Música Clásica

[Música Maestro] Cuando se le sugiere, en un comentario o pregunta, que las letras de sus canciones son irónicas, la respuesta de Leo Maslíah es cortante: “no ironizo con nada”. Un poco antes, durante el mismo intercambio de correos, Leo Maslíah se dedicó más tiempo a puntualizar, desde inconsistencias o imprecisiones de mis preguntas hasta errores involuntarios de tipeo que a ofrecer una respuesta concreta, casi como para desanimarme a seguir, como en aquella entrevista publicada en la revista argentina de literatura Cuadernos del Tábano, del 2008 (pp. 33-37). Busqué la entrevista voluntariamente, escribiéndole a la direcciónconsignada en su página web www.leomasliah.com con entusiasmo e interés genuinos, pues se trata de uno de los artistas que más me impactaron en mi etapa adulta.

Lamentablemente, fui aplazando la nota sobre él y, en ese camino, pasó casi un año. Cuando tomé contacto de nuevo a través de un mensaje, la explosión de incomodidad de sus palabras fue, por decir lo menos, desmesurada. En apariencia, Leo Maslíah es un artista intolerante a las entrevistas de quienes queremos saber más de él, conocerlo -ya me lo imagino respondiendo, por escrito, algo así como que no es “en apariencia” sino que “es” o que yo debería decir “me parece a mí que…” O que no es un “artista intolerante” sino una “persona intolerante”… O repreguntar, impaciente: “¿intolerante? Eso depende de cuál sea tu definición de intolerante…” A estas alturas, varios de ustedes deben estarse preguntando ¿y quién es Leo Maslíah?”

Leo Maslíah es un músico. Pero es también un escritor. Es un pianista fuera de serie, un virtuoso guitarrista y compositor de piezas sinfónicas e instrumentales en diversos estilos y registros. Pero también es, aunque él lo niegue, un afilado e inteligente humorista, capaz de ridiculizar con sus (no intencionales) ironías, asuntos tan de moda como el reggaetóncriticándolo mientras toca Eco, el octavo movimiento de la Obertura francesa (1735) de Johann Sebastian Bach– o la autoayuda –“los libros de autoayuda son de autoayuda pero solo para el autor, para que él gane guita– así como tópicos más, digamos, tradicionales, como el esnobismo de la alta sociedad, representado en la historia ficticia de Álex Estragón, un pianista mundialmente famosoa quien le piden con insistencia, en reunión casera, que “toque algo”para así tener oportunidad única de escucharlo gratis pero, al cabo de varias horas de interminables melodías clásicas y ejercicios, los asistentes a la reunión lo sacan a empujones de la casa y hasta acusándolo de egoísta, narcisista e irrespetuoso (El precio de la fama, Textualmente 2, 2002).

Obsesionado con los juegos de palabras y con encontrar múltiples maneras de ordenarlas para redondear una idea, Leo Maslíah tiene un particular talento, podríamos decir que único, para dar vuelta lingüísticamente a las situaciones más comunes y cotidianas -botar la basura, salir de viaje, asistir a un concierto-, con un sorprendente dominio del razonamiento (i)lógico, la argumentación que busca exacerbar las contradicciones -casi un marxista, me atrevo a pensar, aunque no me atrevería a decírselo personalmente- de un tema, una emoción, un hecho histórico o noticioso, real o (re)creado por él.

Los pleonasmos, la asociación/oposición de ideas, cruces de estilos y referencias culturales -algunas de ellas imposibles de imaginar- todo forma parte de un continuum narrativo y musical que hacen de su obra un hecho sin precedentes en la música popular contemporánea de Latinoamérica, junto al conjunto argentino de instrumentos informales Les Luthiers, con quienes se le ha comparado en más de una ocasión, solo para motivarle profundas respuestas en las que establece las diferencias entre lo suyo y lo de los geniales creadores del universo ficticio de Johan Sebastian Mastropiero, aunque sí reconoce que escucharlos fue crucial en su desarrollo musical.

Sus generales de ley están más o menos disponibles, como casi todo, en internet. Leo Maslíah nació en Montevideo, Uruguay, en 1954.Tiene más de sesenta álbumes grabados y más de cuarenta libros escritos, aunque no todos publicados. Hace recitales a casa llena en centros culturales, universidades y festivales literarios. Toca solo o acompañado, a veces de un solo músico, a veces de un conjunto u orquesta. Entre sus canciones hay pop, jazz, folklore, distintos estilos de música clásica o académica, instrumentos acústicos, orquestas y/o bases electrónicas.

Leo Maslíah es de ascendencia turca -sus padres nacieron en Esmirna, la ciudad que alberga al segundo puerto más importante de Turquía después de Estambul- pero esto solo se refleja en su apellido. En sus canciones, por lo menos en las que he tenido la suerte de apreciar, no hay un solo atisbo de sus genes sefardíes. Lo que hay es una irrestricta vocación por la disonancia, la combinación de géneros e intenciones y una manía por repetir sus propias fórmulas que, al ser buenas, nunca llegan a cansar a quien logre superar el primer impacto que suele ser, por decir lo menos, algo confuso. “Su capacidad de producción -parafraseando a Les Luthiers- es asombrosa, trabaja constantemente como si no pudiera dejar de componer. Y uno se pregunta ¿no podría dejar de componer?»

