen que “todas las propiedades, todas las unidades agropecuarias deben tener una certificación ambiental, así como la tienen la minería y la industria; como parte de su expediente le van a exigir al privado que traiga la clasificación de suelos de uso mayor, es decir, le van a pedir al privado que haga el trabajo del Gobierno; entonces, como el Ministerio no hizo la clasificación y no es seguro que me dé el título y de que este suelo sea agrario, entonces yo tengo que demostrar que el suelo es agrario. Pero, ¿cómo así, si estoy trabajando la tierra hace medio siglo o sembrando y cosechando café desde hace 20 años”. Las nuevas exigencias de clasificación van a costar mucho dinero, más aún si en todo el país no hay más de 60 o 70 ingenieros registrados y solamente 4 o 5 laboratorios para todo el país. Todo eso me parece más un negocio teledirigido que otra cosa. Entonces, si yo soy un agricultor que viene haciendo maíz en la costa, papa en la sierra, café en la selva central o cualquier siembra en los distintos pisos ecológicos del país, no tengo la posibilidad de poder continuar con mi actividad productiva, porque primero voy a tener que hacer un estudio y rezar para que los técnicos digan que el suelo es agrario, y si esos señores dicen que el suelo que me ha dado café, mandarinas, arándanos o uvas durante décadas no es agrario, entonces no voy a poder continuar, porque me van a multar, me van a cerrar y, en el colmo de los colmos, me van a exigir que reponga bosques en la Amazonía o en Olmos, porque si no me van a mandar a la cárcel. Y qué hacemos con ellos, porque la verdad es que los ambientalistas están felices con eso, ya que muchos de ellos han sido cocaleros y no queremos que regresen a la coca. De la Amazonía tenemos unas 500 mil unidades agropecuarias, cerca de 2 millones de personas trabajan en el agro, 70 productos salen de esa Amazonía, 6 millones de peruanos comen de esos productos, 5 mil millones de soles del valor bruto de la producción sale de la mencionada Amazonía y 1300 millones de dólares de exportaciones, entre café, cacao y palma aceitera, proceden de ahí. ¿Qué hacemos con eso, nos olvidamos acaso? Es un atentado ideológico, se está tratando -de alguna manera- de disfrazar de una preocupación fidedigna que todos compartimos del cambio climático para atacar a la agricultura, especialmente a las empresas formales en la costa, en la sierra y en la selva, y so pretexto de eso no importa llevarse por delante a los pequeños productores porque para ellos son invasores que están destruyendo el suelo forestal, pero ya no existe bosque; le digo una cosa más: la ley europea que es la que ha levantado todo este tema dice que va a importar sólo de lugares que hayan deforestado máximo hasta el 31 de diciembre del año 2020. Eso quiere decir que sí hubo deforestación, pero no la va a considerar así por una decisión política para no perder su cadena de suministros, políticamente dicen que no hay deforestación para atrás; entonces salen los ambientalistas a decir que no hay criterio técnico, yo les digo que esto es un tema de realidad: nos ha ganado la realidad, tenemos agricultura donde no debería estar, pero ahí está dándonos de comer no sólo a los que compramos, sino a ellos y a sus familias, que tiene 5 hectáreas, 10 hectáreas. La Amazonía está ocupada en un 97 por ciento por unidades de menos de 50 hectáreas, es decir, no son los grandes conglomerados agroindustriales como ellos nos quieren hacer creer, porque la palma aceitera, por ejemplo, no llega ni a 100 mil hectáreas y tenemos 10 millones de hectáreas deforestadas, vale decir, la palma no es la que ha deforestado porque mucha de la palma se ha hecho sobre terrenos que antes eran sembríos de hoja de coca, porque es un cultivo alternativo y no producto de un lobby, como los grupos ambientalistas dicen por todos lados. Y el tema no es sólo de los suelos amazónicos, porque en Paracas, por ejemplo, hay una gran cantidad de empresas productoras de arándanos y de paltas que usan los suelos más degradados del Perú.

