Yola Polastri

[Música Maestro] Desde que se anunció su fallecimiento, el domingo 7 de julio a los 74 años, no he dejado de pensar en aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Ya sé que es un lugar común y que, en muchos casos, sirve como coartada para quienes nos acusan de “no dar cabida a lo nuevo”, que los encuentros generacionales siempre tienen esa característica, etc. Por lo tanto, se trata de un argumento esencialmente subjetivo y como tal, carente de peso. Sin embargo, en este asunto la frase sí tiene sentido. Y muy potente.

Las canciones para niños que grabó Yola Polastri Giribaldi durante los setenta y ochenta contenían giros idiomáticos graciosos, amplitud de vocabulario, ritmos alegres y metáforas juguetonas que funcionaban como complemento para maestros y maestras de Educación Primaria en cualquier institución educativa pública o privada, melodías y letras que tenían la invalorable capacidad de generar interesantes conversaciones entre una madre y su hija de 8 o 10 años. Hace unas semanas, en una esquina, una pequeña de aproximadamente esa edad, con uniforme escolar y mochila colgada, le contaba a su mamá, muy emocionada, que a su maestra se le había ocurrido la genial idea de pedirles representar una coreografía de un tema de Karol G. ¿Necesito explicar más mi punto?

Yola Polastri representa, más que cualquier otra figura artística de su tiempo, el verdadero espíritu del uso educativo de la televisión, sepultado por esa idiotez moderna que sentencia que hablar de valores en la pantalla chica es «anticuado», «cucufato», «poco cool». Antes, en las fiestecitas infantiles y caseras, nos ponían sus divertidos LP. Hoy, pegados a sus teléfonos, los niños juegan a ser futbolistas con tatuajes de maras salvatruchas y las niñas usan pelucas rosadas. Pero no para emular a las inocentes burbujitas sino para parecerse a las recorridísimas divas de la farándula reggaetonera que tanto admiran ellas, sus mamás y, muchas veces, hasta sus profesoras.

Como alguien ya dijo por ahí, Yola Polastri inició su primer programa infantil durante el gobierno militar del Gral. Juan Velasco Alvarado. Inclusive se han reseñado unas declaraciones suyas en las que resalta eso y hace, con cierta amargura, una comparación entre la importancia que dio a la educación aquel régimen frente al desprecio por la misma que mostró Alberto Fujimori durante los noventa, refiriéndose a su salida de la televisión, que se dio en 1994 para ser exactos. Y se justifica el contraste, aunque de manera subjetiva, ya que a primera vista no tendríamos mayor asidero para pensar que Yola haya sido peligrosa, por lo menos de manera directa, para el fujimorato y sus planes de embrutecimiento masivo. 

En realidad, la razón que hizo perder vigencia a “La Chica de la Tele” fue más ramplona. Resulta que, a sus 44 años, Yola ya no era tan “chica” y fue desplazada por los sebosos planes marketeros de los viejos dueños de Panamericana Televisión, que motivaron la creación de otros programas conducidos por jovencitas de trajes cortos y coloridos que parecían cantarles más a los padres que a los hijos. Cuando uno lo piensa por segunda vez, quizás sí sea pertinente establecer una contraposición directa y no tan subliminal entre las prioridades de los sistemas educativos estatales de los setenta y los noventa. Después de todo, a mitad de camino de la nefasta década fujimorista, la banda sonora del país la ponían las orquestas de cumbia femeninas y los noticieros de farándula digitados desde el poder que padecemos hasta hoy, cuando su oscuro reinado en el rating y los gustos populares apenas empezaba.

Cuando Yola comenzó a hacer sus primeros programas para niños, no era una novata en la televisión nacional. Entre 1967 y 1972 tuvo ocasión de participar, por sus estudios de teatro, en papeles secundarios de novelas de la época como Simplemente María, Matrimonios y algo más, entre otras. En paralelo, fue integrante del conjunto femenino de baile Las Cincodélicas, una troupé que aparecía acompañando con sus alocadas coreografías, inspiradas en los ritmos de moda (twist, a go-gó, pop-rock nuevaolero), a Los Shain’s, Pepe Cipolla, Los Steivos, entre otros artistas, en programas musicales como Ritmolandia, del Canal 5 (de ahí su nombre). Además de Yola, la otra Cincodélica que se mantuvo en la televisión fue Jenny Negri, quien hizo carrera como actriz cómica en recordados programas ochenteros como El Show de Rulito y Sonia (1981-1982) y Los Detectilocos (1983-1985).

