[LA TANA ZURDA] Digan lo que digan y pese a todos sus problemas, Cuba sigue siendo un país que produce intelectuales de altísimo nivel. Podremos comprobarlo esta semana con la visita de la Dra. Susana Haug Morales, profesora de la Universidad de La Habana y talentosa poeta que llega al Perú invitada por el Centro de Estudios Vallejianos (CEV) y la Asociación Internacional de Peruanistas (AIP).

En el reciente mes de marzo, cuando se develó el primer busto de César Vallejo frente a la Casa de la Poesía de La Habana, Susana Haug participó en una mesa redonda sobre la presencia de Vallejo en Cuba, haciendo gala de erudición y un sentido agudo de la obra de Vallejo que motivó a las mencionadas instituciones peruanas, dirigidas por Jorge Kishimoto (CEV) y José Antonio Mazzotti (AIP), a gestionar su presencia en el Perú. Estos vallejólogos de cepa compartieron la mesa redonda sobre el gran poeta peruano, a los que se sumó el consagrado poeta cubano Roberto Méndez.

En el Lima y Cuzco, Susana Haug tiene programadas las siguientes actividades:

Lunes 24 de junio, 10 am: Universidad César Vallejo (campus Los Olivos) para impartir una charla al alumnado sobre «Vallejo en Cuba». Seguirá la charla «El Inca Garcilaso y sus eternos detractores» por José Antonio Mazzotti.

Miércoles 26, 7:30 pm: Vallejo Librería-café, presentación del libro El Inca Garcilaso y la invención del Perú, de José Antonio Mazzotti. Participan Susana Haug (Universidad de La Habana), José Carlos Vilcapoma (UNALM) y Luis Millones Santa Gadea (UNMSM).

Jueves 27 de junio, 11 am: Universidad Nacional Agraria la Molina (auditorio A5). Conferencias magistrales y conversatorio: «Nueva visión sobre Junín y Ayacucho».

Dr. José Antonio Mazzotti (Tufts University, Boston): «Bolívar en la encrucijada frente al incaísmo de Olmedo»

Dra. Susana Haug (Universidad de La Habana): «Versión cubana: Junín y Ayacucho en el continente».

8:30 pm: Recital de poesía en Rayuela Mundo Café (Terán 951, Chorrillos) con los poetas peruanos Raúl Mendizábal, Pablo Salazar Calderón y José Antonio Mazzotti.

Viernes 28 de junio, 7:30 pm: Mesa redonda «Vallejo en Cuba» en el Centro Cultural Ricardo Palma de la Municipalidad de Miraflores (Av. Larco 770), junto con José Antonio Mazzotti y Jorge Kishimoto. 

Sábado 29 de junio, 3 pm: Gran recital y concierto Perú-Cuba organizado por la Asociación Cultural La Huaca es Poesía en el Complejo Arqueológico Huallamarca (esquina Nicolás de Ribera y Av. El Rosario, San Isidro). Participan también los poetas Rafael Hidalgo, Lesley Costello, Brenda Vallejo y Manuel Liendo, concluyendo con un concierto del cantautor Rudy Rivera. Tambien la poeta cubana presentará el libro Poemas posthumanos de José Antonio Mazzotti. 

Viernes 5 de julio, en el Cuzco:  Simposio sobre «El Inca Garcilaso en dimensión internacional» junto con Jorge Kishimoto y Christian Fernández Palacios en el auditorio de la Municipalidad del Cuzco, Ciudad Imperial.

Susana Haug es poeta y profesora de Literatura Hispanoamericana y Caribeña en la Universidad de La Habana, Cuba. Sus numerosos trabajos publicados incluyen ensayos sobre poesía hispanoamericana contemporánea, José Martí, José Lezama Lima, César Vallejo, el Inca Garcilaso, narradores del continente y procesos culturales antes y después de la Revolución cubana. Su estudio sobre Los raros en las literaturas hispanoamericanas del siglo XX. Apocalípticos e integrados. (Los casos de Pablo Palacio, Macedonio Fernández, Antonio Di Benedetto y Hugo Hiriart) es un sólido examen de algunos de los autores que, por razones cronológicas, no pudieron entrar en la lista de “raros” de Rubén Darío (un tipo de escritor que trabaja al margen del canon pero que, por la misma razón, innova y desafía las convenciones literarias existentes). La profesora Haug identifica cuatro autores que merecen amplia atención, pero que la mayoría de los críticos literarios no han logrado explicar en profundidad. Ella elabora el concepto de Borges de “un canon del deseo” en contraposición a “un canon del poder”, ofreciendo perspectivas originales sobre los autores antes mencionados y sus correspondientes tradiciones nacionales.

Aproveche esta semana y vaya a alguna de las actividades mencionadas. Valen un Perú (y una Cuba).

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Por razones de tiempo no suelo ver mucha tele y menos películas. La chamba es demasiado fuerte, pero a veces me doy mis gustitos, hago mi balde de pop-corn y enciendo la pantalla.  

Esta vez me dio curiosidad una película, Madame Web, que vienen anunciando mucho en Netflix y que al poco rato me di cuenta que era para adolescentes. Pero por qué no, me dije. Total, tengo una hija adolescente y siempre hay cosas peores.