Los ambientalistas no quieren que se les dé título de propiedad quieren darle lo que llaman ellos contrato de sesión en uso y ya con eso solucionaron y de qué trata, un contrato que máximo son 100 hectáreas que tienen que mantener 80% del bosque que había y si no había tendrán que reponerlo que tiene además que renovarse cada 40 años a discrecionalidad de un funcionario público eso si le da la gana renovarle y que además, no son embargables ni pueden ser garantía de nada porque es terreno del Estado, entonces de nuevo están en una posición ideológica no quieren propiedad privada quieren que sea propiedad del Estado y así las tierras en todo el país tendrían que ser tierras del Estado, desde mi punto de vista es un ataque ideológico y queda cada vez más claro para mí que es ideología disfrazada de cuidado del medio ambiente y habría que preguntar quién los financia, porque claro ellos ahora dicen que el Perú va a incumplir compromisos internacionales  de deforestación pero con la ley que ellos están defendiendo y se han perdido 2 millones de hectáreas en 12 años, todos los años se van 165 mil hectáreas, han crecido las hectáreas de coca en 100 mil, la minería ilegal está destruyendo la Amazonía y ahí no dicen nada, es más han dicho que ellos son los que están detrás de la norma porque eso los va a legalizar.  Iris Olivera está diciendo que la Unión Europea no está pidiendo título de propiedad no ha leído la norma entonces porque la norma dice que, así como no va a importar de zonas que ya no tienen bosques también se tiene que cumplir la ley local, de lo que acabamos de hablar vamos a cumplir la ley local, no, porque estamos haciendo agricultura donde no se debe, pero que más dice la ley europea que cumplir con las normas locales el primer punto es derecho de uso de suelo ¿qué es eso? Son títulos de propiedad. Los primero que quiere él que va a exportar a Europa es saber que tienes derecho de uso de ese suelo, que tienes certificaciones medio ambientales que con la modificación si se va a poder lograr, entonces, eso es lo que les duelo y eso es lo que están tratando de generar ya hora dicen que esta norma va a permitir titular tierras de colonos que están superpuestas sobre áreas de los nativos es falso esta ley no otorga títulos de propiedad si leen el artículo de la ley que tanto cuestionan, el artículo en ninguna parte otorga derechos de propiedad, el articulo dice a los que tiene título de propiedad o tienen constancia de posesión emitidos por autoridad competente antes de la entrada en vigencia de la ley que modifica y que no tengan masa boscosa y que estén haciendo agricultura se les exonera como dar un área de uso ya agrario, no se cuestiona el uso agrario lo cual tiene sentido si usted está haciendo agricultura ya 30 años aceptaría que le digan que no va hacer agricultura. No hacer nada es un atentado contra la agricultura en todo el país no solamente en la Amazonía, la modificación es una salida y dice al día de hoy que se publica la ley todo lo que ya tenga agricultura y donde ya no haya bosque ya no hay discusión, pero si tienes bosque en pie no me puedes tocar la ley no autoriza a tocar bosque en pie esa es otra mentira que están diciendo.

¿Está modificación garantiza que no se siga deforestando?

  • Eso es una buena pregunta y voy yo a partir la pregunta en dos. La primera hoy día se está perdiendo 165 mil hectáreas sin la modificación o sea el que haya deforestación no es un problema de que la modificación la va a hacer ya existe y algunos dicen que se va a incumplir tratados internacionales de cero deforestación, eso ya se está incumpliendo, todos los años perdemos 165 mil hectáreas desde que empezó está ley hemos perdido 2 millones, tenemos 10 millones de hectáreas deforestadas. La segunda parte de la respuesta se está poniendo línea de corte, está diciendo sólo lo que tiene agricultura no lo nuevo en la reglamentación que se haga de la ley ahí tiene que establecer una línea fija, ya Agricultura tiene los mapas, las imágenes satelitales, solo esas áreas se pueden usar no las otras, es como ha hecho Colombia que ha marcado la frontera agropecuaria, entonces ha creado una zona donde se puede hacer agricultura, pero fuera de eso no se puede hacer, igual estamos haciendo acá con eso reconocemos el uso actual lo mapeamos lo identificamos satelitalmente y no se puede tocar más.

¿Cuánta es la cantidad de terreno de estas zonas deforestadas que se está utilizando actualmente en agricultura, tendrían la posibilidad de crecer?

