[Música Maestro]  Un evento récord

El sábado pasado, 5 de julio, se realizó Back to the beginning -cuyo anuncio celebramos hace unos meses en una columna publicada aquí-, megaconcierto que reunió sobre el escenario, durante diez horas, a ochenta y cinco músicos de distintas etapas y estilos del rock duro y que, según estimaciones conservadoras, fue visto por más de seis millones de personas globalmente, a través del streaming (en el estadio del Aston Villa hubo entre 40 y 42 mil almas). Además, el evento ha recaudado casi 200 millones de dólares para una causa benéfica. Un récord en todos los sentidos.

Medios y redes sociales explotaron con cientos de fotos y videos que dejaron en claro su impacto. Mientras aquí, en el Perú, nos andamos fijando en los intrascendentes encontrones furtivos entre dos personas sin mayor brillo ni importancia, el mundo se rindió ante esta masiva muestra de respeto hacia una banda que cambió la cara de la música popular anglosajona, cuyo influjo se siente aun hoy, cinco décadas después de ser escuchado por primera vez.

En esa maratón que fue, ahora sí, la despedida definitiva de Black Sabbath -no como la del 2017, sin Bill Ward-, los reflectores se centraron en la fortaleza de espíritu de un ser humano de 76 años que ha exigido a su organismo hasta el límite, lo cual desenfocó un poco el show, pues Ozzy Osbourne es solo uno de los cuatro integrantes del grupo que, con toda justicia, es reconocido como punto de partida de lo que hoy conocemos como heavy metal, hard-rock y derivados.

En la práctica sí fue un tributo al cuarteto. La frase de James Hetfield –“sin Sabbath no habría existido Metallica, ¡gracias por darnos un propósito en la vida!”- no deja dudas de ello. Pero, debido a la atención especial recibida por Ozzy a causa de su evidente deterioro físico, por momentos parecía el único homenajeado. Esto, por supuesto, no restó calidad al concierto en sí mismo, como revisaremos más adelante. De hecho, en la prensa especializada ya lo están catalogando como un hito en la historia cultural británica. Pero sí relegó innecesariamente a los otros tres integrantes, casi como si su papel solo estuviera limitado a acompañar a Ozzy en “su último soplido”.

Tony, Geezer y Bill: El sonido Black Sabbath

Los cincuenta segundos iniciales de N.I.B. (Black Sabbath, 1970) anticipan todo lo que vino después en términos de destreza, potencia, distorsión y libertad en la ejecución del bajo. Verdaderos monstruos como Geddy Lee (Rush), Steve Harris (Iron Maiden), Les Claypool (Primus) o Justin Chancellor (Tool) se inspiraron en Geezer Butler (76) para desarrollar sus propios estilos. ¿Cómo no pensar, después de escuchar la intro de N.I.B., en (Anesthesia) Pulling teeth, el instrumental que escribió y grabó Cliff Burton para el álbum debut de Metallica (Kill’em all, 1983)?

Por su parte, Bill Ward (77) es la definición de lo que debe ser un baterista de heavy metal. Salvaje y desmedido -en apariencia, en energía- pero, a la vez, capaz de sostener ritmos con técnicas aprendidas desde la sofisticación del jazz. Junto con Ian Paice (Deep Purple) y John Bonham (Led Zeppelin), Ward representa esa combinación de sutileza y agresividad que es tan difícil de percibir para quienes creen que el metal es “solo ruido”. Con sus furibundos ataques en War pigs (Paranoid, 1970), Sabbath bloody Sabbath (Sabbath bloody Sabbath, 1973) o Children of the grave (Master of reality, 1971), Ward escribió un capítulo de lectura obligada para todas las siguientes generaciones de bateristas.

Sobre Tony Iommi (77) se ha escrito mucho y, aun así, nada parece suficiente para agradecer ese desfogue emocional que sobreviene al oír/ver sus electrizantes solos y pesadísimos riffs. Sólido como una roca, el señor de las cruces invertidas y el toque zurdo con prótesis en dos dedos, siempre de negro, sin disfuerzos ni estiramientos acrobáticos, inventó todas esas atmósferas pesadillescas desde su Gibson SG. Como único miembro estable de Black Sabbath, Iommi fue quien los mantuvo vigentes aun en sus tiempos más difíciles -con integrantes que entraban y salían, con pérdidas irreparables, con otras modas dominando las preferencias del público-, una figura fundamental del rock como fenómeno cultural.

Sin desmerecer su papel dentro de la etapa 1968-1978 de Black Sabbath, Ozzy Osbourne fue, más que protagonista, una pieza importante de ese engranaje forjado por los cuatro en pobres garages de su barrio en Birmingham. Su voz angustiada, alta pero no necesariamente aguda, aportó el carisma atemorizante que necesitaba el grupo y sus tritonos del mal. Además, conformó junto con Geezer una fábrica de letras que pasaban del ocultismo a la esquizofrenia sazonadas con sus adicciones en común, las cuales aportaban una galería auténtica, sincera, de alucinaciones y metáforas fantasmagóricas.

Ozzy Osbourne: Sobreviviente de sí mismo

En el documental God bless Ozzy Osbourne (2011) lo vemos, poco después de cumplir 60 años, sorprendiéndose de haber alcanzado esa edad. “¡Jamás pensé que llegaría siquiera a los 40…!” dice, con esa forma de hablar que es mitad acento brummie -apelativo que reciben los nacidos en Birmingham, ciudad meridional de Inglaterra- y mitad pérdida de sinapsis ocasionada por años de indiscriminado y excesivo consumo de todo lo que nos podamos imaginar, durante la mayor parte de su vida adulta.