En la década que va de 1975 a 1985 se ubica el legado discográfico más importante de Yola Polastri, lleno de canciones que en estos días han vuelto a sonar, recordándonos no solo nuestra infancia sino que, además, en esos años de convulsiones sociopolíticas -caída de Velasco, traición de Morales Bermúdez, recuperación de la democracia, inicios de Sendero- por lo menos los niños teníamos una opción agradable y divertida. Compitiendo con el vaso de leche de El Tío Johnny (Juan Salim, 1936-1997) y “El Loro Lorenzo” de Mirtha Patiño (1951-2019), de estilo aun más pedagógico, Yola se metió en los corazones de la gente con su simpatía, frescura y creatividad. 

Aunque se le asoció principalmente al mundo de la televisión, con escuela de talentos incluida de donde salieron, entre otros, el periodista deportivo Alberto Beingolea, el cómico Jorge Benavides, la cantante Roxanita Vargas o la actriz Ebelin Ortiz; y un elenco de personajes que, bajo su férrea y disciplinada dirección -algo que siempre se anotó como un rasgo negativo de su personalidad detrás de las pantallas-, protagonizaban disparatados sketches en cada capítulo, Yola Polastri complementó su trabajo ante cámaras en los estudios de grabación de los sellos Odeón del Perú/Iempsa, con más de veinte discos entre LP y 45 RPM, con todas las melodías que musicalizaron sus sintonizados programas El mundo de los niños (1972-1974), Los niños y su mundo (1975-1978) y Hola Yola (1980-1994), transmitidos siempre por la señal de América Televisión, Canal 4.

Polastri armó su repertorio adaptando las canciones de Enrique Fischer, más conocido como “Pipo El Pescador”; y del trío de payasos “Gaby, Fofó y Miliki”, conformado por los hermanos Aragón Bermúdez (Gabriel, Alfonso y Emilio), integrantes de una tradicional familia cirquera. Títulos indispensables del cancionero de Yola Polastri como El auto nuevo, Don Pepito, El eco, La gallina turuleca, entre otros, fueron compuestas por estos artistas que eran, dicho sea de paso, contemporáneos con ella y muy conocidos en Argentina y España, sus respectivos países. Las versiones grabadas por Yola Polastri en los vinilos Hola Yola (1975), Las palmaditas y La semillita (1976) respetaron siempre sus créditos. A lo largo de su discografía, estas y otras canciones aparecieron en los recordados popurrís de álbumes como La parrandita de Yola (1977) y Pa’ rondas y pa’ ronditas (1978).

Para su marco musical, Yola Polastri tuvo la colaboración de destacados arreglistas peruanos como el trompetista chiclayano Roberto “Tito” Chicoma (1936-2010), experto en salsa y boogaloo, además de haber trabajado previamente en los programas infantiles de El Tío Johnny. Chicoma fue el compositor de Las palmaditas, tema de introducción de varios de los espectáculos y programas de Polastri, en las diversas variaciones que tuvo a lo largo de los años. La versión original apareció en el LP Las palmaditas (1976). Otro de sus arreglistas fue un reconocido músico que ha trabajado con infinidad de artistas locales, tanto del género criollo como de baladas, nueva ola y música cristiana, Víctor Cuadros, en discos como Yola y sus muñecas (1982) y La banda de Hola Yola (1985). A pesar de que en todos sus álbumes e incluso en la introducción de Hola Yola, su programa televisivo más recordado, aparece escrito con y griega al final -Polastry-, el apellido real de la animadora es “Polastri”.

