Yola Polastri

[Música Maestro] (*) NOTA DEL AUTOR: El 2025 arrancó con la muerte, a los 82, del popular cantautor argentino Leopoldo Dante, Leo Dan. Sus seguidores, que se cuentan por millones en Latinoamérica, lamentan su pérdida. 

Cuando éramos niños o adolescentes, las grandes estrellas de la música a las que admirábamos eran personas adultas, fuertes. Y establecíamos con ellos una relación casi jerárquica, como la que teníamos con nuestros padres y profesores de colegio. Pertenecían -aunque de una manera más libre y relajada- al mundo “de los grandes”. Claro, hablamos de hombres y mujeres cuyas edades oscilaban entre los 25 y los 55 años mientras que nosotros, quinceañeros, podíamos ser sus hijos o sus nietos. Y, salvo las noticias de muertes prematuras -por enfermedades, por excesos, por accidentes- siempre frecuentes en el mundo del arte, en líneas generales todos estos personajes aparecían ante nuestros ojos como superhéroes invulnerables, semidioses inmortales.

Hace unos días pensaba en ello cuando, en medio de las sordideces de poca monta que han hecho irrespirable el aire de este país -el Congreso y su red de prostitución, el reggaetón que musicaliza a la vez los TikToks de sicarios y de niños en edad escolar, el estilo estúpidamente “magalizado” de los reporteros de la televisión, los balbuceos de nuestra “clase política” presidencial, congresal, ministerial-, se difundió la noticia del colapso que sufrió el baladista español Raphael, cuya juventud nos parecía, en los videos, eterna. Afortunadamente, el cantante se recuperó y sigue entre nosotros, a sus 81. Lo mismo le ocurrió a nuestra querida Susana Baca quien pasó momentos muy difíciles de salud durante toda la primera mitad del desastroso año que acabamos de dejar atrás. A pocos días de cumplir los 80, la cantante e investigadora afroperuana salió de la UCI y hoy se alista para supervisar la grabación de un documental sobre su intensa y fructífera vida artística.

Lastimosamente, no corrieron con la misma suerte muchas otras luminarias de distintos géneros musicales, países y épocas, en el transcurso de los últimos doce meses. Leyendas del jazz, populares personajes locales, ídolos del pop-rock que estremecieron a sus seguidores en las décadas doradas de la música de consumo masivo y artistas de culto que, al margen de los grandes públicos y las modas, se las arreglaron siempre para destacar en tiempos en que había que ser realmente bueno para sobresalir. 

Uno de los fallecimientos más comentados del 2024 fue el del norteamericano Quincy Jones (3 de noviembre, 91). Conocido por su trabajo junto a Michael Jackson en sus álbumes Off the wall (1979), Thriller (1983) y Bad (1987), Jones se hizo mundialmente famoso en 1985 como arreglista y productor del himno benéfico We are the world, ensamblando a USA for Africa, un conjunto de más de cincuenta megaestrellas del pop, soul y rock que se reunieron para llevar algo de alivio a la hambruna africana, siguiendo los pasos de la cruzada artística que, un año antes, había iniciado el irlandés Bob Geldof. Jones tenía, para ese momento, una larga trayectoria como trompetista y director de orquestas, trabajando con Ella Fitzgerald, Count Basie y Frank Sinatra, entre otros nombres grandes del jazz. 

Entre sus innumerables lanzamientos discográficos destaca una producción de 1981, The dude, que contiene tres superéxitos de aquella década, el disco-electrofunk Ai no corrida y las baladas Just once y One hundred ways, ambas interpretadas por el cantante de R&B James Ingram (1952-2019). En 1984 se reunió con Sinatra, con quien no grababa desde 1966, para lo que sería su último LP, L.A. is my lady que contiene, además de una colección de standards de los años treinta como Stormy weather o Mack the knife, el famoso tema-título que Jones coescribió con su esposa Patty Lipton y la pareja Alan y Marilyn Bergman, autores de The way we were, balada que grabó Barbra Streisand para la película del mismo nombre de 1973.

También en el mundo del jazz, este 2024 despidió a tres legendarias figuras de la era del bebop: el saxofonista Lou Donaldson (9 de noviembre, 98), el baterista Roy Haynes (12 de noviembre, 98) y el saxofonista Benny Golson (21 de septiembre, 95), uno de los dos últimos sobrevivientes de aquella histórica foto grupal tomada en una calle del barrio negro de Harlem, New York, en la que 57 músicos posaron para la revista Esquire -el otro es “el coloso del saxofón”, Sonny Rollins, actualmente de 94 años. Golson apareció en la película The Terminal (Steven Spielberg, 2004), protagonizada por Catherine Zeta-Jones y Tom Hanks. En el film, un ciudadano de un país ficticio soviético viaja hasta los Estados Unidos para buscar el autógrafo de Golson, una promesa que había hecho a su padre, amante del jazz.

