Ayer tarde (me he mirado en el espejo) llegó un correo a casa, se trataba de un libro envuelto en sobre de manila, la dirección y el destinatario escritos   a mano con letra que reconocí de inmediato, tanto como las iniciales del remitente, arriba a la izquierda, EQPS, Eusebio Quiroz Paz-Soldán, mi viejo amigo y maestro arequipeño, quien, octogenario, tenía la gentileza de enviarme su última publicación académica: Identidad Cultural Mestiza de Arequipa

El sobre de manila me hizo recordar tantos otros que me enviara Eusebio la segunda mitad de la década de los noventa, cuando yo iba y venía a la Blanca Ciudad en mis viajes de investigador novato en busca de una tesis de licenciatura que tardé casi cinco años en terminar. El último de estos viajes me llevó hasta La Paz y Sucre, pasando por Puno, donde pude alojarme en la casona familiar de los Parodi, esa donde vivió el bisabuelo Costante cuando llegó a finales del siglo XIX, a probar fortuna a ese paraje situado en la meseta del Collao y donde nacieran mi abuelo Alfredo y mi padre Ezio. 

Pero esta historia trata de Eusebio, el amigo, maestro e historiador: “sus ideas son muy bonitas amigo Parodi, pero Usted tiene aquí cinco tesis, ¡defina qué va a trabajar!”, y volví a Lima apesadumbrado porque Eusebio literalmente me destruía. Me dijo entonces que le mandase mis nuevos proyectos de investigación, para lo cual me remitió en separatas fotocopiadas a los metodólogos, Topolski, Cardoso y Pérez Brignoli, en sendos capítulos “el proyecto de la investigación histórica”, y yo le enviaba nuevas versiones impresas de mis proyectos por el correo central, y no había pasado una semana para que me llegase su respuesta: mi nueva versión del proyecto toda pintarrajeada de rojo, destruida, una y otra vez, y así sucesivamente. “Si va a ir a Bolivia, vaya con pies de plomo, a los bolivianos no les gusta que hurguen en sus cosas”, me dijo cuando le comenté que preparaba ese viaje definitorio de mi tesis de licenciatura, del que he hablado al comenzar estas líneas. 

Un día no le respondí más a Don Eusebio. Solo años después comprendí que no lo hice porque: gracias a la pulseada a la que él me ha había sometido,  ya me encontraba listo para emprender la aventura académica de la tesis de licenciatura, una bastante pretenciosa por cierto, pues suponía escudriñar archivos de Lima, Arequipa, Puno, La Paz y Sucre para demostrar, entre otras cosas, que Bolivia no se había retirado de la Guerra del Pacífico tras la batalla del Alto del Alianza del 26 de mayo de 1880, al menos no tanto como aseguran las historiografía tradicionales de Perú y Chile, curiosa coincidencia. También discutí la supuesta renuencia del pueblo arequipeño a combatir al ejército de ocupación chileno ya después de firmado el Tratado de Ancón, a fines octubre de 1883; y la supuesta pusilanimidad de Lizardo Montero en su periodo presidencial en Arequipa.

Por su parte, el libro que me ha enviado Don Eusebio es pertinente para estos días de división entre los peruanos. Habla de Arequipa, de su querida Arequipa, y su innegable mestizaje, donde probablemente lo andino y lo español hayan logrado mayor armonía, o entablado un diálogo mejor que en otros lugares del país. El tema no deja de ser discutible, pero señala un punto de encuentro, dibuja la utopía que debe encontrar un país de todas las sangres que aún se duele de heridas antiguas que no terminan de sanar. 

Identidad Cultural Mestiza de Arequipa, nos habla del mestizaje arequipeño en la cultura, la identidad, la arquitectura, la música, el habla popular, la gastronomía, la tradición católica, entre otras manifestaciones civilizatorias. Quizá pensando así, y añadiendo algunas disculpas históricas que se caen de maduras, podríamos comenzar a tender los puentes para conformar una sociedad en la que todos, con nuestros diversos acervos culturales, podamos vernos como ciudadanos iguales sin más, en este confín de tantas divergencias.

