Después de esos clásicos regresos del colegio, donde el hambre y las ganas de hacer todo menos estudiar eran la prioridad, tenía que pedirles a mis padres que me compren Los jefes y Los cachorros, porque eran parte del plan lector escolar. Sin saber, dentro de la enorme biblioteca de mi padre se encontraba una joya oculta, nada menos que la primera edición. Recuerdo abrirlo y estornudar unas cinco veces por el polvo y olor a guardado. Sin querer, me enamoré de ese olor a reliquia. Por fin, pensaba. Estaba emocionado, ya que había llegado el momento de leer a aquel señor viejo, así lo veía, con pelo blanco y cejas pobladas. Lo que no me imaginaba es que la regresada al día siguiente fue con un libro en la mano y varios mareos de por medio.

—Y entonces todos supieron que a Cuéllar le había pasado algo espantoso —ahora que lo vuelvo a leer, me acuerdo del miedo—. Lo quisimos siempre, lo defendimos siempre, aunque no sabemos cómo ayudarlo —esa frase por fin logró entenderla a mis 31 años, la misma edad en la que él lo publicó.

Sabía que era una persona complicada. Las leyendas contaban que pedía ser encerrado en su propia biblioteca, que le metió un puñete a su hijo por retirarse de la universidad, que le metió otro a Gabriel García Márquez, por razones que ambos, cumpliendo su palabra, se llevaron a la tumba. Me causaba intriga. Y superó mis expectativas. Conocía su pasado político, que perdió las elecciones a la presidencia en 1990, tres años antes de que yo naciera, que pidió sanciones para el gobierno de Alberto Fujimori, aquel desconocido en su momento, que pudo superarlo en votos. Doctor Vargas, le decía a modo de quitarle el branding, digamos. Anécdotas que quedan en la historia, pequeños detalles que enriquecen la historia de este personaje que logró todo dentro de su mundo; me refiero al novelista, por supuesto. Después de todo, un escritor sin rabia es como un jugador de fútbol al que no le importa perder.

Me motivó. Mientras seguía escuchando leyendas, me enrumbé en un viaje literario, explorando otros autores, a leer en inglés, a escribir por mi cuenta. La idea de crear mi propio mundo sobre un papel en blanco le dio consuelo a un niño rebelde y a uno que necesitaba héroes ficticios. Ese es el poder de tener a una eminencia literaria peruana, tanto como cualquiera de nosotros. Años más adelante, descubrí el peso de un libro de más de 800 páginas. Conversación en La Catedral, esta vez sí fue comprado, ya que el afán de construir mi propia biblioteca se había insertado como una espina en mi cabeza. Constantemente, imaginaba la biblioteca de Vargas Llosa como una especie de laberinto, no muy diferente a la descrita en El nombre de la rosa, de Umberto Eco, un lugar donde maravillas enterradas podían ser descubiertas. La imaginación es justamente lo que se incentiva al leer sus escritos. Recién esta semana me enteré de que había donado su biblioteca y se encuentra en Arequipa, así que ahora tengo una razón más para conocer esa ciudad. Esa historia extensa y rápida, en una Lima antigua para mí, y lejana en muchos sentidos, te enseña más que cualquier clase de historia. Solo una semana. Ya lo había terminado. No entendía cómo en una misma oración podía trasladarme del pasado, al presente y luego a otra ubicación geográfica. Genial.

—¿En qué momento se jodió el Perú?—, es una pregunta casi universal para todos nosotros, peruanos. Se aplica a toda época y generación. Probablemente coincidimos en que sigue jodido. Espero que no más que antes. Ahora que estoy releyendo fragmentos, es momento de saldar cuentas literarias y leer un par de novelas de nuestro autor que aún no leo. En especial, La fiesta del Chivo y La guerra del fin del mundo. Quieras o no, te caiga mal o bien, no importa. Es imposible crecer aquí y, queriendo ser escritor o algo similar, no tener influencia de Vargas Llosa. Es inevitable. Al igual que, así quieras o no, hay cosas por las cuales agradecerle. Tal vez es inapropiado, pero ahora, recordarlo me motiva a esforzarme como él lo hizo. Al final, me quedo con estas palabras que él mismo escribió; me dan a entender el tipo de persona que era y me agrada. Estas palabras del autor me las pasó mi padre cuando decidí dedicarme a la escritura:

