El domingo pasado, antes de que se difundiese un audio efectista de un estudiante de postgrado de la PUCP, denostando la institución por la convocatoria de un profesor a un seminario sobre el Conflicto Armado Interno, y no sobre El Terrorismo, antes de que la PUCP respondiese dicho audio de manera acertada en las redes sociales, y antes de que se cremasen los restos de Abimael Guzmán y se decidiese que nadie supiese donde se esparcirían sus cenizas; yo había señalado, en esta misma columna, que reivindicaba mi derecho de llamarle “era del terror” a aquellos tiempos y señalé que los restos del cabecilla de Sendero Luminoso debían esparcirse por los confines más remotos del planeta.

Deslindé, no obstante, con las posturas negacionistas de cierta derecha frente a la sistemática violación de derechos humanos por parte de las FFAA y policiales (30% de las víctimas) durante aquel periodo y clamé, una vez más, por la necesaria reconciliación entre estas y los sectores de la sociedad a los que dañara en tiempos caracterizados por el ataque de las bandas terroristas a la sociedad y el Estado. 

En general, en mis últimas columnas he intentado, con poco éxito (lo que es usual en sociedades polarizadas y de debates binarios como la nuestra) reiniciar la discusión sobre la reconciliación nacional que muchos creyeron terminada el día que se inauguró el LUM o pensaron que este, por sí solo, iba a encaminar, con el tiempo, de manera casi espontánea. Por eso el pronunciamiento-respuesta de la PUCP en las redes sociales, al desatinado audio difundido días antes es importante porque señala un punto de partida sustancial para la discusión. 

De hecho, lo más relevante del pronunciamiento PUCP es que ciñe el concepto “conflicto armado” a las categorías del Derecho Internacional Humanitario establecido por la ONU y categóricamente establece que esta denominación no equipara al Estado con los grupos terroristas, ni les otorga ningún estatuto particular de prisioneros de guerra, ni beneficio alguno. 

Al contrario, cierra señalando que “quienes pertenecen a grupos terroristas en un CAI no tienen inmunidad por combatir, ni derecho a combatir, ni privilegio o característica excepcional en el derecho internacional” lo que encaja bien con la necesidad de un esfuerzo para acercar las FFAA con los sectores civiles que esta afectó, para sanar las heridas de la sociedad, sin que los grupos terroristas tengan ninguna participación de estos procesos que considero imprescindibles. Las políticas que sugiero no sirven para olvidar, pero sí para llevar el recuerdo a lugares periféricos de la memoria histórica, en donde ya no le duelan a la colectividad, ni generen las controversias que hoy le siguen generando al tiempo presente. 

Respecto de la denominación, mi posición es en realidad la misma, yo me siento más cómodo con la “era del terror”, pero en clase suelo decir “la era del terror o conflicto armado interno”. Debemos entender que el consenso en una sociedad no tiene que consistir en que todos denominemos las cosas de la misma forma. Esos fueron los viejos consensos del totalitarismo cuya herencia hoy reclaman ciertos populismos exacerbados que se han colocado, estratégicamente, en la periferia derecha de nuestra democracia. Al contrario, consenso es poder aceptar que, como sociedad, podemos llamar de dos maneras al mismo fenómeno, si ya hemos dejado claro que sus responsables son los terroristas y solo los terroristas. 

Es hora de recuperar el gran centro, entendido como el amplio espectro en el cual se desenvuelven las fuerzas democráticas, desde la derecha, bien entendida, hasta la izquierda sistémica, y solo hay centro, allí donde existen la voluntad del diálogo y de alcanzar consensos amplios y plurales. 

 

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Centro, Derecha, Izquierda, PUCP, sendero luminoso

¿Cabe la posibilidad de que las derechas peruanas se unan bajo un solo techo? Es casi imposible. A ello están abocados algunos tratando de crear una nueva agrupación partidaria. Las diferencias ideológicas no son pocas, sin embargo, y hacen difícil esa unión.

Lo que sí cabe, sin duda, es que los partidos de derecha con representación en el Congreso actúen de modo coordinado (Fuerza Popular, Avanza País y Renovación Popular), cosa que ni siquiera ocurrió a la hora de presentar una lista común a la mesa directiva del Legislativo.

Pero es demasiado prematuro tratar de conformar una suerte de Frente Democrático con tamaña anticipación y sin saber siquiera, a ciencia cierta, qué rumbo político tomará el mediocre gobierno que hoy nos rige.

Claramente, si Castillo decide no seguir el camino de la moderación programática, mantiene su alianza con Cerrón y el Movadef, y además hace cuestión de Estado el despliegue de una Asamblea Constituyente, la unidad ya no solo será imperativa sino que deberá incorporar no solo a la derecha sino también al centro. Ya estaríamos en otro escenario.

