elecciones peru 2026

La proliferación de partidos políticos en el Perú, lejos de reflejar signos de salud democrática, ha convertido al país en una patética sátira de la representación ciudadana. Un proceso que, en su forma ideal, es serio y selectivo, ha sido suprimido por el fraude y la falsificación. No estamos ante un caso aislado sino ante una práctica sistemática (Reniec calcula que hay por lo menos 300 mil firmas falsificadas). No es sinootro ejemplo de la decrepitud moral de nuestra clase política, de cuán descarada es en su disposición de socavar las reglas y cuán despreciable es en la forma abusiva en que se comporta.

No estamos solo ante una ofensa legal, sino frente a uno de los golpes más destructivos que el ya limitado nivel de confianza en la democracia ha recibido en mucho tiempo. Fruto de mentiras, estas creaciones no pueden ser actores de algo estable, y mucho menos de los ciudadanos cuyos intereses pretenden representar. Nacen comonegocios familiares, máquinas clientelistas o herramientas de poder circunstanciales, sin ideología, sin programa, sin escrúpulos.

El Jurado Nacional de Elecciones debe tener el coraje de dejar atrás las investigaciones pusilánimes, o sanciones referenciales solo para dramatizar, y hacer una limpieza radical en el registro de organizaciones políticas. No es solo justo, sino necesario borrar la inscripción de partidos que han mentido desde el principio. Es un paso higiénico, profiláctico, que traería un poco de dignidad al espacio político y también tendría el efecto saludable de disminuir la fragmentación caótica que ha que gobernar, legislar o incluso debatir de una manera coherenteen el futuro próximo sea casi imposible.

En una democracia saludable, los partidos existen para ser vehículos de ideas, no espacios para oportunistas o, peor aún, franquicias de unnegocio electoral. Estaremos atrapados en esta grotesca tragicomedia hasta que actuemos en consecuencia; no podemos permitir que aquellos con la menor fe política sean, paradójicamente, los que más se beneficien.

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Hay momentos históricos que hacen que las naciones requieran de un tipo de gobierno en particular, si alguno de derecha inclinado sobre todo a reforzar la marcha económica o si alguno de izquierda predispuesto más a construir un tejido institucional.

Hoy, el Perú necesita a gritos un régimen de derecha liberal, que ponga especial énfasis en romper el marasmo económico instalado en el país desde el 2011 cuando Ollanta Humala empezó a pervertir las fórmulas de mercado construidas desde la reforma de los 90.

Con ello, el Perú recuperará las tasas de crecimiento que permitieron la generación de una inmensa clase media (por primera vez en su historia el dibujo sociográfico de las clases sociales peruanas era un rombo), disminuir radicalmente la pobreza y aminorar las desigualdades.

De la mano con ello, con ese sostén sociológico prodemocracia, abocarse a hacer lo que los regímenes de la transición no hicieron, que es construir reformas institucionales en salud, educación, seguridad y justicia, pero desde un punto de vista liberal, no de izquierda, ni caviar (por años, la izquierda ha manejado estos sectores y los resultados saltan a la vista: millones en consultorías -que debieran ser investigadas- y cero resultados).

Lo único bueno que se hizo en materia institucional fue la reforma educativa dirigida por Jaime Saavedra, que solo quien no lo conoce puede tildar de izquierdista, caviar o estatista. Hay decenas de estudios de políticas públicas que, desde un punto de vista liberal, proponen fórmulas de arreglo de problemas seculares como la salud y la educación públicas, la justicia y la seguridad.  A ellos y sus tecnócratas hay que acudir.

Anticipo mi voto: lo haré por aquel candidato de derecha liberal que sepa ofrecer un programa de gobierno y un equipo tecnocrático capaz de empezar a hacer estar reformas estructurales desde el primer día. No votaré por la izquierda y mucho menos por la derecha populista y mercantilista que impera, por ejemplo, en el Congreso actual.

Se necesita una refundación republicana, pero rápida y acelerada, no gradual no timorata. La vorágine reformista de los 90 en materia económica debe ser replicada incluyendo en esta ocasión materias de institucionalidad democrática secularmente soslayadas en el Perú y que han generado la justificada irritación popular con el statu quo.

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