Los amantes del hard-rock y el heavy metal tenemos a Ozzy Osbourne en un altar, es el incuestionable “Príncipe de la Oscuridad”. Por su trascendencia como cantante original de Black Sabbath, por supuesto. Pero también por todo lo que grabó como solista, especialmente entre 1980 y 1995 -aunque discos como Down to earth (2001), Ordinary man o Patient number 9 (2020 y 2022, respectivamente), no le quedaron nada mal-. Y por los miles de conciertos que ofreció, durante todo el tiempo en que pudo mantenerse en pie. Pero también sabemos que, lejos de fanatismos, es un personaje descontrolado y peligroso, para sí mismo y sus seres queridos. John Michael Osbourne parecía destinado a morir joven.

Su infancia y adolescencia fueron, por decir lo menos, difícil. Y lo mismo aplica para sus compañeros Tony, Geezer y Bill. En sus testimonios personales, la palabra que más aparece es “pobreza”. Sin trabajo y sin futuro, la música -el rock- los rescató y convirtió en celebridades. Cuando sus dos primeros álbumes triunfaron, en 1970, superaban apenas los veinte años, eran “unos niños” con acceso a todos aquellos lujos que jamás soñaron tener: vuelos privados, limosinas, fiestas que duraban días enteros, adulación desmedida, miles de dólares en sus cuentas bancarias y bolsillos. Con todo ello llegaron los vicios.

Ozzy Osbourne tuvo, además, serios problemas de aprendizaje y conducta. Era disléxico. Sufrió de bullying en la escuela y se volvió un “chico problema”. Pasó una temporada en prisión, antes de unirse a los otros tres para formar The Polka Tulk Blues Band, su primer nombre colectivo. Luego, ya como Earth, Iommi solía reprenderlo por sus actitudes bufonescas, con las que escondía su profunda baja autoestima. “Después que se fue de Black Sabbath, lloramos toda una semana” dijo Geezer alguna vez. Tony, más lacónico, confesó “haberse sentido mal por su amigo”, mientras que Bill “jamás se perdonó haber tenido que decirle la decisión final del grupo”.

El diario de un demente

La carrera solista de Ozzy Osbourne fue, tanto en términos de exposición pública, éxito comercial y crítica especializada, mucho más visible que la de sus ex compañeros. Y, en forma proporcionalmente opuesta, también lo fue su deterioro físico. No es que Geezer, Bill y Tony no hayan sufrido por sus propios excesos, sino que en el caso de Ozzy las consecuencias lo pusieron al borde de la muerte en más de una ocasión. Mientras más dinero hacía, más se hundía en la decadencia personal debido a episodios interminables de intoxicación, depresiones y una permanente actitud autodestructiva que arrastró también a sus hijos y colaboradores más cercanos.

Todos conocemos, más o menos, algunos de los hechos más sorprendentes de una trayectoria que podría haber terminado en cualquier momento: las montañas de cocaína, el incidente en que arrancó de un mordisco la cabeza de una paloma, la sobre exposición de su caótica vida familiar en un reality, la vez que quiso estrangular a su esposa. Pero esas son solo pinceladas menores de una vida marcada por dos extremos aparentemente opuestos. Por un lado, la sociopatía y, por el otro, la fortuna económica.

Musicalmente, Ozzy renació gracias a la intervención de Sharon, su manager y posterior esposa, quien lo empujó a reinventarse tras haber sido expulsado de la banda en 1979. Sus dos primeros discos, Blizzard of Ozz (1980) y Diary of a madman (1981), sirvieron de base para la consolidación del heavy metal en esa década y su estatus de leyenda del rock clásico inspiró a toda una nueva camada de grupos que lo veían como un padrino. En ese momento, la desgracia tocó a su puerta de manera devastadora para una psiquis tan frágil y desconectada como la suya.

Su guitarrista, Randy Rhoads, a quien quería como un hermano menor, falleció trágicamente en marzo de 1982 a los 25 años, sumiéndolo de nuevo en un torbellino de depresiones y drogas duras. Abundan las historias que van de lo extravagante/gracioso a lo grotesco/criminal, contadas por quienes salieron de gira con Ozzy, pasajes enteros de una vida que él mismo no recuerda. Con todo ese desmadre personal encima, se las arregló para seguir haciendo discos y conciertos, encabezar el Ozzfest (1998-2018) y reunirse con sus amigotes de Black Sabbath hasta en cuatro ocasiones, en 1985 -para una histórica aparición en el Live Aid-, 1998, 2013 y 2017.

Paralelamente, en el 2002, Ozzy decidió mostrar su decadencia personal y familiar en televisión. The Osbournes fue, durante cuatro temporadas, uno de los programas de MTV más sintonizados a nivel mundial, en que las peores miserias humanas posibles se desarrollaban al interior de una mansión de lujo. Tras ser diagnosticado con Parkinson el año 2019, la enfermedad comenzó a mermar sus capacidades para movilizarse y hablar de una forma que no había experimentado en ninguna de sus crisis previas. Sin embargo, siguió hasta el 2022, en que anunció su retiro definitivo.

Back to the beginning, el concierto

Lo que se vivió el pasado 5 de julio fue una verdadera fiesta para el metal. Las graderías y campo del estadio del Aston Villa estuvieron a tope, en un concierto que agotó sus entradas en tiempo récord, con asistentes de todas partes del mundo. La organización parece haber sido impecable, gracias a la férrea supervisión de Sharon Osbourne y a la meticulosidad y experiencia de Live Nation, empresa organizadora desde el 2019 de masivos festivales como Download y Bonnaroo.