En las líneas que me dedica al inicio de su libro, Eusebio me escribe “a Daniel Parodi con amistad y una laguna de recuerdos” se refiere, así, al libro que fue fruto de ese duro intercambio epistolar en el que me formó como historiador: La Laguna de los Villanos: Bolivia, Arequipa y Lizardo Montero en la Guerra del Pacífico (1881 – 1883) que publicase precisamente hace 20 años. Gracias Eusebio, una vez más. 

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Arequipa, Libro, mestizaje

La muerte de Abimael Guzmán debe celebrarse en medio de una reflexión patriótica sobre las causas y consecuencias de un fenómeno como fue el de Sendero Luminoso en el horizonte histórico peruano.

Lo primero que debe resaltarse es la naturaleza ideológica del grupo terrorista. No fueron dementes insanos que se dedicaron a perpetrar actos violentos simplemente para divulgar ideas o generar efectos psicológicos.

Fueron eso también, pero fue su matriz ideológica la causa eficiente de esos actos: el pensamiento marxista leninista maoísta que hoy, se ve con preocupación, sigue siendo reivindicado por muchos en el país.

La radicalidad de Guzmán y de Sendero, comparable a la que inspiró el genocidio de Pol Pot en Camboya, puede haber sido un signo particular del “pensamiento Gonzalo”, pero la barbarie de la violencia que desplegó y enlutó a decenas de miles de familias peruanas, está contenida y es consecuencia lógica de un pensamiento político como el señalado. Guzmán, a lo sumo, hizo en la práctica, lo que muchos en la izquierda de los 80 pregonaban ideológicamente sin atreverse a dar el paso hacia las armas.

Debe recordarse, además, que Sendero creció y puso en jaque al Estado peruano gracias a la disfuncionalidad de un aparato estatal inoperante e inexistente, fruto de su destrucción por obra y gracia del velascato. Esto también es importante advertirlo. No fueron los rezagos oligárquicos los que explican a Sendero. Ya ellos casi no existían. Fue el Estado destruido por el fallido experimento socialista militar el que generó las condiciones estructurales predisponentes para la aparición y crecimiento de un grupo como el senderista.

Abimael Guzmán muere a un día de conmemorarse los 29 años de su captura, el 12 de setiembre de 1992. Es ocasión de insistir, una vez más, en la obligación cívica de celebrar ese día con todos los honores que se merece un hecho que cambió la historia del Perú y permitió que la democracia sea hoy, a pesar de sus insuficiencias y problemas, un sistema vigente. Debe declararse feriado nacional el 12 de setiembre y que todas las generaciones, al menos un día al año, recuerden la tragedia humana de la que el Perú se libró. El solo recuerdo de su salvajismo ideológico debiera bastar, dicho sea de paso, para interpelar a quienes hoy, desde el propio poder, relativizan el itinerario de sangre y muerte que dejó Sendero Luminoso en la historia de la República.

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29 años de captura, Abimael Guzmán

Paso a paso y con espíritu didáctico, Daniel Bonifaz, cofundador y CEO de Kambista, lleva algunos meses contando algunos datos de su experiencia empresarial a sus seguidores en Youtube y en Instagram, con el objetivo de que más personas puedan sacar adelante sus emprendimientos. Siendo comunicador, en el 2016, se lanzó -junto a dos amigos- a crear Kambista, la plataforma que se convertiría en la primera casa de cambio digital del país.

En entrevista con Sudaca.pe, recuerda que todo empezó cuando su amigo, Paulo Valdiviezo, volvió de Australia con la necesidad de cambiar dólares y no encontraba una alternativa satisfactoria, en términos económicos y de seguridad. “La banca cobraba carísimo por mucho tiempo, había un mercado muy informal en el país, una industria dolarizada y en esos fallos es donde empiezan a aparecer las oportunidades. Creo que todo emprendedor tiene que estar atento a esas quejas, esos problemas de la gente”, explica.

