Decir que el centro se encuentra subrepresentado es una verdad que se expresa a gritos en la política peruana. En las encuestas, las mayorías se identifican con él, pero, al momento de votar, las derechas e izquierdas, cada vez más extremas, captan la gran mayoría de las preferencias. Las razones pueden ser varias. Una, que en un país caudillista como este, el centro no ha sabido presentar candidatos o candidatas atractivos para el electorado o no ha sabido lanzar propuestas que conecten con amplios bolsones de votantes, como sí lo hicieron por ejemplo Rafael López Aliaga con agendas conservadoras vinculadas a Provida o Perú-Libre, apelando a antiguas reivindicaciones nunca atendidas del Perú andino rural.
Al centro, en cambio, le ha faltado un discurso que, a diferencia del que difunden quienes ocupan sus flancos, aglutine en lugar de polarizar y es allí donde se encuentra su gran desafío: ¿es posible aglutinar en un país cuya historia se caracteriza por el enfrentamiento, ya sea real, o imaginario, entre los componentes de la sociedad? De hecho, para nadie es un secreto que estas viejas grietas se ahondaron desde el último proceso electoral, huelgan explicaciones. ¿Qué propuesta podría surgir desde el centro político para unir aquello que nació y se concibe desde la diferencia?
La discriminación racial y sociocultural son aún más antiguas que la República Peruana. Negar la realidad de un Estado soberano que, desde la legislación excluyó y permitió la explotación más cruel de sus poblaciones andina y amazónica es casi como negar que nos llamamos Perú. Pero para atenuar las huellas que esas memorias dejan en los colectivos existen las políticas de la reconciliación y no me refiero a CVR, ni a la guerra interna o era del terrorismo. Me refiero a un perdón al mundo andino y amazónico por todo, por el gamonalismo, por el trabajo forzado, por la esclavitud del caucho y por situaciones que se mantuvieron hasta bien entrado el siglo XX. Pero el perdón, en tanto que gesto simbólico, que sana e integra, debe venir acompañado del Estado y sus servicios, en tanto que ente material en muchos casos ausente hasta hoy, de lo contrario no seremos nación y los discursos del odio entre peruanos seguirán a la orden del día.
Sobre este último punto, desde el centro político debe tenderse puentes entre todos los peruanos y peruanas, a través de una narrativa en la que todos y todas se sientan incluidos y esto incluye al Perú andino, amazónico, a los descendientes de africanos, europeos y asiáticos, y, por supuesto, al gran Perú mestizo. En tal sentido, una propuesta respecto de la discriminación racial y sociocultural desde el centro debe rechazar la tesis que sostiene que no existe el racismo inverso, bajo el argumento de que las personas de ascendencia europea, o sus ancestros, ocuparon u ocupan una posición de poder en la sociedad. De ello se desprende, que cualquier peruano que responde a estas características, rico o pobre, podría ser insultado, discriminado o excluido por su apariencia sin que mediara consecuencia alguna. Este supuesto, además de atentatorio contra derechos fundamentales que recoge nuestra Constitución Política en su artículo 2 “nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión …” -tesis que sí sostiene buena parte de la izquierda política- es un oxímoron para cualquier agrupación política que aspira a desarrollar un proyecto republicano en el que la armonía y el entendimiento entre todos los ciudadanos y ciudadanas constituyan los pilares de la nueva sociedad.
En suma, el perdón histórico y reivindicador a los mundos andino y amazónico secularmente explotados, su reparación e integración de pleno derecho al proyecto nacional, lo que implica la dotación de los servicios del Estado en condiciones de igualdad que al resto de los ciudadanos, deben constituirse en la base de una sociedad en la que la multiculturalidad y el multilingüismo no representen muros que nos separan sino riquezas que compartimos y nos proyectan hacia el mundo, y que hemos sabido hacer nuestros tendiendo puentes interregionales e interculturales a través de la escuela y potentes programas de intercambio infantiles y juveniles. Desde estas bases podemos comenzar a construir una sociedad libre y justa, que aprendió de su pasado, que maduró a pesar de él y que se enorgullece del entendimiento entre todos sus ciudadanos y ciudadanas sin importar su origen, raza, género o religión, habiendo desterrado el racismo en todas sus formas.
La utopía del centro es una nación que hoy no somos, pero resulta que hoy no somos ninguna y hay que comenzar por imaginarnos aquella que queremos ser.
P.S. Mi agradecimiento a mi amigo y filósofo Atilio Castro Gargurevich por su expertiz en temas de reconciliación y amazónicos, y por compartirla conmigo.