GIANCARLA DI LAURA

Heraud en la memoria y en el Perú de hoy

“Heraud era ya un poeta consagrado desde sus primeros años de universidad. Le hubiera sido muy fácil acomodarse al "establishment" cultural, convertirse en catedrático, o quizá en miembro de la Academia de la Lengua, o en un caserito más de la mamadera estatal, como tantos y tantas hoy en día. Pero al alejarse del Perú en 1962, atraído por el socialismo y el triunfo reciente de la revolución cubana en 1959, Heraud se fue politizando de manera cada vez más visible. Viajó a Cuba supuestamente a estudiar cine, pero se enroló en las filas del Ejército de Liberación Nacional y regresó al Perú como guerrillero.”

Este pasado 15 de mayo se cumplieron 61 años de la muerte de Javier Heraud (1942-1963), un caso muy particular en la historia de la poesía peruana. Su corta vida y trágica muerte, sus veintiún años de existencia, su destacada figura en los deportes y en la labor intelectual le dieron un perfil brillante, el más relevante en su momento dentro de su generación, que luego sería bautizada como ‘Generación del 60’. Aunque no muchos se hayan acordado del luctuoso aniversario, lo traigo a colación porque su caso, después de todo, tiene ciertas implicancias con la situación política actual del Perú.

Desde sus primeros poemarios, El río (1960), El viaje (1960, primer premio compartido con César Calvo en el concurso «El poeta joven del Perú) y Estación reunida (1961) se revelaba su precoz aporte dentro del llamado «británico modo», un estilo de poesía que asumía de manera directa el lenguaje conversacional, la frase sencilla y el ritmo fluido, propio de lo que el poeta mexicano José Emilio Pacheco llamaría en 1979 «la otra vanguardia», es decir, la poesía que derivaba de la tradición anglosajona más que de la francesa (como el surrealismo, por ejemplo) o de cualquier otra escuela de vanguardia europea continental. En inglés, la vanguardia se encarnó en la escuela imaginista, que preconizaba la escritura directa, derivada del habla común, así como las imágenes visuales, sin retorcimientos semánticos.

También se nota la influencia del Neruda de las Odas elementales (1953), con sus versos cortísimos y su ritmo «vertical», como un chorro de agua, que, sin embargo, al reunirse, evocaba a veces formas tradicionales del español como el verso endecasílabo y el alejandrino.

Heraud era ya un poeta consagrado desde sus primeros años de universidad. Le hubiera sido muy fácil acomodarse al «establishment» cultural, convertirse en catedrático, o quizá en miembro de la Academia de la Lengua, o en un caserito más de la mamadera estatal, como tantos y tantas hoy en día. Pero al alejarse del Perú en 1962, atraído por el socialismo y el triunfo reciente de la revolución cubana en 1959, Heraud se fue politizando de manera cada vez más visible. Viajó a Cuba supuestamente a estudiar cine, pero se enroló en las filas del Ejército de Liberación Nacional y regresó al Perú como guerrillero. Con este gesto, que algunos necios calificaron de ‘absurdo’, ‘ingenuo’ o ‘muestra de inseguridad personal’, sorprendió a todo el mundo, particularmente a la clase media y oligárquica peruana, que no podía entender cómo un muchacho tan joven, de ‘buena familia’ y con un futuro brillante, podía haberse metido en actividades que hoy fácilmente serían calificadas de terroristas. Sus poemas de esa época, bajo el pseudónimo de Rodrigo Machado, nos presentan a un poeta muy explícito en sus creencias políticas. Su lenguaje literario se volvió, a su vez, todavía más directo, casi panfletario (lo cual, claro, es una pérdida para la literatura).

El resto ya es bastante conocido. Él y su grupo fueron avistados en la selva de Madre de Dios y el 15 de mayo de 1963 fue baleado con proyectiles explosivos (las famosas y vedadas balas «dum dum») mientras trataba de escapar, ya que la bandera blanca de rendición que él y su compañero Alain Elías enarbolaron desde su canoa en el río no sirvió de nada. No solo fue la policía la que lo masacró, sino muchos civiles desaforados, que mostraron así su rabia y su pánico, aplicando una ejecución sumaria sin justificación alguna.

La crueldad de la muerte de Heraud nos deja hoy palidecidos. Su vida y su entrega a sus ideales lo revelaron como un mártir del fervor revolucionario de esos años. Hoy algunos dirían que solito se colocó «fuera de la sociedad» y por lo tanto, incluso de haber sobrevivido, no merecería una vida civil ni una reintegración al tejido social peruano. Para esos cuantos, Heraud debería permanecer eternamente como un paria.

Piénsese en lo que ocurre hoy con aquellos condenados por terrorismo que ya han pagado con largas condenas de cárcel sus acciones equivocadas. ¿Hasta cuándo seguirán siendo castigados? ¿Son mejores moralmente quienes saquean el estado, mienten descaradamente y se mantienen en el poder con uñas y dientes?

Heraud, al menos, sobrevive como ejemplo de excelente poeta y hombre íntegro, por muy equivocado que haya estado. 

Quedan tan pocos en el Perú.

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el río, Javier Heraud, poeta guerrillero, revolucionario

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