[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] El diccionario diría con su habitual simpleza que un relato autobiográfico pretende, las más de las veces, construir una narración ordenada y capaz de abarcar un determinado periodo en la vida de alguien. El arco temporal podría ser amplio, ambicioso y así plantear un relato que comenzaría seguramente en la infancia. Otras veces, ese arco podría reducirse y poner el foco en alguna experiencia crucial a partir de la cual la vida y la sensibilidad de quien se auto examina cambian de manera ostensible. Eso nos permitiría decir, provisionalmente, que un texto autobiográfico, cuando registra las disrupciones de la trayectoria vital o presenta los puntos de quiebre de una existencia, hace eco del bildungsroman, pero en una escritura que obedece a convenciones no ficcionales, como el uso de la primera persona para crear un lazo de identidad –que no deja de ser problemático– entre el autor y el narrador y, por supuesto, un conjunto de hechos factuales, sobre los que pesa la documentación y la posibilidad del cotejo.
Con Volverse palestina (2012) la escritora chilena Lina Meruane (Santiago, 1970) emprendió una exploración identitaria y una aventura en busca de sus orígenes que la llevaron a escribir luego Volvernos otros (2014) y una tercera parte titulada Rostros en mi rostro, escrito en 2019 pero inédito hasta hoy, en que estos tres esbozos autobiográficos fragmentarios aparecen unidos en un volumen titulado Palestina en pedazos (2023), título polivalente, que se puede entender tanto en el contexto individual de la escritora cuanto en la condición actual de los territorios palestinos. Meruane busca construir o reconstruir su genealogía y es quizá mejor hacerlo más allá del tono melancólico de los relatos familiares y viajar hacia Palestina y visitar Beit Jala, el hogar originario, donde mora el fuego de los ancestros.
Protagonista de su propio relato, Meruane no escatima autorrepresentarse ejerciendo diversos roles: investigadora, lectora, escritora, convergencia esencial para que la idea del texto como artefacto se impregne en el lector. Escritura que va haciéndose, a sabiendas de su condición literaria. Vistos en conjunto, los tres libros reunidos ahora forman una especie de música cuya tensión va in crescendo: Si en Volverse palestina, se privilegia inicialmente la búsqueda individual, en Volvernos otros el acento se desplaza hacia cuestiones éticas y políticas, además de mencionar a autores como Oz, que ofrecen valiosas pautas de reflexión a la escritora; en tanto en Rostros en mi rostro, esta perspectiva se acentúa y la familia, casi como un coro fantasmal, asoma de a pocos. Una saga o fresco autobiográfico consciente de su naturaleza transcultural.
Una identidad no puede narrarse sino en fragmentos. Categoría problemática y demonizada, es cierto, pero su existencia no puede desbaratarse del todo: hay un tejido íntimo que acaso la razón no logra comprender, un sentido de pertenencia, un conjunto de cavos sueltos que es preciso unir con alguna dirección coherente. La identidad, su descubrimiento y su valoración, tiene en estos tres libros un sabor de epifanía, lleva en sí el peso dramático de la revelación. No deja de ser conmovedor asistir a ese espectáculo –visible gracias a la escritura– en el que la subjetividad recupera algunas de sus piezas constitutivas perdidas. Y hacer de eso literatura es algo que los lectores deberíamos agradecer a Lina Meruane.
Desoír al padre es un acto que está en el origen de estos textos. El padre de Meruane no deseaba volver a Beit Jala por un razonable temor: ser presa de la sospecha, ser visto como foráneo en tierra que fue suya, incluida la casa de su progenitor, el espanto frente a “la posibilidad de llegar a esa casa sin tener la llave” y tocar una puerta que probablemente sería abierta por desconocidos.
De otra parte, esa misma fragmentariedad le permite al texto ser lo suficientemente flexible como para aludir, en momentos distintos, tanto a la preparación y realización del viaje personal como a un suceso histórico de proporciones colectivas: la inmigración árabe a Latinoamérica, su adaptación a la nueva geografía, en especial la chilena, el modo en que la lengua originaria de estos inmigrantes fue disolviéndose y quedó reducida a un código secreto manejado sobre todo por los miembros de la primera generación de recién llegados. Se trata, en suma, de un relato individual, pero también de la nakba, contraparte de la diáspora, un fenómeno que hermana dos extremos, más allá de cualquier otra diferencia.
En una nota que escribí sobre Volverse palestina hace algunos años escribí: “en su búsqueda individual ha logrado recoger también la voz de los otros. Un ejercicio de memoria que se abre e incluye a una comunidad viviendo su hora más absurda, más injusta y más incomprensible, entre el ciego terror que desde una izquierda ultramontana propone Hamas como política y las posiciones de la extrema derecha israelí, que terminan unidas, paradójicamente, en su respectiva falta de racionalidad. Un texto valiente, impecable desde el punto de vista ético y bellamente escrito es el que nos ofrece Meruane; un texto que pone en escena el dolor que acecha a toda reconstrucción identitaria”. Sumadas ahora dos partes más, diría exactamente lo mismo.
Lina Meruane. Palestina en pedazos. Barcelona: Random House, 2023.