[Música Maestro] Cuando se le sugiere, en un comentario o pregunta, que las letras de sus canciones son irónicas, la respuesta de Leo Maslíah es cortante: “no ironizo con nada”. Un poco antes, durante el mismo intercambio de correos, Leo Maslíah se dedicó más tiempo a puntualizar, desde inconsistencias o imprecisiones de mis preguntas hasta errores involuntarios de tipeo que a ofrecer una respuesta concreta, casi como para desanimarme a seguir, como en aquella entrevista publicada en la revista argentina de literatura Cuadernos del Tábano, del 2008 (pp. 33-37). Busqué la entrevista voluntariamente, escribiéndole a la direcciónconsignada en su página web www.leomasliah.com con entusiasmo e interés genuinos, pues se trata de uno de los artistas que más me impactaron en mi etapa adulta.
Lamentablemente, fui aplazando la nota sobre él y, en ese camino, pasó casi un año. Cuando tomé contacto de nuevo a través de un mensaje, la explosión de incomodidad de sus palabras fue, por decir lo menos, desmesurada. En apariencia, Leo Maslíah es un artista intolerante a las entrevistas de quienes queremos saber más de él, conocerlo -ya me lo imagino respondiendo, por escrito, algo así como que no es “en apariencia” sino que “es” o que yo debería decir “me parece a mí que…” O que no es un “artista intolerante” sino una “persona intolerante”… O repreguntar, impaciente: “¿intolerante? Eso depende de cuál sea tu definición de intolerante…” A estas alturas, varios de ustedes deben estarse preguntando “¿y quién es Leo Maslíah?”
Leo Maslíah es un músico. Pero es también un escritor. Es un pianista fuera de serie, un virtuoso guitarrista y compositor de piezas sinfónicas e instrumentales en diversos estilos y registros. Pero también es, aunque él lo niegue, un afilado e inteligente humorista, capaz de ridiculizar con sus (no intencionales) ironías, asuntos tan de moda como el reggaetón –criticándolo mientras toca Eco, el octavo movimiento de la Obertura francesa (1735) de Johann Sebastian Bach– o la autoayuda –“los libros de autoayuda son de autoayuda pero solo para el autor, para que él gane guita”– así como tópicos más, digamos, tradicionales, como el esnobismo de la alta sociedad, representado en la historia ficticia de Álex Estragón, un pianista mundialmente famosoa quien le piden con insistencia, en reunión casera, que “toque algo”para así tener oportunidad única de escucharlo gratis pero, al cabo de varias horas de interminables melodías clásicas y ejercicios, los asistentes a la reunión lo sacan a empujones de la casa y hasta acusándolo de egoísta, narcisista e irrespetuoso (El precio de la fama, Textualmente 2, 2002).
Obsesionado con los juegos de palabras y con encontrar múltiples maneras de ordenarlas para redondear una idea, Leo Maslíah tiene un particular talento, podríamos decir que único, para dar vuelta lingüísticamente a las situaciones más comunes y cotidianas -botar la basura, salir de viaje, asistir a un concierto-, con un sorprendente dominio del razonamiento (i)lógico, la argumentación que busca exacerbar las contradicciones -casi un marxista, me atrevo a pensar, aunque no me atrevería a decírselo personalmente- de un tema, una emoción, un hecho histórico o noticioso, real o (re)creado por él.
Los pleonasmos, la asociación/oposición de ideas, cruces de estilos y referencias culturales -algunas de ellas imposibles de imaginar- todo forma parte de un continuum narrativo y musical que hacen de su obra un hecho sin precedentes en la música popular contemporánea de Latinoamérica, junto al conjunto argentino de instrumentos informales Les Luthiers, con quienes se le ha comparado en más de una ocasión, solo para motivarle profundas respuestas en las que establece las diferencias entre lo suyo y lo de los geniales creadores del universo ficticio de Johan Sebastian Mastropiero, aunque sí reconoce que escucharlos fue crucial en su desarrollo musical.
Sus generales de ley están más o menos disponibles, como casi todo, en internet. Leo Maslíah nació en Montevideo, Uruguay, en 1954.Tiene más de sesenta álbumes grabados y más de cuarenta libros escritos, aunque no todos publicados. Hace recitales a casa llena en centros culturales, universidades y festivales literarios. Toca solo o acompañado, a veces de un solo músico, a veces de un conjunto u orquesta. Entre sus canciones hay pop, jazz, folklore, distintos estilos de música clásica o académica, instrumentos acústicos, orquestas y/o bases electrónicas.