«Yo voy a ser un escritor. Yo no voy a ser periodista, no voy a ser un abogado, no voy a ser un profesor. Aunque tenga que dedicar mi tiempo, para ganarme la vida, a esas actividades. Pero yo voy a ser un escritor. ¿Y qué va a querer decir en mi vida “ser un escritor”? Va a querer decir lo siguiente: que yo voy a dedicar lo mejor de mi tiempo y lo mejor de mi energía a escribir. Y voy a buscar trabajos alimenticios que no sustituyan, que no estorben, que no perturben esa dedicación fundamental a lo que es mi vocación. Si eso significa que voy a vivir con enormes dificultades materiales, pues que signifique eso. Pero yo sé que voy a ser infinitamente más “infeliz” en la vida si renuncio por razones prácticas a la literatura».

Donald Trump, con sus maniobras vulgares e implacables, enfrenta a América Latina contra Estados Unidos y China, como si los destinos de nuestras naciones fueran piezas en un tablero de ajedrez movidas por imperios. Esta brutal simplificación no es nueva: su linaje proviene de una lectura maniquea de la existencia, en la que sólo existen dos polos y la autonomía de la voluntad no existe. Pero el Perú y otros países de la región ya están cansados de tales disparates resultantes de modas mentales de seguir ciegamente dictados externos. No se puede seguir cerrando los ojos a su derecho —y deber— de soberanía.

El Perú no puede, y no debe, infectarse de esta lógica de la Guerra Fría, disfrazada con adornos del siglo XXI. No tendría sentido ni sería útil imaginar un alineamiento incondicional a un poder que hoy nos acaricia y mañana nos azota, o a otro que nos seduce con capital y grandes obras,pero sin transparencia ni reglas claras. Es inteligente, casi seguro, involucrarse en las mareas de las corrientes globales, ver el panorama mundial tal como es y nunca soltar el timón. El Perú debería buscar una posición de cierta equidistancia estratégica, fomentando relaciones comerciales y diplomáticas con ambos, pero evitando ser un peón de ninguno.

Esto no es sólo sobre la economía, sino sobre la dignidad. La historia latinoamericana tiene momentos en los que se hipotecó el futuro a cambio del espejismo de un patrocinio generoso. Trump quiere volver al pasado con la nostalgia imperial de unos Estados Unidos menos dominantes de lo que fueron antes. Pero mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces: la voz del país es una opción, y los países pueden optar por ejercer su voz si así lo desean. Necesitamos claridad, no servilismo; valor, no miedo.

Es precisamente en esta libertad de elección independiente —no contaminada por el chantaje geopolítico o la ingenuidad— donde se hace una república madura. No es, para el Perú, una elección entre China y Estados Unidos, sino una elección entre ser un país que flota con la corriente o, como su nombre sugiere, uno cuyo veredicto traza su propio curso. Eso —no la falsa dicotomía de Trump— es lo que realmente cuenta.

La del estribo: muy recomendable la miniserie Adolescencia, de cuatro capítulos. Grabada con plano secuencia, que involucra al espectador, narra los avatares de las nuevas generaciones a partir de un crimen cometido por un joven que inicialmente niega el hecho. Para los adultos es un descubrimiento de los códigos bajo los que se mueven las nuevas generaciones. Va por Netflix.

En el juicio contra Ollanta Humala y Nadine Heredia, no solo se ha cometido un atropello contra la justicia, sino también contra la inteligencia. Un veredicto cuya endeblez conceptual asombra y cuya base probatoria se disipa como una voluta de humo en el viento ha sido emitido con la solemnidad de quien piensa que el poder de la toga compensa la debilidad del argumento.

Cabe señalar que en este proceso, lo que realmente ha salido a la luz es el estado general de alarmante erosión del estado de derecho, que, en el Perú, donde la justicia sigue siendo manipulada por intereses políticos, aún no hemos liberado de sus antiguas servidumbres.

Condenarlos por lavado de dinero cuando nunca han probado con evidencia clara e irrefutable la ilegalidad de los recursos recibidos para su campaña es, no para llamarlo exceso, sino abuso. La financiación política —opaca por naturaleza y carente de transparencia— es sin duda una mala práctica que envenena la democracia, pero confundir una irregularidad administrativa o deficiencia ética con un delito penal difumina las fronteras de la ley y constituye una puerta de entrada para politizar el poder judicial.

