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Procesar un adelanto acelerado, precipitado y, además, inconstitucional, como quieren las huestes radicales del castillismo dolido y, por supuesto, el antaurismo, tiene claramente un objetivo: que nuevamente la izquierda radical antiestablishmentse haga del poder dada la fragmentación precaria de la centroderecha y la aún superviviente irritación ciudadana por el calamitoso estado social en que deja el país el Atila chotano.

Dina Boluarte, sea que busque completar el mandato hasta el 2026 o sea que, leyendo el pulso ciudadano, proceda a un adelanto de elecciones consensuado con el Congreso, debe hacerlo con inteligencia y mesura, sin apresuramientos ni improvisaciones.

Hay mucho en juego todavía en el país, como para que sigamos reeditando la inefable desprolijidad del antecesor presidencial, hoy felizmente fuera del poder y afrontando los juicios penales que le corresponden, como gran lección democrática para el país.

Y dependerá mucho también de la clase política, que deberá entender que lo que corresponde en estas horas es un gobierno de consensos, donde mucho de lo que cada sector quisiera ver plasmado en el Ejecutivo, no se podrá llevar cabo justamente para lograr los consensos mínimos para salir de esta crisis desatada por un sujeto improvisado y corrupto que infelizmente llegó a estar en Palacio de Gobierno más de un año.

Creemos que lo que corresponde es un gabinete de ancha base y un compromiso de adelanto de elecciones. Sería lo ideal, pero si Boluarte logra enderezar el rumbo de la nave estatal, quizás sea factible evaluar su permanencia. Ello se verá con los días. Por ahora hay que celebrar el triunfo de la democracia y la derrota de la mediocre corrupción que se había arraigado, con uñas y dientes, en las entrañas del poder.

Ojalá se consigan hoy los 87 votos necesarios para librarnos de esta lacra gubernativa que se ha instalado en Palacio. Que se produzca la sucesión constitucional y, como bien ha dicho Jorge Nieto, se constituya un gabinete de salvación nacional, bajo la conducción de Dina Boluarte, y se proceda, en el más corto tiempo posible, a una reforma constitucional que nos lleve al adelanto de elecciones generales, y que sea el pueblo, con su voto en las urnas, el que termine de limpiar la mugre y volver a empezar.

Es el único camino posible para salir del estado de calamidad al que Castillo va a conducir el país en años venideros críticos en materia internacional, que con un régimen dedicado tan solo a robar de donde se pueda, sin ninguna política pública en mente, arruinará al país, política, económica, social y, sobre todo, moralmente.

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Castillo, Vacancia

¿Lo hará el gobierno? ¿Estaría dispuesto a ello? Por supuesto que no. Está en el ADN palaciego el modo de gobernar que ha desplegado desde el 28 de julio del 2021. No va a cambiar si no es para peor. No hay, en consecuencia, nada que dialogar. No tiene sentido y desgastaría una formalidad política que en circunstancias reales de compromiso democrático puede ayudar a salir de una situación de entrampamiento.

Pero aquí la responsabilidad principal de la crisis recae en el Ejecutivo, no en el Congreso. Por el contrario, si éste peca de algo es de obsecuencia, no de obstruccionismo. Es la oposición ideal para un gobierno mediocre y corrupto como el de Castillo. De un diálogo en las alturas entre ambos poderes no va a salir nada bueno mientras el Ejecutivo no corrija sus entuertos.

Lo normal sería que en el Perú la segunda vuelta la definan un candidato de derecha versus uno de centro, o sea entre dos candidatos de derecha, con porcentajes de votación altos en primera vuelta, y que la izquierda (dividida, probablemente entre Antauro Humala, Verónika Mendoza, Guido Bellido y Richard Arce –el único moderno del tándem-), quede en cuarto o quinto lugar. Pero la irresponsable fragmentación del centro y la derecha, sumada a su honda inacción política, seguramente harán que el 2026 se vuelva a repetir lo ocurrido el 2021. Y no habrá razones entonces para la sorpresa o la lamentación.

