Rock de los 90

[Música Maestro] Los conciertos de Phish suelen durar un mínimo de cuatro horas, divididas en dos sets de hora y media con intermedio, como solían hacer los Grateful Dead. También como el legendario grupo liderado por Jerry García (1942-1995), el cuarteto tiene legiones de seguidores que recorren las carreteras interestatales para asistir a varios puntos de una misma gira, por su férrea costumbre de nunca tocar las mismas canciones y esa capacidad para extender sus jams hasta duraciones inimaginables. Por ejemplo, hace poco, hicieron una versión en vivo de Chalk dust torture -de su cuarto disco A picture of Nectar (1992)- que sobrepasó los cuarenta minutos (¡¡¡!!!), a diferencia de esta, más comprimida y similar a la grabación en estudio, tocada en el show de David Letterman, en su primera aparición en televisión. Después era común verlos en los programas de Conan O’Brien, Jimmy Fallon o Saturday Night Live.

Los conciertos de Phish son una verdadera fiesta. En una entrevista para Rolling Stone, publicada un par de meses antes de llegar a los 60 años -su cumpleaños fue hace unos días, el 30 de septiembre-, Trey Anastasio, guitarrista, cantante y líder del grupo, cuenta que Ed O’Brien, consumado fanático de Phish, le dijo que una vez se la pasó mirando hacia atrás, a las tribunas más alejadas, para ver si encontraba alguien distraído pero solo comprobó que hasta el último de los asistentes bailaba y coreaba las canciones, mientras que en los shows de su banda, Radiohead, es común ver, entremezcladas con los seguidores, a personas que no prestan atención, miran sus teléfonos o conversan. Que están allí solo porque “es cool”.

Los conciertos de Phish son espectaculares puestas en escena, con extremo cuidado en las proyecciones, sistemas de luces, pantallas, sonido y participación de actores. Por ejemplo, en el concierto de Año Nuevo que hicieron en el Madison Square Garden en diciembre del 2023, la banda interpretó su ciclo de canciones Gamehendge, historia conceptual que tiene sus raíces en una tesis musical titulada The man who stepped into yesterday, compuesta por Anastasio en 1988 para graduarse, y que nunca han plasmado en estudio. 

Por cierto, la banda realiza conciertos por Año Nuevo en el legendario recinto neoyorquino, a casa llena, casi todos los años desde 1994. Para esta temporada, ya se están anunciando en redes sociales las tocadas para los días 28, 29, 30 y 31 de diciembre. Como el espectáculo de vaudeville de The Rockettes en el Radio City Music Hall o las temporadas de Billy Joel, los conciertos de Phish en el Madison Square Garden son, más que un hecho aislado que ahora puede conseguir cualquiera -como, por ejemplo, un par de chacoteros de esquina, vulgarones con zapatillas de marca y suficiente plata para alquilar el local- una tradición que congrega, desde hace décadas, a comunidades multitudinarias que comparten, en cada show, una experiencia única.

Los conciertos de Phish son eso y mucho más. Y lo son desde 1983, en que estos cuatro compañeros de la Universidad Goddard en Vermont, al noreste de los Estados Unidos, se juntaron cuando apenas tenían veinte años para hacer lo que más les gustaba, tocar. Y una vez que empezaron, jamás se detuvieron. Veinte álbumes en estudio, más de 250 lanzamientos en vivo, entre oficiales y no oficiales, box sets (como la serie Live Phish de 27 volúmenes, hasta ahora) e innumerables grabaciones hechas por fanáticos y autorizadas por la banda -otra vez, las referencias de Grateful Dead- son testimonio de una energía incansable. 

Y cuando Phish se separaba, por alguna razón de salud o conflictos personales, lo más común era verlos en múltiples proyectos individuales, como el supergrupo que, en el año 2000, juntó a Trey Anastasio con Les Claypool (Primus, bajo) y Stewart Copeland (The Police, batería) para unas apariciones exclusivas en el Festival de Bonnaroo que se repitieron en varias ocasiones hasta el 2019, tras el lanzamiento de su único CD en estudio, el alucinante The grand pecking order (2001); o colaborando los unos con los otros en sus lanzamientos como solistas. 

