[MÚSICA MAESTRO] Brian Wilson (1942-2025): Toda una vida oyendo voces
El genio que no quería serlo
A Brian Wilson no le gustaba que lo llamaran “genio”, pues eso podía generar expectativas desproporcionadas sobre su trabajo. La palabra comenzó a asociarse a su nombre pasada la segunda mitad de los años sesenta, cuando ya tenía once álbumes en el mercado y el último de ellos, Pet sounds, recibía los mayores elogios de la crítica especializada, a pesar de que en su momento no le gustó prácticamente a nadie, por despegarse radicalmente del sonido “surf” que había creado con su grupo, The Beach Boys.
Como todo lo que hizo la banda entre 1962 y 1968, el legendario álbum de la carátula en que aparecen alimentando a unos animalitos en el zoológico de San Diego había sido también producto de su inagotable talento y vocación innovadora para componer y hacer arreglos vocales. La rivalidad que la prensa había creado entre los Beatles y los Beach Boys produjo algunas de las mejores producciones discográficas de mediados de los sesenta, que combinaron la estética pop-rock con sensibilidades sinfónicas y ganas de experimentar en los estudios de grabación, algo que en esos años también hicieron artistas como Grateful Dead, Bob Dylan o Frank Zappa & The Mothers Of Invention.
La sana competencia artística entre Brian Wilson y Paul McCartney solo trajo buenos resultados para los amantes de la buena música. Cuando el líder de los Beach Boys escuchó el LP Rubber soul -el sexto de los Beatles, que contiene clásicos como Norwegian wood, Nowhere man o In my life- decidió hacer algo mejor. Se encerró con el letrista Tony Asher y produjo el disco Pet sounds. God only knows, una de las canciones de ese disco, inspiró a McCartney para escribir Here, there and everywhere o Penny Lane y luego, para la construcción de “la banda del Sargento Pimienta”.
Wilson nunca disfrutó mucho de actuar en público –“me gusta estar más detrás de cámaras”, comentaba- y sus problemas psiquiátricos, que sufrió desde muy joven, lo hicieron pasar por épocas muy oscuras, tras su valiente actitud de romper los moldes de su propio grupo con aquel disco, una cruzada casi unipersonal que emprendió en búsqueda de extraer los sonidos que tenía en su cabeza. Solía pasar largas temporadas encerrado en su habitación, rodeado de personas ajenas a sus círculos familiares que le decían qué hacer para mantener un comportamiento social medianamente aceptable. Pero, cada vez que se recuperaba, hacía algo genial.
Brian Wilson, como Syd Barrett (Pink Floyd), Ian Curtis (Joy Division), Jim Gordon (baterista que terminó preso por asesinar a su propia madre) o Peter Green (Fleetwood Mac), es uno de los casos más conocidos de músicos acorralados por verdaderos demonios internos, más allá de haber desarrollado, posteriormente, vicios que bajo la apariencia de calmantes solo acrecentaban los síntomas de depresión, bipolaridad y enajenación. Tendencias suicidas e inseguridades múltiples poblaron la vida pública y privada de Brian, al margen de la atención y reconocimientos que recibía. Afortunadamente, esa vocación autodestructiva jamás fue más fuerte que su musicalidad.
Su muerte, el pasado miércoles, llegó para redondear una pésima semana para el universo de la música, al producirse un día después del fallecimiento de otra superestrella de los años sesenta, Sylvester Stewart, líder de Sly & The Family Stone. Y unos días después, nos enteramos del prematuro paso al más allá de Douglas McCarthy (58), uno de los fundadores de Nitzer Ebb, banda británica pionera de la música electrónica para discotecas. Nos estamos quedando sin los referentes que marcaron a fuego nuestra melomanía, pero nos quedan sus creaciones, eternas, inmortales. Brian Wilson, genio a pesar de sí mismo, habría cumplido 83 años este viernes 20 de junio.
The Beach Boys, una banda familiar
En 1958, cuando Brian Wilson tenía solo 16 años, comenzó a enseñarles a sus hermanos menores, Dennis (14) y Carl (12), a cantar en armonías escuchando canciones de The Four Freshmen y otros grupos vocales, supervisados por su rudo padre, Murry, quien tocaba el piano. Poco tiempo después se unieron al trío su primo, Mike Love (17) y un compañero de escuela de Brian, Al Jardine (16). Para cuando decidieron cambiar su nombre de The Pendletones a The Beach Boys, la configuración del grupo era así: Brian Wilson (voz, bajo, teclados), Carl Wilson (voz, guitarras), Mike Love (voz, saxo), Al Jardine (voz, guitarra) y Dennis Wilson (voz, batería).
Entre 1962 y 1965 la banda se convirtió en la más famosa y comercial de los Estados Unidos, puntas de lanza de un estilo que quedaría inmortalizado como “surf rock”. La dirección vocal de Brian permitía que sonaran como un coro sólido, inspirado en los conjuntos vocales del R&B y el doo-wop, pero con una base de pop-rock instrumental que emulaba el estilo de artistas como Dick Dale o The Ventures. El sonido de los Beach Boys influenció a bandas como The Byrds, Electric Light Orchestra, Queen y muchas otras representantes del pop progresivo, el indie y el dream pop de décadas posteriores.
