[La Tana Zurda] En el Perú de nuestros primeros días del año, la indiferencia hacia ciertos artistas y escritores se manifiesta en dos frentes desconcertantes: por un lado, el gobierno de Dina Boluarte; por otro, la actividad cultural del escritor y crítico Mario Pera, quien expresa sus inquietudes a través de un espacio literario y cultural virtual. En ambos casos, la ausencia de reconocimiento hacia figuras clave de nuestra cultura parece no ser producto de la casualidad, sino más bien de una actitud deliberada que pone de manifiesto un desdén por las voces disidentes.
Por un lado, el gobierno ha sido responsable de actos flagrantes de olvido hacia importantes figuras literarias. La exclusión del escritor Nicolás Yerovi del velatorio oficial, bajo el pretexto de “requisitos formales”, es un claro ejemplo. Este escritor, humorista gráfico y crítico corrosivo, quien con sus palabras desmanteló las estructuras del poder, fue ignorado por el Ministerio de Cultura, que, alegando que Yerovi no formaba parte de su catálogo de artistas, negó el homenaje público a una de las figuras más importantes de la cultura nacional. Yerovi, quien falleció el pasado 19 de enero, fue víctima de un desaire que va más allá de un simple error administrativo; es una señal de que aquellos que se muestran críticos del poder, como él, no tienen cabida en un sistema que premia la lealtad y castiga la contraposición.
Por otro lado, el caso de Mario Pera refleja un comportamiento igualmente ominoso, pero de una naturaleza más sutil. En su recuento anual sobre los escritores y artistas fallecidos, Pera cometió la inexplicable omisión de mencionar al poeta y académico José Antonio Mazzotti, quien murió el 5 de septiembre de 2024. Cuando la omisión fue señalada por sus lectores, Pera optó por una excusa vacía y un silencio incómodo, sin aclarar ni rectificar el olvido. Este gesto no solo evidencia una falta de rigor profesional, sino también una invisibilización deliberada que recuerda la actitud del gobierno ante figuras incómodas: no se menciona lo que no conviene.
En la omisión de Pera, al igual que en el desaire del gobierno, hay una coincidencia inquietante: el desprecio por lo que representa la verdadera libertad de pensamiento y expresión. La narrativa que ambos, Pera y el gobierno, promueven, aunque desde ángulos distintos, comparten un trasfondo similar: el intento de minimizar la importancia de aquellos que, con su trabajo y sus ideas, se oponen a la narrativa oficial o hegemónica. A través de la negligencia, el silencio y el olvido, tanto el gobierno como Mario Pera demuestran una clara muestra de desdén hacia la memoria de aquellos que han dejado un legado cultural invaluable.
El maltrato hacia Rafael Dumett y los ganadores del Premio Nacional de Literatura 2024 también se suma a este patrón de indiferencia institucional. A pesar de que el jurado lo reconoció como el mejor novelista del año, Dumett no ha recibido el homenaje público que le corresponde. Su crítica abierta al gobierno, a la que el propio autor y muchos otros han señalado como causa de esta omisión, es un recordatorio más de cómo el poder político prefiere invisibilizar a quienes lo desafían. La falta de fecha para la ceremonia oficial de premiación, que ha dejado al autor, quien reside en los Estados Unidos, sin la posibilidad de organizar su viaje, es solo otro de los actos que evidencian una intencionalidad detrás de la desidia gubernamental.
Así como el gobierno se empeña en dejar de lado las figuras que podrían incomodar su estabilidad, Mario Pera, desde su particular trinchera cultural, opta por borrar la huella de ciertos autores que no se alinean con su visión del mundo. En ambos casos, no solo se trata de un reconocimiento o de un premio que no llega; se trata de una falta de respeto que refleja la imposibilidad de convivir con las críticas y la disidencia en un entorno democrático.
La historia de Yerovi, Dumett, Mazzotti y otros artistas y escritores desatendidos no es solo la historia de un gobierno incapaz de manejar la crítica o de un crítico cultural que se olvida de sus propios deberes. Es la historia de un país que se niega a honrar a quienes, con su trabajo, han contribuido y contribuyen a la construcción de una identidad cultural que no se ajusta a las conveniencias del poder político ni a las afinidades de una élite intelectual que, en lugar de reconocer la diversidad de voces, opta por olvidar deliberadamente a quienes no coinciden con sus propios intereses.
Por ello, los olvidos de Dina Boluarte y Mario Pera no son accidentes. Son señales claras de un modelo que prefiere borrar la historia en lugar de celebrarla en su totalidad. Como ciudadanos y como lectores, debemos recordar que un país que olvida a sus artistas y sus pensadores es un país que se olvida a sí mismo.