Realmente es penoso enterarse de actitudes irrespetuosas hacia obras representativas de culturas que se expresaban de una manera auténtica según sus propias concepciones del mundo en un tiempo pasado. Así como existe un «David» creado por Michelangelo, donde se nota el cuerpo humano de un hombre hermoso con todos sus pelos y señales (aunque la cabeza y las manos son notablemente desproporcionadas, y el pene particularmente pequeño), en los huacos llamados eróticos de las culturas moche y vicus encontramos, entre otras, la expresión de un falo superdesarrollado que simboliza la fecundidad que puede lograrse tanto en el ámbito humano como en el agrario y el astronómico. Es decir, ese falo gigante que vemos en la estatua del huaco que ha causado tanta controversia en las últimas semanas representa el poder para fecundar y fertilizar y así lograr la continuidad de la vida en el futuro. El alcalde del pueblo de Moche, astutamente, usó esa réplica agrandada para promover el turismo y el gesto le dio buenos resultados. La noticia dio la vuelta al mundo y Moche fue visitado de manera masiva, provocando risas y simpatías.

En el Perú, ese falo es símbolo de la mentalidad compleja de nuestros antepasados mochicas. En diversas culturas del planeta encontramos también expresiones análogas. En la India, por ejemplo, abundan los monumentos al Yoni (vulva) y el Lingan (pene). En China se encuentran estatuas de Budas con miembros enormes para exaltar la producción agrícola. Las paredes de la ciudad de Pompeya –gloria del imperio romano– están llenas de dibujos de penes que funcionaban como señales de tránsito para guiar a los paseantes a los baños y los lenocinios.

Sin embargo, para algunos, el huaco fálico de Moche se ha convertido en elemento de burla, primero, luego de vandalismo (le perforaron el glande a pedrazos) y finalmente lo quemaron completo unos anónimos y criminales fanáticos. El delito sigue sin ser castigado. 

¿Hasta cuándo vamos a permitir que haya hordas de mononeuronales que ven en la expresión del cuerpo una manifestación del demonio? Es momento de que seamos más orgullosos, pues así como celebramos el gol de Orejas Flores el viernes en el partido contra Colombia, también deberíamos celebrar y mostrar orgullo por nuestros huacos prehispánicos y por nuestros compatriotas originarios de todas las épocas.

Cualquiera que haya visitado el Museo Larco en Pueblo Libre y otras colecciones del país sabe que los huacos con escenas sexuales eran representaciones de la vida cotidiana y una celebración de la fecundidad. Existe también un ceramio que presenta a una mujer con la vulva gigantesca, exageradamente dilatada, presumiblemente como homenaje a una madre parturienta. Si convirtieran esa figura en monumento turístico, ¿también la quemarían?

Condenar cualquier representación de la sexualidad y de la fecundación solo nos lleva a los resabios coloniales (léase ultra conservadurismo con olor a Inquisición) que todavía rigen algunas formas de relación social entre nosotros. Tampoco se trata de incurrir en una defensa de la pornografía, pues es obvio que los huacos eróticos pertenecen a otra mentalidad y a otro tiempo. Condenarlos con criterios importados de la Europa cristiana más recalcitrante es desconocer –una vez más– el valor del otro Perú, el que vive y se expresa en lenguas originarias y asume su relación con la naturaleza de manera mucho más fluida, celebratoria y respetuosa a la vez.

Parece que los vándalos que quemaron la estatua de Moche querían demostrar que ellos la tenían más grande, pero su intolerancia y bestialismo los delató. Apenas mostraron un manicito de nobleza para nuestro sufrido Perú.

 

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Los allegados a la literatura ya saben que este año 2022 se cumple el centenario de la publicación de varios libros fundamentales de la literatura occidental. Tenemos, entre otros, el Ulysses de James Joyce, la Tierra baldía de T.S. Eliot, y en el ámbito peruano nada menos que Trilce, de nuestro entrañable poeta mayor César Vallejo.

Claro que es motivo para celebrarlo, pues Trilce significó un terremoto en las concepciones y las prácticas literarias de su momento y aún hoy. Pocos libros han sido tan trascendentes en el devenir de nuestra tradición poética y, a la vez, pocos han retratado (pese a la dificultad de su estilo) las tensiones y pasiones de su época y expresado una sensibilidad agudamente moderna, que pone en duda la estabilidad de nuestro conocimiento y sentido del ser.

Vallejo llegó a Lima a fines de 1917 y a los pocos meses empezó a sufrir una serie de pérdidas irreparables, o como él mismo las llamaría en su primer libro «los heraldos negros que nos manda la muerte». Así, pierde a su madre el 8 de agosto de 1918, luego a Manuel González Prada, su admirado mentor, y al año siguiente lo hieren las partidas de Abraham Valdelomar, su querido amigo, y Ricardo Palma, apreciado escritor. A eso se suma la dolorosa ruptura con su amada Otilia (la de las «venas otilinas» de Trilce VI) y percances laborales que se traducen en un dolor personal, bien expresado ya en Los heraldos negros, que recién pudo circular en julio de 1919.

Pero ya desde esos mismos años Vallejo se daba cuenta de la necesidad de cambiar completamente el lenguaje para expresar mejor lo que él llamó «una nueva sensibilidad». Los primeros borradores de Trilce datan de 1918, pero se incrementan durante el año siguiente y crecen mucho más cuando pasa por la crucial experiencia carcelaria del 6 de noviembre de 1920 al 26 de febrero de 1921. Fueron 112 días de los que no sabemos mucho, pero nos los cuenta, con ciertos toques imaginativos, el gran narrador (liberteño como Vallejo) Eduardo González Viaña en su novela Vallejo en los infiernos. También tenemos las valiosas biografías de Stephen Hart y Miguel Pachas Almeyda para quien quiera entrar en los recovecos de la difícil vida de Vallejo.

