Opinión

En la opinión pública, cortesía de La Encerrona, un tema ha emergido, eclipsando debates sobre la recesión económica y la seguridad ciudadana: ¡los relojes lujosos de la presidenta Dina Boluarte! Mientras algunos de sus pares latinoamericanos se afanan por abordar problemas urgentes, nuestra querida presidenta parece más preocupada por lucir los últimos modelos en su muñeca.

Desde los salones del Palacio de Gobierno, las calles de Lima y de otras regiones, la resplandeciente ostentación de estos relojes no pasa desapercibida. En cada comparecencia ante la prensa, un nuevo reloj reluciente aparece en la muñeca de la mandataria. Después de todo, ¿quién necesita hablar sobre la demolición de la institucionalidad democrática cuando puedes quedarte embobado admirando los detalles de sus relojes de pulsera de alta gama?

Se rumorea que la presidenta Boluarte posee un reloj para cada día de la semana, cada uno de los cuales supera al anterior en valor. Los ciudadanos pueden respirar aliviados: su líderesa está perfectamente sincronizada en sus reuniones y en el uso del tiempo, gracias a su vasta colección de relojes de lujo. ¡Qué alivio saber que, mientras el dengue avanza en el país sin mayor control, al menos los relojes de la presidenta funcionan a la perfección!

Es reconfortante saber que, mientras la mayoría de congresistas se esfuerzan por desmontar cuanta reforma les sea posible e instaurar el reino de la ilegalidad, la mandataria dedica su tiempo a cuestiones más trascendentales, como pensar en su outfit relojero. ¿Quién necesita un gabinete ministerial bien preparado cuando puedes tener un estuche rebosante de relojes exclusivos? 

Claro, algunos críticos podrían argumentar que presumir de riqueza en un país marcado por la desigualdad económica y la pobreza es un tanto descabellado y frívolo. Pero, ¿qué importa eso cuando puedes deslumbrar a la población con el brillo de tus accesorios? 

Además, mientras los ciudadanos luchan con las dificultades económicas diarias, la extorsión por parte de grupos criminales, el sicariato y el regreso de las combis “asesinas”, la extravagancia de la presidenta Boluarte solo sirve para resaltar la desconexión entre la “élite” política y los ciudadanos y ciudadanas. O para decirnos que cualquiera puede tener un Rolex, siempre y cuando trabaje lo suficiente para comprárselo, ignorando la realidad de miles de peruanos que viven en la pobreza y la desigualdad.

¡Brindemos por nuestra presidenta y su colección de relojes exclusivos! Porque al final del día, ¿qué importa el bienestar de la ciudadanía si la mandataria luce un Rolex? ¡Salud!

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Democracia, Dina Boluarte, frivolidad, relojes, Rolex

La noche del 29 de septiembre de 2023 falleció en Islay, Perú, el exvicepresidente del Congreso Hernando Guerra García. El político de Fuerza Popular sufrió una descompensación. Su seguro de salud era de los mejores pero la cobertura solo alcanzaba a Lima y algunas capitales regionales. Guerra García, indefenso en una provincia ni tan remota ni tan lejana, se convirtió súbitamente en un peruano de a pie y murió como tal: sin servicios de salud que lo amparen. 

La triste muerte de Nano me ha recordado algunos pasajes de la novela 1984 de Orwell. Aquella distopía transcurre en una sociedad dividida en dos: la vinculada con el Estado, que se beneficia de sus prebendas pero al mismo tiempo es vigilada al milímetro por un omnipotente sistema de inteligencia y reprimida con monstruosas torturas; y el pueblo llano, al que su pobreza e insignificancia sitúan fuera de la esfera del poder. Por ello, la pareja protagonista se refugia en ese ignorado paraje para así respirar un halo de libertad.  

He meditado sobre dos recientes artículos, uno de Alberto Vergara y el otro de Javier Díaz Albertini. Vergara plantea el caos, no hay instituciones, no hay ley, no hay representatividad, vivimos en un sálvese quien pueda. Díaz Albertini añade algo más: a nadie le importa, hemos perdido hasta la empatía. 

En una mirada de corta duración es posible sostener que los últimos años hemos trocado la crisis de la legalidad y del Estado por su absoluta desconexión de la realidad cotidiana. Podría decir más: la coyuntura iniciada en 2016 por el enfrentamiento entre los poderes ejecutivo y legislativo, y el posterior destape de los cuellos blancos demolieron las ruinas sobre las que yacía una bicentenaria república nonata. Este escenario generó una situación inesperada, que algunos interpretan como una transformación estructural y otros como una nueva coyuntura: a los intereses ilícitos, y sus representantes en la política, no les quedó más remedio que mostrarse como tales, de allí el nuevo rostro adolescente de nuestra política y nuestro país, parafraseando a Luis Alberto Sánchez y Carlos Contreras. 