Pero si estos casos parecen bastante comprensibles, debido a las avanzadas edades de los personajes, en la orilla opuesta tenemos, por ejemplo, el del extraordinario tecladista y compositor norteamericano Shaun Martin, integrante del colectivo de jazz-fusion Snarky Puppy -aquí podemos verlo, tocando Sleeper, tema del álbum We like it here (2014). Martin falleció apenas a los 45 años, el pasado 3 de agosto. Del mismo modo, el universo pop quedó estupefacto ante la trágica muerte de Liam Payne, uno de los integrantes de la exitosa banda británica One Direction, ocurrida el 16 de octubre, tras caer del tercer piso de un hotel en Buenos Aires, Argentina. Nell Smith (17), falleció también trágicamente en un accidente de tránsito. La joven cantante canadiense se había hecho conocida en el submundo del indie-rock, al grabar en el 2021 -con solo 14 años- un oscuro disco de covers de Nick Cave, titulado Where the viaduct looms, acompañada por el siempre sorprendente quinteto estadounidense The Flaming Lips.

La música popular latinoamericana también perdió a una de sus figuras históricas, el compositor colombiano Juan Madera Castro, autor de La pollera colorá, una de las cumbias más interpretadas de todos los tiempos. Madera escribió la canción originalmente en 1960 y desde entonces se convirtió en emblema del folklore tropical colombiano. Falleció a los 102 años, el día de nuestras fiestas patrias, 28 de julio. También en Colombia lloraron la partida del acordeonista Egidio Cuadrado (21 de octubre, 71), considerado una leyenda del vallenato, que integró la banda de Carlos Vives en sus discos Escalona: Un canto a la vida (1991), Escalona: Volumen 2 (1992) -dedicados a Rafael Escalona, antiguo compositor de este popular ritmo del país cafetero- y, especialmente, Clásicos de la provincia (1993), producción con la que Vives internacionalizó el vallenato, con canciones como La hamaca grande y La gota fría. Mientras tanto, nos enteramos de la muerte del nuevaolero argentino Heleno (16 de septiembre, 83), famoso entre nosotros por canciones como No son palabritas (1973) o La chica de la boutique (1971).

El ejército del pop-rock clásico ha perdido a algunos de sus más destacados soldados. Por ejemplo, el guitarrista Dickey Betts (18 de abril, 80), de The Allman Brothers Band; la legendaria estrella de la guitarra eléctrica instrumental Duane Eddy (30 de abril, 86); el cantante y guitarrista Greg Kihn (13 de agosto, 75), recordado por sus éxitos ochenteros Jeopardy (1983) y The break-up song (1981); Richard Tandy (1 de mayo, 1976), tecladista y miembro fundamental de Electric Light Orchestra. La banda MC5, pioneros del hard-rock y punk en Detroit, perdió a tres de sus integrantes: el cantante y guitarra líder, Wayne Kramer (2 de febrero, 75), el baterista Dennis Thompson (9 de mayo, 79), y su manager, el poeta y promotor de conciertos John Sinclair (2 de abril, 83). 

También volaron a otras latitudes el padre del blues británico, John Mayall (22 de julio, 90), quien lanzó a la fama a Eric Clapton, Peter Green, Mick Jones y muchos otros; Steve Albini (7 de mayo, 61), productor de importantes artistas del rock de los noventa como Nirvana, PJ Harvey o Pixies; el vocalista japonés Damo Suzuki (9 de febrero, 74), del cuarteto de alemán Can; el bajista y fundador de Grateful Dead, Phil Lesh (25 de octubre, 84); Tito Jackson (15 de septiembre, 70), uno de los hermanos mayores del “Rey del Pop”, Michael Jackson; o el vocalista y compositor Eric Carmen, famoso por la balada All by myself, de su álbum debut de 1975, grabada tanto en inglés como en español con el título Sola otra vez por la diva canadiense Celine Dion en 1996; y por Hungry eyes, uno de los temas centrales de la banda sonora de la recordada película ochentera Dirty dancing (1987).

Asimismo, los fanáticos de Jethro Tull, insigne banda inglesa de prog-rock, lamentaron la muerte de su baterista en el periodo 1981-1988, Gerry Conway (29 de marzo, 76). Chris Cross, bajista de Ultravox, una de las bandas más importantes y creativas de la new wave, falleció a los 71, el 25 de marzo. En los predios del hard-rock y heavy metal, recibimos la triste noticia del fallecimiento del energético bajista T. M. Stevens (10 de marzo, 72), quien acompañara a Steve Vai durante la gira del disco Sex & religion (1993), además de trabajar con un amplio rango de artistas de rock, funk y jazz. 

