Opinión

[El dedo en la llaga] La “generación fundacional” del Sodalicio —concepto acuñado por el mismo Luis Fernando Figari— estuvo integrada en su mayor parte por un grupo de alumnos egresados del Colegio Santa María (Marianistas) de Monterrico (Lima, Perú) en los años 1973 y 1974 —a saber, José Ambrozic, Germán Doig, José Antonio Eguren, Emilio Garreaud, Alfredo Garland, Luis Cappelleti (exsodálite), Raúl Guinea, Franco Attanasio (exsodálite), Juan Fernández (exsodálite)— pero también pertenecen a ella Virgilio Levaggi (exsodálite), del Colegio Italiano Antonio Raimondi, Jaime Baertl y Alberto Gazzo (exsodálite), ambos del Colegio de la Inmaculada (Jesuitas). Fue con estas personas que Figari consolidó un grupo que le seguía fielmente y que serviría para darle forma a la institución y desarrollar la ideología y la disciplina sodálites. Supuestamente ellos serían los primeros portadores del presunto carisma del Espíritu Santo que hasta ahora dice oficialmente tener esta sociedad de vida apostólica de derecho pontificio llamada Sodalicio de Vida Cristiana.

Sin embargo, nos hallaríamos ante una curiosa manera del Espíritu Santo de seleccionar sus herramientas. Pues Figari, el fundador, es un abusador. Y de la generación fundacional han sido abusadores Germán Doig (fallecido) y Virgilio Levaggi. Además, han sido expulsados del Sodalicio José Ambrozic, Mons. José Antonio Eguren, arzobispo emérito de Piura y Tumbes, y el P. Jaime Baertl por faltas graves que ocasionan escándalo. ¿Dónde estaba aquí el Espíritu Santo? ¿En aquellos como Juan Fernández y Luis Cappelleti —que colgó los hábitos—, los cuales se fueron porque vieron que la cosa no funcionaba como debía ser? ¿Y qué sucedió con Alberto Gazzo, el único sodálite ordenado presbítero por el Papa Juan Pablo II en 1985, a quien también se le llamaba “el apóstol de los niños” mucho antes que este apelativo lo llevara Jeffery Daniels, el mayor abusador sexual en serie de la historia del Sodalicio? ¿También se fue por obra del Espíritu Santo?

Lo que me ha llamado la atención recientemente es el caso de Franco Attanasio, quien en 1982 fue el primer miembro de la generación fundacional que se casó, convirtiéndose en el primer adherente sodálite (persona vinculada institucionalmente al Sodalicio con vocación matrimonial). Después —por supuestas presiones de su mujer— dejó el Sodalicio y se mudó a los Estados Unidos, llegando a ser médico internista en Detroit, EE.UU. El 30 de noviembre de este año supe que había sido incluido en el Registro de Agresores Sexuales de Michigan, en virtud de cuatro sentencias por conducta sexual criminal en cuarto grado emitidas en el año 2021, cada una con una pena de cinco años. Según el Código Penal de Michigan, «una persona es culpable de conducta sexual criminal en cuarto grado si realiza contacto sexual con otra persona y si se cumple cualquiera de las siguientes circunstancias: …» Paso a detallar las circunstancias que se le aplicarían: «Se utiliza fuerza o coerción para llevar a cabo el contacto sexual». Esto incluye: «Cuando el autor realiza un tratamiento médico o examen a la víctima de una manera o con fines que son reconocidos médicamente como no éticos o inaceptables». O esta otra circunstancia, considerando que se hace mención en las sentencias de víctimas incapacitadas: «El autor sabe o tiene motivos para saber que la víctima es mentalmente incapaz, está mentalmente incapacitada o físicamente indefensa». Attanasio seguiría ejerciendo la medicina, según consta en páginas web de servicios médicos, lo cual nos hace suponer que estaría cumpliendo un régimen de libertad condicional. Si bien los cuatro casos de abuso sexual ocurrieron en el año 2019, no se descarta la posibilidad de que hayan habido otros casos que no fueron denunciados, o que esta inclinación hacia conductas sexuales inapropiadas venga desde la época en que fue miembro de la generación fundacional del Sodalicio.

Él me hizo el examen médico en 1981 antes de que yo ingresara a vivir en una comunidad. En ese entonces él era todavía un estudiante de medicina, pues recién se graduaría en la Universidad Peruana Cayetano Heredia en 1982. Este examen incluía una palpada de testículos, lo cual puede ser aceptable en un examen de este tipo, aunque no sea necesariamente un procedimiento estándar. Lo irregular es que no haya quedado registro escrito de este examen médico, según me informó el anterior Superior General del Sodalicio, Alessandro Moroni, cuando solicité la devolución de toda la documentación sobre mi persona que pudiera estar en los archivos de la institución. Así como tampoco me devolvieron el informe de una evaluación psicológica realizada en el año 1993 por la psicóloga Liliana Casuso, entonces integrante de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación. Y ese informe me consta que sí existió, pues lo tuvo en sus manos el sodálite Miguel Salazar, ahora expulsado, cuando me leyó algunos de los resultados de mi evaluación.

Pues era práctica común en el Sodalicio que los informes médicos no fueran entregados al paciente perteneciente a alguna rama de la Familia Sodálite, sino directamente a los superiores, violando así el secreto profesional y la confidencialidad debida al paciente. Para ello Figari contó con la complicidad de algunos médicos, la mayoría de ellos vinculados de una u otra manera a la Familia Sodálite. Y Franco Attanasio estaba destinado a ser uno de los médicos del círculo de Figari. el cual sólo permitía que los sodálites con alguna enfermedad se atendieran con los médicos que él recomendaba. De este modo, las dolencias adquiridas por sodálites quedaban en familia y no eran sometidas al escrutinio de especialistas independientes.

