Alonso Cueto

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Francisca Pizarro no es un asunto nuevo en nuestra historiografía. Historiadores como Guillermo Lohmann, José Antonio Del Busto o Waldemar Espinoza se han acercado desde distintas ópticas a su figura, destacando en ese panorama María Rostworowski, quien la ha estudiado con abnegada insistencia en muchos trabajos, en especial en un libro riguroso que tituló Doña Francisca Pizarro. Una ilustre mestiza (1989), acaso el esbozo biográfico más completo sobre este personaje.

Sin embargo, no hemos abandonado todavía la orilla de la historia. A estos esfuerzos de investigación, se suma ahora una propuesta literaria, Francisca. Princesa del Perú, la más reciente novela de Alonso Cueto. Un antiguo prejuicio enfrentaba de manera casi irreconciliable al discurso histórico con la ficción, quizá buscando una separación tajante: cada una en su campo. La historia trabajando con hechos factuales y documentados; la ficción privilegiando la imaginación, la forma más sublime de la mentira.

Pero en los últimos tiempos hemos visto que son más las semejanzas que las diferencias, que entre historia y literatura hay sutiles y complejas zonas fronterizas y que, al menos en América Latina la llamada novela histórica o ficción historiográfica resulta siendo una manera de darle la cara al discurso histórico, confrontarlo e interpelarlo para construir nuevas lecturas del pasado. En el caso de Alonso Cueto, el ejercicio del lenguaje permite penetrar en una imaginada intimidad del personaje, pero no como invención, sino como interpretación de su trayectoria vital, lo que demostraría, de paso, que esas fronteras tienen límites precisos. Uno de ellos es la verosimilitud.

Y Francisca es verosímil, guarda estricta coherencia con lo que se conoce históricamente sobre ella. Lo mismo cabría decir de Inés, la madre, que se presenta a Francisca con estas palabras: “Yo soy una princesa inca y de princesa me convertí en la mujer de Francisco, el conquistador. Y en su ramera. Ahora tu padre me ha entregado a otro hombre. Dicen que soy su esposa. Pero no soy la esposa de nadie. Soy tu madre. Soy la hija y hermana de un inca. Soy la heredera del imperio, la hija del sol y de la tierra. Tengo en mi cuerpo la fuerza de una madre. Y tú eres el motivo de toda mi fuerza. Eres mi hija” (p.39).

Pasaje muy interesante y revelador, que simboliza acaso el inicio de una fractura que acompaña hasta hoy a la siempre incierta vida peruana. El parlamento de Inés apela a la dicción y, gracias a ella, la novela puede situar los hechos históricos en una dimensión de construcción verbal que sin renuncia expresa a la idea documental termina por dar acabado a un artefacto.

Los fragmentos de la vida de Francisca que conforman el relato, toman la misma dirección. Francisca es cuidada con extremo celo por su padre, mas aun, quiere hacerla partícipe de la vida de una ciudadana española plena y, quien sabe, dado su origen, provocar su ascenso en la vida cortesana. Madre e hija son colocadas en planos opuestos. Doña Inés es víctima de los vilipendios del conquistador; Francisca, en tanto, vive en conflicto su nueva condición, sus linajes gemelos: “¿Pero quién era yo? Salía a la ciudad con miedo. Por las noches imaginaba que alguien entraría a mi casa para matarnos. Por las mañanas pensaba que debía rezar mucho antes de ir a la plaza. Solo Inés y Catalina me podían proteger. Necesitaba el cariño de mis madres y estaba marcada por el orgullo de ser la heredera de dos estirpes. Me sentía marcada, sí. La pena, la incertidumbre, la dignidad, no sé cómo decirlo. Pero también la fe. Estaba hecha para seguir” (p.208).

Alonso Cueto ha escrito una novela que sin duda enriquece la tradición narrativa peruana. Se instala en el alma de Francisca, se instala en el dolor de Inés y nos devuelve a la vida contemporánea la historia de una herida que lejos de haberse cerrado se mantiene viva. Solo vale la pena mirar al pasado cuando de él se extraen lecciones para el presente. Este es uno de esos casos.

Alonso Cueto. Francisca. Princesa del Perú. Lima: Random House, 2023.

 

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No menos importantes y conmovedoras resultan las líneas en las que Cueto perfila su mundo familiar. En el caso de la figura del padre, se sabe que en mucha literatura la representación del padre es mayormente problemática: se lo asocia a la ley, a ciertas represiones, a ciertos impulsos de maldad y violencia (Carta al padre de Kafka o El pez en el agua, de Vargas Llosa, por citar dos ejemplos). En Cueto, el tema alcanza una nota emotiva que no pasa inadvertida: “Me resulta difícil escribir sobre mi padre, porque hacerlo significa distanciarme de él. No puedo intentar hacer un retrato suyo, cuando en realidad lo tengo tan cerca. Mi padre, una presencia tan mágica y hechizante que aún se resiste a las palabras” (p.83).