Debe quedar claro, no obstante, que el problema no es de demanda política. Según todas las encuestas, el país sigue siendo de centroderecha mayoritariamente, salvo las zonas andinas, y si Castillo está sentado en Palacio es por el voto antikeikista, antifujimorista y antiestablishment que la pandemia atizó. Aún así, si López Aliaga renunciaba a su candidatura, como sugerimos en plena segunda vuelta (debido a su gran cantidad de anticuerpos, en la definición electoral perdía de todas maneras), quien pasaba a la segunda vuelta era De Soto, no Keiko, y no sería Castillo el Presidente de la República.

Lo que se requiere es mejorar la oferta. Botar al elenco estable y plantear nuevos nombres. Desde el centro a la derecha conservadora hay rostros frescos que podrían renovar el ambiente. Dimos algunos en una reciente columna. Los reiteramos y agregamos otros: en el centro, Salvador del Solar, Flor Pablo, Marianella Ledesma, Jorge Nieto, Alberto de Belaunde, Richard Acuña, Carolina Lizárraga; en la derecha, Roque Benavides, Carlos Añaños, Enrique Ghersi, Norma Yarrow, Carla García, Úrsula Letona, Patricia Chirinos.

Cinco años de izquierda mediocre e incompetente, como parece tendremos, menguará la posibilidad de candidatos como Antauro Humala o Indira Huillca, que son los que se asoman en ese segmento ideológico. El 2026, si no antes, será ocasión de la centroderecha de recuperar el país y volverlo a enrumbar a la senda del desarrollo y la democracia plena.

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Derecha, Presidente Castillo

La familia del suboficial Carlos Zárate Villalobos, el hombre que daba un irregular resguardo policial a Vladimir Cerrón, tiene en Perú Libre a un buen padrino. La madre del agente, Gregoria Aydee Villalobos Cerrón, no solo ha contratado decenas de veces con los municipios provinciales de Junín, el bastión del partido. También ha cobrado más de S/680.000 por una obra que dejó inconclusa y en mal estado. Así lo revela un prolijo trabajo de la Gerencia Regional de Control de la zona.

Los contratos de Villalobos, quien no registra formación profesional ni cuenta con empresas, aumentaron sustancialmente cuando Cerrón asumió el gobierno regional. En septiembre del año pasado, por ejemplo, la Municipalidad Provincial de Chupaca -cuyo alcalde, Marco Mendoza Ortiz, es militante de Perú Libre- contrató al Consorcio Santa Rosa para el mantenimiento «periódico y rutinario» de un camino vecinal en el distrito de Ahuac.

El mencionado consorcio es integrado por Villalobos y la empresa CRAP Ingeniería y Construcción S.R.L. Un año después hacerse con la obra, a inicios de este mes, la Gerencia Regional de Control de Junín -la oficina de la Contraloría en la región- identificó que no se habían cumplido las condiciones del contrato y que, a pesar de eso, la municipalidad le pagó S/683.760.

De acuerdo al informe de la Contraloría, el consorcio integrado por la mamá de Zárate no realizó los trabajos de mantenimiento durante la fase ll del servicio, por lo que el camino en cuestión tiene baches, cunetas con basura, rocas y vegetación.

También se evidenció la falta de limpieza de las alcantarillas, el empozamiento de agua y “ahuellamientos” (deformaciones por el constante paso de los carros) en diferentes sectores de la vía. Pese a ello, de acuerdo a la documentación de la oficina de control, el consorcio Santa Rosa envió a inicios de este mes una carta informando que sí le habían hecho el mantenimiento al camino.

El consorcio tampoco cumplió con instalar señales de tránsito en el camino, a pesar de que aseguró que sí lo había hecho en otra comunicación enviada a la comuna. Según el contrato, se debían colocar 23 señales, pero al momento de la inspección solo se encontraron cuatro. Por cada una de estas, eso sí, la madre del exguardaespaldas de Vladimir Cerrón y su socio cobraron entre S/520 y S/650 (incluidos en el monto final). Todo esto puso en peligro la seguridad de quienes transitan por ahí, concluye el informe de Contraloría. 

El consorcio Santa Rosa -integrado por la mamá del suboficial Carlos Zarate- cobró más de S/600 mil por una obra mal hecha.

Durante la inspección, el órgano de control también detectó la ausencia del cuaderno de ocurrencias, lo que generó “que no se registren los hechos u ocurrencias relevantes durante la ejecución del servicio”.

De acuerdo al contrato entre el consorcio Santa Rosa y el municipio provincial, “la ejecución de las actividades que no cumplan con los controles de calidad establecidos serán corregidos o reemplazados por el contratista a su cuenta, costo y riesgo de acuerdo a las instrucciones y aprobación de la Entidad”.  

Pero la madre de Zárate tiene corona en los feudos perulibristas. No solo no se hizo cargo de los incumplimientos, sino que recibió el 100% del monto acordado por la fase II del proyecto. 