Sin embargo, desde la larga duración me pregunto: ¿hay motivo para sorprenderse? ¿alguna vez instituimos un orden constitucional que funcione como tal? Es posible que ahora estemos aún peor pero cuando Vergara refiere la dicotomía entre crisis y equilibrio crítico no señala el advenimiento de una circunstancia nueva sino un estado de cosas permanente. En el Perú nunca fuimos lo que algunos creen que recientemente dejamos de ser. Enorme oxímoron, salvo que comencemos a preguntarnos cómo se construye una república que nunca existió.

Los trabajos de Cristóbal Aljovín acerca de nuestros inicios republicanos son reveladores: no hubo república, lo que sí hubo fue una anárquica combinación entre la nueva institucionalidad y la praxis cotidiana que permitió la revitalización de la vieja relación casuística colonial entre sociedad y Estado. De esta manera, la percepción del Erario Público como botín y de la función pública como enriquecimiento ilícito anteceden a la fundación política del país. Está en la costumbre hace quinientos años. Por eso, la otra pregunta que se suma a la ecuación es la misma de 1821: ¿cómo se construye una república donde la sociedad es consuetudinariamente antirrepublicana?

Carmen Mc Evoy desentrañó la maquinaria política de Ramón Castilla a mediados del siglo XIX: la presenta como una cadena de dones y contradones. El clientelismo en su máxima expresión, yo te doy, tu me das, y todo sale del Estado, de sus recursos, de sus contribuyentes, del tonto que vive de su trabajo y el vivo que vive del tonto, etc.  El siglo XX fue una feria de exuberantes dictadores civiles y militares, el uno más tórrido que el otro. Todos gobernaron sin la molestia de instituciones que fiscalicen la farra fiscal. Hoy ya contamos con “democracias” sin fiscalización, pero a nadie le importa. 

Al fin y al cabo, quizá las últimas dos décadas sí hayamos construido un nuevo sistema, uno que engrana acabadamente costumbre y política. ¡Al fin terminamos el trabajo! ¡Pensar que tomó 200 años! Hasta 2016 mantuvimos un atisbo de pudor republicano. Ahora que matamos al pudor, solo queda el matrimonio por conveniencia que contrajeron la sociedad y el Estado en el siglo XVI y que se reproduce más vigoroso que nunca. 

¿Todo acabará en un inesperado divorcio? Admirarse de un antiquísimo matrimonio para constatar que sus nocturnos ritos amatorios siguen siendo los mismos de siempre no le sirvió de mucho ni a Mariátegui, ni a Sánchez, ni a todos los que vinieron después. ¿Cómo se rompe una relación tóxica de quinientos años? ¿qué pacto conyugal viene después de la ruptura? Ahora tenemos a Orwell y sus distopías solo que con inteligencia -y respiración- artificial. Si queremos pensar y resolver al Perú -¿no será este otro oxímoron?- la mirada diacrónica es indispensable. 

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Islay, Nano, Nano Guerra García

Como colofón de una columna escrita ayer respecto del inmenso potencial turístico del país, varias personas me enviaron comentarios respecto de uno de los puntos destacados, como era el de la calidad gastronómica del Perú como punto de interés de los visitantes extranjeros.

En ese sentido, hay algunas cosas que, efectivamente, debemos acotar. En cuanto a la calidad de la oferta, es indudable. La cocina criolla tiene suficiente variedad para conquistar los paladares extranjeros, aun cuando algunos platos les resulten hostiles. Mi escalafón personal: primero, la comida arequipeña, luego la limeña, después, cerca, la norteña y, finalmente, la amazónica, que brilla, pero con oferta muy limitada. La comida andina, lamentablemente, no tiene consonancia con la portentosa riqueza cultural de los Andes peruanos.

Es bueno, además, que la oferta no se limite a los restaurantes de alta gama (donde competimos con éxito a nivel mundial), sino que uno halle joyas del buen sabor a precios asequibles e, inclusive, en mercados populares.

Pero la anotación que se me hacía, con razón, se refería a la ausencia en el Perú de buenos restaurantes de comida internacional. Fuera de la comida italiana, china o japonesa, que, en la práctica, dadas las migraciones seculares, son referentes nacionales, no hay, casi, bandejas internacionales.

No hay buenos restaurantes de comida india, árabe, judía, armenia, georgiana, turca, francesa, ni siquiera española (¿dónde ir a comer una buena paella?), para mencionar el tipo de restaurantes que uno encuentra en las principales ciudades del mundo. Sin ir muy lejos, Buenos Aires, Bogotá, México, Sao Paulo y hasta Santiago albergan restaurantes que ofrecen comida internacional. En Lima y el Perú, salvo algunos huariques en Cusco, no se hallan.

Somos muy ombliguistas en nuestro paladar y no nos abrimos a comidas de otros lares. Y ello, claro está, al no haber demanda, se refleja en la casi nula oferta restaurantera que existe al respecto. Y eso desmerece al país como destino gastronómico, colocándolo un nivel por debajo del de otras naciones que sí tienen una vigorosa presencial comercial de lugares gastronómicos diversos.