Su principal ejecutivo, Andy Copping, comentó que Back to the beginning era “el Live Aid del metal”. Esto porque, además de ser la despedida de Black Sabbath en su tierra natal, toda la taquilla, tanto de entradas como del sistema pay-per-view, se destinará a tres instituciones dedicadas al cuidado de niños huérfanos, en situaciones vulnerables, así como al desarrollo de terapias y curas para el Parkinson.

La lista de invitados incluyó a pesos pesados del thrash como Metallica, Slayer y Anthrax; iconos del grunge y el metal noventero como Alice In Chains, Pantera o Lamb Of God; bandas del siglo XXI como Mastodon o Gojira; y hasta Guns ‘N Roses. Asimismo, los históricos Ronnie Wood (The Rolling Stones), K. K. Downing (Judas Priest), Steven Tyler (Aerosmith) y Sammy Hagar (Van Halen), los guitarristas Nuno Bettencourt (Extreme) y Vernon Reid (Living Colour), el cantante Billy Corgan (The Smashing Pumpkins) o el bajista David Ellefson (Megadeth), todos bajo la dirección musical del guitarrista de Rage Against The Machine, Tom Morello.

Estuvieron también ex integrantes de las bandas de Ozzy Osbourne, como el bajista cubano-norteamericano Rudy Sarzo, los guitarristas Zakk Wylde y Jake E. Lee -una de las apariciones más celebradas por el público, tras haber sido víctima de un intento de homicidio el año pasado-, los bateristas Mike Bordin y Tommy Clufetos; y el hijo de Rick Wakeman, Adam, quien acompaña al “Príncipe de la Oscuridad” desde el 2010, como tecladista.

Sin embargo, Back to the beginning también tuvo algunos deslices y carencias. El tiempo del que dispusieron las bandas fue bastante desigual. Anthrax, por ejemplo, solo tocó dos canciones mientras que Guns ‘N Roses, Slayer y Metallica, tuvieron espacio para hacer hasta seis temas cada uno. Se sintió la falta de homenajes individuales a Tony y Geezer. Y la “batalla de baterías” entre Danny Carey (Tool), Chad Smith (Red Hot Chili Peppers) y Travis Barker (Blink-182) fue más un ejercicio de autoindulgencias que un tributo a la influencia de Bill Ward en sus respectivas carreras.

Hubiera sido genial ver a músicos como el vocalista Tony Martin o el baterista Vinny Appice, presentes en otras épocas de Black Sabbath. O que Brian May, en lugar de estar en una de las tribunas, hubiese compartido unos cuantos solos con su gran amigo Tony Iommi. La ausencia de Judas Priest quienes, además, son también de Birmingham, suena incomprensible pero tiene una explicación: Rob Halford y los suyos estuvieron, ese mismo día, en el concierto de Scorpions por sus 60 años, en la ciudad alemana de Hannover, a mil kilómetros del Aston Villa Park, aunque algunos medios virtuales aseguran que Sharon los desembarcó porque querían cobrar por su participación.

Jack Black apareció en un video, liderando una banda conformada por los talentosos hijos de Tom Morello, Scott Ian y otros. Quizás habría sido más apropiado que el actor y comediante -famoso por su fanatismo por el metal, como también lo demostró otro conocido actor, el hawaiiano Jason Momoa, quien fue el maestro de ceremonias incluso se metió al pogo que armó Pantera- hubiera ensayado con esos brillantes jovencitos un tema de los homenajeados. Y no porque la versión de Mr. Crowley les haya quedado mal, sino porque ya había hecho lo mismo el año pasado, cuando Ozzy Osbourne fue introducido por segunda vez en el Rock And Roll Hall Of Fame, por su discografía en solitario. La primera había sido en el 2006, como integrante de Black Sabbath.

Finalmente, la aparición de Ozzy fue muy significativa y viene siendo elogiada por todas partes, pero tuvo también algo (mucho) de triste. Una figura como la suya que, en su momento, desbordó vitalidad y energía -aunque estuviera destruido por dentro- no merecía ser exhibida en lo que es de lejos su peor momento físico, aunque se haya tratado de una decisión personal. Logró cantar, a duras penas, las cinco primeras, clásicas de su etapa solista. Pero, cuando llegó el final junto a Black Sabbath, sus limitaciones vocales no estuvieron a la altura de los otros tres, dejando sentimientos encontrados de admiración por su inquebrantable voluntad y lástima por su estado de salud.

Por todo eso, Back to the beginning se inscribe en la historia de espectáculos masivos como uno de los más importantes, como lo fueron Woodstock (1969), Live Aid (1985) -y su segunda parte Live 8 (2005)- o el tributo a Freddie Mercury (1992).

[MIGRANTE AL PASO] Insomnio. Ya han pasado unos meses desde que no dormía una noche. Es algo que viene y va, como una visita inoportuna que nunca avisa cuándo llega ni cuándo se va. En el silencio, con un juego de zombies en la pantalla, como de fondo y a la vez la única luz que ilumina el cenicero y la laptop donde escribo. Todo lo demás, oscuridad. Muchos romantizan el insomnio, pero la verdad es que ahorita estoy a dieta y me muero de hambre. Por mi cabeza solo pasan ideas tentadoras como ir al grifo por un hot dog, es lo único abierto a estas horas. Pensé también en galletas, tal vez algo dulce, pero el grifo no tiene muchas opciones. Este juego es el mismo que jugaba hace 15 años, solo que sacaron una versión remake y cómo no jugarlo. Un viaje al pasado, escribir y una noche larga; no se me ocurre mejor combinación. Tal vez la de un hot dog con mostaza, papas al hilo y una buena Coca Cola helada. Que te guste escribir y comer, eso sí es una mala combinación. Sentado, horas, con mala postura: tal vez una de las maldiciones de escribir. ¿Quién sabe?