Al poeta le toca la terrible experiencia de pasar meses en una cárcel del Perú, acusado, además, injustamente. El expediente judicial completo que demuestra su inocencia está siendo publicado este año por la acuciosa investigadora vallejista Gladys Flores Heredia. Ya el juez Francisco Távara hace pocos años derogó el fallo judicial y la orden de captura que quedaba pendiente por violación de la libertad condicional que le fue otorgada al poeta en 1921. Vallejo, sin esperar a que lo apresaran de nuevo, prefirió marcharse del país luego de publicar Trilce en octubre de 1922 y dos incursiones por la narrativa: Escalas y Fabla salvaje en 1923.

Lo demás se conoce mejor. Pasa miserias y alegrías en París. Convive y luego se casa con la jovencísima poeta francesa Georgette Philipart. Viaja por Europa y se hace comunista, con militancia probada. Este último dato es insoslayable, aunque intenten olvidarlo muchos críticos y sin duda varios políticos a quienes Vallejo sin dudas despreciaría.

Trilce con sus 77 poemas fue reeditado en Madrid en 1930, antecedido por un lúcido prólogo del poeta español José Bergamín, reconociendo su gran contribución a la vanguardia. Como dice el refrán, «nadie es profeta en su tierra». En el Perú, el radical libro de Vallejo recibió sobre todo burlas en medio de un típico ninguneo que desde entonces practican nuestros poetas e intelectuales con cualquier obra que no calce con su gusto convencional. Salvo el prólogo de su querido amigo Antenor Orrego, lo demás fue la urticante «risita limeña» que suele aplicarse a los provincianos de estirpe indígena en los círculos oficiales de la capital. ¿Les suena conocido? 

La lección que nos deja ese libro como obra de arte es la de la necesidad y la validez de romper con todos los moldes y usos. Y la de no perder la perspectiva sobre el valiente cuestionamiento que todo escritor auténtico debe tener frente a una realidad mediocre y mediocrizante. 

Para estudiar el extraordinario libro de Vallejo se avecinan grandes congresos internacionales y publicaciones, coordinadas por la Asociación Internacional de Peruanistas y otras instituciones: en la Universidad de Sevilla el 26 y 27 de abril, en la Universidad de Londres la semana del 10 de octubre, y en el otoño boreal sendos congresos en La Habana y Boston. 

¿Y en Perú? «No se oye, padre». A ver si nuestras instituciones se ponen las pilas. 

Vallejo bien vale un Perú.

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César Vallejo, Trilce, vanguardia

Este martes 18 de enero vuelve a cumplirse un doble aniversario que en buena medida resume la historia del Perú.

Por un lado, Lima, nuestra querida y a la vez odiada capital, llega a sus 487 años, como una viejita remozada que en nada se parece a esa Lima de 1535, cuando Francisco Pizarro enarboló sus estandartes en el valle del Rímac para fundar una nueva sede administrativa para su gobernación y a la vez tener una cercanía al mar que le permitiera acceder a un puerto exportador de tesoros y escapar en caso de una rebelión indígena. Fue, sobre todo, una jugada estratégica, de fines militares y comerciales. 

El otro aniversario son los 111 años de José María Arguedas, que representa una cara muy distinta del Perú. Nacido en Andahuaylas, departamento de Apurímac, en 1911, Arguedas vivió su infancia y primera adolescencia en la serranía aprendiendo quechua e interactuando con los comuneros indígenas que le enseñaron la verdadera naturaleza del cariño. De hecho, puede decirse que el quechua fue su lengua materna (todo parece indicar, además, que su madre biológica fue una mujer indígena, según recientes investigaciones de Ghislaine Delaune-Gazeau en la revista Lienzo, n. 42).

Lima y Arguedas en sus inicios encarnaban polos opuestos. El mismo nombre original de la urbe –la Ciudad de los Reyes– exhalaba aristocracia y santidad, acero y naftalina al mismo tiempo. Sus símbolos eran importados, europeos. Su función no solo era la de enclave para facilitar la sujeción del inmenso territorio del Tahuantinsuyo, sino que el valle mismo del Rímac estaba poblado de agricultores. Los especialistas oscilan en definir una población nativa entre 30 mil y 120 mil habitantes dedicados al cultivo de plantas para la alimentación, el comercio y el manejo de canales y edificios de barro que servían de vivienda a los caciques y de templos ceremoniales. Además, el valle era fértil y verde y estaba muy cerca del gran santuario de Pachacamac, centro de peregrinaje. Hoy quedan más de 300 restos arqueológicos en el radio urbano de Lima como testimonio de que el valle nunca estuvo realmente desierto.

Arguedas llegó a la costa (primero a Ica) en su adolescencia, a esos “arenales candentes y extraños, entre gente que no quiero, que no comprendo”, como dice su personaje Ernesto en el enternecedor cuento “Warma Kuyay”, de 1935. Ya en Lima, para asistir a la universidad, entró en la vorágine de las contradicciones que en el siglo XX alimentaba una migración cada vez más creciente de provincianos hacia la capital. Con el tiempo, como sabemos, esa migración ha convertido a Lima no solo en una ciudad principalmente habitada por provincianos o sus descendientes, sino también en la ciudad quechuahablante más grande del mundo. 

