katana

La mezcla perfecta de cultura y tradiciones milenarias con modernidad. La antigua capital de Japón, Kioto, fue la única gran ciudad del país que durante la segunda guerra mundial no fue bombardeada por las fuerzas estadounidenses. Debido a esto el patrimonio histórico se encuentra casi intacto. Del año 794 al 1868, fue la sede de la corte imperial por lo que se encuentran palacios, castillos, templos y santuarios espectaculares y en estado perfecto. Es el paraíso para los amantes de la cultura oriental. Cuando el auge de los samuráis termina, con la apertura del mercado al mundo y a las olas migratoria de Europa, el nuevo emperador de la familia Meiji mudó la capital a Tokio. Cuando caminas por las calles de los viejos barrios quien sea que aún tenga un poco de espíritu infantil se siente un samurái. 

Francisco Tafur

 

Desde muy pequeño he querido usar una katana o espada samurái, de hecho, tengo un tatuaje de una de ellas en el brazo. En este viaje se hizo realidad gracias al museo Samurái-Ninja de Kioto.  Cuando era niño y veía todas las noches Samurái X me obsesioné con la historia de Japón y sus guerreros de élite. Este anime está ubicado en uno de los periodos más sangrientos en la historia del país. Los asesinatos y batallas en las calles de Kioto eran algo común durante el bakumatsu, periodo de declive del sogunato Tokugawa.  A fines de la era Tokugawa, se dieron innumerables revueltas y guerras internas para cambiar de shogun, el líder administrativo, y tener un gobierno menos conservador respecto del comercio exterior. 

En el centro de Kioto se encuentra el museo Samurai-Ninja. Te explican la diferencia entre ellos. Mientras que los samuráis eran nobles y de familias reconocidas que se especializaban en enfrentamientos cara a cara, ya sean duelos o guerras, los ninjas provenían de familias campesinas ya que debido a la naturaleza de sus actos no podían ser personajes conocidos, se especializaban en asesinatos clandestinos, espionaje y robos. Al finalizar el recorrido llegas a un piso donde puedes practicar el lanzamiento de shurikens, las famosas estrellas ninjas. Tirarlas y clavarlas en la pared es más fácil de lo que parece, pero dar en el blanco sí es difícil. A diferencia de las películas y animes no eran muy útiles para peleas, pero las usaban para facilitar los escapes. No puede matar a alguien, pero sí herir. 

Francisco Tafur

 

Saliendo, de casualidad, vi un folleto donde ofrecían aprender un poco de tamesgihiri, corte con espadas. Antiguamente era simplemente poner a prueba la calidad del filo con bambús o tatamis envueltos. A veces incluso usaban cadáveres de exconvictos para probarlas. En la actualidad, se pone a prueba al espadachín.  Reservé un turno para el día siguiente porque ya estaba todo copado. Tienes que llegar a la hora exacta, si llegas tarde tienes que esperar hasta la siguiente hora. 

Es una casa antigua de una familia samurái. Cuando entras tienes que sacarte los zapatos en la entrada y te dan un traje para ponerte encima de lo que lleves puesto. Es un pantalón ancho, que parece una falda a simple vista y una especie de kimono, pero más grueso. Aparte te ponen un protector debajo y en las canillas porque el filo de la espada es impresionante. Éramos como 10 personas, nos pusieron en 3 filas y con unas espadas de madera te enseñan solo un tipo de corte. Hay varios estilos y el más rápido es el batoujutsu que se hace desde la cintura con la espada en la vaina y se hace al desenvainar.  Requiere de mucha experiencia y puede ser peligroso probarlo cuando recién aprendes porque si la espada sale volando, literalmente, puedes matar a alguien. Durante toda la clase no sostienes una espada de verdad hasta el momento de cortar. Antes de que te den una para cortar unos tatamis envueltos, te hacen firmar un papel en el que certificas que ellos no se hacen responsables de cualquier accidente.

Francisco Tafur

 

Antes de llegar a Japón leí El libro de los cinco anillos de Miyamoto Musashi, un espadachín y escritor del siglo XV. Es considerado uno de los mejores de la historia y se dice que ganó 60 duelos y no perdió ninguno, casi siempre la derrota significaba morir. Aparte de ser uno de los espadachines más habilidosos, escribía poesía y pintaba en sus tiempos libres y en su vejez se dedicó a enseñar todo lo que había estudiado a lo largo de su vida. Antes de que sea mi turno de probar una katana pensaba en una de sus frases más conocidas:

La verdadera maestría radica en la simplicidad. Cuanto más simple y efectivo sea tu movimiento, más poderoso será.