Pero ¿qué música toca Phish? Podríamos definirla como una mezcla de rock clásico con psicodelia, prog-rock con jazz, blues, funk, reggae y música alternativa -hasta un disco de space-rock sacaron, el psicótico The Siket disc (1999). Digamos que Phish llevó al extremo el concepto de “jam band”, creado a fines de los sesenta e inicios de los setenta por combos como The Allman Brothers Band o los ya mencionados Grateful Dead y sus decenas de derivados. Junto a sus colegas Widespread Panic, The Dave Matthews Band, Blues Traveler y Gov’t Mule, Phish encabezó el resurgimiento de esta propuesta artística.

Trey Anastasio (60) es un guitarrista extremadamente versátil, capaz de desarrollar creativos fraseos y solos cada vez que se monta en uno de sus viajes instrumentales, en los que parece desconectarse de la realidad. Esto, que suena bastante etéreo, es una ciencia rigurosa que requiere harto trabajo y ensayo. Y a su lado tiene a tres monstruos -Mike Gordon (voz, bajo, 59), Page O’Connell (voz, teclados, 61) y Jon Fishman (voz, batería, 59)- que, cada uno en su instrumento, poseen la misma habilidad para seguirle el paso. En la conversa con la Rolling Stone, Anastasio asevera que “si un integrante de Phish se va o fallece, la banda se acaba”.

Ese sentido comunitario y esa mística que rodea a la banda es una extensión de la amistad irrompible cultivada por Anastasio, O’Connell, Gordon y Fishman a lo largo del tiempo, una que ha superado divorcios, adicciones y ocasionales desacuerdos. Otros tres personajes notables en la entidad familiar de Phish son el letrista Tom Marshall, también compañero de Goddard College, que le ha puesto textos a la gran mayoría de exploraciones musicales del pelirrojo guitarrista; el lutier e ingeniero de sonido Paul Languedoc, quien ha construido guitarras y bajos de modelos exclusivos para Anastasio y Gordon a lo largo de los años; y Chris Kuroda, su director de luces desde los años noventa.

Si hablamos de la discografía de Phish, todo comienza en 1989 con su álbum debut, Junta, un lanzamiento independiente que, en años posteriores, fue reeditado primero por Elektra Records y luego por la escudería independiente JEMP, fundada por ellos mismos en el 2005. Junta incluye una canción que, hasta hoy, es considerada como la más popular en su particular universo paralelo, You enjoy myself. El tema tiene solo una línea de letra, una extraña frase que cantan los cuatro integrantes usando armonías en falsete, en tono juguetón, que dice así: “Watch Uffizi drives me to Firenze” que podemos traducir como “ver Uffizi me llevó a Florencia”, precedida por cuatro palabras –“Boy! Man! God! Shit!”, exclamadas por Anastasio tras cinco minutos y medio de introducción instrumental que tiene de Yes, Genesis, Steely Dan, Gentle Giant y, por supuesto, Grateful Dead. Tanto título como letra de la canción se relacionan a una anécdota que solo conocen los fans más antiguos y conocedores.

Otra de las características que hacen especial a Phish es su dinámica en escena. Generalmente estáticos, cada músico se mantiene concentrado cuando está haciendo algún solo o improvisación, pero cambia si Anastasio realiza alguno de sus monólogos introductorios o cuando Fishman, el baterista, salta a la primera línea, con sus atuendos de colores inspirados en poblaciones hawaianas, a interpretar temas conocidos de otros artistas. Y, hablando de saltar, en You enjoy myself Anastasio y Gordon ejecutan un coordinado segmento de saltos mientras tocan sus instrumentos, ayudados por mini trampolines. Anastasio considera este tema como el último que le gustaría tocar en el último concierto de Phish que, según sus cálculos, será cuando los cuatro cumplan 90 años.

