[Música Maestro] Un evento récord
El sábado pasado, 5 de julio, se realizó Back to the beginning -cuyo anuncio celebramos hace unos meses en una columna publicada aquí-, megaconcierto que reunió sobre el escenario, durante diez horas, a ochenta y cinco músicos de distintas etapas y estilos del rock duro y que, según estimaciones conservadoras, fue visto por más de seis millones de personas globalmente, a través del streaming (en el estadio del Aston Villa hubo entre 40 y 42 mil almas). Además, el evento ha recaudado casi 200 millones de dólares para una causa benéfica. Un récord en todos los sentidos.
Medios y redes sociales explotaron con cientos de fotos y videos que dejaron en claro su impacto. Mientras aquí, en el Perú, nos andamos fijando en los intrascendentes encontrones furtivos entre dos personas sin mayor brillo ni importancia, el mundo se rindió ante esta masiva muestra de respeto hacia una banda que cambió la cara de la música popular anglosajona, cuyo influjo se siente aun hoy, cinco décadas después de ser escuchado por primera vez.
En esa maratón que fue, ahora sí, la despedida definitiva de Black Sabbath -no como la del 2017, sin Bill Ward-, los reflectores se centraron en la fortaleza de espíritu de un ser humano de 76 años que ha exigido a su organismo hasta el límite, lo cual desenfocó un poco el show, pues Ozzy Osbourne es solo uno de los cuatro integrantes del grupo que, con toda justicia, es reconocido como punto de partida de lo que hoy conocemos como heavy metal, hard-rock y derivados.
En la práctica sí fue un tributo al cuarteto. La frase de James Hetfield –“sin Sabbath no habría existido Metallica, ¡gracias por darnos un propósito en la vida!”- no deja dudas de ello. Pero, debido a la atención especial recibida por Ozzy a causa de su evidente deterioro físico, por momentos parecía el único homenajeado. Esto, por supuesto, no restó calidad al concierto en sí mismo, como revisaremos más adelante. De hecho, en la prensa especializada ya lo están catalogando como un hito en la historia cultural británica. Pero sí relegó innecesariamente a los otros tres integrantes, casi como si su papel solo estuviera limitado a acompañar a Ozzy en “su último soplido”.
Tony, Geezer y Bill: El sonido Black Sabbath
Los cincuenta segundos iniciales de N.I.B. (Black Sabbath, 1970) anticipan todo lo que vino después en términos de destreza, potencia, distorsión y libertad en la ejecución del bajo. Verdaderos monstruos como Geddy Lee (Rush), Steve Harris (Iron Maiden), Les Claypool (Primus) o Justin Chancellor (Tool) se inspiraron en Geezer Butler (76) para desarrollar sus propios estilos. ¿Cómo no pensar, después de escuchar la intro de N.I.B., en (Anesthesia) Pulling teeth, el instrumental que escribió y grabó Cliff Burton para el álbum debut de Metallica (Kill’em all, 1983)?
Por su parte, Bill Ward (77) es la definición de lo que debe ser un baterista de heavy metal. Salvaje y desmedido -en apariencia, en energía- pero, a la vez, capaz de sostener ritmos con técnicas aprendidas desde la sofisticación del jazz. Junto con Ian Paice (Deep Purple) y John Bonham (Led Zeppelin), Ward representa esa combinación de sutileza y agresividad que es tan difícil de percibir para quienes creen que el metal es “solo ruido”. Con sus furibundos ataques en War pigs (Paranoid, 1970), Sabbath bloody Sabbath (Sabbath bloody Sabbath, 1973) o Children of the grave (Master of reality, 1971), Ward escribió un capítulo de lectura obligada para todas las siguientes generaciones de bateristas.