Ahora que han realizado más de 800 mil transacciones y que la pandemia les ha permitido más que duplicar el ticket promedio por operación, asegura que las crisis son los mejores momentos para emprender. “Son las mejores oportunidades porque cuando se mueven las cosas es cuando empiezan a aparecer huecos a nivel de negocios”, señala.

Las lecciones de los fracasos

En el camino de obtener estos logros también se presentaron algunos tropiezos. Uno de los más importantes ocurrió en el 2019, cuando anunciaron su ingreso a Argentina. “Cambiaron la regulación y pusieron topes a los cambios y tuvimos que cerrar Argentina, pero fue un proceso de aprendizaje que valoro bastante. Nos ayudó a enfocarnos, a ver cómo es abrir en un nuevo país, ver el tema societario. No importa si fracasas, sino que encuentres aprendizajes de ahí y los apliques”, comenta.

Por ello, considera que, parte de lo que aprendió, vino también por estos golpes. “El ecosistema no estaba tan desarrollado cuando empezamos. Las ‘startups’ que existían eran Culqui, Joinnus, Fandango, muy pocas empresas fintech (financieras tecnológicas)”, precisa. Era tan poco común este tipo de emprendimientos que la Superintendencia de Banca, Seguros y AFP (SBS) tuvo que incluir la figura de las casas de cambio digitales en su regulación y a partir de allí, se han creado muchas otras plataformas en el mismo rubro.

“Nos gusta no solamente haber sido los primeros, sino también haber puesto los estándares en materia de seguridad. Por ejemplo, hoy en día tenemos la validación biométrica. El hecho es no solamente crear la plataforma primero, sino marcar la ruta. Eso es lo más interesante y al mismo tiempo, lo más riesgoso”, refiere.

La incertidumbre como compañía constante

Al margen de los riesgos que supone la pandemia, Bonifaz reconoce que hay una sensación de mayor inestabilidad que podría jugar en contra de cualquier persona que quiera lanzarse a abrir un negocio. Sin embargo, agrega que todo el tiempo el camino de un emprendedor está plagado de riesgos.

“Es una situación difícil. Creo que la incertidumbre es algo que nos acompaña a todos los emprendedores cuando hacemos un negocio y ahora ha crecido, pero creo que las crisis son los mejores momentos para emprender. (…) No sé si recomendaría emprender porque cada caso es particular y depende de la perspectiva de riesgo que tenga esa persona, pero en general, lo que veo es que siempre de las crisis salen los mejores emprendimientos”, indica.

En el caso de Kambista, también están evaluando formas de seguir emprendiendo e innovando, a pesar del escenario de incertidumbre. En ese sentido, el siguiente objetivo al que apuntan es la industria de las remesas.

“No es fácil, lo cual me gusta más porque hay más barreras de entrada, pero tenemos una base de usuarios que nos pide hacer remesas, nos pide envíos al extranjero y nuestro plan es digitalizar ese servicio y hacerlo igual que Kambista, a precios justos, con rapidez y seguridad. Entonces, ya estamos explorándolo, estamos en ese proceso y aún no puedo revelar mucha información. Espero que las novedades les lleguen pronto, pero sí es una industria a la que queremos entrar definitivamente y ahí nos vamos a expandir”, añade.

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Daniel Bonifaz, Kambista, remesas

“Cuando el recreo se convierte en un infierno” (“Wenn die Pause zur Hölle wird”, mvg Verlag, Frankfurt 2021). Con este título el estudiante de psicología Norman Wolf (28 años) ha publicado en mayo de este año en Alemania un libro desgarrador pero a la vez de mucha utilidad, donde relata como fue víctima de bullying en su etapa escolar, a la vez que da consejos para alumnos que estén pasando por ese tormento. Norman cuenta que su primera experiencia traumática en el colegio donde iniciaba su educación escolar superior fue cuando tenía diez años y dos compañeros lo sacaron a la fuerza de lo cama donde dormía y lo arrastraron hasta delante del dormitorio donde dormía la niña de la cual él estaba enamorado. Nunca se sintió tan avergonzado.

