Migrante de paso

[MIGRANTE AL PASO] Supongo que a todos nos pasa: sentirnos perdidos incluso en el lugar más familiar para ti. Últimamente, me he estado preparando física y mentalmente para un nuevo cambio. Ansioso y asustado, me preguntaba si estoy listo. Es inevitable sentir miedo, pero lo extraño es que, sin darme cuenta, en esa preparación ya estaba generando el cambio que quería. Dejando atrás muchos hábitos que, poco a poco y sin notarlo, me estaban afectando. Hasta hace unos meses me sentía como un viejo, con dolor de espalda, estresado y sin saber qué pensar. Tengo 31 años, pero recién hace pocos meses me siento como un adulto. Siempre he tenido una forma de vivir un poco caótica e irresponsable; sin querer, me fui volviendo mi propio enemigo. Yo mismo me derrotaba sin necesidad de que nadie más interviniera. Veo lo mismo en mucha gente de mi edad: queremos cumplir expectativas que salen de nuestro control. En mi caso, me paraliza esa sensación de que lo que haga no va a ser suficiente nunca. Estos pequeños cambios que he logrado últimamente me dan, después de mucho tiempo, una pequeña sensación de victoria, como si hubiera encendido una luz tenue en medio de un pasillo oscuro.

En muchas ocasiones, ya sea por llevar la contra o por rebeldía, me he convertido yo mismo en la propia piedra del camino, tropezándome mil veces. Nunca dejé de intentar ni de dejar de hacerlo. Aunque suene contradictorio, ese mismo pensamiento se ha vuelto un factor motivante: ya fracasé miles de veces, así que no me da miedo hacerlo de nuevo. Pero no en el modo conformista; no voy a jugar un juego pensando que voy a perder, pero sí sabiendo que es una posibilidad real. Igual, después de todo este tiempo intentando, me di cuenta de que así es como se avanza: entre tropiezos, como quien sube una montaña sin saber si la cima está cerca. Así, con la falsa ilusión de haber fracasado muchas veces, he ganado demasiadas cosas que antes ni siquiera sabía que necesitaba.

Pequeñas cosas
Pequeñas cosas

Lo que sí me aterra es cada vez ir perdiendo la esperanza de que un cambio colectivo se pueda dar. Entre noticieros y redes sociales, poco a poco me voy convenciendo de que nos enfrentamos a una situación irreversible. Veo retrocesos notorios en grandes avances sociales que hemos dado como grupo, y la gente los celebra como si fueran victorias. Es incomprensible y desalentador. La empatía se está percibiendo como una debilidad, y la indiferencia parece haberse convertido en una forma de estatus. Por otro lado, me gusta pensar que las tendencias y comentarios que abundan no representan más que un pequeño porcentaje de lo que piensa la gente. No creo que todos pierdan el tiempo intoxicándose con estas cosas. Y a todos los que esparcen odio hacia lo que no entienden, me gustaría decirles que nadie les preguntó su opinión, y si no van a hablar de manera constructiva, mejor se queden callados. Hablar por hablar solo los vuelve unos payasos con altavoz. Le están haciendo daño a personas que solo quieren vivir su vida sin molestar a nadie. Ver a esta sarta de energúmenos metiéndose con minorías sí me enfada: va en contra de todos los cambios que mencioné que estoy haciendo y que quiero hacer. Yo aprendí a no hacer caso, pero mucha gente sí los escucha y se deja influenciar. No se dejen convencer de que están mal solo por ser quienes son; no hay error en existir como eres.

He visitado muchos lugares y en todos lados me he llevado la misma sorpresa: miradas tristes y rabiosas, muy pocos ojos cálidos y comprensivos. Espero que, donde me lleve el camino que tome, pueda encontrar algo distinto. Tal vez no es el lugar y soy yo quien no tiene la capacidad de observar lo suficiente para ver lo contrario. Si ese es el caso, espero poder lograrlo en algún momento. Por eso me he propuesto seguir viajando y conocer lo más que pueda, sin prisa pero con constancia. Tal vez, agarrando un pedazo de todo lo que llegue a conocer, encuentre una respuesta o solución a toda esta rueda de odio que no deja de avanzar. Y aunque sé que no voy a cambiar el mundo entero, sí puedo cambiar el mío y el de quienes me rodean. Por el momento, solo sé que la exclusión es un agravante que alimenta lo peor de nosotros.

Si les pasa igual que a mí y se sienten perdidos sin razón aparente, es en pequeños cambios donde encuentras algo. No es necesario cambiar el mundo ni nada por el estilo; basta con hacer cosas para sentirte bien contigo mismo. Ni a los treinta ni a los cuarenta estamos viejos, por más que lo sintamos: no hemos vivido ni la mitad del tiempo que tenemos. Hay tiempo para reinventarse una y mil veces. Yo planeo hacer que lo que me quede, sea mucho o poco, sea un tiempo tranquilo y calmado. Después de todo, creo que lo único que diferencia a un buen adulto de uno que no lo es, es la amabilidad: tener la capacidad de ponerse en los zapatos de otro, y si te vas a involucrar con otra persona, que sea para algo bueno y no para complicarle la vida a nadie. Ya están pasando demasiadas cosas adversas como para enemistarse con gente que lo único que quiere es encontrarse a sí misma. Obstaculizar eso ya es demasiado, y aunque a veces parezca que vamos en sentido contrario, siempre hay margen para girar el volante y buscar otro camino.

[MIGRANTE DE PASO] No más poder al poder

Podrás imaginarte desde afuera

Ser un mexicano cruzando la frontera

Pensando en tu familia mientras que pasas

Dejando todo lo que tú conoces atrás

Si tuvieras tú que esquivar las balas

De unos cuantos gringos rancheros

¿Les seguirás diciendo “good for nothing wetback”?

Si tuvieras tú que empezar de cero

Now why don’t you look down to where your feet is planted

That U.S. soil that makes you take shit for granted

If not for Santa Ana, just to let you know

That where your feet are planted would be México

¡Correcto!

—Molotov, Frijolero

Otro himno de esta banda disruptiva de los noventa. Este grupo mexicano encarnó en su música política y estridente un sentir popular y extremadamente real de toda Latinoamérica. Una banda genial. No muchos pueden romper las fronteras de su propia nación y ser la voz de todo un continente a través de canciones combativas y sinceras.

En un Daewoo, en algún momento de los noventa tardíos, dos niños iban con chofer a una escuela privada. Uno de ellos, más blanco que la leche, inocente y con esa ignorancia sin dolo que todo niño tiene: ese era yo. Mi hermano solía quedarse dormido hasta en la ducha, y el carro no era una excepción. Pero en cada viaje me enriquecía con buena música. Cambiaba de CDs en una radio instalada; dentro de su colección no podían faltar los primeros álbumes de Molotov. Insertaba el disco, reclinaba el asiento de copiloto y cerraba los ojos. Yo, sentado en el medio, atrás, con la cabeza apoyada en la ventana empañada.

Mi colegio quedaba en Monterrico y yo vivía en Barranco. Tomábamos un atajo y pasábamos por los callejones de Barranco y cruzábamos por Surco Viejo. Solo era un pequeño tramo del viaje. En ese momento, esa zona estaba mucho menos modernizada. Por favor, no olviden que estoy contando lo que veía un niño que aún no sabía lo privilegiado que fui por la injusta realidad de nacer donde nací.

Como ya he repetido muchas veces: quien ha nacido en mis circunstancias y no se da cuenta de que la igualdad de oportunidades es algo que lamentablemente no existe, cometería una falta de respeto.


Mirando por la ventana, cruzando por esas calles, notaba una diferencia abismal con respecto a cómo vivía yo. No lograba entenderlo. La diferencia era clara, pero como niño no entendía qué era lo que no estaba funcionando. Las calles eran más sucias, niños trabajaban vendiendo entre el caos del tráfico. Niños de la misma edad que tenía yo. Con nuestra querida banda latinoamericana de soundtrack:

Nos quieren pegar, pegar

Y nos la van a pagar.

Y aunque quieras quejarte con papá gobierno,

Les pides ayuda y te mandan al infierno.