Leo Maslíah es de ascendencia turca -sus padres nacieron en Esmirna, la ciudad que alberga al segundo puerto más importante de Turquía después de Estambul- pero esto solo se refleja en su apellido. En sus canciones, por lo menos en las que he tenido la suerte de apreciar, no hay un solo atisbo de sus genes sefardíes. Lo que hay es una irrestricta vocación por la disonancia, la combinación de géneros e intenciones y una manía por repetir sus propias fórmulas que, al ser buenas, nunca llegan a cansar a quien logre superar el primer impacto que suele ser, por decir lo menos, algo confuso. “Su capacidad de producción -parafraseando a Les Luthiers- es asombrosa, trabaja constantemente como si no pudiera dejar de componer. Y uno se pregunta ¿no podría dejar de componer?»
El prestigioso Auditorio Nacional Adela Reta, administrado por el Servicio Oficial de Difusión, Representaciones y Espectáculos, el Sodre, institución estatal de gestión de artes y cultura, bautizado en homenaje a una de las gestoras culturales y maestras más importantes de la historia reciente de Uruguay, Adela Reta (1921-2001) -quien fuera ministra de Educación durante el primer periodo de uno de loslíderes históricos del Partido Colorado, Julio María Sanguinetti- ha sido escenario de muchos recitales de este artista. Una de sus últimas apariciones en el Sodre fue en diciembre pasado, para ofrecer un concierto pianístico que incluyó obras propias y de otros importantes compositores, pianistas y educadores uruguayos de música instrumental contemporánea como Carmen Barradas (1888-1963), Felisberto Hernández (1902-1964) y Héctor Tosar (1923-2002).
Barradas, Tosar, Hernández, Maslíah. Apellidos desconocidos, por supuesto, para el oyente convencional. Incluso para quienes son medianamente expertos en la historia contemporánea de la música latinoamericana, popular y/o académica. Si pensamos en música pop, esa de la que escuchamos siempre en las radios, los únicos uruguayos notables son Los Iracundos y, en un segundo nivel -ya casi de experto- podemos pensar en los beatlescos Los Shakers de los hermanos Osvaldo y Hugo Fattoruso, con quienes Leo Maslíah ha tocado en más de una ocasión, sobre todo con Hugo, pianista como él.
Si miramos la escena trovadoresca, allí están Daniel Viglietti (1939-2017), el recordado cantautor y musicalizador de poetas como Mario Benedetti, Nicolás Guillén y nuestro César Vallejo, uno de sus referentes–, el gran Alfredo Zitarrosa (1936-1989) y, para los más jóvenes, a mitad de camino entre Pedro Guerra (España) y Fito Páez (Argentina), se cuela el multipremiado cantautor Jorge Drexler. Y en cuanto a los seguidores del pop-rock (no tan) comercial en español, hablarles de Uruguay es hablarles de El Cuarteto de Nos -banda guitarrera existente desde 1978- o los noventeros La Vela Puerca y No Te Va Gustar. Para los oyentes más eclécticos, las figuras de loslegendarios Eduardo Mateo y Rubén “El Negro” Rada sonindispensables para entender la música popular uruguaya de origen africano, el candombe, y su evolución hacia ritmos más globales.
Pero el polifacético Leo Maslíah no aparece en esos radares, ni por asomo. Ni siquiera cuando uno escribe en la barra de búsqueda de Google algo tan genérico como “músicos conocidos uruguayos”. El amplio repertorio de Leo Maslíah permanece como un asunto de culto, oculto para el mainstream pero conocido y admirado por una enorme minoría de seguidores en varios países de América Latina. En lo que a mí respecta, conocí la música de Leo Maslíah por una absoluta casualidad.
Hace varios años, a inicios de los dos miles, mientras hacía despreocupado zapping, me crucé en un canal de cable con fragmentos de uno de sus recitales. En un teatro grande repleto de gente, vi a un señor de mediana edad, parado delante de lo que parecía ser un sencillo piano eléctrico, de esos que utilizan los conjuntos que uno contrata para interpretar canciones de misa.