Este fallo no es simplemente una lección de justicia; es venganza disfrazada de imparcialidad. Y lo más preocupante es el precedente que establece: condenas en ausencia de pruebas irrefutables, castigos por conductas sin culpabilidad demostrada y el esfuerzo de suplantar el debido proceso por la opinión pública —construida por titulares y prejuicios.

Si este veredicto se sostiene, no solo dañará a dos personas (con todos sus errores y actos de corrupción, ciertamente), sino que las instituciones democráticas del Perú quedarán aún más maltrechas de lo que estaban antes. No podemos seguir viviendo en un mundo en el que los tribunales sean trincheras en las que las guerras políticas se libran bajo la cobertura legal.

Para salvar algo del espíritu republicano, es urgente que la justicia vuelva a ser lo que debe ser: ciega, ciertamente, pero ni sorda ni muda a la razón.

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Antonina Alarcón cubas, nadine Heredia, Ollanta Humala

Tras haber fallecido nuestro premio Nóbel, en las redes sociales se hizo público que cada quien tenía una historia de cierta forma vinculada con Mario Vargas Llosa o en todo caso, una postura política en torno a él. Ante tan abrumador y expansivo impacto de su figura, no sé si haya sido en mí un acto reflejo defensivo, pero lo cierto es que como reacción inmediata, antes incluso de poder releerlo, de pronto sentí a Vargas Llosa lejano. Lejanísimo. De siglos del pasado. Reseco hasta fragmentarse, como si un viento lo hubiese alzado y tras un par de piruetas, lo hubiese difuminado hasta desaparecer. 

Atribuyo esa percepción de lejanía a los cambios en la política y la tecnología que estamos viviendo en este presente infinito y a la brusquedad con la que han transformado a nuestras sociedades en la última década. Mario Vargas Llosa es tan distinto. Para comenzar, con él se va el último real intelectual de la derecha latinoamericana. Y quizá también de los cada vez menos intelectuales que participan de la política latinoamericana. Los últimos candidatos y buena parte de los presidentes que hoy gobiernan nuestro continente, de izquierda y derecha si es que aún existe tal división, son seres estrafalarios, con estados cognitivos divergentes, digamos. Sin mayor vergüenza al demostrar que tan solo les interesa aferrarse al poder para desde ahí beneficiar a sus cómplices. Y entre ellos se celebran. Por eso su apoyo a Keiko Fujimori fue un gran error político. Nadie esperaba una respuesta así del último intelectual de la derecha latinoamericana. 

Con él también se va el último rastro del Perú criollo. No en vano su novela Le dedico mi silencio (2023), donde el sueño del criollismo como puente capaz de unificar el país es contrapuesto a la realidad, fue su último proyecto de ficción. La cultura criolla limeña, celebrada y fundada en el Perú cuando Vargas Llosa era un niño, corresponde a una sociedad que sus lectores conocimos al abrir Los Cachorros (1967), al devorar La Ciudad y los Perros (1963), al entretejer Conversación en la Catedral (1969). Pero esa sociedad ya no existe. La primera evidencia es que ya no se compone música criolla. Sobrevive una infinita repetición de algunas tonadas afro que han quedado asociadas al mundo racista del fútbol, a la camiseta peruana, a la farándula y a la televisión que alimenta romances y separaciones como entretenimiento, pero al ritmo de la cumbia y el reggaetón. Las clases sociales son otras, la economía también. Todavía existen algunos peruanos de clase alta e influencers de clase media que manifiestan en la radio y en las redes sociales su anhelo ultraderechista por pertenecer a la nobleza española, inspirados en cómo Vargas Llosa consiguió su cometido de ser noble. Pero buena parte de jóvenes peruanos está mucho más interesada en ser como el Jaguar. Hoy, pandillas y bandas desafían nuestra sociedad y se alimentan de la corrupción en las fuerzas de seguridad. El dinero express es la angustiante presión que hoy nos domina.

