Ronaldo Luis Nazario de lima

Llevo más de un año escribiendo crónicas semanales y me ha enfermado de curiosidad. No sé si le pase a los demás que relatan sobre momentos y vivencias, pero sueño con acontecimientos del pasado. Una tentación platónica porque a pesar de ser experiencias antiguas, incluso, recuerdos que no presencie, y estos están difuminados. Sin embargo, existe un hambre de expresarlas sobre el papel. Me cuesta elaborar un texto abarcador de algo que no fue vivido para escribirlo. Imagino que la experiencia cambia si tienes el objetivo de describirla. Tengo una lista enorme, pero comentaré las más aproximadas y en las que hubiera gozado soltar la pluma sobre ellas. También, me arrimaré en el tiempo, de lo contrario escribiría sobre los viajes de Marco Polo o de recorrer el Tahuantinsuyo en su máximo esplendor.

Ronaldo Luis Nazario De Lima. El mejor goleador de la historia, en un Brasil y Real Madrid que hacía temblar a quien se le opusiese, llegaba a Lima por una entrevista que le iba a hacer Magaly Medina en su show. Todas sus camisetas, los famosos chimpunes Mercurial que usaba, por la que surgió la marca R9, revistas y posters; lo tenía todo. Era mi ídolo y sigue siendo mi favorito. Fue un boom en Lima, todo el mundo estaba al tanto de su llegada. Mi padre consiguió unos pases para poder tomarnos fotos con él donde se hospedaba. 

Fue uno de los mejores días que he tenido. Hicimos una cola enorme junto a otros niños hasta que llegamos a él. Mis ojos brillaban. Me sorprendió su altura, era imponente. Nos acercamos con la camiseta 9 de Brasil, coge mi hombro y nos toman la foto. Tímidamente, le pedí que me firme la camiseta. Apoyo su cabeza en mi espalda y la firmó. La felicidad me duró semanas, la frente del fenómeno, como se le conoce, había tocado mi espalda. Enmarcamos la foto junto con la camiseta, cuando la vi me llevé una horrible decepción de mi infancia. Un niño de otra familia se había unido a nuestra foto. No sabía ni quién era. Mi foto con Ronaldo fracasó. Eso no fue la peor, la busqué hace unos meses y resulta que la botaron porque estaba vieja, fue terrible. Igual nada superaba haberlo conocido. 

Me hubiera encantado retratar ese momento y registrarlo de manera inmediata, tal vez perdería la magia infantil, pero quién sabe. Otra experiencia con la que se demuestra mi admiración hacia él fue cuando en el estadio, durante un Perú vs Brasil, todo el público le gritaba “cachudo o “gordo”. Yo no quería que él crea que lo estaba insultando, la imaginación de un niño es sorprendente. Me sentía identificado con él porque yo también andaba subido de peso y me quedo con una anécdota suya y Ancelotti, uno de los mejores DT de la historia: El director técnico lo criticaba por haber llegado al club con más de 100 kilos y el astro respondió: —Si quieres goles méteme, si quieres que corra, no. Durante el partido hizo dos. 

Francisco Tafur

Mi padre es periodista desde siempre y de vez en cuando lo visitaba a su trabajo. El ambiente laboral que vi era apresurado, desordenado y con el sonido de tecleos constantes. Recuerdo cuando era chico y mi viejo decía que tenía que escribir su columna, ya de noche, no entendía. Pensaba que tenía algo que ver con su columna ósea. También, cuando me pedía que le lleve el fax. Rarísimo. Según lo que me ha contado, el ambiente era brutal y agresivo. Lo visité cuando trabajaba en Expreso y recuerdo el papeleo infinito, las computadoras enormes y gritos desde todos lados. 

Le pregunté a una amiga periodista, no quiso decir su nombre, sobre cómo describiría el periodismo antiguo: —“En periódicos y revistas eran informales y el sueldo era de hambre, no pagaban a tiempo y te explotaban. Había mucha exigencia a la hora del cierre. El ambiente era caldeado donde los gritos y maltratos estaban normalizados”. Por alguna particular razón me hubiera gustado describir ese ambiente y tal vez experimentar el trabajo, como una prueba de si pudiese aguantar.