Otra leyenda del metal, el cantante original de Iron Maiden, Paul Di’Anno, sucumbió a los problemas de salud que lo aquejaban desde el año 2020, el 21 de octubre a los 66. Por su parte, cruzaron la línea el vocalista de los hard-rockers Great White, Jack Russell (7 de agosto, 63); Peter Collins, productor de bandas como Rush, Queensrÿche o Alice Cooper (28 de junio, 73); Jerry Abbott (2 de abril, 80), padre de los hermanos Vinnie Paul y Dimebag Darrell, batería y guitarra de Pantera. Asimismo, dos integrantes de la banda de culto Brujeria, icónicos representantes del death metal californiano que jugaban con letras y sobrenombres en jerga mexicana, también se mudaron al otro barrio: los vocalistas John “Juan Brujo” Lepe (18 de septiembre, 61) y Ciriaco “Pinche Peach” Quezada (17 de julio, 57).

In-a-gadda-da-vida era, hasta hace un par de décadas, uno de los temas que definían al “rock clásico”. Lanzado originalmente en 1968, es un viaje lisérgico de casi veinte minutos que ocupaba todo el Lado B del segundo LP del cuarteto californiano Iron Butterfly. Doug Ingle (78), vocalista, organista y compositor de este himno del rock ácido, falleció el 24 de mayo. Lo siguieron Jimmy Hastings (18 de marzo, 85), saxofonista de Caravan, una de las mejores exponentes de la escena de Canterbury; Brit Turner (3 de marzo, 57), baterista de Blackberry Smoke, vibrante grupo de blues-rock que visitó Lima teloneando a Slash en el 2019; J. D. Souther (17 de septiembre, 78), coautor de exitazos de Eagles como New kid in town o Heartache tonight; y el escocés Joe Egan (6 de julio, 77), quien alcanzó la fama en el grupo Stealers Wheel, con el tema Stuck in the middle with you (1973). Asimismo, dos miembros de las bandas de Frank Zappa, el bajista Tom Fowler (73) y el vibrafonista Ed Mann (70), fallecieron uno después del otro, los días 2 y 1 de junio, respectivamente.

Muchos creemos que el Perú es un lugar mejor tras la muerte de Alberto Fujimori (11 de septiembre, 86). El problema es que, por cada político corrupto mueren tres o cuatro estrellas de nuestra música popular, dejándonos la sensación de estar cada vez más a merced del mal gusto y la vulgaridad. Yola Polastri (7 de julio, 74), fue una conductora infantil que dedicó su vida a lanzar canciones entretenidas y blancas, las mismas que son recordadas por toda una generación que creció con ellas, con mensajes positivos y didácticos, a leguas de distancia de lo que hoy escuchan nuestros niños. 

Siguiendo con la escena local, el histórico Lucas Borja, segunda voz y guitarra de Los Romanceros Criollos (10 de mayo, 90); el (in)combustible rocanrolero César Alemán, más conocido en el ambiente subte como César N (18 de marzo, 55); el baterista original de Frágil, Arturo Creamer (28 de mayo, 69); el baladista nuevaolero Gustavo “Hit” Moreno (5 de marzo, 86); y Johnny Farfán (1 de abril, 81), estrella del bolero cantinero; enlutaron a sus seguidores. Finalmente, el lamentable deceso de Flor Quispe Sucapura (23), ocurrido el 3 de abril, una joven puneña que buscaba construirse una carrera en el huayno moderno bajo el nombre artístico de “Muñequita Milly”, es un hecho que combina varias de las taras sociales del Perú y del mundo moderno: la obsesión por las cirugías estéticas, la ausencia de escrúpulos de los charlatanes que las ejecutan y la eterna impunidad que no castiga a los responsables.

Las muertes del pianista y director de orquestas Sergio Méndes (5 de septiembre, 83) y del saxofonista David Sanborn (12 de mayo, 78) fueron cubiertas por medios especializados en jazz moderno. Mientras que, por un lado, el brasileño colocó al bossa nova y la samba en primera línea de las radios “easy listening”; el norteamericano se paseó tanto por el blues y el rock como por el jazz moderno y la fusión, con una discografía amplia y diversa, alternando con estrellas como David Bowie, Miles Davis, los hermanos Brecker, Al Jarreau o su cómplice, el virtuoso bajista Marcus Miller.

El latin-jazz también perdió al bajista Tony Banda (15 de diciembre, 68) quien, junto a su hermano, el timbalero Ramón Banda, formó parte de la poderosa sección rítmica del reconocido conguero Ildefonso “Poncho” Sánchez entre 1983 y 2013. Los barbudos hermanos Banda, de origen mexicano, lanzaron en el 2003 un sensacional disco llamado Acting up! El trompetista cubano Manuel “Guajiro” Mirabal, que el mundo conoció como integrante de Buenavista Social Club, falleció a los 91 años, el 28 de octubre. En el Perú, la comunidad salsera lamentó la prematura muerte, el 5 de diciembre, de Dante “Salsófilo” Corrales, animador de la popular orquesta chalaca Zaperoko, especialista en covers de salsa dura.