La decepción, sin embargo, se vio pronto superada por la sorpresa. Ocurre que el Perú sigue siendo emporio y objeto de la imaginación colonizadora, pues desde el principio se hace alusión a nuestro país. En la cursilona cinta, una fotógrafa norteamericana incursiona en la selva amazónica en busca de una araña desconocida que podría curar la enfermedad congénita de su hija aún dentro de su vientre.

Una vez que la fotógrafa encuentra la mágica arañita, su ayudante Ezequiel (presumiblemente un peruano, o un latino al menos) la traiciona. Mata a balazos a los otros miembros del equipo y a ella misma le mete su plomo para quedarse con la arañita. No contaré el resto para no pecar de «spoilera», pero debe saberse que la hija llega a nacer, es rescatada por una extraña tribu de amazónicos llamados «Las arañas» (qué original) y adquiere superpoderes gracias al veneno del arácnido que le es aplicado al momento de morir la madre durante elparto.

Cassie Webb (Cassie por Casandra, la adivina que puede ver el futuro, y web por la red o internet y a la vez por la telaraña) es esa hija que treinta años después vive en Nueva York y poco a poco empieza a entender su extraordinaria condición y sus dotes personales.

Técnicamente, la protagonista sería una peruana por nacimiento, aunque de padres gringos. Por eso mismo, comparte con cientos de miles de hijos de migrantes peruanos que han venido a establecerse en los Estados Unidos la condición de la transterritorialidad. Al buscar sus raíces en la selva, Cassie, ya adulta, encuentra su verdadera identidad. Pero el Perú solo aparece como un lugar agreste, lleno de gente pobre, con ómnibus que se balancean al borde los precipicios. En suma, una imagen que representa un lado dolorosamente cierto de nuestra realidad.

Lo interesante es que esa imagen no empaña la idea de que seguimos siendo fuente de riquezas naturales exorbitantes y de misterios insondables, pues la legendaria arañita puede con su veneno curar enfermedades que la ciencia occidental apenas comprende y otorgar poderes físicos increíbles, como le ocurre al traicionero Ezequiel.

Esta idea del Perú como espacio de lo imposible o como fuente de la felicidad no es nada nueva, en verdad. Surgió desde las primeras expediciones de colonizadores españoles que buscaban el «País de la Canela», la «Ciudad de los Césares» o «El Dorado» desde el siglo XVI. La selva amazónica ha sido imaginada como una proyección rimbombante de la fantasía occidental, y Madame Web no es muy diferente.

La biodiversidad amazónica es tan grande que hay miles y miles de especies animales y vegetales que la biología apenas ha estudiado y catalogado en un 50%. Es posible que la cura del cáncer, el parkinson o el alzheimer se encuentren en las sustancias que quizá la ciencia llegue a descubrir en el futuro.

En Madame Web el veneno de la arañita peruana sirve, además, para salvar a la Gran Manzana de los horrores del guía traidor, que simbolizaría al latino egoísta, ambicioso y criminal. Mientras tanto, Cassie, nacida en el Perú, pero de madre gringa, restablece el orden civil y protege a tres jovencitas (una anglo, una latina y una afroamericana) que simbolizan el futuro étnicoy racial de los Estados Unidos.

En suma, el Perú sigue siendo excusa para las propuestas»políticamente correctas» del multimillonario negocio del entretenimiento mediático yanqui, como es el caso de Netflix y otras plataformas. Sin embargo, hay que reconocer que el cuidado de la biodiversidad peruana puede ser la clave de un futuro sostenible y menos contaminador que el que nos deparan gobiernos neoliberales como el de Dina y su posible sucesor(a). O sea, entre Willax y Netflix, la opción es obvia.

Ojalá se descubra la arañita mágica y salgamos del hoyo en que nos encontramos.

Este pasado 15 de mayo se cumplieron 61 años de la muerte de Javier Heraud (1942-1963), un caso muy particular en la historia de la poesía peruana. Su corta vida y trágica muerte, sus veintiún años de existencia, su destacada figura en los deportes y en la labor intelectual le dieron un perfil brillante, el más relevante en su momento dentro de su generación, que luego sería bautizada como ‘Generación del 60’. Aunque no muchos se hayan acordado del luctuoso aniversario, lo traigo a colación porque su caso, después de todo, tiene ciertas implicancias con la situación política actual del Perú.

Desde sus primeros poemarios, El río (1960), El viaje (1960, primer premio compartido con César Calvo en el concurso «El poeta joven del Perú) y Estación reunida (1961) se revelaba su precoz aporte dentro del llamado «británico modo», un estilo de poesía que asumía de manera directa el lenguaje conversacional, la frase sencilla y el ritmo fluido, propio de lo que el poeta mexicano José Emilio Pacheco llamaría en 1979 «la otra vanguardia», es decir, la poesía que derivaba de la tradición anglosajona más que de la francesa (como el surrealismo, por ejemplo) o de cualquier otra escuela de vanguardia europea continental. En inglés, la vanguardia se encarnó en la escuela imaginista, que preconizaba la escritura directa, derivada del habla común, así como las imágenes visuales, sin retorcimientos semánticos.

También se nota la influencia del Neruda de las Odas elementales (1953), con sus versos cortísimos y su ritmo «vertical», como un chorro de agua, que, sin embargo, al reunirse, evocaba a veces formas tradicionales del español como el verso endecasílabo y el alejandrino.