Nos emocionamos con razón cuando se expone el triunfo de la cocina peruana en el mundo (hay países como Chile donde ya se ha incorporado a la comida de casa), pero no celebramos, como se debiera, la apertura de restaurantes que amplíen el paladar nacional, haciéndolo salir de su zona de confort (hace poco conversaba con un propietario chino de un extraordinario, pero no tan conocido local de la avenida Aviación, y le sorprendía cómo los comensales peruanos suelen pedir siempre lo mismo, lo que representa apenas el 5% de la oferta gastronómica de esa cocina).

Si nos abrimos al mundo gastronómico, mejoraremos la oferta local, destinada hoy a la fusión. Así afirmaremos mejor la calidad del Perú como destino del buen comer.

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Chifa, comida andina, Gastronomía peruana

Nuestro país mantiene la condición de “régimen híbrido” (régimen político donde confluyen rasgos autoritarios con democráticos), según el  Index 2023 elaborado por la Unidad de Inteligencia de The Economist. El 2022 se explicaba por los arrestos golpistas de Castillo. Esta última calificación ya concierne exclusivamente a la gestión de Boluarte.

Pesa mucho en la calificación la respuesta autoritaria del régimen a las protestas de enero del año pasado, pero queda claro que hay un desmadre institucional terrible en el país, que perjudica nuestra calificación. Autoritarismo en el Ejecutivo, mediocridad y corrupción en el Congreso, ineficacia y abusos en el Ministerio Público y el Poder Judicial (véase nomás su creciente irrespeto por la libertad de prensa).

Y de hecho, aunque no figura entre los indicadores que se toman en cuenta, la crisis económica, la corrupción y la inseguridad atentan contra la buena marcha de la democracia porque aniquila la convivencia ciudadana.

La pobreza creciente alienta el despotismo populista de quienes la sufren y la inseguridad es un cáncer terrible. Vivir con miedo es tan dañino como pasar hambre, acaba de escribir Antonio Muñóz Molina en El País. Y cita a Simone Weil cuando señala que “La seguridad es una de las necesidades esenciales del alma”. El Estado, que parece tan fuerte, puede derrumbarse de golpe, y la consecuencia no es la liberación de los oprimidos, sino el triunfo de los poderosos y los criminales, agrega.

Si a ello le sumamos la metástasis corrupta que ha tomado el organismo nacional, se entenderá que en criterios como “funcionamiento del gobierno”, “participación política” y “cultura política” salgamos pésimamente rankeados.

Ya se ha perdido la esperanza de que el gobierno de Boluarte haga algo para revertir la pendiente declinante. Por más que haga dos buenos cambios ministeriales, el maquillaje no basta. Y lo peor es que su medianía alentará la irrupción de candidatos populistas el 2026, más aún si se tiene en cuenta la punible irresponsabilidad de los sectores democráticos para aglomerarse y evitar que el Perú siga la espiral autoritaria de otros regímenes de la región.

La del estribo: dos recomendaciones librescas. Primera, Cómo salir de la crisis política, de la politóloga Milagros Campos. Toca un tema de enorme actualidad y sensible vigencia. Analiza el problema y propone salidas. Segunda, Trilogía, de Jon Fosse, último premio Nobel. Prosa aguda y certera, de aparente sequedad, pero poderosa y rica. Una voz narrativa distinta.

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Boluarte, democracia debil, regimen hibrido

La noticia sorprendió a quienes creíamos que Slayer ya no regresaba más a los escenarios después de aquella gira del año 2019, que terminó con Kerry King despojándose de la icónica y pesada cadena que llevaba siempre colgada del cinturón para despedirse del público levantando los brazos y gritando, en actitud gorilesca, mientras que Tom Araya, con el ceño fruncido, la boca apretada y los pulgares en los bolsillos, le daba la espalda a su compañero (ver la escena aquí). 

Que ambos, fundadores y únicos miembros estables, dejaran esa imagen en su último concierto, creó la sensación de que algo se había quebrado para siempre. Sin embargo, todo cambió el pasado 21 de febrero cuando varias páginas especializadas anunciaron que Slayer, la legendaria banda de thrash metal, ha confirmado su participación en dos festivales a realizarse en septiembre de este año, Louder Than Life y Riot Fest, en las ciudades norteamericanas de Kentucky y Chicago, respectivamente.

King, siempre polémico y lenguaraz, había alborotado los oscuros corrillos metálicos con dos declaraciones explosivas, muy a su estilo, que no anticipaban para nada esto. Primero, reveló que las líneas de bajo de los álbumes más importantes del grupo las había grabado él y no Araya. Y, dos semanas antes del anuncio de retorno, dijo que no hablaba ni cruzaba correos con su amigo de toda la vida desde aquella separación ocurrida hace ya cinco calendarios. Dicho sea de paso, el guitarrista andaba más preocupado en promocionar su primer álbum en solitario, From hell I rise, cuyo lanzamiento se anuncia para la quincena de mayo.