El director de orquesta, pianista y educador japonés Seiji Ozawa (6 de febrero, 88), fue la personalidad más importante de la música académica que nos dejó este 2024. Histórico conductor de la Orquesta Sinfónica de Boston, fue admirado tanto por la crítica especializada como por el público, por sus apasionadas y precisas interpretaciones. También en este campo, el legendario concertista italiano Maurizio Pollini (23 de marzo, 82), especialista en el periodo clásico del piano -Debussy, Beethoven, Chopin. Finalmente, el director de orquesta, pianista y educador húngaro Péter Eötvös, continuador del modernismo de Pierre Boulez y su compatriota Béla Bartók, que escribió óperas, sinfonías, soundtracks para directores de su país y música electrónica incidental, así como adaptaciones de obras literarias de Anton Chejov o Gabriel García Márquez, falleció un día después, el 24 de marzo, a los 80.

La música country, acostumbrada a despedir a sus estrellas más longevas, como el actor y compositor Kris Kristofferson (28 de septiembre, 88); pasó por un duro trance tras conocer que Toby Keith, uno de los principales exponentes del género desde los años noventa, había sido diagnosticado con cáncer estomacal. El intérprete y compositor de varios himnos nacionalistas que han sido usados indistintamente por gobiernos demócratas y republicanos falleció a los 62 años, el 5 de febrero. 

Por su parte, partieron también la cantautora folk Melanie Safka (23 de enero, 76), una de las estrellas protagonistas del Festival de Woodstock; el bajista de reggae Aston “Family Man” Barrett, de la formación original de Bob Marley & The Wailers (3 de febrero, 77); el británico Steve Harley, líder de The Cockney Rebel, banda seminal de glam-rock (17 de marzo, 73); la chanteuse francesa Francoise Hardy (11 de junio, 80); Slim Dunlap (18 de diciembre, 76), guitarrista de The Replacements; la cantante de gospel y soul Cissy Houston (7 de octubre, 91), madre de Whitney Houston; el histórico productor de The Kinks y The Who, Shel Talmy (13 de noviembre, 87); y el cineasta canadiense Norman Jewison (20 de enero, 97), director de clásicos como Fiddler on the roof (1971) y Jesuschrist Superstar (1973).

Finalmente, vale la pena mencionar a los siguientes caídos entre enero y diciembre del año que se fue: Chris Karrer (2 de enero, 76), multi-instrumentista, compositor y pionero del krautrock alemán con su banda Amon Düül II; el productor Frank Farian (23 de enero, 82), también alemán, que lanzó a la fama a actos como Boney M, No Mercy y Milli Vanilli; René Toledo (6 de febrero, 66), guitarrista cubano de enorme presencia en sesiones de grabación de artistas de latin-pop como Jennifer López, Marc Anthony, Ricky Martin, entre otros; Michael Ward (1 de abril, 57), guitarrista de The Wallflowers; Mike Pinder (24 de abril, 82), tecladista de The Moody Blues; los rockeros argentinos Javier Martínez (4 de mayo, 78), baterista de Manal, y Willy Quiroga (21 de noviembre, 84), bajista de Vox Dei; el tenor y ex congresista peruano Franceso Petrozzi (27 de mayo, 62); y Herbie Flowers (5 de septiembre, 86), destacado bajista de sesión que trabajó, entre otros, con David Bowie y Lou Reed, en clásicos como Space oddity y Walk on the wild side, entre otros. 

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[Música Maestro] Desde que se anunció su fallecimiento, el domingo 7 de julio a los 74 años, no he dejado de pensar en aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Ya sé que es un lugar común y que, en muchos casos, sirve como coartada para quienes nos acusan de “no dar cabida a lo nuevo”, que los encuentros generacionales siempre tienen esa característica, etc. Por lo tanto, se trata de un argumento esencialmente subjetivo y como tal, carente de peso. Sin embargo, en este asunto la frase sí tiene sentido. Y muy potente.

Las canciones para niños que grabó Yola Polastri Giribaldi durante los setenta y ochenta contenían giros idiomáticos graciosos, amplitud de vocabulario, ritmos alegres y metáforas juguetonas que funcionaban como complemento para maestros y maestras de Educación Primaria en cualquier institución educativa pública o privada, melodías y letras que tenían la invalorable capacidad de generar interesantes conversaciones entre una madre y su hija de 8 o 10 años. Hace unas semanas, en una esquina, una pequeña de aproximadamente esa edad, con uniforme escolar y mochila colgada, le contaba a su mamá, muy emocionada, que a su maestra se le había ocurrido la genial idea de pedirles representar una coreografía de un tema de Karol G. ¿Necesito explicar más mi punto?