Porque tendríamos que tirar buen pedo

Gente que vive en la pobreza,

Nadie hace nada porque a nadie le interesa.

Si nos pintan como unos huevones, no lo somos…

¡Viva México, cabrones!”

Esa experiencia se repitió incontables veces durante años de infancia. Y, como es bien sabido, el arte transmite lo que las palabras no pueden. A veces una canción es más clara que un discurso.

Hace unas semanas. En Los Ángeles, agentes del ICE entraban sin avisar. Casas, talleres, iglesias. Se llevaban a padres frente a sus hijos. Nadie entendía nada. Gente que vivía ahí desde hacía veinte años, con trabajos, sin delitos. Igual se los llevaban. Hijos ciudadanos, padres deportados. Lo legal no bastaba. Ni lo humano importaba. Las redadas se volvieron rutina. El miedo, constante.

Las denuncias no paraban: insultos racistas, golpes, encierros en cuartos congelados sin camas ni comida decente. Nadie sabía cuánto tiempo estaría ahí. El sistema dejó de proteger para cazar. Y muchos lo celebraban. “Que se vayan los ilegales”. Pero nadie preguntaba por qué alguien huye. Por qué se juega la vida cruzando un desierto. Mientras tanto, ICE crecía. Más fondos, más agentes, más poder. Más esposas. Más silencio. Así se defiende una frontera: sembrando miedo y llamándolo justicia.

Todos los domingos por la mañana, nos despertaban para ir a hacer un paseo sociocultural. Una idea genial como padres. Íbamos a los distritos más pobres de Lima y aprendíamos historias de cómo surgieron y más. Ahí aprendí sobre una mujer admirable como lo fue María Elena Moyano, en Villa El Salvador. Estuvimos en el lugar donde fue asesinada brutalmente por Sendero Luminoso. Fue en estos recorridos que entendí que la igualdad y la libertad no son más que ilusiones, y nadie se libra de esa maldición. Estaba impactado. Pensaba por días lo que veía. Sentía tristeza, imaginaba sueños heroicos y altruistas. Todo eso me permitió darme cuenta del contraste, y de qué está hecho el ser humano. Solo se necesitaba empatía. Fue años después que entendí que esta facultad humana está adormecida y profundamente.

Últimamente me pregunto hacia dónde nos dirigimos. El sufrimiento es tan intenso en el mundo que se puede sentir, lo mismo pasa con el odio, y con la resignación. Vivimos en un lugar donde la mayoría lucha diariamente para sobrevivir, donde tienen que abandonar sus hogares para migrar, sufrir humillaciones, y poder alimentar a sus familias. A veces siento que pedir conciencia es demasiado, pero abandonar ese deseo sería aportar más a las atrocidades que están sucediendo. Simplemente sucumbir en el derrotismo ya es darle más poder al poder, y uno muy opresor.

[MIGRANTE DE PASO] “El hombre no es otra cosa que lo que hace.” “El hombre se define por sus actos.” Estoy de acuerdo con aquel excéntrico filósofo Jean Paul Sartre, pero hace unos días actué como todo lo que no quiero ser: prepotente, pedante e impulsivo. Siguiendo esa lógica, fui un patán y un agresivo. Yo, que me guío por mis ídolos ficticios, el viejo Gandalf hubiera estado decepcionado. Si bien todos somos malos y buenos a la vez, la idea es inclinarte hacia el lado positivo. Lo cortés no quita lo valiente. Lo tomo como aspectos por mejorar. Sin embargo, si me sentí mal, no soy un psicópata.

Regresaba de hacer ejercicio hacia la casa de mis padres, manejaba un buen carro. Llegando para estacionarme encuentro una grúa y a una encargada de la municipalidad. No sabía qué pasaba, pero inmediatamente me puse de mal humor. Le dije a la señorita si podían mover la grúa; lamentablemente, mi voz es muy grave y, como diría mi madre: “Tú no hablas, ladras.” Yo no me doy cuenta, siento el malestar, pero no percibo cómo es visto desde afuera; es algo desagradable tanto para mí como para quienes me rodean. Es difícil aceptar defectos, pero me considero una persona capaz de recapacitar.

Estacioné de manera agresiva y me bajé queriendo imponer presencia cuando no era necesario. Bajé y fui directo a encarar a la encargada. Movimientos bruscos con los brazos y manos mientras hablaba. “Es ilegal lo que estás haciendo, vienen a intimidar con la grúa, han malogrado la cuadra,” dije esas cosas, que no son insultos, pero sonaban como tal. Luego entré molesto, después de mirar feo a alguien que solo hacía su trabajo. Me quedé con malos ánimos todo el día, malogré mucho por una nimiedad. Me sentí ridículo.

Cómo se vio: un blanquito, grande y alto, se baja agresivo de un auto de lujo; literal, el perfil del tipo más odiado en nuestro país. Mis palabras parecían gritos en tono alto y la gente se quedaba mirándome como si fuera un loco. No los juzgo porque, efectivamente, me comporté como tal. Fui desmedido y se me vio abusivo. La verdad es que nadie merece ser tratado así y cometí un error por una simple calentura. Ni siquiera di tiempo a explicaciones. En algún momento fue recurrente mi impulsividad. Hace tiempo no pasaba, pero esta vez, como ya saben, ocurrió.

Falleció Aureliano. Era tarde, casi madrugada, no regresaba a Lima por varios meses. Disfrutaba la brisa y neblina del mar que caracteriza nuestra Costa Verde. Ese tipo de neblina tan espesa que ni el mar de al lado ni el carro del frente son visibles. La bahía limeña se vuelve misteriosa. Llegué a mi cuadra. “La ‘U’ ganó,” me dice la clásica voz ronca y con una gracia particular de Aureliano, quien estuvo en la cuadra desde que tengo memoria. Gran tipo, nos defendía y cuidaba cuando jugábamos en las calles. “Francesco,” me decía. Nunca supe si lo decía de broma o en verdad pensaba que ese era mi nombre; siempre lo tomé con cariño. A ese simpático saludo, le respondí de mal humor. Nuevamente mis gestos y tono de voz incrementaron la intensidad de lo que estaba diciendo. No volteé a ver, simplemente entré a mi casa. Quise buscarlo, pero no lo encontraba; quería pedir perdón. De un momento a otro se le dejó de ver por la calle barranquina. Recuerdo que había perdido peso radicalmente los últimos años. Hace unos días llegó un mensaje al grupo familiar donde informaban de su muerte, un mensaje con su cara. Era una imagen vieja, pero resaltaba su sonrisa, una que siempre me mostraba desde que regresaba del colegio. Nunca pedí perdón, y me arrepiento. No sé si fue algo mayor, pero me quedo con que tal vez le hice daño a alguien que solo me deseaba bien. Es importante pensar en ese tipo de cosas, porque te das cuenta de que el poco control emocional puede herir, incomodar e, incluso, generar un arrepentimiento que en el caso mencionado no tendrá redención. Es imposible saber cuándo verás a alguien por última vez, así que es mejor ser amable, tengas el problema que tengas.

Pensándolo bien, eso que me pasó no es raro en el Perú. La bronca fácil, el grito antes que la palabra, el gesto duro como escudo. Lo ves en la calle, en las combis, en los taxis, en la cola del banco. Todo parece una competencia de quién impone más. Y sí, a veces estamos tan cansados de todo que solo queremos sacar la frustración con alguien, aunque no tenga la culpa. Como yo con la encargada. Como yo con Aureliano. Cosas mínimas, pero que se te quedan grabadas.

Vivimos acelerados, tensos, con el fastidio a flor de piel. Y no es solo culpa de uno. Es el país también. La desconfianza, la impaciencia, la desigualdad que se siente en cada esquina. Es como si todos lleváramos una espina clavada. Pero eso no nos quita responsabilidad. Porque así como la política está podrida, también nosotros podemos pudrir un momento con una sola palabra mal dicha. Ojalá podamos cambiar eso. Bajar un poco el tono. Ser más suaves entre nosotros. No siempre se puede, pero al menos intentarlo. A veces basta una mirada distinta para que todo no termine como un arrepentimiento más.

