Investigación
Texto: Diana Chávez | Fotos: Archivo personal y Melissa Merino

El Dr. Lisard Torró, geólogo y profesor PUCP, lidera las investigaciones sobre la sorprendente composición del yacimiento de litio ubicado en Falchani, en las alturas de Puno, de características únicas en el mundo. Su trabajo pionero en el estudio de litio, publicado en Scientific Report del portafolio de Nature, proporciona información crucial para su exploración en el Perú  de manera más eficaz y sostenible.


A casi cinco mil metros sobre el nivel del mar, en el altiplano helado de Puno, se alza Macusani. Con unos quince mil habitantes, es uno de los distritos más pobres del país, pero también el inesperado escenario de un hallazgo que podría cambiar su historia. En 2017, se descubrió allí el primer yacimiento de litio en el Perú, actualmente conocido como proyecto Falchani. Este hallazgo no solo fue inédito a nivel nacional, sino uno de los más singulares del mundo, posicionando al país en el sexto lugar entre los mayores depósitos conocidos de ese mineral.

A diferencia de otros grandes yacimientos -como los salares de Bolivia, donde la extracción es difícil-, el litio en Falchani es más accesible y fácil de procesar, lo que mejora las perspectivas de una futura explotación eficiente.

“La pregunta para nosotros como geólogos era clara: ¿por qué hay litio en Falchani?”, recuerda el Dr. Lisard Torró, geólogo, investigador y profesor del Departamento Académico de Ingeniería en la Especialidad de Ingeniería Geológica de la PUCP.

“Es un yacimiento único. No hay otro en el mundo que se le parezca”, indica el Dr. Torró.

Falchani: un hallazgo revolucionario en litio

A través de un proyecto financiado por Prociencia, el Dr. Torró -junto a un equipo multidisciplinario de investigadores de universidades de Europa y de Estados Unidos, liderado desde la PUCP- publicó en la revista Scientific Reports el artículo «Clastos de mica de litio documentan la evolución magmática previa a la erupción en el campo volcánico de Macusani en Perú«. El estudio pone en evidencia no solo la existencia de litio en Falchani, sino la singularidad de este yacimiento en el panorama geológico mundial.  “Es un yacimiento único. No hay otro en el mundo que se le parezca”, indica el experto. A diferencia de los depósitos de litio más conocidos en América Latina -como el triángulo litífero de los Andes entre Bolivia, Argentina y Chile, asociados a salares y salmueras-, el de Falchani es de roca dura.

En lugar de extraer litio disuelto en agua salina y secarlo en piscinas (como ocurre con el 40% de la producción mundial), en Falchani se trabaja directamente con roca volcánica.

En lugar de extraer litio disuelto en agua salina y secarlo en piscinas (como ocurre con el 40% de la producción mundial), en Falchani se trabaja directamente con roca volcánica. Torró sostiene que, de hecho, el otro 60 % de la producción mundial actual de litio proviene de roca dura, especialmente de las pegmatitas en Australia. Pero Falchani se aparta incluso de ese modelo.

“No es una roca intrusiva, como las pegmatitas australianas, sino volcánica. Esto lo ubica en un grupo muy reducido de yacimientos de litio de origen volcánico en el mundo, que se cuentan con los dedos de una mano. Lo sorprendente es que la mineralogía que contiene el litio es completamente única”, explica.

Litio en roca volcánica: ¿es posible?

Normalmente, el litio en yacimientos de origen volcánico se encuentra asociado a un tipo de arcilla llamada hectorita (esmectita trioctaédrica). Sin embargo, en el caso de Falchani, se ha descubierto que parte del litio está adsorbido en esmectitas dioctaédricas. Aunque este detalle técnico podría parecer complejo, es relevante porque facilita el tratamiento de la mena (roca que contiene el mineral), haciendo que la recuperación del litio sea mucho más eficiente.

 

 

No es una roca intrusiva, como las pegmatitas australianas, sino volcánica. Esto lo ubica en un grupo muy reducido de yacimientos de litio de origen volcánico en el mundo. Lo sorprendente es que la mineralogía que contiene el litio es completamente única”.