El prestigioso Auditorio Nacional Adela Reta, administrado por el Servicio Oficial de Difusión, Representaciones y Espectáculos, el Sodre, institución estatal de gestión de artes y cultura, bautizado en homenaje a una de las gestoras culturales y maestras más importantes de la historia reciente de Uruguay, Adela Reta (1921-2001) -quien fuera ministra de Educación durante el primer periodo de uno de loslíderes históricos del Partido Colorado, Julio María Sanguinetti- ha sido escenario de muchos recitales de este artista. Una de sus últimas apariciones en el Sodre fue en diciembre pasado, para ofrecer un concierto pianístico que incluyó obras propias y de otros importantes compositores, pianistas y educadores uruguayos de música instrumental contemporánea como Carmen Barradas (1888-1963), Felisberto Hernández (1902-1964) y Héctor Tosar (1923-2002).

Barradas, Tosar, Hernández, Maslíah. Apellidos desconocidos, por supuesto, para el oyente convencional. Incluso para quienes son medianamente expertos en la historia contemporánea de la música latinoamericana, popular y/o académica. Si pensamos en música pop, esa de la que escuchamos siempre en las radios, los únicos uruguayos notables son Los Iracundos y, en un segundo nivel -ya casi de experto- podemos pensar en los beatlescos Los Shakers de los hermanos Osvaldo y Hugo Fattoruso, con quienes Leo Maslíah ha tocado en más de una ocasión, sobre todo con Hugo, pianista como él.

Si miramos la escena trovadoresca, allí están Daniel Viglietti (1939-2017), el recordado cantautor y musicalizador de poetas como Mario Benedetti, Nicolás Guillén y nuestro César Vallejo, uno de sus referentes, el gran Alfredo Zitarrosa (1936-1989) y, para los más jóvenes, a mitad de camino entre Pedro Guerra (España) y Fito Páez (Argentina), se cuela el multipremiado cantautor Jorge Drexler. Y en cuanto a los seguidores del pop-rock (no tan) comercial en español, hablarles de Uruguay es hablarles de El Cuarteto de Nos -banda guitarrera existente desde 1978- o los noventeros La Vela Puerca y No Te Va Gustar. Para los oyentes más eclécticos, las figuras de loslegendarios Eduardo Mateo y Rubén “El Negro” Rada sonindispensables para entender la música popular uruguaya de origen africano, el candombe, y su evolución hacia ritmos más globales.

Pero el polifacético Leo Maslíah no aparece en esos radares, ni por asomo. Ni siquiera cuando uno escribe en la barra de búsqueda de Google algo tan genérico como “músicos conocidos uruguayos”. El amplio repertorio de Leo Maslíah permanece como un asunto de culto, oculto para el mainstream pero conocido y admirado por una enorme minoría de seguidores en varios países de América Latina. En lo que a mí respecta, conocí la música de Leo Maslíah por una absoluta casualidad.

Hace varios años, a inicios de los dos miles, mientras hacía despreocupado zapping, me crucé en un canal de cable con fragmentos de uno de sus recitales. En un teatro grande repleto de gente, vi a un señor de mediana edad, parado delante de lo que parecía ser un sencillo piano eléctrico, de esos que utilizan los conjuntos que uno contrata para interpretar canciones de misa.

Vestido de forma muy sencilla, con gruesos anteojos para miopes, una calvicie incipiente y denso mostacho entrecano que me hizo recordar al actor y humorista Groucho Marx –una asociación que también le irrita mucho, por cierto- y a esos lentes de utilería que vienen connariz y bigote incorporados, el artista aun desconocido para mí, con los labios muy pegados al micrófono, cantaba en voz baja una serie de frases obsesivas mientras tocaba arpegios complicados que iban aumentando gradualmente de velocidad y que me sonaron, en ese momento, a una balada de música clásica en tiempo de vals. Se tratabade Corriente alterna, uno de los temas más apreciados entre quienes conocen su vasta producción. Luego siguieron una o dos canciones más y varios monólogos, hilarantes, envolventes e impredecibles, como sus alucinados Horóscopos.

Para ese tiempo yo era bastante fanático de artistas contraculturales y emparentados con el humor negro e intelectual como Les Luthiers, The Residents o Frank Zappa (1940-1993). También había escuchado a íconos del stand-up de comedia y/o denuncia como George Carlin (1937-2008) o Enrique Pinti (1939-2022). Pero jamás a Leo Maslíah. Y me pareció genial. Años después, con toda la facilidad que ofrece internet, logré conocer otras canciones y espectáculos suyos, cada unomás desafiante que el anterior. Por ahí hay un video en el que Leo Maslíah se auto entrevista, como hiciera aquí también un impresentable congresista cusqueño se llama Autorreportaje (2016)-que es, a la vez, divertidamente absurdo y psiquiátricamente revelador.

Sus composiciones no son fáciles de escuchar y, por momentos, pueden llegar a ser extremadamente tensas y hasta exasperantes, pero siempre terminan generando sanas y sonoras carcajadas en su público y la satisfacción de estar frente a un artista que no huye de la confrontación -consigo mismo, con los demás, con las convenciones sociales, con la ligereza en todas sus formassino que más bien la promueve, en un constante uso del pensamiento crítico y de loslenguajes -musical, hablado, audiovisual, gráfico, escrito– como armasy vehículos de expresión libre y furiosamente independiente.

Para escuchar a Leo Maslíah uno requiere de mucho silencio -para no perderse cada giro estrambótico, cada frase/fraseo genial- y tiempo, dos cosas que hoy escasean. Y da gusto que, al margen de las tendencias populares o masivas, se haya mantenido vivo, prolífico y vigente, y no solo con sus publicaciones musicales y literarias, sino que utiliza profusamente medios interactivos (redes, internet), para regalarle al universo su inagotable creatividad. De hecho, en su perfil de Instagram cuenta con más de 60 mil seguidores que, casi a diario, se enteran de sus actividades, a través de reels, fotografías y anuncios de todo tipo, además de compartir inteligentes bromas en formato de cómic, fotos/videos generados con IA e ilustraciones en las que se ocupa de diversos temas.