  • 2 millones de hectáreas y podría crecer sin cortar árboles porque tenemos 10 millones de hectáreas deforestadas, pero solo dos estamos usando en este momento, quiere decir que hay 8 que están disponibles, no necesitamos cortar más bosque, podríamos ampliar la frontera agrícola y no creo que necesitemos 8 millones de hectáreas o sea que podríamos también recuperar naturaleza, entonces podríamos vender como país un espacio donde recuperemos bosque y hagamos una agricultura inteligente una agricultura combinada con agroforestería  trayendo recursos para sacar a la gente de la pobreza porque ese el principal problema por la cual hay deforestación. Nuestro caso es muy distinto a Brasil a Indonesia o a Malasia donde eran grandes corporaciones tumbando bosques para hacer soya o palma aceitera, aquí no, aquí son los pequeñitos que huyen de la pobreza de los andes de la costa y llegan allá y cortan bosques y van sembrando lo que puede durante el poco tiempo que soporta ese suelo porque son pobres y como no tienen dinero y no tienen título se van a otro lado y siguen cortando bosque, hay que romper ese círculo de la pobreza. Entonces a mí me causa mucha gracia cuando está gente dice que esto está promovido por mafias ilegales al contrario la formalización va a ahuyentar a las mafias porque a los ilegales les conviene que no haya Estado, más bien les conviene todo este desorden y todas estas invasiones y toda esta informalidad y además quieren legislar por la excepción y no por la generalidad no por la norma porque hay unos cuantos que seguramente deforestan para hacer coca  entonces hay que perjudicar a toda la agricultura del Perú que está hace 50 años ahí. Tenemos un año y medio peleando con este tema, Fabiola Muñoz en algún momento hizo un intento de convocar algunas personas, pero luego comenzaron que yo no me siento con fulano o mengano que representa a las empresas, entonces así no se puede trabajar, finalmente no les gusto la norma porque no se acomodaba a lo que ellos pedían y se fueron y lo único que han hecho es criticar, todo lo que pone se critica porque para ellos todo está mal y crean campañas apocalípticas que se va a perder la Amazonía.

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agricultura, amazonía, Ley de deforestación

[PIE DERECHO] Gran parte del desasosiego generalizado de la ciudadanía, puesto de manifiesto en la encuesta de Ipsos que revela que el 75% de peruanos considera que estamos empeorando, se debe a razones psicológicas, como señalamos en nuestra columna de ayer.

Correspondería a los “jefes de familia”, la clase dirigente, enrumbar el camino. En esa línea interpretativa, se debe exigir de nuestras élites y dirigencias, la recuperación de una perspectiva futura, de una mirada país, que aliente las expectativas de que la cosa no viene para peor, aun cuando, si no se desalinean los astros políticos, todo apunta a que el hoyo se haga más grande.

Por lo pronto, queda claro que la única manera de que el Perú recupere la senda del desarrollo y de una relativa estabilidad política pasa por asegurar que el 2026 gane una opción de centroderecha o de derecha monda y lironda. Que sea capaz de remontar la pendiente, de atender los problemas de inseguridad, crisis económica y crisis política.

Que nuevamente gane la izquierda supondría un retroceso grave para el país y nos llevaría al caos, como ya sucedió con Pedro Castillo a nivel nacional o, como ya ocurrió, a nivel regional y municipal, cuando administraciones de ese perfil ideológico han tomado el poder.

Ello pasa, sin embargo, en primerísimo lugar, porque los partidos que van del centro a la derecha se aglomeren y no que haya más de veinte candidaturas, como hasta ahora todo hace suponer. Si eso termina ocurriendo, lo más probable no es solo que pase a la jornada definitoria un candidato radical de izquierda sino que, de repente, lo hagan dos.

El Perú sigue siendo un país mayoritariamente centrista y derechista, más que izquierdista, como corroboran las regulares mediciones que efectúan Ipsos y el IEP. Debería haber, pues, terreno fértil para el sembrío de planteamientos ideológicos de ese perfil. Pero si la derecha se aconchaba con el establishment, como viene sucediendo respecto del régimen de Dina Boluarte, a la par, se desperfila ideológicamente (parece tener miedo de decir lo que piensa) y, lo que es peor, presenta una baraja tugurizada de candidatos, le tenderá la cama a quienes nunca más deberían ocupar el poder, mientras no se modernicen y no reculen de ideas autoritarias y populistas.

