En 1989 Gonzalo Portocarrero y Patricia Oliart publicaron el libro EL PERÚ DESDE LA ESCUELA (Lima, IAA). Una segunda edición, con una nueva presentación escrita por Oliart, acaba de ser lanzada por la Universidad del Pacífico y está disponible en su sitio web. ¿Qué interés, fuera del histórico, puede tener hoy un libro de 32 años de antigüedad para merecer una nueva edición? El estudio intenta reconstruir cómo alumnos y maestros veían la realidad nacional y la historia del Perú, apoyándose para esto en materiales diversos: encuestas, entrevistas en profundidad, revisión de textos escolares y otros.

Su principal hallazgo, creo, es identificar un conjunto de nociones con fuerte presencia en el pensamiento de los profesores peruanos, que los autores denominan la Idea Crítica del Perú (IC), y que estaría conformada por cinco elementos que forman un cuerpo orgánico: 1) el Perú es un país rico por sus recursos naturales, pero 2) ha sido manejado por el Imperialismo y 3) por los grupos gobernantes para sus propios intereses. Frente a esto 4) se reivindica lo nuestro, lo peruano, asociado a una 5) idealización de una etapa de nuestra historia, el Imperio Incaico.

Según los autores, esta visión no solo existe en la escuela: “En el mapa ideológico de la sociedad peruana, la idea crítica ocupa un lugar cada vez más importante. Se encuentra en el dirigente popular, en el profesor de colegio y hasta en el militante de base”. En otras palabras, la Idea Crítica le ofrece una manera de entender la historia y la futura evolución del país a un amplio sector de los peruanos, no solo a los maestros.

¿Existe efectivamente esta visión del país en el Perú de estos días? Cuando se escuchan las opiniones de diversos actores sociales, sobre todo nuestros políticos,  el referido texto pareciera totalmente actual; por ejemplo, frases como “no más pobres en un país rico” sin duda suenan a Idea Crítica. Muchos ven el origen de esta visión en un marxismo sobre simplificado, donde la sociedad se divide en dos grandes bandos, unos virtuosos, los otros malvados. Sin embargo, vale la pena considerar si la IC como visión del Perú no puede ser asimilada también por nuestros diversos Populismos, que normalmente incluyen en sus análisis la oposición pueblo y élite gobernante corrupta, que ven a las instituciones como instrumentos de estas élites; y que en el Perú casi siempre han reivindicado positivamente “lo nuestro”, entiéndase lo popular, al menos desde Leguía y la Patria Nueva. En ese sentido la IC podría ser compartida -con mayor o menor radicalidad- por gente de izquierda que se considera cercana al marxismo, pero también por el ala izquierda de las tendencias y movimientos populistas que han surgido en nuestro devenir político. Sería como un lenguaje común que permite identificar y generar afinidades, establecer un “nosotros” y unos “ellos”, algunas votaciones en el Congreso son buenos ejemplos.

En todo caso la Idea Crítica sigue viva, aunque hay que completarla con algunos rasgos: la percepción de la omnipresencia de la corrupción en el Estado, así como una creciente desconfianza social generalizada. Esto último lo apunta Mariana Eguren, una de las comentaristas de la nueva edición, quien añade que otros rasgos recientes serían cierto aprecio por la diversidad y el valor otorgado a la educación. 

Pero habría algunos cambios respecto a lo encontrado en el estudio: ¿cuánto pueden haber modificado la IC los años noventa y siguientes, con crecimiento económico y reducción de la pobreza, y una prédica pro-emprendedora, de disminución de roles del estado, dirigida al individuo, etc.? ¿más optimismo respecto al futuro+? ¿y es estable? Por otro lado, abrazar el discurso del éxito individual que llegó al Perú en esa década ¿realmente se opone a la IC o podrían convivir ambos discursos, IC e individualista, en una misma persona y activarse de acuerdo a las circunstancias, sin que esto se viva como algo muy dramático? Tiendo a creer que esto último es perfectamente posible.