Por ejemplo, el pasado 14 de febrero, Día del Amor y de la Amistad, publicó una canción llamada Samba lentín -que, como aclara el mismo autor, es del año pasado, en ritmo de bossa nova. Para quienes “amamos a Mastropiero” -Marcos Mundstock (1942-2020) dixít-, quedan clarísimos los diversos niveles de humor de la pieza. Contrapone, por un lado, la rapidez asociada a la samba versus el neologismo “lentín” que alude al ritmo pausado, lento, del género brasileño internacionalizado por João Gilberto (1931-2019) y Antonio Carlos Jobim (1927-1994); por otro lado, transforma “San Valentín” en otra cosa, “Samba lentín”, de grafías y significados diferentes. Y la cereza del pastel, la letra: “Hoy tengo que cantar un samba lentín (sic), así lo pide el calendario como un tonto pasquín, porque las cosas ya nunca más valen por lo que son sino por la fecha que las trae a colación”.

En esta pequeña viñeta, Maslíah realiza al piano un círculo armónico complejo, disonante, opuesto a la placidez natural de los acordes de la romántica bossa nova, que comienza en Mi mayor con sexta añadida(E6) y termina en Mi dominante con trecena (E13) pasando por una combinación de variaciones de notas mayores sostenidas –Fa mayor con novena añadida (F9), Do sostenido mayor aumentado (C#+), Fa sostenido mayor con séptima disminuida (F#-7), Sol sostenido con séptima de dominante y novena menor (G#7b9), son solo algunas-; mientras canta, con su voz apagada, aburrida, siguiendo una melodía más convencional. Y lo hace “mirando” directamente a la cámara, con los ojos cubiertos por dos gráficos, como GIF, de corazoncitos rojos latiendo. Todo en menos de dos minutos.

Así es todo en la discografía de Leo Maslíah. Desde su primer álbum oficial, Cansiones barias (1980, nótese la ortografía deliberadamente errónea), en que se le escucha más tocando la guitarra acústica -como en este video de 1984 de otro de sus ¿éxitos?, Agua podrida (LP Falta un vidrio, 1981)-, la transgresión musical y lírica del uruguayo se muestra en plenitud y madurez absoluta. Su debut, según él mismo cuenta, había sido seis años atrás, en 1974, interpretando un concierto del germano-británico G. F. Haendel en un festival organizado por elya mencionado Sodre.

Posteriormente, comenzó a publicar discos, hacer apariciones en televisión, principalmente en Uruguay y Argentina, y dar conciertos en varios países de la región, entre ellos el nuestro. Leo Maslíah pisó por primera vez tierras peruanas para una de las ediciones de larecordada Semana de Integración Cultural LatinoamericanaSICLA, festival organizado entre 1986 y 1989 por el primer gobierno aprista. En el 2007 fue su última presentación en Lima. Entre los discos de su primera década, entre 1980 y 1989, destacan además del mencionado Cansiones barias, Desconfíe del prójimo (1985), el LP Leo Maslíah y Jorge Cumbo en dúplex (1987), Punc (1985) y el disco de temas infantiles El tortelín y el canelón ¿Canciones para chicos? (1989), a dúo con el músico argentino Héctor Pichi de Benedictis.

En este último aparece una obra suya que llegó a otros públicos, en la versión que le hiciera Attaque 77 para su séptimo disco, Otras canciones (1998). La conocida banda argentina de punk incluyó en este disco de covers Cinco estrellas. Maslíah, sin embargo, me aclaró que el título correcto es simplemente Estrellas. El astro de la MPB y el jazz brasileño Milton Nascimento grabó, por su parte, Biromes y servilletas, otra de las composiciones ochenteras de Maslíah, en su trigésimo álbum Nascimento (1997), ganador del Premio Grammy a Mejor Álbum de World Music. Por si acaso, “birome” es un vocablo de amplio uso en Argentina, Paraguay y Uruguay, sinónimo de “lapicero”. La canción, considerada un clásico moderno de la música uruguaya, es un homenaje a los poetas anónimos de su país. Andrés Calamaro, icono del rock gaucho, también ha versionado este tema en su disco Romaphonic sessions con Germán Wiedemer-Grabaciones encontradas, Vol. 3 (2016).

Leo Maslíah ha lanzado tantos discos que es imposible conocerlos todos, a menos que se trate de sus seguidores más obsesivos y completistas. Pero si quieren tener un resumen de su voluminosa obra y de su personaje, recomiendo con mucho entusiasmo -el mismo que me llevó a contactarme con el autor- los discos Textualmente, lanzados en 2001, 2002 y 2004, con varias de sus canciones y sus desopilantes monólogos. Por supuesto que hay mucha más música de Leo Maslíah antes y después de este tríptico. De las producciones musicales que ha lanzado en lo que va del siglo XXI disfruté muchísimo Jazz (2020), Árboles (2005), Música no alineada (2013) y el concierto 40 años (2018), en el Teatro Solís de Montevideo, Uruguay, con un grupo en el que participa su única hija, Paula, en los coros. La música (o)culta de Leo Maslíah está disponible para quien desee adentrarse en su profundo y controlado caos.

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[MÚSICA MAESTRO] En la ciudad austriaca de Salzburgo, a casi 11 milkilómetros de Lima, se está produciendo en estos días la edición número 68 de la Semana Mozartiana (Mozartwoche), un festival de música, exposiciones y artes escénicas (teatro, cine, marionetas) que celebra la vida y obra del compositor Wolfgang Amadeus Mozart.