En los últimos tres años, Villalobos ha ganado S/1,6 millones en contratos con el Gobierno Regional de Junín. La mayoría de sus negocios, sin embargo, se realizaron con la municipalidad de Chupaca, de donde proceden ella y su familia, incluido el suboficial Carlos Zárate, su hijo. Desde 2019, facturó más de S/990.700 con esta comuna.

Por su parte, CRAP Ingeniería y Construcción S.R.L. ha realizado trabajos en Ayacucho, Huancavelica y Junín, siendo esta última la región donde más ha facturado: S/9,5 millones desde 2015, de acuerdo al buscador de proveedores del estado del MEF.

Cuando se firmó el contrato de Ahuac, en septiembre de 2020, el gerente de la empresa era Christian Álvarez Paitampoma. Según otro informe de la Contraloría de junio de ese año, Álvarez presentó documentación falsa para obtener la buena pro de un concurso público en Virú, La Libertad. 

El pasado 20 de septiembre, la municipalidad recibió el informe emitido por la Contraloría para que adopte las acciones correctivas, es decir, para pedirle al consorcio que corrija el pésimo trabajo realizado. ¿Se atreverá el alcalde a emplazar a los amigos de Cerrón? Sospechamos que no.

Nos comunicamos con la municipalidad de Chupaca, pero hasta el cierre de este reportaje no nos respondieron.

 

*Fotoportada: Darlen Leonardo / Fotos: Portal Central

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Carlos Zarate, Perú Libre, Vladimir Cerrón

“Cuando hablamos de personas con discapacidad pensamos en quienes trabajan en el centro de la ciudad o en una avenida importante vendiendo caramelos o esperando una moneda. Pero no nos preguntamos por qué llegaron ahí. Eso se debe a la falta de oportunidades. Pero cuando una persona con discapacidad, dentro de un equipo de trabajo se desarrolla, motiva e inspira a su grupo”.

La frase es de Fabián Chira, un joven de 29 años con acondroplasia, por lo que mide un metro con 27 centímetros. Él que es chalaco, apasionado por el fútbol e hincha del Sport Boys, en el 2019 creo Inclulab, una consultora de inclusión laboral que busca reducir la brecha entre las personas con discapacidad y las empresas.

“Acercamos a las personas con discapacidad a las oportunidades laborales y las acompañamos en todo el proceso de selección: antes, durante y después”, cuenta Fabián. Pero su plataforma no solo las ayuda a conseguir un trabajo en la carrera que estudiaron, eso solamente es una parte del trabajo que realizan: además, las empodera como personas, como profesionales y hace que las empresas – a través de talleres de capacitación- entiendan el valor de ser inclusivas. Pero ¿Cómo nació su idea y qué tiene que ver el fútbol en esta lucha por construir un país inclusivo?

“Uno estudia, tres o cinco años, con la finalidad de posicionarse en una empresa, adquirir experiencia, pero muchas veces es difícil. Muchas empresas creen que contratar personas con discapacidad es un gasto mayor y eso no es cierto”, cuenta Fabián, quien en 2014 fundó la Selección Peruana de Fútbol de Talla Baja, equipo donde conoció a profesionales y a otros deportistas con algún tipo de discapacidad y, a quienes oía repetir un problema: “Las empresas no nos contratan”. ¿Discriminación? ¿Poco interés en hacerlo? ¿Escasa consciencia de las organizaciones? Eran (y son) algunas de las preguntas que se hacían.

“Había un chico al que le pedían tener experiencia para realizar prácticas en una empresa. Pero si antes nadie le había dado la oportunidad por tener discapacidad ¿Cómo iba a conseguir ese empleo?”, se pregunta Fabián, recordando alguna de las experiencias que le tocó vivir de cerca.

Con la sumatoria de testimonios, más su propia experiencia de vida: a los padres de Fabián – en los noventas- les habían dicho -de la manera más torpe- que su niño podría trabajar en un circo o en la televisión. “Están perdiendo dinero”, les decían.

seleccion peruana peru - argentina
Selecciones de Talla Baja de Perú y Argentina se enfrentaron por primera vez en la historia en esta categoría en el 2015.

El fútbol, esa inspiración…

Entonces, a lo largo de su vida, Fabián tuvo que aprender a lidiar con las miradas, con los impertinentes, hasta que en la secundaria entendió que ese cuerpo suyo debía aprender a amarlo y reconocerlo como tal. Entonces, “era hora de salir adelante y convertirse en una referencia para las personas de talla baja del futuro. Ser ejemplo de las nuevas generaciones”. Esa fue la razón principal para crear Inclulab y la Selección Nacional de Talla Baja, donde fue capitán y juega de defensa.