Con él también se va una literatura que hoy pocos jóvenes leen. Esa plena de relatos y novelas que jugaban con el lenguaje, la ficción y la estructura narrativa. Como en el Perú leen muy pocos y obligados bajo el régimen escolar, si el plan lector no incorpora un libro de Mario Vargas Llosa, ni siquiera lo van a conocer. Mucho menos a Julio Cortázar, o a Gabriel García Márquez y sin rastro alguno de Carlos Fuentes. El gusto del escritor literario también ha cambiado. Los jóvenes escritores, abrumados por la sociedad contemporánea han reforzado la literatura distópica, de horror, especulativa. Sus buenas novelas y relatos circulan por editoriales independientes. Abundan libros virtuales, álbumes, libros objeto, los manga. Como la mayor parte de jóvenes peruanos no lee, consumen relatos puestos en escena por la televisión, que hoy es stream. Se selecciona lo que se anhela ver. Ahí podemos ver la influencia de los relatos asiáticos que ya es insuperable. Queda otra producción nacional para los más pobres, de cine y televisión, muy distinta de los tiempos en que Vargas Llosa hizo guiones para Gamboa (Panamericana Televisión, 1983). Está centrada en la comedia barrial y las competencias televisivas. Ya no es la señal abierta medio para el guion literario. Y con la última Ley de Cine del Congreso peruano, parece que se estrechó aún más las posibilidades del buen escribir para las salas.

De seguir nuestra sociedad en esta deriva, con Vargas Llosa se va, probablemente, nuestro único premio Nobel, pues como van la educación (con ella la ciencia y la literatura) y la seguridad y la paz nacionales, no parece que conseguiremos muchos logros de impacto mundial que ameriten un premio tan grande como el que suelen recibir los países más poderosos. Si nos premian, será por migrantes como él, que desde fuera se dedicarán a escribir y a investigar sobre este país informal y cumbiambero.

La imagen es de Radio Moda (25 de noviembre de 2024)

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El mundo ha cambiado, Mario Vargas Llosa, Sociedad peruana

Mientras señalaban que la razón por la cual no podían combatir la delincuencia era la falta de dinero y recibían un aumento de presupuesto, el Ministerio del Interior destinó varios miles de soles para contratar a un numeroso grupo de personas para que manejen sus redes sociales.

Para el mes de septiembre del año pasado, el entonces ministro del Interior, Juan José Santiváñez, ingresaba al Congreso con la tarea de sustentar el aumento de presupuesto para su ministerio en 2025. En aquella oportunidad, Santiváñez recibió el respaldo de los parlamentarios que escucharon sus planes para los más de doce mil millones de soles que tendría a su disposición y que representaban un incremento de más del 8% con respecto al presupuesto del 2024.

En los primeros meses del 2025, los planes para combatir la delincuencia no parecían estar dando los resultados que el ministro había prometido durante su exposición ante el Legislativo. Sin embargo, quienes todavía defendían la labor del ministro Santiváñez, como era el caso del alcalde Rafael López Aliaga, señalaban que la razón por la cual no se veían resultados positivos en la lucha contra la criminalidad era la falta de dinero.

Sudaca revisó el uso que el Ministerio del Interior le ha dado al presupuesto recibido y se ha podido encontrar una larga lista de gastos que, hasta para el menos conocedor del manejo de ministerios, estarían representando lo que se podría calificar como gastos innecesarios y un despilfarro del dinero que les asignaron.

VIVIR PARA LAS REDES

El uso de las redes sociales para mostrar una vida idealizada aunque irreal es un fenómeno que se ha vuelto común entre adolescentes y jóvenes durante la última década. No obstante, también parece que se ha vuelto una costumbre en el Ministerio del Interior y, en este caso, está teniendo un costo económico bastante alto.

El ministerio encargado de velar por la seguridad de los peruanos, tarea en la cual viene fracasando de forma rotunda, inició el 2025 destinando dieciocho mil soles para la edición del contenido que publican en redes sociales en una orden de servicio a nombre de  Jossé Jesús Alvarado Maguiña, quien en 2024 también había recibido veinte mil soles por este trabajo.

Cristian Rebosio

Dieciocho mil soles puede parecer una suma más que suficiente para el contenido en redes sociales de un ministerio. Pero en el Ministerio del Interior parece que con eso no alcanza. Por ello, este año le pagaron a Christopher Ríos Chinga quince mil soles por el servicio de gestor de contenidos para las redes sociales. Por este trabajo, el monto acumulado entre este año y el anterior supera los cincuenta mil soles.