¿Qué pensar? Es mejor no hacerlo mucho. Recomendación de alguien experto en dormir poco y a la vez mucho. Me estoy yendo a ver a Oasis, la bíblica banda británica (algunos entenderán la referencia) de los 90. Le dieron la espalda a la moda grunge de Estados Unidos que hablaba de depresión, tristeza y de suicidio. Ellos cantaban himnos de estadio. Live Forever es una de sus canciones icónicas. “They all write bollocks, y’know what I mean, they’re all in pain. Well, my fucking ears are in pain hearing your fucking voice, you twat.” Comentaba Liam Gallagher, uno de los hermanos problemáticos, los rockstars de Manchester. Hace unos años, el otro hermano comentó que dejen de hablar mucho sobre activismo en conciertos, que donen plata y se callen, resumiendo vagamente. Fue criticado. Entré en el dilema de si el arte debe ser político, muchos aseguran fervientemente que tiene que serlo para ser arte. Me parece exagerado, hay arte bueno con o sin política; pienso. A veces solo quiero escribir una escena y nada más.

Hace un rato, antes de escribir este texto, llenaba una hoja de palabras. Un niño que obtuvo la capacidad de hacer magia a cambio de no poder caminar, un guerrero guardaespaldas lo cargaba por todos lados a modo caballito, un padre que lo detestaba por echarle la culpa de la muerte de su esposa, y las aventuras que le esperan al pequeño y su guardaespaldas de pocas palabras. Estas ideas rondaban por el papel. No sé si terminaré la historia o la dejaré de lado, pero sí sé que esa historia no hace referencia a ninguna problemática política actual. Siempre hay problemas humanos, eso es inevitable, pero si es político o no; la verdad no lo sé. Recuerdo cuando le hicieron una pequeña pregunta muy general sobre política a Jaime Bayly. Lo que recuerdo es que dijo que en el aspecto político no se encuentra lo bello de la vida. Tiene sentido, basta con ver a la gente que está involucrada para salir corriendo. Nadie quiere estar metido ahí. Para mí sería desastroso. Me costaría demasiado fingir interés por ciertas causas solo por quedar bien.

En fin, han pasado unas horas y sigo despierto. Recuerdo cuando me pasaba de niño y disfrutaba más de no dormir. Es más silencioso, como comenté, pero ahora se escuchan gritos, bocinas, ambulancias, desde lo lejos. Como si la ciudad se hubiera vuelto más caótica; o, tal vez soy yo quien se ha vuelto más caótico. Pero ya no es como antes, que disfrutaba de películas hasta el amanecer o me creía historias de magia y terror que hacían de mis noches algo mágico. Ahora pienso más que nada en comida, recuerdos o cómo solucionar problemas de la vida cotidiana. A veces me detengo a mirar el techo durante varios minutos sin pensar en nada en concreto. Se siente todo aburrido, como si las horas fueran más lentas, pero los días más cortos. Este tipo de contradicciones sin sentido son las que ahora ocupan el espacio de mi insomnio, cuando antes era paz o diversión.

Pero ya aprendí que es un buen indicador de qué estoy haciendo con mi vida en el momento. Mientras más placentero el insomnio, es porque mejor la estoy pasando, y lo mismo sucede al revés. ¿Qué hago para escapar del letargo? Justamente, escribir sobre cosas que no son políticas. Ya tengo suficiente con ver las noticias cada vez más trágicas de lo que ocurre en el mundo. Y no quiero pasar estas horas solitarias en eso, prefiero escaparme entre fantasías y misterios.

 

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Tras el “Nuevo Orden Mundial” impuesto por George Bush padre, que se erigió luego de la paradigmática caída del muro de Berlín en 1989, asistimos a una década democrática que hasta Jürgen Habermas celebró en su “Más Allá del Estado Nacional”. Para el filósofo alemán, los tiempos de la nación y del nacionalismo habían pasado y recuperábamos, por fin, los del ciudadano y sus derechos.

Al final, la proyección de Habermas no resultó ser más que una ilusión, el nuevo milenio vino para tirarse abajo lo poco que quedó en pie del viejo mundo de la Guerra Fría. Más sencillo, cuando cayó el muro de Berlín no solo se acabó el socialismo real, también se acabó la democracia.

He disertado más de una vez sobre los excesos del progresismo, que comenzaron en Norte América y del que surgieron las teorías decoloniales o poscoloniales -que básicamente dividen a los seres humanos en tribus y atentan en lo fundamental contra la universalidad de los derechos humanos- así como las posturas radicales feministas, que pasaron de la búsqueda de la igualdad a la del hegemonismo a través de praxis políticas tan punibles como la cancelación y el escrache. Es evidente que existen muchas mujeres víctimas del patriarcado, tanto como es evidente que existen cada vez más varones víctimas de un contraataque irracional que, según algunos, ha iniciado ya un irreversible retroceso, ¿será? Luego está la otra cancelación, la del “pasado vergonzoso” y que felizmente encontró en el disclaimer la racionalidad que había perdido absolutamente. No se trata de vandalizar obras de arte que representan personajes que, a los ojos del presente, pudiesen resultar cuestionables, se trata de resignificar el pasado, de obtener una lección de él.