[MIGRANTE DE PASO] Todavía estaba dormido. Hay que aprovechar los domingos. Me desperté de golpe. Todo temblaba. Me di cuenta de que todavía soy rápido: salí disparado. Antes de que terminara el temblor, ya estaba afuera, y eso que fue corto. Pensé que ya no les tenía tanto miedo, pero estaba equivocado. Sigo siendo igual de miedoso que siempre.

Me acordé del 2007, cuando fue el terremoto en Pisco, que en Lima también se sintió bastante fuerte. Recuerdo que fue larguísimo, no terminaba nunca. Aun así, el de hoy lo sentí incluso más fuerte, solo que no duró tanto. Tenía 13 o 14 años como máximo. Justo iba a mis clases de karate cuando empezó. Salimos todos a la calle; los vecinos también estaban afuera. Las caras de la gente, los niños gritando. Mi padre tenía la mano puesta sobre mi hombro para calmarme. Cuando me asustaba de chico no era de los que entraban en pánico o gritaban. Me quedaba callado y miraba a todos lados. Era bastante instintivo, pero probablemente, si mis padres se hubieran asustado, yo me habría quedado paralizado. Ya de grande aprendí a manejar el miedo, porque toda mi infancia me la pasé teniéndole miedo a casi todo.

No sé si es porque ahora la información llega rapidísimo a todos lados —y eso solo ha ido en aumento desde que nací—, pero en los 31 años que he vivido siento que han pasado demasiadas cosas en el mundo y también en el país. Mucha gente de mi generación piensa lo mismo. De hecho, existen hasta memes sobre esta situación con los millennials.

Nací en 1993, un año después del autogolpe de Estado de Alberto Fujimori y de la captura de Abimael Guzmán. Tres años después fue la toma de la Embajada de Japón. No sé si estoy inventando recuerdos, pero tengo la sensación de haber estado jugando en el suelo de la cocina mientras se escuchaban las noticias de ese atentado. Puede ser que sí me acuerde de ciertas cosas, porque duró más de cuatro meses.

Unos años después, en 2001, también estaba en el suelo, esta vez en un aula del colegio. Una profesora estalló de rabia porque unos compañeros habían armado dos torres de jenga y simulaban lo que había ocurrido el día anterior con las Torres Gemelas. Los niños pueden ser más crueles de lo que pensamos. Estaba en segundo o tercer grado de primaria.

Ahora que lo pienso en retrospectiva, ese atentado fue una locura. Recuerdo que en las noticias mostraban los registros de llamadas telefónicas hechas por personas atrapadas en las torres durante el ataque. Al escucharlas, se me helaba el cuerpo: voces quebradas por el pánico, algunas llamadas interrumpidas por el derrumbe del edificio. Padres llamando a sus familias, jóvenes que llamaban a sus madres; algunos se limitaban a despedirse. El mundo cambió. Las personas en todo el planeta recibieron un mensaje: este mundo no funciona como creíamos, y lo que no conocemos apenas refleja una pequeña parte de lo que realmente ocurre. Yo tenía menos de 10 años, y a esa edad comencé a entender el trasfondo de muchas cosas que antes solo oía de los adultos sin comprender.

Podría mencionar muchas cosas: desde la crisis económica del 2008, que tampoco entendía del todo, hasta el trágico incendio de la discoteca Utopía. Hasta hoy, cada vez que entro a un lugar, lo primero que hago es buscar las salidas de emergencia. Un sinfín de hechos desastrosos. De un día para otro, el mundo entero enfrentó una pandemia global. Todavía se siente surrealista. Yo estaba en Argentina, me iba a mudar allí para estudiar. Recuerdo que mi padre me fue a ver. Comenzaron a aparecer noticias sueltas sobre casos en distintos países. No me asusté hasta que aparecieron algunos en Argentina y luego en Perú. Tuvimos que tomar un vuelo apresurado porque ya estaban cerrando las fronteras. Regresamos en uno de los últimos. Clases virtuales, cifras de muertes que no paraban de aumentar, corrupción con los balones de oxígeno, y sin una vacuna a la vista. Incertidumbre tras incertidumbre.

Un poco más de un año después, me fui a otro país. Unos meses después comenzó la escalada del conflicto palestino-israelí, que terminó en una masacre espantosa sobre la que seguimos recibiendo noticias. En esos meses también empezó la guerra entre Ucrania y Rusia. Hace unos días, comenzó el intercambio de ataques entre Israel e Irán. El panorama solo deja espacio para pensar que se viene una guerra mucho peor, de gran escala. Espero que estemos equivocados, porque lo que menos se necesita ahora es algo de esa magnitud. Mejor dicho, nunca es buen momento para una guerra, sea del tamaño que sea.

Sin embargo, pedirles un poco de conciencia a los líderes mundiales parece imposible. No son personas normales; cada uno está más loco que el otro. Analizar o predecir desde la cordura pierde sentido cuando hablamos de las decisiones que tomarán. El mundo está dividido, y todos corren como niños a favor de un bando, cuando está clarísimo que ambos están mal. Siempre ha sido así. Pedirle a la gente que sea valiente ahora también parece una locura. Durante mucho tiempo pensé que creer en la paz era ridículo por ser inalcanzable. Me dejé arrastrar por discursos de odio y caí en el pesimismo. Hoy prefiero abrazar el cliché de la paz. Prefiero vivir creyendo en utopías antes que obligarme a pertenecer a estos bandos de mentes cuadradas y derrotistas. Tenemos que darnos cuenta de que nadie merece ser herido.

[Migrante al paso] Entre sueños y realidad

Me levanto de frente, algo raro pasaba, normalmente me quedo dando vueltas varios minutos, incluso horas. Estaba en otro cuarto, el mío, pero cuando era pequeño. Una mancha pegajosa negra comenzaba a crecer por las paredes e invadía el aire. Me quería atrapar. Yo solo corría en dirección al cuarto de mis padres. Me atrapaba, volvía a levantarme, la oscuridad me envolvía, de nuevo en mi cama. Se repitió varias veces hasta que en uno de los intentos logré llegar. Volví a despertarme, esta vez sí fue de verdad. Fue un sueño de hace, por lo menos, cinco años. Pocas veces tenía pesadillas, pero la mayoría las recuerdo. Con mi antiguo psicoanalista hablaba de ello seguido, siempre intentando descifrar los significados, al final me di cuenta de que es imposible, está bien pensarlos un poco, pero demasiado no vale la pena. A veces los sueños solo existen para sacudirte, como una especie de ensayo emocional de lo que no te atreves a vivir despierto.

En Buenos Aires, después de unos meses malos, una noche entraron mi abuela, mi tío y Gruñón, mi Jack Russell con sobrepeso. Recuerdo clarísimo que se subió a mi cama que estaba pegada contra la pared y cuando se acurrucó a un costado, me desperté. Ahí sí no había mucho que pensar, probablemente era mi propia mente diciéndome de una manera extraña que me anime. Es extraño, por más que no sean verdaderos o ciertos no les quita el hecho de que sigan siendo reales. A veces son tan divertidos que no provoca despertarse. De hecho, yo creo que en algún momento, cuando la realidad ya sea insoportable para la humanidad, todos se van a sumergir en un mundo virtual y de manera voluntaria. No los culpo. En mi caso, no lo haría porque he crecido de una manera distinta y he tenido la suerte de viajar y darme cuenta de que sorprenderse es más fácil de lo que parece. Pero entiendo que la mayoría de las sorpresas que nos llevamos son malas porque lo malo vende más.

Ahora despertarse es distinto que antes, ya no es un espacio de calma y comodidad. La gente, y yo no me excluyo, abre los ojos y lo primero que hace es agarrar el teléfono, ver si te han escrito y entrar a redes sociales. Cómo la gente no va a estar de mal humor, si te empujan noticias y comentarios desagradables desde que te despiertas hasta que te duermes. Lo peor es que al final solo está bajo nuestro control, pero aparenta ser al revés. Si a mi generación le afecta y a veces sientes que si no eres parte de esas plataformas no eres nadie, imagínense haber nacido ya con eso existiendo, debe sentirse horrible. Verlo es desesperante. Ya no ves a grupos de niños saliendo a montar bicicleta ni jugar fútbol en la calle. Cuando vas a restaurantes, las mesas están silenciosas, todos metidos en sus teléfonos.