Heraud era ya un poeta consagrado desde sus primeros años de universidad. Le hubiera sido muy fácil acomodarse al «establishment» cultural, convertirse en catedrático, o quizá en miembro de la Academia de la Lengua, o en un caserito más de la mamadera estatal, como tantos y tantas hoy en día. Pero al alejarse del Perú en 1962, atraído por el socialismo y el triunfo reciente de la revolución cubana en 1959, Heraud se fue politizando de manera cada vez más visible. Viajó a Cuba supuestamente a estudiar cine, pero se enroló en las filas del Ejército de Liberación Nacional y regresó al Perú como guerrillero. Con este gesto, que algunos necios calificaron de ‘absurdo’, ‘ingenuo’ o ‘muestra de inseguridad personal’, sorprendió a todo el mundo, particularmente a la clase media y oligárquica peruana, que no podía entender cómo un muchacho tan joven, de ‘buena familia’ y con un futuro brillante, podía haberse metido en actividades que hoy fácilmente serían calificadas de terroristas. Sus poemas de esa época, bajo el pseudónimo de Rodrigo Machado, nos presentan a un poeta muy explícito en sus creencias políticas. Su lenguaje literario se volvió, a su vez, todavía más directo, casi panfletario (lo cual, claro, es una pérdida para la literatura).

El resto ya es bastante conocido. Él y su grupo fueron avistados en la selva de Madre de Dios y el 15 de mayo de 1963 fue baleado con proyectiles explosivos (las famosas y vedadas balas «dum dum») mientras trataba de escapar, ya que la bandera blanca de rendición que él y su compañero Alain Elías enarbolaron desde su canoa en el río no sirvió de nada. No solo fue la policía la que lo masacró, sino muchos civiles desaforados, que mostraron así su rabia y su pánico, aplicando una ejecución sumaria sin justificación alguna.

La crueldad de la muerte de Heraud nos deja hoy palidecidos. Su vida y su entrega a sus ideales lo revelaron como un mártir del fervor revolucionario de esos años. Hoy algunos dirían que solito se colocó «fuera de la sociedad» y por lo tanto, incluso de haber sobrevivido, no merecería una vida civil ni una reintegración al tejido social peruano. Para esos cuantos, Heraud debería permanecer eternamente como un paria.

Piénsese en lo que ocurre hoy con aquellos condenados por terrorismo que ya han pagado con largas condenas de cárcel sus acciones equivocadas. ¿Hasta cuándo seguirán siendo castigados? ¿Son mejores moralmente quienes saquean el estado, mienten descaradamente y se mantienen en el poder con uñas y dientes?

Heraud, al menos, sobrevive como ejemplo de excelente poeta y hombre íntegro, por muy equivocado que haya estado. 

Quedan tan pocos en el Perú.

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La casa de Mamá Adelina y Papá Amador siempre fue un recinto lleno de respiro familiar. Los Ballumbrosio cobijaron en Chincha a diferentes artistas y compartieron sin refreno todo su conocimiento no solo musical, sino tradicional en general: recetas culinarias, remedios caseros, historias ancestrales, entre otros. Yo tuve la inmensa suerte de participar en numerosas ocasiones en esos festejos y visitas gracias a mi relación con Filomeno Ballumbrosio, el primogénito de la mítica pareja, que me trataron siempre con cariño de padres y mentores en asuntos de la vida. Fue gracias a Filomeno, o «Meno», como cariñosamente lo llamamos siempre, que aprendí muchos secretos del arte de la música afroperuana y la sabiduría popular que conlleva. 

En los ochenta, muchos investigadores y estudiantes curiosos comenzaron a abrirse al heterogéneo panorama artístico de nuestro país e incluyeron así en sus obras diferentes perspectivas de la nación. El poeta César Calvo, por ejemplo, produjo un texto documentado que tituló “Es Amador”, en el que relata la vida de don Amador Ballumbrosio Mosquera. De hecho, fue a través de la amistad de Cesar Calvo que personajes importantes de nuestro acervo musical afroperuano como Nicomedes Santa Cruz empezaron a frecuentar Chincha. El reconocido músico Micky González también se nutrió de las técnicas e instrumentos afroperuanos de Chincha para enriquecer su propia producción musical rockera. El zapateo, esa musicalidad que se desprende de la tierra con el contacto de los pies, crea un ritmo único, y era protagonizado con increíble maestría por don Amador. Aparte de eso, el cajoneo también insufló de vida muchas manifestaciones artísticas, tanto que Joan Manuel Serrat lo incorporó a algunas de sus canciones.

Por otro lado, Mamá Adelina siempre pensaba y cuidaba detodos nosotros. No solamente nos alimentaba con riquísima y mágica comida, preparada en los tradicionales calderos y ollas de barro que desprendían aromas exquisitos, sino que también nos chequeaba, como escaneándonos, y conversaba con nuestras mentes, porque hasta en el silencio Mamá Adelina sabía qué sucedía en cada uno. 

Todos esos recuerdos intensos se plasmarán muy pronto en un evento que no pueden perderse. La renombrada fotógrafa Jeannine Ferrand presentará una exposición de imágenes históricas de la gran pareja fundadora afroperuana junto a sus quince hijos, titulada “Adelina y Amador”. Ferrand pudo retratar a la familia en pleno enseñándonos ciertos segmentos de rutina diaria, así como numerosas imágenes posando para la cámara. En todas las fotos se distingue a la familia compartiendo quehaceres y actividades emblemáticas y distintivas: escenas de la vida cotidiana, manifestaciones de su arte, bailes espontáneos, preparación de comidas y muchas más.