Sin dejar nunca lo infantil, Yola Polastri supo incorporar en sus grabaciones ritmos peruanos -huaynos, marineras, festejos-, latinos -cumbias, merengues, sambas-, siempre usando como base la psicodelia nuevaolera y las rondas españolas, conformando un estilo fresco y divertido, con coros de niños, videos de psicodélicos efectos visuales, muñecos y colores pastel por todas partes, además del sonido inconfundible de la trompeta de Tito Chicoma. Canciones como El telefonito, La feria de Cepillín (Pa’ rondas y pa’ ronditas, 1978) son buenos ejemplos de eso. 

Para la década de los ochenta, su repertorio clásico fue ampliándose con nuevos temas como La chica de la tele, que se convirtió en su sobrenombre oficial (Disco Yola, 1980) o La banda de Hola Yola, que identificó al programa en sus últimos años. La canción fue incluida en el disco del mismo nombre, editado en 1985, y llegó para reemplazar a su cortina anterior, Los niños y su mundo (Yo… Yola… Y, 1978). En esos años, fue muy común ver a Yola Polastri en shows públicos, como los que hacía anualmente en el auditorio de la desaparecida Feria del Hogar, espectáculos con los que llegó a llenar dos estadios de fútbol en Lima, el Nacional y el de Alianza Lima (Matute), los años 1981 y 1987, respectivamente. Y cómo olvidar la imitación que de ella hacía la actriz Nancy Cavagnari en el espacio cómico Risas y Salsa. 

Paralelamente, comenzó a grabar géneros más modernos, a medida que su propio elenco iba pasando de la niñez a la adolescencia. Covers de artistas como Donna Summer (Buscando, 1985), Sly & The Family Stone (Solo tú, 1985) o Sheena Easton (Canta y sé feliz, 1982), sugerían que Yola poseía un panorama musical que iba más allá de las simpáticas canciones que la hicieron conocida. Un punto aparte fue el disco Yola discoteque (1983), en el cual recrea temas de pop electrónico como Da-da-da, del conjunto alemán Trio, muy popular en ese entonces; o el exitazo de Yazoo, la banda del tecladista británico Vince Clarke, fundador de Depeche Mode y Erasure, Don’t go (con el título No, no). En ese disco, Yola incluyó un tema de la cantautora española Massiel de ese mismo año, Hello América. En todos estuvo acompañada de sus característicos coros infantiles, pero en clave de pop. 

Esta tendencia innovadora se replicó en sus dos últimos álbumes oficiales. Canciones como Sabor a miel o Dame un besito, incluidas en Yola a todo ritmo: Sabor a miel (1986), fueron compuestas por Frank Privette, cantante y bajista de la banda nuevaolera Los Steivos -que había grabado la segunda de las mencionadas en 1966– y amigo suyo desde las épocas de Las Cincodélicas. Ambas mostraban intenciones de renovación, aunque en sus programas combinaba, por supuesto, esa onda más juvenil con las clásicas canciones de siempre. 

Poco antes de finalizar los ochenta apareció el LP Yola Rocker (1989), título de un programa alterno a Hola Yola, con el que trató de subirse en la ola de pop-rock peruano. La artista reemplazó los sobrios trajes y sombreros de colores por atuendos y pelucas que tenían de Tina Turner y Nina Hagen para grabar medleys de los Beatles, los Rolling Stones y Elvis Presley. Aunque no perdía su prestigio en la televisión, estas canciones jamás alcanzaron la popularidad de su repertorio más antiguo.

La primera mitad de los noventa vio a Yola compitiendo con El Show de July y Nubeluz, una batalla que terminó perdiendo. En entrevistas posteriores, ya convertida en un recuerdo lejano y extravagante -aunque se mantuvo ofreciendo shows privados hasta muy entrado el siglo XXI-, Yola Polastri lanzó duras y acertadas críticas a la televisión nacional y la degeneración de sus contenidos. Sobre los programas infantiles que la desplazaron llegó a decir que los productores desnaturalizaban el entretenimiento infantil, al hacer que las animadoras usaran trajes “en los que se les veía hasta el alma”. A buen entendedor, pocas palabras.

