Candidatos

La sucesión de dislates cometidos por Hernando de Soto, candidato de Avanza País, ya se acercan al autosabotaje. Dice que no aceptaría vacunarse en el extranjero porque sería un privilegio inaceptable y a renglón seguido lo hace, reconociéndolo solo luego de ser pescado por la prensa. Por cierto, no tiene nada de malo que lo haga, pero lo que subleva es la impostura.

Dice haber publicado su plan de gobierno en The Economist y en The Wall Street Journal, y a los pocos minutos es desmentido tajantemente. A lo sumo, no pasaba de haber publicado algunos artículos, por lo demás bastante alejados de lo que podría ser una propuesta gubernativa cabal.

Sus voceros lo felicitan con algarabía por haber sido mediador exitoso entre el gobierno y los transportistas de carga que habían paralizado sus labores y bloqueado carreteras. Al final, uno se entera que De Soto solo se había reunido con taxistas informales y que no tuvo ni la más mínima injerencia en la solución del problema. Uno de sus aúlicos más entusiastas llegó a decir que De Soto no había esperado al 28 de julio para empezar a gobernar.

En días anteriores habíamos especulado sobre un eventual ascenso en las encuestas de De Soto, porque había salido del pasmo en el que se encontraba y había empezado una maratón de visitas regionales y apariciones mediáticas muy propicias. Y si a ello se le sumaba el estancamiento de la candidatura de López Aliaga, había margen para pensar que el autor de El misterio del capital podía terciar en la pelea de la derecha por pasar a la segunda vuelta.

Todavía es posible que suceda y que el pueblo le perdone o pase por alto sus gazapos, pero si no ocurre y hay un castigo cívico, será única y exclusivamente responsabilidad suya y de su entorno dócil de consejeros, que parecen no ser capaces de empinarse sobre el desbordado narcisismo del candidato.

Estamos todavía en los primeros 30 minutos del primer tiempo del partido por la primera vuelta y en la semifinal de la derecha se mantiene un empate técnico, pero De Soto se ha hecho merecedor de varias tarjetas amarillas que en pocos días sabremos si lo han afectado y beneficiado a sus adversarios.

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Las últimas encuestas revelan con claridad que la ola celeste de Rafael López Aliaga se convirtió en un tumbito. Ya dejó de crecer al ritmo que lo venía haciendo y lo más probable -dada la cantidad enorme de desaciertos que viene cometiendo- es que empiece paulatinamente a bajar en su intención de voto.

El voto ultraconservador tiene un nicho en el Perú, pero tiene un límite que es incapaz de franquear, salvo que quien lo represente sea un candidato convocante, plural, sensato, todo lo contrario a lo que el líder de Renovación Popular viene mostrando ser.

Rehúye debates (no fue al de América Televisión y canceló a última hora el de San Marcos), se muestra cada vez más soez con el gobierno y sus adversarios y ha enfilado sus baterías contra la prensa que legítimamente lo cuestiona o lo investiga. Se permite inclusive retuitear los peores agravios que en las redes sociales se lanzan contra periodistas que lo ponen en aprietos en entrevistas (y, qué curioso, la mayoría son contra periodistas mujeres).

Tiene, además, compitiendo a su alrededor a candidatos del mismo o parecido perfil derechista que están recomponiendo adecuadamente sus estrategias. George Forsyth ha detenido su caída, Keiko Fujimori sigue creciendo lenta pero sostenidamente y Hernando de Soto despertó de su modorra y ha emprendido una maratón de visitas a regiones del país y se prodiga con habilidad en entrevistas en medios de comunicación. La semifinal de la derecha no la tiene ganada López Aliaga y todo apunta a que la va a perder sin atenuantes, producto de sus propios errores.

Sería una gran noticia para la democracia, para la economía de mercado y para las libertades civiles (que tanto ha costado y cuesta instaurar en el Perú), que un candidato como López Aliaga no pase de ser una efímera y lamentable anécdota en el firmamento político peruano.

La ultraderecha no merece tener protagonismo. La construcción de una república moderna y liberal marcha en sentido contrario de proyectos cavernarios que harían retroceder décadas al país.

Solo ha sido la simultaneidad de crisis -sanitaria,, económica, social y política- lo que le ha permitido a López Aliaga cosechar de ello y sorprender a una parte del electorado, pero felizmente todo parece indicar que haber aparecido tan precozmente le va a pasar factura. Este tiempo ha servido para revelar el verdadero rostro tenebroso de un personaje lamentable y peligroso.

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Es una buena noticia que el Jurado Nacional de Elecciones haya autorizado las candidaturas de George Forsyth, Rafael López Aliaga y Ciro Gálvez, y que además el Poder Judicial haya amparado la postulación parlamentaria del PPC.

Debe ser tarea futura del Congreso retirarle tanta discrecionalidad al poder electoral. No puede haber democracia plena si el capricho legislativo de algunos magistrados es capaz de torcer la voluntad popular o de mantenerla en ascuas. Honestamente, deja muchas sospechas sueltas de que detrás de este circo de exclusiones pueda haber alguna razón monetaria ilícita.

Recordemos que la gran disfuncionalidad de este quinquenio se debió en gran medida a la exclusión de Julio Guzmán y César Acuña de la campaña anterior. Gracias a ello subió Kuczynski, que ya estaba desahuciado, al recibir el trasvase de los votos del líder morado. Y Keiko Fujimori obtuvo el aluvión de votos que la condujeron a tener una mayoría aplastante, inédita en la historia republicana en el Congreso, merced a que los votos acuñistas -sobre todo los del norte- recalaron casi íntegramente en las filas naranjas.

Si ni Guzmán ni Acuña hubiesen sido tachados, probablemente la segunda vuelta era entre Guzmán y Keiko Fujimori, y probablemente hubiese ganado Guzmán, por el enorme antivoto fujimorista, pero Fuerza Popular no habría tenido el poder extorsivo que tuvo en el Legislativo contra PPK. Hubiera sido un mejor escenario de gobernabilidad que el que finalmente tuvimos.

Salvo los casos del aprismo, de Fernando Cillóniz y de Fernando Olivera -sacados irremediablemente de la contienda-, el grueso de candidatos se ha logrado mantener en la carrera y eso es bueno. En una democracia de baja intensidad como la peruana restarle representación y legitimidad popular de arranque, impidiendo que algunos candidatos puedan postular, es un hecho grave que felizmente no terminó por ocurrir.

La democracia peruana ha sido puesta a prueba este lustro y si bien ha salido airosa (a pesar de que la coalición desestabilizadora conformada por medios y políticos irresponsables sigue su labor de zapa, como hemos visto estos días), ha quedado bastante magullada. La tarea de reconstruirla no podía partir de un vicio de legitimidad de origen, sacándose candidatos a pocas semanas de la elección.

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