La derecha, la ultraderecha, también lo he dicho, reaccionó de manera análoga a tanta irracionalidad, al punto que he llegado a escuchar de algunos referentes conservadores retomar la teoría terraplanista que niega la redondez del planeta Tierra. Felizmente, el ridículo montaje solo se mantuvo algunos meses en pie. Pero hay más, Si el progresismo pisoteó derechos, el conservadurismo no quiso ser menos, hay que figurárselo, tras una larga tradición autoritaria. Es la guerra: contra el inmigrante, con muros que atraviesan los Estados Unidos de América, contra cualquiera que se ve diferente o habla diferente, o profesa una fe diferente, o tiene un origen diferente y mucho más si se trata de personas LGTBI+.

Es el nacionalismo europeísta encarnado de manera brillante en la cinta francesa “Je Suis Karl” (2021), que narra el drama de una joven cuya familia perece en un atentado terrorista islámico y que se ve atraída por un contemporáneo que milita en un movimiento nacionalista radical cuyas prácticas violentas son análogas y que finalmente se inmola para obtener adeptos. Mientras tanto, el fantasma de Hitler, dando vueltas por Europa, se instala en el parlamento alemán pero también en el de la Unión Europea.

Puerto a tierra, en el Perú la izquierda no se pone de acuerdo para formar una alianza a pocas semanas del cierre del plazo para hacerlo y a mí me gusta relacionar los procesos peruanos con los procesos mundiales. En realidad, han tenido relación desde que Francisco Pizarro ejecutó a Atahualpa un aciago 26 de julio de 1533 en la plaza de Cajamarca. Las izquierdas y derechas de ayer son los progresistas y conservadores de hoy, los nuevos se parecen un poco a los antiguos pero me da la impresión de que, en ambos casos, son rotundamente distintos.

Pero nuestra izquierda no se pone de acuerdo y me parece normal que no lo haga pues la encuentro dividida en tres sectores que tienen muy poco en común. Al primero le llamo “trasnochado” y admito la carga peyorativa que lleva mi definición: contiene atisbos del marxismo-leninismo clásico, al que se le suma una dosis del conservadurismo peruano y más del andino -y lo señalo con el mayor de los respetos- con lo cual adopta sin mayores problemas posturas ofensivamente misóginas y homófobas. A esto se le suma una visión clientelista tradicional de la política que no le hace ascos a la corrupción y el patrimonialismo sino todo lo contrario.

Luego tenemos a nuestra izquierda progresista, que agrupa a los sectores alineados con las agendas culturales que describimos al comienzo de esta nota. Cuando Verónica Mendoza postuló a la presidencia en 2016 ese pudo ser el discurso más moderno y reivindicador de la izquierda. ¿Pero lo será hoy? El mundo está cambiando muy rápido. Escuché recién a Carlos León Moya dirigirse a esa izquierda, de la que él mismo fue parte, y exclamar: ¡Donald Trump ha sido elegido nuevamente, viene corregido y aumentado, no podemos seguir con los mismos discursos! Yo mismo, en una pasada columna, señalé que Trump era el “engendro del progresismo”, con esto quise decir, que los excesos teóricos y de praxis política de dicho progresismo propiciaron la intensa contraofensiva conservadora a la que hoy estamos sometidos. Total, la democracia se murió. Conservadores y progresistas la asesinaron a golpes.

Recientemente se produjo en redes un contrapunto entre dos importantes representantes de nuestra izquierda. El primero, asociado a Nuevo Perú, intentó responsabilizar a Ahora Nación por la falta de unidad en la izquierda, el segundo, vocero de este novel partido, lo retrucó con una bastante sustentada reflexión sobre el actual proceso de alianzas en la izquierda, en virtud de lo que se requiere en las circunstancias presentes.

En simultáneo, el líder ahoranacionista Alfonso López Chau ha escrito recién sobre el flamante acuerdo China-Brasil para construir un ferrocarril hasta Chancay, denuncia que el Perú no haya sido consultado y reclama pensar nuestra política internacional apuntando hacia un liderazgo regional que nos permita emprender la vía del desarrollo. Me llaman la atención esta y otras declaraciones que le he escuchado a López Chau porque los líderes de la izquierda peruana no suelen hablar en estos términos. Los unos se pierden en sus devaneos congresales con sectores de la derecha y los otros siguen viendo al Perú como bandos en disputa y se manifiestan adversos a apuntar en dirección a un tema no menor en las actuales circunstancias: el electorado peruano.

No se trata de imperativos, pero sí de prioridades, y hoy la agenda del desarrollo es prioritaria porque traerá consigo la justicia social y la igualdad de oportunidades, promovidas desde el Estado, a través de sus servicios y políticas, o al menos esa es la lectura de la gran mayoría de los peruanos. Quienes hoy entienden a la izquierda así han logrado comprender lo que pide a gritos la tercera década del siglo XXI.

Cierro. Siempre pensé que la alianza Ahora Nación – Nuevo Perú era “un puente demasiado lejos”, como en la célebre película épica de Richard Attenborough estrenada en 1977 y que contó con un reparto excepcional, desde Laurence Olivier hasta un juvenil Robert Redford. En el Perú de hoy hay tres izquierdas, una trasnochada, una decantada por la agenda progresista que no alcanza a articular un discurso más contemporáneo, y una más alineada con la opción socialdemócrata, con la izquierda democrática que busca el desarrollo y la justicia social, lo que implica también progresismo, pero no a la inversa.