A partir de ahí el día escolar se convirtió para Norman en un tormento. Sus compañeros y compañeras de clases se burlaban de él, del incidente del dormitorio y de su enamoramiento, y con frecuencia recibía durante el recreo golpes que le hacían sangrar la nariz. Incluso le contó al respecto a un profesor, el cual le replicó que era muy sensible y que sus compañeros sólo querían ser sus amigos. No se sintió tomado en serio y desde ese momento no volvió a recurrir a la ayuda de ningún miembro del personal docente y comenzó a ver televisión en exceso y a comer en demasía, lo cual sólo empeoró su situación. Los demás alumnos se mofaban de su peso —a los 12 años medía 1.50 metros y pesaba 70 kilos—, de su vestimenta y de su situación familiar —padre desempleado que sufre de alcoholismo—. Le decían “cerdo seboso”, arrojaban sus cosas por la ventana y una vez incluso le marcaron en la frente una cruz gamada, símbolo nazi. Fue entonces que le sobrevinieron los primeros pensamientos suicidas. «En algún momento llegué a pensar realmente que yo era gordo y feo, y de hecho no quería seguir viviendo». Nunca hubo un verdadero motivo para el bullying, ni siquiera de parte de sus agresores. «Una vez en la clase de arte rompieron mi dibujo que yo había estado pintando durante semanas. Entonces pregunté por qué hacían eso. La respuesta fue simplemente: “Porque yo soy yo”».

La experiencia de bullying, de la cual Norman es un sobreviviente y que le ha generado secuelas psicológicas hasta el día de hoy, no es tan infrecuente en Alemania. El estudio de Pisa del año 2017 calculaba que uno de cada seis niños en edad escolar había sufrido bullying.

Y no creo que en el Perú la cosa sea distinta. Lo digo a partir de mi propia experiencia.

Cuando estuve en el Colegio Alexander von Humboldt, apenas fui testigo de casos de bullying. Sin embargo, debo confesar que en primaria me gustaba fastidiar a un alumno de la clase paralela a la mía, que era subido de peso. Quizás por un afán de sentir cierto poder, me burlaba de su gordura y luego salía corriendo, sin que él pudiera atraparme. Un día me lo encontré en el baño y volví a mofarme de él. En el momento en que él salía tras de mí, le cerré de golpe en la cara la puerta de aluminio con un panel de vidrio translúcido, el cuál saltó en pedazos. Mi sufrida víctima resultó ilesa, pero salió llorando del baño, mientras yo sentía remordimientos de conciencia por el daño personal que pude haber ocasionado. Nunca más volví a burlarme de él. El asunto no tuvo consecuencias disciplinarias para mí, pero aún así me acerqué a pedirle disculpas y a prometerle que nunca más lo fastidiaría, promesa que fue sellado con un apretón de manos y que mantuve durante mis años escolares humboldtianos. Todavía no había aprendido a categorizar como bullying lo que para mí era sólo un juego de esos crueles momentos de la infancia donde ya hemos comenzado a perder la inocencia.

Donde sí fui testigo de algunos casos graves de bullying fue en 5° año de secundaría, que cursé en el Colegio Santa María (Marianistas) de Monterrico en el año 1980. En esos tiempos el Colegio Humboldt se había plegado a la reforma educativa del gobierno militar, eliminando 4° y 5° de secundaria de su currícula. Quienes así lo deseaban podían cursar cuatro años más de estudios en la ahora desaparecida ESEP (Escuela Superior de Educación Profesional) Ernst Wilhelm Middendorf. Sólo el primer año podía ser convalidado como 4° de secundaria, de modo que quien quería cursar 5° de secundaria debía hacerlo en otro colegio. Y el Colegio Santa María no sólo quedaba cerca de mi casa, sino que yo tenía algunos amigos entre los alumnos.