El primer álbum que escuché de Phish fue Billy breathes (1996), el sexto en estudio -séptimo si consideramos en la cuenta The white tape (1986), un demo que grabaron en medio de sus primeras giras-, un CD que encontré tirado en una vieja caja de ofertas en el local que la desaparecida cadena de tiendas Disco Centro tenía en la cuadra 4 del Jirón de la Unión. De inmediato me atrapó la destreza instrumental, el nexo con el rock clásico y esa libertad que, aun sin verlos, se deja sentir en canciones como el tema-título -dedicado a su hija, Eliza- y otras piezas como Character zero, Free o los instrumentales Bliss y Cars trucks buses.

Sin difusión en las radios y sin videos en MTV, Phish fue construyendo su fama y mitología propia gracias a su creatividad, autenticidad y esa conexión tan especial con su público, los “Phishheads” -nombre inspirado, cómo no, en los “Deadheads”, una nueva asociación con la banda que lideró la psicodelia de la Costa Oeste en los tiempos de Woodstock-, una de las fanaticadas más leales en la historia de la música popular contemporánea. A pesar de los intentos de Anastasio por desligarse de su imagen como sucesores de Grateful Dead, a estas alturas es innegable la relación entre ambos, por sus trayectorias y formas de entender la industria discográfica. De hecho, Anastasio ocupó el lugar de García en los cinco conciertos Fare thee well: Celebrating 50 years of the Grateful Dead, realizados entre junio y julio del 2015, que hicieron los miembros sobrevivientes del grupo. 

Entre 1989 y 2004 Phish lanzó doce álbumes en estudio, algunos de ellos realmente notables como Hoist (1994, con invitados como el intérprete de banjo Béla Fleck y la legendaria sección de vientos Tower of Power-, The story of the ghost (1998) o Farmhouse (2000) mientras que, en paralelo, realizaba infatigables giras, llegando a registrar más de 300 conciertos por año entre 1988 y 2004, en que tuvieron su primera y única separación formal. En ese hiato, mientras Anastasio ingresaba a una clínica de rehabilitación, Page McConnell lanzó su primer y único álbum en estudio como solista; el bajista Mike Gordon comenzó colaboraciones con el guitarrista Leo Kottke; y Jon Fishman se dedicó a otros emprendimientos musicales y artísticos. El cuarteto regresó, triunfalmente, con dos extraordinarios álbumes de material original, Joy y Party time (2009).

Además de giras convencionales, Phish organiza festivales a campo abierto, con ellos como única banda del cartel en la mayoría de los casos, de dos o tres días en que las caravanas de seguidores acampan en extensos terrenos de estados como New York, California, Vermont, entre otros. Entre 1996 y 2015 la banda realizó diez de estos festivales, con audiencias entre 65,000 y 80,000 personas, haciendo hasta siete conciertos durante tres días, estrenando canciones o tocando clásicos de su repertorio que tocan en vivo desde sus inicios pero nunca han grabado en estudio, como Mike’s song o AC/DC bag o Possum.

Por ejemplo, los días 30 y 31 de diciembre de 1999, más de 85,000 asistieron a la reserva nacional de Big Cypress en Florida. El festival, denominado simplemente Big Cypress, fue el concierto de Año Nuevo con la mayor asistencia de ese año, por encima de otros artistas de primera como Barbra Streisand, Metallica, Billy Joel o Eric Clapton. Por su parte The Great Went (16 y 17 de agosto de 1997) fue considerado el concierto con mayor cantidad de público en aquel verano en los Estados Unidos, más de 75,000 personas congregadas en Maine, en una base aérea ubicada cerca de la frontera con Canadá. 

Por si fuera poco, a los Phish les encanta tocar covers, como si no les bastara con las más de 500 canciones que han compuesto en 40 años de carrera. Mientras en algunos sectores de la crítica especializada aun se rasgan las vestiduras frente a aquellas bandas que deciden interpretar material ajeno, Anastasio, Gordon, Fishman y McConnell disfrutan muchísimo al homenajear a sus referentes musicales. En sus largos instrumentales, no es extraño que incorporen clásicos del rock, blues, jazz, country, bluegrass R&B y funk, con la mayor naturalidad. 