Entre el miércoles 24 de enero y el domingo 4 de febrerose llevarán a cabo conciertos, conferencias, representaciones y otras actividades organizadas por el Mozarteum, fundación internacional que desde 1880 reúne, conserva y exhibe todo lo relacionado a la producción artística del genio salzburgués durante su corta vida -falleció a los 35 años en diciembre de 1791- así como todos los estudios, grabaciones y obras derivadas de su legado musical.

Como personaje, Mozart ha sido fuente de inspiración no solo para otros músicos alrededor del mundo durante siglos, debido a la trascendencia de sus creaciones y a su inalterable vigencia, sino también para amplios sectores del público en general que, sin necesidad de ser especialistas o entusiastas de la música clásica en cualquiera de sus formas -sinfonías, conciertos, óperas, serenatas, etc.- son capaces de reconocer, por lo menos, una o dos de las más de seiscientas melodías -aunque algunos expertos aseguran que fueron más de ochocientas- que escribió desde su niñez y adolescencia.

En ese sentido, Mozart comparte con su compatriota Johann Strauss (1825-1899) o los alemanes Ludwig van Beethoven (1770-1827) y Johann Sebastian Bach (1685-1750) esa privilegiada capacidad de haber superado las barreras del tiempo. Sus obras más conocidas como La marcha turca, tercer movimiento de la Sonata para piano en La Mayor, K. 331 (1783-1784); el primer movimiento (molto allegro) de la Sinfonía No. 40 en Sol Menor, K. 550 (1788) o la Pequeña serenata nocturna, cuyo título original es Eine kleine nachtmusik y catalogada como la Serenata No. 13 para cuerdas en Sol Mayor, K. 525 (1787)tienen una antigüedad promedio de 240 años y siguen siendo usadas actualmente en películas, comerciales y hasta como ringtones para teléfonos móviles. Un logro así no lo podría haber imaginado ni él mismo en susmomentos de exaltación más afiebrada.

Como cada año, orquestas sinfónicas y ensambles de cámara de diversas ciudades europeas se vienen dando cita en la Semana Mozartiana, un evento que, como los conciertos de Año Nuevo que se dan en Viena, capital deAustria, cada 1 de enero -el de este 2024 estuvo plagado de críticas por los comentarios controvertidos del director germano Christian Thielemann-, es toda una tradición en esta hermosa urbe, aunque para algunos sectores puedasonar anacrónico y desfasado, de viejos acartonados con sueños aristócratas, de frac, pelucas blancas y vestidos con bobos. Sin embargo, convoca también a generaciones de músicos jóvenes, amantes de lo clásico que llegan a Salzburgo, ciudad natal del músico, para disfrutar de nuevas interpretaciones de partituras cuyo valor es inobjetable.

En estas épocas, en que pareciera que saber apreciar el pasado ofende a las masas, es saludable que aun existan públicos que respondan a estas convocatorias, ajenos a las tendencias impuestas por el marketing, las modas de consumo masivo y esa propensión de las mayorías porabsorber/elogiar lo simple y desechar/denostar todo aquello que exija esfuerzo, tolerancia y concentración para comprender su importancia y belleza.

La música de Mozart transmite al oyente instantes mágicos de relajación y ensueño, pero también de misterio y tensión. Desde las finas oleadas de románticas secciones de cuerdas que encontramos en cualquiera de sus sinfonías o serenatas hasta los lamentos oscuros del Requiem en Re Menor, K. 626 (que dejó inconcluso pues falleció poco antes de terminarlo), todo en Mozart es demostración de cómo sonaban la pasión y la juventud en el siglo dieciocho.

La Semana Mozartiana tiene como director artístico a una de las personalidades más importantes de la escena lírica en los últimos veinticinco años. Se trata del famoso tenor nacido en México, Rolando Villazón (51), conocido por sus interpretaciones operísticas en dúo con la también famosa soprano rusa Anna Netrebko (52), en títulos delrepertorio italiano como La traviata (Giuseppe Verdi, 1853) y L’elisir d’amore (Gaetano Donizetti, 1832). Villazón, nacionalizado francés desde el año 2007, fue convocado por la Fundación Mozarteum para dirigir este evento en el año 2018, con un contrato de cinco años que acaba de renovarse por un lustro más. Esto significa que Mozart y sus seguidores continuarán recibiendo la tradicional Serenata Mexicana a cargo de Villazón y el conjunto El Mariachi Negro, hasta el 2028.

“Mozart fue revolucionario sin querer serlo -afirma Villazón-. No estaba buscando el nuevo lenguaje, estaba buscando hacer lo que su genio le decía”. Entre las obras que se presentan, bajo la dirección del tenor que se hiciera conocido en 1999 como intérprete de zarzuelas y arias de ópera bajo el padrinazgo del español Plácido Domingo -de hecho grabó, muchos años después, un exitoso disco llamado Gitano (2007, Virgin Classics) con una selección de romanzas zarzueleras- está Don Giovanni, una de las más famosas piezas de teatro musical que Mozart escribió a los 32 años, en 1788. Según Villazón, Don Giovanni “es la mejor ópera del mundo, con una libertad y una fuerza extraordinarias”.

Sin embargo, lo que más ha llamado la atención de los expertos es que, en esta ocasión, además de la tradicional inclusión de obras del llamado “niño eterno de la música clásica”, esta Mozartwoche rinde homenaje también a uno de los compositores más asociados a la vida y obra del genio salzburgués: el compositor italiano Antonio Salieri (1750-1825).