Las voces altas y aterciopeladas de los hermanos Brian y Carl se combinaban perfectamente con los tonos más graves de Love y Jardine, mientras que Dennis aportaba los tonos intermedios. En vivo, se caracterizaban por tener una imagen luminosa y limpia, siempre con los cabellos largos pero ordenados y uniformados con sus clásicas camisas blancas de rayas negras verticales. En poco tiempo, The Beach Boys logró encarnar el espíritu de la subcultura juvenil de California.
En los estudios de grabación, contaron siempre con la colaboración de un conjunto de músicos de sesión de élite, conocidos como The Wrecking Crew, famosos por haber servido de banda de apoyo para grandes artistas del área de Los Angeles como Sonny & Cher, The Fifth Dimension, The Mamas & The Papas, entre otros. Entre sus miembros podemos mencionar, por ejemplo, a Hal Blaine -considerado el baterista con más sesiones de la historia-, los guitarristas de jazz Tommy Tedesco y Barney Kessel, los saxofonistas Steve Douglas y Plas Johnson -conocido por grabar la versión original del icónico tema de la Pantera Rosa- y la bajista Carol Kaye (90), una de las mujeres que más participaciones ha tenido en la edad dorada del pop-rock y jazz norteamericano.
En ese breve periodo de cuatro años, los Beach Boys registraron canciones que hasta hoy son sinónimo de verano, vacaciones y tablas hawaiianas: Surfin’ safari (1962), Surfin’ USA (1963), Fun fun fun, I get around, la balada Don’t worry baby, inspirada en las Ronettes y su productor Phil Sector (1964), Help me Rhonda, California girls (1965). Nueve álbumes con composiciones originales de Mike Love y Brian Wilson quien, por cierto, no tenía ningún interés en el surf -“Dennis es el único que sabe surfear, yo soy solo el compositor” decía- y uno de covers, el Beach Boys party! (1965) que contiene otro clásico de esa primera época, Barbara Ann, original de The Regents, además de temas de Bob Dylan, los Beatles y otros.
De hecho, escarbando en esa primera porción de su discografía, uno puede encontrarse también con algunas joyas de surf-rock instrumental como Moon dawg (1962), The rocking surfer (1963), Carl’s big chance (1964) y hasta una versión de Misirlou, cuya popularidad resurgió en los años noventa cuando Quentin Tarantino la incluyó en la banda sonora de Pulp fiction (1994), pero en la versión del guitarrista Dick Dale (1962). Sin embargo, el genio atribulado de Brian decidió ir más allá y, para 1965, se recluyó para cambiar la historia de los Beach Boys -y del pop-rock- para siempre.
Pet Sounds, una obra maestra
Pet sounds (Capitol Records, 1966) es la culminación de una búsqueda interna del mayor de los Wilson por la perfección musical. Este es, definitivamente, el punto más alto de la esquizofrenia de Wilson traducida en combinación de finas e intrincadas armonías vocales, sofisticadas instrumentaciones pop-rock con modulaciones y disonancias propias de la música clásica y uso de diversas tecnologías de estudio, sonidos exóticos, efectos y otras herramientas para lograr el resultado que buscaba.
La segunda etapa del grupo, que había comenzado con algunos temas de los dos discos previos -All summer long y Summer days (And summer nights!!), de 1964 y 1965, respectivamente- es, además de mucho menos conocida, más experimental y rica en matices. Más allá de los rótulos que ha recibido a casi sesenta años de su aparición -pop barroco, pop psicodélico, pop progresivo, rock sinfónico, etcétera- el Pet sounds es producto de una mente atormentada y prodigiosa, atemporal y clásico.
Para esa época (mediados de 1965), Brian había iniciado el tortuoso camino de aislamiento que terminó alejándolo de los escenarios. Paralelamente, una explosión de sonidos gobernaba su cerebro, hasta el punto de pensar que estaba volviéndose loco. La actitud cada vez más antisocial de Brian alteró la relación con sus hermanos y compañeros, especialmente con Mike Love quien nunca estuvo 100% de acuerdo con la nueva dirección musical que adoptaron.
En líneas generales, Pet sounds es un compendio de sentimientos melancólicos y romántica desesperanza, enmarcados en inspiradoras secuencias de acordes y armonías sublimes, como en You still believe in me o Caroline, no, que cierra el disco. I just wasn’t made for these times es, en palabras del propio Wilson, la descripción más exacta de cómo se sentía en ese momento. De las trece canciones del álbum original -en 1997 apareció una colección de cuatro discos compactos con todas las sesiones- solo tres ingresaron al canon de grandes éxitos de los Beach Boys.
Sloop John B., la única no firmada por Wilson y Asher -es originalmente un tema tradicional de las Islas Bahamas, que narra un naufragio -, Wouldn’t it be nice y God only knows. Esta última se convirtió en la máxima expresión de la genialidad de Brian Wilson -Paul McCartney la nombró “su canción favorita de todos los tiempos” y Barry Gibb pensó en dejar de componer después de escucharla-, en la que confluyen tanto sus influencias beatlescas como su pasión por la orquestación clásica, con el uso del corno francés como instrumento melódico principal y la acumulación de bajos y teclados para que sonaran como secciones más amplias. En lugar de cantarla él mismo, le cedió esa responsabilidad a su hermano Carl. Y el resultado fue brillante.