Sobre Tony Iommi (77) se ha escrito mucho y, aun así, nada parece suficiente para agradecer ese desfogue emocional que sobreviene al oír/ver sus electrizantes solos y pesadísimos riffs. Sólido como una roca, el señor de las cruces invertidas y el toque zurdo con prótesis en dos dedos, siempre de negro, sin disfuerzos ni estiramientos acrobáticos, inventó todas esas atmósferas pesadillescas desde su Gibson SG. Como único miembro estable de Black Sabbath, Iommi fue quien los mantuvo vigentes aun en sus tiempos más difíciles -con integrantes que entraban y salían, con pérdidas irreparables, con otras modas dominando las preferencias del público-, una figura fundamental del rock como fenómeno cultural.
Sin desmerecer su papel dentro de la etapa 1968-1978 de Black Sabbath, Ozzy Osbourne fue, más que protagonista, una pieza importante de ese engranaje forjado por los cuatro en pobres garages de su barrio en Birmingham. Su voz angustiada, alta pero no necesariamente aguda, aportó el carisma atemorizante que necesitaba el grupo y sus tritonos del mal. Además, conformó junto con Geezer una fábrica de letras que pasaban del ocultismo a la esquizofrenia sazonadas con sus adicciones en común, las cuales aportaban una galería auténtica, sincera, de alucinaciones y metáforas fantasmagóricas.
Ozzy Osbourne: Sobreviviente de sí mismo
En el documental God bless Ozzy Osbourne (2011) lo vemos, poco después de cumplir 60 años, sorprendiéndose de haber alcanzado esa edad. “¡Jamás pensé que llegaría siquiera a los 40…!” dice, con esa forma de hablar que es mitad acento brummie -apelativo que reciben los nacidos en Birmingham, ciudad meridional de Inglaterra- y mitad pérdida de sinapsis ocasionada por años de indiscriminado y excesivo consumo de todo lo que nos podamos imaginar, durante la mayor parte de su vida adulta.
Los amantes del hard-rock y el heavy metal tenemos a Ozzy Osbourne en un altar, es el incuestionable “Príncipe de la Oscuridad”. Por su trascendencia como cantante original de Black Sabbath, por supuesto. Pero también por todo lo que grabó como solista, especialmente entre 1980 y 1995 -aunque discos como Down to earth (2001), Ordinary man o Patient number 9 (2020 y 2022, respectivamente), no le quedaron nada mal-. Y por los miles de conciertos que ofreció, durante todo el tiempo en que pudo mantenerse en pie. Pero también sabemos que, lejos de fanatismos, es un personaje descontrolado y peligroso, para sí mismo y sus seres queridos. John Michael Osbourne parecía destinado a morir joven.
Su infancia y adolescencia fueron, por decir lo menos, difícil. Y lo mismo aplica para sus compañeros Tony, Geezer y Bill. En sus testimonios personales, la palabra que más aparece es “pobreza”. Sin trabajo y sin futuro, la música -el rock- los rescató y convirtió en celebridades. Cuando sus dos primeros álbumes triunfaron, en 1970, superaban apenas los veinte años, eran “unos niños” con acceso a todos aquellos lujos que jamás soñaron tener: vuelos privados, limosinas, fiestas que duraban días enteros, adulación desmedida, miles de dólares en sus cuentas bancarias y bolsillos. Con todo ello llegaron los vicios.
Ozzy Osbourne tuvo, además, serios problemas de aprendizaje y conducta. Era disléxico. Sufrió de bullying en la escuela y se volvió un “chico problema”. Pasó una temporada en prisión, antes de unirse a los otros tres para formar The Polka Tulk Blues Band, su primer nombre colectivo. Luego, ya como Earth, Iommi solía reprenderlo por sus actitudes bufonescas, con las que escondía su profunda baja autoestima. “Después que se fue de Black Sabbath, lloramos toda una semana” dijo Geezer alguna vez. Tony, más lacónico, confesó “haberse sentido mal por su amigo”, mientras que Bill “jamás se perdonó haber tenido que decirle la decisión final del grupo”.