De hecho, cada cierto tiempo organizan conciertos en los que tocan, de principio a fin, algún disco clásico. Estas tocadas, denominadas “Musical Costumes” las vienen haciendo desde 1994, casi siempre para Halloween. Algunos de los discos que han tocado en su integridad, son The white album (1968) de The Beatles, en 1994; Quadrophenia (1973) de The Who, en 1995; Exile on Main Street (1972) de The Rolling Stones, en 2009; Remain in light (1980) de Talking Heads, en 1996; Loaded (1970) de The Velvet Underground, en 1998, The dark side of the moon (1973), de Pink Floyd, en el 2000; entre otros. 

El año 2010, Trey Anastasio fue invitado a presentar la inducción de Genesis, una de sus bandas favoritas, en el Salón de la Fama del Rock and Roll. Y Phish hizo tributo a las dos etapas del grupo tocando No reply at all (Abacab, 1981) y Watcher of the skies (Foxtrot, 1972). Mientras que la primera no les quedó muy bien por falta de ensayo, la segunda -una de las composiciones más complejas de Gabriel, Collins, Banks, Hackett y Rutherford- es de los mejores covers que han hecho. 

Desde ese año en adelante, la banda retomó su apretada agenda de conciertos y, en el camino, ha lanzado varios discos en estudio ampliando su ya abultado catálogo, con títulos como Fuego (2014), Big boat (2016) y Sigma oasis (2020). En 2019 se estrenó Between my mind and me, el más reciente documental sobre la banda. Y recientemente, retomaron también los campamentos musicales con Mondegreen, su décimo primer festival, realizado durante cuatro días, del 15 al 18 de agosto en una amplia explanada de Dover, capital de Delaware. Y hace apenas tres meses lanzaron su vigésima producción en estudio, Evolve (JEMP Records, 2024), la cual celebraron con una aparición especial en la serie de NPR Tiny Desk de la radio nacional de Washington, interpretando cinco canciones, entre ellas sus clásicos Sample in a jar (Hoist, 1994), Chalk dust torture (A picture of Nectar, 1992) y You enjoy myself (Junta, 1989), con trampolines y todo. El video ya tiene más de 750 mil reproducciones. 

Como vemos Phish, esta banda que teloneó en sus inicios a Violent Femmes y Santana, que donó un carro alegórico gigante con forma de hot dog al Salón de la Fama del Rock and Roll en 1998 y ha vendido más de 8 millones de zcd y DVD solo en Estados Unidos, tiene cuerdas para rato. Sus coloridas páginas https://phish.com/ y https://phish.net/ son más que elocuentes.

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[MÚSICA MAESTRO] Uno de los momentos más conmovedores que se hayan visto en la historia de los conciertos de rock tuvo a Sinéad O’Connor como protagonista. La cantante irlandesa había sido invitada a participar, junto a un elenco de grandes estrellas, para celebrar los 30 años de vida artística de Bob Dylan, en el Madison Square Garden de New York. Cuando fue llamada al escenario para interpretar I believe in you, del álbum Slow train coming (1979) – el primero de Dylan tras su conversión al Cristianismo-, fue abucheada de forma ininterrumpida, durante algo más de dos minutos. Sola y frágil, se paró delante de ese público hostil y esperó, con los brazos cruzados y los ojos fijos en el suelo.

Kris Kristofferson, quien la había anunciado, se puso a su lado para brindarle su apoyo. Los músicos comenzaron a tocar los primeros acordes del tema de Dylan pero, como la pifia continuaba, ella les ordenó que se detengan. Furiosa, se arrancó los audífonos que llevaba puestos y les escupió, a gritos y a capella, la letra de War, tema grabado por Bob Marley en 1976 que adapta un emotivo discurso del monarca etíope Haile Selassie (1892-1975), patrón del rastafarianismo, contra el racismo y la discriminación. Al terminar, Sinéad, de apenas 25 años, se echó a llorar a los brazos de Kristofferson. Fue el 16 de octubre de 1992.