Yola Polastri representa, más que cualquier otra figura artística de su tiempo, el verdadero espíritu del uso educativo de la televisión, sepultado por esa idiotez moderna que sentencia que hablar de valores en la pantalla chica es «anticuado», «cucufato», «poco cool». Antes, en las fiestecitas infantiles y caseras, nos ponían sus divertidos LP. Hoy, pegados a sus teléfonos, los niños juegan a ser futbolistas con tatuajes de maras salvatruchas y las niñas usan pelucas rosadas. Pero no para emular a las inocentes burbujitas sino para parecerse a las recorridísimas divas de la farándula reggaetonera que tanto admiran ellas, sus mamás y, muchas veces, hasta sus profesoras.

Como alguien ya dijo por ahí, Yola Polastri inició su primer programa infantil durante el gobierno militar del Gral. Juan Velasco Alvarado. Inclusive se han reseñado unas declaraciones suyas en las que resalta eso y hace, con cierta amargura, una comparación entre la importancia que dio a la educación aquel régimen frente al desprecio por la misma que mostró Alberto Fujimori durante los noventa, refiriéndose a su salida de la televisión, que se dio en 1994 para ser exactos. Y se justifica el contraste, aunque de manera subjetiva, ya que a primera vista no tendríamos mayor asidero para pensar que Yola haya sido peligrosa, por lo menos de manera directa, para el fujimorato y sus planes de embrutecimiento masivo. 

En realidad, la razón que hizo perder vigencia a “La Chica de la Tele” fue más ramplona. Resulta que, a sus 44 años, Yola ya no era tan “chica” y fue desplazada por los sebosos planes marketeros de los viejos dueños de Panamericana Televisión, que motivaron la creación de otros programas conducidos por jovencitas de trajes cortos y coloridos que parecían cantarles más a los padres que a los hijos. Cuando uno lo piensa por segunda vez, quizás sí sea pertinente establecer una contraposición directa y no tan subliminal entre las prioridades de los sistemas educativos estatales de los setenta y los noventa. Después de todo, a mitad de camino de la nefasta década fujimorista, la banda sonora del país la ponían las orquestas de cumbia femeninas y los noticieros de farándula digitados desde el poder que padecemos hasta hoy, cuando su oscuro reinado en el rating y los gustos populares apenas empezaba.

Cuando Yola comenzó a hacer sus primeros programas para niños, no era una novata en la televisión nacional. Entre 1967 y 1972 tuvo ocasión de participar, por sus estudios de teatro, en papeles secundarios de novelas de la época como Simplemente María, Matrimonios y algo más, entre otras. En paralelo, fue integrante del conjunto femenino de baile Las Cincodélicas, una troupé que aparecía acompañando con sus alocadas coreografías, inspiradas en los ritmos de moda (twist, a go-gó, pop-rock nuevaolero), a Los Shain’s, Pepe Cipolla, Los Steivos, entre otros artistas, en programas musicales como Ritmolandia, del Canal 5 (de ahí su nombre). Además de Yola, la otra Cincodélica que se mantuvo en la televisión fue Jenny Negri, quien hizo carrera como actriz cómica en recordados programas ochenteros como El Show de Rulito y Sonia (1981-1982) y Los Detectilocos (1983-1985).

En la década que va de 1975 a 1985 se ubica el legado discográfico más importante de Yola Polastri, lleno de canciones que en estos días han vuelto a sonar, recordándonos no solo nuestra infancia sino que, además, en esos años de convulsiones sociopolíticas -caída de Velasco, traición de Morales Bermúdez, recuperación de la democracia, inicios de Sendero- por lo menos los niños teníamos una opción agradable y divertida. Compitiendo con el vaso de leche de El Tío Johnny (Juan Salim, 1936-1997) y “El Loro Lorenzo” de Mirtha Patiño (1951-2019), de estilo aun más pedagógico, Yola se metió en los corazones de la gente con su simpatía, frescura y creatividad. 

Aunque se le asoció principalmente al mundo de la televisión, con escuela de talentos incluida de donde salieron, entre otros, el periodista deportivo Alberto Beingolea, el cómico Jorge Benavides, la cantante Roxanita Vargas o la actriz Ebelin Ortiz; y un elenco de personajes que, bajo su férrea y disciplinada dirección -algo que siempre se anotó como un rasgo negativo de su personalidad detrás de las pantallas-, protagonizaban disparatados sketches en cada capítulo, Yola Polastri complementó su trabajo ante cámaras en los estudios de grabación de los sellos Odeón del Perú/Iempsa, con más de veinte discos entre LP y 45 RPM, con todas las melodías que musicalizaron sus sintonizados programas El mundo de los niños (1972-1974), Los niños y su mundo (1975-1978) y Hola Yola (1980-1994), transmitidos siempre por la señal de América Televisión, Canal 4.