Jeannine Ferrand (Lima, 1954) es una fotógrafa independiente con más de 45 años de experiencia en el campo de la fotografía documental y artística. Ella pudo viajar a El Carmen numerosas veces en los ochenta y capturar así estas hermosas e importantes imágenes de los Ballumbrosio.  

Este miércoles 8 de mayo al mediodía será la inauguración en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Cancillería, ubicado en Jirón Ucayali 391, Lima 1. Por supuesto, el ingreso es libre.

¡Vamo pa’la exhibición, familia!

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La historia de la poesía peruana está llena de arañazos. Muchas veces son los que los poetas se propinan a sí mismos ante la adversidad de una reseña o un comentario negativo a sus recientes creaciones. Otras veces los arañazos van dirigidos a las personas que ellos consideran culpables de haberles desinflado el globo.

Es lo que ha ocurrido hace poco con la reseña que publiqué en esta misma columna al libro La edad ligera. Novela en poesía de la poeta Mariela Dreyfus. La reseña puede leerse pulsando este enlace: https://i.mtr.cool/wasujdodou

El libro de Dreyfus presenta la versión de su autora sobre el Movimiento Kloaka (1982-1984), grupo que contribuyó a fundar, enfatizando los primeros meses de ese colectivo incendiario, permeados de intensidad, drogas, sexo y angustia ante la situación de violencia y crisis económica que se vivió en esos años. No menciona en absoluto las discrepancias internas ni mucho menos la expulsión de la propia Dreyfus del «paraíso kloaka» en enero de 1984 por razones ideológicas y de actitud personal. A pesar de que en mi reseña argumento razonadamente sobre la historia del Movimiento y las diferencias con la versión de Dreyfus, y que demuestro que la conformación de los 63 textos que componen el libro obedece a una concepción que no se diferencia de la prosa referencial si se les quita a los textos el artificio de la falta de puntuación y la división en versos, la poeta ha reaccionado de manera bastante deplorable.

Primero, publicó en el muro del Movimiento Kloaka-refundado en Facebook una imagen que parece ser la radiografía de dos testículos. ¿Qué quiso decir? ¿Que a la reseña –como se diría vulgarmente– le faltan huevos? ¿O que le sobran, quizá?

Poco después, a través de un amigo cercano suyo, el músico tarabilla Piero Bustos, quiso destacar que el número 63 (el total de textos cortos que quiere hacer pasar por poemas) era un homenaje frustrado a Julio Cortázar, el gran autor argentino, que en algún momento escribió sobre la armonía del número 64, formado por los radicales 8 x 8. Pero Dreyfus se quedó corta y decidió publicar solo 63 textos, lo cual sospechosamente coincide con el número de años que cumplió el 2023, cuando se publicó el libro.

Lo que se hace evidente es que este volumen –que no es ni novela ni poesía– resulta una especie de autohomenaje por la edad de la autora. Ahí no hay nada extraño, pues un poeta puede decidir cuántos poemas incluye en un libro por las razones que mejor le parezcan. Por otro lado, cumplir 63 años no es ningún delito ni causa de vergüenza alguna, y con suerte muchos de nosotros llegaremos a esa edad con buena salud si Dios quiere.

Pero la queja de Bustos se pasa de la raya cuando afirma sin el menor empacho que yo no soy la autora de mi reseña, sino el consagrado poeta e intelectual José Antonio Mazzotti, verdadero objeto de los odios de Dreyfus y del creador de esa patraña, el muy conocido agilito Róger Santiváñez, quien sostuvo la misma estupidez en una polémica conmigo por otra reseña que publiqué el 2021 sobre una supuesta historia del grupo Hora Zero escrita por sus amigos José Carlos Yrigoyen y Carlos Torres Rotondo.

En aquel momento, Santiváñez fue expulsado del Movimiento Kloaka por tergiversar la historia del grupo y por sus claras aspiraciones escaleriles en la derecha intelectual peruana.

La cosa, sin embargo, no queda ahí: el tarabilla Bustos usa el tema de la edad de Dreyfus para acusar a Mazzotti de misoginia sin prueba alguna. Yo me pregunto: ¿qué puede haber más misógino que negarle a una mujer como yo, con doctorado en literatura y autora de cuatro libros y numerosos artículos, la capacidad de escribir por mí misma los textos que yo firmo? ¿Es que las mujeres somos tan analfabetas en su cabeza con más pelos que ideas?

Cuando traté de razonar con Bustos solo recibí insultos suyos, de su ex novia la poeta lisurienta Dalmacia Ruiz-Rosas y del también ex novio de ésta, el ya mentado agilito Santiváñez. En suma: un intento de linchamiento solo a partir de una simple reseña.

Todos estos sexagenarios parecen haber perdido la brújula. Debe haberles dolido mucho mi reseña para haber reaccionado de esa manera. Lástima que los egos desproporcionados manchen el quehacer poético en un país tan necesitado de claridad y, por qué no, de un poquito de humildad. Ojalá que en el futuro aprendan, al menos, a insultar con más inteligencia y menos machismo.