Dos semanas antes, ella había hecho lo mismo en uno de los programas de televisión más sintonizados de Estados Unidos, Saturday Night Live, con un detalle adicional. Mientras entonaba el último verso de la canción -“confiamos en la victoria del bien por encima del mal”- sostuvo delante de las cámaras una fotografía del Papa Juan Pablo II y la hizo añicos mientras gritaba “Fight the real enemy!” (“¡Combate al verdadero enemigo!”). En su interpretación, O’Connor introdujo la frase “abuso infantil”, poniendo en la agenda pública algo que, para ese entonces, ya era un ignominioso e impune secreto a voces: la inacción de la Iglesia Católica frente a casos de violaciones sexuales a niños, perpetradas por personajes como Fernando Karadima (Chile) o Marcial Maciel (México), que recibían protección del mismísimo Karol Wojtyla. Aquella valiente protesta hizo que un sector muy influyente del establishment le diera la espalda a la artista.

Madonna, por ejemplo, intentó desautorizarla. Después se supo que fue un celoso disfuerzo para evitar que el impacto mediático provocado por la fuerte declaración de O’Connor le robara atención a su quinto disco Erotica y el hipersexualizado libro de fotos que lo acompañaba, lanzados ese mismo 1992. Otro de sus notables críticos fue nada menos que Frank Sinatra (1915-1998) quien la llamó “vulgar y estúpida” tras lo ocurrido en SNL. Un par de años antes, “La Voz” ya había amenazado a Sinéad con “patearle el trasero” por decir que, si antes de uno de sus conciertos sonaba el himno de los EE.UU., ella se negaría a salir al escenario.

La aparición de Sinéad O’Connor en el escenario pop-rock fue un desafío a la imagen de la mujer en la música de fines de la década de los ochenta. La frivolidad había copado casi todos los espacios, dando origen a lo que ocurrió después, desde Britney Spears hasta Dua Lipa -pasando por la infinidad de variantes internacionales y nativas cuyos ecos cada vez más degradados gozan, lastimosamente, de robusta vigencia-. A eso, Sinéad respondió de manera radical: ausencia de elementos glamorosos o exhibicionistas (cabeza rapada, ropa sencilla, movimientos espasmódicos), actitud ambigua frente a su sexualidad, mirada fija y penetrante, a menudo molesta. Y canciones que trasuntaban lo filosófico y lo íntimo, de letras inteligentes interpretadas con una voz suave pero intensa, capaz de enternecer pero también de angustiar por sus niveles de tensa emotividad.

Su álbum debut, The lion and the cobra (1987) -título que hace referencia a un versículo del Antiguo Testamento (Salmos 91:13)-, obtuvo moderada presencia en radios británicas con temas como Mandinka, Troy y I want your (Hands on me), con un estilo que la acercaba a heroínas del rock británico como Kate Bush y Siouxsie & The Banshees pero con ecos de folklore irlandés, presentes a lo largo de toda su discografía (como en este tema de su segunda placa, I am stretched on your grave). De hecho, en este disco destaca el tema Never get old, en el que colabora con ella la cantante Enya, diva de la música celta, que en ese entonces iniciaba también su camino en solitario, tras separarse del combo familiar Clannad. Vocalmente, O’Connor es antecedente directo de lo que hizo Dolores O’Riordan (1971-2018) al frente de The Cranberries, otra importante banda irlandesa de esa década. Cantantes como la canadiense Alanis Morissette o la islandesa Björk reflejan también la influencia que tuvo Sinéad O’Connor en su generación.

1990 fue el año de su absoluta consagración. Aun cuando sus canciones propias tenían la suficiente potencia expresiva como para destacar en una escena pop paralizada por la superficialidad, fue un cover el que la catapultó a los primeros lugares. Nothing compares 2 U -una balada gospel que Prince (1958-2016) había escrito en 1984 para su proyecto paralelo The Family-, incluida en su segunda producción discográfica I do not want what I haven’t got (1990), se transformó en un desgarrador lamento que, con la voz y personalidad de Sinéad, cobró más de un significado. El videoclip mostraba, en primerísimo primer plano y sobre fondo negro, el rostro una jovencita de 23 años, de impactante palidez y mirada profunda, procesando su dolor a través de varias emociones encontradas: cólera, tristeza, reflexión y llanto contenido.