Polastri armó su repertorio adaptando las canciones de Enrique Fischer, más conocido como “Pipo El Pescador”; y del trío de payasos “Gaby, Fofó y Miliki”, conformado por los hermanos Aragón Bermúdez (Gabriel, Alfonso y Emilio), integrantes de una tradicional familia cirquera. Títulos indispensables del cancionero de Yola Polastri como El auto nuevo, Don Pepito, El eco, La gallina turuleca, entre otros, fueron compuestas por estos artistas que eran, dicho sea de paso, contemporáneos con ella y muy conocidos en Argentina y España, sus respectivos países. Las versiones grabadas por Yola Polastri en los vinilos Hola Yola (1975), Las palmaditas y La semillita (1976) respetaron siempre sus créditos. A lo largo de su discografía, estas y otras canciones aparecieron en los recordados popurrís de álbumes como La parrandita de Yola (1977) y Pa’ rondas y pa’ ronditas (1978).

Para su marco musical, Yola Polastri tuvo la colaboración de destacados arreglistas peruanos como el trompetista chiclayano Roberto “Tito” Chicoma (1936-2010), experto en salsa y boogaloo, además de haber trabajado previamente en los programas infantiles de El Tío Johnny. Chicoma fue el compositor de Las palmaditas, tema de introducción de varios de los espectáculos y programas de Polastri, en las diversas variaciones que tuvo a lo largo de los años. La versión original apareció en el LP Las palmaditas (1976). Otro de sus arreglistas fue un reconocido músico que ha trabajado con infinidad de artistas locales, tanto del género criollo como de baladas, nueva ola y música cristiana, Víctor Cuadros, en discos como Yola y sus muñecas (1982) y La banda de Hola Yola (1985). A pesar de que en todos sus álbumes e incluso en la introducción de Hola Yola, su programa televisivo más recordado, aparece escrito con y griega al final -Polastry-, el apellido real de la animadora es “Polastri”.

Sin dejar nunca lo infantil, Yola Polastri supo incorporar en sus grabaciones ritmos peruanos -huaynos, marineras, festejos-, latinos -cumbias, merengues, sambas-, siempre usando como base la psicodelia nuevaolera y las rondas españolas, conformando un estilo fresco y divertido, con coros de niños, videos de psicodélicos efectos visuales, muñecos y colores pastel por todas partes, además del sonido inconfundible de la trompeta de Tito Chicoma. Canciones como El telefonito, La feria de Cepillín (Pa’ rondas y pa’ ronditas, 1978) son buenos ejemplos de eso. 

Para la década de los ochenta, su repertorio clásico fue ampliándose con nuevos temas como La chica de la tele, que se convirtió en su sobrenombre oficial (Disco Yola, 1980) o La banda de Hola Yola, que identificó al programa en sus últimos años. La canción fue incluida en el disco del mismo nombre, editado en 1985, y llegó para reemplazar a su cortina anterior, Los niños y su mundo (Yo… Yola… Y, 1978). En esos años, fue muy común ver a Yola Polastri en shows públicos, como los que hacía anualmente en el auditorio de la desaparecida Feria del Hogar, espectáculos con los que llegó a llenar dos estadios de fútbol en Lima, el Nacional y el de Alianza Lima (Matute), los años 1981 y 1987, respectivamente. Y cómo olvidar la imitación que de ella hacía la actriz Nancy Cavagnari en el espacio cómico Risas y Salsa. 

Paralelamente, comenzó a grabar géneros más modernos, a medida que su propio elenco iba pasando de la niñez a la adolescencia. Covers de artistas como Donna Summer (Buscando, 1985), Sly & The Family Stone (Solo tú, 1985) o Sheena Easton (Canta y sé feliz, 1982), sugerían que Yola poseía un panorama musical que iba más allá de las simpáticas canciones que la hicieron conocida. Un punto aparte fue el disco Yola discoteque (1983), en el cual recrea temas de pop electrónico como Da-da-da, del conjunto alemán Trio, muy popular en ese entonces; o el exitazo de Yazoo, la banda del tecladista británico Vince Clarke, fundador de Depeche Mode y Erasure, Don’t go (con el título No, no). En ese disco, Yola incluyó un tema de la cantautora española Massiel de ese mismo año, Hello América. En todos estuvo acompañada de sus característicos coros infantiles, pero en clave de pop. 

Esta tendencia innovadora se replicó en sus dos últimos álbumes oficiales. Canciones como Sabor a miel o Dame un besito, incluidas en Yola a todo ritmo: Sabor a miel (1986), fueron compuestas por Frank Privette, cantante y bajista de la banda nuevaolera Los Steivos -que había grabado la segunda de las mencionadas en 1966– y amigo suyo desde las épocas de Las Cincodélicas. Ambas mostraban intenciones de renovación, aunque en sus programas combinaba, por supuesto, esa onda más juvenil con las clásicas canciones de siempre. 