No es un drama que la izquierda no se una, las tres que he reseñado tienen, entre ellas, más diferencias que temas en común. No es un drama limitar tus alianzas a quienes realmente entienden el proyecto de país en el que estas pensando. Y es una absoluta falacia creer que por aliarte con voces que, como diría Phillipe Juttard, “nos vienen del pasado”, y que el país identifica perfectamente bien, se incrementan tus posibilidades de llegar a Palacio de Gobierno.

 

[PIE DERECHO] En un país donde la política equivale al caudillismo (gobierno autoritario y de hombre fuerte), el rencor y el individualismo desenfrenado, la actitud del Partido Popular Cristiano, aunque temporal, de renunciar a su candidatura a favor de las aspiraciones presidenciales del general Roberto Chiabra debe ser bienvenida como una acción sabia, de hecho, como una lección de madurez democrática.

El hecho de que un partido con historia, cuya marca ha logrado sobrevivir al descrédito popular durante décadas, prefiera compartir el escenario antes que lanzarse solo por enésima vez, es prueba de que una colectividad aún puede pensar en el Perú.

Pero una protoalianza no es suficiente. La centroderecha, ese grupo fragmentado y debilitado que fue destruido por los personalismos, debe hacer algo más valiente: para precisar nuestra columna de ayer, debe formar una gran coalición de partidos conjuntos para finales de este mes, el último día en que las alianzas pueden registrarse, y aplazar hasta noviembre, cuando finaliza el plazo para nombrar candidatos, la designación de su abanderado.

En este sentido, todos los partidos tienen interés en el proyecto antes de siquiera acordar quién estará a cargo de él. Un verdadero acto de autosacrificio que, si se materializa, podría convertir un montón de siglas en una opción genuina para gobernar.

Sin primarias —las primarias peruanas son cadáveres muertos al nacer—, una encuesta profesional podría sellar el liderazgo presidencial futuro de la alianza. No es el mejor enfoque, pero es el más justo que tenemos. Eso eliminaría las autoimposiciones mesiánicas, los candidatos por aclamación o patrocinio, y abriría el camino a una decisión mediante la voluntad popular, por muy defectuosa que sea.

La centroderecha tiene una oportunidad histórica de reafirmarse como una alternativa seria. Si no la toma, volverá a ser su propio verdugo. Porque a veces en política, al igual que en la vida, uno tiene que renunciar a algo para ganar otra cosa.

La del estribo: extraordinaria la puesta en escena de La ópera de tres centavos, la sarcástica obra de Bertolt Brecht, que se pone en el Teatro Británico, bajo la dirección de Jean Pierre Gamarra. Va hasta el 20 de julio. Entradas en Joinnus.

Texto: Víctor Mendoza
Fotos: Joge Cerdán

“La meta es crear el mejor traductor del mundo”, nos cuenta Héctor Díaz Gómez, estudiante de Economía PUCP, quien ha sido reconocido como uno de los 10 jóvenes más innovadores del mundo por el programa Magnificent Fellowship 2025. Este es un reconocimiento que se da a jóvenes menores de 25 años que lideran proyectos tecnológicos disruptivos con alto impacto social.

Este galardón lo logró gracias a una plataforma que se enfoca en cerrar brechas en el acceso al conocimiento, especialmente en lenguas originarias y poco representadas en el entorno digital. La aplicación que presentó Héctor es Gaia, una plataforma de código abierto que permite crear traductores automáticos para lenguas indígenas.

Gaia: la meta de crear el mejor traductor del mundo

Plataforma GAIA de Héctor Díaz, uno de los 10 jóvenes más innovadores del mundo

El proyecto que ha llevado a Héctor a ser seleccionado para el Magnificent Fellowship 2025 es Gaia, una plataforma de código abierto que permite a investigadores crear sus propios traductores de lenguas originarias sin necesidad de conocimientos en programación o machine learning. Gaia ya ofrece traducción en nueve lenguas peruanas, como el wampis, matsiguenka, aguaruna, asháninka, shipibo-konibo, achuar y shawi. Asimismo, ofrece la traducción de dos lenguas indígenas de Malasia (iban y dusun), desarrolladas tras su participación en un conversatorio con Wikimedia, organización sin fines de lucro enfocada en proveer la infraestructura esencial para el conocimiento libre.

“Gaia busca convertirse en la infraestructura abierta más robusta del mundo para la creación de traductores de lenguas minorizadas”, afirma Díaz y agrega: “La idea es democratizar el desarrollo lingüístico digital, permitiendo que los propios investigadores o comunidades sean quienes construyan y distribuyan sus traductores”.

Adicionalmente, la plataforma permite compartir fácilmente los traductores creados, ya sea mediante enlaces o integraciones vía API (application programing interface) para sitios web o aplicaciones móviles. Su enfoque es académico, orientado a universidades, investigadores y organizaciones dedicadas a la preservación lingüística.

Héctor Díaz: de Luya Viejo al mundo entero

Originario del distrito de Luya Viejo, en la región Amazonas, Díaz mostró desde muy joven una profunda pasión por la ciencia y la lectura. En 2019, representó al Perú en el Sakura Science High School Program en Japón, una experiencia que despertó en él el deseo de desarrollar soluciones tecnológicas que derriben barreras lingüísticas. Así nació Konlap, su primer proyecto, un motor de búsqueda multilingüe que permite navegar por la web en más de 100 idiomas, incluyendo el quechua y el aimara.