La historia está llena de mitos. Algunos se han convertido en verdades aceptadas por las grandes mayorías que no tienen conocimiento de su origen real. A pesar de que hoyen día es extremadamente fácil para cualquier persona enterarse de datos y detalles con solo un click, la persistencia del desconocimiento en ciertos tópicos relacionados con la historia o el arte es un reflejo del absoluto desinterés del público por estas cosas. Y de los medios masivos, que nunca se toman el trabajo de extraer información interesante de internet para brindársela a su audiencia. Uno de esos mitos es el de la tormentosa envidia que Salieri sentía hacia Mozart.

Pero en realidad, este rencor es tan imaginario como la muerte de Paul McCartney en los sesenta o los rumores de quienes afirman haber visto vivos a Elvis Presley o Jim Morrison. La sensación de realidad que vendió una extraordinaria película estrenada en 1984 ha ocasionado que la palabra Salieri sea sinónimo de envidia y hasta un reconocido cantautor popular, el argentino León Gieco, compuso una canción llamada Los Salieris de Charly(Mensajes del alma, 1993), en la que dice que él y los demás de su generación “le roban melodías” a Charly García.

Lo cierto es que Salieri no odiaba a Mozart y mucho menos le robó melodías. El maestro italiano, seis años mayor, mostró siempre gran admiración por el talento de Mozart e incluso impulsó el estreno de varias de sus creaciones desde su posición como Kapellmeister (maestro capellán) de la corte austriaca. Incluso llegaron a componer juntos una cantata para voz y piano, titulada Por la salud de Ofelia, que lamentable no llegó hasta nuestros días.

Aunque para mucha gente es un hecho real, la visceral envidia de Salieri –quien a la sazón fue uno de los compositores más importantes del siglo XVIII– fue una creación del dramaturgo ruso Alexander Pushkin (1799-1837), que en 1831 escribió Mozart y Salieri, sobre la base de ciertos rumores de la época sobre una supuesta rivalidad entre ambos. Años más tarde, en 1898, el compositor ruso Nicolás Rimsky-Korsakov (1844-1908) adaptó la pequeña tragedia del genial escritor y compatriota suyo a una ópera bajo el mismo título, la cual tuvo regular éxito.

A fines de los años setenta del siglo XX, vale decir, hace poco más de 40 años, el director de teatro inglés Peter Schaffer (1926-2016) llevó a las tablas la obra de Pushkin y su versión alcanzó una popularidad muy grande, lo cual motivó al cineasta checo Milos Forman (1932-2018) a llevarla a la pantalla grande. Amadeus se convirtió en una de las películas más taquilleras de la historia del séptimo arte y presentó al mundo el mito de la envidia de Salieri, de una manera extraordinaria e impactante. El film recibió ocho premios Oscar en las categorías más importantes y con los años ha ganado el status de película de culto. Incluso fue inspiración para el éxito radial Rock me Amadeus (1985), compuesto e interpretado por Johann Hölzel, más conocido como Falco (1957-1998), estrella austriaca de new wave y pop electrónico. Amadeus, la película, será proyectada hoy sábado 27 de enero, fecha central de la Semana Mozartiana por ser el día exacto en que nació Mozart, hace 268 años.

A partir de la película, Mozart pasó a formar parte de la cultura popular y se le dotó de particularidades afines a las superestrellas modernas: vulgaridad extrema, alcoholismo y una actitud irreverente. Aunque algunas de estas características personales de Mozart tienen base en la realidad, la exageración del guion cinematográfico busca enfatizar el contraste que atormenta a Salieri: Mozart, joven promiscuo y procaz, había recibido el don divino de la genialidad (“Amadeus” = el amado de Dios” en latín) mientras él, religioso y metódico, no era capaz de crear su propia música sin padecer enormes esfuerzos. Así, en el imaginario colectivo popular, Salieri se convirtió en unvillano, quizás uno de los mitos más famosos en la historia de la música y su periodo clásico.

Otra de las estrellas de la música orquestal que participará en esta edición 68 de la Mozartwoche será Anne-Sophie Mutter (63), a través de un documental -Mutter & Mozart, del año 2006– en que se mostrarán las mejores interpretaciones de la alemana de diversos conciertos para violín compuestos por el salzburgués, como este (click aquí). Con una carrera sostenida y vigente desde 1977 -fue alumna del connotado director Herbert von Karajan (1908-1989)-, Mutter ha grabado más de cincuenta álbumes y DVD, la mayoría de ellos bajo el prestigioso sello discográfico especializado en música clásica Deutsche Grammophon y ha sido violinista principal (concertina) en las más reconocidas orquestas sinfónicas del mundo.

La permanencia de Mozart en el imaginario colectivo moderno tiene también que ver con la infinidad de publicaciones y estudios que se han realizado a lo largo de todos los años posteriores a su temprana muerte. Una de las biografías más completas y detalladas acerca del compositor fue publicada en el año 1996, con motivo del aniversario 240 de su nacimiento.

En el libro, titulado Mozart: A life (Harper Collins), el reconocido musicólogo y psicoanalista norteamericanoMaynard Solomon (1930-2020), fundador de Vanguard Records, uno de los sellos discográficos de mayor importancia en los albores de la industria musical y uno de los expertos en Mozart más respetados a nivel mundial, explora a lo largo de 32 capítulos los aspectos humanos más profundos de la personalidad del músico, brindandonuevas e interesantes claves para entender su proceso artístico y el poder de su creatividad, la cual continúa vigente en nuestros días.

Esta vigencia puede comprobarse tanto en las representaciones de sus óperas a cargo de los artistas más importantes de la música clásica como en las modernas técnicas de estimulación temprana a través de su música, más conocidas como “El Efecto Mozart”, buque insignia de esta tendencia de la educación y la psicología moderna que recomienda hacer escuchar melodías suaves a las madres gestantes, o mejor dicho, a los no nacidos mientras aún están en el vientre materno. Aunque tiene también sus detractores, “El Efecto Mozart” es una de las ramificaciones más populares del uso actual que se da a estas composiciones que, en siglos pasados, fueron fondo de salones de baile y ceremonias religiosas.