“Queremos que las personas con discapacidad también sean el sustento del hogar, que el sueño de su vida continúe”, dice y agrega: “La idea es que la inclusión no se quede en la empresa. Ni que la empresa contrate personas con discapacidad por un tema de responsabilidad social. ¿Responsabilidad social? Si nosotros cumpliremos nuestro trabajo”, explica. Y agrega: “Queremos también que papá o mamá que trabajan en la empresa lleven el mensaje de inclusión a su hogar. Que expliquen a su familia cómo trabaja su compañero y lo sorprendente que es. Si queremos hacer un cambio, insertar a una sola persona en el mercado laboral puede generar mucho impacto en nuestra sociedad”, cuenta. Y suelta una cifra, más que eso un bofetazo: de 10 personas con discapacidad, solo dos tienen trabajo.

Fabian Chira
Fabián Chira realiza diagnóstico de accesibilidad en empresas.

Entonces, Fabián nos cuenta que para tener impacto en las empresas, realizan activaciones y dan charlas. Además, dice que han logrado establecer contacto con organizaciones que los buscan para que sugieran postulantes a puestos de trabajo. Las personas con discapacidad interesadas en ser parte de la base de datos de Inclulab, solo deben ingresar a su página web o a sus redes sociales y llenar un formulario.

Debido a su innovadora propuesta, Inclulab acaba de ganar hace una semana el premio Protagonistas del Cambio 2021 de la UPC. El camino a ser referentes, ya está enrumbado.

“Lo primero que deben hacer las empresas para ser más inclusivas es querer incluir a personas con discapacidad en sus organizaciones. Luego sensibilizar a su personal para que estén preparados para recibir a una persona con discapacidad. Luego asegurar que sus instalaciones sean inclusivas y – lo principal- que, a la hora de escoger a un talento, centrarse en su capacidad y no en su discapacidad. Solo así generaremos un cambio”, dice Fabián, quien estudió administración de empresas, aunque de momento tuvo que dejarlo porque está metido de lleno en el emprendimiento de su vida, ese que busca marcar un hito y generar un cambio en la sociedad.

Dato:

Pueden contactar a Inclulab en su página web, Facebook, Instagram y LinkedIn 

 

Foto de portada: Javier Bustamante.

Fotos secundarias: Archivo personal Fabián Chira.

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Fabián Chira, Inclulab, Selección Peruana de fútbol de Talla Baja

Debido a la emergencia sanitaria, en Mayo del 2020, se abrió la primera UCI de la provincia de Leoncio Prado en el Hospital de Tingo María (HTM). Para la población fue un respiro dado que, debido al colapso de las UCIs a nivel nacional, encontrar una cama mediante una referencia, era prácticamente imposible. 

Yo llegué a Tingo María en agosto del año pasado, cuando la primera ola ya estaba en descenso. El primer lugar donde trabajé fue EsSalud. Recuerdo que una noche un paciente se descompensó: necesitaba cama UCI. Yo, que era nueva y aún no conocía por completo el sistema, pensé en lo que para mí era lo más obvio: trasladarlo a la UCI del HTM, que queda a solo 5 minutos y que en ese entonces tenía camas disponibles. Cuando traté de coordinar la referencia, me explicaron que no podía llevarlo allí porque no había convenio (de hecho, no hay convenio hasta el día de hoy) y que coordine por medio de mi jefe para que sea llevado hacia el EsSalud de Pucallpa (a 5 horas) o el de Huánuco (a 2 horas y media). 

El Hospital de Tingo María sí recibió pacientes de EsSalud durante la primera ola. Cuando empecé a trabajar allí en septiembre, había dos de sus asegurados que llevaban poco más de un mes en la UCI. Farmacia les otorgaba todos los medicamentos y la atención era cubierta al 100%. Lamentablemente siempre hay gastos que la familia debe asumir, pero que gran parte de estos los cubriera el hospital, era un alivio. 

¿Qué pasó después? EsSalud no reconoció los gastos efectuados por la atención a sus asegurados, por lo que actualmente, tienen una deuda con nosotros de más de 300 mil soles, dinero que nos serviría para comprar más medicamentos e insumos para atender a los pacientes. Dado este enorme perjuicio a los asegurados al SIS, el hospital se vio obligado a no cubrir los gastos de los asegurados a EsSalud, por lo que, desde agosto del año pasado, de hospitalizarse, deben hacerlo como pacientes particulares.

Durante la segunda ola, recibimos varios pacientes de EsSalud. Nuestra forma de amortiguar sus gastos fue entregándoles las recetas para que recogieran los medicamentos en su seguro; sin embargo, a los meses, EsSalud decidió negar esta alternativa a sus asegurados. Eso no fue todo, también dejó de cubrir el traslado en ambulancia desde el seguro hacia nuestro hospital, ya que para venir donde nosotros, el paciente debía solicitar alta voluntaria. Claro que algunos doctores optaron por autorizar las salidas de la ambulancia por un sentido de humanidad, pero lo hicieron bajo el riesgo de recibir un llamado de atención. 