Miyamoto Musashi

Ya habían pasado cinco personas y ninguna pudo cortar el tatami envuelto de un solo golpe y algunos lo cortaban de más y chocaban la baranda protectora por poner demasiada fuerza y no frenarlo antes.  Llegó mi turno, tienes que caminar tranquilo y hacer una reverencia al instructor. Te acercas al tatami que vas a cortar y te dan el sable. Era extramente ligero, no pesaba más de dos kilos. Al agarrar la empuñadura te sientes poderoso. Es un arma preciosa, pero no deja de ser un arma. La hoja de la espada brilla y el filo se puede ver a simple vista. Si se me ocurría pasar el dedo por la hoja me hubiera cortado apenas lo rozaba. Levantas el arma hasta que tus brazos estén a la altura de tus hombros. Respiras profundamente para mantener las pulsaciones calmadas. El truco está en el control más que en la fuerza, prácticamente no puse fuerza. Solo bajé la espada en un ángulo casi de 45 grados y corté por completo el tatami y frené justo a tiempo. Me sorprendí, fue más suave que cortar una mantequilla tibia. El profesor me dijo que excelente control y que con esa fuerza bastaba para cortar el pecho de una persona. No podía evitar sonreír porque uno de mis sueños se había cumplido. Al terminar la ronda, le pregunté al profesor si podía hacer un corte más y sí me dejó. Esta vez dejé que la emoción me gane y no pude cortarlo por completo. 

Al salir, estaba sonriendo como un niño. Pregunté cuánto cuesta una katana original con la esperanza de comprarme una, pero cuestan entre 10 mil y 30 mil dólares. Me quedé emocionado hasta unos días después. Al salir seguía en Kioto, pero sentía que me había transportado a otro lugar cuando estaba adentro. Era como un lugar sin tiempo. Lo que aprendí ahí me gustaría poder aplicarlo en cualquier cosa que haga en la vida. Nuestra vida es un camino largo y todo lo que haga no necesita prisas. Prefiero lograr sólo una cosa con la que me sienta satisfecho, yo y nadie más, que hacer mil cosas sin sentir satisfacción. La única manera de hacer algo de manera efectiva y con gratificación emocional es si lo hago tranquilo y sin apuros. 

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[MIGRANTE DE PASO] Con la cabeza rapada, Gokú en la cabeza, vestido de karategui (uniforme de karate), pies descalzos y guantes. Arrodillado sobre el tatami, de espaldas al rival, sentí por primera vez el mal uso de la violencia. Era un campeonato, pero en las ligas infantiles los puntos se dan con golpes de contacto mínimo, esta vez había golpeado muy fuerte a mi rival. Como es costumbre, en nombre del honor, recurres al ritual de respeto. Sentía los ojos furibundos y llorosos en mi nuca y mis párpados cerrados no dejaban mostrar mi arrepentimiento. Tenía 9 años. Gané la competencia y la medalla de oro se balanceaba de mi cuello en la cima del podio. Por mi pánico escénico no solía disfrutar mucho el momento de premiación, pero aun así estaba orgulloso de mi desempeño. Durante las peleas aprendí a olvidarme del ambiente y enfocarme sólo en la batalla. Pero esa vez aún tenía la mirada rabiosa de mi contrincante en la mente.

—Mamá gané, pero le pegué muy fuerte a ese chico —le dije preocupado.

—Hiciste lo que tenías que hacer al mostrar el respeto que debías, por eso, ganaste bien —me respondió; ella era mi madre karateka, implacable dentro y fuera del arte marcial.

Mi hermano comenzó a los 6 años, yo a los 3 años y junto conmigo inició mi madre. De esta manera comenzó una familia que sabe pelear y dar la cara cuando sea necesario. El cinturón obi nos unió. La primera clase, en fila junto a otros pequeños, nos hicieron golpear una hoja de papel. Era la primera prueba. Todos golpeamos duramente la hoja y desaprobamos. La idea era ejecutar el puñete con fuerza, pero sólo rozar el papel. Tener el autocontrol suficiente como para detener el impacto antes. Esa primera lección sigue grabada en mi cabeza. Aún recuerdo a mi sensei Liz, de tan solo 1.50 metros, pero con la agilidad y fiereza de una cheetah. Pasaron las clases y era bastante hábil en el kumite, que es la pelea. El kata es la danza artística; presenciar uno bien ejecutado tiene una belleza inexplicable. Me llamaban parchís o gasparín por mi cabeza a coco y piel pálida.