Los influencers del Ministerio del Interior

DONDE TRABAJAN DOS, TRABAJAN TRES

Pagar estos salarios de dieciocho mil y quince mil soles en el mes de enero a más de uno le parecería un gasto muy elevado si se tiene en cuenta que el Ministerio del Interior venía perdiendo la lucha contra la delincuencia y, por lo tanto, no había logros para presumir. Sin embargo, la gestión de Santiváñez no tuvo mejor idea que contratar a una tercera persona para las redes sociales.

También en el mes de enero de este año, el Ministerio del Interior contrató a Christian Andrés Domínguez Samames por un sueldo de más de dieciséis mil soles para que se encargue de ser el editor de productos comunicacionales para las redes sociales. Entre 2024 y 2025, Domínguez recibió S/ 49,500 soles por esta labor.

Cristian Rebosio

Increíblemente, mientras miles de peruanos emprendedores se veían obligados a pagar elevados montos a bandas de extorsionadores y otros incluso debían cerrar sus negocios a cambio de preservar sus vidas, el ministerio encabezado por Juan José Santiváñez invertía doce mil soles por un servicio de creador de contenido. 

Annete Gabriela León Cárdenas se convertía en la cuarta persona contratada por el Ministerio del Interior para dedicarse a las redes sociales. La suma de los montos que recibió por este trabajo entre enero de este año y los últimos meses del 2024 acumulan un total de treinta mil soles.

Cristian Rebosio

En este equipo dedicado a las redes sociales figura un quinto nombre. Chris Brian Edwin Cielo Lara venía siendo el encargado desde 2021 de elaborar campañas y estrategias para las redes sociales de este ministerio así como para análisis de estas redes sociales. El monto destinado a esta tarea tan sólo en 2025 alcanza los veintiún mil soles y el año pasado superó los ochenta mil soles. 

Cristian Rebosio

Esta inversión, además de parecer inoportuna y excesivamente costosa, no estaría dando los resultados que se esperaban. En la cuenta de Tiktok del Ministerio del Interior se puede observar que son muchos los videos que ni alcanzan las diez mil visualizaciones.

Cristian Rebosio

LOS TEMAS QUE IMPORTAN

En contraste, para puestos mucho más relevantes en la lucha contra la delincuencia, el Ministerio del Interior parece no poner demasiado esfuerzo al momento de seleccionar personal. Un ejemplo de ello se pudo ver en las últimas semanas cuando se anunció que el nuevo integrante del equipo técnico del ministerio sería José Luis Gil Becerra, un exintegrante del GEIN que en redes sociales se muestra como un fiel creyente de diversas teorías conspirativas.

Cristian Rebosio

Pero, además, Gil Becerra fue sancionado en 2023 por haber aprovechado su cargo en la Dirección General de Inteligencia del Ministerio del Interior para que su esposa e hijo tengan chofer y seguridad a su disposición. 

Cristian Rebosio

A ello se le suma que, a inicios de este mes, Sudaca publicó el informe titulado EL GOBIERNO DE LA VANIDAD en el cual se detallaban los contratos por más setecientos mil soles que la propia Presidencia del Consejo de Ministros había asumido durante los últimos meses por servicios de retoques de fotografías y manejo de redes sociales.

El Ministerio del Interior parece haber seguido esa misma política que prioriza la inversión en redes sociales en lo que se podría considerar un desesperado intento por fabricar y difundir en estas plataformas una realidad alterna en la cual sí están ganando la batalla contra la delincuencia, aunque lo cierto que es que cada día son más los sectores afectados por esta crisis mientras en algunos ministerios lucen más preocupados en convertirse en influencers.

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Congreso, Ministerio del Interior, santivañez

[La columna deca(n)dente] Por momentos, el Congreso parece un programa de humor. Hace unos días, el congresista José Cueto, exmilitante de Renovación Popular, nos dejó una perla difícil de superar:

“Y a los amigos transportistas, que los están matando, pónganse láminas antibalas”.

Así, sin rubor ni pausa. El mensaje es claro: el Estado no puede (o no quiere) protegerte, así que hazte cargo tú. La violencia no se combate, se blinda. Y si las balas aumentan, no hay problema: a más balas, más láminas antibalas.

No estamos ante una propuesta de política pública, sino ante una política del sálvese quien pueda. ¿Qué sigue? ¿Cursos de defensa personal en la currícula escolar? ¿Subsidios para chalecos antibalas? ¿Talleres de instalación exprés de láminas antibalas en las combis? ¿Una app del Ministerio de Transportes para ubicar el taller de blindaje más cercano?