Pero este no es un tema exclusivo de costos si no también, de tiempo. En caso de fracaso respiratorio, los minutos son valiosos. Cada minuto que al cuerpo le falta oxígeno, el daño pulmonar se exacerba y entra en un círculo vicioso que solo conduce al deterioro progresivo. Yo considero que trasladar a un paciente por carretera, ya sea a 2 o 5 horas, teniendo un lugar a solo 5 minutos, es un riesgo innecesario, ya que no solo es el tiempo, si no también los cambios de altura y las carreteras accidentadas las que empeoran la situación. 

Lo irónico de todo esto es que nosotros, los trabajadores de salud, estamos asegurados a EsSalud. Si uno de nosotros se enfermase y necesitase una cama UCI, tendría que esperar su referencia o, en todo caso, cubrir todos sus gastos en el HTM. 

Los asegurados a EsSalud están abandonados en Tingo María. No conozco el caso de otras provincias, pero basado en lo que he vivido, creo que lo más conveniente sería que el gobierno central asegure los convenios entre estas dos entidades a nivel nacional, así como el que tenemos actualmente con el seguro de las fuerzas armadas y el de la policía.  

Nunca me pareció justo que habiendo una UCI en su ciudad, el tingalés asegurado a EsSalud tuviese que esperar a ser trasladado a otra; es aquí que me parece preciso citar lo que la hija de un paciente me dijo entre lágrimas «doctora, él es de los primeros que habitaron la ciudad, no es justo que no pueda ser atendido aquí, en el lugar al que le dedicó su vida». No está de más recordar que hay una directiva sanitaria que determina que, en caso de desenlace desfavorable, el cadáver no puede regresar a la ciudad. 

Soy de las personas que cree que el sistema de salud debería ser uno solo pero también soy consciente de que integrar los sistemas de salud que ya tenemos tomará años. Al menos, por ahora, podrían comenzar por asegurar los convenios en provincias, no solo por el COVID, si no en general, porque en sí los profesionales y equipamientos son escasos como para darse el lujo de dividirlos en dos entidades diferentes. 

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Covid-19, ESSALUD, seguro social, Tingo María, UCI

Cuando en agosto de 2015 visité Washington D.C., la capital de los Estados Unidos de América, quedé sorprendido ante el paisaje que se presentaba a mi vista en el centro de la ciudad. Grandes espacios vacíos ocupados por parques y monumentos grandiosos para eternizar a los personajes y las hazañas de la nación estadounidense: el obelisco en homenaje a George Washington, la estatua de Abraham Lincoln en un edificio que parece un templo griego, los monumentos a los veteranos de la Segunda Mundial, de la Guerra de Corea y de la Guerra de Vietnam, la imponente estatua en piedra blanca de Martin Luther King, el monumento a Franklin Delano Roosevelt. Un poco apartado, a orillas del Potomac, se encuentra el monumento a Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de la nación norteamericana, pero entendida como conformada sólo por blancos, por supuesto, pues Jefferson tuvo más de 600 esclavos y, siendo el tercer presidente de los Estados Unidos, esbozó una Ley de Traslado Forzoso de los Indios con el fin de que las poblaciones originarias abandonaran sus propias culturas, religiones y estilos de vida a favor de la cultura occidental europea, la religión cristiana y un estilo de vida agrícola sedentario. Aplicada durante el gobierno de Andrew Jackson a partir de 1830, legalizó en la práctica el genocidio indígena y propició expropiaciones de tierras, masacres y otros abusos.

Espacios vacíos, una arquitectura que exalta la idea de patria y el nacionalismo, elevación de personas de carne y hueso al glorioso Olimpo de los dioses de la historia, todo ello me hacía recordar la imponente arquitectura nazi de la cual todavía quedan rezagos en Berlín, Múnich y Núremberg. O en los dibujos y maquetas de arquitectos que hipotecaron su alma al Führer.

Porque si bien Estados Unidos combatió el fascismo encarnado en el nacionalsocialismo de Hitler y en el gobierno de Benito Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial, también es cierto que asumió varias de sus formas, que aún persisten en la cultura del país del Norte: su militarismo, su nacionalismo exacerbado, su miedo irracional al enemigo ficticio que es el “comunismo”, su tolerancia hacia las armas y la justicia por mano propia, su condescendencia colectiva con grupos de extrema derecha incluyendo neonazis. Y si bien existe el contrapeso de instituciones democráticas sólidas, los elementos mencionados siguen presentes en el inconsciente colectivo de grandes sectores de la población. Y han sido alimentados durante décadas por la literatura popular de superhéroes y el cine.