(FOTO NIÑO KARATEKA)Pasaron los años, varios campeonatos, medallas y trofeos acumulados, exámenes para ascender al siguiente cinturón, y antes de los 13 años ya éramos cinturón negro. Mi hermano mayor llegó a segundo dan, el siguiente nivel del último color. Se volvió mi guía y mano derecha en las competencias. Sus estrategias me ayudaron a ganar un sinfín de veces y él lideraba a todo el grupo de la academia. A temprana edad ya éramos senpais de gente mucho mayor y guiábamos los primeros minutos de las clases. El shihan, quien aprendió el arte marcial en Okinawa, era quien nos enseñaba ahora y nos apodó “los tigres”, por nuestro nivel de concentración al momento de pelear. Te olvidabas de todo, sin mente, sólo la contienda. Fuimos convocados al mundial interclubes que se dio en Brasil, pero yo era muy pequeño y no tuve la oportunidad de competir. Mi madre fue campeona mundial de kata y mi hermano tercer puesto. Éramos buenos por naturaleza y esfuerzo.

Gracias a mis prácticas marciales, durante el colegio fui alguien pacífico que evitaba las peleas, sólo eran un último recurso. Conocía mis habilidades y no había nada que demostrar. El karate es un estilo de lucha defensiva que consiste en deshabilitar al oponente en un movimiento. Te enseñan a defender a los que no pueden hacerlo. Aprendes a conocer tu propia violencia y de esa forma puedes canalizarla de buena manera. Negar el aspecto violento y conflictivo que está dentro de todos es un error garrafal. Unas cuantas veces fui suspendido por defender ferozmente a compañeros de bullys mayores, era algo que no podía permitir. Mi personalidad había sido moldeada para eso. La respuesta de mis padres siempre fue que en casa no recibiría castigo. Me sentía como un pequeño samurai. Cuando terminé secundaria, abandoné el karate y con eso olvidé gran parte del núcleo de mi ser.

(FOTO OKINAWA)Se originó en Okinawa en el siglo XVI, los soldados lo usaban luego de que prohibieran portar katanas. El karate imita el kenjutsu, que es el arte de la espada samurái. Está altamente influenciado por la filosofía de vida que seguían los legendarios guerreros japoneses. Luego se expandió a todo el país y, finalmente, al mundo. El nombre nipón se compone por “kara” (Vacío) y “te” (mano), mano vacía. La cortesía, rectitud, coraje, bondad, desprendimiento, sinceridad, honor, modestia, lealtad, autodominio, amistad, integridad, generosidad, imparcialidad, paciencia, serenidad y autoconfianza; estos son los principios enseñados por el código samurái (bushido) de donde florece el karate.

Mis años siguientes estuvieron plagados de depresión, desmotivación, desesperanza y conductas autodestructivas. Había perdido el camino. Noches embriagado de alcohol, sustancias y conductas violentas me llevaron a múltiples peleas en la calle, bares y discotecas; siempre con gente más grande. Tal vez en el fondo quería que me peguen. Lloraba en mi cama antes de dormir, había decepcionado las enseñanzas y sentía que no había vuelta atrás.

Mi cuerpo atrofiado y mi mente turbulenta y atormentada. Las lágrimas bañaron mis almohadas por años. No sabía qué hacer. Estaba perdido en incertidumbre y agobiado por falta de sentido. Pensamientos sucios, malos hábitos y furia incontenible eran factores cotidianos. El camino del guerrero ya no era lo mío, ya que uno verdadero no tiene enemigos y yo había hecho de mi propio ser el mayor de todos. Hubo una noche tan espeluznante como determinante. 21 años, alcoholizado e intoxicado de drogas me involucré en lo que fue mi pelea final. Me dieron una paliza entre 5 o 6 personas. El recuerdo es borroso.  Me defendí, pero ya no sabía por qué luchaba. Me abrieron los labios, los ojos hinchados, sangre en la nariz y un nudillo completamente destruido. Me tuvieron que operar y poner clavos para reconstruirlo; aún quedan fragmentos óseos sueltos

(FOTO TATUAJE)¿Tenía que hacer algo con mi vida? Regresar a mi antiguo yo, pero con las malas experiencias acumuladas analizadas y convertidas en lecciones. En el olvido no se gana sabiduría. Con el tiempo me di cuenta que sólo fue un desvío y a largo plazo reforjaron mi ser. Aún más fuerte que antes. Regresaron los abrazos a mis padres, las conversaciones con mi hermano, el cariño a mi abuela y el amor propio. Con su ayuda retomé la voluntad de fuego y esta vez me prometí no apagarlo jamás. Luego de años tranquilo y con la mente clara me tatué una katana en el antebrazo derecho. Como recordatorio del autocuidado, bondad y valentía que no debo olvidar jamás. Una espada que sólo se desenvainará como último recurso. Ahora camino calmado, contemplo la vida y tengo como ley autoimpuesta ayudar a quienes están a mi alcance.

 

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