A la vez, el interior del país es cada vez más penetrado por la avanzada occidental, mermando las culturas locales, amestizándolas, en el mejor de los casos, cuando no desapareciéndolas, pero nunca dejando de afectarlas. Y con ellas la naturaleza, cada vez más depredada.

Muchos dirán que se trata de la expansión de un mestizaje triunfante, de la forja de una verdadera identidad peruana. Lima se vuelve más quechua; el interior se castellaniza cada vez más. Pero a la larga, los modelos culturales y la función del estado siguen siendo los occidentales, como si los procesos de evangelización de la colonia se hubieran transformado ahora en la creencia igualmente fanática en el «progreso» capitalista y como si las modernidades alternativas no fueran posibles. 

¿Qué Perú nos encontramos este 18 de enero? Difícilmente un Perú homogéneo, pese a los esfuerzos de las élites financieras y criollas que quieren ajustarlo a su lecho de Procusto. Había algo de esperanza de que las cosas cambiaran con la subida de Pedro Castillo al poder el pasado 28 de julio. Pero, atenazado por una ultraderecha golpista y la angurria de una izquierda burguesa, el profesor -silenciado y silencioso-  no ha podido hacer gran cosa. 

Lima y su aniversario y Arguedas con el suyo siguen siendo dos heridas que no logran cerrarse.

 

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18 de enero, Aniversario de Lima, fiestas, José María Arguedas, Lima, Perú

No llegué a conocerlo en persona, pero sabía de él desde principios de este siglo, cuando cayó en mis manos su libro de cuentos Amarillito, amarilleando. Era el 2002 y el Perú vivía una especie de primavera democrática tras diez años de dictadura fujimorista y uno del gobierno de transición de Valentín Paniagua. Ese año, Alejandro Toledo, con toda su demagogia neo-incaísta (“el cholo puro y sagrado”, supuesta reencarnación de Pachacútec) llevaba ya un año gobernando y empezaba a mostrar una vez más, como su antecesor Fujimori, las fauces del sistema neoliberal que hacía ricos a unos y empobrecía a otros.

Para los que aún no saben a qué escritor me refiero, su nombre era Feliciano Padilla Chalco, nacido en Lima en 1944, pero abancaíno y puneño de corazón, pues vivió casi toda su vida en esas ciudades andinas que han dado tan grandes escritores como Gamaliel Churata, Carlos Oquendo de Amat, Federido Latorre y muchos más. Feliciano Padilla murió este viernes 7 de enero, víctima del maldito virus del Covid-19. 

Su notable novela ¡Aquí están los Montesinos!, del 2006, muestra las viejas desigualdades entre Lima y el interior del país, al narrar la disputa electoral entre Rafael Grau, un candidato de la élite capitalina, hijo del héroe Miguel Grau, y Santiago Montesinos, hacendado apurimeño. Mereció muchas reediciones. También publicó otras novelas como Ezequiel, el profeta que encendió la pradera (del 2014) y El morral escarlata (apenas del 2021). Aparte del ya mencionado Amarillito amarillando, sus otros libros de cuentos incluyen Pescador de luceros, Cuentos de otoño, La bahía, y varios relatos en quechua. Por añadidura, fue poeta, habiendo publicado el 2009 Pakasqa takiyniykuna (Mis cantos ocultos), un libro en quechua y español, y ensayista, con varios estudios donde resalta la importancia de la literatura puneña.

Recuerdo que sobre el afamado Movimiento Kloaka escribió el 2007: “Desde hace un buen tiempo los productores jóvenes de literatura vienen haciendo una lucha generacional contra los poetas y narradores mayores. Creo que están en su derecho. La juventud es de por sí iconoclasta, inconforme. Tienen toda libertad para ser irreverentes. Hasta ahí, esta actitud es buena, y hasta fecunda para producir mejor y seguir adelante, pero llevar esta contradicción natural hasta el extremo de aplicar esa ‘ley’ que los ‘kloacas’ inventaron y la expresaban en foros y bares limeños: ‘Si quieres surgir tiene que ser sobre el cadáver de los consagrados’, no es bueno para nadie. Ha pasado el tiempo y la historia no registra el nombre de ningún kloaca importante”.

En realidad, se equivocó, pues los Kloaka nunca dijeron eso que se cita y ya hay varios kloakas que destacan en el parnaso peruano. El reclamo de Padilla, sin embargo, tiene que ver más con la reivindicación de los escritores de provincias, ignorados consuetudinariamente entonces y aún hoy. En ese sentido, su reclamo es justo.

Autores del interior como Boris Espezúa, Leoncio Luque Cota, William Guillén Padilla, Gloria Cáceres, Isaac Huamán Manrique, Gloria Mendoza Borda, Fredy Roncalla, Juan Yufra, José Gabriel Valdivia, Carlos Reyes Ramírez, Carlos Sánchez Paz, Luis Nieto Degregori, Ricardo Vírhuez, Edián Novoa, Mary Soto, Enrique Rosas Paravicino, Zein Zorrilla, Samuel Cárdich y muchos más merecen, sin duda, mayor atención.