La figura de Superman apareció por primera vez en 1933 en la revista Science Fiction en el cuento “The Reign of the Super-Man”, escrito por Jerry Siegel y Joe Shuster, hijos de inmigrantes judíos. En ese relato —inspirado en la entonces popular figura del superhombre de Friedrich Nietzsche, asumida luego por Hitler en su ideario doctrinal— Superman es un hombre común y corriente que adquiere poderes telepáticos y se convierte en un ser malvado que quiere dominar el mundo. Es así que Superman nace como un villano con características fascistas, pero después sus autores decidieron convertirlo en un superhéroe de anatomía hercúlea, poderes supranaturales, traje circense, origen planetario y doble identidad, a fin de identificarlo de alguna manera con el hombre de la calle. Pero este superhéroe no deja los modales fascistas: cree saber mejor que nadie cuál es la verdad, combate el crimen de manera extrajudicial y toma la justicia por su propia mano, salvar a la humanidad es para él antes que nada salvar a la población anglosajona de los Estados Unidos, no ha sido elegido democráticamente por nadie para la tarea que está cumpliendo, se erige él mismo en salvador de la especie humana con métodos que nadie puede cuestionar, pues él mismo es incuestionable y es bueno por definición.

Por más que la historia posterior de los diversos superhéroes se haya hecho más compleja, sobre todo con la humanización de los mismos bajo el sello de Marvel, nunca se han podido sacar de encima este esquema fascista, al menos en sus trazos generales. Téngase en cuenta que se trata de seres de fantasía, entre los cuales Batman, aún careciendo de superpoderes, tiene un rasgo irreal que lo identifica sobremanera como un producto de la imaginación: es un millonario que nunca ha cometido un delito. Y como miembro de su clase, defenderá siempre a los bancos y al sistema político y económico que lo sustenta. Por regla general, no existen los superhéroes críticos del sistema que asuman la defensa de quienes se ven perjudicados por él.

El fascismo cinematográfico hollywoodense también tiene una larga data, pero encuentra impulso importante con un clásico del cine policial, “Dirty Harry” (Don Siegel, 1971) —o, como se le conoce en español, “Harry el Sucio”—. Este este film Clint Eastwood —quien se define actualmente como libertario, apoyó al Partido Republicano y decía de sí mismo que era izquierdista en lo social y derechista en lo económico— encarna al inspector Callahan, que tiene métodos discutibles para combatir el crimen, incluyendo la manipulación psicológica, la extorsión, la tortura e incluso la ejecución del criminal por propia mano, y que justifica la violencia argumentando que el poder judicial es incapaz de castigar adecuadamente el crimen. El trasfondo fascista y el cinismo de esta cinta no serían obstáculo para la aparición de películas con un esquema parecido, entre las cuales destaca “El vengador anónimo” (“Death Wish”, Michael Winner, 1974), donde esta vez un civil, el arquitecto Paul Kersey interpretado por Charles Bronson, decide tomar la justicia por sus manos debido a la inoperancia del aparato policial ante la violación y asesinato de su mujer y su hija.

Seguirían los filmes de acción de los 80 con actores como Sylvester Stallone, Chuck Norris, Arnold Schwarzenegger, Jean-Claude van Damme, Steven Seagal, propagadores de un fascismo a la americana en películas policiales y bélicas, y que encontraría uno de sus puntos culminantes en “Duro de matar” (“Die Hard,” John McTiernan, 1988), donde el protagonista ya no es tan duro, cínico e implacable como los anteriores, sino más bien un hombre común y corriente, conservador y pro-familia, que se ve envuelto en una inesperada situación de violencia y se ve casi forzado por las circunstancias a repartir golpes y balas para eliminar a los malos, para gusto y satisfacción de la platea.

No me extraña que este tipo de películas hayan estado entre las que más le gustaban a un fascista como Luis Fernando Figari, quien después de disfrutarlas nos enviaba los videocassettes de VHS con el P. José Antonio Eguren a la comunidad de La Aurora (Miraflores), quien también las disfrutaba imitando el traqueteo de las metralletas con sus labios cuando Schwarzenegger disparaba a mansalva en películas como “Comando” (“Commando”, Mark L. Lester, 1985) o “Depredador” (“Predator”, John McTiernan, 1987).

Querámoslo o no, esta narrativa fascista que no se denomina como tal pero que hemos consumido, y muchos seguimos consumiendo, ha sido como un humus inconsciente en el cual han germinado en algunos brotes de extremismo derechista. Esto no es nuevo en la azarosa historia del Perú. Incluso hemos tenido un presidente abiertamente fascista, el coronel Luis Sánchez Cerro —asesinado el 30 de abril de 1933 por un militante aprista—, fundador del Partido Unión Revolucionaria, el cual, como buen fascista, era populista, militarista, se oponía al liberalismo y al comunismo, y también a la inmigración china y japonesa. Simpatizantes del fascismo italiano y del franquismo —el fascismo español— fueron José de la Riva-Agüero y Osma y otros pensadores vinculados a la Acción Católica.

Todas estas tendencias que se ven plasmadas actualmente en partidos como Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País y en sus simpatizantes encierran un peligro totalitario que constituye una amenaza para la frágil democracia peruana. No obstante que muchos integrantes de esas agrupaciones políticas hacen suyo el lema tan querido por Mussolini de “Dios, Patria y Familia”, esta consigna que suena bien a los oídos piadosos tiene un reverso oscuro, pues implica la negación de derechos para quienes consideran que la religión no debe inmiscuirse en la cosa política y que el Estado debe permanecer laico, para quienes ellos no consideran como parte de la patria y por lo tanto deben ser marginados —entre ellos, los que no comulgan con su ideología conservadora, los pueblos indígenas y los inmigrantes extranjeros—, para quienes forman familias diversas a la familia tradicional o tienen identidades de género distintas a las tradicionales.