Dr. Lisard Torró

Profesor del Departamento de Ingeniería – Especialidad de Ingeniería Geológica

 

Otro descubrimiento clave en Falchani es el hallazgo de micas de litio. «Fue una gran sorpresa porque es la primera vez en el mundo que se describe una mica de litio en una roca de origen volcánico«, comenta Torró.

A diferencia de lo que ocurre normalmente, donde las micas de litio se asocian a rocas intrusivas o alteraciones hidrotermales profundas; en Falchani, se encontraron en una roca volcánica piroclástica.

«Es la primera vez en el mundo que se describe una mica de litio en rocas de origen volcánico», explica nuestro investigador.

 

Detalle de cristales de zinnwaldita con borde de lepidolita en matriz de toba vistas bajo el microscopio óptico.

 

Parte de la preparación de las muestras se realizó en el laboratorio QEMSCAN del Departamento de Ingeniería.

El futuro del litio en el Perú

¿Qué implica este hallazgo para el Perú? Al tratarse de un mineral estratégico para la transición energética global -esencial en la fabricación de baterías para autos eléctricos y el almacenamiento de energía-, el litio posicionaría al país como un actor clave en el mercado internacional.

Aunque aún no cuenta con reservas certificadas, Falchani posee recursos estimados en 1 millón de toneladas de litio metal, según un informe de 2019 ajustado a estándares internacionales. Cifras preliminares indican que ese volumen podría cuadruplicarse, lo que lo convertiría en uno de los depósitos más grandes del mundo.

1 millón de toneladas

de litio metal posee Perú tras el descubrimiento en Falchani. Cifras preliminares indican que ese volumen podría cuadruplicarse.

“Es un recurso monstruoso”, señala el profesor Torró, quien destaca que, a diferencia de otros países como Chile o Argentina -que reparten sus reservas entre varios yacimientos-, todo el recurso de litio del Perú está concentrado en un solo lugar: Falchani.

Sin embargo, nuestro investigador PUCP aclara que el país no liderará el mercado global del litio como sí lo hace en otros metales, como el cobre o la plata. “Vamos a ser un jugador importante, pero no dominaremos el mercado”, precisa.

Lo que sí diferencia a Falchani es la facilidad para tratar su mena. A diferencia de otros grandes yacimientos -como los salares de Bolivia, donde la extracción es difícil-, el litio en Falchani es más accesible y fácil de procesar, lo que mejora las perspectivas de una futura explotación eficiente.

Si bien este hallazgo no nos convierte en líderes del mercado global del litio, sí nos posiciona como un actor importante.

Explotación responsable en Puno

Torró resalta que el trabajo científico ha sido posible gracias al respaldo y la apertura de Macusani Yellowcake, subsidiaria de American Lithium (empresa minera canadiense con proyectos de exploración de litio y uranio en Falchani y Macusani). Desde el inicio de la investigación, en 2021, la empresa brindó acceso a muestras únicas en el mundo, lo cual fue clave para avanzar en el estudio: «Nada de esto habría sido posible sin su confianza», afirma el investigador.

Sobre la extracción de litio en Perú, se proyecta que esta podría comenzar en aproximadamente dos años. Este plazo incluiría la fase de preparación, mientras que la producción y el procesamiento del mineral se proyectan para el tercer año, es decir 2028.

Al tratarse de roca volcánica, la operación se realizaría a cielo abierto, con procesos mecánicos y sin uso de químicos agresivos.

Al tratarse de roca volcánica, la operación se realizaría a cielo abierto, con procesos mecánicos y sin uso de químicos agresivos. Pruebas experimentales -tanto académicas como de la propia empresa- han logrado extraer hasta un 88% del litio con soluciones acuosas a pH neutro.

El objetivo de la empresa es claro: no solo extraer, sino también procesar parte de este recurso en el país, apuntando a una cadena de valor que incluya la fabricación de baterías.

