[Música Maestro] Una pérdida irreparable
En sus conciertos y presentaciones en televisión, Eddie Palmieri era una incontenible fuerza de la naturaleza. Siempre con la boca abierta, emitiendo un extraño rugido, mecía al público con la mirada fija en sus músicos, arpegiando desde el piano sutiles líneas rítmicas que pasaban del jazz a la música clásica -como en la fantástica introducción de casi siete minutos de Un día bonito (The sun of the latin music, 1974)- y, de repente, cuando ordenaba el inicio de la descarga, todo se transformaba en un revolucionario huracán, un caos controlado por su experto dominio del ritmo y la improvisación.
Eddie se agitaba y aporreaba el piano. Por eso, en algún momento de esa carrera que sostuvo durante más de seis décadas, lo apodaron “el rompeteclas”. Y la cosa iba subiendo de intensidad. Se paraba, se sacudía y saltaba de espaldas al público, delante de su sección de vientos, lanzaba los brazos hacia arriba y los dejaba caer sobre el instrumento, tocando con los codos, con la mitad de su cuerpo, para después seguir con ese flujo que parecía disparar rayos eléctricos desde la mano derecha y un imparable tumbao, con la izquierda.
Su poblada barba negra y su apellido delataban la ascendencia de sus padres, portorriqueños de origen italiano. En sus años de mayor fama, Palmieri lucía como una combinación del tenor italiano Luciano Pavarotti y el cantante griego Demis Roussos. Pero en su toque nada había de mediterráneo, era puro fuego afrocaribeño. Solía aparecer vestido de un solo color, totalmente de blanco o de negro -de mayor prefería las camisas coloridas y los sombreros-. Para la última canción de cada espectáculo, terminaba despeinado, con la camisa abierta y el saco en el suelo, como si hubiera estado en el epicentro de un sismo de grado 8. El pasado miércoles 6 de agosto, en New Jersey, se apagó su llamarada a los 88 años, una pérdida irreparable para el universo de nuestros ritmos que hicieron bailar al mundo entero con elegancia y energía.
La exquisita música latina que produjo este extraordinario artista será recordada por los amantes de la salsa y el latin-jazz como una poderosa y auténtica manifestación de orgullo e identidad, en las antípodas del descalabro de poca monta, vergonzosamente chabacano de las “estrellas” actuales del latin-pop y el reggaetón, que se esfuerzan día a día por degradar la noción de “lo latino” a una sola imagen, asociada al exhibicionismo barato y la hipersexualización de todo.
Eddie Palmieri, uno de los arquitectos de la salsa
Aunque no le gustaba para nada el término “salsa”, no cabe duda de que Eddie Palmieri fue uno de los responsables de armar las bases que originaron el popular membrete, con su permanente preocupación por modernizar la receta de esa paila en la que se cocinaban todos los ritmos afrocubanos, allá en el Bronx neoyorquino, donde sus padres se habían establecido tras salir de su querida Ponce. Inspirado por su hermano Charlie, casi diez años mayor que él, que había estudiado en la prestigiosa escuela de Julliard, pidió a sus papás que lo inscriban en clases de piano. Juntos, a los 14 y 9 años, los hermanos Palmieri participaron en concursos de talentos y sorprendieron a todos con sus habilidades.
En los cincuenta, Eddie llegó a trabajar con algunos de sus ídolos, como las orquestas de los boleristas Vicentico Valdés y Tito Rodríguez. Para cuando formó el conjunto La Perfecta, a los 25 años, los Palmieri ya tenían un sólido dominio de la guaracha, el guaguancó, el bolero son y otros subgéneros provenientes de Cuba. Como las charangas del dominicano Johnny Pacheco y el boogaloo de Rafael Cortijo, Ray Barretto -con quien la prensa le inventó una supuesta rivalidad- o El Gran Combo, la música de Eddie Palmieri sirvió para cimentar la identidad salsera.
Entre 1961 y 1968, el Conjunto La Perfecta lanzó álbumes como Eddie Palmieri and his Conjunto La Perfecta (1961), El molestoso (1963) o Lo que traigo es sabroso (1965), en los que aparecieron clásicos como La Gioconda, Conmigo o Muñeca y, especialmente, una exploración rítmica llamada Azúcar pa’ ti que en su versión original alcanza casi los diez minutos. Ese tema se hizo fijo en sus presentaciones en vivo en las que podía extenderse al doble de su duración.
En paralelo, el pianista fue mostrando su orientación hacia el jazz, reflejada en dos elegantes discos junto al norteamericano Cal Tjader, lanzados a través del prestigioso sello discográfico Verve Records, El sonido nuevo (1966, donde destaca el tema Picadillo, escrito por Tito Puente) y Bamboléate (1967, que incluye la composición de Palmieri Resemblance, que revisitaría años después en su álbum de 1975, Unfinished masterpiece).