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[PIE DERECHO] La última medición de Ipsos respecto del optimismo/pesimismo de la ciudadanía es pavorosa, pero al mismo tiempo sorprendente. Hoy, el 75% de peruanos considera que el Perú está retrocediendo, una cifra superior al 73% que lo consideraba así en junio del 91, hasta ahora la cifra más alta, históricamente hablando, de pesimismo colectivo.

Objetivamente hablando, a inicios de los 90, cuando aún no cedía la hiperinflación heredada del primer alanismo, y Abimael Guzmán todavía no había sido capturado, la situación del país era peor, y por ello la fuga al exterior de casi dos millones de peruanos.

¿Por qué hoy existe tamaña desesperanza, cuando también objetivamente hablando, estamos mejor que hace un año, cuando nos gobernaba Castillo, o que hace tres, cuando nos azotaba la pandemia y sufríamos el peor manejo político del mundo de la misma? Entre el 2022 y el 2023, ya se deben haber ido del país millón y medio de peruanos. El 2022 se entiende, de alguna manera, ¿pero el 2023?

Según la misma encuestadora, los principales problemas del país son la delincuencia/inseguridad, el costo de vida, la corrupción y la falta de empleo. Pero igual, reiteramos, no hay punto de comparación entre esa conjunción de males con la que había en los 80.

Lo que está sucediendo, al parecer, es un fenómeno más psicológico que sociológico. Venimos de casi treinta y cinco años de crecimiento económico, de reducción de la pobreza, de disminución de las inequidades, y ya varias generaciones de peruanos no habían sufrido una crisis como la que hoy transitamos (aunque la encuesta señala que es entre los peruanos mayores de 43 años que cunde la mayoritaria percepción de que su situación económica ha empeorado este año).

Es el equivalente a la comparación de expectativas de alguien que viene del mundo de la pobreza respecto de las de alguien que, habiendo vivido en bonanza durante su infancia y niñez, de pronto ve a su familia caer en la miseria. La sensación de catástrofe es mayor.

Algo así parece estar ocurriendo en el país. La desesperanza se amplifica porque muchos peruanos, la mayoría, nunca han vivido una crisis y recién ahora sienten que se derrumba su castillo de expectativas.

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[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]No quiero llenar estas líneas con perogrulladas. Qué podría añadir al debate si dijese que el Perú termina el año con una lucha de poderes bárbara, que divide a quienes quieren cooptarlo de quienes defienden su independencia y equilibrio, aunque es posible que estos últimos también tengan sus propios intereses ocultos. La política siempre fue la guerra entre el bien común y el poder, la justicia y el interés subalterno, la honestidad y la corrupción. En cada país, la correlación entre estas fuerzas es distinta, en el Perú ganan los segundos por siglos de ventaja, porque en el Perú se trata de una cuestión histórica, compuesta por robustas raíces enrevesadas bajo tierra.

En el Perú el sistema no es el que creemos ver, no es el que nos dicen los medios, no es aquel por el cual votamos cada cinco años. En el Perú el sistema es el otro, es el que está debajo, no es la ley, es la costumbre y esa costumbre de la corrupción no separa a occidentales y andinos, fractura de la que tanto se habla, notable durante el proceso eleccionario de 2021. En el Perú, el sistema subterráneo es el lugar común que relaciona lo occidental y lo andino, principalmente si hablamos del Estado y las instancias del gobierno, pero también de las altas economías formal e informal.

El tema estuvo siempre allí, en la estructura como diría Carlos Marx, y yo no soy marxista, teóricamente me gusta ser ecléctico y utilizo las herramientas que me son útiles de acuerdo con el análisis. Algo tengo claro, no me voy a amilanar por usar categorías de Marx o algún toque de los libertarios, creo en la recuperación de la deliberación que hoy vemos con nostalgia, como algo que existía en el siglo XX y que ya no existe más.