En el cuento “Amarillito amarilleando”, que da título a la colección a la que me refería al principio de esta nota, se narra la aparición de una peste que vuelve amarillas a sus víctimas sin que se sepa bien qué enfermedad es. Casi como una premonición del propio Covid-19 que se lo llevó, Padilla escribió: “Se comentaba que una nube de abejas viajeras procedentes del Manu, que hacía poco se encontraba por Pachachaca, habría traído la maldita fiebre, sin previo aviso, sin tocar la puerta. Eran cientos los chiuchicitos, que en aquel momento, ya no alegraban las mañanas a causa de la peste. ¿Será la tifus o la tos convulsiva, será el sarampión o la viruela?, se oía un coro de voces desesperadas. Tienen que estar aislados de la familia, aislados del mundo; por ahora combatan la fiebre mientras se descubra la enfermedad, nos recomendaban los matasanos del hospital. Pero, el tiempo pasaba y ningún matasanos sabía decir la verdad”.

Como un chiuchicito, el alma de Feliciano Padilla se nos voló, igual que la de tantos escritores, artistas y peruanos en general que siguen sufriendo de olvido y desatención. En el caso de nuestros escritores fuera de las argollas limeñas, el descuido de la crítica es patente. 

Que el alma de Feliciano Padilla vuele bien alto y su muerte no sea en vano.

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escritor, Feliciano Padilla

Tampoco este año voy a pecar de hipócrita ni trataré de poner, misma guía telefónica, cuanto libro se haya publicado por autores peruanos. Necesitaría varias semanas para acercarme a un panorama exhaustivo. No. Aquí se trata de hacer una selección según mis criterios, por lo que forzosamente quedarán fuera muchos títulos que para otros lectores podrían ser interesantes.

Debo añadir que, pese a la pandemia y el relativo distanciamiento (lo que supuso menos actividades presenciales o algunas magras de público), el año fue fecundo en publicaciones literarias, lo que se evidenció en numerosas ferias, presentaciones de libros y festivales virtuales, como los organizados por el Proyecto de La Huaca es Poesía, que dirige el poeta Rafael Hidalgo.

Aquí va lo que me entusiasmó del 2021 y ahora recomiendo:

Novela

¡Kutimuy, Garcilaso!, de Eduardo González Viaña, es la última entrega del prolífico narrador liberteño, construida entre la ficción y la historia de un personaje sumamente importante para nosotros los peruanos, sobre todo en este contexto que acabamos de vivir, nuestro Bicentenario de la Independencia y la fundación de la república. En esta ocasión, la novela se centra en la gran figura del primer mestizo fundacional, el Inca Garcilaso de la Vega, con rasgos de realismo mágico y a la vez reconstrucción de la historia colonial. Nos propone un Inca con raíces andinas, reinterpreta el Taki Onqoy y lo usa como analogía de nuestra reciente historia política en una prosa ágil que ya antes ha sido reconocida por su musicalidad y colorido. 

¡Bésala, idiota!, de Jorge Irribarren, es una novela que entreteje historias y toca temas muy actuales que hacen reflexionar al lector sobre la existencia, el tiempo, el fetichismo y el amor, aparte de mencionar e indagar en otros tan importantes como la migración, el trabajo, las relaciones y la cultura en general. Con gran dominio narrativo, Irribarren nos lleva de una cultura a otra, es decir, de vivir lo peruano a experimentar lo alemán (él vive en ese país), insertando términos de ambas lenguas. De pronto estamos tomando un pisco sour o un chilcano y de repente nos encontramos en un bar disfrutando de una cerveza alemana. El gran acierto de Irribarren es utilizar estos giros y cambios de ambiente a medida que avanza la trama para hacernos sentir el bilingüismo y la biculturalidad que uno obtiene cuando es ciudadano de dos mundos.

Revolución caliente (una historia del Perú) es una de las nuevas novelas del polifacético Rodolfo Ybarra –poeta, novelista, ensayista y cuentista–, quien siempre destaca en el ámbito cultural. Se trata de una novela que nos lleva a las décadas de los ochenta y noventa y nos recuerda lo difícil que era vivir en esos años en el Perú.

 

También Otras caricias, de Alonso Cueto, una interesante incursión por los recuerdos de la música criolla; El carnaval de los espíritus, de Mario Suárez Símich; Historia, de Julián Pérez; El amor es un perro que ruge desde los abismos, novela del promisorio J. J. Maldonado; y, entre los novelistas más recientes, Huella de tigre, Maica Guerrero, y Caen los colibríes, de Carlos Fuller.

Cuento

La irrealidad y sus escombros, de Rocio Uchofen (autora afincada en los Estados Unidos), contiene catorce cuentos, con grandes innovaciones en cuanto a la forma y al contenido, ya que tenemos finales totalmente abiertos donde los protagonistas son capaces de decidir y tomar decisiones imprevistas.

La ciudad en que no estás, de Margarita Saona (también parte de nuestro Quinto Suyo literario), recoge más de cincuenta relatos breves donde la voz narrativa mantiene una actitud nostálgica hacia vivencias que en sí son los protagonistas de estas secuencias narrativas, donde la narradora se desenvuelve en inesperadas situaciones.

Libros de cuentistas jóvenes que han destacado el 2021: El último color, de Manuel Nieves; Mañana nunca llega, de Tadeo Palacios Valverde; y Mis últimas palabras, de Rómulo Reaño. 

Como antologías notables, tenemos 21. Relatos sobre mujeres que lucharon por la Independencia del Perú, con selección y prólogo del crítico José Donayre Hoefken y grandes evidencias del talento y la pasión que tienen nuestras cuentistas contemporáneas. También, Cuentos peruanos de la pandemia, del reconocido crítico y poeta Ricardo González Vigil. 