Gracias a Beca 18 del Programa Nacional de Becas y Crédito Educativo (Pronabec), Díaz logró ingresar a la PUCP en 2020 . En noviembre de 2021, inició el desarrollo de Konlap con conocimientos adquiridos de forma autodidacta, especialmente a través del convenio entre Coursera y nuestra Universidad. En apenas dos horas y media, logró crear un prototipo funcional utilizando Python. El nombre «Konlap» rinde homenaje al complejo arqueológico de Kuélap, símbolo de fortaleza y riqueza cultural de su región natal.

El camino para ser uno de los jóvenes más innovadores del mundo: de Konlap a VortiX

Plataforma creada por Hector Gómez, uno de los 10 jóvenes más innovadores del mundo.VortiX permite generar resúmenes confiables de artículos y documentos en español e inglés, con una base de más de 220 millones de documentos académicos. Tiene una suscripción premium de US$ 10 mensuales.

Desde 2021, Héctor Díaz ha trabajado intensamente en el desarrollo de herramientas tecnológicas que promueven el acceso equitativo al conocimiento académico. Su primer proyecto, Konlap, fue un buscador multilingüe que permitía explorar la web en más de 100 idiomas, incluidos el quechua y el aimara. Esta iniciativa evolucionó en VortiX, un motor de búsqueda académica potenciado por inteligencia artificial y modelos de lenguaje (LLM), diseñado para estudiantes e investigadores, que permite generar resúmenes confiables de artículos y documentos en español e inglés, con una base de más de 220 millones de documentos académicos.

Ahora, su trabajo se ha consolidado con Gaia.

Próximos pasos: potenciar Gaia

Gracias al reconocimiento obtenido, Héctor ahora colabora con investigadores de todo el mundo para mejorar la arquitectura de Gaia. En los próximos meses, trabajará con el equipo detrás del Chip SOHU, un procesador especializado desarrollado por la startup estadounidense Etched, diseñado específicamente para ejecutar modelos de inteligencia artificial basados en la arquitectura transformer, como ChatGPT, Gemini o Stable Diffusion 3. Además, ha iniciado conversaciones con inversionistas de Silicon Valley para ampliar el alcance de su trabajo.

Actualmente, su enfoque principal está en potenciar Gaia, aunque también contempla nuevas funcionalidades para VortiX. Su sueño: crear el mejor sistema de traducción automatizada del mundo al servicio de la diversidad lingüística y el acceso universal al conocimiento.

En el Perú, la centroderecha liberal parece haber olvidado una máxima elemental de la política democrática: la unidad es condición indispensable para disputar el poder con alguna posibilidad de éxito. No hay manera —absolutamente ninguna— de que una opción política que se reclama racional, moderna y democrática prospere cuando se presenta al electorado con más de veinte precandidatos, todos convencidos, al parecer, de ser el nuevo Mesías, pero ninguno dispuesto a ceder un centímetro de su vanidad para alcanzar un objetivo mayor: el bien del país.

Esta absurda fragmentación no se debe a una diferencia ideológica insalvable —todos ellos, con matices, comparten una visión común de economía de mercado, respeto por el Estado de derecho y defensa de las libertades individuales—, sino a un infantilismo político que hace imposible cualquier pacto. Como no hay primarias, las conversaciones naufragan en el mismo escollo: ¿quién será el candidato presidencial?

Propongo una salida simple y democrática: la realización de una encuesta nacional ad hoc a fines de noviembre, cuando vence el plazo legal para definir las candidaturas. Esa encuesta, llevada a cabo por una empresa seria, sin manipulación posible, debería ser el árbitro indiscutible. Quien aparezca liderando la intención de voto entre los aspirantes de la centroderecha liberal será el abanderado, y los demás, con hidalguía, deberán sumarse, sin intrigas ni cálculos mezquinos, al esfuerzo colectivo de rescatar al Perú de la decadencia autoritaria y populista en la que se encuentra.

Si no son capaces de unirse siquiera por una encuesta, entonces no merecen gobernar. Y lo que es más grave: serán responsables de entregarle el país, una vez más, a los extremos —ya sea a la derecha bruta y achorada, o a la izquierda oportunista y autoritaria— que han demostrado, cada uno a su modo, su absoluto desprecio por la democracia y el progreso.

 

[PIE DERECHO] En el Perú, una nación en la que la política es frecuentemente una tragicomedia recubierta de mediocridad, el Congreso de la República ha dado un paso más hacia el abismo moral. Acaba de aprobar una ley de amnistía que absolverá de enjuiciamiento y en algunos casos de condena a los oficiales militares y agentes de policía que cometieron crímenes durante el conflicto armado interno de 1980-2000. La amnistía incluye a aquellos mayores de 70 años y también a quienes no tienen sentencia definitiva y en cuyo caso, gracias a artimañas legales, han podido prolongar el juicio, que se abrió por sus actos, indefinidamente.

Lo que esta ley consagra no es justicia, sino impunidad. Estamos hablando de casos de desaparición forzada, ejecuciones extrajudiciales, fosas comunes de mujeres violadas por agentes del estado y campesinos asesinados bajo la suposición infundada de ser terroristas. Amnistiar a quienes cometieron tales atrocidades no solo infringe la letra de la constitución, sino también el alma de la nación.

Sus defensores citan el retraso en el procesamiento de los casos como su razón. ¡Qué ironía! Estos son los mismos retrasos que las defensas de los acusados han fomentado cuidadosamente como un medio de eludir la justicia con la dilación, la ruleta de jurados y la apelación perpetua. Y ahora quieren compensar esa elección con el olvido legal. Esto no se trata de cerrar heridas, sino de negarlas. No es expiación lo que quieren los perpetradores, sino borrado.