 

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Crítica Literaria, movimiento kloaka, poesía

Todos saben que el mes de abril es conocido como el Mes de las Letras en el Perú. La coincidencia de nacimientos y fallecimientos de numerosos autores es lo que llama la atención, mucho más que en ningún otro mes. Por ejemplo, Flora Tristán nació en Francia el 7 de abril de 1803. Teresa González de Fanning falleció también un 7 de abril, pero de 1918. El Inca Garcilaso de la Vega nació en el Cuzco el 12 de abril de 1539. Hace poco festejamos el centenario del nacimiento de Jorge Eduardo Eielson el 13 de abril. El 15 de abril de 1938 fallecía en París nuestro vate bandera, César Vallejo. El 16 de abril de 1930 moría en Lima el gran ensayista y primer marxista de América Latina José Carlos Mariátegui. También un 16 de abril de 1899 nacía en Puno Alejandro Peralta, el poeta del grupo Orkopata, hermano de Arturo Peralta, más conocido como Gamaliel Churata. El 17 de abril de 1905, también en Puno, venía al mundo uno de nuestros mejores vates, Carlos Oquendo de Amat, autor de los 5 metros de poemas. Y, por si fuera poco, el 24 de abril de 1616 pasaba a la inmortalidad el Inca Garcilaso de la Vega, según su partida de defunción en los archivos de la Catedral de Córdoba, en España. Y no olvidemos a José Watanabe, que falleció de un cáncer el 25 de abril del 2007.

Mucho se ha dicho que el Inca Garcilaso murió un 23 de abril para hacer coincidir su muerte con las de Cervantes y Shakespeare, pero eso es solo para regocijo de los astrólogos, pues Cervantes falleció un 22 de abril y Shakespeare, que se regía por el calendario juliano todavía vigente en Inglaterra en 1616, se iría al otro mundo a principios de mayo en la equivalencia gregoriana. Además, tampoco hay una fecha absolutamente precisa. 

Lo cierto es que en ese afán populachero la Academia de la Lengua decidió festejar por muchos años el Día del Idioma (como si el español fuera el único idioma) cada 23 de abril, alucinando algún misterioso alineamiento de los astros. Ahora el sentido común prefiere hablar del Día del Libro, lo cual está más cerca de los alcances y limitaciones de la efeméride.

Todo esto nos lleva a pensar en la invisibilización de nuestras lenguas originarias, que son nada menos de 48 si nos atenemos a los registros del Ministerio de Cultura. Pero sabemos que seguramente hay más sin documentar y lamentablemente en peligro de desaparición. ¿Acaso esos no son también idiomas? ¿Por qué celebrar como «Día del Idioma» el 23 de abril, cuandose trata en realidad solo del «Día del Idioma Castellano», lengua de la colonización?

Pero volviendo a las letras propiamente dichas, la multitud de aniversarios que trae abril en relación con nuestros escritores es síntoma de algo más grande: la enorme cantidad y calidad de autores con los que cuenta nuestro país. A los hispanohablantes hay que añadir muchos que provienen de las canteras del quechua, el aimara, el awajún, el shipibo y otras lenguas originarias, lenguas que estuvieron en lo que hoy es territorio peruano siglos antes de la llegada de la lengua de los conquistadores, es decir, el castellano, y al margen de que sus autores hayan nacido o muerto en abril.

Considerando la abundancia de escritores hispanohablantes, fue Augusto Tamayo Vargas quien propuso abril como Mes de las Letras Peruanas en 1931. Sin duda sus razones se han visto reforzadas por otros aniversarios en abril que hoy conmemoramos y que él no logró prever.

Nuestro país no solo es rico en escritores, sino en tradiciones orales. Hace falta prestar más atención a ese valioso componente de nuestras identidades, sin el cual prolongamos nuestro colonialismo interno. Se dirá que ya existe un «Día de las Lenguas Originarias» en el Perú, celebrado el 27 de mayo. Pero en la práctica, así, el estado peruano (de estirpe criolla, no olvidemos) vuelve a poner en un ghetto la producción verbal indígena. Un solo día para celebrar 48 lenguas. ¡Qué bonito! ¡Y cómo huele a naftalina colonial!

Lo que hace rica nuestra tradición literaria en castellano es precisamente su convivencia con la abundancia de otras lenguas. ¿Qué sería del Inca Garcilaso sin la tradición oral incaica? ¿Y de Vallejo sin el castellano andino, los quechuismos y cullismos? ¿Y de Arguedas sin el quechua? ¿Y de Churata sin el aimara? Pensemos en ello y hagamos más productiva nuestra reflexión cuestionando la naturaleza de las celebraciones oficiales, sin negar, por supuesto, el tremendo sacrificio que significa ser escritor en el Perú, en cualquiera de sus lenguas. 

A todos los autores y narradores y poetas orales nuestro eterno agradecimiento. Nuestros artistas de la palabra valen tanto como el cebiche o Machu Picchu. No dejemos nunca de apoyarlos y promocionarlos.

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Día del idioma, día del libro, inclusión lingüística, mes de abril

«El poema gana si adivinamos que es la manifestación

de un anhelo, no la historia de un hecho» (Jorge Luis Borges)

Hace unos meses, en setiembre del 2023, la poeta Mariela Dreyfus (Lima, 1960) publicó su octavo libro de creación, La edad ligera. Novela en poesía (Editorial Peisa), que corona una larga trayectoria iniciada en 1984 con su estreno juvenil, Memorias de Electra. Desde entonces se ha distinguido como una clara representante de la poesía de los años 80, y más específicamente de la llamada «poesía femenina» que se desató en esa década a partir del ejemplo de Carmen Ollé y su célebre libro Noches de adrenalina (1981).