La Semana Mozartiana seguirá todos estos días hasta el domingo 4 de febrero. En esa última fecha se presentará la ópera La clemenza di Tito -la penúltima que escribió, estrenada un par de meses antes de su muerte, en 1791, casi en paralelo con La flauta mágica– y un concierto especial a cargo de la Mozarteum Orchestra con un programa de obras de Mozart, Salieri y Johann Sebastian Bach. Aunque esta clase de espectáculos parezcan totalmente ajenos a nosotros, son también una demostración de todo lo que nos perdemos por andar mirándonos siempre el ombligo, incapaces de abrirnos a aquellas propuestas que unen historia con modernidad, con elegancia y talento, en las antípodas de lo que hoy conocemos como entretenimiento masivo.

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Aunque solemos referirnos al instrumento usando la grafía “cello” -abreviación del nombre en italiano “violoncello”- el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española consigna las voces castellanizadas “violonchelo” y su derivado corto “chelo”. Una curiosidad que desnuda las falencias de la inteligencia artificial. Cuando le solicitas un significado de “cello” al Chat GPT, el robot de moda escribe, en un burdo intento por ser conmovedor, que es “un instrumento cercano a Dios porque “cello” significa “cielo” en italiano”. Una grosera inexactitud que debe haber tomado de internet, desde luego, botón de muestra de que la famosa IA puede llevarte a más de una vergonzosa patinada.

Andrew Lloyd Webber, el célebre compositor británico de famosas obras musicales como El fantasma de la ópera (1986), Jesucristo Superstar (1970) o Evita (1976), es un gran apasionado del cello -de hecho, su hermano menor Julian es un reconocido concertista de cello- y cuenta que su experiencia musical más emocionante ocurrió en el Royal Albert Hall, durante la ceremonia de los Proms de la BBC del año 1968, realizada el mismo día en que Rusia invadió Checoslovaquia. En aquella tradicional gala musical, Rostropovich, de nacionalidad rusa, interpretó el Concierto para Cello en Si bemol Op. 104, B. 191 del compositor checoslovaco Antonín Dvořák (1841-1904). “Mientras afuera del teatro había manifestantes, las lágrimas corrían por los ojos de Rostropovich, al frente de la Orquesta Sinfónica del Estado Soviético, mientras tocaba esta pieza de enorme carga nacionalista para la población checa”. Aquí el audio de esa histórica presentación.

The Beatles fue una de las primeras bandas de pop-rock que incorporaron ensambles de cuerdas en sus producciones dirigidas a un público masivo. Fue su productor George Martin quien les trajo la idea y se encargó de escribir los arreglos para violines, violas y cellos que escuchamos en dos de sus canciones más populares: Yesterday (Help!, 1965) y Eleanor Rigby (Revolver, 1966). En aquellas grabaciones, los cellistas invitados fueron Peter Halling y Francisco Gabarró en la primera, considerada la balada más grabada de la historia; mientras que, en la entrañable historia de soledad narrada por Macca, tocan los cellistas Derek Simpson y Norman Jones. Y, aunque el pop-rock sinfónico comenzó a extenderse de manera imparable desde esos años -Procol Harum, Deep Purple, Bee Gees, The Mothers Of Invention, The Moody Blues- ya sea con orquestas completas o conjuntos de dos a cuatro instrumentos clásicos-, hubo una banda que llevó esto a otro nivel.

Electric Light Orchestra fue, probablemente, el primer grupo que incluyó en su formación estable a un violinista y dos cellistas, no solo para acompañar pasajes cortos de determinadas canciones sino como parte fundamental de su sonido. Los cellistas Hugh McDowell y Melvyn Gale fueron parte de la alineación de ELO durante toda su etapa clásica (1972-1979) en la que estuvieron además Mik Kaminski (violín), Richard Tandy (piano, teclados), Bev Bevan (batería), Kelly Groucutt (bajo) y, por supuesto, su líder, productor y compositor principal, Jeff Lynne (voz, guitarras). Canciones como Livin’ thing (1976), Roll over Beethoven (1973) o Sweet talkin’ woman (1978) son muestras de su repertorio que se inspiraba tanto en los Beatles como en Beethoven y Chuck Berry. Muchos años después, en los noventa, la banda escocesa de indie pop Belle & Sebastian enriqueció su lánguido sonido con la cellista y cantante Isobel Campbell, en temas como por ejemplo Expectations de su primer álbum, Tigermilk (1996) o su clásico The fox in the snow (If you’re feeling sinister, 1998).

El cello es instrumento fijo en toda composición de lo que conocemos normalmente como música clásica. Las partituras de óperas, ballets, zarzuelas, musicales de Broadway, bandas sonoras de cine y televisión, así como el amplio catálogo de música instrumental para ensambles sinfónicos, contienen líneas melódicas y solos para cello. Entre los intérpretes históricos del instrumento podemos destacar, además de los mencionados Jackeline du Pré y Mstislav Rostropovich, al español Pablo Casals (1876-1973), el letón Mischa Maisky (1948) y el británico Julian Lloyd Webber (1951), además de la constelación anónima de músicos que, a lo largo de las décadas, ha interpretado tanto a los clásicos -Bach, Vivaldi, Beethoven- como a los más modernos – Béla Bartók, György Ligeti, Gabriel Fauré-. De la nueva generación, el trabajo de Sheku Kanneh-Mason, un joven inglés de 24 años, destaca por su pasión hacia la música en general, sin discriminar géneros ni épocas. En sus recitales, Kanneh-Mason puede tocar melodías de Edward Elgar, Johannes Brahms o Maurice Ravel y luego intercalarlas con himnos pop de Leonard Cohen o Bob Marley. También destaca la joven cellista china Wendy Law, muy activa en redes sociales, que lanzó en el 2019 su primer disco oficial, Pasión, doce melodías entre clásicas y populares que pueden verse y oírse en su canal de YouTube.