El colegio se vanagloriaba de estar entre los mejores del Perú, y esa cultura era asumida acríticamente por profesores y alumnos. A decir verdad, el nivel de enseñanza de 5° de secundaria, salvo el curso de química a cargo de un profesor competente como Claudio Meza, estaba al nivel de 3° de secundaria del Humboldt. E incluso diría que el nivel de inglés en la clase donde yo estaba se equiparaba al nivel de 2° de secundaria del Humboldt. Pero lo que realmente era perturbador, más allá de esa arrogancia colectiva sin fundamento, era el nivel de violencia a que se podía llegar entre alumnos en esa escuela católica de varones.

Había un chico de carácter débil al que, cuando tenía que salir adelante entre las filas de pupitres, varios alumnos le tocaban el trasero metiéndole la mano a su paso, ante la incomodidad de la víctima que no sabía defenderse. Y que no se iba a atrever a acusar a quienes lo habían ultrajado, pues según un código no escrito eso significaba caer en desgracia ante todo el alumnado y posiblemente ser sometido a una especie de ostracismo, o en el pero de los casos a una violenta paliza fuera de los muros del colegio.

Había otro compañero de clase, al cual, por sus rasgos indígenas, lo apodaban “Huacorretrato”. Otro alumno de cuerpo escuálido y carácter nervioso, que tenía modales afeminados por ser el único varón entre varias hermanas, era continuamente asediado con comentarios homofóbicos. Recuerdo que una vez me agradeció casi al borde del llanto por no tratarlo como siempre lo habían tratado los demás alumnos en la clase. Supe años después que había muerto joven de un paro cardíaco, tal vez por una enfermedad congénita, o quizás también por haber somatizado el continuo acoso de que fue objeto en el colegio.

Una anécdota de años anteriores era protagonizada por nuestro profesor de filosofía y lógica, Aresio Viveros, quien siempre se presentaba con aires de superioridad y con una sonrisa forzada que hacía que su rostro pareciera el de una marioneta de feria. Se contaba que le habría dicho a un alumno en plena clase: «Dicen que usted es maricón y que le gustan los hombres«». A lo cual el aludido se puso de pie y con palabras firmes pero airadas le espetó: «Sí, soy maricón y me gustan los hombres. ¿Y a usted qué?» No sólo Viveros se habría quedado mudo, sino también todos los demás alumnos en el salón, que veían quizás por primera vez a un homosexual defender sus fueros con tanto valor y hombría.

Pero quizás el caso de bullying más atroz y cruel fue el le hicieron a un muchacho tímido, apocado, al que consideraban el “pavo” de la clase. Un fin de semana dos o tres alumnos salieron en el automóvil del papá de unos de ellos —sin brevete, como solía ocurrir entonces entre adolescentes de clase acomodada que podían darse el lujo de disponer de un carro— llevando al muchacho con ellos y en la Av. Arequipa levantaron a una de las prostitutas que entonces solían ofrecer sus servicios nocturnos al lado de esa vía. Incitaron al muchacho a fornicar con la dama de la noche en el vehículo y le tomaron una fotografía en pleno, que el lunes siguiente hicieron circular en la clase, enseñándosela incluso al tutor y profesor de física, el aprista Fernado Arias, quien fuera esposo de la conocida ministra aprista Ilda Urízar. Arias sólo atinó a reírse nerviosamente, pues probablemente sabía el poder y dinero que tenían los padres de varios de sus alumnos y, por eso mismo, no quería engarzarse en un problema aplicando una medida disciplinaria, que en este caso implicaría la expulsión de los responsables. Y bajó la cabeza cuando yo, alumno de 17 años que estaba de paso en el colegio, fui a recriminarle por su bajeza y cobardía. Por supuesto, dejó que el bullying continuara, por lo menos un rato más. O lo paró tímidamente mediante súplicas amables a quienes lo promovían, sin tomar ninguna medida disciplinaria. De un carácter muy distinto y más enérgico y de un talante moral intachable era otro aprista y profesor nuestro de matemáticas, Jesús Guzmán Gallardo, quien muchos años después buscaría limpiar al Partido Aprista de la nefasta herencia dejada por Alan García, sin conseguirlo.