Pero Cueto no está solo en esta nueva escuela de la autodefensa ciudadana con responsabilidad compartida. Desde palacio de gobierno, Dina Boluarte se sumó al festival de exoneraciones con otra frase de grueso calibre:

“En dos años y meses del gobierno de la presidenta Boluarte no vamos a poder solucionar lo que no se ha solucionado en más de 20, 30, 40 años. No es responsabilidad de la presidenta Boluarte. No es la responsabilidad solamente de este Ejecutivo”.

Por cierto, hablar en tercera persona debe ser su nueva forma de meditación: “la presidenta Boluarte” por aquí, “la presidenta Boluarte” por allá, como si al repetir su nombre lograra convencernos de que es otra persona, una especie de holograma institucional que flota por encima del país, ajena a las decisiones de su propio gobierno.

Y claro, las culpas, esas sí que tienen pasaporte diplomático. Viajan tranquilamente hacia el pasado: 20, 30, 40 años atrás, donde habita ese ente difuso y siempre útil llamado “los de antes”. Es el culpable universal, anónimo, inatrapable… y muy conveniente.

Traduzcamos libremente su declaración: “El país está mal, pero no es mi culpa. Yo acabo de llegar (hace más de dos años) y vine a mirar, no a resolver”. O sea, no se pongan exigentes: si nadie pudo en décadas, ¿por qué esperar algo de este gobierno? A lo mucho —muy a lo mucho— puede prometer que no lo empeorará. Pero, para desgracia de todos, en los hechos lo ha empeorado… y de forma mortal.

Así se cierra el círculo: el Congreso te sugiere láminas antibalas; el Ejecutivo te dice que no puede hacer milagros; y tú, ciudadano, que apenas intentas ganarte la vida, tienes que invertir en acero, rezar o huir. Porque en este país, si te matan, es problema tuyo. Y si sobrevives, es gracias a tu emprendimiento blindado.

Mientras tanto, los extorsionadores y los sicarios innovan, los ministros declaran y los congresistas “filosofan”. El crimen evoluciona, pero la respuesta oficial es la misma de siempre: el problema viene de atrás. Es decir, ellos están para la foto y las declaraciones sin sentido, no para la solución.

Todo esto no sería tan grave si no fuera tan habitual. Se ha vuelto costumbre escuchar a las autoridades deslindar responsabilidades mientras el crimen organizado se institucionaliza, la impunidad se normaliza y la política se reduce a frases de evasión y cinismo colosal.

Pero no perdamos la esperanza. Algún día, algún día, algún día, otra política de seguridad ciudadana será posible. Por ahora, solo tenemos un consejo: Ponte láminas antibalas. Y, por si acaso, doble capa.

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Congreso, crimen organizado, Dina Boluarte, inseguridad

Por: Rik Ahrdo

Donald Trump es, sin duda, un fenómeno político. Lo bueno —porque algo hay— es que sacudió el sistema. Rompió con la parsimonia de los políticos que viven para sus encuestas, debilitó el poder de los demócratas estilo “Caviares” y puso nerviosos a varios operadores de izquierda con aspiraciones globalistas. En su torbellino populista, algunos gallineros en el Perú se han quedado sin su Soros favorito.

Pero la historia no se detiene en lo bueno. Lo verdaderamente llamativo es lo malo. Enfrentarse a la cultura china, por ejemplo. Recordemos que Trump prometió un muro de casi 3.000 kilómetros en la frontera con México. Una proeza, según él, sin precedentes. Lástima que 25 siglos antes, los chinos ya habían construido una muralla de 21.000 kilómetros —sin drones, sin Caterpillar, sin Twitter—, solo con esfuerzo, piedra y convicción. La Gran Muralla China es patrimonio de la humanidad; el muro de Trump ni siquiera terminó de levantarse.

Y mientras Trump sueña con ladrillos y concreto, el mundo se mueve. China —y con ella el sudeste asiático e India— concentra más del 50% de la población mundial, y por tanto, del consumo. Ignorar ese mercado es como decidir que el océano no existe porque uno vive en el desierto. Pero Trump, aferrado a ideas de otra época, juega a manipular aranceles, a proteger industrias que ya no lideran, y a construir muros mentales frente a una economía global que avanza sin pedir permiso.