La Idea Crítica del Perú nos deja varias preguntas ¿es un logro de nuestro sistema educativo? ¿Cómo variará en el futuro? Por ejemplo, ¿cómo esta visión responderá y mutará frente a un fenómeno tan contundente como la pandemia? ¿Y qué otras sorpresas nos podrían brindar los estudios de mentalidades y sensibilidades de las peruanas y peruanos? ¿no valdría la pena completar hoy ese “mapa ideológico” del país para entendernos mejor y enfrentar nuestro futuro común?

 

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En una tarde de primavera de 1998, un grupo de amigos universitarios paseaba por la Plaza Francia, en el Centro de Lima, cuando un joven voluntario de salud se les acercó de pronto y se ofreció a hacerles pruebas gratuitas de VIH. Curiosos, extendieron el brazo para el pinchazo respectivo. Todos recibieron el descarte menos Julio Rondinel (53), entonces recientemente egresado de psicología de la Universidad San Marcos. Tenía 30 años.

En aquella época, recuerda Rondinel, el miedo al virus era muy fuerte y se consideraba una muerte casi segura, incluyendo sus consecuencias degenerativas. Existía, además, un nivel muy alto de discriminación y desconocimiento.

Ante la noticia, empezó a buscar información y contactos en ONG especializadas. Llegado el momento, Rondinel accedió a un fondo de su universidad destinado a cubrir los gastos del tratamiento con antirretrovirales. Luego consiguió un trabajo que le permitió tener la cobertura de EsSalud. “Ahí pude acceder a un estudio del laboratorio Bristol para la entonces medicina experimental Reyataz [un antirretroviral]. Desde 2001 tomo estos medicamentos, recuperé mi vida y seguí desafiando a la muerte día a día”, cuenta.

El VIH no es a lo único que tiene que enfrentarse. El hombre dice que el 2013 le diagnosticaron diabetes mellitus, una consecuencia de la ingesta prolongada de antirretrovirales. Y a eso se suma el desabastecimiento de medicinas del que ha sido testigo los últimos años.

Rondinel, quien también es director ejecutivo de la Asociación «Construyendo Caminos de Esperanza Frente a la Injusticia, el Rechazo y el Olvido», dice que el Ministerio de Salud (Minsa) debería entregar medicamentos por tres meses para evitar salir de casa tan seguido y así no tener que exponerse al Covid-19. Pero apenas se los dan por una semana o por un mes.

“Siempre enfrentamos el desabastecimiento de medicinas, por lo que muchas veces nos cambian estas sin respetar nuestro recetario. Esto nos expone a mutaciones más fuertes del virus”, cuenta. 

Trato de no angustiarme, pero cada vez que voy al hospital San José del Callao, donde me atiendo, y no hay medicinas, me altera mucho. Creo que un día moriré en el hospital gritando de impotencia”, agrega.

RECORTE

En el Perú hay alrededor de 91.000 portadores de VIH, de acuerdo a cifras del Minsa. El 70% recibe tratamiento. Los últimos años, sin embargo, el presupuesto del programa ministerial destinado a luchar contra este virus ha variado significativamente.

El presupuesto inicial del 2020 era de S/124 millones solo para la dirección de VIH. El año pasado el monto aumentó a S/164 millones. Pero para el 2022, serán apenas S/75,8 millones. En la misma partida está incluido el tratamiento para pacientes con tuberculosis.

Sudaca se comunicó con el MEF para que pueda explicar las razones detrás del recorte presupuestal. Desde la entidad aseguraron que la nueva distribución para el 2022 responde a “criterios de programación del sector Salud».

Además, apuntan que los recursos para el tratamiento de TBC y VIH del 2022 «se encuentran programados en otras categorías de gasto, por lo que la disminución corresponde a un reordenamiento y no al desfinanciamiento de dicha finalidad”.

