Bipolaridad mundial

Belaúnde, sin ser clérigo, es más explícito que Herrera al relacionar religión y política.  Para él “La cultura es la síntesis (…) de la realidad objetiva y de los valores espirituales. Una de las expresiones de esta síntesis es la aparición del Estado: «El Estado, para Hegel, es la encarnación suprema del espíritu objetivo, la revelación de lo absoluto». Sin embargo, Belaúnde no comparte esta idea del todo, porque «esta concepción da demasiada rigidez a las otras síntesis vivientes: familia, gremio y comuna. Por lo tanto, Hegel excluye la existencia de una comunidad espiritual nacional por encima del Estado y hace inconcebible una organización internacional que tenga como alma una comunidad humana general o iglesia (…)” (En Augusto Castro 2006)

Víctor Andrés Belaúnde, cuya vida se extinguió en 1966, se lamentará del abandono del Estado hacia el hombre, a quien deja sumido en su individualidad. Para él es un oxímoron que la persona humana sea el fin supremo del Estado, desde allí articula su critica a la modernidad.

Las palabras del ideólogo conservador portan un toque visionario. Varias décadas después, el filósofo Argentino José Pablo Feinmann (2008), nos sugiere que el hombre, colocado en el centro del universo por el humanismo renacentista, habría sido recientemente desplazado de ese lugar por el mercado. El animal político, finalmente, y tras larga progresión, se convirtió, o fue convertido, en un animal de consumo.

Perú, Planeta Tierra, 2022, los conservadores han recuperado posiciones. En Lima, capital del Perú y de los peruanos, Rafael López Aliaga, psicodélico representante de un conservadorismo vacuo, pero animado, como un cartoon hollywoodense cincuentero, se apresta a conquistar la ciudad. En simultáneo, al norte del continente, particularmente en USA, las mujeres acaban de perder el derecho al aborto, bandera por la que lucharon arduamente las valientes generaciones feministas del 68 en adelante.

Si algo señala el sentido común, es que los conservadores no se han reagrupado, ni han pasado al ataque de la nada, algo los ha motivado. Quizá deberíamos aceptar que por décadas les dejamos sin voz, nos creímos los dueños absolutos de la verdad y actuamos en consecuencia. Tal vez las feministas punitivas, las radicales, deberían revisar sus métodos. Ya ven lo que ha ocurrido con la derrota de Amber Heard, que es la derrota de un movimiento que cancelaba en redes a quien siquiera se atreviese a alzar la voz en defensa de Johnny Deep, mientras este venía siendo literalmente acribillado en redes y medios antes de que ningún tribunal dictase sentencia en su contra.

Calculemos ahora cuantos millones de personas, en todo el planeta, cruzaron hacia la vereda conservadora, aterrorizadas, mientras duraron este y otros tantos linchamientos, buscando seguridad en el orden, ese orden que es el origen del fascismo y de todos los autoritarismos que he conocido en el tiempo. Porque el miedo, a lo largo de la historia, nunca dio a luz otra cosa más que oscuridad.

Hoy tenemos una nueva bipolaridad mundial, que los conservadores han definido como cultural, y, mal que nos pese, están terminando por imponer su narrativa. Esta no es brillante, pero la han preparado cuidadosamente y llega a las masas que es lo que les interesa. Nosotros, los que de uno u otro modo nos situamos en la acera liberal, nos encontramos en el más patético desconcierto. La verdad absoluta que creíamos poseer se nos va de las manos, como el agua. Algunos protestan, otros discuten y otros gritan, a viva voz, pero quienes avanzan, son los conservadores, aquí, y no sé si también en la China.

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