La hipnótica instrumentación de Nothing compares 2 U simulaba un conjunto de cuerdas a través del uso de sintetizadores (semejantes a los mellotrones en el prog-rock de los setenta), con melancólicos arreglos escritos por ella y el productor Nelle Hooper (Björk, Massive Attack). El tema disparó las ventas del LP, -y habría desatado la ira de Prince, como ella relató en su autobiografía Rememberings (Penguin Random House, 2021), quien hizo su propia versión muchos años después, en el 2000. El disco contenía otras muy buenas canciones como The Emperor’s new clothes, The last day of our acquaintance o la conmovedora Black boys on mopeds, que condena la brutalidad policial aplicada durante el gobierno de Margaret Thatcher en Reino Unido. Así, entre densos exorcismos personales, sinceras reflexiones sobre el amor y denuncias de naturaleza político/social, la vulnerabilidad de Sinéad O’Connor quedó expuesta sin ambages. Dos años después pasó lo de la foto del Papa, que la consolidó como una voz honesta que solo obedecía a sus propias convicciones, a pesar de los prejuicios y enemigos famosos que se ganó por ello.

Ese mismo 1992, apareció su tercer álbum Am I not your girl?, una selección de estándares de jazz y musicales de Broadway, acompañada por una big-band. Aunque en su momento pasó casi desapercibido, el disco contiene buenas versiones de How insensitive, de Antonio Carlos Jobim; Bewitched (bothered and bewildered), que fuera éxito en la voz de Doris Day en 1949; Why don’t you do right?, grabada por Peggy Lee en 1942; o I want to be loved by you, canción que hiciera famosa Marilyn Monroe en la película Some like it hot (Billy Wilder, 1959). Don’t cry for me Argentina, del musical Evita (Andrew Lloyd Webber, 1976), también aparece en este disco, cuatro años antes de la disforzada grabación de su némesis, Madonna. Como parte de la campaña promocional de este disco, Saturday Night Live la tuvo como invitada musical en el inolvidable capítulo que desató la ira reaccionaria de una considerable porción del público en aquel homenaje a Bob Dylan.

Después de su cuarto álbum Universal mother (1994), que generó un par de singles, Fire on Babylon y Thank you for hearing me -sobre su breve relación con Peter Gabriel-, además de homenajear a Kurt Cobain con una delicada versión de All apologies (In utero, 1993), a medio año del suicidio del cantante y guitarrista de Nirvana, O’Connor “desapareció” discográficamente hasta el año 2000, en que salió Faith and courage. Y las comillas son porque, aunque no lanzó ningún disco con material propio, sí se mantuvo muy activa colaborando con artistas como Richard Wright -tecladista de Pink Floyd-, The Who y la organización Red Hot para el álbum Red Hot + Rhapsody, celebrando los 100 años de nacimiento de George Gershwin (1898-1937), interpretando el estándar Someone to watch over me, de 1926.

Luego, en el 2005, apareció Throw down your arms (2005), un disco de reggae que grabó en los legendarios estudios Tuff Gong de Kingston, Jamaica, bajo la producción de Sly & Robbie, donde incluyó una versión en estudio de la polémica War, junto a covers de otras estrellas jamaiquinas como Burning Spear, Peter Tosh, Israel Vibration, entre otros. Dos años después publicó Theology (2007), con canciones dedicadas a la religión como I don’t know how to love him (de la ópera-rock Jesus Chist Superstar), The glory of Jah (compuesta por ella en homenaje al rastafarianismo), Rivers of Babylon (exitazo de Boney M en 1978), entre otras. Sus dos últimos álbumes en estudio, How about I be me (And you be you)? (2012) y I’m not bossy, I’m the boss (2014) prosiguen la línea temática de reivindicación frente a toda clase de abusos y discriminaciones.