En su concentrada brevedad Los años conmueve no solamente por lo que parece ser un sólido principio de sinceridad, sino también por su lenguaje, aunque sencillo, capaz de calar con hondura en la alegría y la nostalgia frente a la vida, de llevar a cabo una armoniosa suma de fragmentos que dicen mucho del autor, configurando un espacio de encuentro con el lector. Quisiera suponer que esto es lo que muchos, después de cerrar este libro, agradecen. Me incluyo.

Alonso Cueto. Los años. Diario personal. Lima: Cueto Ediciones, 2023.

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Otras caricias es el título de la más reciente novela del escritor peruano Alonso Cueto. Es propiamente una nouvelle cuya trama se basa en la historia de un personaje singularísimo: Albino Reyes, viudo pertinaz, de día profesor de literatura en un colegio y por las noches guitarrista y cantante de una peña limeña. Aunque no es la primera vez que Cueto exhibe su gusto e interés por la práctica musical que gruesa y cómodamente llamamos “criolla” (ver Valses, rajes y cortejos, de 2005), Otras caricias representa la primera vez que el autor ingresa a este universo desde la ficción.

La historia de Reyes es acompañada continuamente por la inserción de fragmentos de letras de valses. Ese gesto textual no es, de modo alguno, gratuito: entre la vida solitaria y gris de Reyes y el espíritu muchas veces resignado y fatalista del vals peruano hay una correlación auténtica, natural. “Piensas que la vida es la letra de un vals”, lo recrimina un sobrino. Y remata: “O sea, te imaginas que todo es «Si un rosal se muere herido de aromas» y toda esa vaina. Así eres tú” (p.73).

El inicio nos muestra a Reyes en la peña La Oficina, momentos antes de empezar a cantar y el narrador penetra en su conciencia y nos informa: “Tantos años en ese piso de maderas, los sonidos enardecidos por la tristeza, la soledad de los tablones oscuros, las facciones borradas por la bruma, recuerdos de recuerdos, manchas encima de otras manchas, voces ausentes que persisten, tanta niebla detenida bajo los tubos de neón. Y en ese estrado de canciones y guitarras y cajones y quijadas de burro y castañuelas criollas. Toda esa felicidad de la pena” (pp.15-16).

En Reyes se acumulan las frustraciones y algunos logros. El personaje tiene sin duda un aliento ribeyriano: una vida cercana al fracaso, la paternidad no realizada con Gladys –su mujer ahora ánima con quien conversa imaginariamente en un alarde neorrealista y melodramático necesario– y la imposible relación con Andrea, una joven acomodada que visita la peña y queda prendada del arte de Reyes, pero entre ambos hay barreras de clase que resultan infranqueables. ¿Y los logros? Pues el sueño del disco propio, un asunto de suma importancia para cualquier músico.

El narrador, además de mostrar en varios momentos de la nouvelle los sentimientos y el temperamento sombrío y melancólico de Albino Reyes, adopta también una cierta forma ensayística para definir la música que interpreta el personaje, como se puede ver en estos pasajes, en los que proyecta estas anotaciones en la mente de Reyes: “Apenas sonó la guitarra, Albino entró en la delicadeza sombría de las palabras y sonidos de La abeja de Ernesto Soto (…) La tierra o el fuego eran para otros géneros, como el tango o la ranchera, géneros que insistían en la violencia de las pasiones como una verdad definitiva (…) En cambio, el vals evitaba mirar de frente a la vida y a la muerte (…) Escoge el silencio para ser escuchado” (pp. 53-55).

Otras caricias, más allá de la historia de Albino Reyes, nos devuelve también la mirada al vals peruano, esa especie de ADN sonoro que está impregnada en el temperamento, sobre todo, de los seres citadinos. Ese respeto por la renuncia o por la forma cómo el destino teje nuestras vidas, a veces sin apelación posible. Albino Reyes no encarna una diatriba contra el destino ni contra las desigualdades que lo rodean, es apenas un hombre cuya función es llevar al canto todas las complejidades de la vida. Un pequeño héroe, en medio de tanta sombra.

Alonso Cuesto. Otras caricias. Lima: Random House, 2021.

Otras-caricias

 


Alonso Rabí Do Carmo es profesor ordinario de la Universidad de Lima, donde imparte cursos de Lengua, Literatura y Periodismo. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y obtuvo el Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Colorado. Ejerce el periodismo desde 1989.

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