Los años setenta: Salsa vanguardista, experimentación y fusiones
Entre 1969 y 1979, se sumergió mucho más en la experimentación y el cruce de la naciente salsa dura con una decidida intención de meterle jazz y otros ritmos afroamericanos, sin alejarse nunca del sonido latino que era su principal fuente de inspiración. Ya en los sesenta, la voz que corría entre los bailadores era que, por sus extensos vuelos instrumentales, cada vez que tocaba Azúcar pa’ ti -su ineludible tour-de-force en esos años- “si querías salir a bailarla, tienes que esperar a que acabe el solo de piano, porque si no nunca podrás hacerlo”.
Así, discos como Champagne (1968) y Justicia (1969), sirvieron de prólogo para las que serían sus mejores producciones de la década siguiente. Desde Superimposition (1970, que contiene otro clásico, La malanga) hasta Unfinished masterpiece (1975), cada uno de sus discos contiene una inteligente mezcla de feroces ataques de salsa pura, en temas como Óyelo que te conviene o Nada de ti y joyas del latin-jazz como Una rosa española, en la que usa la melodía de un clásico beatlesco, You never give me your money (Abbey Road, 1969) o Caminando (con Eddie tocando el Fender Rhoads), del alucinante Vámonos pa’l monte (1971).
Por cierto, en el tema-título de ese LP se escucha un solo de órgano de su hermano Charlie que nos hace imaginar cómo habría sonado Jon Lord (Deep Purple) si alguien le hubiera enseñado a tocar música afrolatina. Eddie cruzó caminos con su hermano,-quien tenía por sí mismo un lugar bien ganado como colaborador de Tito Puente, Mongo Santamaría y muchos otros-, hasta su repentina muerte en 1988, víctima de un paro cardíaco, a los 62 años. Acá podemos verlos juntos, tocando en algún lugar del Central Park de New York.
Ese mismo año, 1971, Eddie armó una banda de latin-funk y soul llamada Harlem River Drive, que grabó un alucinante disco epónimo con letras de descontento político y social cantadas en inglés. En el álbum tocan Charlie Palmieri, algunos de sus colaboradores de La Perfecta y músicos muy conocidos en la escena norteamericana de jazz como Ronnie Cuber, Randy Brecker (saxos), Bruce Fowler (trombón) o Bernard Purdie (batería), quienes algunos años después comenzaron a trabajar con Steely Dan, The Blues Brothers, Frank Zappa y la banda residente del programa de televisión Saturday Night Live.
Mientras que los discos Sentido (1973) y The sun of latin music (1974, el primer disco de música latina premiado con un Grammy) se inscribieron también en el canon de la salsa dura, con canciones como Adoración o Nada de ti -donde se luce el violinista Alfredo de la Fe-, en 1978 volvió a romper esquemas con una producción titulada Lucumbí macumba voodoo, en donde encontramos influencias de la música disco, soul, funk y jazz con ritmos afrocaribeños y brasileños.
Un iconoclasta de naturaleza indomable
Aunque (casi) todos reconocemos a Eddie Palmieri por sus arrebatados hábitos sobre el escenario, una de sus facetas poco exploradas es su férrea vocación por defender a capa y espada causas civiles, desde las manifestaciones setenteras del movimiento revolucionario Los Jóvenes Lores -una organización de izquierdas surgida en Chicago y New York que luchaba por la independencia de Puerto Rico- hasta su decisión de no pagar impuestos a los Estados Unidos.
Como cuenta el periodista Giovanni Russonello en The New York Times, en una semblanza publicada tras conocerse el fallecimiento del pianista: “Su trabajo atrajo la atención no deseada de las autoridades más de una vez”. Cuando un grupo de independentistas fue arrestado por cubrir la cabeza de la Estatua de la Libertad con una bandera gigante de Puerto Rico, Palmieri ofreció un concierto benéfico para apoyarlos. Incluso dio recitales, al frente de Harlem River Drive, dentro de la conocida prisión de máxima seguridad neoyorquina de Sing Sing, que quedaron reflejados en dos sensacionales LP editados en 1972.
“Entre finales de los setenta e inicios de los ochenta”, refiere Russonello, “el señor Palmieri solía recibir la visita de los agentes de la I.R.S. -la SUNAT gringa- incluso en sus conciertos”. Para evitar ser capturado, muchas veces el pianista se vio en la necesidad de salir del escenario a la mitad de su presentación, encargándoles a sus músicos que terminen sin él. Incluso en alguna ocasión fue esposado y llevado delante de un juez. A mediados de los ochenta, esta situación lo llevó a serias dificultades económicas por la confiscación de sus regalías, un problema del que salió gracias a la intervención de su hijo Eddie Palmieri II, quien logró recuperar en 1992 alrededor de cinco millones de dólares que no había podido cobrar durante años.