Desde el Minsa, sin embargo, dicen que parte de los recursos para la adquisición de suministros médicos de todo el sector podrían financiar lo que haga falta del programa de VIH. Lo cierto es que la noticia ha causado alarma en los portadores del virus.

Gichín Gamarra (41), diagnosticado con VIH en 2007, teme que el recorte signifique menos doctores, enfermeros y psicólogos que asisten a los pacientes. “Creo que el Minsa ha querido reducir costos y gastos, pero acá estamos hablamos de vidas”, dice preocupado.

Gamarra demoró ocho años en empezar a tomar medicamentos. En esas épocas, dice, someterse al tratamiento requería de ciertas condiciones, como tener niveles bajos de defensas de glóbulos blancos.

En los últimos seis años, se ha desempeñado como “instructor” de personas que padecen la misma enfermedad. Les brinda información, evalúa la necesidad o no de hacer públicos sus diagnósticos, da consejos sobre las relaciones que tienen con otras personas, etc. También es dramaturgo y ya ha montado algunas obras de teatro.

Gamarra reconoce que el sistema de salud provee tratamiento gratuito para el VIH, pero se lamenta por la falta de atención. Un problema son los lapsos de las evaluaciones clínicas a las que debe someterse. De acuerdo a Gamarra, antes una prueba para determinar la carga viral o la presencia de glóbulos blancos era cada mes o tres meses. Ahora se hacen anualmente. “Desde hace tres meses me vienen pateando”, se queja.

LOS INMIGRANTES 

La demanda por medicamentos no es exclusiva de los peruanos. En el país hay cerca de 3.500 venezolanos con VIH, según la información del Minsa.

“En Venezuela no se consigue tratamiento. Si te daban medicinas, estaban vencidas. Yo tenía que viajar desde San Fernando de Apure a Maracay, unas 12 horas entre ida y vuelta, solo para tener medicamentos gratis. De Venezuela me traje medicina, pero me duró solo unos cinco meses y estuve más de medio año sin tratamiento”, cuenta María Ruiz (30), quien llegó al Perú hace tres años con su familia. Fue en el 2016 que se enteró que tenía VIH.

En aquel entonces, tuvo que hacer malabares debido a la crisis de su país. Lo mismo le sucedió a Arnaldo Araque (28), un migrante que llegó hace cuatro años y que tiene el virus desde hace ocho.

Araque se enteró de que era portador cuando enfermó de una apendicitis. Entre las varias pruebas a las que se sometió, uno de los médicos que visitó le dijo que tenía el virus de Papiloma Humano y el VIH.

El fantasma del prejuicio lo acechó en Caracas, donde vivía solo. No buscó mayor ayuda en su país natal. Al dar el salto a Perú, además, le detectaron una neoplasia que se extiende y amenaza con convertirse en un cáncer.

Acá empezó a consumir los antirretrovirales. La pandemia, como es de esperar, no le ayudó y actualmente le cuesta mucho más conseguir citas médicas. 

“El motivo por el que todavía vivo acá es porque en Venezuela no tuve tratamiento. Aquí me dijeron que me darían un tratamiento más barato que en Venezuela, aunque en las últimas semanas me han cambiado el esquema de medicinas”, reconoce ante la realidad de lo que podría ser su 2022. 

El cambio de medicinas puede llevar a un tratamiento ineficaz, asegura. Y suele ser consecuencia de la escasez. Con menos presupuesto público, el fantasma del desabastecimiento de antirretrovirales acecha. Los pacientes con VIH que dependen de la salud pública no comienzan el 2022 con tranquilidad. 

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Una de las víctimas de la pandemia ha sido la capacidad de concentración. Obviamente debe haber excepciones, pero escucho a las personas quejándose de los libros —también revistas o textos bastante cortos— a medio leer. Como todo en el reino del COVID, se trata de la agudización de tendencias que ya venían definiéndose desde hace, más o menos, 15 años. 