Uno de estos médicos era un sujeto con cierta semejanza al personaje de cómic Dr. Fu Man Chu. Me refiero al doctor Armando Calvo, amigo íntimo de Figari y cuya esposa, Nelly Calvo, participa activamente de Betania, una de las asociaciones del Movimiento de Vida Cristiana, vinculado al Sodalicio. El doctor Calvo no sólo atendía a sodálites por indicación expresa de Figari, sino también a mujeres de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación. Y siendo reumatólogo, también habría recetado medicinas para tratar dolencias ajenas a su especialidad.

Según una fuente, cuando Germán Doig falleció en su habitación en la madrugada del 13 de septiembre de 2001, Figari le habría solicitado a Calvo que firme el certificado de defunción sin ver el cadáver, a lo cual Calvo se negó. El documento habría sido firmado luego por un médico asociado al Movimiento de Vida Cristiana.

Para casos de enfermedad mental entre sus seguidores, Figari contaba con los servicios del doctor Carlos Mendoza, un psiquiatra adoctrinado dentro de las filas del Movimiento de Vida Cristiana, que habría tratado crisis vocacionales de sodálites y fraternas con psicofármacos y que estaría firmemente convencido de que la homosexualidad es reversible mediante procedimientos psiquiátricos. El habría tratado, a partir de 1997, al pederasta serial Jeffery Daniels, respecto a quien el Sodalicio ha reconocido oficialmente por lo menos 12 víctimas menores de edad, y habría participado del encubrimiento que se hizo de su caso, sin que sus delitos fueran denunciados ni a las autoridades civiles ni a las instancias canónicas correspondientes.

Finalmente, dos sodálites de vida consagrada se graduarían como médicos, añadiéndose a los anteriores, a saber, los doctores Renzo Paccini y César Salas. Este último habría estado encargado de los exámenes médicos de aspirantes al Sodalicio, por lo menos hasta el año 2004 aunque probablemente también después, según un testimonio: «Sobre los exámenes de ingreso, yo ingresé a San Bartolo en 2004, y todavía se realizaban. Los aspirantes éramos examinados por el Dr. César Salas (médico sodálite de confianza de Figari), incluyendo palpación de pene y testículos “para verificar que todo esté bien”, según nos dijo». En San Bartolo, un balneario al sur de Lima, estuvieron situadas las casas de formación donde ocurrieron los peores abusos físicos y psicológicos, asimilables a tortura y violaciones de derechos humanos.

Un atisbo en las enfermedades que se querían ocultar a los ojos de médicos independientes lo encontramos en los resultados de una encuesta realizada por Sandra Alvarez y Camila T. Alvim, dos exfraternas, publicados el 1° de diciembre de este año en un blog. En esta encuesta participaron 101 sobrevivientes y exmiembros de las tres instituciones de vida consagrada de la Familia Sodálite: Sodalicio de Vida Cristiana (SCV), Fraternidad Mariana de la Reconciliación (FMR) y Siervas del Plan de Dios (SPD). Cito sus propias palabras:

«En relación con diagnósticos psiquiátricos y psicológicos, resaltan principalmente los cuadros de depresión y ansiedad en 40 exconsagrados. Un número menor manifestaron tener diagnósticos de bipolaridad (10), trastorno obsesivo compulsivo (4), esquizofrenia (2) y adicción (1).  

De otro lado, 27 sobrevivientes indican que han sufrido de estrés post traumático e insomnio. 16 personas declaran sufrir de cansancio crónico y 15 desarrollaron trastorno de pánico. En menor medida se presentan diagnósticos de agorafobia (6), trastorno límite de la personalidad (borderline) (4), hipersensibilidad y semi-autismo (1). 

En cuanto a las enfermedades físicas, destacan la migraña y cuadros de gastritis en 43 sobrevivientes; problemas de espalda en 29 exconsagrados; fibromialgia en 22; problemas de colon en 19; tendinitis en 18; dolor crónico en 14; presión ocular por estrés en 8; desórdenes alimenticios como bulimia y anorexia en 5; apnea de sueño (1); asma (3); anemia (1), enfermedades hormonales como: obesidad (13), endometriosis (7), alopecia (6); acné hormonal y prediabetes (1); enfermedades autoinmunes como: Celiaca (3), lupus (1), Hashimoto (2), leucopenia (1), intolerancia al gluten (1); una ex consagrada manifestó haber desarrollado cáncer; 2 sobrevivientes indicaron que tienen discapacidad permanente».

Podemos llegar, pues, a la conclusión de que el Sodalicio, junto con todas sus excrecencias, no es un signo de salud en la Iglesia católica, sino una enfermedad maligna que debe ser extirpada para bien de todo el Cuerpo.

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Abusos, armando calvo, disciplina sodálite, enfermedades, franco attanasio, generación fundacional, Iglesia católica, Luis Fernando Figari, sodalicio de vida cristiana

[La columna deca(n)dente] El cuento La piel de un indio no cuesta cara de Julio Ramón Ribeyro nos ofrece una poderosa metáfora sobre las profundas desigualdades que marcan la estructura social en el Perú. A través de la figura de Pancho, un adolescente trabajador cusqueño que muere electrocutado en un club de campo de las élites limeñas, el autor revela cómo estas élites perciben a los más pobres como meras piezas intercambiables a su servicio. La tragedia de Pancho no solo refleja el desdén por la vida de los más vulnerables, sino que, como un espejo, muestra el rostro de un Perú profundamente dividido entre clases sociales.

Este tema del racismo y el clasismo resuena con fuerza en la actualidad política del país. Las recientes declaraciones del expresidente del Tribunal Constitucional, Ernesto Blume, pidiendo “más represión” contra los manifestantes de diciembre de 2022 a abril de 2023, son un claro reflejo de esa mentalidad que ha guiado a las “élites” durante décadas.