Es obvio que la gente se está volviendo más tonta, los profesionales ya no te dan la confianza de antes. Tuve que ir como a 20 psicólogos hasta encontrar uno bueno. Los doctores te recetan cualquier cosa y te diagnostican algún trastorno mental a los 3 años por tener algún pequeño problema de atención o lo que sea. Si hubiera sido así antes, yo estaría en un manicomio o algo así, y tengo algunos amigos que hasta los hubieran tachado de psicópatas. Pero quién sabe, de repente solo me estoy volviendo un viejo renegón.

Los dos lados se han vuelto extremadamente vulnerables a cualquier cosa. Yo estoy al medio. Por un lado, están los que sobre reaccionan a cualquier adversidad y toman papel de víctimas; por otro están los llamados haters que son los peores, parecen una plaga. Yo también cometo el error de ver sus videos y comentarios. Me malogran el día. Unos viejos manganzones quejándose de la protagonista de una serie porque es menos bonita que la del juego en el que se basa. Francamente, da lástima. Y para mí es inevitable pensar que ya no tenemos salvación, sobre todo cuando lo veo al levantarme.

Comencé hablando de mis sueños y terminé haciendo una crítica. Es que ya no te dejan ni dormir tranquilo. Creo que por eso me encanta dormir y soñar, sobre todo cuando estoy en Lima. Es como si no quisiera despertarme porque lo que sueño es mil veces mejor que lo que veo despierto. En casi todo, menos en la comida. Y si los sueños, incluso los más absurdos, me dan calma o algo parecido al sentido, me basta. A veces revivo conversaciones que nunca tuve o reencuentros que no pasaron, pero que me consuelan. Me invento futuros con gente que ya no está, o despierto con una idea que no sabía que necesitaba. Es como si cumplieran la función de amortiguar pequeñas molestias que recibes diariamente. 

 

Luego de Tokio, a cuatro horas en tren bala, llegué a Hiroshima. Definitivamente una de las ciudades más hermosas y conmovedoras que he podido visitar. Dejé mis maletas en el hospedaje y salí a caminar. La modernidad abunda por donde vayas y los ciudadanos caminan tranquilos y sonrientes. Si uno no supiera la historia sería imposible imaginar que hace menos de 100 años los estadounidenses lanzaron por primera vez una bomba atómica sobre un lugar poblado. Uno de los crímenes de guerra más atroces de la historia de la humanidad. No tiene perdón. Se calcula que de manera inmediata murieron aproximadamente 80 mil personas y días después 50 mil más debido a las secuelas. Tres días después, lanzaron otra en la ciudad de Nagasaki y amenazaban con una más para Tokio. Japón se vio obligado a rendirse en 1945 y el emperador Hirohito tuvo que declarar que había perdido la guerra y que su calidad divina no era cierta. Definitivamente el golpe más potente que ha recibido este país. Mientras caminaba por lo que en un momento era tierra devastada e imperaba la tragedia, no podía creer el nivel de prosperidad de los japoneses para recuperarse de manera tan rápida. Otra gran sorpresa es que no existe una actitud de víctima.

A diferencia de nuestro Perú, que sufre de una victimización masiva a la que yo le echo la culpa del poco desarrollo civil e identitario. Peor aún, esto está respaldado por grandes académicos que atribuyen nuestra precariedad a la herencia colonial. Nadie la niega, pero si los académicos la defienden en lugar de buscarle solución es inevitable la falta de progreso. En nuestro caso se da una retroalimentación académica-población negativa. Por lo tanto, hemos fallado. Sé que las circunstancias son distintas, nosotros somos un país colonizado y Japón nunca lo fue, pero estamos hablando de una diferencia de más de 400 años en cuanto a la paliza psicosocial que se dio. Es hora de cambiar nuestro mecanismo de defensa y de afrontamiento colectivo para pasar de pensar que estamos destinados a la perdición a uno que eleve la voluntad de agencia en los ciudadanos. Me encantaría saber la respuesta, pero no la conozco, por lo menos es valioso pensarlo. Solo sé que es momento de dejar de buscar culpables y encontrar resoluciones.

Francisco Tafur 

Me quedé un rato contemplado los edificios en el parque Shukkeien, rodeado de árboles de sákura y pequeñas islas verdes que están interconectadas por puentes en forma de u invertida. Tras perderme un rato entre esa belleza fui al memorial de la paz de Hiroshima que se encontraba a pocos minutos a pie. La Cúpula Genbaku o Cúpula de la Bomba Atómica. El edificio que originalmente era una exposición comercial ahora permanece en ruinas como recuerdo del atentado nuclear. El hipocentro de la explosión del 6 de agosto de 1945 se dio a solo 150 metros de la estructura. En 1996 se declaró patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Se puede ver cómo el hormigón fue derretido por las altas temperaturas y, en fotos de la devastación, se puede ver cómo ésta fue prácticamente la única construcción que se mantuvo en pie. Entre varios turistas, me senté al frente unos minutos imaginando el caos que se desató. Luego me di cuenta de que mi imaginación no fue suficiente para retratar semejante tragedia. 

La estructura se encuentra en uno de los extremos del Parque Conmemorativo de la Paz. Seguí mi camino y me encontré con varias sorpresas que te dejan helado por lo escalofriante. Una estatua dedicada a los niños muertos por el ataque; un monte conmemorativo que contiene las cenizas de 70 mil personas no identificadas; una inscripción que se traduce como: descansen en paz, pues el error jamás se repetirá; y la Llama de la Paz que permanecerá encendida hasta que las amenazas de aniquilación nuclear dejen de existir. Lamentablemente, la situación mundial está cada vez más belicosa y maldita debido a enormes egos de seres impresentables que juegan a ser dioses y que no me daría pena verlos sufrir, entre ellos: Vladimir Putin, Benjamín Netanyahu, Joe Biden y más. A este paso esa llama nunca será apagada. Me considero una persona buena, pero también poseo, como todos, oscuridad que no niego ni está dentro de mis planes erradicar así que considero que estas personas merecen lo peor. Para finalizar mi recorrido entre al Museo de la Paz en el otro extremo del parque. 

Francisco Tafur 

«Todos los irradiados caminábamos con los brazos levantados a la altura del corazón. Parecíamos fantasmas. Las quemaduras eran tan graves que solo podíamos arrastrar nuestro cuerpo.»

«El cielo se prendió en fuego»

«No podía entender lo que estaba sucediendo, pero sentía que se me estaba quemando el brazo derecho, la cabeza y el lado izquierdo del cuello. A la luz enceguecedora le siguió una oscuridad tremenda, como si fuera la medianoche, y empezó la ‘lluvia negra’ del hongo atómico con polvo radiactivo. En medio de esa lluvia yo estaba aturdida y todos los edificios de los alrededores, destruidos o en llamas. Pero traté de ubicarme para poder volver a mi casa. Cuando llegué, no quedaba nada en pie, y mi mamá no me reconoció inicialmente porque el cabello se me había chamuscado por el calor y yo estaba totalmente tiznada con mi ropa hecha harapos”

Todo el museo está repleto de testimonios de esta categoría, caminas entre fotos de niños con heridas que no me atrevo a describir. Tumultos de cuerpos. restos de ropa y zapatos. Imágenes aéreas de la ciudad devastada. Me quedé una hora y media y ya no podía más. Se me escapaban lágrimas que, cobardemente, intentaba aguantar. Se me aceleraba el corazón. Sentía rabia hacia Truman. Sentía una tristeza inconmensurable. Cada paso succionaba la poca alegría que me quedaba. Por momentos caminaba mirando el piso. Ya no soportaba las imágenes y declaraciones. Me enteré de que la bomba tenía nombre y era Little Boy, no me gusta admitirlo, pero sentí asco y rencor hacia Estados Unidos. 