La desinhibición del cuerpo, la problemática de la opresión masculina, las limitaciones de una vida en un contexto limeño en que la clase media se veía desgarrada entre una crisis económica feroz y la violencia política del estado y los grupos subversivos contribuían a un ambiente de tensión y fragilidad. Los jóvenes de entonces deambulaban entre la desesperación y la rabia. El lenguaje poético requería de nuevas formas, en lo cual no poco tuvo que ver la llegada de la «movida» española postfranquista y su abierta tendencia a los temas sexuales y la liberación de los tabúes contra las mujeres.

En ese ambiente surge el Movimiento Kloaka (1982-1984), fundado por Dreyfus, Róger Santiváñez, Edián Novoa y Guillermo Gutiérrez, aunque en los últimos años Dreyfus y Santiváñez han reclamado la exclusividad de la fundación. Este revisionismo histórico y otras actitudes de los dos últimos nombrados provocó una sonora ruptura con Santiváñez, que fue expulsado de Kloaka en octubre del 2021, al más puro estilo de los años 80.

Menciono estos datos casi anecdóticos porque son pertinentes al libro que ahora quiero comentar. Dreyfus aborda el tema de Kloaka usando un trillado verso del poeta Garcilaso, el toledano, para referirse a la juventud: «todo lo mudará la edad ligera / por no fazer mudanza en su costumbre». El viejo tópico del ubi sunt?, o dónde quedaron las bellezas de la juventud, tan viejo como la poesía misma, aflora como marco general para ofrecer su versión personal de los años 80, cuarenta años después.

No es raro que los 63 textos que componen La edad ligera coincidan con el número de años que la autora cumplió el 2023. El metarrelato obvio es que se trata de una auto-celebración de la ya avanzada edad de la poeta, que busca así saldar cuentas con algunas versiones de Kloaka que empañan la imagen idílica, rebelde, intensa y supuestamente auténtica que el libro intenta ofrecer.

Kloaka, como bien se sabe, pasó por varias etapas. A partir de 1983 el grupo empezó a desintegrarse y en enero de 1984 un grupo de los miembros (entre ellos el mismo Santiváñez) expulsaron a cuatro de los otros miembros (Guillermo Gutiérrez, Julio Heredia, Mary Soto y, por supuesto, Mariela Dreyfus) por diversos motivos, que no vale la pena desarrollar aquí, pero que se relacionan con la traición ideológica al grupo y pueden encontrarse en el «Parte de Expulsión» emitido por la «Instancia Suprema» de Kloaka en la mencionada fecha.

Con La edad ligera, Dreyfus vuelve a aquellos años, pero solo muestra la parte inicial de Kloaka, no las rupturas y serias desavenencias políticas que marcaron aquellos años del Movimiento. Sin embargo, no importa qué versión de Kloaka ofrezca finalmente Dreyfus (cada quien es libre de dar su propio testimonio, por muy parcial que sea), sino el producto verbal que se asume en esa elaboración de la memoria.

Al subtitularse como «novela en poesía» el libro lanza como «disclaimer» la ficción, de modo que parecería ser inmune a las aclaraciones históricas. ¿Pero realmente un libro puede desentenderse así de la materia vital que lo nutre? ¿No son las novelas también muestras de la ideología de sus autores?

Los 63 textos asumen la forma de pequeñas narraciones fragmentadas que por lo general carecen de imágenes y pueden leerse de manera lineal si uno recompone los textos partidos en versos a lo que parecería ser su forma original: pequeñas prosas. Hasta aquí no hay problema. Hay muchas novelas compuestas de fragmentos narrativos, casi caleidoscópicos, incluso. Y también hay novelas en verso (El cumpleaños de Juan Ángel, de Mario Benedetti, viene inmediatamente a la memoria, entre otras).

Hay siete personajes que con Dreyfus protagonizan los 63 textos. Son los miembros de Kloaka con pseudónimo, excepto su mentor Santiváñez, que aparece claramente como «Roy».

Escojamos al azar uno de los textos, el 17, para citarlo fragmentariamente:

17

En la Biblioteca Nacional David

revuelve ficheros tras sus lentes

verdes de avispón verde en la Edda

menor buscamos cómo nombrar

la palabra bosque la palabra piedra

la palabra cielo y al cielo sin cielo lo

ensombrece un aire de guerra no es

fácil contar la epopeya de los hombres

a caballo hombres-bomba volando

pero David prefiere volar a otras eras

donde su lengua modula su seseo y les

habla a los dioses mientras planea al

ras de las veredas o se detiene y saca

un pan con mantequilla y sí nosotros

solemos comer del mismo plato como tres

ratas ciegas de tanto mirar el panorama […] (p. 32).

Puesto en prosa y puntuado, el texto queda así:

«En la Biblioteca Nacional, David revuelve ficheros tras sus lentes verdes de avispón verde. En la Edda menor buscamos cómo nombrar la palabra bosque, la palabra piedra, la palabra cielo y al cielo sin cielo [famoso verso de Sebastián Salazar Bondy] lo ensombrece un aire de guerra. No es fácil contar la epopeya de los hombres a caballo, hombres-bomba volando, pero David prefiere volar a otras eras, donde su lengua modula su seseo y les habla a los dioses mientras planea al ras de las veredas, o se detiene y saca un pan con mantequilla. Y, sí, nosotros solemos comer del mismo plato como tres ratas ciegas de tanto mirar el panorama […]».