Entre el inicio de ese lapso y hoy los humanos pasamos de ser capaces de procesar sostenidamente información durante algo más de dos minutos a menos —47 segundos— de uno. Estamos hablando de cualquier actividad, desde aquellas ligadas al trabajo hasta las relacionadas con el ocio o tareas caseras.  

¿Está fallando nuestra atención?

En realidad, no, al contrario. Nuestro cerebro está haciendo su trabajo, que es escanear el entorno y tomar decisiones intensamente, responder con fuerza a estímulos ligados a su seguridad, que desde hace dos años abundan. Si, además, tomamos en cuenta que nos bombardean desde todos lados con información cambiante sobre lo que es relevante, la cosa se complica.

En otras palabras, la multiciplidad de canales a través de los cuales llegan los datos y la cantidad de los mismos ponen en jaque a nuestra mente, que se vuelve saltarina. Lo que ocurre es que vivimos haciendo zapping sin quedarnos en ningún canal, sintiendo que la información crucial, la receta esperada, pueden estar justamente donde no nos encontramos en un momento dado. No podemos focalizar. 

Y a lo dicho en el párrafo anterior, hay que añadir el estrés, uno de los principales obstáculos para la focalización. Los escenarios que imaginamos —no precisamente agradables— y los pensamientos que rumiamos ligados a ellos, congestionan la memoria de corto plazo, la que requerimos para realizar tareas concretas, como sostener una reunión virtual, ordenar un ropero o componer el texto de un correo electrónico. Ese espacio de memoria es visitado constantemente por la polarización del debate político, la cancelación de servicios y actividades, el nombre de los últimos contagiados, entre otras novedades. 

Y no es solamente la cantidad de información, sino también el inagotable número de participantes en el escenario de nuestra mente, que se cuelan a través de nuestros electrónicos. Podemos toparnos con ellos de manera casual —en realidad muchas veces gracias a los algoritmos que nos enganchan en las redes sociales— o como parte de todos los grupos a los que decidimos pertenecer. 

¿Podemos hacer algo?

La floreciente industria de aplicaciones relacionadas con la salud mental —se estima en billones de dólares— está ahí para ayudar. Es luchar contra la principal fuente de nuestras dificultades para focalizar usando… el celular. Quizá algunas valen la pena. 

Pero lo que funciona es parar unos minutos y dejar que nuestra mente se concentre en aquello que la encarna, el cuerpo, y cada vez que aparecen ideas, sentimientos, proyecciones, lo que fuere, regresar a él. Al principio es difícil, no puede no serlo, pero persistir tercamente, solo un breve lapso cada día —no se trata de iniciar una carrera de monje tibetano— termina por mejorar la capacidad de focalizar.     

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La quiromancia política no existe. A veces uno cae en la tentación de querer pronosticar algo en este volátil e impredecible país y se pega un patinazo monumental, pero si se es consciente de que estamos ante un ejercicio lúdico, un juego de probabilidades, siempre falible, cabe animarse a hacer algunas predicciones relativas para este año que comienza (cabe advertir que algunos pronósticos estarán teñidos de deseos personales: valga el disclaimer psicológico).

-Si Castillo no gira al centro, ampliando su mediocre coalición de izquierdas, convocando ministros, inclusive, de derecha, no durará hasta fines de año. Será vacado por algún escándalo que lo muestre cercano a un hecho de corrupción, y esta vez las bancadas de centro (Acción Popular y Alianza para el Progreso), no lo acompañarán (hoy lo hacen básicamente por los parlamentarios provincianos que conforman sus bancadas, pero si Castillo sigue cayendo en su aprobación regional, será más tentador para estos congresistas inclinarse por la vacancia).

-La derecha no encontrará un líder capaz de aglutinarla. Rafael López Aliaga es el más proactivo en ese empeño, pero es probable que sea derrotado en las elecciones ediles y si eso ocurre, significará su muerte electoral para las ligas presidenciales del 2026, o de antes, si se recorta el mandato de Castillo. Muy rápido ha empezado a liderar las encuestas y su invencible antipatía le granjeará costos políticos precozmente.

