casita de carton

Esta Casita de Cartón abre sus puertas con el título de una memorable canción del rock Argentino, escrita por el maestro Charly García, en el periodo musical de Sui Generis, ‘Confesiones de invierno’. Puesto que esta columna será, de alguna manera, íntima, recapitulando los días que pasaron, tras la Ventana del tiempo, como de los días venideros. Así que me dispongo a oír aquella pieza maestra en esta madrugada en la que escribo, enfermo y con la trastornada marea de pensamientos que retuercen las pocas estrellas en el cielo de esta noche invernal, que estuvieran iluminadas si es que las calles en las que camino tuvieran esperanzas. Pero no hay, y la carne se hace sombra y transcurre dentro de su cárcel redundante en las letras de esta canción.

En un principio, el rótulo iba a ser ‘Luz de agosto’, nombre de una novela del autor que escribí por última vez, William Faulkner. Y es que es agosto, el mes de mi nacimiento, un año menos, a lo que realmente lo siento así y que de alguna manera me tranquiliza. Sigue otra canción, ‘Agosto’ de HDS, es un cóctel de músicas que acompañaron mi juventud. Recordando a mi viejo amigo Gustavo, fanático de esa banda española como de otras de la movida madrileña. Cuando tomábamos vinos hablando de arte y de los amores fracasados que por entonces yo no había vivido, pero que en cada palabra entendía los suspiros de vientos que alguna vez llegarían a este pozo. Tenía 14 o 15 años, y desde muy joven siempre me gustó oír voces autorizadas por el tiempo. Me escribe Ana, una amiga, en este momento, y le envío una escena de ‘Her’, ya que minutos antes de sentarme al ordenador, hablábamos sobre la IA, que está muy en boga, y del amor y sus sacramentales palabras en otrora a diferencia de ahora. Cómo ha cambiado todo, y lo veo al ver a mi hermano echado en su cama abrazando su alivio, Tik Tok o un juego. Y no juzgo, son los campanarios de los ‘temps moderns’ y del futuro, que tanto espantaba a Baudelaire o al que satíricamente Chaplin con arte hacía ‘gruñir’. A veces pienso que la historia ya está escrita realmente y solo caminamos en la misma comparsa una y otra vez encaprichada por un Dios siniestro. Pienso, tantas veces pienso que la respuesta realmente tal vez lo tenga el viento.

Ahora, después de muchos años escribí un cuento para una revista, que lleva de título ‘Lo que ya no recuerdas’. Con el epígrafe siguiente: ‘Hay muchos tipos de amor en este mundo, pero nunca el mismo amor dos veces’, del autor que quizás como nadie entendería este palpito en estos minutos donde presiono los teclados, puesto que veía a la vida como yo, con el retrovisor del pasado, con los vientos tocando imperecederamente el acordeón de la nostalgia una y otra vez en el reloj de arena. Y quizás por eso es que me ‘enamoré’ de su obra. En sí, cada autor favorito que tenemos es un semblante de lo que somos, lo intrínseco, plasmado en sus artes, y en eso señalo a mis escritores predilectos, como Capote, Mishima, Fitzgerald, Dazai. El orden es aleatorio. Y al leer sobre sus vidas lo entendí, porque escribían con la pulsación del mismo sentimiento a través de la ventana de la imaginación y del sufrimiento. Quizás con ellos me gustaría compartir un velada en el infierno, creo que sería el sueño más allá de la vida que me haría muy feliz.

Y el cuento trata sobre una relación de esas obnubiladas. De los que cada vez se extinguen propiamente por las afluencias culturales. De una chica que dedica canciones de amor que alguna vez su ex amor le dedicaba: jazz, baladas francesas, y demás. Un knockout al polaroid que atesoraba el personaje dentro de las cosas que uno más ama. Al terminarlo, pensé: la única canción que nunca podría dedicar a nadie la personaje de la historia, sería ‘Don’t think twice, It’s all right’, de un genio de Minnesota, curiosamente como Fitzgerald, Bob Dylan. Del que harán una película, noticia que me alegró gratamente, y que espero que sea digna de lo fue, es y será el único músico premio Nobel de Literatura al día de hoy. Es la canción que considero más hermosamente decorosa para despedirse de alguien (así ésta haya sido ruin y desleal). Y pongo una interpretación del mejor Bob Dylan, a medios de los 60’s, exactamente en 1965 en Birmingham, Inglaterra. Esta historia es inspirada en el caso de la vida real (de un gran amigo) como todo. Trayendo a colación al maestro Jorge Luis Borges: ‘Todo lo que nos sucede, incluso nuestras humillaciones, nuestras desgracias, nuestras vergüenzas, todo nos es dado como materia prima, como barro, para que podamos dar forma a nuestro arte’. A su vez, llega el final de estas líneas, y resplandece esta sentencia de Neruda: ‘Me enamoré de la vida, es la única que no me dejará sin antes yo hacerlo’. Pasado, como todo lo que mi rostro ve ahora en el espejo. 

Esta casita de cartón cierra sus puertas con la última frase de una de las canciones mencionadas: ‘Una vez en la vida debo encontrar dentro de mí,­/ una noche de agosto/ mi alma perdida que arrojé al mar’. Y espero que sea en esta. 

Gracias a Julio Ramón Ribeyro por ‘Prosas apátridas’, Edward Hopper por ‘Domingo por la mañana’ y a John Lennon por [Just Like] Starting Over.

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