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Antauro Humala, centroderecha, humala

Pero lo que merece mayor énfasis, cabe reiterar, es el fracaso diplomático y político del gobierno, porque no ha logrado su propósito esencial, que era denunciar una estrategia golpista de la oposición derechista y que era ello lo que amenazaba la estabilidad democrática del país. De eso, ni un renglón en el informe preliminar de la OEA. Por lo menos, no se tragado el sapo expuesto por el canciller Landa en la sesión extraordinaria del 20 de octubre.

Vemos difícil que la oposición logre sacar democrática y constitucionalmente a Castillo del poder. Pero no es posible negarle el derecho legítimo de intentarlo dentro de los cauces que la propia Constitución establece. Eso no es golpismo. Eso es democracia y Castillo, luego del traspiés de la OEA, debería empezar a entenderlo.

-La del estribo: a leer con placer el libro del correcto e inteligente periodista deportivo, Juan Carlos Ortecho, La fe de ayer, amor, fútbol y revolución, una novela que nos habla de fútbol, de política, de dictaduras, del terrorismo, bajo la perspectiva de una mirada infantil, que incluye a toda una generación que se va a identificar con el imaginario que recorre este libro editado por Plaza Janés.

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Castillo, OEA

Se advirtió en todos los tonos la desgracia política y económica que supondría una gestión gubernativa como la de Castillo. Los hechos lo están corroborando. Pero no se pensaba que el colapso pudiera ser tan profundo y que supusiese, además de mediocridad y corrupción, destrucción de la tecnocracia estatal y del buen funcionamiento de instituciones centrales del quehacer estatal peruano, como está sucediendo, con la infiltración de familiares, allegados y partidarios en puestos claves de la administración pública.

En medio de una circunstancia económica mundial de la que el Perú podría sacar provecho, este será un quinquenio perdido, lamentablemente desperdiciado por la inasible medianía de un gobernante incapaz y de una clase política opositora tan mediocre como su adversario.

Habrá que esperar, probablemente, hasta el 2026 para que acabe esta pesadilla y hacer votos para que los sectores de centroderecha depongan interés menudos particulares, se unan, y eviten que un nuevo disruptivo antiestablishment –que ya está jugando su propia carrera electoral- aparezca en el horizonte definitorio de la segunda vuelta. Y será entonces que, con mayor razón, habrá que impulsar un shock democrático capitalista que nos permita recuperar estos años tirados al tacho.

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Castillo, Dina Boluarte, Gobierno

Lo cierto es que si Castillo no alborotaba el gallinero de la forma que lo ha hecho, tenía asegurada su presencia en el poder hasta el 2026. No lo iban a sacar nunca. Hoy, que ha puesto al Congreso contra las cuerdas, ha activado a la vez el mecanismo por el que podría llevar a dicho poder del Estado a tomar decisiones tan radicales como las que el Ejecutivo pretende. Una jugada política de una torpeza inconmensurable.

Es incierto el camino de salida de la crisis a la que el Ejecutivo ha conducido, de propia mano, al país. Pero queda meridianamente claro, que no hay inteligencia ni sensatez detrás de la mano que conduce los destinos del Perú.

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Castillo, Gobierno, gobierno del peru

Se partiría de cero y allí, lo más probable es que resulte un Congreso más opositor y cuya primera tarea deberá ser vacar al presidente por haber cerrado el Congreso inconstitucionalmente, causal contenida en la Carta Magna.

Le puede suceder a Castillo lo mismo que a Vizcarra, quien disolvió un Congreso fastidioso y terminó siendo vacado por el siguiente. Y Castillo juega con fuego por gusto, porque, si no hiciese lo descrito, tiene casi asegurada su permanencia hasta el 2026, con sus propios votos, sumados a los de los congresistas cooptados con malas artes y que se suman al blindaje palaciego.

Lo que podrían ser tres años y medio más de mandato se podrían reducir a uno, si ocurre el escenario detallado, por torpeza de un régimen que solo hace lo que está haciendo porque cree que con ello sube en las encuestas y porque pone un paréntesis en la denuncia constitucional presentada por la Fiscal de la Nación y que compromete al propio presidente en un círculo de corrupción y de delitos penales.

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