Por su parte, Araya comentó, apenas se viralizó el anuncio: “Nada se compara a los 90 minutos que pasamos tocando en vivo, sobre el escenario, compartiendo esa intensa energía con nuestros fans. Y, para ser honestos, he extrañado mucho eso”. Como sabemos, él fue sometido, en el 2010, a una compleja cirugía para corregir sus vértebras cervicales, dañadas por décadas de azotar ferozmente su cabeza durante sus conciertos, por lo que desde entonces toca y canta casi sin moverse, pero manteniendo, eso sí, su amenazante mirada fija en el público.

¿Qué esperar de este intempestivo giro en la historia del cuarteto formado en California, EE.UU., en 1981? Definitivamente, se trata de un acontecimiento de gran importancia para los seguidores del heavy metal y, sin duda, estas apariciones serán una nueva oportunidad para que el cuarteto interprete en vivo lo mejor de su amplio repertorio. Cada concierto de Slayer, en cualquiera de sus etapas, es garantía de agresividad, buena bulla y catarsis liberadora -pienso, por ejemplo, en el DVD War at The Warfield (2003) o el álbum doble Decade of aggression (1991)- aun cuando ya no sean los mismos veinteañeros rabiosos y descontrolados que parecían no detenerse ante nada, como en aquella participación en el Combat Tour: The ultimate revenge, junto a Exodus y Venom, en 1985. 

Hoy, cuatro décadas después, el asesino de las carátulas infernales, los enloquecidos solos y los gritos aterradores retorna convertido en toda una institución del rock duro que inspiró a músicos del mundo entero para dar origen a vertientes más extremas del metal, como el death o el black. Por todo eso, vale la pena recordar su catálogo y las razones de su ascendencia en uno de los estilos de música popular contemporánea que más lealtades y pasiones despierta.

La música de Slayer no es apta para todos: Una voz que lanza gritos desgarradores, dos guitarras ultra veloces que se cruzan en solos melódica y armónicamente complejos y una batería machacante la hacen imposible de asimilar para el oyente de gustos convencionales. Además, sus letras contienen abiertas blasfemias contra Dios y descripciones explícitas de la violencia y los horrores de la guerra, los métodos de asesinos en serie, la corrupción política global y la maldad que pareciera inherente al ser humano, a juzgar por los crímenes e injusticias que vemos todos los días, aquí en nuestro país (sicarios, extorsionadores, políticos y sus allegados) o a nivel internacional (genocidios, explotaciones, abusos, conspiraciones). Según Araya, uno de los letristas del grupo y ferviente católico, sus temas son deliberados intentos de asustar a la gente, pero que no deben ser tomados muy en serio, aun cuando King y Hanneman -compositores de letra y música- han declarado ser ateos convictos y confesos.

Desde las épocas en que se rumoreaba que el bluesero Robert Johnson (1911-1938) había vendido su alma al demonio para dominar la guitarra hasta los primeros acordes esotéricos de Coven y Black Sabbath a inicios de los setenta, las conexiones entre el rock y lo diabólico eran, básicamente, abstracciones fantasmagóricas inspiradas en la literatura de Edgar Allan Poe (1809-1849) o H. P. Lovecraft (1890-1937); los estudios satánicos de Anton LaVey (1930-1997) o su antecesor, el británico Aleister Crowley (1875-1947, el mismo de la canción de Ozzy Osbourne de 1981); y hasta las películas de Boris Karloff (1887-1969) y Vincent Price (1911-1993). 

Incluso hubo personas que se empeñaron, a finales de los setenta e inicios de los ochenta, en encontrar “mensajes ocultos” en las letras de bandas como los Beatles, Led Zeppelin, Queen o Eagles, manipulando sus grabaciones para escucharlas al revés. Slayer decidió ahorrarles ese trabajo y llevó las cosas a otro nivel. Si bandas como Iron Maiden o Venom fueron las primeras en incluir simbología diabólica en sus letras y carátulas, el cuarteto californiano se alejó de las metáforas para escribir canciones que parecían sacadas del mismísimo averno.

Entre 1983 y 1990 se ubican las bases del prestigio de Slayer, periodo en el que lanzaron seis discos de larga duración y un EP de cuatro canciones -el salvaje Haunting the chapel (1984)- con un sonido tormentoso y agresivo, que puede llegar a ser insoportable, odioso y hasta espeluznante para oídos no entrenados. El debut, Show no mercy (1983), presenta sus primeras influencias ubicables en grupos de la New Wave Of British Heavy Metal (NWOBHM), especialmente Iron Maiden y Judas Priest, notorias en el uso de guitarras dobles y ritmos similares al speed metal, pero con un acercamiento directo a los temas oscuros, sin adornos ni eufemismos. Canciones como The Antichrist, Black magic o Evil has no boundaries son claros ejemplos de ello. De aquel primer disco, brillan con luz propia dos canciones muy recomendables, Crionics y Die by the sword.