Con experiencia en minería formal responsable, Torró asegura que Perú está en condiciones de liderar este nuevo capítulo con altos estándares ambientales, sociales y tecnológicos. Falchani no solo ofrece un recurso valioso, sino también una oportunidad para crecer de forma sostenible.

[Vida de perros] En mis casi 70 años, nunca he sido fanático de los perros. No los odio… mientras no los huela, no los oiga, y, sobre todo, no tenga que pagar por ellos. Pero la vida, cruel como es, no me concedió ese privilegio. Desde que me casé con mi linda esposita, vivo con perros. No uno, ni dos. A veces tres, a veces cuatro. Siempre demasiados.

Ladran, molestan, ensucian, vomitan… y cuestan. Ocupan espacio, tiempo y atención. Una o dos veces por semana, llegan peluqueras caninas, manicuristas y masajistas de perros, y se pagan con mi billetera, obvio.

Marielena la simpática joven que contraté para mantener el orden y la limpieza del hogar, dedica el 40% de su tiempo —es decir, de mi billete— a cuidar a estos animalitos del Señor. Mientras tanto, la cocina, mi cocina, está hecha un desastre. Se encuentra invadida por bolsas de comida canina maloliente alineadas junto a mucho alimento “dietético” y “saludable” de mi esposa y Marielena (son socias en mi desgracia)… incluso el pan parece haber sido elegido por un veterinario. Y por si fuera poco, los perros se suben a mi cama con total impunidad.

El 60% de las conversaciones en mi casa giran en torno a los perros. ¿Comió el perro? ¿Vomitó el perro? ¿Está triste el perro? ¿Ya sacaron a los perros? Para empeorar las cosas, ECPC —mi hija favorita— me deja sus perros de visita cada vez que sale de compras ¿Y qué puedo hacer? ¿Rechazar el pedido de mi #1? Nunca jamás. Pero los detesto igual.

Odio a los perros. Y no por crueldad. Los odio porque son el símbolo viviente de mi derrota. Me cuestan una fortuna, ocupan mi casa, mi cama, mi tiempo… amén del cariño que a veces me gustaría recibir yo. He perdido la batalla. Soy un huésped en mi propio hogar.

Escribo esto como testimonio por si de algo les sirve a los que, como yo, están en riesgo de flaquear (como yo)  por un amor canino(y ajeno) algún día. No quiero compasión. Solo quiero que el mundo sepa que fui vencido… por los perros. Que, dicho sea de paso, se pueden ir todos —muy en paz y con cariño— a la CsM.

¡No los soporto!

PD: Mi papá tenía la razón. Los perros son una mierda.

[Migrante al paso] Van un par de semanas donde mis padres están de viaje. La calle está rota. La cocina en remodelación. El primer piso barnizado. Por 3 días tuve que dormir en el mismo cuarto donde dormí cuando era pequeño, hasta los 10 años, aproximadamente. Cuando las noches eran misteriosas y tu imaginación era más potente que cualquier pensamiento lógico. Ahí, echado, con la misma imagen que veía antes de dormir cuando era chico. La puerta del cuarto y la del baño consecutivas y casi yuxtapuestas. Pude volver a sentir esas noches místicas de nuevo, hasta podía sentir a mi hermano al otro lado del cuarto durmiendo, donde estaba su cama durante nuestra infancia. Han sido noches en las que, entre sueños, cansancio y estímulos conocidos pero antiguos, todo eso junto es tierra fértil para los recuerdos.

Vi una película de terror, con una pizza y Coca-Cola, exactamente como lo hacía hace años. Comiendo en la cama. Era el mejor plan. Hasta ahora mi abuela se mata de risa de que la hice ver El Señor de los Anillos como 50 veces cuando mis papás salían y ella se quedaba cuidándome. Creo que hasta se había aprendido el diálogo de memoria. Hasta ahorita, veo por lo menos una vez al año la trilogía, la versión extendida. En fin, esa noche dormí ligeramente asustado. Me metí en el papel. Me pareció escuchar que me llamaban desde el primer piso, creí escuchar el piano y recordaba mis miedos de niño. A veces pensaba —no te miento, hasta lo veía— que un monstruo me perseguía; era una quimera de los villanos de ficción que había visto. También, en uno de los pequeños estantes de mi cuarto me imaginaba —también al punto de creer que la veía— a una bailarina de ballet diminuta dando vueltas en su pequeño cuadrilátero de madera.