En literatura infantil, sobresalen Animales peruanos y Navegar por los aires, los dos últimos libros y proyectos que presenta Micael Chiriff, la autora más activa de este género muchas veces ninguneado, y La vaquita, de Samuel Cárdich.  

Poesía

Dos recopilaciones de poetas consagrados descollaron el 2021, confirmando la calidad y variedad de sus respectivas trayectorias. En primer lugar, la antología Castillos en el aire: antología poética 2013-2019, de Marco Martos, que incluye avances de su nuevo libro Mar del Perú, en el tono sereno y depurado que caracteriza a este importante poeta de la Generación del 60. También El Zorro y la Luna. Poemas reunidos 1981-2021, que incluye el nuevo libro de José Antonio Mazzotti Poemas posthumanos, un sentido homenaje en clave transbarroca a César Vallejo y las víctimas de la actual pandemia.

Por su lado, Vanesssa Martínez Rivero publicó ARTE-FACTA, con textos de sus distintos poemarios, desde La hija del carnicero (2007), Coraza (2009), Carne (2012) y Redondo (2015), hasta Un tercer ojo para la tristeza (2019), lo que la consagra como una de las voces dosmileras más interesantes. 

Otros títulos destacables son Los sicarios del tiempo, de Domingo de Ramos; Parábola de las ideas impuras, de Enrique Sánchez Hernani; Amazona, de Susan Lobato; Calaveras retóricas, de Diego Lazarte; Manantiales, de Willy Gómez Migliaro; Comentarios irreales, de Miguel Ildefonso; Migratorio, de Miguel Lescano; Extensas legiones, libro tri-autorial de Evgueni Bezzubikoff, Miguel Ildefonso y Juan José Soto; El califato de Lima, de Diego Otero; Epitafios del desierto, de Ricardo Josadth; Tapir tapir, de Renato Pita; Cam Girl, de Fiorella Terrazas; y Fiesta, de Denisse Vega Farfán.

Entre las revelaciones jóvenes, siendo todas voces femeninas, me impresionaron Canción y vuelo de Santosa, de Gloria Alvitres Aliaga; El Apu descalzo, de Maggie Velarde; y Alguna vez esto dolió, de María Alejandra López.

También debe subrayarse la importancia de la poesía en lenguas originarias, como se ve en Sanchiu, de Dina Ananco, poeta que proviene de la tradición awajún y wampís. Esta es una tradición que poco a poco empieza a merecer mayor visibilidad y que sin duda cobrará mayor presencia según se vayan democratizando nuestras instituciones y medios de comunicación, tradicionalmente criollos y limeñocéntricos.

Otras publicaciones dignas de mención son las antologías que compone la poeta Karina Medina de Poesía joven ultimísima para poetas varones y mujeres, un esfuerzo que merece reconocimiento.

El resto, más o menos deleznable, oscila entre la brichería y el feminismo de feria.

A rascarse rico.

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Para mí, desde el mismo año de la caída de las Torres Gemelas, el 2001, la Navidad nunca volvió a ser la misma, pues ya la familia dispersa no volvió a reunirse después de esa muerte masiva que nos dejó a todos mudos y desolados. 

A partir de ese año, la Navidad empezó a obtener un nuevo significado, adquirió un concepto distinto, más rico que el que yo había sentido desde la infancia. Empecé a entender mejor el sentido de la unión, la salud y el amor de la familia como única ley que debía regir en nuestras vidas. 

Al pasar el tiempo, al crecer y envejecer, la Navidad fue adquiriendo muchos significados, sobre todo ahora ante la presencia del virus del Covid-19 desde marzo del 2020, que ha segado tantas vidas y nos mantiene de puntillas para evitar contagios que pueden ser fatales.

Antes, siempre estaban los recuerdos preciosos, fiestas, regalos, cenas con pavo y chocolate. Pero el trasfondo verdadero de esas celebraciones fue un hallazgo que solo fui descubriendo con el tiempo y ante la presencia del dolor, especialmente el 2001 y durante el 2020 y 2021. Es como si el destino nos golpeara para recordarnos lo precaria que es la vida y que nunca estamos sobre esta tierra sino de paso y por corto tiempo.

Para algunos de nuestros poetas emblemáticos como César Vallejo, la “Nochebuena”, la primera venida de Cristo encierra un sentimiento semejante:

NOCHEBUENA 

Por César Vallejo

Al callar la orquesta, pasean veladas

sombras femeninas bajo los ramajes,

por cuya hojarasca se filtran heladas

quimeras de luna, pálidos celajes.

Hay labios que lloran arias olvidadas,

grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.

Charlas y sonrisas en locas bandadas

perfuman de seda los rudos boscajes.

Espero que ría la luz de tu vuelta;

y en la epifanía de tu forma esbelta,

cantará la fiesta en oro mayor.

Balarán mis versos en tu predio entonces,

canturreando en todos sus místicos bronces

que ha nacido el niño-Jesús de tu amor. 

Al crear con el lenguaje imágenes vívidas y coloridas, llenas de sonoridad e ilusión, con la paz, el amor y la armonía como mayores motivos, Vallejo nos recuerda que la fuente de toda salvación son el amor y la solidaridad. Aun si se trata del amor de pareja, como en el soneto vallejiano, la Navidad es fuente de esperanza en los momentos más duros.

El 25 de diciembre acaba de pasar, pero nos deja una lección clara: que debemos buscar siempre esa recarga espiritual de una Navidad más equitativa y menos comercial y discriminadora por el resto de nuestros días. Hay que apuntar a un mundo mejor, donde todos podamos caminar hacia un mismo objetivo cada día. La Navidad nos recuerda todo eso y lo hermoso de la unión, pero también nos pone alertas sobre el peligro constante de la tragedia y la injusticia.