-Surgirá un líder radical de izquierda, de origen provinciano, opositor al régimen de Castillo, a quien acusará de haberse humalizado y vendido al gran capital. Empezará su campaña para el 2026.

-En términos económicos, si Castillo sigue hipotecado a sus pensamientos radicales y prendado del ala cerronista y magisterial, la confianza inversora seguirá por los suelos, el dólar seguirá alto y la economía crecerá menos de lo esperado. Para hacernos una idea del impacto, la producción minera perdida y su consecuente menor recaudación el año pasado, ya supera los montos que Pedro Francke quería aumentar en tributos para este 2022. Si el Presidente, en cambio, sorprendiendo a la platea, da un giro de timón, podremos crecer a tasas que bordeen el 4% o más (la economía global nos es favorable) y el dólar bajará.

-Se mantendrá la división ideológica territorial en las elecciones municipales y regionales, confirmándose la casi extinción de los partidos nacionales en las grandes circunscripciones. No habrá tsunami cerronista ni castillista, como ambos liderazgos alucinan. El sur andino, de izquierda, Lima y la costa norte, de centroderecha o derecha, el resto, variopinto, dependerá del candidato particular.

-Peleamos la clasificación al Mundial hasta el final, hasta el último partido. Con alguito de suerte, estamos en Qatar 2022. Si a ello se le suma el triunfo de la U en el campeonato local, y del PSG (por Messi) en la Champions, la jornada futbolística anual será redonda.

-La del estribo: algunas películas que recomiendo. Flag Day, dirigida y protagonizada por Sean Penn; Last Words, dirigida por Jonathan Nossiter; La mano de Dios, de Paolo Sorrentino; Memoria, del genial Apichatpong Weerasethakul; y, especialmente, Blue Bayou, dirigida por Justin Chon. No sé si estarán en alguna plataforma de streaming, pero en su proveedor favorito ya las tienen. Para empacharse de buen cine.

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Al finalizar el año del Bicentenario

A estas alturas ya resulta una perogrullada señalar, parafraseando a Alberto Vergara, que el Bicentenario nos pilla con más ciudadanos que República. Como en todas las flamantes repúblicas latinoamericanas, de la segunda y tercera década del siglo XIX, la modernidad y la utopía del ágora ciudadana deliberando por el bien común constituyeron la senda que todos juramos seguir, pero el camino ha resultado más sinuoso de lo que imaginaron los padres fundadores.

Si pensamos en aquellas metas, y las proyectamos doscientos años, apreciamos, en la superficie, que en el Perú una ciudadanía consciente es capaz de movilizarse cuando entiende que sus representantes se salen de los causes del contrato social, como sucedió tras la nominación del Presidente Manuel Merino por el Congreso Nacional en 2020, legal, pero no legítima a ojos de las grandes mayorías. Por otro lado, aunque disfuncionales, las instituciones generan equilibrio entre sí y más de una vez, en los últimos 20 años, nos han librado de apetitos autoritarios.

La gran ausente, 200 años después, es la clase política, los partidos políticos. A Platón no le gustaría nada. Hemos devenido, por una parte, en un país informal que se rige por dos sentidos comunes que pueden llegar a representar, también, dos legalidades y mundos paralelos también -será porque nacimos así en 1821, como dos mundos en lugar de uno- y por la otra en un país sin representantes cabales, cuya mayoría carece de las mínimas calidades para ser tal y cuya motivación reside en intereses particulares, en algunos casos de los más oscuros, antes que en el bien común o la representación de una ideología política o modelo de sociedad. En estas condiciones, la Utopía Republicana de Carmen Mc Evoy no hará más que aplazarse indefinidamente pues no existe quien se encuentre en condiciones de ponerla en práctica. 