¿De verdad es este el signo del siglo XXI? ¿la intolerancia, la eliminación del contrincante, la cancelación y la guerra cultural? ¿no hay más? En todo caso, y vuelvo a Marx -qué útil resulta a veces, será porque reducía la sociedad a esquemas bastante básicos- la polarización se produce en la superestructura, por ello, hoy más que nunca, la lucha es cultural, derechas e izquierdas se entretienen en una guerra sin cuartel que nos ciega del avistamiento de los grandes cambios y permanencias en el poder mundial.

Al terminar el 2023, sigue siendo una verdad de Perogrullo que somos el mundo de las transnacionales y que las grandes mayorías, inclusive las capas intelectuales, no lo entendemos del todo, o nos dejamos llevar por las referidas guerras culturales. Imagino a China, imagino su infraestructura industrial y tecnológica, y me da la impresión de que las guerras reales van por ahí, que estamos distraídos y dispersos. Luego viene la inteligencia artificial.

Este año nos ha dejado el chat GTP que responde con bastante acierto preguntas de desarrollo de exámenes universitarios y mucho más. Lo peor, o lo mejor, es que hablamos de su primera versión. Imaginemos los años setenta, esas computadoras que abarcaban salas completas, o pisos completos de edificios del gobierno norteamericano o de las grandes empresas pioneras de la cibernética. Luego, pensemos en los primeros ordenadores personales, sin internet y con programas limitadísimos. Reflexionemos sobre todo lo que se ha avanzado en 40 años, y ahora apliquemos la ecuación a la Inteligencia Artificial. Y preguntémonos también quiénes manejan y manejarán todo eso, porque dificulto que el mundo de mediados del siglo XXI sea un mundo socialista.

¿Qué es lo que debatimos entonces? ¿qué es lo que nos enfrenta? ¿cuáles son las causas o utopías por defender? ¿o acaso ya no existen, solo que no nos hemos dado cuenta? Este año me esforcé por comprender la guerra cultural, la de los extremos – una vez más – comprendí, a medias, las radicalidades libertaria, ultraconservadora y progresista radical. Como historiador tiendo a pensar que el extremismo de hoy será superado por una era de mayor consenso y diálogo. Sin embargo, me asalta también la sospecha de que el fanatismo se nos ha ido de las manos y que, de anularnos unos a otros, si seguimos así, podemos acabar en guerras, en grotescas guerras de esas que son de verdad y que matan a muchísima gente, sólo porque optamos por la intolerancia cuando la mesa de la democracia estuvo más servida que nunca cuando cayó el muro de Berlín en 1989.

Pero después pienso en el poder real, estructural, en las multinacionales, las industrias y la tecnología, y me pregunto si esa idea de las olas históricas conservadoras y liberales pueden llegar a su fin ante el advenimiento de un planeta en el que a los hombres y mujeres se nos arrebate el derecho de tomar nuestras propias decisiones, esto es, de ser libres. Me pregunto si eso no está ocurriendo ya y que pronto colegiremos que tanto enfrentamiento cultural no fue más que un bluf, que una distracción, que una cortina cibernética que nos impidió ver lo que pasa al otro lado, lo que no podemos ver con nuestros propios ojos, aunque lo vivimos cotidianamente, todos los días, muchísimo más que la cortina de hierro que anunció al mundo Winston Churchill en 1946.

Tras esta reflexión ¿qué puedo decirles de Dina Boluarte a quien veo como quien ve al Planeta Tierra desde un confín muy en las periferias del Universo? ¿y qué decir de nuestra clase política que constituye la perversión de lo que una clase política debería ser? Esta reflexión busca la confusión, el completo caos. Porque lo más sensato que podría dejarnos el 2023 es el absoluto desconcierto, las absolutas incertidumbre y desolación. Solo cuando comprendamos que somos presas de un barullo incomprensible, que nos congracia en la conformidad con una superestructura engañosa, podremos comenzar a hacernos las preguntas que realmente valen la pena. A ver si hacemos posible lo imposible y, una vez más, tomamos al Mundo en nuestras manos, a través del conocimiento.

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Guerra Cultural, Inteligencia Artificial, Multinacionales, Poder Real, Polarización
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