Luego siguieron cuatro demoledores lanzamientos, siempre con Rick Rubin en la producción, en las que el grupo definió su posición de dominio en el espectro metalero con un discurso que no dejaba espacio para el humor negro, la moderación o el uso de metáforas sugerentes, como pasaba con muchos de sus colegas. En lugar de ello, las descripciones gráficas de sus letras y carátulas -a cargo del artista plástico Larry Carroll- añadían un franco desinterés por caerles bien a los demás, que daba carácter único a aquellos elementos que sí compartían con sus pares, como velocidad, actitud ruda y desprecio por el establishment y los convencionalismos de la industria musical comercial.

De ellas, destaca su tercer álbum, Reign in blood (1986), considerado junto con Master of puppets (Metallica), Peace sells… But who’s buying? (Megadeth) y Among the living (Anthrax) -todos lanzados el mismo año-, entre los mejores de la historia del thrash metal. Aquí figuran canciones emblemáticas como Postmortem, Raining blood -que, en concierto, termina con una literal lluvia de sangre (falsa, por supuesto)-, Altar of sacrifice y Angel of death, una composición que les trajo mucha polémica debido a las referencias a uno de los personajes más siniestros de la Alemania nazi, Joseph Mengele. Jeff Hanneman, compositor del tema, se defendía diciendo que entendía los malentendidos pero que jamás habría apoyado al nazismo ni sus horrendas prácticas.

Otras canciones de esa época, infaltables en los conciertos de Slayer, son por ejemplo South of heaven, Mandatory suicide (South of heaven, 1988), Hell awaits, At dawn they sleep (Hell awaits, 1985), Dead skin mask, Seasons in the abyss o War ensemble (Seasons in the abyss, 1990). Posteriormente, con la primera salida de Dave Lombardo y el ingreso de Paul Bostaph, el cuarteto lanzó tres discos más: Divine intervention (1994), Undisputed attitude (1996), álbum de covers de bandas punk y hardcore como D.R.I., The Stooges y Pap Smear, grupo que Hanneman tuvo antes de 1981; y Diabolus in musica (1998), considerado su único intento por “adaptarse” a tendencias vigentes como grunge y nu metal), antes de iniciar su tercer periodo, una vuelta al sonido abrasivo, sin concesiones, que los hiciera famosos. 

A esta etapa pertenecen God hates us all (2001, todavía con Bostaph), Christ illusion (2006), que contiene temas como Jihad, Eyes of the insane, que generó más de una incomodidad por su irreverente carátula; World painted blood (2009) y Repentless (2015), los tres últimos con Lombardo de regreso. Desde entonces no han vuelto a grabar nada, aunque sí se mantuvieron en actividad, ya sea en giras propias como la que los trajo al Perú en el 2011 (para hacer un conciertazo en el Estadio de San Marcos) o en festivales como Wacken y Sonisphere, en el que actuaron junto a sus compadres Metallica, Anthrax y Megadeth, en lo que se conoció como el encuentro de los Big Four, los “cuatro grandes del thrash”.

Pero, si sus grabaciones son impactantes, en vivo Slayer posee una contundencia aún mayor. Los gritos y rugidos de Tom Araya expresan enojo, angustia y desesperación, emociones inevitables cuando uno piensa en la corrupción de los barones de la guerra, la política, la empresa privada y la religión. Miles de veces he fantaseado con interrumpir los vacíos discursos de nuestros ignaros, mentirosos y cínicos políticos -de cualquier bancada, de cualquier poder del Estado, de cualquier «color idelógico»- con los segundos iniciales de Angel of death (Reign in blood, 1986) o el coro de Disciple (God hates us all, 2001), reproducidos a todo volumen para no escucharlos más.

El trabajo de guitarras de Kerry King y Jeff Hanneman es virtuoso y “salvajemente caótico”, como lo describe el portal web http://allmusic.com, intercambiando solos y riffs extremadamente rápidos y complejos que representan, según el tema que interpretan, las terribles imágenes creadas por sus letras. Dave Lombardo, por su parte, dispara furibundos bombazos con una técnica y velocidad imposibles de entender -bateristas de bandas de metal extremo como Ken Owen (Carcass), Pete Sandoval (Morbid Angel) o Paul Mazurkiewicz (Cannibal Corpse), lo citan siempre como su principal influencia. Su talento para usar ambos pies y dos bombos -en lugar del pedal doble que usan la mayoría de bateristas para este tipo de música- lo han convertido en una leyenda por derecho propio.