Académicamente, no aprendí nada en el Colegio Santa María —salvo en el curso de química—, pero tuve un atisbo del ambiente donde se había educado la primera generación de sodálites del año 1973, un ambiente donde bajo la realidad de la camaradería entre muchachos también se hacía presente la violencia y la dominación de unos alumnos sobre otros más débiles y vulnerables que eran sometidos a humillaciones, un ambiente propicio al bullying pero encubierto por un aura de religiosidad católica que formaba parte de la imagen del colegio, una imagen que había que defender a toda costa aunque la realidad fuera distinta.

Y así como yo he sido testigo de actos de bullying en mi edad escolar, sin nunca haber visto que algún miembro del profesorado haya intervenido para zanjar el problema, creo en conciencia que la gran mayoría debe haber visto casos similares. La ficción que narraba César Vallejo en su cuento “Paco Yunque” parece ser un espejo de la realidad, en una sociedad donde todavía no se han hecho esfuerzos suficientes para combatir el bullying, esa violación de los derechos humanos de otros que muchos aprenden en la escuela. Y que luego no tendrán problema de replicar en otros contextos en su edad adulta. Porque los atentados contra los derechos humanos no surgen por generación espontánea, sino que tienen su semilla en las escuelas donde se permite a los alumnos acosar cruelmente a otros alumnos.

 

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bullying, Norman Wolf

«Quiero abandonar este mundo como un comunista» le escribió, en octubre del 2020, Mikis Theodorakis a Dimitri Koutsoumbas, líder del KKE, la principal fuerza política de izquierda de Grecia, en una carta en la que dejaba indicaciones precisas sobre cómo y dónde debían ser sus funerales, un tema que, a una semana de su fallecimiento, ha desatado intensas polémicas que enfrentaron a cortes judiciales con los deudos del compositor y activista, quien dejó el mundo físico el pasado 2 de septiembre, un mes y medio después de cumplir 96 años de edad.

El daño más grave que hizo Sendero Luminoso fue haber terminado, de formas sanguinarias y brutales, con la vida de decenas de miles de compatriotas en las zonas más pobres y abandonadas de nuestro país. Pero la estela de terror y barbarie de SL dejó, además de esa concreta sombra de muerte en familias que nunca hallaron paz ni justicia, un perjuicio subjetivo que viene afectando a prácticamente dos generaciones: la estigmatización de la izquierda como sinónimo de maldad, resentimiento y pobreza espiritual.

Cuando, en septiembre de 1992, vimos aquellas tomas borrosas de video casero en las que Abimael Guzmán y su cúpula de crápulas hacían la ronda y palmoteaban como oligrofrénicos al compás de Zorba El Griego, algo pasó en la mente de los jóvenes que observábamos esa danza, entre ridícula y macabra. En nuestras charlas de universidad, la alegre y mediterránea melodía ya no nos remitía a aquella entrañable película que protagonizó Anthony Quinn en 1964 sino que se volvió la banda sonora de la captura del esperpéntico líder terrorista.

Muchos salimos pronto de la oscuridad, a través de lecturas, películas y canciones. Pero muchos otros no lograron escapar de aquello y hoy llenan, con polos de la selección peruana y boqueando pestíferos prejuicios, las manifestaciones contra el comunismo como si tal sistema de ideas fuera equivalente del terrorismo ramplón y asesino, cosa imposible por muy anacrónicos y desfasados sean la mayoría de sus postulados. Y que celebrarían, en sus eventos auspiciados por Erasmo Wong, la muerte de Mikis Theodorakis, comunista hasta los huesos. Si supieran quién fue, por supuesto.