Sentía mis piernas débiles y las manos adormecidas. El recorrido se hacía eterno, pero era mi responsabilidad como ser humano presenciarlo.ya que nadie debe olvidar lo sucedido. Aprendí sobre la estremecedora historia de los Hibakusha, la traducción literal es: persona bombardeada. Las personas no se les acercaban por temor a contaminarse de radiación. Fueron condenados a vivir en soledad y estigmatizados. Sentía mi espíritu quebrarse, ya no pude contener el llanto. Me gustaría tener la fuerza para poner en palabras lo que se ve dentro de ese importantísimo y totalmente necesario museo, pero acepto mi debilidad. Al salir me sentía como un niño abandonado, con las manos temblorosas, saqué mi billetera y me tomé dos clonazepam porque ya estaba comenzando a tener un ataque de pánico. Me alejé, busqué un árbol y me eché un rato prolongado para poder recuperarme. Siendo sincero, ahora, varios días después, sigo impactado.

Fue como si un dios levantará su colosal pie y me diera una patada directa en el alma. Creo que todos, deberían presenciar esto y darse cuenta de que el potencial humano va para los dos lados y que somos capaces de cometer actos extremadamente crueles. Mientras escribo, recuerdo que en mi país existe un sector, perdónenme las palabras, de gente realmente estúpida que parecen tener el coeficiente intelectual de una rana que quiere clausurar lugares imprescindibles como el LUM. Ya he mencionado anteriormente que, a mi parecer, debería ser aún más potente. 

Francisco Tafur 

Tomé un taxi porque seguía con las piernas inestables y mis pensamientos estaban aturdidos. Me fui al santuario Mitaki Dera, solo seguí mi instinto y pensé que en este lugar podría calmar mi mente turbulenta. El lugar se encuentra al pie de una colina boscosa con cataratas y cientos de esculturas de Buda que están por todos lados. El agua de este lugar es considerada sagrada y se usa como ofrenda hacia las víctimas de la bomba atómica una vez al año. Solo subía las escaleras y me senté acompañado de las piedras esculpidas. Mi respiración se tranquilizó, y recuperé la fuerza de mis extremidades. Cuando regresaba, le pregunté al taxista sobre el atentado y su respuesta me agarró desprevenido. Me dijo que estaban en una guerra y así es, también me comentó que tal vez era lo que merecían por las atrocidades que ellos cometieron en Corea y China. Yo no estoy de acuerdo, pero su madurez y mentalidad me pareció admirable. Finalmente me quedo con esta pregunta: ¿Qué se necesita para llegar a este nivel de templanza e identidad de nación? 

Francisco Tafur

 

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Bomba atómica, Hiroshima, japon, museo de la memoria

Es imposible negar la existencia de actividades, acciones y sucesos que no se pueden explicar por la ciencia y permanecen eternamente en un misterio. Tal vez lo más atractivo y tentativo de la veracidad de esta lógica es que el progreso del conocimiento fáctico y, también, espiritual depende de esta búsqueda sin fin en la que obtener un final epistemológicamente absoluto es imposible. Nunca podremos explicarlo todo, ni en siglos o milenios por venir. En el folclor de muchas culturas se lo atribuyen a espíritus, seres que en algún momento tuvieron vida y no encontraron descanso, incluso, a demonios o maldiciones. Pero qué tan contrastable es eso con la experiencia propia de estas situaciones. Yo no creo en dios, pero si en un desarrollo espiritual personal y por lo tanto acepto su lugar en la realidad. Desde niño me tentó el ocultismo, las historias de terror, la demonología y todo este mundo que se encuentra bajo el telón ante una mirada simple. Tal vez esto nace del lado materno de mi familia que está lleno de vacíos de las que no recibo respuestas para rellenarlos, como si hubiera algo oculto. Después de todo hay que tener cuidado con la macumba como aconsejaría mi abuela Mamamora.

Es extraño escribir respecto de estos temas considerándome a mí mismo alguien sumamente racional, pero a lo largo de mi corta vida he presenciado una que otra experiencia paranormal y presenciar estas anomalías me ayudaron a conectarme conmigo mismo y a reprogramar el sentido que le doy a la cotidianeidad. Al parecer, esto no es algo nuevo en mi familia, como ya mencioné anteriormente, por el lado de mi madre aparentemente sucedieron cosas extrañas.

Hay que tener suerte, pero en los días que mi abuela se pone conversadora puede soltar uno que otro dato. Lo que no hay duda es que el animismo y esoterismo está presente en esas ramas de mi árbol genealógico. Dentro de esto hay anécdotas graciosas y otras de temer. Por momentos, cuando recuerdo las palabras de mi abuela siento que es mentira o que yo mismo lo he inventado, pero aparentemente cuando mi madre y mi tío eran niños, algún sujeto desagradable y malintencionado arrojó dos sapos, al jardín donde vivían, y en sus paladares tenían fotografías de los dos hermanos incrustadas con un alfiler. Suena espantoso y si es verdad, no puedo imaginar el terror de mi abuela. Felizmente es fuerte y conociéndola tomó una que otra medida mística.

Francisco Tafur

Desde hace unos días, debido a mi inminente viaje a Japón, me puse a leer historias y cuentos de terror de la tradición japonesa y me di cuenta de que hay narrativas arquetípicas que se van repitiendo a lo largo de distintas culturas: el caso de la llorona o la muñeca embrujada, etc. Recuerdo cuando leí los tomos completos de Lovecraft y Édgar Allan Poe, y también cuando en mi infancia este tipo de relatos me llenaban de una sensación bastante particular donde se generaba una extraña mezcla de la inocencia, la curiosidad, el miedo y, tal vez, un poco de voluntad de aventura infantil. Lo que llama más mi atención es cómo ahora, ya adulto, ante estas situaciones sigo sintiendo exactamente lo mismo.

Nunca fui de tenerle miedo a lo sobrenatural. De hecho, cuando éramos chicos quien bajaba por agua a la cocina a oscuras era yo y quien se pasaba a mi cama en las noches de películas de horror era mi hermano. Yo sentía cierto goce, me encantaba envolverme en leyendas y mitos que me hacían dudar la realidad fáctica. De chico siempre decía que, si se aparecía algún dios ante mí, algún demonio o lo que sea que demuestre la existencia de un sistema paranormal, dedicaría mi vida a su investigación. A ese punto llegaba mi afán por lo oculto. A veces pienso que ver de niño por casualidad El exorcista y Neon Génesis Evangelion me abrieron, a la fuerza, un poco la mente. Una vez que surge una duda existencial, se multiplica.  

Sólo he escuchado rumores de que mi madre una vez leyendo las cartas en su época universitaria le funcionó tan bien que se asustó y dejó de hacerlo. Mi abuela con sus 89 años ha visto distintos tipos de brujería, según lo que me cuenta y sus creencias. A una tía una vez le pasaron el cuy, una actividad tradicional para absorber malas energías, y cuando lo sobaron en su cabeza el pobre animal murió inmediatamente. Está bastante loca. También mi tío me cuenta que de niño solía ver cosas y que de un momento a otro dejó de verlas porque le incomodaban. Y en cuanto a mí, más de una vez me he despertado con Teresita, la ahijada de mi abuela, ahumando mi cuarto para darle una limpieza espiritual. Así que crecí con esta incógnita platónica. 

Francisco Tafur

Tengo anécdotas de chico que se las atribuyo a la imaginación debido a lo niño que era. Todas las mañanas veía a una bailarina pequeña que daba vueltas en uno de los cubículos de un estante del cuarto. Literal veía a monstruos persiguiéndome, pero todo esto es dudoso debido a que en mis recuerdos también vi a Papá Noel volando en su trineo. La imaginación de un niño es de lo más extraordinario que existe.

Ya un poco más grande me di cuenta de que en la casa, esporádicamente, se escuchaba el piano y el único que sabe tocarlo es mi hermano. A veces, parece que alguien te está llamando y cuando vas a preguntar no es nadie. Durante mi adolescencia aparte de un tarro de leche que se cayó sin razón alguna; lo más cercano al misticismo qué he estado fue cuando jugué la Ouija con unos amigos en tiempos de secundaria. Éramos cinco y jugamos cinco veces, es como una adicción porque te mueres de miedo y una vez acaba la ronda vuelves a poner el dedo sobre el vaso casi sin pensarlo. De las sesiones que tuvimos hay tres de las que puedo pensar que era una broma de mis amigos. Las otras dos que sólo jugué con uno de ellos, el más cercano, donde nos comunicamos aparentemente con una víctima de Sendero Luminoso fue demasiado real y me cuesta sospechar de su falsedad.