Blume, al exigir mayor represión, no solo actúa como portavoz de una mentalidad autoritaria, sino que también revive los ecos del pasado más sombrío del país. Su llamado a la violencia estatal recuerda a los gamonales, los “señores de horca y cuchillo” que, en tiempos pasados, utilizaban el poder del Estado para sofocar cualquier intento de disidencia de “sus” indios en sus haciendas, a la voz de “métanle bala a la indiada”.

En un Perú donde las tensiones sociales crecen, el pensamiento de Blume no solo es alarmante, sino también peligrosamente racista. En las protestas, las víctimas fueron, en su mayoría, ciudadanos de Ayacucho y Puno, quienes no solo fueron ejecutados extrajudicialmente, sino que además fueron deshumanizados en el discurso oficial como enemigos del orden democrático.

Este tipo de represión no es algo aislado, sino parte de un patrón estructural que busca silenciar a quienes históricamente han sido ignorados y marginados. Si Pancho fuera una persona real, probablemente habría sido uno de esos miles de manifestantes que se alzaron en defensa de sus derechos, solo para ser despojados de su dignidad y su vida en manos de un Estado que prioriza la estabilidad del poder por encima de la justicia social.

La tragedia de Pancho y las declaraciones de Blume convergen en una misma crítica: ambas evidencian un sistema que legitima la violencia contra los más débiles. Pancho muere en un accidente producto de la negligencia de los poderosos, mientras que los manifestantes caen bajo las balas del Estado, todo en nombre de una supuesta “seguridad” que nunca ha estado al servicio del pueblo, sino de los intereses de unos pocos. La indiferencia de las “élites” ante estas tragedias no solo es moralmente condenable, sino que socava los principios democráticos fundamentales.

En lugar de optar por más represión, el país necesita un cambio de rumbo hacia políticas inclusivas que no solo aborden las raíces del descontento social, sino que también busquen soluciones a la pobreza, la exclusión y la desigualdad. La solución no está en la violencia, sino en la justicia social y el diálogo. El futuro democrático del Perú depende también de rechazar estos discursos autoritarios y de construir una sociedad más equitativa. Mientras las “élites” sigan viendo a los demás como Pancho, la democracia seguirá siendo solo una ilusión para muchos.

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Sorprende el silencio casi absoluto de los principales partidos ubicados en la centroderecha respecto de los problemas acuciantes que soporta el país.

Ya sería hora de que Roberto Chiabra, Carlos Neuhaus, Javier Gonzáles Olaechea, Oscar Valdéz, Fernando Cillóniz, Alfredo Barnechea, Carlos Anderson, Rafael Belaunde, Jorge Nieto, o cualesquiera de los muchos que en este sector se lanzan como precandidatos, se pronuncien con claridad sobre temas que ameritan ya una propuesta orgánica sobre los mismos.

Por ejemplo, qué hacer con la inseguridad ciudadana. ¿Se van a extremar más las penas, se van a construir penales, se va reformar el sistema fiscal y judicial, se va a reformar la policía, etc.?

¿Qué se va a hacer con la corrupción que se ha vuelto endémica en el sector público? ¿Cómo se piensa enmendar rumbos? ¿Se va a cambiar el esquema de regionalización? ¿Se va a reconstruir la meritocracia? ¿Bajo qué criterios?

¿Cómo se piensa impulsar la inversión privada en el país, el shock capitalista que se requiere y reclama? ¿Qué reglas de juego se van a modificar? ¿Cómo se piensa destrabar la inversión minera, clave para el desarrollo del país? ¿Cómo se va resolver el tema de la informalidad, en particular el de la minería ilegal?

La centroderecha tiene una ventaja: la izquierda no va a entrar a ese tipo de debates, como no sea con la muletilla gaseosa de una Asamblea Constituyente. Ella confía en que el ánimo antiestablishment existente los catapulte electoralmente y sólo esperan que la rueda de la fortuna les sonría en el último tramo de la campaña electoral para encaramarse sobre el resto de competidores. Lo más probable es que hi siquiera pergeñen un plan de gobierno decente.

Sabemos de varios partidos que están preparando concienzudamente planes de acción. Ya es hora de que los que vayan desplegando. Quien muestre primero que el resto una luz al final del túnel en el que nos encontramos, partirá con ventaja respecto de sus competidores y aliviará en gran medida la desesperanza que cunde en las inmensas mayorías nacionales. Es momento de hablar.

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centro derecha del peru

Las encuestas que reflejan que para la mayoría dela ciudadanía lo del 7 de diciembre de hace dos años no fue un golpe de Castillo sino uno contra él, sumadas a las que le otorgan un caudal de intención de voto electoral, no son desdeñables y muestran que el exgobernante mantiene un índice de incidencia política que podría ser decisiva en la contienda electoral entre los candidatos de la izquierda.

Hoy descolla Antauro Humala, pero tienen un perfil potencial atendible Guido Bellido y Aníbal Torres, además de Lucio Castro, secretario general del Sutep y, eventualmente, más por el centro, Verónika Mendoza y Alfonso López Chau.

Tal como sucede en la derecha y el centro, la fragmentación probablemente se mantendrá y no habrá grandes alianzas o frentes electorales capaces de aglutinar perspectivas y potencialidades. El resultado sería, pues, muy reñido y se definirá probablemente por décimas quién de la izquierda pase a la segunda vuelta, si acaso no dos de ellos.

Allí puede jugar un papel Pedro Castillo, No es casual que haya reaparecido zarandeando a Dina Boluarte. Está haciendo política desde Barbadillo y probablemente apostará a que suba al poder en el 2026 alguien con capacidad de influencia para aminorar sus pesares judiciales.

El castillismo puede ser el gran elector de la izquierda en el país. Su pronunciamiento final a favor de alguna de las candidaturas puede sumarle al referido receptor del favor, la suma de votos suficiente para marcar distancia de sus contendores de la misma fraternidad ideológica.Será tan reducida la diferencia entre aquellos, que un caudal significativo como el castillista puede ser definitorio.