El legado de Yola Polastri se sostiene en aquellas canciones que promovían la importancia de ser niños, la sana diversión, la solidaridad y el amor familiar. Entre todos sus clásicos, quizás los que mejor resuman ese anacrónico mensaje son, por un lado, El niño y el abuelo (Disco Yola, 1980) o Todos los niños del mundo (La parrandita de Yola, 1977), letras idealistas y tiernas que colisionan con lo que padecieron desde siempre los niños en extrema pobreza o aquellos que, teniéndolo todo, nunca están conformes y quieren ser adultos antes de tiempo. Y, por el otro lado, el pedagógico, los ejemplos abundan. ¿Quién, de nuestra generación, no ha aprendido a recitar los nombres de los océanos escuchando Capitán de los siete mares (Yo… Yola… Y, 1978) o las palabras sobreesdrújulas con la divertida La sin sin (Yola y sus muñecas, 1982), basada en la composición El tiempo de los apostóles del trovador uruguayo Quintín Cabrera (1944-2009).

En el contexto latinoamericano, la obra televisiva y musical de Yola Polastri es equiparable a lo que hicieron, en Argentina, María Elena Walsh (1930-2011) o, en México, Francisco Gabilondo Soler (1907-1990), el recordado Cri-Cri, a quien muchos de nosotros conocimos a través de los programas de Roberto Gómez Bolaños “Chespirito” (1929-2014) quien, dicho sea de paso, también escribió varias inolvidables canciones para niños. La reacción que su fallecimiento ha generado en sus seguidores y amigos en el medio televisivo local, habla por sí sola. Ojalá los niños de ahora se conectaran con esas canciones y recuperaran así esa irrepetible oportunidad de vivir su niñez sin poses ni disfuerzos inapropiados para su edad.

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[La Tana Zurda] Hoy elevo una mirada al cielo y despido desde mi firmamento a un ícono popular, a una persona que empoderó a muchos talentos jóvenes desde sus inicios sin importarle género o sexualidad, un alma pionera que innovó en todo ámbito. Se trata de la querida Yola Polastri, fallecida el pasado 7 de julio a los 74 años de edad.

Es verdad que ella hizo mucho por la música, la animación infantil en fiestas, pero también estimuló otras manifestaciones del quehacer cultural. Desde sus innovaciones en las actuaciones con las aclamadas «Burbujitas», empoderó a niños y niñas, haciéndolos protagonistas de su popular show «Hola Yola», que se convirtió en un referente alternativo del también popular «Tío Johnny» desde los años 1970.

Yola cultivó asimismo el periodismo cultural y deportivo. Cuando yo jugaba tenis y campeoné en un torneo internacional, ella fue la primera que me entrevistó y me hizo sentir querida por gente que de repente nunca conocí, pero Yola Polastri siempre invitó a jóvenes a su estudio y hacía que compartieran sus sueños y logros.
Recuerdo también haber conocido a gente talentosa como Marisol Martínez, Fernando Beingolea y otros más. Yola Polastri les dio confianza a muchos jóvenes y a muchas mujeres que, sin títulos y sin ninguna autoridad, hizo que fueran descubiertos por su talento. Muchos de ellos ahora ocupan grandes puestos en la escena cultural peruana.

Desde su inocente figura hasta la gran artista que se volvió, Yola Polastri inició una trayectoria para muchas otras más. Fue educada en el Colegio Parroquial Santa Rosa de Lima, en Lince, donde desde pequeña mostró grandes aptitudes para la actuación. Era una muchacha alegre y amorosa, muy querida por sus compañeros de aula y por los profesores. Hay que recordar que de esa institución han surgido personalidades como Beatriz Merino (ex Defensora del Pueblo), el artista Efraín Díaz-Horna, los escritores Guillermo Niño de Guzmán, Mariela Dreyfus y José Antonio Mazzotti, así como el abogado Manuel Pulgar-Vidal, ex Ministro de Ambiente durante el gobierno de Ollanta Humala y actual líder mundial en cuestiones de conservación ambiental.