Esa ignorancia primordial es, además, acicateada por una élite que, desde los medios concentrados y asociados a la derecha más recalcitrante, se dedica a invisibilizar a aquellas personalidades que ensalzan a la izquierda, para evitar que toda esa masa, por lo menos, se entere de que también existen seres humanos valiosos formados desde un pensamiento «de ala zurda más que diestro», parafraseando a Silvio Rodríguez.

La trayectoria personal, artística y política de Mikis Theodorakis (Chíos, 1925) plantea un grave problema a esa derecha bruta y embrutecedora. ¿Cómo criticar a un músico que enfrentó, cara a cara, una de las peores dictaduras del siglo 20 -la Junta Militar que aplastó los derechos civiles en Grecia de 1966 a 1974-, que lo encarceló, censuró y torturó? ¿Qué podrían reprocharle al artista que peleó contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial, que rechazó la Guerra del Golfo Pérsico, que tendió puentes de hermandad entre Grecia y Turquía y criticó al gobierno de su país por estrechar lazos con Benjamín Netanyahu?

Se me ocurre que, por esa imposibilidad de mencionar su nombre sin decir que se trataba de un hombre de izquierda, es que el fallecimiento de este músico universal desapareció de los medios locales al día siguiente, mientras sigue siendo noticia en Grecia y otros países de Europa, donde no cesan de reseñar hasta hoy su importancia como principal responsable de la internacionalización del folklore griego, además de impulsar ideas elevadas sobre cultura, humanismo, arte y su relación con la vida del pueblo. Como político, Theodorakis sirvió a su país como activista, parlamentario y ministro, durante el gobierno de Konstantinos Mitsotakis (1990-1993), padre del actual Primer Ministro de Grecia, Kyriakos Mitsotakis, quien decretó tres días de duelo nacional y acondicionó una capilla ardiente en la Catedral de Atenas, donde cientos de personas se hicieron presentes para despedir a su ídolo.

Para el mundo entero, el nombre de Mikis Theodorakis es sinónimo directo de Zorba, The Greek, la mencionada película (basada en libro epónimo de Nikos Kazantzakis), en que un rústico y desenfadado hombre cretense, Zorba, enseña a vivir a un acartonado señorito inglés. Michael Cacoyannis, director de la cinta, lo convocó también para su ciclo de largometrajes basados en clásicas tragedias griegas, entre las que destaca la sensacional partitura de The Trojan Women (1971), protagonizada por Katherine Hepburn. Además, puso música a dos importantes películas de su compatriota Costa-Gavras: Z (1969) y State de siege (1972), ambientada en Uruguay en tiempos de la guerrilla urbana de los Tupamaros. Aunque Hollywood también se rindió a los encantos de Zorba, su relación con el cine norteamericano fue más bien de distancia y hasta cierta hostilidad, con la excepción de su trabajo en Serpico (Sidney Lumet, 1973), en que Al Pacino encarna al valiente oficial de policía que desmontó, con sus denuncias, las redes corruptas del departamento de policía de New York.

Pero la obra musical de Mikis Theodorakis trasciende, por mucho, a esta danza, también conocida como sirtaki. Theodorakis ha compuesto cientos de canciones, decenas de sinfonías, conciertos y óperas -la mayoría basadas en textos clásicos y modernos de la literatura griega- y obras cargadas de su ideología política. Por ejemplo, en Bulgaria se editó su obra Lithurgy of the children killed in the war (Balkanton Records, 1986), de gran impacto en este país de Europa Oriental. O la sobrecogedora Mauthausen Trilogy (1965), también conocida como The ballad of Mauthausen (con textos del poeta griego Iakovos Kambanellis). La suite, inspirada en los horrores del campo de concentración de Mauthausen, Austria, en el que fueron sacrificados casi 300,000 judíos, fue interpretada por famosos cantantes, entre ellos, la norteamericana Joan Baez