Que tus raíces familiares y amicales se mojen y renazcan. Que encuentres el sendero de la lealtad. Que la Navidad, en suma, te dure todo el año.

 

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Hoy comparto con ustedes una delicia encontrada en mis archivos.

En 1978 circuló el manifiesto “Hora Zero: mensaje desde adentro”, firmado por nueve de los miembros de la Segunda Fase de ese resonante movimiento literario, reagrupado en 1977 sin la presencia ni apoyo del fundador original de 1970, el poeta Juan Ramírez Ruiz. En su reciente libro Hora Zero: una historia, José Carlos Yrigoyen y Carlos Torres Rotondo le dedican solamente una oración a este manifiesto para comprobar la inserción del grupo en el Frente Obrero Campesino Estudiantil y Popular (FOCEP) del líder de izquierda Genero Ledesma y para señalar únicamente –respecto al contenido– que en el mismo “se fustiga a los poetas de La Sagrada Familia” (pág. 330), grupo que existió entre 1977 y 1979 y en el que el poeta Róger Santiváñez figura como fundador.

La pregunta que cabe hacerse es: ¿por qué tan poca atención a este manifiesto de 1978, a diferencia de, por ejemplo, uno anterior, de 1977, “Contragolpe al viento (nuevas respuestas)”, al que dedican diez páginas (308 a 318) en su libro? ¿Por qué solo una oración frente a diez páginas? Suena raro, ¿no?

“Hora Zero: mensaje desde adentro” es un manifiesto en el que se adopta una perspectiva desde “el pueblo” para enjuiciar la poesía aparecida por esos años. Se inicia con una cita del Che Guevara (“No tener calidad es faltarle el respeto al pueblo”), amén de otras frases de Mao Tse Tung extraídas del Foro de Yenán, y se explaya a lo largo de seis apartados (de carácter policial o, más bien, para estar acordes con aquellos años, comisarial), que paso a enumerar: “Respuesta histórica a un compromiso histórico”, “Quien actúa como impostor en poesía, tendrá que rendirle cuentas al pueblo”, “Estos son los culpables: ¡cuidado!”, “Estos, sus delitos”, “Otros piratas” y “El relámpago de la revolución: la poesía integral”. Es el tercer apartado el que llama la atención, leído desde la perspectiva supuestamente historiográfica del libro de Yrigoyen Miró Quesada y Torres Rotondo.

En “Estos son los culpables: ¡cuidado!”, los miembros de la Segunda Fase de Hora Zero consignan una lista de poetas a los que insultan (ellos dicen “denuncian”) con epítetos que no voy a reproducir. Solamente consignaré los nombres de los escritores “culpables”: Gregorio Martínez, Marco Martos, Cesáreo Martínez, Hildebrando Pérez, Juan Cristóbal, Enrique Sánchez Hernani, José Luis Roncal, Víctor Mazzi y Róger Santiváñez. ¿Róger Santiváñez, el poeta realzado en la dedicatoria de Hora Zero: una historia junto a Juan Ramírez Ruiz, Jorge Pimentel y Enrique Verástegui? Pues sí. Es por este motivo, sumado al hecho de la prácticamente desaparición de este “Mensaje desde adentro” en Hora Zero: una historia, que cobra importancia y sentido observar qué culpa concreta se le encontró en 1978 a Santiváñez.

La expresión se encuentra al final de la segunda página del manifiesto, que consta de once páginas mimeografiadas. Es la siguiente y no son más de diez palabras: “Róger Santiváñez: peligrosísimo sobón y agilito para llegar al parnaso”. ¿Queeeé? ¿Premoniciones? Como antes con su grupo La Sagrada Familia, centro de los ataques de Hora Zero-Segunda Fase en su “Mensaje desde adentro”, y como después con Kloaka (ambas agrupaciones según el propio Santiváñez fundadas por él mismo junto a otro colega de turno), el autor de Kloaka & los subterráneos ¿confirma las sospechas de entonces o más bien las niega? Para sopesar esta respuesta, bien vale volver a mirar la dedicatoria de Yrigoyen y Torres Rotondo en su libro Hora Zero: una historia: “Para Juan, Jorge, Enrique y Róger. Sus libros están escritos en el Paraíso”. Aparte de esta entrada al Jardín del Edén poético decretada por Yrigoyen Miró Quesada y Torres Rotondo, a Santiváñez le agradecen haber colaborado generosamente con sus archivos y recuerdos a llenar numerosos vacíos de la pretendida historia.

Lo cierto es que, como afirmé en mi reseña del libro el domingo 28 de noviembre último, titulada “Hora Zero: una historieta” en esta misma columna, el libro que se hace pasar como “una historia” (pero que según su editor es “la historia”) de Hora Zero está tan lleno de vacíos, silenciamientos y arbitrariedades que más parece queso suizo por donde entran a su gusto los comensales que un trabajo que merezca la menor confianza para un investigador. A lo sumo, queda como testimonio de dos admiradores y amiguísimos del grupo para saldar cuentas con los críticos de Hora Zero-Segunda Fase, dándole al ensayo autoficcional estatuto de historia. Como bien dice el refrán, el papel aguanta todo. Cabría añadir: también encubre lo que le conviene.

¡Siempre en poesía!