La fama de Yola Polastri no debe ocultar su espíritu de aliento a la juventud y su práctica de lo que Horacio, el poeta latino, decía: «enseñar deleitando». Yola hizo del entretenimiento una vía privilegiada para aprender habilidades y cultivar el gusto por la música y la socialización. Los niños crecían complementando sus estudios escolares con una hora de entretenimiento diaria en la que se relajaban de la escuela sin dejar de aprender. Esa, al menos, fue mi experiencia.

Gracias, Yola, por tu innovación y por tu creatividad, por tu vuelo artístico y por ofrecer tu vida entera al Perú.

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Mientras la vida seguía en un país azotado por tantas problemáticas, la luz de una estrella se apagaba. Yola Polastri falleció a los 74 años, llevándose consigo no solo sus creaciones y la esencia que la hizo un ícono a nivel nacional e internacional, sino también la infancia de nuestros padres, hermanos, abuelos y de todos aquellos que tuvieron la suerte de vivir en la época de la televisión en blanco y negro y conectar con «la chica de la tele»

Un poco irónico estar sentado escribiendo esta columna y que muchos de nuestros lectores se pregunten, ¿qué puede escribir este chico de 22 años si no ha vivido la época de Yola Polastri? Sinceramente, no puedo contradecirlos; es más, les doy la razón a muchos de ustedes. Sin embargo, no haber estado presente en esa hermosa época que muchos de ustedes, tal vez, sí vivieron, no me hace mezquino al sentimiento, emoción y algarabía que Polastri cautivaba en los adultos que aún tenían su niño interior guardado en lo más profundo de sus almas.

Recuerdo cuando se acercaba el Día del Niño y vimos una publicidad en el Parque Zonal Lloque Yupanqui que anunciaba la llegada de Yola Polastri. De manera ingenua, uno podría pensar que los padres llevarían a sus hijos a los típicos juegos mecánicos también anunciados en el evento. Sin embargo, ese día, todos esperaban a la tan anhelada «chica de la tele». Mientras las emblemáticas canciones como «Mi Rancho Bonito», «Eco» y otras creaciones de Yola se escuchaban en el evento, la gente estaba entusiasmada por su llegada. Todos se preguntaban: «¿A qué hora llegará Yola?», «¿Cantará El Teléfono?», «¿Vendrán las burbujitas?».

A las seis de la tarde, el estrado donde se iba a presentar Yola comenzó a iluminarse, y la música se escuchaba más fuerte. La gente empezó a gritar y a corear su nombre. Los más pequeños no entendían. No entendían por qué adultos y adultos mayores parecían haber retrocedido varios años y empezaban a saltar y a comportarse como esos niños que parecían haber desaparecido con el pasar de los años.

Mientras la algarabía se encendía en el ambiente, las famosas «burbujitas» salieron al escenario, y todos empezaron a gritar y cantar al ritmo de la música. Pasaron solo unos segundos cuando se escuchó la famosa canción «Vamos a ver a la chica de la tele», y detrás de las burbujitas apareció Yolanda Piedad Polastri Giribaldi, la famosa Yola Polastri.

El ambiente se llenó de emoción. Adultos llorando y saltando, mientras los niños los miraban con asombro. Las pelotas comenzaron a volar por toda la zona del evento, y las personas, emocionadas, esperaban que llegaran a su lado para lanzarlas hasta el otro extremo. Estoy seguro de que muchos de los presentes en el evento no se conocían, y a pesar de ello, se abrazaban y saltaban para corear las canciones de Yola.

El impacto que Polastri ha generado en la sociedad peruana es inminente, no solo porque fue parte de la infancia de nuestros padres, sino también porque llegó en un momento en el que nuestro país vivía los momentos más difíciles de su historia. Sin embargo, eso no fue excusa para que la esencia, los colores y la luz de la «chica de la tele» encendieran en tantos adultos el niño interior que llevaban dentro.

Hoy, la tan querida Yola Polastri ha regresado a su rancho bonito, donde brillará para muchos, y cuyo legado no será reemplazado por nadie. Desde este espacio, un joven de 22 años le agradece por haber iluminado la infancia de mis padres y haber hecho sus vidas mucho mejor.

¡Gracias, Yola!

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