Cualquiera de los otros 62 textos del libro es pasible también de prosificarse, revelando así un descriptivismo bastante heredero del conversacionalismo ya trasnochado desde hace décadas en la poesía peruana.

Al no tener mayor uso de recursos poéticos (ritmo coherente, imagen) ni una visión novelística totalizante de los eventos autobiográficos que se presentan, el libro queda a medio camino entre la novela y la poesía. Sin ser ni una cosa ni otra, se puede apreciar sobre todo como el testimonio personal de esta importante autora de la Generación del 80 peruana. Vale.

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Años 80, Kloaka, Literatura peruana, Novela en poesía

De manera discreta pero cada vez más firme se viene asentando la validez de una reciente edición de los Júbilos de Lima y Fiestas reales, crónica publicada originalmente por el polígrafo Pedro de Peralta Barnuevo en 1723 en su natal Ciudad de los Reyes.

Han pasado, pues, 300 años desde esas festividades inteligentemente descritas por Peralta, nuestro Doctor Océano como lo llamara Luis Alberto Sánchez, y pocos años más tarde autor del renombrado poema épico Lima fundada. Peralta compone una crónica social que a la vez resulta todo un manifiesto identitario de la élite criolla limeña.

Los responsables de esta nueva edición son los investigadores Enrique Cortez y José Eduardo Cornelio, ambos catedráticos en Portland State University (Oregon) y Ursinus College (Pennsylvania), respectivamente. Se trata de dos destacados intelectuales peruanos radicados en los Estados Unidos que forman parte de ese amplio archipiélago migratorio que caracteriza a la población peruana y peruano-americana en el coloso del norte. Como se recordará, la migración peruana se aceleró con la crisis política y económica de la década del 80 y pese a la pacificación del país revela aún volúmenes importantes de desplazados, entre los cuales sin duda se encuentran algunos de los mejores cerebros del país.

Cortez y Cornelio hacen un minucioso trabajo de cotejo de la edición original, aparecida en Lima a los pocos meses de las actividades que tuvieron lugar en la capital del virreinato. El texto es la crónica de las celebraciones hechas en la Ciudad de los Reyes a principios de 1722 por las bodas de Luis Fernando, príncipe de Asturias, con la princesa de Orléans, y de la infanta María Ana Victoria con el rey Luis XV de Francia.

El virrey del momento, fray Diego Morcillo Rubio y Auñón, arzobispo de La Plata o Chuquisaca, se encontraba en su segundo mandato, de 1720 a 1724. Ordenó que los alcaldes ordinarios encargaran a los gremios limeños las distintas fechas de las celebraciones. No se precisa el día de llegada de la Cédula Real del 18 de diciembre de 1721 con la noticia de «la unión de tan gloriosos y augustos himeneos». Pero Peralta dice que al llegar la noticia de las reales bodas «Lima se transformó en Madrid, con tal perfección, que hasta la distancia, que le disminuía la igualdad en la dicha, le aumentaba el exceso en la fineza». O sea, los criollos eran mejores que los españoles, aunque no del todo felices. Este discurso de la soberbia y a la vez de la franelería es un rasgo que hasta ahora puede verse en nuestra política vernácula.

Las celebraciones tomaron lugar en 1722 y Peralta no desaprovecha la oportunidad de exaltar su patria limeña: «En sus hermosos Templos manifiesta vna sumptuosidad, que la hace una Peruana Roma: teniendo la magnificencia tan puesta en su lugar, que aun que en lo demás le asiste bien la Arquitectura, parece que solo en las aras ostenta sus realces». También «es la Salamanca de las Indias» y «la Atenas de America». Y «su Nobleza es vn extracto de toda la de España, y es el merito de todo el Perù; puesto que aquella le ha embiado su lustre, y este le debe su Conquista».

Y de paso hace el elogio del territorio, su abundancia, y especialmente sus enormes recursos mineralógicos: «El Reino del Perú es Paraíso y Mineral del Mundo: en cuyos montes, cadena de una vasta Cordillera, los pedernales son todos riqueza, porque se han convertido en Oro, y Plata: donde parece que el Sol con semillas de luz hace una continuada cosecha de metales; y donde (tan bien como se dijo de España antiguamente,) pudiera decirse, que habitaba Plutón, subterránea Deidad de la opulencia».

Por eso Lima no puede sino ser la joya más preciada de las Américas, superando incluso a Madrid: «Lima se conserva tan intacta a los rayos del Sol, como a los de la Esfera; pues como si en su fecundo Valle fuese cada mes un Abril, y tuviese cada árbol un Laurel, ni la abrasan ardores, ni la fatigan tempestades. Las flores, y los frutos, no se ausentan, sino se alternan en sus campos. Ella ve andar toda la América en sus calles: pues cuanto desde la Paz hasta el Darién se lava en oro, cuanto desde Potosí hasta el Marañón se funde en Plata, y cuanto desde Margarita a Panamá se cuaja en perlas, todo le sirve de tributo y de lustre: y haciendo su Oriente a Europa, y su Occidente al Asia, le amanece la una con lo más perfecto, y la saluda la otra con lo más precioso».