HORA ZERO II

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Hora Zero

La cultura peruana anda últimamente de historieta en historieta. Con lo sucedido el último domingo 5 de diciembre, la nueva historieta estuvo vinculada a un intento golpista contra el gobierno de Pedro Castillo, orquestado desde América TV o Canal 4, un conocido canal de televisión perteneciente al conglomerado de El Comercio, de la familia Miró Quesada. El viernes 10, en su columna del semanario Hildebrandt en sus 13, el periodista Carlos León Moya lo sintetizó de esta manera: “Cuarto Poder, o lo que queda del programa, anunció un reportaje que contenía un audio, y nada más escandaloso en el Perú que un audio. Lo anunciaron con tiempo. Vinculaban al Presidente. Ponían imágenes de su casa en Breña. De seguro uno de los visitantes a la casa de Castillo había grabado algo ilícito. Era la excusa –la preciada excusa– para que el pleno del Congreso admita la moción de vacancia. Pero el reportaje fue un desastre. Una estafa”.

Precisamente, esta última palabra fue la que utilizó ese mismo domingo 5 el periodista Juan Carlos Tafur en el programa de la competencia Panorama, en Canal 5, aficionado a su vez a los mismos afanes progolpistas. Consultado sobre el reportaje de Cuarto Poder, Tafur afirmó, contundente, ante la cara adolorida de la conductora Roxana Cueva: “Califica como estafa periodística. Creo que se generaron expectativas a lo largo de la semana, promovidas por el propio canal de televisión”. Al día siguiente, lunes 6, el periodista Umberto Jara, conocido por su paso como editor periodístico en Canal 4 del fujimorista programa La revista dominical de los 90 y del fujimontesinista Hora 20 en el 2000, escribió en su muro de Facebook: “La emisión de anoche del programa Cuarto Poder tiene detrás un tema de fondo muy grave. Está demás decir que ha sido una muestra del peor periodismo y una burla al país. […] Sin embargo, desde mi punto de vista, la responsabilidad central no está en los periodistas. Me explico. Actualmente, Cuarto Poder está a cargo de tres personas: Gilberto Hume, Christian Sotomayor y Oscar Malca, ninguno de los tres tiene calidades periodísticas destacables. En otros rubros probablemente tengan algún talento (oculto). Entonces, pedirle peras al olmo es inútil. Hacen lo que pueden y lo que vimos es lo que pueden. En cambio, la responsabilidad central está en el sector de la familia Miró Quesada que controla América Televisión. Ellos son los responsables de la línea informativa que tiene ese canal”.

El martes 7, la periodista Laura Grados anunciaba desde su cuenta de Twitter el despido de los conductores de Cuarto Poder, Sebastián Salazar y Tatiana Alemán, así como de los productores Christian Sotomayor y Oscar Malca. “Laura, de verdad ¿Oscar Malca? ¿En serio?”, inquirió una sorprendida Rocío Silva Santisteban de inmediato. Efectivamente, se trataba del conocido escritor ligado a los grupos ochenteros Macho Cabrío y Ómnibus de Arequipa. Malca, autor de una sola novela y dedicado toda su vida al periodismo y la intriga política, acaba de publicar a mediados de este 2021 (junto con Mario Molina) la historieta o novela gráfica En la cara no, “uno de los títulos puntales del género en nuestro país” como aseveraría por esas mismas fechas José Carlos Yrigoyen Miró Quesada desde El Comercio.

Pues bien, ahí los tenemos. Malca, empleado de los Miró Quesada (además, exeditor de Somos, suplemento de El Comercio) e Yrigoyen Miró Quesada. Todo queda en familia. 


* Desde Madrid nos llega información de que otro miembro de los Macho Cabrío, íntimo de Malca, el gestor cultural Alonso Ruiz-Rosas, y el encargado de la Embajada del Perú en España, Eduardo Pérez del Solar, sostuvieron conversaciones con la progolpista presidenta del Congreso María del Carmen Alva durante la visita de esta a la capital española. Literatura y poder: hay mucho gato encerrado aquí.

Enlaces: 

https://www.facebook.com/umberto.jara.5/posts/2150364455142373

https://larepublica.pe/politica/2021/12/06/juan-carlos-tafur-sobre-audio-de-cuarto-poder-califica-como-estafa-periodistica/

https://twitter.com/Lauletras/status/1468345614517870594?t=8zW-1xF-Vb-SKQATRi2nOw&s=07&fbclid=IwAR3IPYdG9Ow0lekuJ0tNdnLOPJ-eC3UZr1kJJDMuOfqpTYG_3m8VWO0dFXM

https://twitter.com/Lauletras/status/1467831028727304198?t=oyZDgchk_A-FuOH7uCKusg&s=07&fbclid=IwAR2cqR-tgXPE3AX0ToYp1yVOz3FwOqDA49am3ata5Ds0rIRvvuI012Qr5g8

https://elcomercio.pe/eldominical/columna/ciudad-horror-jose-carlos-yrigoyen-noticia-535623-noticia/?fbclid=IwAR3_Oj2tcdZhwn0BfBXuEsvkH6d5R661daLYSU0qevszT_yT_JLlOHBBU0M 

https://elcomercio.pe/luces/libros/en-la-cara-no-el-nuevo-comic-peruano-por-que-el-critico-de-luces-le-puso-4-de-5-estrellas-oscar-malca-mario-molina-noticia/?outputType=amp&fbclid=IwAR1-0LGZr8M3rdNQ-UuMkrlCTMLEpTzuZiULGzJaN1jwjHxtV4Q0uu1iRRs