Una de las curiosidades acerca de Slayer es que, en sus inicios, fue una banda multinacional. Tom Araya (62) nació en Chile -su nombre de pila bautismal es Tomás Enrique-, aunque llegó a los Estados Unidos siendo todavía un niño. De hecho, en el 2019 -durante su gira de despedida- el grupo tocó allá y el artista fue convocado por el Congreso Nacional para homenajearlo en Viña del Mar, su lugar exacto de nacimiento. Jeff Hanneman tiene raíces alemanas, por vía paterna. Su padre y abuelo, ligados al ejército germano, despertaron en él la afición por las medallas y la imaginería bélica. Por su parte, Dave Lombardo (59) nació en La Habana (Cuba) y, aunque sus padres emigraron cuando el pequeño David apenas tenía 2 años, no perdió su conexión con el idioma español, que habla perfectamente. Esto deja a Kerry King (59) como el único miembro 100% norteamericano de aquella primera formación del grupo, que se quebraría en el 2013 con la prematura muerte de Hanneman, a los 49 años.

A inicios del 2011, el rubio guitarrista fue diagnosticado con una extraña necrosis en el brazo, tras ser picado por una araña. Esto, desde luego, le impidió seguir tocando, lo cual le causó serios episodios de depresión y alcoholismo. Gary Holt (59), fundador de Exodus, otra importante banda de thrash de la Costa Oeste, ingresó para cubrirlo, en un principio de manera temporal. En abril de ese año, Hanneman se unió a sus compañeros en lo que sería su última aparición en concierto, junto a los Big Four, para tocar South of heaven y Angel of death. Dos años después, en mayo del 2013, se anunció su fallecimiento, ocasionado por una cirrosis crónica, por lo que Holt pasó a ser miembro estable de Slayer. 

Mientras tanto, Dave Lombardo volvió a separarse de Slayer tras la publicación de Repentless (2015), y fue nuevamente reemplazado por Paul Bostaph (60). Con esa misma formación -Araya, King, Holt, Bostaph- Slayer regresa pero solo a los conciertos, pues no parece haber planes de componer nueva música juntos. Aunque, como quedó demostrado con el anuncio de febrero, uno nunca sabe.

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heavy metal, Slayer, Thrash Metal

Abog. Miguel Ángel Ferreyra 

La dictadura apareció en la Roma republicana como una institución de carácter excepcional, mediante la cual se entregaba transitoriamente el poder absoluto a un ciudadano, para salvar a la república de sus enemigos. Una vez alcanzado el objetivo el ciudadano devolvía el poder y regresaba a sus anteriores ocupaciones. La dictadura entonces, en aquellos tiempos plasmaba una ética política y un ideal de civismo en momentos críticos para la supervivencia de la sociedad y del Estado. Aunque el investido como dictador poseía el derecho de vida y muerte sobre sus semejantes, su ejercicio se vinculaba a la clara conciencia de un fin estrictamente necesario para el bien común. Posteriormente, esta figura fue instrumentalizada para el logro de objetivos ajenos a la defensa de la república, y evolucionó hacia la órbita del autoritarismo y tiranía, y durante el siglo XX se consolidó su vinculación con el militarismo, de modo tal que prácticamente casi todas las dictaduras fueron implantadas con la iniciativa y/o apoyo del sector militar. 

En la actualidad encontramos en la política peruana la última fase de evolución de la dictadura. El acoso y ataques a los vocales de la Corte Suprema, a los magistrados del JNE, integrantes de la ONPE y de la JNJ; así como el restablecimiento del senado y la reelección de congresistas a pesar del rechazo del pueblo a dichas medidas, la destrucción del equilibrio de poderes mediante la desactivación de la cuestión de confianza, la renuencia a acatar las resoluciones judiciales que suspenden las medidas congresales por vulneración de derechos y principios constitucionales, la destrucción de la reforma universitaria, la eliminación de las elecciones primarias para la selección de candidatos, la anulación del derecho del pueblo a participar en la vida política mediante el referéndum, etc., demuestran que el Perú se encuentra bajo una dictadura, implantada no por el sector castrense sino por una coalición parlamentaria perniciosa en el Congreso. 

El Congreso pretende que sus decisiones no sean objeto de revisión ni control por el poder judicial, ha desbordado los límites impuestos por la Constitución, aprueba y modifica leyes por su solo arbitrio y sin razón alguna. Ha empleado sus facultades y atribuciones para destruir la separación de poderes y el control político, y someter a las instituciones y entes constitucionales cuya presencia y actuación independiente son cruciales para la preservación y defensa del principio democrático. Estos grupos parlamentarios del Congreso peruano han cometido traición contra la nación peruana y su derecho a vivir en Democracia. 

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Congreso, Constitución, leyes

La derecha cada vez cree menos en la democracia y la izquierda cada vez menos en el mercado, se aprecia en el panorama político peruano. El capitalismo democrático, única vía sostenible de desarrollo, sufre, por ello, en el Perú, de ausencia de representación política

Es lamentable que hallamos llegado a un escenario donde las tendencias radicales autoritarias de ambas orillas ideológicas hayan sido ganadas por el pensamiento disruptivo antiliberal.