Lo más grave es el mensaje: que, en el Perú, es posible torturar, desaparecer, ejecutar civiles y luego, con el paso del tiempo y suficiente presión política, hacerlo desaparecer por decreto. Los asesinados están condenados al olvido y los asesinos exigen ser recordados como patriotas perseguidos.

Con esta ley, el Congreso no exorciza el pasado tanto como lo revictimiza. Ha optado por la cobardía de la amnesia sobre la valentía de la justicia. Y una vez más, ha demostrado que la política peruana no tiene ni memoria ni vergüenza. Se espera por ende que sea inaplicable, por mandato constitucional o por imperativo de las cortes internacionales a las que el Perú está adscrito.

 

[OPINIÓN] La capital del Perú atraviesa una crisis de gestión municipal sin precedentes. La administración de Rafael López Aliaga, en complicidad con las alcaldías distritales de La Molina, San Isidro, Miraflores y Barranco, ha convertido el ejercicio de gobierno en una exhibición de ineptitud. Aquí no hay planificación: solo hay gasto innecesario, inseguridad creciente, enfrentamientos absurdos y un tráfico infernal que no solo destruye el pavimento, sino también el alma del ciudadano.

Hoy me ocuparé en primer lugar de un caso concreto: la avenida Pedro de Osma, en Barranco. Esta elegante vía de apenas cinco cuadras, que alguna vez fue símbolo de arquitectura y tránsito ordenado, se ha transformado en una playa de estacionamiento a cielo abierto. Conecta con la avenida Chorrillos —a la que adherimos solidariamente al caos, aunque no pertenezca al plan de “renovación urbana”— y presenta hoy velocidades que no superan el kilómetro por hora.

No hay presencia policial, no hay coordinación semafórica, no hay cerebro detrás del volante institucional. Y sí: hay tráfico, bocinas, gritos y un desesperado olor a frustración.

La conexión Barranco-Miraflores es otro ejemplo del desgobierno: el puente peatonal interdistrital, que empezó a construirse el 31 de mayo de 2023, todavía no se termina. Más de dos años después, la obra sigue inconclusa, pero ya luce con orgullo los colores del partido del alcalde. Infraestructura pública convertida en valla electoral.

La lógica operativa de la comuna incluye intervenciones viales sin cronograma ni sentido, cierres de calles sin aviso previo a los vecinos, y —como si no fuera suficiente— reparaciones de reparaciones. A ello se suma la proliferación descontrolada de licencias de construcción, que permite a las constructoras cerrar calles según su antojo, operar maquinaria pesada en plena hora punta y tomar la vía pública como si fuera una extensión del proyecto. En medio del desorden, obreros de construcción civil son convertidos en improvisados policías del tránsito, paleta en mano, dirigiendo vehículos sin capacitación ni autoridad, mientras los serenos —también sin competencias— completan el cuadro del absurdo. Las vías alternas colapsan igual o peor. Todo parece diseñado para complicar, para entorpecer, para molestar. Como si hubiera un concurso entre municipios: ”¿Quién jode más al vecino?”

Los ciudadanos, atrapados en este infierno urbano, no solo pierden tiempo. Pierden la paciencia, la fe, el humor. Extrañan con nostalgia las épocas de Luis Bedoya y Alberto Andrade, cuando al menos se podía vivir en Lima sin sentir que el municipio te estaba declarando la guerra.

Porque esta administración no construye ciudad.

La convierte en una prueba de resistencia.

Y con ese mérito auto impuesto, Lima puede al fin aspirar a su título soñado:

Potencia mundial… del despropósito.

[PIE DERECHO] En el Perú de hoy, el centro liberal sobrevive como una especie en peligro, atrapada entre una derecha reaccionaria y una izquierda autoritaria. La atmósfera política es tóxica, no por accidente sino debido a un gobierno terrible que ha convertido la incompetencia en un modo de gobernar y la arbitrariedad en una política de estado. Nada une tanto como el agotamiento, y es este agotamiento el que nutre, día a día, los sentimientos antisistema que recorren el país como un fantasma inquietante.

Bajo estas circunstancias, el espacio para una alternativa sensata, con visión de futuro, económicamente liberal y políticamente democrática no sólo es limitado, sino cada vez más vulnerable. Las buenas intenciones y la inteligencia son insuficientes. Se necesita un acto de valentía: la gran alianza, la firme y honesta unidad de los grupos políticos con sentido común, que saben que el Perú tiene futuro, pero que es más que los pequeños cálculos de cuotas y líderes de capillas.

Esta coalición necesita una línea clara, moral, política y de dirección, un candidato con autoridad y sentido de la inteligencia. No un sociópata que coseche el odio de sus conciudadanos, sino una persona creíble, no un tecnócrata sin alma o un oportunista con palabras vacías, sino alguien que encarne una visión para este país, que no inspire temor u odio, sino entusiasmo por algo, que no intente obtener votos a través de sembrar torrentes de odio, sino alguien que nos entusiasme y a quien podamos atender y distinguir. Y con ellos, un proyecto gubernamental específico, viable, audaz y moderado, un gobierno al servicio de los ciudadanos y no al revés, que fomente la inversión sin renunciar a la equidad, que proteja la democracia sin complejos ni dudas.

De lo contrario, el centro liberal será simplemente la próxima víctima de esta polarización creciente. Será desintegrado por una tormenta que, si no se dirige, arrasará no sólo los márgenes, sino toda esperanza de construir un buen país. La hora llama al coraje, no a la reflexión dubitativa. La historia no espera.

 

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