El diario de un demente
La carrera solista de Ozzy Osbourne fue, tanto en términos de exposición pública, éxito comercial y crítica especializada, mucho más visible que la de sus ex compañeros. Y, en forma proporcionalmente opuesta, también lo fue su deterioro físico. No es que Geezer, Bill y Tony no hayan sufrido por sus propios excesos, sino que en el caso de Ozzy las consecuencias lo pusieron al borde de la muerte en más de una ocasión. Mientras más dinero hacía, más se hundía en la decadencia personal debido a episodios interminables de intoxicación, depresiones y una permanente actitud autodestructiva que arrastró también a sus hijos y colaboradores más cercanos.
Todos conocemos, más o menos, algunos de los hechos más sorprendentes de una trayectoria que podría haber terminado en cualquier momento: las montañas de cocaína, el incidente en que arrancó de un mordisco la cabeza de una paloma, la sobre exposición de su caótica vida familiar en un reality, la vez que quiso estrangular a su esposa. Pero esas son solo pinceladas menores de una vida marcada por dos extremos aparentemente opuestos. Por un lado, la sociopatía y, por el otro, la fortuna económica.
Musicalmente, Ozzy renació gracias a la intervención de Sharon, su manager y posterior esposa, quien lo empujó a reinventarse tras haber sido expulsado de la banda en 1979. Sus dos primeros discos, Blizzard of Ozz (1980) y Diary of a madman (1981), sirvieron de base para la consolidación del heavy metal en esa década y su estatus de leyenda del rock clásico inspiró a toda una nueva camada de grupos que lo veían como un padrino. En ese momento, la desgracia tocó a su puerta de manera devastadora para una psiquis tan frágil y desconectada como la suya.
Su guitarrista, Randy Rhoads, a quien quería como un hermano menor, falleció trágicamente en marzo de 1982 a los 25 años, sumiéndolo de nuevo en un torbellino de depresiones y drogas duras. Abundan las historias que van de lo extravagante/gracioso a lo grotesco/criminal, contadas por quienes salieron de gira con Ozzy, pasajes enteros de una vida que él mismo no recuerda. Con todo ese desmadre personal encima, se las arregló para seguir haciendo discos y conciertos, encabezar el Ozzfest (1998-2018) y reunirse con sus amigotes de Black Sabbath hasta en cuatro ocasiones, en 1985 -para una histórica aparición en el Live Aid-, 1998, 2013 y 2017.
Paralelamente, en el 2002, Ozzy decidió mostrar su decadencia personal y familiar en televisión. The Osbournes fue, durante cuatro temporadas, uno de los programas de MTV más sintonizados a nivel mundial, en que las peores miserias humanas posibles se desarrollaban al interior de una mansión de lujo. Tras ser diagnosticado con Parkinson el año 2019, la enfermedad comenzó a mermar sus capacidades para movilizarse y hablar de una forma que no había experimentado en ninguna de sus crisis previas. Sin embargo, siguió hasta el 2022, en que anunció su retiro definitivo.
Back to the beginning, el concierto
Lo que se vivió el pasado 5 de julio fue una verdadera fiesta para el metal. Las graderías y campo del estadio del Aston Villa estuvieron a tope, en un concierto que agotó sus entradas en tiempo récord, con asistentes de todas partes del mundo. La organización parece haber sido impecable, gracias a la férrea supervisión de Sharon Osbourne y a la meticulosidad y experiencia de Live Nation, empresa organizadora desde el 2019 de masivos festivales como Download y Bonnaroo.
Su principal ejecutivo, Andy Copping, comentó que Back to the beginning era “el Live Aid del metal”. Esto porque, además de ser la despedida de Black Sabbath en su tierra natal, toda la taquilla, tanto de entradas como del sistema pay-per-view, se destinará a tres instituciones dedicadas al cuidado de niños huérfanos, en situaciones vulnerables, así como al desarrollo de terapias y curas para el Parkinson.