En fin, todas estas cosas podrían ser atribuidas a una imaginación infantil. Sin embargo, hace unos años, ya adulto, viví lo que llamo mi mayor aproximación a un ente inexplicable. Tenía 27 años y un día sacando a pasear a Gruñón, mi antiguo jack russel, con un amigo, fue que sucedió. En la oscuridad de la sala, camino a la puerta, nos detuvimos los tres casi por instinto. Yo que estaba por delante frené para dejar pasar una gigantesca sombra deforme, brillante y, a la vez, de una oscuridad profunda, que finalmente nos adelantó. Apenas salí de la casa volteé a preguntarle a mi amigo y antes de formular la oración, él me mira y me pregunta ¿qué fue eso? Dentro de todo, la experiencia fue positiva: no hubo miedo, no hubo conflicto y fue todo bastante armónico, pero me quedé pensando unas semanas en lo vivido y en buscarle explicación. Lo cual fue imposible.

Francisco Tafur

No es necesario entender todo y sobre todo es peligroso obsesionarte con intentar hacerlo. Probablemente sea una de las peores obsesiones. El simple hecho de ser humanos con una programación orgánica determinada nos hace estar limitados tanto por el lenguaje como por sentidos físicos. Debido a esto siempre van a existir fenómenos paranormales. El no poder entender todo es parte de nuestra naturaleza. Recomiendo explorar un poco este tipo de cosas, pero no es nada necesario. Depende de cada uno si se divierte con eso o no. A mí me parece divertido y me gustaría volver a vivir situaciones similares. Tal vez, algún día me anime a jugar la Ouija de nuevo, pero que mi abuela no se entere.  

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brujería, cartas astrales, crónica, demonología

Llevo más de un año escribiendo crónicas semanales y me ha enfermado de curiosidad. No sé si le pase a los demás que relatan sobre momentos y vivencias, pero sueño con acontecimientos del pasado. Una tentación platónica porque a pesar de ser experiencias antiguas, incluso, recuerdos que no presencie, y estos están difuminados. Sin embargo, existe un hambre de expresarlas sobre el papel. Me cuesta elaborar un texto abarcador de algo que no fue vivido para escribirlo. Imagino que la experiencia cambia si tienes el objetivo de describirla. Tengo una lista enorme, pero comentaré las más aproximadas y en las que hubiera gozado soltar la pluma sobre ellas. También, me arrimaré en el tiempo, de lo contrario escribiría sobre los viajes de Marco Polo o de recorrer el Tahuantinsuyo en su máximo esplendor.

Ronaldo Luis Nazario De Lima. El mejor goleador de la historia, en un Brasil y Real Madrid que hacía temblar a quien se le opusiese, llegaba a Lima por una entrevista que le iba a hacer Magaly Medina en su show. Todas sus camisetas, los famosos chimpunes Mercurial que usaba, por la que surgió la marca R9, revistas y posters; lo tenía todo. Era mi ídolo y sigue siendo mi favorito. Fue un boom en Lima, todo el mundo estaba al tanto de su llegada. Mi padre consiguió unos pases para poder tomarnos fotos con él donde se hospedaba. 

Fue uno de los mejores días que he tenido. Hicimos una cola enorme junto a otros niños hasta que llegamos a él. Mis ojos brillaban. Me sorprendió su altura, era imponente. Nos acercamos con la camiseta 9 de Brasil, coge mi hombro y nos toman la foto. Tímidamente, le pedí que me firme la camiseta. Apoyo su cabeza en mi espalda y la firmó. La felicidad me duró semanas, la frente del fenómeno, como se le conoce, había tocado mi espalda. Enmarcamos la foto junto con la camiseta, cuando la vi me llevé una horrible decepción de mi infancia. Un niño de otra familia se había unido a nuestra foto. No sabía ni quién era. Mi foto con Ronaldo fracasó. Eso no fue la peor, la busqué hace unos meses y resulta que la botaron porque estaba vieja, fue terrible. Igual nada superaba haberlo conocido. 

Me hubiera encantado retratar ese momento y registrarlo de manera inmediata, tal vez perdería la magia infantil, pero quién sabe. Otra experiencia con la que se demuestra mi admiración hacia él fue cuando en el estadio, durante un Perú vs Brasil, todo el público le gritaba “cachudo o “gordo”. Yo no quería que él crea que lo estaba insultando, la imaginación de un niño es sorprendente. Me sentía identificado con él porque yo también andaba subido de peso y me quedo con una anécdota suya y Ancelotti, uno de los mejores DT de la historia: El director técnico lo criticaba por haber llegado al club con más de 100 kilos y el astro respondió: —Si quieres goles méteme, si quieres que corra, no. Durante el partido hizo dos. 

Francisco Tafur

Mi padre es periodista desde siempre y de vez en cuando lo visitaba a su trabajo. El ambiente laboral que vi era apresurado, desordenado y con el sonido de tecleos constantes. Recuerdo cuando era chico y mi viejo decía que tenía que escribir su columna, ya de noche, no entendía. Pensaba que tenía algo que ver con su columna ósea. También, cuando me pedía que le lleve el fax. Rarísimo. Según lo que me ha contado, el ambiente era brutal y agresivo. Lo visité cuando trabajaba en Expreso y recuerdo el papeleo infinito, las computadoras enormes y gritos desde todos lados. 

Le pregunté a una amiga periodista, no quiso decir su nombre, sobre cómo describiría el periodismo antiguo: —“En periódicos y revistas eran informales y el sueldo era de hambre, no pagaban a tiempo y te explotaban. Había mucha exigencia a la hora del cierre. El ambiente era caldeado donde los gritos y maltratos estaban normalizados”. Por alguna particular razón me hubiera gustado describir ese ambiente y tal vez experimentar el trabajo, como una prueba de si pudiese aguantar.

Mi otra tentación literaria es escribir sobre un momento más oscuro y, a la vez de liberación. Después de más de una década donde el terror se había apropiado de una nación entera, el 12 de setiembre de 1992, Abimael Guzmán fue capturado, el líder de Sendero Luminoso. Casi un año antes de que nazca. Murió también en setiembre hace dos años. Estaba con mi abuela cuando recibimos la noticia, ella es una devota y cristiana. Verla celebrar la muerte del terrorista me impresionó. Su felicidad me recordó el demonio que representa este sujeto para el Perú. Pensé en cómo habrá sido el ambiente del país el día que cayó. Las casas se deben haber llenado de júbilo y esperanza, que probablemente ya veían perdida. Vivir el declive del grupo terrorista y cómo se recuperaba la ciudadanía debe haber desatado un sentido de euforia colectivo, aunque el miedo no se pierde fácil. 

Pasemos a los hermanos Gallagher y Mick Jagger. Oasis vino y llenó las tribunas con más de 40 mil participantes. Yo tenía el peinado de Liam, con las patillas largas y también vestía de negro. Sus canciones me acompañaban todas las idas y venidas del colegio. Su música me llenaba de ganas de vivir para siempre, haciendo referencia a su canción. Hasta el día de hoy escucho sus canciones cuando busco superación. Lamentablemente, no pude ir al concierto de la banda de Manchester porque aún era muy chico para ir solo. Al día siguiente en el colegio mis amigos mayores me comentaban lo espectacular que fue. Definitivamente es el concierto del que más me arrepiento de no haber ido para poder escribir sobre él.  

El segundo, la legendaria banda Los Rolling Stones, llegó al Estadio Monumental para llenarlo el 6 de marzo del 2016. De más esta decir que verlos fue una experiencia de locos. Veías a grupos de gente mayor que parecía rejuvenecerse. No me orgullezco, pero le dimos unas pitadas de marihuana a un señor que luego se desmayó. Nos sentimos demasiado culpables, pero felizmente apenas comenzó el concierto se levantó. Mick Jagger tenía la energía de un veinteañero a sus 72 años, en ese momento. Keith Richards tocó: Youve got the silver. Era mi canción favorita en ese momento. Fue una locura. Aparte, mi padre es fanático de toda la vida entonces nos pegó su afición hacia ellos.