Poco antes de finalizar los ochenta apareció el LP Yola Rocker (1989), título de un programa alterno a Hola Yola, con el que trató de subirse en la ola de pop-rock peruano. La artista reemplazó los sobrios trajes y sombreros de colores por atuendos y pelucas que tenían de Tina Turner y Nina Hagen para grabar medleys de los Beatles, los Rolling Stones y Elvis Presley. Aunque no perdía su prestigio en la televisión, estas canciones jamás alcanzaron la popularidad de su repertorio más antiguo.

La primera mitad de los noventa vio a Yola compitiendo con El Show de July y Nubeluz, una batalla que terminó perdiendo. En entrevistas posteriores, ya convertida en un recuerdo lejano y extravagante -aunque se mantuvo ofreciendo shows privados hasta muy entrado el siglo XXI-, Yola Polastri lanzó duras y acertadas críticas a la televisión nacional y la degeneración de sus contenidos. Sobre los programas infantiles que la desplazaron llegó a decir que los productores desnaturalizaban el entretenimiento infantil, al hacer que las animadoras usaran trajes “en los que se les veía hasta el alma”. A buen entendedor, pocas palabras.

El legado de Yola Polastri se sostiene en aquellas canciones que promovían la importancia de ser niños, la sana diversión, la solidaridad y el amor familiar. Entre todos sus clásicos, quizás los que mejor resuman ese anacrónico mensaje son, por un lado, El niño y el abuelo (Disco Yola, 1980) o Todos los niños del mundo (La parrandita de Yola, 1977), letras idealistas y tiernas que colisionan con lo que padecieron desde siempre los niños en extrema pobreza o aquellos que, teniéndolo todo, nunca están conformes y quieren ser adultos antes de tiempo. Y, por el otro lado, el pedagógico, los ejemplos abundan. ¿Quién, de nuestra generación, no ha aprendido a recitar los nombres de los océanos escuchando Capitán de los siete mares (Yo… Yola… Y, 1978) o las palabras sobreesdrújulas con la divertida La sin sin (Yola y sus muñecas, 1982), basada en la composición El tiempo de los apostóles del trovador uruguayo Quintín Cabrera (1944-2009).

En el contexto latinoamericano, la obra televisiva y musical de Yola Polastri es equiparable a lo que hicieron, en Argentina, María Elena Walsh (1930-2011) o, en México, Francisco Gabilondo Soler (1907-1990), el recordado Cri-Cri, a quien muchos de nosotros conocimos a través de los programas de Roberto Gómez Bolaños “Chespirito” (1929-2014) quien, dicho sea de paso, también escribió varias inolvidables canciones para niños. La reacción que su fallecimiento ha generado en sus seguidores y amigos en el medio televisivo local, habla por sí sola. Ojalá los niños de ahora se conectaran con esas canciones y recuperaran así esa irrepetible oportunidad de vivir su niñez sin poses ni disfuerzos inapropiados para su edad.

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Música infantil, Música peruana, Nueva Ola, pop-rock, Yola Polastri

[La Tana Zurda] Hoy elevo una mirada al cielo y despido desde mi firmamento a un ícono popular, a una persona que empoderó a muchos talentos jóvenes desde sus inicios sin importarle género o sexualidad, un alma pionera que innovó en todo ámbito. Se trata de la querida Yola Polastri, fallecida el pasado 7 de julio a los 74 años de edad.

Es verdad que ella hizo mucho por la música, la animación infantil en fiestas, pero también estimuló otras manifestaciones del quehacer cultural. Desde sus innovaciones en las actuaciones con las aclamadas «Burbujitas», empoderó a niños y niñas, haciéndolos protagonistas de su popular show «Hola Yola», que se convirtió en un referente alternativo del también popular «Tío Johnny» desde los años 1970.

Yola cultivó asimismo el periodismo cultural y deportivo. Cuando yo jugaba tenis y campeoné en un torneo internacional, ella fue la primera que me entrevistó y me hizo sentir querida por gente que de repente nunca conocí, pero Yola Polastri siempre invitó a jóvenes a su estudio y hacía que compartieran sus sueños y logros.
Recuerdo también haber conocido a gente talentosa como Marisol Martínez, Fernando Beingolea y otros más. Yola Polastri les dio confianza a muchos jóvenes y a muchas mujeres que, sin títulos y sin ninguna autoridad, hizo que fueran descubiertos por su talento. Muchos de ellos ahora ocupan grandes puestos en la escena cultural peruana.