Luego de pasar cuatro años en prisión -y de recibir el apoyo de grandes nombres de la comunidad artística mundial como el compositor ruso Dmitri Shostakovich, el escritor inglés Arthur Miller, los músicos norteamericanos Leonard Bernstein y Harry Belafonte, entre otros-, se dedicó a escribir contundentes canciones de protesta que inspiraron a las juventudes que finalmente forzaron la caída del régimen militar. Estas canciones se hicieron muy populares en el área mediterránea, en las voces de María Farantouri y Antonis Kalogiannis (fallecido en febrero de este año) quienes, junto a Theodorakis, se convirtieron en la conciencia social del pueblo griego. En 1971 fue invitado a Chile por Salvador Allende y devolvió la cortesía musicalizando el Canto general de Pablo Neruda. Aquí podemos ver y oír al compositor dirigiendo a la orquesta y al grupo Quilapayún, en un programa especial realizado en España en 1981.

A diferencia de Vangelis -el otro gran músico griego del siglo 20-, la música de Theodorakis conecta a sus oyentes con el alma y espíritu del pueblo griego desde sus entrañas regionales, pero desde un punto de vista clásico, orquestal, sinfónico, donde violines y pianos se unen a bouzoukis y panderetas en comunión atemporal. Pero si de explorar sus amplios recursos se trata, una recomendación puede ser el álbum Song and guitar pieces (Columbia Records, 1967). En estas grabaciones participa el reconocido guitarrista australiano John Williams y contiene adaptaciones musicales del Romancero gitano de Federico García Lorca. 

Pero, además de Zorba, The Greek –aquí bailada de manera intensa por el compositor y Anthony Quinn, en 1995-, hay una melodía de Theodorakis que es muy conocida para nosotros. Una canción sinuosa y romántica, de quiebres ondulantes y bouzoukis picados, que hasta ha sido cantada por los Beatles. Se trata de la adaptación al español de The Honeymoon Song (título original: An thimithis t’oniro mou), un tema de 1959. Grabada en los setenta por la cantante Gloria Lasso, con textos del poeta Rafael de Penagos, se hizo muy popular en la voz de Paloma San Basilio, con el nombre de Luna de miel (LP Grande, 1987). Como Zorba, este tema universalizó el sonido del folklore griego y condicionó, para bien y para mal, su uso en el cine, la televisión y el turismo.

Como el macartismo más rancio e intolerante, el mundo occidental orientado a la derecha le ha dado la espalda al bagaje musical de uno de los compositores más prolíficos de música instrumental contemporánea, alumno del director de orquesta y compositor francés Olivier Messiaen (1908-1992) y constante animador del Epidaurus Festival, donde estrenó varias de sus obras. Este festival, que se celebra cada año desde 1955, ya anunció que la edición del 2022 tendrá un programa especial de homenaje a Mikis Theodorakis, a quien describen como “una figura icónica de la música, cuya obra visionaria y amplia muestra el lenguaje griego de forma única, con canciones que expresan apasionadamente las luchas de nuestro país por la libertad y la auto determinación”. 

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Todos los días, de lunes a viernes, Alexandra Ames, David Rivera y Paolo Benza discuten los temas más importantes del día por Debate. En nuestro episodio número 216: La condecoración de Bellido. La aprobación de Castillo sigue siendo sólida en el centro y el sur. Y Chabelita no quiere responderle a Willax.

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Todos los días de lunes a viernes «Si el Río suena» con Patricia del Río, entrevistas exclusivas. Este es nuestro episodio número 5. El analista político Eduardo Dargent comentó hoy en «Si el Río suena» con Patricia del Río que la aprobación del presidente Castillo es aceptable, pero para un gobierno que está de salida. Además indicó que desde su perspectiva Perú Libre está haciendo un negocio pensando en las próximas elecciones. En nuestro espacio cultural conversamos con Eduardo Villanueva Mansilla, quien nos dio detalles sobre su libro «Rápido, violento y muy cercano» que habla sobre las movilizaciones del 11 de noviembre y el futuro de la política digital.

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