La del estribo: dos lecturas a recomendar. La primera Cuentos de Navidad de Charles Dickens, novela corta escrita en 1849, que viene a pelo por las fechas (mérito nuevamente del gran Club del Libro de Alonso Cueto). La segunda, La vegetariana, de la flamante premio Nobel, Han Kang. No se complique en estas fiestas. Regale un libro. Es de lamentar la tardía llegada al Perú de las novedades literarias -de ficción y no ficción-, pero igual se encuentra material de sobra para un buen disfrute del placer de la lectura. 

 

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castillismo, Pedro Castillo

[Música Maestro] En las últimas semanas, programas periodísticos y faranduleros de señal abierta, caracterizados por su superficialidad y su vocación por representar las tendencias informativas y de entretenimiento más vacías, planas y complacientes con el establishment en todas sus aristas -política, cultural, social- se subieron a la ola de una noticia que, con todo lo buena que es para sus protagonistas, una legendaria banda de cumbia amazónica peruana, termina reseñada de una forma falsa y oportunista que, a pesar de ser extremadamente grotesca y evidente, no logra ser detectada por amplios sectores del público.

Desde Reporte Semanal hasta Magaly TV, desde Estás En Todas hasta Arriba Mi Gente, y sus conductores que gozan con las paparruchadas de HH y le siguen paso a paso la vida a Christian Cueva, todos a una gritaron en sus espacios su repentina admiración por… ¡Los Mirlos! Una “Mirlomanía” disforzada y poco creíble. Solo falta que Morgan Quero los condecore y declare al popular grupo como “Embajadores de la Marca Perú” para completar el típico cuadro de apropiación de éxitos ajenos que describe con tanta precisión Rubén Blades en su canción de 1984, El Padre Antonio y su monaguillo Andrés (“… se creen que Dios conectando a uno, conecta a diez…”).   

Muchos dirán, “eso es positivo porque la noticia llegará así a enormes masas que, ahora, por fin, los conocerán”. Sin embargo, el caso específico de Los Mirlos y su “descubrimiento” por parte de los grandes públicos limeños tampoco es algo tan nuevo, pues se remonta a las regrabaciones que hiciera la formación original de Bareto (2006-2009) de sus éxitos cumbiamberos de los setenta y el auge, entre los asistentes a conciertos locales, de festivales como Selvámonos (desde el 2009) o Vivo x el rock (desde el 2013) que suelen combinar en sus carteles a exponentes de varios géneros, donde Los Mirlos son desde hace años uno de los principales “headliners” o “cabezas de serie”, como podríamos traducir este término perteneciente a la subcultura de festivales musicales que duran varios días. 

Sin embargo, lo que vemos es cómo estos medios oportunistas resaltan el tema únicamente porque “está de moda”. Los mismos medios -en algunos casos podríamos decir incluso las mismas personas- que hoy hablan de Los Mirlos hasta por los codos, hace veinte, treinta o cuarenta años ignoraban su existencia o, lo que es peor, no mostraban interés alguno por esa existencia, sin fijarse nunca en su trabajo ni su presencia en el panorama de la música popular hecha en el Perú, a pesar del impacto que siempre tuvieron en su región de origen e influencia. 

Quiero precisar que hago referencia a los medios convencionales de consumo masivo, porque en todas las épocas previas a internet ha habido programas que, de vez en cuando, los presentaba en la radio, televisión o prensa de entonces. Y ni hablar de los públicos anónimos que, sin saber muy bien quiénes eran, se entregaban abiertamente al placer rítmico de sus pegajosas canciones en fiestas familiares o en salones donde se escuchaba, a la vez, boogaloo, mambo, nueva ola y cumbias de todo tipo.

Y hoy, en estos tiempos de redes sociales, es más fácil encontrar melómanos, periodistas, críticos, escritores y comunidades en grupos de Facebook, páginas web o editoriales que apuestan por la publicación de libros dedicados al revisionismo, académico o empírico, de las distintas expresiones musicales nativas, personas que sí tienen un auténtico conocimiento y colocan a Los Mirlos y sus contemporáneos en la justa perspectiva que les da su trayectoria y su ascenso de ser un grupo marginal a ser parte del fenómeno global de la “world music” en su rama más bailable y tropical, asociada a un subproducto que combina el natural exotismo de nuestra Amazonía con otras cosas, casi todas extramusicales. 

Desde la selva, invisible para la Lima discriminadora de siempre, el grupo forjó su camino a contramano de ese desinterés oficial y, gracias a la confluencia de diversos factores, acaba de ser invitado a participar en la edición 2025 de uno de los festivales de mayor éxito, convocatoria y alcance a nivel planetario, aunque el tan mentado evento masivo ya no sea lo que fue. 

La inclusión de Los Mirlos en el cartel multigénero e internacional del Coachella Valley Music and Arts Festival, que se realiza desde hace dos décadas y media en un enorme campo de polo ubicado en Indio, una ciudad desértica ubicada al sur de California, es un logro artístico indiscutible para el conjunto dirigido por Jorge Rodríguez Grández. Es un orgullo para él, sus colaboradores y los auténticos seguidores de su banda. Los demás solo buscan subirse al carro. 

Decíamos que la llegada de Los Mirlos a Coachella no es casualidad, sino resultado de la confluencia de varios factores. El principal es ese talento orgánico, simple, en estos tiempos de música predeterminada por frías cajas de ritmo y exhibicionismo barato. Un talento natural que mostraron desde sus inicios pero que en el Perú de los años setenta -su primer single La danza de Los Mirlos, apareció en 1972- solo fue bien recibido por sus paisanos en Moyobamba (San Martín), las zonas aledañas -han sido fijos en la Fiesta de San Juan desde mucho antes que se volviera motivo de juerga para limeños y turistas de vacaciones- y por las masas de migrantes en Lima, casi una década y media después, que dieron forma al fenómeno sociocultural de la chicha o “música tropicalandina”, sobrenombre que le pusieron en ese tiempo, sin distinguir unos de otros. 