Aparte de esas pequeñas leyendas personales, las casas tienen su propia mitología o algo similar. Sobre todo entre hermanos que no se llevan muchos años y crean un mundo mágico colectivo, y el miedo nunca escapa de estos terrenos. Como toda cultura, en este caso en micro, existen guardianes, y en nuestro caso eran nuestros perros. El más emblemático, Max, un pastor alemán gigantesco que visitaba cada cuarto de la casa antes de dormir para luego echarse a mis pies encima de mi cama.

Había 3 pilares estructurales de la casa para nuestro pequeño mito. Teníamos un cuarto de juego, donde aparentemente nuestros padres nos cedieron ese espacio y podíamos hacer lo que queríamos ahí. Jugábamos con infinitos muñecos, juegos de cartas, ya sean de Magic o de Yu-Gi-Oh!. En un momento fue cuarto de ping-pong. Luego estaba todo pintado y garabateado por nosotros mismos y amigos cuando era el spot de nuestras primeras fiestas o reuniones. También fue el taller de mi hermano y, mucho después, mi último cuarto que hasta ahora se mantiene ahí. Es algo importantísimo que los niños tengan su propio espacio, y en nuestro caso tuvimos la suerte de que fuera un cuarto completo. Era nuestro santuario y guarida.

En el segundo piso había un cuarto en el que no había nada. Una vez quisimos convertirlo en un laboratorio científico. A veces lo usábamos para entrenar karate. Pero nunca estuvimos mucho tiempo ahí, algo andaba mal con ese cuarto. Diría que, si existen las cargas negativas, en nuestra casa solo ese cuarto la tiene. Está al final del pasillo. Para cruzar de nuestro cuarto al baño, teníamos que cruzar sin ver a la derecha. Nunca a la derecha. Ahí estaba ese rectángulo totalmente oscuro. Mi hermano una vez me dijo que una bestia dormía ahí de noche y yo me lo imaginaba respirando, con ojos rojos enormes, cuando evitaba mirar aquel hueco. Era como una puerta a lo que sabíamos que existía pero no queríamos ver. Este lugar tomó el rol de ser nuestro almacén de miedos. Ahí los depositábamos todos. Ya un poco más grande, fue mi cuarto y, por alguna razón —puede ser que me sentía solo o que efectivamente hay algo raro— prefería dormir en el sillón del cuarto de mi hermano que en mi propio cuarto. Incluso cuando regresaba del colegio me dormía en la cama de mi hermano. Luego, cuando él regresaba de la universidad, me gritaba porque decía que la dejaba toda caliente.

El último lugar era la biblioteca. Miles de libros en rumas. Olía a polvo y estaba detrás del cuarto de mis padres. Ese lugar sí parecía otra dimensión. Parece demasiado grande; si ves la casa por fuera, es difícil imaginar que ese espacio está ahí. Por ahí también subíamos al techo y, también, hay una segunda puerta que da a la calle. Tiene una distribución surrealista. Ese lugar era el que nos permitía volar. El pilar del conocimiento. Tenía sueños recurrentes sobre un ascensor que estaba oculto entre los libros y te llevaba a un laberinto subterráneo. Se fue repitiendo mientras crecía y muchas veces. Habiéndoles contado todo esto, solo puedo dar gracias a haber tenido una infancia con espacios que nos permitían pensar y, sobre todo, imaginar. Es un privilegio en un país como este, donde la mayoría de niños crecen plagados de entornos tóxicos, violentos y de escasez. Nadie tiene por qué crecer ni vivir en esas circunstancias, por lo tanto, lo mínimo que puedo hacer es estar agradecido e intentar ayudar a que no sucedan esas cosas dentro de mi potencial poder de cambio.

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