Las reuniones que han tenido entre el 22 y el 23 de septiembre representantes de Avanza País, Renovación Popular y Fuerza Popular con representantes del partido español Vox, a fin de conformar un fuente ultraderechista que busque derrocar a todo gobierno de izquierda en la región —englobados bajo el rótulo descalificador de “comunismo”— nos muestra que el fascismo sigue siendo una amenaza para la estabilidad democrática en el Perú. Y que para muchos se ha convertido en una forma normal de pensar la realidad.

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Fascismo, política peruana

Provengo de un tiempo en que las palabras «artista», «estrella», «músico» o «cantante» denominaban a un tipo especial de seres humanos, personas que, sobre la base de creatividad, talento, clase y sobre todo, disciplina, eran capaces de despertar emociones, generar ilusión y establecer una relación profunda con los demás, sin importar edades, idiomas o estilos. Siendo niño, aprendí de inmediato a distinguir entre el aspirante con madera y el voluntarioso sin futuro, entre el brillo natural y el falso disfuerzo, entre el artista verdadero y el farsante montado por campañas invasivas de publicidad.

En ese sentido, siempre me han causado desconfianza los programas-concurso que buscan el «talento oculto» de personas comunes y corrientes, ciudadanos que siempre soñaron con subir a un escenario y que, gracias a la magia de la televisión y la aprobación de un jurado (a veces no tan) especializado, se convierten en estrellas del micrófono. No es que no existan esa clase de personas, sino que el montaje televisivo termina siempre armando historias donde termina entrometiéndose la impostura de lo ensayado. Y no solo me refiero a la retahíla de versiones locales de realities surgidos desde los albores del siglo 21, réplicas de franquicias creadas en España (Operación Triunfo, 2001), EE.UU. (American Idol, 2002), Inglaterra (Britain’s Got Talent, 2007/The X Factor, 2004) u Holanda (I Am… /The Voice, 2010).

Desde el set caótico y destartalado de Trampolín a la Fama, con cartones pegados sobre cortinas de plástico y el acompañamiento de un teclado Yamaha; hasta La Voz Perú, con su escenario sofisticado, multicámaras, luces LED y banda completa en vivo, la historia es la misma -insisto, estoy refiriéndome a las versiones peruanas: disfuerzos, chacota, lucimiento excesivo de ciertos anfitriones. Y uno que otro caso aislado en el que se da esa extraña ecuación de talento y naturalidad que logra abrirse camino y destacar, si es que no se mete, en el medio, la «argolla». Esta mala práctica de peruano cuño extiende una sombra de informalidad que puede convertir a este formato, esencialmente entretenido e inocuo, en una insufrible fuente de injusticias y esa impunidad de la que gozan los que, siempre con una sonrisa en el rostro, deciden quién sigue en carrera y quién no.

Desde que se estrenó en nuestra televisión, en el año 2013, el programa atrapó la atención de las masas. Siguiendo al pie de la letra a su formato matriz The Voice, creado por el promotor de espectáculos y multimillonario holandés John de Mol Jr. (66), que lanzó desde su productora Endemol Shine Group –una gigantesca compañía de distribución y realización que opera en más de 30 países-, La Voz Perú tuvo, como uno de sus principales atractivos, la presencia entre los entrenadores o coaches de uno o dos artistas de renombre internacional. El modelo de franquicia televisiva –concepto extraído de la actividad empresarial y económica- exige que se repliquen, con absoluta exactitud, todos los detalles de la fuente original, con segmentos, terminologías, escenarios y comportamientos repetitivos y estandarizados. Hasta el pegajoso tema que identifica al show, Esta es la voz, es versión en español de This is the voice, escrito por el holandés Martijn Schimmer (46), compositor de jingles para comerciales y programas de televisión. La cancioncita de marras hoy se escucha, en sus respectivos idiomas, en los 145 países –desde Arabia Saudita hasta Brasil, desde Estados Unidos hasta Turquía- en los que se emite The Voice.