Pero el cello también es protagonista de otros contextos musicales, algunos que pueden parecer totalmente incompatibles con la música para la cual se creó. En ese sentido, el cuarteto Apocalyptica irrumpió en la segunda mitad de los noventa, desde Finlandia, con una propuesta que sorprendió a más de uno. Vestidos de negro y con caras de pocos amigos, los cuatro cellistas lanzaron un par de álbumes –Plays Metallica by four cellos (1996) e Inquisition symphony (1998) con covers de conocidas bandas de heavy metal. Entre el 2000 y el 2020, el grupo ha lanzado un total de siete álbumes con música propia, agresiva y oscura, con la participación de músicos destacados del género como el baterista norteamericano Dave Lombardo (Slayer) o la vocalista italiana Cristina Scabbia (Lacuna Coil). Por su parte, el dúo croata 2Cellos surgió durante la segunda década del siglo XXI adaptando al cello un rango más amplio de composiciones del pop-rock. En sus álbumes podemos encontrar temas de Sting, Iron Maiden, John Williams, Ac/Dc, Elton John, etc. Los integrantes de ambas agrupaciones tienen en común una sólida formación académica, lo cual les permite ser muy versátiles como intérpretes y arreglistas.

Compositores de música instrumental de vanguardia como los franceses Pierre Boulez (1925-2016) u Olivier Messiaen (1908-1992) también han escrito piezas para cello como, por ejemplo, el quinto movimiento de Quatuor pour la fin du temps (Cuarteto para el fin de los tiempos), titulado Louange à l’éternité de Jésus (Alabanza a la eternidad de Jesús), obra de Messiaen que tiene una melodía extremadamente lenta y reflexiva (escuchar aquí). En el otro extremo, la compositora finesa Kaija Saariaho, fallecida hace unos días a los 70 años, llevó la expresividad del cello al límite con su obra del año 2000 Sept papillons (Siete mariposas), con progresiones impredecibles, ataques percusivos, armónicos y sonidos extraños generados con el arco. En las arenas del jazz, cabe recordar el extravagante trabajo del cellista afroamericano Abdul Wadud (1947-2022) que, luego de recorrer varias orquestas, inició su discografía como solista con un álbum titulado By myself (1977), considerado una obra de culto por cellistas modernos.

Uno puede disfrutar de las conmovedoras texturas del cello tanto en contextos clásicos como en melodías populares. Como ejemplo de lo primero, no podemos dejar de mencionar la Sonata para arpeggione y piano en La Menor del austriaco Franz Schubert (1797-1828) que alcanzó estatus de legendaria por esta versión que hicieran, en 1968, el pianista británico Benjamin Britten y, nuevamente, el ruso Mstislav Rostropovich. Su interacción era tan extraordinaria que, después de la muerte de Britten, Rostropovich decidió no tocar nunca más dicha pieza.

Y, hablando de otros géneros, el trabajo del brasileño Jacques Morelenbaum, con Caetano Veloso y Ryuchi Sakamoto, incluye transcripciones al cello de clásicos de jazz y bossa nova, además de ser experto en el repertorio compuesto por Heitor Villa-lobos (1887-1958) como esta Sonata para cello No. 2, aquí interpretada por Antonio Meneses. El instrumento se convirtió, en el año 2020, en personaje de un ballet dedicado a la vida de Jacqueline du Pré. The Cellist se estrenó en el año 2020 en la Royal Opera House de Londres, y fue un éxito para la crítica especializada por su puesta en escena cargada de intensidad y belleza.

POST-DATA: El lunes 5 de junio, a los 83 años, falleció Astrud Gilberto, la voz que popularizó el clásico de Antonio Carlos Jobim The girl from Ipanema (Garota de Ipanema es su título original). Su historia completa la próxima semana. Por ahora, esta versión en cello a cargo de Madeleine Kabat y Christian Grosselfinger. Que la disfruten.

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La zarzuela se caracteriza por ser una música alegre, pomposa y romántica, con historias que, combinando drama y humor, giran siempre en torno a personajes idealistas y sus contrapartes, configurando una dinámica que las convierte en antecedentes de la novela de televisión. En Luisa Fernanda (1932), por ejemplo, la protagonista se debate entre un amor joven y apasionado pero traicionero y uno sincero y maduro pero apagado. Esta composición -música de Federico Moreno Torroba, textos de Federico Romero Sarachaga y Guillermo Fernández-Shaw- es, de lejos, la favorita de los conocedores y ha sido grabada por todos los grandes sopranos y tenores españoles. Aquí podemos ver a Plácido Domingo, en una renovada versión de esta popular historia de amor, filmada en el año 2007.

Uno de sus aspectos fundamentales es el costumbrismo, recreando pasajes y tradiciones españolas de la época decimonónica, expresadas en vestimentas, locaciones y, especialmente, en el idioma. Es fácil relacionar el lenguaje de los personajes de zarzuela con autores del Siglo de Oro español como Lope de Vega, Calderón de la Barca o Francisco de Quevedo, incluso con la obra de Miguel de Cervantes Saavedra o con el Don Juan Tenorio de José Zorrilla, con pleonasmos y juegos de palabras indescifrables para los fanáticos de Karol G, Daddy Yankee o Bad Bunny. El doble sentido, por supuesto, también es parte de los escarceos románticos de ciertas zarzuelas como, por ejemplo, La corte del Faraón (1910, música de Vicente Lleó, textos de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios), una hilarante historia ambientada en el Egipto antiguo, con inesperados personajes y desenlaces que escandalizaron a más de uno por sus insinuaciones (no tan) moderadas sobre temas prohibidos en su momento.