La lista de invitados incluyó a pesos pesados del thrash como Metallica, Slayer y Anthrax; iconos del grunge y el metal noventero como Alice In Chains, Pantera o Lamb Of God; bandas del siglo XXI como Mastodon o Gojira; y hasta Guns ‘N Roses. Asimismo, los históricos Ronnie Wood (The Rolling Stones), K. K. Downing (Judas Priest), Steven Tyler (Aerosmith) y Sammy Hagar (Van Halen), los guitarristas Nuno Bettencourt (Extreme) y Vernon Reid (Living Colour), el cantante Billy Corgan (The Smashing Pumpkins) o el bajista David Ellefson (Megadeth), todos bajo la dirección musical del guitarrista de Rage Against The Machine, Tom Morello.
Estuvieron también ex integrantes de las bandas de Ozzy Osbourne, como el bajista cubano-norteamericano Rudy Sarzo, los guitarristas Zakk Wylde y Jake E. Lee -una de las apariciones más celebradas por el público, tras haber sido víctima de un intento de homicidio el año pasado-, los bateristas Mike Bordin y Tommy Clufetos; y el hijo de Rick Wakeman, Adam, quien acompaña al “Príncipe de la Oscuridad” desde el 2010, como tecladista.
Sin embargo, Back to the beginning también tuvo algunos deslices y carencias. El tiempo del que dispusieron las bandas fue bastante desigual. Anthrax, por ejemplo, solo tocó dos canciones mientras que Guns ‘N Roses, Slayer y Metallica, tuvieron espacio para hacer hasta seis temas cada uno. Se sintió la falta de homenajes individuales a Tony y Geezer. Y la “batalla de baterías” entre Danny Carey (Tool), Chad Smith (Red Hot Chili Peppers) y Travis Barker (Blink-182) fue más un ejercicio de autoindulgencias que un tributo a la influencia de Bill Ward en sus respectivas carreras.
Hubiera sido genial ver a músicos como el vocalista Tony Martin o el baterista Vinny Appice, presentes en otras épocas de Black Sabbath. O que Brian May, en lugar de estar en una de las tribunas, hubiese compartido unos cuantos solos con su gran amigo Tony Iommi. La ausencia de Judas Priest quienes, además, son también de Birmingham, suena incomprensible pero tiene una explicación: Rob Halford y los suyos estuvieron, ese mismo día, en el concierto de Scorpions por sus 60 años, en la ciudad alemana de Hannover, a mil kilómetros del Aston Villa Park, aunque algunos medios virtuales aseguran que Sharon los desembarcó porque querían cobrar por su participación.
Jack Black apareció en un video, liderando una banda conformada por los talentosos hijos de Tom Morello, Scott Ian y otros. Quizás habría sido más apropiado que el actor y comediante -famoso por su fanatismo por el metal, como también lo demostró otro conocido actor, el hawaiiano Jason Momoa, quien fue el maestro de ceremonias incluso se metió al pogo que armó Pantera- hubiera ensayado con esos brillantes jovencitos un tema de los homenajeados. Y no porque la versión de Mr. Crowley les haya quedado mal, sino porque ya había hecho lo mismo el año pasado, cuando Ozzy Osbourne fue introducido por segunda vez en el Rock And Roll Hall Of Fame, por su discografía en solitario. La primera había sido en el 2006, como integrante de Black Sabbath.
Finalmente, la aparición de Ozzy fue muy significativa y viene siendo elogiada por todas partes, pero tuvo también algo (mucho) de triste. Una figura como la suya que, en su momento, desbordó vitalidad y energía -aunque estuviera destruido por dentro- no merecía ser exhibida en lo que es de lejos su peor momento físico, aunque se haya tratado de una decisión personal. Logró cantar, a duras penas, las cinco primeras, clásicas de su etapa solista. Pero, cuando llegó el final junto a Black Sabbath, sus limitaciones vocales no estuvieron a la altura de los otros tres, dejando sentimientos encontrados de admiración por su inquebrantable voluntad y lástima por su estado de salud.
Por todo eso, Back to the beginning se inscribe en la historia de espectáculos masivos como uno de los más importantes, como lo fueron Woodstock (1969), Live Aid (1985) -y su segunda parte Live 8 (2005)- o el tributo a Freddie Mercury (1992).