Los 36 minutos de Pet sounds exhiben una inteligente mezcla de estilos y sonidos, con armonías encantadoras, cargadas de una atmósfera de ingenuidad y juventud -Brian tenía 23 años en 1966- que también contrasta con la densa sensación de estar haciendo música de vanguardia, como en los instrumentales Let’s go away for awhile y Pet sounds, o en el revolucionario uso del theremín eléctrico en I just wasn’t made for these times, la primera vez que se usó esta innovación en un disco de rock.
1967-1988: De Good vibrations a Kokomo
Después del logro artístico de Pet sounds, álbum que obtuvo masivo reconocimiento del público recién treinta años después, Brian Wilson logró plasmar una vez más su genialidad, antes de sumergirse en un oscuro ostracismo del cual logró salir de manera intermitente durante las siguientes dos décadas. Autoexiliado en su habitación, Brian Wilson compuso y grabó Smile, que fue anunciado como una continuación del concepto del álbum anterior.
Sin embargo, el disco nunca vio la luz en su momento y se volvió una especie de leyenda. En su lugar, la banda grabó una versión menos densa, que titularon Smiley smile y que produjo otras dos joyas para el catálogo de los Beach Boys: Heroes and villains -cuya secuencia inicial seguramente inspiró a Charly García para su composición Mientras miro las nuevas olas (Serú Girán, Bicicleta, 1980) y Good vibrations, una mini suite vocal de enorme calidad. El tema condensó nuevamente y de manera brillante, los ideales que transmitían los Beach Boys: inventiva musical, letras inspiradoras y un poder de atracción que ha soportado la prueba del tiempo.
Entre 1968 y 1979, The Beach Boys lanzaron once álbumes, pero ninguno logró replicar ni el éxito masivo de su primera etapa ni los picos creativos de Pet Sounds/Smiley smile. Brian Wilson se replegó y estuvo, en varias ocasiones, al borde de abandonarlo todo. Con sobrepeso y entregado a sus adicciones, que cruzaba con gravísimos episodios de paranoia, ataques de pánico y colapsos nerviosos, cedió la dirección del grupo a Mike Love y su hermano Carl. Siguió participando como compositor, vocalista y tecladista, pero ya no con el rígido control creativo de antes.
Algunos puntos altos de este periodo son los discos Surf’s up (1971), Carl and The Passions (1972) y The Beach Boys love you (1977), manifiestos sonoros de principio a fin, pero sin singles. En medio, la recopilación Endless summer (1974), fue un éxito de ventas millonarias. Para las actuaciones en vivo, Brian Wilson era reemplazado por colaboradores cercanos del grupo como Glen Campbell o Bruce Johnston, quien se hizo miembro estable a mediados de los setenta.
Durante los ochenta, The Beach Boys no mantuvieron la misma actividad de las dos décadas anteriores. Este periodo estuvo marcado por las crecientes tensiones entre Brian y el resto del grupo, sus permanentes ingresos a tratamientos psiquiátricos y para bajar de peso, dirigidos por su doctor Eugene Landy -quien finalmente sería acusado de estafa- y la muerte de Dennis Wilson, ahogado mientras surfeaba en California, en 1983.
Sin embargo, casi a finales de la década tuvieron un regreso triunfal a los rankings del mundo entero con Kokomo, canción que sirvió como banda sonora de una película llamada Cocktail (1988), protagonizada por Tom Cruise. En este tema, de sonido plácido y caribeño, Brian Wilson no tuvo nada que ver. Los años siguientes vieron a los Beach Boys convertidos en una retahíla de juicios por regalías, reuniones esporádicas y un par de discos sin mayor resonancia. La muerte de Carl Wilson, de cáncer, en 1998, parecía decretar el ocaso de aquella banda formada en una casa familiar.
El retorno de Smile y más allá
La carrera de Brian Wilson se revitalizó en el 2004 con el esperado lanzamiento de Smile, el proyecto trunco de 1967, con nuevas grabaciones de los temas que había compuesto en aquella ocasión junto al tecladista de sesiones Van Dyke Parks. El álbum fue presentado en concierto, en el Royal Festival Hall de Londres, con críticas muy positivas y el respaldo del público. Siete años después, apareció The Smile Sessions, con las grabaciones originales de los Beach Boys.
El regreso de Smile fue, para Brian Wilson, la tabla de flotación que necesitaba en ese momento, después de todas las turbulencias por las que había atravesado. Esta nueva versión de Smile era su sexta producción como solista, un camino que desarrolló intermitentemente con apariciones como invitado, diversos homenajes en vida y lanzando sus propios discos, revisitando canciones de George Gershwin, de las películas de Walt Disney y de su propio material. At my piano (Decca, 2021), fue su última grabación oficial, una selección de sus composiciones más famosas tocadas en piano clásico.