https://elcomercio.pe/luces/comic/mario-molina-y-el-fenomeno-de-en-la-cara-no-con-este-libro-quiero-reinventarme-como-dibujante-oscar-malca-peru-novelas-graficas-noticia/?fbclid=IwAR3jaL_yXUQB-5sJvSAa5QlUB3eAIAnYPE68p3jEXECbPl3kZStaMGdx_SA 

https://www.facebook.com/EmbajadaPeruEnEspana/photos/pcb.4714629058595006/4714627368595175/

https://larepublica.pe/politica/2021/12/11/maria-del-carmen-alva-presidenta-del-congreso-denigra-al-peru-en-espana-vox-pedro-castillo/?fbclid=IwAR1dIz52xXSLknSwhCUXxUbq_Fc-vdMC4e7E1jeqhELQ33nbo3A3xKq0rW8

 

Tags:

Canal 4, Cuarto Poder, Grupo El Comercio, Miró Quesada

Se viene hablando del “Quinto Suyo” desde los años 90, cuando se hizo cada vez más visible la enorme ola migratoria de peruanos hacia el extranjero, motivada por las crisis económica y política de la década del 80, que además estuvo bañada de violencia, caos y corrupción. No que la cosa haya cambiado mucho desde entonces, aunque el país está más pacificado que en aquellos años, sin duda. (Muertos sigue habiendo, como Bryan e Inti y las víctimas de la represión estatal contra las protestas populares, sin mencionar el VRAEM, etc.; la necropolítica neoliberal, que le llaman). 

Lo cierto es que muchos peruanos continúan viendo en otras partes del mundo la posibilidad de alcanzar mejores niveles de vida y enriquecer su experiencia personal y profesional. Se calcula que deben ser cerca de tres millones los peruanos que viven en el extranjero, es decir, casi un 10% de la población del país. Son muchos peruanos, pues. Son muchas vidas transformadas. Son muchas y nuevas formas de peruanidad. Y eso revierte en la sociedad peruana a través de las remesas que envían esos “exiliados” a sus familias y las mil variantes de la globalización.

El coloso del norte ha sido el principal destino de la gran mayoría de esos nuevos migrantes. En conjunto, forman parte de la gran oleada que se conoce con el nombre de “los nuevos latinos”, no porque no haya habido migración peruana anterior, sino porque su número se ha multiplicado geométricamente en los últimos cuarenta años. Ahí están los estudios de don Teófilo Altamirano para probarlo. Entre esas vidas están las de numerosos artistas e intelectuales que han optado por hacer de los Estados Unidos su país de residencia.

El año 2015 la Asociación Internacional de Peruanistas y la Embajada del Perú en Washington organizaron el Primer Encuentro de Escritores Peruanos en los EEUU, con un éxito tan grande que más de 150 escritores profesionales (o al menos con un libro publicado) mandaron sus propuestas. Se hizo una selección rigurosa y el resultado todavía puede verse en el programa de ese Encuentro:

https://sites.google.com/site/encuentrodeescritoresperuanos/ 

El fenómeno de los escritores peruanos no ha hecho sino crecer. Existen editoriales de origen peruano como Pukiyari (dirigida por la escritora Ani Palacios), Axiara (del escritor Eduardo González Viaña) y Asaltoalcielo (que mantiene el poeta José Antonio Mazzotti), así como asociaciones y grupos de lectura que forman un mercado alternativo al de la academia y tienen cada vez un público más amplio, si bien hay que reconocer que las publicaciones en español son abrumadoramente minoritarias frente a las que ocurren en inglés en los EEUU. Mucho más las que se dan en lenguas originarias (el quechua, por ejemplo).

Por eso es importante reconocer que la literatura peruana en el país de Whitman, pese a su vigor, es todavía un fenómeno en transformación y crecimiento. Por lo mismo, los autores que llevan años o décadas acá (yo escribo ahora desde Colorado Springs) han ido asimilando el impacto del exilio de facto que viven cuando se mudan completamente (quizá para nunca volver, salvo por esporádicos viajes familiares) al terruño natal. Los peruanos llevamos al Perú siempre en el corazón, y lo mismo pasa con los escritores. Pero, a la vez, podemos experimentar con otras visiones, otros sabores y colores, otros sonidos. Eso, en el caso de narradores y poetas, deriva en novedosas producciones que difieren de los estilos, temáticas y preocupaciones de los autores que se quedaron en el Perú de manera permanente. Ni mejores ni peores. Simplemente diferentes.

Con ese motivo, el Instituto Cervantes de la Universidad de Harvard ha organizado para las 3 de la tarde de este jueves 9 de diciembre (fecha emblemática para el Perú) un panel de lujo con tres especialistas en el tema: “Ulises Juan Zevallos-Aguilar, que se centrará en los narradores de los años setenta y ochenta; José Antonio Mazzotti, que analizará la poesía, con la nostalgia, el destierro y la renovación como conceptos clave; y Juanita Heredia, que abordará las migraciones y las ciudades como temas centrales en las narrativas del siglo XXI”, según reza el cartel oficial.

Va a estar jugoso, pues son cientos los escritores involucrados en este gran movimiento literario de nuestro Quinto Suyo. Los interesados pueden inscribirse previamente en este enlace, de manera gratuita:

https://bit.ly/RSVP-Observatorio

Como dicen por acá, “ si yu leiter, aligueiter”.

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“Quinto Suyo”, estados unidos, Instituto Cervantes de la Universidad de Harvard
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