Ocurre que, en el Perú -a diferencia de otros países de la región como Argentina, México, Colombia, Venezuela o Chile-, no tenemos artistas que hayan trascendido, realmente, en la escena musical internacional. Incluso si pensamos en personajes como Eva Ayllón (integrante del jurado desde la Temporada 1), Gianmarco Zignago (Temporada 2) o Daniela Darcourt (Temporada 4), han alcanzado fama en otras latitudes pero mucho después –y, en el caso de la joven salsera, muy recientemente-, y no han conseguido despegarse del todo de su perfil localista. Para decirlo de otra manera: artistas como José Luis Rodríguez «El Puma» (Venezuela), Álex Lora (México) o Pimpinela (Argentina) podrían ser jurados o consejeros no solo en sus países sino en cualquier otro de Latinoamérica e inclusive España, merced de su innegable trayectoria y reconocimiento. No podríamos decir lo mismo de Ayllón o Gianmarco, que solo pueden serlo aquí, donde son muy conocidos, pero no en otros lugares, a pesar de sus Grammy Latino, sus ventas millonarias e incluso sus colaboraciones con personalidades de la estatura y popularidad de Pedro Aznar, Alex Acuña, Emmanuel, Tito Nieves o los Estefan.

Hay dos aspectos que resultan especialmente grises en la dinámica de La Voz versión nacional, y ambos tienen que ver, precisamente, con la porción local de coaches, conformada por Eva Ayllón y Daniela Darcourt. El primero es el afán de figuración de ambas, sobre todo durante la primera etapa del show, denominada «Audiciones a Ciegas». Todo el tiempo trasponen la línea de sus funciones -decidir si voltean o no, aconsejar, analizar cada presentación- y se entrometen a cantar con los participantes –muchas veces desviando la atención hacia ellas y dejando en segundo plano a los concursantes, quienes son (o deberían ser) los absolutos protagonistas de cada emisión. Todo lo contrario ocurre con los otros dos miembros del jurado actual, Tony Succar –talentoso productor y percusionista nacido en Perú que creció en EE.UU., donde desarrolla su carrera desde el año 2015- y el famoso dúo argentino Pimpinela, con 40 años de carrera artística, quienes mantienen una actitud más moderada.

En versiones foráneas no ocurre eso. Los entrenadores, en algunos casos artistas de peso como Alicia Keys (EE.UU.), Rafaella Carra (Italia) o Michael Monroe (Finlandia, vocalista de la legendaria banda de hard-rock y heavy metal Hanoi Rocks), solo ofrecen actuaciones en ocasiones anunciadas como algo especial, e incluso preparan presentaciones con sus pupilos o entre sí, para que los participantes vean a sus profesores hacer lo suyo, a manera de estímulo. El premio final incluye dinero y la posibilidad de grabar un disco con Universal Records, además por supuesto de la fama que llega con la sobre exposición en medios y los ansiados likes en redes sociales.

El segundo aspecto lo mencioné líneas arriba, la sospecha de la «argolla». Si acaso me leen personas no peruanas, este término coloquial alude al favorecimiento que obtiene un trabajador o aspirante a determinadas posiciones, por tener alguna relación -familiar, amical- con quienes están a cargo de la evaluación que decidirá quién ingresa, quién asciende, quién gana. Y en La Voz Perú -y su reciente spin-off, La Voz Senior, cuya primera temporada está hoy en pleno desarrollo- parecería ser uno de los caminos que asegura, a ciertos candidatos, avanzar en la competencia, lo que constituiría una exhibición descarada de esa odiosa y siempre asolapada conducta que, en el Perú, es moneda corriente en prácticamente toda actividad pública y privada -desde la política hasta el mercado laboral, pasando por el deporte y, por supuesto, la industria del entretenimiento masivo- en la que, en lugar de la meritocracia o la imparcialidad, priman el amiguismo, la ayuda tácita. En el contexto del concurso, existiría una forma de disimular esto: la figura del “robo”. Cuando un concursante es declarado ganador(a) de una “Batalla” –otro de los segmentos estandarizados de la franquicia- sin merecerlo, el perdedor(a), que debió ganar, pasa a otro equipo gracias a que otro entrenador lo incorpora a su equipo –lo “roba”-, y de esta manera sigue en carrera.

La Voz Senior, derivado de La Voz Perú, recibe, como sugiere su nombre, a participantes mayores de 60 años, señores y señoras que ofrecen, en la mayoría de casos, momentos de emoción auténtica, haciendo gala de talento y carisma. Los concursantes nos regalan un agradable menú de otras épocas: boleros, salsas, baladas, valses, huaynos, rock en español y clásicos de la nueva ola, trayendo al horario estelar canciones de aquellos artistas que marcaron la vida de nuestros padres y abuelos, de instrumentaciones sofisticadas y letras inspiradoras, interpretadas de manera sobria y elegante, a diferencia de los exagerados gritos y «melismas”, esas ondulaciones disforzadas de las que suelen abusar los concursantes, hombres y mujeres, de La Voz Perú.

NOTA: Para cualquier melómano que se respete, decir «La Voz» remite a uno de los alias artísticos que, durante décadas, sirvió para identificar a Frank Sinatra (1915-1998), extraordinario vocalista e intérprete norteamericano de jazz, recordado por su elegancia, sus romances y sus nexos con la mafia. A Sinatra, el crooner por excelencia, le decían «The Voice» porque acariciaba las canciones con ese tono de barítono y, cuando quería, las hacía explotar con energía y emoción.

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