Particularmente lamentable es que la izquierda haya involucionado de modo tan acelerado. Si de la derecha hay que lamentar su bukelismo exacerbado (Bukele se ha convertido en su referente máximo), de la izquierda casi nada bueno queda por rescatar.

Su retroceso histórico transita no solo por lo económico, donde se aleja cada vez más de la aceptación de la economía de mercado como lecho rocoso sobre el cual erigir una estrategia redistributiva o social (como vemos en Chile o Uruguay), sino también en lo político.

La desgracia que sufren países como Venezuela (donde acaban de sacar de carrera a la lideresa opositora Corina Machado) o Nicaragua, no merece por parte de nuestra izquierda local ni un oblícuo pronunciamiento. Es sonoro su silencio y pone de manifiesto su debilitado compromiso con las formas democráticas.

Por eso es que subleva que se le esté dejando la cancha libre para ser protagonista en las elecciones del 2026. De un eventual triunfo de la izquierda no queda nada bueno por esperar. Por el contrario, nos asomaríamos a un abismo peor que aquel al que nos condujo el desgraciado régimen de Castillo.

No solo nos asomaríamos al desastre económico, al que las fórmulas estatistas y antimercado conducen, con la consecuente recesión y aumento de la pobreza, sino que veríamos a la democracia en serio riesgo de ser avasallada por el populismo autoritario que nuestra izquierda ve cada vez con mayor simpatía.

La democracia es una pelotudez y el mercado un ente demoníaco. Así se resume lo que plantea la izquierda realmente existente en el Perú. Y esta izquierda, gracias a la defección de la derecha liberal, crece día a día, cosechando el inmenso descontento popular con el orden establecido.

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derecha peruana, izquierda peruana

Es cierto que los discursos autobiográficos han recibido muchos cuestionamientos en relación con su valor referencial. Independientemente de la pertinencia o no de esas observaciones críticas, es casi imposible discutir la fascinación que ejercen géneros como la memoria, la autobiografía o el diario entre muchos lectores. Campo de revelaciones sorprendentes o polémicas, estos géneros descorren el velo que oculta o enmascara la vida pública de un autor. En todo caso, hay textos que tienen ese poder. En el Perú, la aparición de La tentación del fracaso (1992-95), el diario de Julio Ramón Ribeyro o El pez en el agua (1993), las memorias de Vargas Llosa, textos que en su momento despertaron apetencias lectoras y críticas que habría sido difícil provocar de otras maneras. 

En el contexto latinoamericano, una reciente edición de la Universidad Diego Portales, a cargo de Cecilia García Huidobro, nos pone en contacto nuevamente con la escritura autobiográfica. Se trata de los diarios de José Donoso, escritor chileno protagonista del boom latinoamericano y autor de una de sus novelas más emblemáticas: El obsceno pájaro de la noche (1970). Donoso pertenece por derecho propio a ese brillante núcleo de novelistas latinoamericanos y es justo reconocer que, entre ellos, fue el único en recoger su testimonio personal en un libro imprescindible para entender algunos aspectos de la intimidad del movimiento literario: Historia personal del boom (1972). 

Un diario es algo más que un registro de vivencias cotidianas. Los diarios de escritor tienen una amplísima gama temática y son la mayor parte del tiempo un campo de reflexión, de comentario de lecturas, una manera de fijar en el tiempo el proceso mismo de la escritura. En esos elementos radica su valor, pero nada sería igual si estas “fotografías” de la cocina del escritor no vinieran acompañadas de confidencias de diverso calibre que, bien leídas, abonan en favor de un conocimiento más preciso de la personalidad y el temperamento de su creador.

Los dos volúmenes que han aparecido se reparten un arco temporal de treinta años. Diarios tempranos. Donoso in progress. 1950-1965 y Diarios centrales. A season in hell. 1966-1980, este último de reciente publicación, dan cuenta del proceso literario y personal de Donoso. Ambos volúmenes comparten apuntes muy precisos sobre cada novela y el progreso de cada proyecto creativo del escritor. Esta, que sería en apariencia la parte de mayor interés para los lectores, viene acompañada de otra serie de anotaciones en las que Donoso revela su torturada existencia, entre una esposa con problemas de alcoholismo, el vínculo tóxico con su hija y, para no olvidarse de él mismo, una homosexualidad que reprimió con todas sus fuerzas. 

La hija del escritor, Pilar Donoso, publicó en 2010 Correr el tupido velo, basado en una revisión de los diarios de su padre (entonces no conocidos) y otros documentos del archivo paterno que adelantaron, en parte, algunos de los secretos de la vida del autor chileno. A la luz de la aparición del segundo volumen de sus diarios, será muy provechoso leer en paralelo ambos libros, que desde ya nos ofrecen una rica intertextualidad. 