Francisco Tafur

De vuelta al fútbol, era un ex pelotero empedernido después de todo, pero un momento importantísimo fue la llegada al mundial. Lo de ex es porque hace unas semanas jugué un partido 11 vs 11 y sentí que me iba a dar un infarto o caer desmayado. Parecía tortura. El 16 de noviembre del 2017, estadio lleno, barras por todos lados. Yo con un amigo, vistiendo la camiseta, no parábamos de mover las piernas por la ansiedad. Se jugaba el partido de vuelta por repechaje para llegar al mundial de Rusia 2018. Con gol de Farfán y Ramos le ganamos 2 a 0 a Nueva Zelanda. Las tribunas explotaron, todos quedamos afónicos. He estado en la tribuna popular de la Bombonera y la sensación se le compara. Continuando con el deporte tuve la apreciada oportunidad de ir a Rusia, cuando aún se podía, y ver las dos semifinales y la final. Fue un viaje de puro éxtasis. Debí llevar un diario para escribir cada día. 

Termino este conglomerado de hechos que me coquetean constantemente con una de las principales musas de los cronistas: los viajes. Tengo la suerte de que mis padres nos decían que preferían gastar su plata en viajar que en carros o casas de playa. Tienen mi agradecimiento eterno. Me dieron mundo desde temprana edad. 

Intentar describir el impacto que tuvo la primera vez que Machu Pichu se posaba frente a mí. Comentar sobre Chichen Itzá, Tulum y cuando me empujaron a un cenote congelado. Por primera vez le di sentido a la palabra sublime cuando nadando con tiburones ballena la vi sumergirse y perder su colosal cuerpo en la oscuridad de las profundidades. Pensar que iba a ser secuestrado por unos vendedores en el bazar de Egipto y también entrar en las pirámides. Viajar en un avión tan pequeño que pensé que iba a morir camino a las ruinas de Abu Simbel. El invierno de Praga, donde comíamos embutidos bajo la nieve en una ciudad que te sumerge en un cuento de hadas. Los coffeshops de Ámsterdam junto a mi hermano. Haber conocido Palestina e Israel y entender ese conflicto sin sentido. Caminar entre un cañón para ver la majestuosa Petra. Viajar en carro, por más de 20 horas, hacia Cocachimba en la selva donde se encuentra la catarata de Gocta. Caer bajo el hechizo de Brujas. Sentirme diminuto frente a la Catedral de Colonia. Hedonismo en Berlín. Estos sucesos plagan mi cabeza antes de dormir y nutren mi existencia. Después de todo, estamos formados por recuerdos. 

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Mick Jagger, Ronaldo Luis Nazario de lima

A kilómetros de altura, viendo las nubes, nevados y el mundo reducido a figuras diminutas desde las pequeñas ventanillas del avión, se crea un entorno de reflexión y pensamiento. Lo llamo trance de avión. Voy camino a una de mis deudas turísticas, que es conocer Ayacucho, y sólo pienso es su historia.

Definitivamente, un terreno golpeado y marcado por estampas de sangre. Desde los Wari, civilización preinca, que era una sociedad militarizada, y sus expansiones bélicas, mantuvieron esa época de guerras. Probablemente la civilización más poderosa antes de la llegada de los Incas. Imposible no pensar en la batalla de Ayacucho que fue la última de las luchas por la Independencia, fue ahí que se consolidó la liberación ante los españoles y ganamos soberanía. Esta provincia sufrió al desnudo una de las etapas más siniestras de la república, Sendero Luminoso nació en Huanta, ciudad del departamento y logró tomar todo el territorio convirtiéndolo en su centro de operaciones y en lo que llamaron zona roja. En tiempos más recientes, el 2022 por una represión policial abusiva murieron 15 personas, incluido un chico de 15 años. Por eso, hace menos de un mes Dina Baluarte recibió un jalón de pelo en su visita al departamento. No sabía qué esperar de Ayacucho, pero todo esto es lo que pasaba por mi cabeza antes de poner pie en uno los pilares de nuestra historia. 

Francisco Tafur

Dejé mis cosas en el hospedaje y partí rápidamente al Monumento del Santuario Histórico de la Pampa de la Quinua. A una hora desde la plaza de Huamanga, capital de la provincia, se encuentra, cruzando el pueblo de Quinua, con U (no es de mi agrado la huachafería pituca de llamarla Quinóa). En esta pampa fue donde se dio la batalla final de la Independenciala de Ayacucho. El camino entre valles y asfaltado serpenteaba rodeado de las flores amarillas de retama que florecen en esta época. De ahí nace la canción y le dedico una de sus estrofas al titular de mi crónica. El huayno, compuesto en 1969 por Ricardo Dolorier, habla de un evento ocurrido en Huanta en el que miles de estudiantes protestaron debido a un decreto del gobierno militar de Velasco Alvarado que pretendía que los alumnos pierdan el colegio gratuito si se desaprobaba algún curso. La represión fue brutal y dio razón a esta canción de protesta contra el autoritarismo militar. Lamentablemente, por ignorancia se asocia la canción con Sendero Luminoso o apología al terrorismo. La etimología del lugar cae como anillo al dedo por su historia, Ayacucho significa el rincón de los muertos.

En donde la vida
Se hace más fría que la muerte misma
Taita inti arde indignado
Las grandes nieves se descongelan
Y los grandes lagos comienzan a colmarse
El gran aluvión, está por llegar
Para sepultar, mundos que oprimen
Y sobre la tierra nueva; florecerá la retama
Y así las palmas que suenen arriba.

La flor de retama

El pueblo de Quinua es conocido por sus artesanías en cerámica y me llamó la atención que en todos los techos, bajos e inclinados por la lluvia, había una cerámica que asemejaba una iglesia. Es un rito de protección del hogar similar a los toros de Pucará. Ya a 3400 metros de altura, casi mil más que Huamanga, se llegas al punto de acopio para partir a la pampa. Caminé casi un kilómetro y lo demás lo hice a caballo, estaba asustado porque no me subía a uno desde pequeño, también temía que no pueda soportar mi peso. Son alrededor de 300 hectáreas y se transita por el mismo lugar donde los cañonazos se dispararon y la caballería e infantería se enfrentaban a muerte por la liberación del Perú y me atrevo a decir que de Latinoamérica. El obelisco de 44 metros de altura homenajea a los caídos en esa batalla de suma importancia. Me senté un rato a fumar un cigarro e imaginar cómo habrá sido ese caótico momento, hipnotizado por las nubes majestuosas típicas de nuestra sierra. 

De regreso, con el chofer Wenceslao, se nos pasó el rato tomando Volts y conversando. Le conté que yo no había vivido la época del terrorismo porque nací un año después de la captura de Abimael Guzmán. Él me dijo que tenía 10 años y que en la zona fue espantoso. El miedo reinaba el día a día y la gente dormía rezando para que la mañana siguiente no venga con malas noticias. 

Me contaba cómo él y sus 5 hermanos se escondían todas las noches en cuevas o chalas de maíz tratando de mantener el mayor silencio posible. Escuchaban pasos de tropas, ya sean senderistas o militares, ambas les daban tanto pánico que no dormían. Al amanecer tenían que regresar a sus casas rápidamente para no levantar sospechas porque mucha gente acusaba falsamente y en esas circunstancias eso significaba la muerte. 

Al escuchar sus relatos me hervía la sangre por saber que aún hay gente que sigue a Sendero o lo justifica. Francamente, a esas personas les digo directamente que su sentido de justicia es infantil y que a sus opiniones les falta inteligencia: solo la palabra ignorancia los caracteriza. Lo mismo va para quienes defienden las acciones de las fuerzas armadas sin cuestionamientos. Para terminar mi primer recorrido paramos en el Museo de la Memoria y, ahí sí, mi conducta explosiva quería desquitarse con lo que sea. Este pequeño centro esta manejado por las madres y familiares que perdieron seres queridos durante el conflicto armado interno, te cuentan la historia general y testimonios personales que te dejan sin palabras. Este momento oscuro, caótico y bárbaro no debe ser olvidado jamás. Aunque la DBA se esfuerce en echarle tierrita, es deber de todos no caer en sus jugadas amnésicas. 