Todo este discurso de autoexaltación que el historiador francés Bernard Lavallé llamó «criollismo militante» se ve complementado por un desfile de «los originarios naturales», es decir, los indios de la zona de Lima, agrupados en tres comunidades. Ellos se salen de sus gremios y oficios para formar una sola representación que consiste en el desfile de los reyes incas. Los indígenas de Lima se vistieron de incas e hicieron una performance de la genealogía cuzqueña, con ricas joyas y vestidos. De este modo proclamaban su lealtad al rey por aceptar desde el principio su mandato.

Muchos detalles de esta publicación nos sirven para conocer mejor nuestro pasado y algunos rasgos culturales actuales de los limeños. El libro contiene sesudos estudios de Enrique Cortez, José Eduardo Cornelio y Rafael Cerpa Estremadoyro. Los editores revisan el texto cotejándolo con el de 1723 y lo fijan de manera definitiva, corrigiendo algunos errores de una edición española anterior de 2022.

Júbilos de Lima fue publicado por Pakarina Editores y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Se presentó el año pasado en el Centro Cultural Inca Garcilaso, de la Cancillería, en el centro de Lima. La primera presentación internacional se realizará el próximo jueves 11 de abril en la Universidad de Tufts, en Boston, gracias a los auspicios de la Cátedra Rey Felipe VI de España que dirige el reconocido poeta y profesor José Antonio Mazzotti.

Si bien el Perú colonial alberga aspectos inaceptables (esclavitud, servidumbre, racismo, explotación económica, falta de soberanía, etc.) de los que provienen muchas de nuestras taras actuales, también guarda algunas joyas literarias y artísticas que es saludable revisar y estudiar. Este libro es prueba de ello.

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Como una gran mayoría de peruanos, yo fui educada dentro de la doctrina católica, en un colegio de monjas, por añadidura, donde desde chiquita nos hacían leer la Biblia, ir a misa, escuchar las clases de religión y repetir las frases adecuadas para cada ritual.

La Semana Santa era uno de esos acontecimientos importantes, que desde la mirada infantil podía significar dos cosas: vacaciones cortas en la playa o recogimiento familiar para comer ese salado bacalao con garbanzos que –menos mal– solo volveríamos a ver en las mismas fechas el año siguiente.

Pero creciendo fui dándome cuenta del significado de la Semana Santa y por qué es una fecha que reabre muchas esperanzas, seamos practicantes o no.

Una de las grandes interrogantes de los seres humanos desde tiempos prediluvianos es qué pasa después de la muerte. La ciencia hoy no logra dar una respuesta absolutamente conclusiva. Cada vez es más creciente el número de personas que apuestan a que la vida de cada uno acaba completamente después de que dejamos de respirar, por lo que las causas de la vida misma en este planeta se reducen a una cuestión de simple casualidad. La vida en general y la humana en particular, luego de la evolución desde algún primate antiguo, es una simple cuestión de suertes y coincidencias. Nada de Dios ni un espíritu creador. Por lo mismo, nada de una vida después de la materia. Como dice el refrán, «la vida es una sola».

Sin embargo, muchos preferimos explorar el territorio de la creencia para poder mirar nuestra precaria existencia en este planeta como un camino hacia un final menos incierto y oscuro. Pese a los descreídos, seguimos siendo una amplia mayoría los que fijamos nuestras expectativas en que alguna forma de continuidad debe darse, porque, si no, sería realmente absurdo que estemos aquí.

A menos que seamos psicópatas, en términos culturales las sociedades contemporáneas le dan un espacio a la empatía y a la solidaridad con los menos aventurados. Se supone que la política misma debe estar dirigida a mejorar las condiciones de vida de la población menos favorecida. Es decir, a pesar de que podamos creer que nada pasa después de la muerte, nos empeñamos a que en esta vida algo pueda hacerse para hacerla más llevadera.

Y esta tendencia que parecería no tener nada que ver con la religión, sino con los simples derechos humanos establecidos en un mundo secularizado, remite sin embargo a la idea que, según el mito cristiano, Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Por lo tanto, una existencia digna es lo mínimo que tendríamos que lograr para lograr cierta coherencia con ese origen, al menos desde el punto de vista de los creyentes.

La Semana Santa nos recuerda el martirio y muerte humana de Jesús, ese enviado de Dios en forma humana para redimirnos del pecado original, es decir, el que cometieron Adán y Eva al morder la manzana del paraíso y por lo tanto perder su inocencia primigenia. Creamos o no en esta narrativa cristiana, lo cierto es que Cristo (el ungido, título que se le añadió a posteriori a

Jesús) se las vio negras entre soldados romanos, fariseos y clavos que a cualquiera le causarían dolores insoportables.

Pero además de toda esa tortura (pensemos en las víctimas del genocidio en Gaza) lo curioso es que al tercer día volvió a la vida material, en carne y hueso, y los testimonios de sus discípulos y otras personas que lo rodearon apuntan a que subvirió el orden biológico a través de un poder que la ciencia de entonces y de ahora difícilmente podría explicar.

Creamos o no en esta historia, la simple posibilidad que que continuemos de alguna manera en este universo después de la muerte debería darnos fuerzas para seguir adelante en el mejoramiento de esta vida.

Quizá no resucitemos en carne, como dice el mito cristiano, pero algo podría quedar si nos conducimos según valores mínimos de convivencia y amor al prójimo.

Que la Semana Santa no sea solamente para ir a la playa y parrandear. Dentro de nosotros despertemos al Jesús que nos insufle de esperanza. 

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