Los cantantes y músicos de Eddie Palmieri
Como compositor, Eddie Palmieri ofreció suficientes espacios para mostrar los talentos de sus ensambles y, aunque en vivo se tomaba largos minutos para sus exploraciones en las blancas y negras, puso siempre especial énfasis en los músicos y cantantes que lo acompañaron, dejando que los instrumentos destaquen y las voces brillen con mensajes de orgullo latino, románticos sentimientos e identidad salsera.
Desde las épocas de La Perfecta, entre 1961 y 1969 tuvo como vocalista principal a Ismael “Pat” Quintana, quien después consolidó su fama como una de las estrellas de la Fania. En el camino, el conocido intérprete de clásicos como Vámonos pa’l monte, Conmigo, Adoración o el bolero Solo pensar en ti tuvo como compañeros, en la línea de micrófonos, a otros nombres destacados como Jimmy Sabater, Cheo Feliciano y Justo Betancourt. En 1981, para el disco Bárbaro -también conocido como “el álbum blanco” de Eddie Palmieri- se volvió a juntar el dúo de Cheo Feliciano e Ismael Quintana.
Entre 1973 y 1976 tuvo al boricua Ubaldo “Lalo” Rodríguez quien ingresó a la orquesta apenas a los 15 años. El cantante hizo suya la nueva versión de Óyelo que te conviene, incluida en el LP Unfinished masterpiece (1975), que Quintana había grabado una década antes para el disco Azúcar pa’ ti (1965). Rodríguez, poseedor de una potente y aguda voz, se hizo muy conocido como parte de la generación de la llamada “salsa sensual” con éxitos como Después de hacer el amor o Ven, devórame otra vez (Un nuevo despertar, 1988).
También pasaron por la orquesta de Eddie Palmieri dos cantantes muy conocidos. Por un lado, a fines de los ochenta, se unió Tony Vega, quien venía de otros dos reconocidos combos salseros, La Selecta de Raphy Leavitt y la banda del “Señor Afinque”, Willie Rosario, donde fue a parar en reemplazo de otro grande de la salsa portorriqueña, Gilberto Santa Rosa. Con Palmieri, Tony Vega -quien luego tuvo una exitosa carrera como solista- grabó el álbum La verdad (1987). Y, en 1992, una joven de 23 años llamada Lindabell Viera Caballero sorprendió al universo salsero con su potente voz, en un disco titulado Llegó La India, que inició su ascenso en el panorama de la música latina.
Un dato aparte es que el cantante peruano Renzo Padilla (46), residente en Estados Unidos desde el 2000, se unió a la orquesta de Eddie Palmieri en el 2015. Al año siguiente se le pudo ver acompañando al maestro en el segundo de los dos únicos conciertos que dio en el Perú, en un festival compartido con Rubén Blades. Eddie Palmieri había visitado por primera vez nuestro país en el año 1990, para el Gran Estelar de la recordada Feria del Hogar, velada inolvidable para quienes tuvimos la suerte de estar allí.
Entre los instrumentistas que han trabajado con Eddie Palmieri a lo largo de su trayectoria podemos mencionar, entre otros, a Manny Oquendo (percusionista neoyorquino que, después de trabajar con muchas leyendas del latin-jazz se abriría paso como solista frente a su propia orquesta, El Conjunto Libre), los trombonistas Barry Rogers (EE.UU.) y Jose Rodrigues (Brasil), el bajista Andy González, el trompetista Alfredo “Chocolate” Armenteros, el violinista Alfredo de la Fe, el percusionista cubano Francisco Aguabella y los saxofonistas Lou Marini, Randy Brecker y Ronnie Cuber, responsable del profundo saxo barítono presente en muchos de sus clásicos..
Entre la salsa y el latin-jazz
A partir de 1995, coincidiendo con el declive de la salsa, Eddie Palmieri se entregó de lleno al latin-jazz, sin dejar de presentarse con su ensamble salsero cada vez que tuvo oportunidad. Álbumes como Arete (1995), el sensacional Masterpiece, a dúo con Tito Puente y un elenco de invitados de lujo (2000) o Listen here! (2006), son verdaderas joyas, virtuosas y atemporales.
En este último, publicado con el prestigioso sello Concord Picante, Palmieri produjo un maridaje perfecto entre músicos afrocaribeños de amplio recorrido -John Benítez (bajo), Giovanni Hidalgo (congas), Horacio «El Negro» Hernández (batería)- y estrellas del jazz como Michael Brecker (saxo), Brian Lynch (trompeta) y Christian McBride (bajo) en una selección de standards y composiciones originales tocadas con brillo y pasión.
McBride, quien contó con la colaboración del pianista en su disco Conversations with Christian (2011), fue uno de los destacados músicos no latinos que lamentó profundamente su partida en redes sociales: “Usted bendijo al mundo al enseñarnos la historia compartida entre África, Norte, Centro y Sudamérica, que fluía a través de su piano. Fuimos afortunados”.