Por otro lado, doscientos años después persisten las venas abiertas, como decía Galeano, mucho más evidentes ahora que un peruano de Los Andes, maestro de escuela y líder sindical es el Presidente del Perú. Desde su investidura, la gestión de Pedro Castillo se ha caracterizado más por el error que por el acierto, pero la versión perversa del viejo juego infantil que rezaba “juguemos a la ronda mientras el lobo no está”,  aplicado a la vacancia presidencial, como si se tratase de una espada de Damocles que se yergue contra cualquier gobernante, es un elemento francamente antirrepublicano que atenta contra cualquier atisbo de estabilidad necesario para construir eso que proyectaron los padres fundadores.

Pero hablaba de las venas abiertas. ¿Cuántos Perú existen? El Perú urbano conservador y el Perú informal finalmente conviven, interactúan, se conocen, se han acostumbrado el uno al otro. Más interrogantes me suscita el Perú andino rural. Hace 50 años, un eufórico general, Juan Velasco Alvarado, realizó una radical reforma agraria para acabar con el servilismo del campesino peruano. Cincuenta años después, ese mismo Perú rural andino elige como presidente a un maestro y campesino protestando por su absoluto abandono por parte del Estado. El Perú a veces evoca El Mito del Eterno Retorno del rumano Mircea Eliade: pase lo que pase volvemos al mismo punto, a pesar de Velasco y todas sus reformas. 

Una vez, hace mucho tiempo, leí un antropólogo que hablaba, no del tiempo circular sino del tiempo espiral. Decía que nunca se volvía al mismo punto, sino a otro muy parecido. Pues bien, estamos en un punto muy parecido al 28 de julio de 1821. La parte de nuestra sociedad hispanizada disfruta de la modernidad. Tenemos -y esto es lo nuevo – una sociedad y una inmensa economía informales al medio, y tenemos, en la sierra rural, el mundo andino que reclama la modernidad negada, pero en sus propios términos y desde su propia cosmovisión. 

Una República sigue buscando un nuevo punto de partida para integrar sus partes y encontrar la ruta hacia el desarrollo, al concluir el año de su Bicentenario. 

 

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Poco antes de iniciar lo que será el tercer año de la pandemia, el psicólogo social Jorge Yamamoto, que también es fundador de un grupo de investigación en bienestar, cultura y desarrollo en la Pontificia Universidad católica del Perú (PUCP), nos explica las lecciones que nos ha dejado el 2021.

En entrevista con Sudaca.pe, considera que, nos encontramos en una situación de emergencia cívica de salud mental y productividad, donde los que han dejado de esperar un “retorno a la normalidad” y han empezado a aprovechar lo que la pandemia trajo, son los que mejores resultados han tenido hasta el momento.

-En el 2021 tuvimos una segunda ola del virus, pero también fue el año de la vacunación, ¿hay más optimismo de entrar al tercer año de la pandemia?

El optimismo es una característica personal sumamente importante y no es vinculada a lo que uno le pasa, sino a cómo enfrenta lo que le ocurre. El optimismo no es un producto de lo que nos ocurrió, sino producto de lo que vamos sembrando en los niños, cultivando de jóvenes y lo que consolidamos de adultos. Este año que acaba de terminar ha sido un año que parecieron 200 por la enorme cantidad de cosas. (…) Vemos que el nivel de preocupación va aumentando. Ha sido una coyuntura muy negativa. Tiene que sacarnos el mejor de los optimismos, pero no ese optimismo suicida en el que decimos el COVID-19 no me va a agarrar. Es un optimismo razonable, estratégico, que analiza las consecuencias de las conductas para sacar lo mejor de cada momento.

¿Qué significa la nueva normalidad para los peruanos?