Tuvo que llegar un músico extranjero, el francés Oliver Conan, quien se obsesionó con la música de Los Mirlos apenas la escuchó, a mediados de la primera década del siglo XXI y, sin hacer mayores cálculos, comenzó a estudiar esos sonidos que lo invitaban a bailar. A través de su sello independiente Barbès Records, Conan lanzó en el año 2007 un CD recopilando 17 canciones de distintas bandas peruanas del periodo 1972-1975. Bajo el título The roots of chicha (Psychedelic cumbias from Peru), el disco presentó al mundo globalizado las grabaciones originales de, entre otros, Juaneco y su Combo, Los Destellos, Los Diablos Rojos y Los Mirlos, que contribuyen cuatro canciones a dicho compendio. 

Aunque su impacto fue, en líneas generales, bastante discreto, The roots of chicha sembró la semilla de lo que hoy les ocurre a Los Mirlos y el trabajo de Oliver Conan se inscribe en la línea de lo que hicieran el líder de Talking Heads, David Byrne con su sello Luaka Bop, que internacionalizó a Susana Baca, o el guitarrista de blues y country-rock Ry Cooder con la investigación musicológica que nos regaló a los Buenavista Social Club.

Sin quererlo, Conan abrió una caja de Pandora que benefició, como debe ser, a estos músicos olvidados en su propio país durante décadas. Como sucedió con Los Shapis de Abancay a mediados de los ochenta o con Los Wembler’s de Iquitos -también con más de cincuenta años en el ruedo-, Los Mirlos fueron vistos por los públicos anglosajones como exóticos, pioneros de un sonido que integró la cumbia colombiana, el folklore regional peruano y elementos del rock de su tiempo y, de repente, las bandas de cumbia amazónica empezaron a ser identificadas como portadoras de un mensaje étnico que jamás habría sido reconocido por las élites limeñas, que solo cambian de actitud cuando alguien de fuera les marca la pauta de qué merece atención y qué no.

En ese sentido, Los Mirlos fueron, con su simbología amazónica, acogidos con rebosante entusiasmo por las masas europeas y norteamericanas ávidas de ritmos calientes y desconocidos para ellas. En el caso de Juaneco y su Combo, que también poseía ese potencial y compartía algunas características con los moyobambinos, quedaron rezagados por su falta de continuidad, ocasionada por las tragedias dentro de la banda.

Jorge Rodríguez Grández y sus hermanos Carlos y Segundo, venían haciendo música desde Moyobamba bajo el nombre Los Saetas, pero fundaron Los Mirlos en Lima junto al guitarrista Gilberto Reátegui, natural de Loreto. Fue Reátegui -fallecido en el año 2010 y separado del grupo desde los años ochenta- quien compuso, entre otras, la canción emblemática del conjunto, el tema instrumental La danza de Los Mirlos -que una compañía de teléfonos de altas ganancias y pésimo servicio utiliza hoy en sus comerciales-, su primer single publicado en 1972 y que, curiosamente, no apareció en ninguno de los diez LP originales que grabaron, entre 1973 y 1982, con el sello discográfico nacional Infopesa del productor Alberto Maraví (1931-2021), la persona que más los apoyó en su momento, en medio del ninguneo generalizado que padecían en la capital los artistas provincianos. 

De la formación inicial de Los Mirlos solo quedan, además de Rodríguez Grández (voz, pandereta), el guitarrista Danny Johnston, uno de los responsables de ese sonido característico cargado de ecos y pedaleras psicodélicas. Jorge Luis Rodríguez, hijo de don Jorge, reemplaza en guitarra desde hace más de veinte años a los originales Carlos Rodríguez Grández y Gilberto Reátegui, además de encargarse de los teclados y la dirección musical. El resto de integrantes actuales -Dennis Sandoval (bajo), Yván Loyola (voz, güiro, percusión), Carlos Rengifo (percusión) y Genderson Pinedo (batería), son más jóvenes y comparten la misma pasión por la cumbia que la banda cultiva desde los setenta, de espaldas al gran público limeño, como también lo hicieran Los Destellos de Enrique Delgado, su principal influencia.

Otro de los factores que han contribuido al reconocimiento del que hoy gozan Los Mirlos tiene que ver con las expectativas del oyente convencional de música popular y los cambios en la industria. En plena efervescencia de lo étnico y lo diferente, acercar el exótico mundo de la Amazonía a países ajenos a ella, así sea ligeramente a través de silbidos, imitación de sonidos animales, palos de lluvia y vestimentas alusivas al eterno verdor de esa región, posee un magnetismo que va más allá de la música misma, es una experiencia sensorial que, dependiendo del receptor, puede ir de lo simplemente divertido, la fiesta permanente; a lo místico y profundo. 

Si en las décadas de los cincuenta y sesenta los poetas Beatniks tuvieron que hacer todo el recorrido hasta la selva peruana para hacer sus viajes de Ayahuasca, hoy las hordas relajadas musicalizarán sus propios vuelos alucinógenos sin moverse de California, escuchando esas guitarras ondulantes en medio de percusiones tropicales. 

Ese nuevo panorama favoreció la internacionalización de Los Mirlos, que se había iniciado en los ochenta con su llegada a países más cercanos como Argentina, Ecuador y Bolivia, donde siempre fueron más populares que en el Perú. En años más recientes, la banda llegó a Estados Unidos, México y varios países de Europa, donde los consideran leyendas del rock fusión latino. Hace apenas dos años se estrenó el documental La danza de Los Mirlos (Álvaro Luque, 2022) que ha sido visto en varios festivales importantes de cine y, el año pasado, tocaron en una de las sesiones de KEPX, en México, una de las vitrinas más prestigiosas para diversas propuestas musicales alternativas, que se graban en un fantástico estudio al aire libre en el Parque Nacional El Desierto de Los Leones (verla aquí). 