Sinéad O’Connor interactuó siempre con los mejores. En 1986, apenas a sus 20 años, trabajó con The Edge y Larry Mullen Jr., de sus compatriotas U2, en Heroine, tema central de una película anglofrancesa llamada Captive. En julio de 1990, en medio del megaéxito global de Nothing compares 2 U, participó en la puesta en escena de Roger Waters, The Wall – Live in Berlin, para celebrar la caída del muro que dividió a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. En aquella ocasión, O’Connor se unió a Garth Hudson, Rick Danko y Levon Helm de The Band para entonar Mother, oscura composición del líder de Pink Floyd acerca de madres abusivas y castrantes. También grabó una dulce versión de Sacrifice, para el tributo a Elton John & Bernie Taupin Two rooms, en el que participaron grandes nombres como Tina Turner, Kate Bush, Eric Clapton, Phil Collins, entre otros.

Ese mismo año, en octubre, integró el elenco internacional del concierto benéfico Desde Chile… un abrazo a la esperanza, organizado por Amnistía Internacional, donde actuó frente a miles de personas en el Estadio Nacional de Santiago con Sting, Rubén Blades y Peter Gabriel. Con este último colaboró en las canciones Blood of Eden y Come talk to me, para el álbum Us (1992) del ex vocalista de Genesis. Al año siguiente grabó You made me the thief of your heart, tema central de la banda sonora de la laureada película In the name of the father, del director irlandés Jim Sheridan, protagonizada por Daniel Day-Lewis. Y, en 1995, se unió a The Chieftains para interpretar dos canciones tradicionales, The foggy dew y He moved through the fair, incluidas en el disco The long black veil, en que el grupo de folk irlandés más famoso del siglo XX hace dúos con gente como Mick Jagger/Keith Richards, Van Morrison, Ry Cooder, entre otros. El colectivo Massive Attack solicitó su voz para tres canciones del disco 100th window (2003), el cuarto de la excelente banda de trip-hop. Aquí podemos ver y escuchar una de ellas, la enigmática Special cases.

La controversia y la tragedia marcaron la vida personal de Sinéad O’Connor, como cuenta el elocuente documental Nothing compares (Kathryn Ferguson), estrenado en el prestigioso Sundance Film Festival 2022. Fue víctima de abuso infantil a manos de su propia madre. Criada en un ambiente católico ortodoxo -se ordenó como sacerdotisa siendo aun muy joven-, se declaró durante años como cristiana creyente y posteriormente, desde el 2018, se convirtió al Islam y cambió su nombre a Shuhada’ Sadaqat (aquí un concierto de esa etapa). Diagnosticada con trastornos de la personalidad -bipolaridad, borderline- tuvo cuatro matrimonios, el más largo de los cuales no llegó a los tres años, y cuatro hijos. El último de ellos, Shane -cuyo padre fue el músico irlandés Dónal Lunny, que tocó bouzouki, bodhrán, teclados y guitarras en su disco de música celta Sean-Nós Nua (2002)-, se suicidó en enero del 2022, a los 17 años. Dieciocho meses después de esta desgracia, el pasado 26 de julio, fue hallada sin vida en su departamento en Londres.

De todas las personalidades que han expresado su pesar ante esta irreparable pérdida para la música -Bob Geldof, Tori Amos, Bryan Adams- fue el cantante y compositor británico Morrissey, ex líder de The Smiths, quien puso los puntos sobre las íes: “Su sello la abandonó después de vender siete millones de álbumes para ellos. Se volvió loca, sí, pero poco interesante, nunca… hay cierto odio en la industria de la música hacia los cantantes que no “encajan”. La alaban ahora solo porque es demasiado tarde. No tuvieron las agallas para apoyarla cuando estaba viva y clamaba por ayuda”. Nada más cierto respecto de una víctima de los verdaderos enemigos: la industria, los prejuicios, la ambición y el poder de ciertos grupos religiosos y políticos a quienes no les pesa destruir todo aquello que genere amenazas a sus propósitos de dominio y control social.

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