La palabra clave no es nueva normalidad, sino adaptación productiva y optimista, estar siendo flexibles sobre lo que nos ocurre que no podemos cambiar y sacar lo mejor de cada situación. La pandemia, el pandemonio político, son situaciones terribles, pero muchas personas han sacado provecho de ello. (…) Los cambios los estamos viendo en la curva de rendimiento. Normalmente, teníamos un grupo grande de personas que estaba en la media de rendimiento, un grupo pequeño con elevado rendimiento y un grupo pequeño con mal rendimiento. Tanto el rendimiento como el bienestar y la salud mental se están reduciendo en el grupo de gente muy productiva y con mucho bienestar, pero esas personas están alcanzando niveles muy altos. Son pocos, pero son. El grupo que está mal de salud mental, bienestar y rendimiento crece y la media se está aplanando.

Por el lado económico, se perdió mucho empleo y ahora -por ejemplo- hay muchas más ollas comunes, ¿la economía también afectará el estado anímico de los peruanos en el 2022?

Creo que el peruano siempre ha estado preocupado por la economía, pero con el crecimiento económico, la reducción de la clase baja y el incremento de la clase media, esa preocupación económica se trasladó a un mayor consumo material, consumo de alimentos en restaurantes antes que en la alimentación básica y lo que ahora estamos viendo es un regreso a estas necesidades de corte básico, pero no es tan fácil, porque cuando uno se baña a diario en agua fría no siente el agua fría, pero después de haberse bañado en agua caliente, el agua fría se siente helada.

Por el lado político, ¿nos hemos acostumbrado a la crisis o cambiar de ministros en cuestión de días, es un nuevo nivel de crisis para nosotros?

Acostumbrado técnicamente no, porque recién está ocurriendo. El problema es el efecto psicológico que tiene este cambio de ministros turboalimentado en los últimos meses, pero que es solo la punta del iceberg (…) ¿cuáles con estas posibles reacciones? Ir cargando más un polvorín que genere más polarización y violencia. El otro camino es desarrollar un elevado nivel de cinismo. La gente ya no cree en nadie y solo busca su pequeño beneficio, que ya existía antes de 2020, pero podía llegar a un nivel espeluznante. Todo eso genera el caldo de cultivo para dos cosas.

¿Cuáles?

La más probable es que los próximos gobernantes sean aún más alucinantes. Después de Merino decíamos que habíamos tocado fondo, pero nos equivocamos. El otro caso, poco probable, es que, la gente que puede sacar adelante este país, no el político que busca la posición por narcisismo, intereses personales o una combinación de ambos, vaya cediendo paso a un grupo de héroes que se inmolen, que armen una propuesta que sea debidamente transmitida y ejecutada. Son dos escenarios que pueden ocurrir y hay que prender 2022 velas para que ocurra lo segundo, pero si fueran apuestas, iría a lo primero.

¿Algo podemos mejorar de la experiencia del 2021?

Yo era un abanderado de que la mejor inversión para el Perú eran los valores. Impulsar por décadas tres valores fundamentales en los cuales todos los peruanos nos pongamos de acuerdo y sigo manteniendo esa idea, pero la emergencia cívica de salud mental y de productividad me lleva a un paso previo que es el de la conciencia. No puede ser una persona consciente la que está enterrando a su familiar fallecido por COVID-19 sin máscara y tomando del pico (de la botella), para circularlo con todos los familiares. No es posible que estemos frente a antivacunas con argumentos alucinados. Lo que hay que fomentar es la conciencia, la capacidad de salir de nuestras reacciones emocionales inmediatas.

¿Hay algo positivo que se pueda rescatar?

Si hay que cerrar con algo positivo, es que este año ha sacado a relucir la fortaleza, la resistencia mental que tenemos los peruanos. Muchos han caído y se han levantado, muchos se han mantenido fuertes, muchos hemos estado por momentos tratando de salir adelante y hemos podido encontrar el camino y sacar provecho de estas tremendas oportunidades. Entonces, creo que debe ser una fiesta de la resiliencia de aquellos peruanos que van marcando con sus actitudes, con su conciencia, y sus valores, el camino a seguir.

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