La profunda diversidad e intención de sus melodías y bailes, que intercalan elementos sinfónicos -violines, metales, percusiones- con sonidos folklóricos -guitarras, panderetas, castañuelas- y estilos populares de la España tradicionalista como el pasodoble, la jota, el chotis y otros de raigambre europea como el vals, la polka o la mazurca, es otra de sus características notables. Las escenas, denominadas romanzas -equivalente a las arias de las óperas- tienen un amplio registro de emociones que van desde el romance intenso –Flor roja, de Los Gavilanes (1923, música de Jacinto Guerrero, textos de José Ramos Martín); Cállate, corazón (de la mencionada Luisa Fernanda)-; al humor dislocado y vertiginoso –la entrada de Lamparilla, personaje principal de El barberillo de Lavapiés (1874, música de Francisco Asenjo Barbieri, textos de Luis Mariano de Larra); A la consulta se puede entrar de La del soto del parral (1927, música de Reveriano Soutullo y Juan Vert, textos de Luis Fernández de Sevilla)-; o el dramatismo puro –De este apacible rincón de Madrid (Luisa Fernanda), Mi aldea (Los Gavilanes); No puede ser de La tabernera del puerto (1936, música de Pablo Sorozábal, textos de Federico Romero Sarachaga y Guillermo Fernández-Shaw-; y revelan estados de ánimo exultantes y, a la vez, cortesanos, que emocionan por su creatividad, intensidad, zalamería e ingenio.

Chispazos de zarzuela se permearon también a la cultura pop, incorporándose a nuestras memorias musicales. Por ejemplo, cómo olvidar aquel capítulo de El Chavo del Ocho en que Doña Florinda y el Profesor Jirafales interpretan la romanza Caballero del alto plumero, de Luisa Fernanda. O el pasodoble El Gato Montés, asociado por siempre a la despreciable tauromaquia, parte de la obra del mismo nombre, compuesta en 1917 por Manuel Penella Moreno, en la que el protagonista es, precisamente, un torero. O la misteriosa balada Amor de hombre, éxito de 1982 del sexteto vocal Mocedades que, con arreglos de Juan Carlos Calderón y letra de Luis Gómez Escolar, usa el intermedio de La leyenda del beso (1924, música de Reveriano Soutullo y Juan Vert).

Otro aspecto del universo zarzuelero es que, casi siempre, las obras son escritas en equipo, como hemos visto en los ejemplos mencionados y otros como El cantar del arriero (1930), por Fernando Díaz Giles (música) y Serafín Adame/Adolfo Torrado (libreto); o La Gran Vía (1886), por Federico Chueca (música) y Joaquín Valverde/Felipe Pérez y González (libreto). Esta particularidad fue explotada de forma genial por Les Luthiers. Cuando presentaron su parodia Las Majas del Bergantín (Zarzuela Náutica) (1986), se la atribuyeron a los imaginarios Ramón Véliz García y Casal (música) y Ataúlfo Vega y Favret/Rafael Gómez y Sampayo (libreto). En realidad, los compositores fueron Ernesto Acher y Carlos Núñez Cortés, integrantes del célebre conjunto argentino de humorismo musical.

En el Perú, como en otros países de América Latina, la zarzuela tuvo enorme popularidad en los años sesenta y setenta, con la visita de compañías internacionales que se presentaban, con mucho éxito, en los principales teatros de la capital -Segura, Municipal-. Una de esas compañías trajo a un barítono español, llamado Juan Antonio Dompablo quien se quedó en nuestro país desde 1968 y se casó con una deportista local, Marita Saettone, campeona de natación. Su hijo Juan Antonio, conocido tenor peruano, también cantó zarzuelas desde muy joven, aunque ahora apunta a un público más abierto y comercial con espectáculos diseñados por la conductora Mabela Martínez.

Esa popularidad se mantuvo hasta los años ochenta y noventa, con la aparición de compañías de pequeño formato y gran corazón, como La Peña de Alfredo Matos de Barranco o los elencos del pianista Armando Mazzini, el cantante Genaro Chumpitazi o la gestora cultural Dora Alegre, que organizaban las llamadas “antologías”, selección de romanzas de diversas zarzuelas. En aquellos grupos alternaron, junto a jóvenes aficionados, profesionales como, por ejemplo, el tenor uruguayo Eugenio Trouiller, especialista en segmentos cómicos, afincado en Lima desde 1971; o el mencionado Juan Antonio Dompablo, entre otros. Lamentablemente, hoy las antologías de zarzuela han desaparecido de las carteleras grandes y son placer de minúsculas minorías que pueden verlas, esporádicamente, en las actuaciones que organiza el Grupo de Zarzuela del Club de Regatas Lima, activo desde el año 2002.

A pesar de la decadencia artística que padecemos, que convierte a un género teatral tan entretenido y musicalmente rico en casi un espejismo, aun se mantienen entre los amantes de la zarzuela, jóvenes eternos de corazones sensibles y enamoradizos esos vasos comunicantes con aquel mundo desaparecido y, de vez en cuando, podemos escuchar ecos de canciones grupales como La marcha de la amistad o La mazurca de las sombrillas que, antaño, solían ser coreadas por los públicos en teatros llenos, una comunión de intereses y aplausos en sana convivencia, por lo menos mientras duraba la función.

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