Mi otra tentación literaria es escribir sobre un momento más oscuro y, a la vez de liberación. Después de más de una década donde el terror se había apropiado de una nación entera, el 12 de setiembre de 1992, Abimael Guzmán fue capturado, el líder de Sendero Luminoso. Casi un año antes de que nazca. Murió también en setiembre hace dos años. Estaba con mi abuela cuando recibimos la noticia, ella es una devota y cristiana. Verla celebrar la muerte del terrorista me impresionó. Su felicidad me recordó el demonio que representa este sujeto para el Perú. Pensé en cómo habrá sido el ambiente del país el día que cayó. Las casas se deben haber llenado de júbilo y esperanza, que probablemente ya veían perdida. Vivir el declive del grupo terrorista y cómo se recuperaba la ciudadanía debe haber desatado un sentido de euforia colectivo, aunque el miedo no se pierde fácil. 

Pasemos a los hermanos Gallagher y Mick Jagger. Oasis vino y llenó las tribunas con más de 40 mil participantes. Yo tenía el peinado de Liam, con las patillas largas y también vestía de negro. Sus canciones me acompañaban todas las idas y venidas del colegio. Su música me llenaba de ganas de vivir para siempre, haciendo referencia a su canción. Hasta el día de hoy escucho sus canciones cuando busco superación. Lamentablemente, no pude ir al concierto de la banda de Manchester porque aún era muy chico para ir solo. Al día siguiente en el colegio mis amigos mayores me comentaban lo espectacular que fue. Definitivamente es el concierto del que más me arrepiento de no haber ido para poder escribir sobre él.  

El segundo, la legendaria banda Los Rolling Stones, llegó al Estadio Monumental para llenarlo el 6 de marzo del 2016. De más esta decir que verlos fue una experiencia de locos. Veías a grupos de gente mayor que parecía rejuvenecerse. No me orgullezco, pero le dimos unas pitadas de marihuana a un señor que luego se desmayó. Nos sentimos demasiado culpables, pero felizmente apenas comenzó el concierto se levantó. Mick Jagger tenía la energía de un veinteañero a sus 72 años, en ese momento. Keith Richards tocó: Youve got the silver. Era mi canción favorita en ese momento. Fue una locura. Aparte, mi padre es fanático de toda la vida entonces nos pegó su afición hacia ellos.

Francisco Tafur

De vuelta al fútbol, era un ex pelotero empedernido después de todo, pero un momento importantísimo fue la llegada al mundial. Lo de ex es porque hace unas semanas jugué un partido 11 vs 11 y sentí que me iba a dar un infarto o caer desmayado. Parecía tortura. El 16 de noviembre del 2017, estadio lleno, barras por todos lados. Yo con un amigo, vistiendo la camiseta, no parábamos de mover las piernas por la ansiedad. Se jugaba el partido de vuelta por repechaje para llegar al mundial de Rusia 2018. Con gol de Farfán y Ramos le ganamos 2 a 0 a Nueva Zelanda. Las tribunas explotaron, todos quedamos afónicos. He estado en la tribuna popular de la Bombonera y la sensación se le compara. Continuando con el deporte tuve la apreciada oportunidad de ir a Rusia, cuando aún se podía, y ver las dos semifinales y la final. Fue un viaje de puro éxtasis. Debí llevar un diario para escribir cada día. 

Termino este conglomerado de hechos que me coquetean constantemente con una de las principales musas de los cronistas: los viajes. Tengo la suerte de que mis padres nos decían que preferían gastar su plata en viajar que en carros o casas de playa. Tienen mi agradecimiento eterno. Me dieron mundo desde temprana edad. 

Intentar describir el impacto que tuvo la primera vez que Machu Pichu se posaba frente a mí. Comentar sobre Chichen Itzá, Tulum y cuando me empujaron a un cenote congelado. Por primera vez le di sentido a la palabra sublime cuando nadando con tiburones ballena la vi sumergirse y perder su colosal cuerpo en la oscuridad de las profundidades. Pensar que iba a ser secuestrado por unos vendedores en el bazar de Egipto y también entrar en las pirámides. Viajar en un avión tan pequeño que pensé que iba a morir camino a las ruinas de Abu Simbel. El invierno de Praga, donde comíamos embutidos bajo la nieve en una ciudad que te sumerge en un cuento de hadas. Los coffeshops de Ámsterdam junto a mi hermano. Haber conocido Palestina e Israel y entender ese conflicto sin sentido. Caminar entre un cañón para ver la majestuosa Petra. Viajar en carro, por más de 20 horas, hacia Cocachimba en la selva donde se encuentra la catarata de Gocta. Caer bajo el hechizo de Brujas. Sentirme diminuto frente a la Catedral de Colonia. Hedonismo en Berlín. Estos sucesos plagan mi cabeza antes de dormir y nutren mi existencia. Después de todo, estamos formados por recuerdos. 

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