La comparación es inevitable. Mientras EE.UU. debate si seguir usando gasolina, en Shanghái ya planean taxis autónomos voladores. Mientras Trump se indigna por las importaciones, China lidera la producción de autos eléctricos, 5G, inteligencia artificial y domina el mercado mundial de paneles solares. El futuro tecnológico ocurre al otro lado del Pacífico, y EE.UU., con su nostalgia industrial, parece mirar más a 1985 que a 2050.

Y lo feo, por supuesto, es Trump mismo. No como persona —eso queda para sus allegados— sino como símbolo. Su estética vulgar, su desprecio por el conocimiento, su obsesión con lo grandilocuente, son el reflejo de una cultura que celebra la chabacanería por encima de la sustancia. No eleva a EE.UU.; lo reduce a él a un personaje de caricatura.

¿Legado?
Lo de Trump será recordado, quizás, como otro intento de construir un muro; esta vez para frenar el siglo XXI. Un muro bajito, de concreto, en un mundo que ya vive en la nube.

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China, Guerra comercial, Trump

La crisis que envuelve a Innova Ambiental, antigua operadora de parte del sistema de disposición final de residuos de Lima, ha llegado a un punto sin retorno. Con la culminación de su contrato con la Municipalidad de Lima y una serie de denuncias ciudadanas acumuladas por años, la empresa se encuentra ahora en el centro de una tormenta política, social y ambiental.

A pesar de haber devuelto las instalaciones que gestionaba y solicitado su exclusión del Registro Autoritativo de Empresas Operadoras ante el Ministerio del Ambiente (MINAM), la sombra de su paso por los rellenos sanitarios sigue generando tensiones. Comunidades cercanas, expertos ambientales y diversas organizaciones civiles han levantado la voz para exigir una investigación profunda y una reestructuración completa del modelo de gestión de residuos sólidos en la capital.

Un contrato que terminó, pero no cerró heridas

En mayo de 2024, Innova Ambiental puso fin oficialmente a sus operaciones en varios centros de disposición de residuos en Lima, marcando la clausura de un vínculo de décadas con la administración municipal. A través de una carta firmada por su gerente general, Marcelo Socoowski Azev, la empresa informó al MINAM sobre su decisión de dar por concluidas sus obligaciones contractuales, solicitando que se actualice el listado de infraestructuras bajo su operación.

Sin embargo, la salida no ha significado una desconexión total. El Ministerio del Ambiente no dio una respuesta formal a la solicitud de Innova, lo que generó incertidumbre sobre quién está asumiendo de facto la gestión técnica y ambiental de estos espacios. Este limbo burocrático es visto por muchos como una estrategia para diluir responsabilidades y desviar la atención de las múltiples denuncias acumuladas durante los años de operación.

Olores insoportables, proliferación de vectores y filtraciones en las napas freáticas son solo algunas de las quejas que se repiten en los testimonios recogidos en campo. Para muchos, la empresa no solo falló en su rol operativo, sino también en su obligación de informar y dialogar con las comunidades directamente afectadas.

Una historia marcada por los excesos

Las cifras, que aún no han sido auditadas de forma independiente, han avivado el debate sobre el uso de los recursos públicos y la falta de fiscalización en un sector clave para la salud pública de la ciudad.

Además, ciertos cambios en la estructura administrativa de la Gerencia de Servicios a la Ciudad de la Municipalidad de Lima han sido interpretados como maniobras para silenciar las voces disidentes dentro del aparato estatal. La salida de funcionarios críticos con el modelo de gestión de Innova ha generado sospechas sobre presuntas alianzas políticas que habrían protegido a la empresa incluso en sus momentos más críticos.

El desafío de recomponer la confianza

El caso de Innova Ambiental revela una problemática más profunda: la fragilidad institucional en la gestión de residuos urbanos en Lima. Más allá del nombre de una empresa o de las acusaciones puntuales, lo que está en juego es la salud de cientos de miles de personas, la protección del ambiente y la confianza en las entidades responsables de garantizar ambos.

La necesidad de un nuevo pacto social sobre cómo gestionar los residuos de una ciudad que genera más de ocho mil toneladas diarias se hace cada vez más urgente. Esto implica no solo mejorar la infraestructura, sino establecer mecanismos reales de fiscalización, acceso a la información y participación comunitaria en las decisiones que afectan su entorno inmediato.

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Innova ambiental, Lima, munilima
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