El subtítulo de los llamados “Diarios centrales” no es en modo alguno gratuito. Una temporada en el infierno, como manda el manual de traducción, refleja eso: años de enorme potencia creativa y al mismo tiempo, de profundo pesar existencial, de cuitas, tribulaciones, desdichas y dudas de diverso calibre que transparentaban un temperamento tortuoso, dado al sentimiento de la infelicidad. 

Pero no nos desviemos de lo literario. Hay un pasaje de mucho interés (bueno, hay demasiados diría) que escojo para mostrar un ejemplo del sorprendente contenido de estos diarios. Es una anotación hecha en Zaragoza, el 6 de agosto de 1971 y corresponde a la escritura de Historia personal del boom. En esa entrada se lee: “La idea del boom, como comercial de nuevo, y posible. Algunas ideas afloran, parecen interesantes, pero tengo, sobre todo, que ponerme a trabajar duro para pescar el significado de todo esto que quiero hacer. Incluir, donde sea, mucha anécdota personal. Por desgracia tiene que ser anécdota personal, qué le vamos a hacer” (p.209). Seguidamente, Donoso plantea enumera los temas que irá tratando en este libro, que será finalmente Historia personal del boom. Podríamos deducir que por exigencia editorial le habrían pedido abandonar toda pretensión académica o ensayística y adoptar una mirada más cercana a la crónica. No podría asegurar lo que afirmo, pero fue una buena decisión: Historia personal del boom es un libro entrañable que, comparado al tormento que retrata en sus diarios, nos permite ver a un Donoso liberado de sus fantasmas e incluso feliz. 

Esta es solo una de las muchas sorpresas que el lector irá encontrando en su viaje por estos quince años de vida. Si, como se dice por ahí, el libro de Pilar Donoso y la publicación de estos diarios, motivaron un regreso a explorar la obra del chileno, pues, nunca se pagó mejor precio por volver los ojos a una obra notable. 

José Donoso. Diarios centrales. A Season in Hell. 1966-1980. Edición de Cecilia García Huidobro. Santiago de Chile: Universidad Diego Portales, 2023. 

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En los últimos años, hemos sido espectadores de innumerables actos de corrupción realizados por funcionarios públicos en todos los niveles e instituciones del sector público, incluyendo el Ejecutivo, Poder Judicial, Congreso, gobiernos regionales y locales, y en todo el resto del aparato estatal.

La Contraloría General de la República, es la institución que tiene el encargo de, y cito : “Supervisamos y verificamos la correcta aplicación de las políticas públicas y el uso de los recursos y bienes del Estado, a través de nuestras gerencias regionales de control, los Órganos de Control Institucional (OCI) y las Sociedades de Auditorías (SOA).”

Lo que hemos visto de la Contraloría, en la voz del Contralor General Nelson Shack, son anuncios de cuánta plata se han robado en el 2023 (más de 24,000 millones de soles), cuánto se gasta en consultorías y que han encontrado unos 9,000 funcionarios incurriendo en faltas de todo tipo.

Pero siempre es lo mismo. Se siguen robando la misma cantidad de soles cada año, seguimos observando, impávidos, contrataciones de “amiguitas” y dinero público, nuestro, de nuestros impuestos, gastado en inútiles consultorías y sabe Dios, en qué otras barbaridades, porque si Dios no lo sabe, menos la Contraloría.

Ya estamos cansados de estos anuncios inútiles que hace el Contralor Shack. En vez de ello debería exponer cuáles han sido las mejoras en los procesos que los Órganos de Control Institucional (OCI) que funciones dentro de las instituciones públicas, han propuesto, implementado y cuáles han sido los resultados.

Si en el 2023 se robaron más de 24,000 millones de soles, ¿Cuál es la meta que la Contraloría se pone para el 2024? ¿Cuánto menos dinero se va ir en corrupción gracias al trabajo que hace la Contraloría y sus gerencias regionales de control, los Órganos de Control Institucional (OCI) y las Sociedades de Auditorías (SOA)?

Todos los funcionarios públicos trabajan con metas e indicadores que miden su gestión. ¿Cuál es la meta de dinero gastado en corrupción Sr. Contralor? Si en el 2023 se gastaron 19,300 millones en contrataciones “a dedo” porque los montos no sobrepasan las 8 UIT (41,200 soles), ¿Cuál ha sido la propuesta de la Contraloría para limitar este tipo de gasto discrecional sin concurso ni licitación?

Ya es hora que se ajuste a la Contraloría, para que trabajen con objetivos claros y que todos los peruanos sepamos las actividades, mejoras en los procedimientos e iniciativas legislativas que se han implementado y las que están en curso, así como sus respectivos impactos en la lucha contra la corrupción.

Pero en la práctica, ¿Quién controla al Contralor?

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