La participación en Coachella corona este exitoso proceso que es tomado por don Jorge, maestro de profesión, con humildad y nobleza. «Cuando tocamos en Lima, representamos a Moyobamba. Pero cuando lo hacemos en el extranjero, representamos la riqueza del Perú». Aunque no sean lo mismo, en términos de trascendencia musical y momento artístico, el impacto que ocasionará la cumbia amazónica de Los Mirlos entre los hipsters que llegarán a Coachella 2025 se asemejará al que provocó Carlos Santana en la muchedumbre hippie que vio y sintió hasta los huesos a la banda del guitarrista mexicano en aquella histórica presentación en Woodstock 1969.

Para finalizar, un breve contexto sobre el Coachella. La idea de tocar en un estadio de polo tan alejado del circuito habitual de conciertos se gestó en 1993 como una medida contracultural de protesta, para combatir el monopolio que tenía Ticketmaster sobre la venta de entradas y locales para conciertos masivos, inspirada por Pearl Jam, una de las bandas de rock más importantes de esa década. Aquella presentación del quinteto norteamericano liderado por Eddie Vedder en Indio fue un rotundo éxito y sus organizadores, una pequeña compañía promotora de conciertos de punk llamada Goldenvoice, comenzó a darle vueltas a la posibilidad de armar un festival allá. 

La primera edición del mega concierto fue en 1999 pero, al principio, no les fue muy bien. Después de algunos años con los números en rojo, se transformó en un evento que convoca, en cada edición, a miles de personas que vienen de todas partes del mundo, como puede verse en el documental Coachella: 20 years in the desert (Chris Perkel, 2020), disponible en YouTube, que cuenta de manera bastante complaciente y parcializada la historia de un festival que, en palabras de la crítica especializada, abandonó hace tiempo el espíritu musical e independiente que lo inspiró para convertirse en un evento enfocado en cuestiones más superficiales como la presencia de celebrities, el hedonismo vacío e individualista y las fotos para redes sociales como Instagram y TikTok.

El cartel artístico del festival ha venido mutando a través de los años, pasando del rock clásico, alternativo e independiente -han tocado allí desde Paul McCartney, The Cure y Prince hasta Pixies, Björk y Jane’s Addiction-, a la movida rave y EDM a inicios de los dos miles para luego transformarse totalmente en un espacio que le da preferencia a lo que esté más de moda, desde hip-hop, R&B moderno, DJs, música de pasarelas y hasta el mamarrachento reggaetón, con espacios para lo que ellos llaman “música nueva” -artistas de países no anglosajones, de géneros con diversas raíces étnicas, categoría en la que entran Los Mirlos, y uno que otro headliner de la vieja guardia para aparentar. Por ejemplo, en las letras chiquitas del afiche del Coachella 2025, encontramos a uno que otro peso pesado como Kraftwerk, The Go-Go’s, Green Day, Misfits o Beth Gibbons. Pero son los que menos importan para su público objetivo.

Desde el 2012, Coachella se ha desarrollado de manera ininterrumpida durante dos fines de semana, cada mes de abril, con excepción de los años 2020 y 2021, los de la pandemia. Los conciertos se dan en cinco escenarios en simultáneo, uno principal y cuatro carpas. En lo organizativo, es un evento impecable desde hace años, con índices mínimos de accidentes, entradas a precios prohibitivos y diversas actividades que poco o nada tienen que ver con la música.

Pero todo eso no basta para desdibujar la llegada de Los Mirlos, que seguramente harán saltar al público de Coachella, multitudes atraídas por los artistas mainstream que encabezan el cartel este año -Lady Gaga, Post Malone, Charlie XCX, Missy Elliott- con esas canciones grabadas hace más de 45 años y que nunca llamaron la atención, durante los ochenta o noventa, a muchos de los que hoy lloran de emoción porque van a tocar “en el mismo escenario que Lady Gaga”, torpe frase que usan para levantar la noticia. Una muestra más de la miopía de esta nueva generación de «mirlomaniáticos».  

  

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Hoy cumple dos años en el gobierno Dina Boluarte, luego de la sucesión presidencial acaecida después del fallido intento de golpe de Estado perpetrado por el inefable Pedro Castillo.

El balance no puede ser positivo. La relativa estabilidad que le ha dado al país, luego de la vorágine de desgobierno que exhibió su antecesor, no le otorga el certificado de buen gobierno a una gestión que más allá de la reactivación económica -que, además, no es mérito suyo- no tiene nada que exhibir, como no sea una ausencia absoluta de políticas públicas eficientes y un rosario de denuncias fiscales por inconductas o delitos cometidos.

No la quiere casi nadie. Apenas un ralo 3% de ciudadanos aprueba su gestión. De arranque, la mitad del país que votó por Castillo la aborrece por lo que considera una traición suya a la persona e ideario del Atila chotano. Y la otra, que al comienzo le otorgó cierta licencia, la ha ido abandonando al son de su desgobierno absoluto y su falta de solución a los principales problemas del país, entre ellos el de la galopante inseguridad ciudadana.

Es una buena lección, de paso, para los aspirantes a sentarse en el sillón de Pizarro del 2026 en adelante. Nuestro país ya no puede seguir siendo gobernado en piloto automático. Ya lo hizo por casi veinticinco años y ya vemos los resultados políticos, más allá de la bonanza económica del primer decenio del siglo.

Un gobernante que no emprenda hiperactivamente un despliegue de reformas urgentes caerá pronto en el mismo desprestigio que Boluarte. Se requiere un gobierno 24×7 que sea capaz de emprender varias reformas a la vez, y enrumbar al país por la senda del republicanismo liberal que nos toca como cifra clave para sacar el país del estancamiento en el que se halla postrado, y que lo aleje de los abismos de la amenaza izquierdista radical que se asoma al proceso electoral conposibilidades ciertas.

