La conclusión es cada vez más evidente: no habrá salida de esta crisis si la calle no se activa. Y es preciso, en ese sentido, que la protesta no se circunscriba a la derecha tradicional y ésta no coopte a los sectores juveniles liberales que puedan estar madurando. La grita callejera es la gota que horadará la piedra en algún momento, más aún cuando la crisis económica no tardará en producir inmenso malestar ciudadano, presto entonces a la movilización.
Será desde las avenidas y plazas que surgirá la racionalidad política que le ponga fin a este calvario que supone tener a los dos principales poderes del Estado -el Ejecutivo y el Legislativo- administrados por la mediocridad y la mendacidad más descarada.