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La única razón atendible para entender por qué alguien como Keiko Fujimori mantiene una relativamente alta tasa de aprobación o de intención de voto, es el recuerdo de la gestión del padre -calificada positivamente por la mayoría de ciudadanos-; no se halla otra explicación.

Porque las dos gestiones congresales del keikismo han sido un desastre mayúsculo. La del 2016, con inmensa mayoría, pudo darle el apoyo legislativo al gobierno de PPK, del mismo signo ideológico, y haber completado las reformas de segunda generación que se requerían luego de las del 90.

Pero no, llevada por resentimientos pueriles, condujo a su bancada al sabotaje y a la destrucción del gobierno de Kuczynski, llevándolo al final hacia la renuncia, abortando así la que quizás haya sido la última oportunidad histórica de la derecha de poder gobernar con mayoría absoluta en el Legislativo.

De peor modo, desde el 2021 en adelante, la gestión congresal del keikismo es penosa. Se ha convertido en comparsa y sostén del peor gobierno de los últimos lustros, excepción hecha del de Pedro Castillo. Se entiende en César Acuña, quien debe haber sopesado que nunca va a ser presidente del Perú, y que, en esa medida, lo único que le queda es sacar el mayor provecho posible de los gobiernos de turno. Pero no de Keiko, quien mantiene, según las encuestas, intactas opciones de pasar a la segunda vuelta el 2026.

El pacto Ejecutivo-Legislativo es lesivo para el Estado de Derecho y para el país. No ha aportado un solo proyecto de ley rescatable o que haya mejorado la vida de la sociedad peruana. Es una componenda para distribuirse cuotas de poder que ha tenido el descaro de incluir en la marmaja nada menos que a Perú Libre, corroborando así que lo suyo no responde a un proyecto político o ideológico sino a una simple repartija de canonjías.

¡Cuánto bien le haría al Perú que el 2026 Keiko Fujimori no pase a la segunda vuelta y que sea otro candidato de la centroderecha quien le dispute el poder al seguro candidato de la izquierda radical que de hecho será protagonista de la justa!

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Hay dos probables escenarios en el horizonte político del régimen de Boluarte, en principio legalmente sostenido hasta el 2026. La pregunta que cabe hacerse es si ello es lo que más le conviene el país o no.

Escenario A:

-Escándalo Rolex decrece.

-Resuelve crisis ministerial.

-Mejora manejo económico

-No reaparece el conflicto social (cambio de estrategia represiva, diálogo, gestos políticos).

-No acontece Niño grave.

-Si no reaparecen conflictos y no hay escándalo de corrupción, podría durar con relativa tranquilidad.

Escenario B:

-Escándalo Rolex crece.

-Eventual sospecha de corrupción.

-Riesgo de que se incremente convulsión social.

-Niño severo.

-Nivel bajo de aprobación (popularidad) se acrecienta y la vuelve más vulnerable.

-Gestión ineficiente del aparato estatal.

-Sin bancada, hay riesgo de vacancia o eventual nivel de confrontación entre el Ejecutivo y el Legislativo.

Hace un mes la probabilidad era 80% escenario A, 20% escenario B; hoy es 50-50%, debido a la torpe gestión presidencial, el factor más determinante del cambio de probabilidades.

El problema es que ello se agrega a las incertidumbres que ya existen respecto del escenario electoral del 2026 -que ya retrae inversiones de largo plazo- y dificulta que la presunta “estabilidad” que algunos gremios empresariales y un sector importante de la derecha torpemente alientan, sea lo mejor que le pueda pasar al país en el corto plazo.

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