UNO

La remera blanco y negro reluce en los bares de Buenos Aires. Son más de 50 mil brasileños que invadieron la ciudad. La clase media y media-alta del país-continente, con gran poder adquisitivo, se concentra en los bares de Puerto Madero, Recoleta, entre otros. La proporción es mayoritaria, a favor de los torcedores del Fogao: 3×1. Las redes sociales se inundaron de historias intimas, anécdotas de los fanáticos que rompieron el chanchito, la cuenta de ahorros o la tarjeta de plástico para ser espectadores, privilegiados, de la Final. 

Por otro lado, las redes sociales, dieron a conocer Casa a Massa, un bar temático – en pleno Buenos Aires – para los torcedores del Galo. Ploteado, carteles, accesorios e infinitas referencias al club de Minas Gerais. Sea el lugar que sea, los cariocas y mineiros vacían las pintas de cerveza, sin problemas, el plástico aguanta todo. Un Buenos Aires carísimo – ya no cae romper el billete de mil pesos, el real se devaluó – La posibilidad de obtener la Gloria, justifica todo. 

El Monumental, se convirtió -por una tarde- en un Pacaembú, Maracaná, Morumbí o Mineirao. Las banderolas, típicas en el país vecino, los hinchas no cantan, gritan. Nerviosos, en estado etílico, eufóricos, llorosos, ansiosos. Los creyentes alzan la mirada al cielo y musitan la plegaria inentendible. También están los otros, los que se encomiendan al vudú y santería. Son muchísimos. No pueden faltar los inconfundibles cabuleros.

DOS

Tiene pinta de nerd, con lentes y un quepí que oculta su alopecia. Eso sí, el texano multimillonario, no viene con cojudeces, ni tiene un pelo de boludo. Ingresó en la industria del entretenimiento y animación digital. 

– ¿Vieron esa sensacional peli donde Brad Pitt, pasó de anciano, adulto, joven y adolescente?

Esa era Digital Domain, la empresa del tejano-sheriff que produjo los efectos visuales. Por ende, hizo un billetón. Más tarde, se arriesgó creando un conglomerado, que adquirió varios clubes de futbol. El año pasado, ante la pecheada del Botafogo, denunció corrupción -en el Brasileirao- para favorecer al Palmeiras; provocando las iras de Leila Pereira. El presente año, invirtió fuerte, incorporando 6 jugadores nuevos. Por último, contrató a Arthur Jorge, el técnico portugués, que había clasificado al Braga a la Champions League. 

Uno de los rasgos más relevantes de los norteamericanos, es el Marketing. Ellos lo crearon. John Textor, sabe venderse. Si bien no sabe un joraca de portugués – ni siquiera dice obrigado- es tribunero. Se juntó con la hinchada, en Buenos Aires, y los abraza; tiene gestos con sus cracks; verborrágico e infaltable, en la foto de premiación. Entró en la historia del Botafogo de Futebol e Regatas. Los hinchas, lógicamente, lo aman.

TRES

El técnico lusitano, ante la tempranísima expulsión, retraso a uno de sus mediocampistas y lo demás no lo modificó. Confió en sus muchachos. Incluso los delanteros tienen tareas defensivas. Un equipo ordenado, que durante los primeros 45 minutos no sintió el hombre de menos. Luiz Henrique demostró lo grande que es. El segundo tiempo, Milito reaccionó e hizo los cambios necesarios. Se dice que el 2-0, es el peor resultado del futbol. Y razón no les falta. 

¿El Atletico Mineiro mereció el empate?

Sí, pero los goles se hacen, no se merecen. Muchos periodistas brasileños criticaron al técnico argentino por la posición de Scarpa. No estoy de acuerdo, es lagunero, se esperaba más de él. 

El segundo tiempo, el Galo acorraló al rival. 

¿Qué sucedió con la Estrella Solitaria?

Para los que no ven el Brasileirao, el martes 26 venció al Palmeiras, que estaba puntero, con todos los titulares. Victoria inapelable. Tuvo solo 3 días de descanso solamente. Increíble. Los últimos 45 minutos, el bajón físico fue evidente. De ahí, la importancia de contar con una plantilla larga. Y apareció Junior Santos, el goleador del Fogao. Ingresó fresco. Probó la individual y perdió. Intentó, nuevamente, y trocó en Pelé. Dejó en ridículo a Alonso y Battaglia. Tocó el cielo con las manos. 

El team carioca fue motivo de memes, por la campaña del 2023. Sus hinchas sufridos, lo soportaron estoicamente. Ahora, demostraron que juegan el mejor futbol, no solo del Brasileirao –que lideran – sino del continente. El futbol siempre da revancha.

Por último, los torcedores cariocas, no solo volverán a los bares a celebrar, sino se adueñarán del Obelisco. 

É tempo de Botafogo.

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É tempo de Botafogo

Hay vidas tan rocambolescas y aventureras que uno se pregunta si se trata de existencias reales o imaginarias. A veces la trayectoria de un hombre de carne y hueso puede igualarse a las peripecias del héroe más libresco que quepa soñar. El hecho de que vidas de esa naturaleza sean reales añade no solo más verosimilitud al relato que las contiene, sino además pone alerta a nuestros sentidos de una manera diferente a cómo lo harían, por ejemplo, Odiseo en su fabuloso retorno a Ítaca o Jan Valjean, el gran personaje de Los miserables. 

Jacobo Hurwitz Zender fue un peruano real, protagonista de una biografía en la que los elementos esenciales fueron el secreto, el movimiento, la zozobra, la acción, los desplazamientos, las urgencias, es decir, una existencia excepcional. Esa debe haber sido la razón por la cual Hugo Coya, un experimentado escritor y periodista, debió sentirse atraído por este personaje y emprendiera el pormenorizado relato de este peruano de origen judío que figura en la lista de espías más influyentes en la historia de América Latina. 

