fuego

[Migrante al paso] A oscuras, solo me alumbra la luz de la pantalla y el PlayStation detrás. Audífonos a buen volumen. Queen, un poco de Fito Páez y siempre bastante hip hop, desde Tupac hasta Eminem. Como de costumbre, escribiendo de madrugada. Este momento ambiguo siempre enciende mi hambre por escribir. Lo peculiar, es que mañana me mudo del lugar donde siempre escribí. Ya he vivido en otro país, pero nunca he vivido solo en mi ciudad. Puede ser que ya me toca o sea una nueva aventura, pero aún no puedo escribir sobre qué es una mudanza. En mi cuarto, el mismo de siempre, ahora en la última noche, pienso en las incontables horas viendo una serie, cuya esencia era la voluntad de fuego. Creo que este concepto misterioso fue abrasado por este lugar que siempre será mi hogar.

Cuando le das comida a un hambriento, cuando ayudas a un niño, alegrándote de las mejoras ajenas, al no rendirte sin importar que digan lo contrario, cuando coqueteas con la muerte para superarte a ti mismo; ahí está la voluntad de fuego. Este elemento tan maleable y etéreo, es lo contrario a una voluntad rígida que actúa prácticamente siguiendo el imperativo categórico de Kant, que en mi opinión arruinó el sentido ético de la humanidad.  No existe una ley natural que nos indique cómo actuar bien o mal, en mi caso es el inventado concepto de la voluntad de fuego. Uno que cuando se está apagando lo puedes cubrir en la desnudez para que se mantenga encendido. 

Francisco Tafur

La mayoría de los veranos los pasaba en el balneario de Cerro Azul, en la casa de un amigo que siempre me comentaba que los Beach Boys mencionan la playa en una canción. Es cierto. Como siempre, bajo la sombrilla, porque me quemo rapidísimo, con el enorme muelle al costado, disfrutando de un campeonato de surfing juvenil. Éramos chicos, teníamos entre 14 y 15 años. Sin que me dé cuenta, mi amigo, el loco valiente, salió disparado con su melena amarillenta. Gritos desde la orilla, un bañista no cumplió la norma primordial del mar y se metió sin saber nadar. Nadie se había dado cuenta, pero él ya estaba cerca, lo calmó abruptamente para poder salvarlo. El pánico es el peor enemigo en esos momentos. Las olas estaban fuertes y los zamaqueaban. Pudo treparlo a su tabla y empujarlo a la orilla desde atrás. Yo no lo podía creer, mi amigo más cercano era un héroe y uno que no se daba cuenta de lo que era. 

Fue la primera vez que conscientemente vi a la vida arder en su máximo esplendor, en un amigo, con la muerte a su costado. Lo hermoso de esto es que es contagioso. Todos tenemos cosas malas, palabras que no pueden borrarse, miedos invencibles y un potencial dañino impresionante; pero hay algo en nuestro núcleo, inconsciente, subconsciente, alma, como quieras llamarlo; un disparador que sólo se prende en algunos. En aquellos que no se dejaron aplastar por el enorme pie de la sociedad cargada de expectativas y formalidades patéticas. Sólo si le dejas de tener miedo a no encajar lo puedes hacer. Un paso adelante de la normativa. En esta zona de distorsión se encuentran mejores respuestas. 

Francisco Tafur 

Francisloco me decía mi abuela, me salía un poco de la cordura, era tímido, pero con ímpetu de destrucción y creación. Me decían, bajo el cristianismo, que tenía ángeles guardianes, en mi caso eran crueles y enemigos de mi doctrina egoísta. Donde deseaba que todos sonrían, coman hasta llenarse y jueguen, suena altruista, pero en el fondo lo quería porque me hace sentir bien. 

Un futbolista extremadamente hábil, un pintor, un desadaptado travieso y un pleitista problemático me vieron y nunca me dieron la espalda. Aceptaron al pequeño perezoso e inteligente que se asustaba de sus propios pasos. No se fijaron en eso, solo querían pasarla bien conmigo y protegernos entre todos. Esa fue la cuna de mi voluntad. Aprendí a ser valiente, calmado, pero a sacar los puños si es necesario. Una voz me decía: levántate niño, juega y pelea hasta con el mundo entero si es necesario. 

Puse mi mano para recibir el impacto de un balín dirigido a un niño sin hogar, fui solo a un lugar donde esperaban pegarme, defendí amigos de profesores abusivos, viajé solo a lugares sublimes, tuve el coraje de mostrar mis lagrimas a mis padres, con mi malhumor jamás bajé la cabeza ante algo que consideraba injusto. Medallas de oro de karate desperdigadas. Dentro de mi cabeza rapada se escondía la mente de un guerrero, uno que defraudé en el futuro y estoy trabajando para compensarlo. El término de voluntad de fuego lo aprendí de Naruto, que fue la mitad de mi mundo durante toda mi adolescencia. Ahora ya soy adulto y puedo entender de manera distinta lo que significa. 

Francisco Tafur

Boté todo el odio y tristeza reprimida, acepté las cobardías que había cometido, grité desde mi ventana en Buenos Aires, que por favor alguien me ayude. Había olvidado que nadie puede solo. Un cazador de aventuras caminaba sin compañía por callejones vacíos, con el dolor y la ira no encontraba camino, sin darle espacio a las dudas. El joven luchador ya quería soltar los guantes. En esa ciudad furiosa y sin amigos cerca encontré de nuevo el detonante de la voluntad de fuego. Me di cuenta de que querer vivir es más fuerte que no tenerle miedo a morir. 

Abandoné este lugar que había transformado en un salón de torturas. Retomé la escritura y actué de la manera que me hace sentir bien. Abracé a un joven que se cortaba, regalé ropa a quienes buscaban abrigo dentro de basureros, reduje mis ideas políticas a lo que son, ilusiones. Fui, solo como de costumbre, a almorzar en algún restaurante de las coloridas calles porteñas, vi que estaban botando a unos niños del lugar. Eran 5, les separé a todos una mesa y les dije que pidan lo que quieran. Cuando los quisieron botar de nuevo dije que yo estoy pagando por ellos, con furia en la mirada. Mi madre me cuenta que cuando me molesto parece que voy a morder. Todos comimos y las risas de aquellos pequeñines me hicieron sentir algo raro. No la típica felicidad, algo había despertado. Recordé de qué estaba hecho. 

Quiero ser el tipo de adulto que admiraba cuando era niño. Alguien que enfrenta el temor y ningún nombre lo hace temblar. Un adulto que comprendió que nuestra única labor sagrada es para el futuro y las personas que vienen después. Me comprometí a explorar el mundo e intentar descifrar la mejor manera para que las generaciones menores estén mejor. Dentro de lo que está a mi alcance. Soy un tipo excéntrico, problemático, amable, confundido y fuerte. Lo único en lo que no se puede fallar es en proteger a los menores, de lo contrario, eres un fracasado y no importa lo que tengas. Solo te vendría bien una cachetada de realidad. 

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