Francisco Tafur

Al día siguiente me reuní con Carlos Condori, periodista y antropólogo ayacuchano y exdirector de la dirección de cultura en la región, fuimos al Cementerio General de Ayacucho para visitar la tumba de Edith Lagos. No por devoción sino por cultura general. Entre los mausoleos y otras tumbas de policías y ciudadanos muertos en la época del conflicto armado se encuentra ella, que fue partidaria y líder de Sendero Luminoso. 

Ella estudió derecho en la Universidad San Martin de Porres para luego abandonarlo y regresar a Huamanga. Ahí se integró a los destacamentos urbanos del grupo terrorista y se ganó el alias de Camarada Nelly. A los 19 años murió en un tiroteo en Ocabamba. Sus restos fueron trasladados a Ayacucho. Su tumba estaba rodeada de flores y homenajes; me cuenta Condori que antes era mayor, todos los días cubrían su lapida de ornamentos. No entendía por qué tanta devoción hacia una terrorista, sobre todo, en el lugar más golpeado por estos movimientos subversivos. Carlos me comentó que es por ser una joven líder revolucionaria, su entierro fue multitudinario debido a su imagen de símbolo de protesta. Después de la visita rápida, regresamos al hospedaje para una entrevista nutritiva. 

Francisco Tafur

¿Como se recuperó Ayacucho?

Sendero llegó con un mensaje de cambiar la situación, empezar una nueva historia, se volvieron la ley y enterraron todo lo anterior. Sendero se fue contra su propio mensaje. Una vez retirados dejaron al pueblo inerte y abandonado. La visión prejuiciosa de los militares golpeó fuertemente al pueblo. Con la formación de los comités de autodefensa expulsaron a los terroristas. El papel de los CAD fue fundamental. En el mundo andino existe una apreciación a la vida milenaria y los actos de Sendero iban en contra de todas esas costumbres. Luego de la expulsión, la misma población fue recuperando las organizaciones. 

En cuanto al gobierno regional.

Es la misma política de siempre, asociada a obras de infraestructura. La inversión ha crecido, pero todo es infraestructura sin contenido. Construcciones de hospitales gigantes, pero sin especialistas y equipos antiguos. Se han cerrado instituciones educativas en pueblos por falta de personal, son obras muertas o agonizantes. Existe un manejo de recursos mal empleado. La corrupción se encuentra en las obras ejecutadas sin necesidad. Ya es un caso de corrupción institucionalizada. El gobernador Wilfredo Oscorima lleva tres periodos en el cargo.

¿Cuáles son las principales problemáticas en la actualidad?

El principal problema es la corrupción y la inseguridad que ha crecido bastante, no hay indicadores estadísticos, pero está a la vista. Dentro del casco urbano hay una desprotección completa. Otro problema se da porque las posibilidades laborales son escasas para los graduados. No hay trabajo ni mercado. Los jóvenes terminan en servicios o migrando a Lima. Por otro lado, está la violencia familiar. Nunca hubo una política integral de salud mental. Lo peor, es que somos un pueblo acostumbrado a la violencia, es algo normal. El tratamiento hacia las comunidades campesinas andinas se encuentra abandonado y no reciben un tratamiento inclusivo, ya que el 80% habla quechua. 

¿Qué expectativas tienen con el bicentenario?

La verdad que nos ha dejado el tren. La fragilidad en las instituciones se mantiene y las políticas se quedan estancadas sin ejecutar. Había un proyecto para el bicentenario, pasó del Ministerio de Cultura a la PCM y luego regresó al Ministerio. No hay un esfuerzo potencial por mejora desde el poder. No se siente un ambiente del bicentenario. Creo que no se ha logrado una movilización social necesaria. Seguimos manteniendo la imagen de ser un lugar de mayor pobreza. Hay una fractura muy grande entre la provincia y el Estado. 

Luego de despedirnos me dediqué a pasear y visitar iglesias. Se le conoce a Huamanga como la ciudad de las iglesias, solo en este pequeño terreno hay 33. Las más importantes son la Catedral, la de Santo Domingo y la de San Francisco. En la época de los españoles, vieron Ayacucho como centro estratégico de evangelización y por eso la aglomeración de templos. Lamentablemente, los horarios son difusos y muchas están cerradas la mayor parte de la semana, así que sólo tuve la oportunidad de visitar la Catedral que se encuentra en la plaza. Vale recalcar que la Plaza Mayor de Huamanga es preciosa. Durante mi estadía pasaba horas contemplado el movimiento de las personas y la limpieza del lugar. La catedral de Ayacucho o Catedral Basilical de Santa María, de estilo barroco, fue construida en 1632 y es patrimonio histórico cultural de la nación. Cuenta con 10 retablos, expresión artística típica del lugar, bañados en oro. Tal vez el más importante es el retablo de altar mayor de la Virgen de las Nieves. Mis visitas a las iglesias son de naturaleza museológica, ya que en mi opinión esta institución debe desaparecer. Siempre pienso en que los curas, sacerdotes o cualquiera que tenga el delirio de ser elegido por dios debe ser tratado como a los políticos: siempre desde la duda y la desconfianza.

Francisco Tafur

Pasando la página, al día siguiente me desperté con ánimo de trasladarme al pasado. Me dolía la cabeza, pero con dos pastillas se me pasó. Como diría mi tío: dos son una y una es ninguna. Acompañado por mi ahora amigo, Wenceslao y su hijo Dylan, por Bob Dylan, de 8 años, enrumbamos hacia Vilcashuaman, un centro estratégico administrativo Inca, anteriormente de los Chancas. Halcón Sagrado es su significado en quechua. Si algo he aprendido es que las nominaciones del país son dignas de ficciones.

Mientras ascendíamos a 3500 metros de altura. Los paisajes del valle te dejan encantado y el tiempo pasa volando. Chacras con caballos, vacas, ovejas y cabras se ven en cada curva, que, por cierto, son miles. Los árboles de eucalipto te dan la sensación típica de los ambientes de la sierra. Llegando a cierta altura la neblina no permite visualizar los acantilados, solo el camino. Los cultivos de quinua y papa son abundantes en el recorrido.

Francisco Tafur

Arribamos en una plazuela al frente del complejo arqueológico. Es impresionante el poder cautivador de los restos de civilizaciones antiguas. Bajo el sol calcinante, caminamos directo al recinto inca. No es muy grande, pero de belleza única. La base es una estructura incaica y en la cima construyeron una iglesia católica: San Juan Bautista, construida a fines del siglo XVI. Me recordó al Quoricancha en Cusco. Según historiadores, la ciudadela se llegó a albergar a 40 mil personas. Actualmente se mantiene el Templo del Sol y el Ushnu, una pirámide trunca que se encuentra separada a unos metros. Mi pasión por la arqueología y fanatismo por Indiana Jones me tentaba a entrar donde no se puede. Claramente no lo hice. Por alguna peculiar razón cuando camino entre lugares arcaicos me siento cómodo y en casa. Mi curiosidad se potencia a niveles estratosféricos y mi imaginación toma vuelo ante cualquier indicio de antigüedad.

Como dato curioso, durante el gobierno de Fujimori y su íntimo Montesinos se construyó un aeródromo en la zona de Vilcashuaman. Claramente es un sinsentido, no tiene lógica estratégica, política ni económica. Ya les dejo a ustedes cultivar sus propias sospechas.

Retornamos y así termina mi aventura ayacuchana. Sin dudas, es un lugar imprescindible para todo peruano, la importancia de la región rebasa las expectativas. Los paisajes, pequeños pueblos y Huamanga son hermosos. Te cautivan al punto de querer volver definitivamente. Tengo como deuda pendiente probar la Puka Picante, plato típico. Mi amor a la trucha pudo más. Así me despido de este pilar histórico, donde la melancolía reina y, aun así, no se pierde la esperanza. Deseo que en los próximos años se cumplan las propuestas que merece esta provincia.

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