Coya dispone su relato de manera inteligente, en episodios que respetan cierta linealidad combinados con saltos al pasado que van desarrollando, a modo de rompecabezas, la intrincada trayectoria vital de Hurwitz. A estas alturas, querido lector, debe usted estarse preguntando quién era este señor. Permítame alcanzarle algunos datos. Nació en Lima en 1901, y ocupó el penúltimo lugar entre once hermanos descendientes de Natasius Hurwitz y Augusta Zender, dos inmigrantes judío alemanes. 

Si podemos pensar que el sentido de la aventura está en los genes, pues, consideremos que el padre de Jacobo combatió nada menos que en la célebre Guerra de Secesión norteamericana, del lado de los norteños. Jacobo ingresó a la Universidad de San Marcos en 1918 y tenía inclinaciones literarias, prueba de ello es un libro de poemas suyo, titulado De la fuente del silencio, aparecido en 1924 y que recibiera un auspicioso comentario de José Carlos Mariátegui. Durante el tiempo que estuvo en San Marcos opera en él una transformación y va abandonando paulatinamente los dictados de sus creencias hebreas y, en su lugar, asoma la atractiva faz de un laico que abraza ideas marxistas y participa de los debates de su tiempo. 

En 1924 ya es visto como un comunista radical y un operador político peligroso. Augusto B. Leguía ordena su deportación y recala en Cuba donde, aparentemente, comenzarían sus actividades como espía y orquestador de complots políticos, que alcanzarían un punto climático en el intento de asesinato del presidente de México Pascual Ortiz Rubio, precisamente el punto en el que Coya fija el inicio de su cautivante narración. 

La disposición de los capítulos pretende abarcar un amplio arco temporal, mayormente situado en diversos momentos de la década de 1930 (que corresponde al atentado y a su prisión en una remota cárcel mexicana), con saltos al pasado que recrean otros episodios importantes de la vida Hurwitz, como los inicios de un vínculo con Mariátegui, el conocimiento de Haya de la Torre y, como nota de contexto, haberse enterado del sonado escándalo de la bailarina rusa Nora Rouskaya en el Presbítero Maestro, que despeinó a más de una encopetada dama limeña. Corresponde a cada lector colaborar en el ordenamiento temporal, algo que, en este caso concreto, se hace con placer. 

La carcelería sufrida por Hurwitz en México es uno de los segmentos más interesantes del libro. Y no solamente porque allí, en la cruenta prisión de Islas Marías fuera salvajemente torturado, sino también porque en ese lugar surge la entrañable amistad entre el peruano y otro gran personaje, el mexicano José Revueltas, escritor y activista político, acusado de ser el instigador de los hechos ocurridos en 1968 en la Plaza de Tlatelolco.

La narración, además, plantea un recorrido que empieza, digamos, en el cenit de la existencia de Hurwitz y termina en 1973, con su muerte, que queda retratada en el inicio del capítulo 38: “Su cuerpo naufraga en un charco de sangre. Las ruedas que giraron bruscamente para esquivar un perro surgido en medio de la noche han ocasionado la volcadura del automóvil en que se encontraba. Sin cinturón de seguridad que lo contuviera, Jacobo ha sido expulsado del vehículo y permanece tendido sobre el empedrado de una calle del centro” (p.325). 

Con un lenguaje preciso y una rigurosa investigación detrás, Hugo Coya nos obsequia la imperdible biografía de un peruano inverosímil que, sin embargo, fue más real que cualquiera de nosotros. Con esos materiales, el autor reconstruye una biografía útil para entender los avatares de una época irrepetible en nuestra historia. 

Hugo Coya. El espía continental. Lima: Planeta, 2024.

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complots, espionaje, Hugo Coya, Jacobo Hurwitz

No entiendo las razones según las cuales, bastará que Dina Boluarte convoque a elecciones para que, de inmediato, las hoy bancadas oficialistas aprovechen la ocasión para promover la vacancia presidencial y pretender construir ante la opinión pública una imagen de cierta distancia del régimen (ilusión vana, pero posible de existir).

¿Qué ganarían las bancadas oficialistas con ello? Si así ocurriese, ellas tendrían que tomar el Ejecutivo, reemplazando a Boluarte, y seguramente en ese escenario provocarían un estado de rechazo popular furibundo que los colocaría en peor situación que la que están ahora (lo de Merino podría ser un chancay de a medio si se le compara con lo que ocurriría si algún congresista del deslegitimado Parlamento actualocupa el sillón presidencial así sea por unos meses, previos a la convocatoria a elecciones).

Salvo que ocurra un escándalo de proporciones (lo de la nariz presidencial no alcanza ese perfil), lo más probable es que Dina Boluarte dure hasta julio del 2026. Tendría que descubrirse a Cerrón en Palacio, a Nicanor siendo visitado por la presidenta, o aparecer audios comprometedores de la propia mandataria para pensar que la coalición parlamentaria que la sostiene le dará la espalda y promoverá su vacancia.

Keiko Fujimori confía en que igual mantendrá el piso de 10% que hoy tiene y que con eso -dada la fragmentación existente- le alcanzará para pasar a la segunda vuelta. Y César Acuña, algo más despistado, confía en sus bases regionales, cuando lo más probable es que su obsecuencia respecto del régimen de Boluarte haga que ni siquiera pase la valla electoral el 2026.

Es verdad que el pueblo peruano tiene mala memoria y que, iniciada la campaña, probablemente no tenga disponible en su alforja la emisión de un castigo cívico a los cómplices de la mediocridad obscena del régimen, pero el grado de deterioro y de irritación ciudadana existentes, hacen pensar que esta vez sí habrá escarmiento para los responsables del desmadre que vivimos.En todo caso, bien merecido se lo tienen.

Entre tanto, seguirá incólume el apoyo. La distancia se pretenderá marcar con algunas interpelaciones o censuras (Rómulo Mucho ya fue censurado y probablemente ocurra lo mismo con Demartini), pero de allí no pasará.

 

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