Desde su inocente figura hasta la gran artista que se volvió, Yola Polastri inició una trayectoria para muchas otras más. Fue educada en el Colegio Parroquial Santa Rosa de Lima, en Lince, donde desde pequeña mostró grandes aptitudes para la actuación. Era una muchacha alegre y amorosa, muy querida por sus compañeros de aula y por los profesores. Hay que recordar que de esa institución han surgido personalidades como Beatriz Merino (ex Defensora del Pueblo), el artista Efraín Díaz-Horna, los escritores Guillermo Niño de Guzmán, Mariela Dreyfus y José Antonio Mazzotti, así como el abogado Manuel Pulgar-Vidal, ex Ministro de Ambiente durante el gobierno de Ollanta Humala y actual líder mundial en cuestiones de conservación ambiental.

La fama de Yola Polastri no debe ocultar su espíritu de aliento a la juventud y su práctica de lo que Horacio, el poeta latino, decía: «enseñar deleitando». Yola hizo del entretenimiento una vía privilegiada para aprender habilidades y cultivar el gusto por la música y la socialización. Los niños crecían complementando sus estudios escolares con una hora de entretenimiento diaria en la que se relajaban de la escuela sin dejar de aprender. Esa, al menos, fue mi experiencia.

Gracias, Yola, por tu innovación y por tu creatividad, por tu vuelo artístico y por ofrecer tu vida entera al Perú.

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Mientras la vida seguía en un país azotado por tantas problemáticas, la luz de una estrella se apagaba. Yola Polastri falleció a los 74 años, llevándose consigo no solo sus creaciones y la esencia que la hizo un ícono a nivel nacional e internacional, sino también la infancia de nuestros padres, hermanos, abuelos y de todos aquellos que tuvieron la suerte de vivir en la época de la televisión en blanco y negro y conectar con «la chica de la tele»

Un poco irónico estar sentado escribiendo esta columna y que muchos de nuestros lectores se pregunten, ¿qué puede escribir este chico de 22 años si no ha vivido la época de Yola Polastri? Sinceramente, no puedo contradecirlos; es más, les doy la razón a muchos de ustedes. Sin embargo, no haber estado presente en esa hermosa época que muchos de ustedes, tal vez, sí vivieron, no me hace mezquino al sentimiento, emoción y algarabía que Polastri cautivaba en los adultos que aún tenían su niño interior guardado en lo más profundo de sus almas.

Recuerdo cuando se acercaba el Día del Niño y vimos una publicidad en el Parque Zonal Lloque Yupanqui que anunciaba la llegada de Yola Polastri. De manera ingenua, uno podría pensar que los padres llevarían a sus hijos a los típicos juegos mecánicos también anunciados en el evento. Sin embargo, ese día, todos esperaban a la tan anhelada «chica de la tele». Mientras las emblemáticas canciones como «Mi Rancho Bonito», «Eco» y otras creaciones de Yola se escuchaban en el evento, la gente estaba entusiasmada por su llegada. Todos se preguntaban: «¿A qué hora llegará Yola?», «¿Cantará El Teléfono?», «¿Vendrán las burbujitas?».

A las seis de la tarde, el estrado donde se iba a presentar Yola comenzó a iluminarse, y la música se escuchaba más fuerte. La gente empezó a gritar y a corear su nombre. Los más pequeños no entendían. No entendían por qué adultos y adultos mayores parecían haber retrocedido varios años y empezaban a saltar y a comportarse como esos niños que parecían haber desaparecido con el pasar de los años.

Mientras la algarabía se encendía en el ambiente, las famosas «burbujitas» salieron al escenario, y todos empezaron a gritar y cantar al ritmo de la música. Pasaron solo unos segundos cuando se escuchó la famosa canción «Vamos a ver a la chica de la tele», y detrás de las burbujitas apareció Yolanda Piedad Polastri Giribaldi, la famosa Yola Polastri.

El ambiente se llenó de emoción. Adultos llorando y saltando, mientras los niños los miraban con asombro. Las pelotas comenzaron a volar por toda la zona del evento, y las personas, emocionadas, esperaban que llegaran a su lado para lanzarlas hasta el otro extremo. Estoy seguro de que muchos de los presentes en el evento no se conocían, y a pesar de ello, se abrazaban y saltaban para corear las canciones de Yola.

El impacto que Polastri ha generado en la sociedad peruana es inminente, no solo porque fue parte de la infancia de nuestros padres, sino también porque llegó en un momento en el que nuestro país vivía los momentos más difíciles de su historia. Sin embargo, eso no fue excusa para que la esencia, los colores y la luz de la «chica de la tele» encendieran en tantos adultos el niño interior que llevaban dentro.

Hoy, la tan querida Yola Polastri ha regresado a su rancho bonito, donde brillará para muchos, y cuyo legado no será reemplazado por nadie. Desde este espacio, un joven de 22 años le agradece por haber iluminado la infancia de mis padres y haber hecho sus vidas mucho mejor.

¡Gracias, Yola!

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