Vestido de forma muy sencilla, con gruesos anteojos para miopes, una calvicie incipiente y denso mostacho entrecano que me hizo recordar al actor y humorista Groucho Marx –una asociación que también le irrita mucho, por cierto- y a esos lentes de utilería que vienen connariz y bigote incorporados, el artista aun desconocido para mí, con los labios muy pegados al micrófono, cantaba en voz baja una serie de frases obsesivas mientras tocaba arpegios complicados que iban aumentando gradualmente de velocidad y que me sonaron, en ese momento, a una balada de música clásica en tiempo de vals. Se tratabade Corriente alterna, uno de los temas más apreciados entre quienes conocen su vasta producción. Luego siguieron una o dos canciones más y varios monólogos, hilarantes, envolventes e impredecibles, como sus alucinados Horóscopos.
Para ese tiempo yo era bastante fanático de artistas contraculturales y emparentados con el humor negro e intelectual como Les Luthiers, The Residents o Frank Zappa (1940-1993). También había escuchado a íconos del stand-up de comedia y/o denuncia como George Carlin (1937-2008) o Enrique Pinti (1939-2022). Pero jamás a Leo Maslíah. Y me pareció genial. Años después, con toda la facilidad que ofrece internet, logré conocer otras canciones y espectáculos suyos, cada unomás desafiante que el anterior. Por ahí hay un video en el que Leo Maslíah se auto entrevista, como hiciera aquí también un impresentable congresista cusqueño –se llama Autorreportaje (2016)-que es, a la vez, divertidamente absurdo y psiquiátricamente revelador.
Sus composiciones no son fáciles de escuchar y, por momentos, pueden llegar a ser extremadamente tensas y hasta exasperantes, pero siempre terminan generando sanas y sonoras carcajadas en su público y la satisfacción de estar frente a un artista que no huye de la confrontación -consigo mismo, con los demás, con las convenciones sociales, con la ligereza en todas sus formas– sino que más bien la promueve, en un constante uso del pensamiento crítico y de loslenguajes -musical, hablado, audiovisual, gráfico, escrito– como armasy vehículos de expresión libre y furiosamente independiente.
Para escuchar a Leo Maslíah uno requiere de mucho silencio -para no perderse cada giro estrambótico, cada frase/fraseo genial- y tiempo, dos cosas que hoy escasean. Y da gusto que, al margen de las tendencias populares o masivas, se haya mantenido vivo, prolífico y vigente, y no solo con sus publicaciones musicales y literarias, sino que utiliza profusamente medios interactivos (redes, internet), para regalarle al universo su inagotable creatividad. De hecho, en su perfil de Instagram cuenta con más de 60 mil seguidores que, casi a diario, se enteran de sus actividades, a través de reels, fotografías y anuncios de todo tipo, además de compartir inteligentes bromas en formato de cómic, fotos/videos generados con IA e ilustraciones en las que se ocupa de diversos temas.
Por ejemplo, el pasado 14 de febrero, Día del Amor y de la Amistad, publicó una canción llamada Samba lentín -que, como aclara el mismo autor, es del año pasado–, en ritmo de bossa nova. Para quienes “amamos a Mastropiero” -Marcos Mundstock (1942-2020) dixít-, quedan clarísimos los diversos niveles de humor de la pieza. Contrapone, por un lado, la rapidez asociada a la samba versus el neologismo “lentín” que alude al ritmo pausado, lento, del género brasileño internacionalizado por João Gilberto (1931-2019) y Antonio Carlos Jobim (1927-1994); por otro lado, transforma “San Valentín” en otra cosa, “Samba lentín”, de grafías y significados diferentes. Y la cereza del pastel, la letra: “Hoy tengo que cantar un samba lentín (sic), así lo pide el calendario como un tonto pasquín, porque las cosas ya nunca más valen por lo que son sino por la fecha que las trae a colación”.
En esta pequeña viñeta, Maslíah realiza al piano un círculo armónico complejo, disonante, opuesto a la placidez natural de los acordes de la romántica bossa nova, que comienza en Mi mayor con sexta añadida(E6) y termina en Mi dominante con trecena (E13) pasando por una combinación de variaciones de notas mayores sostenidas –Fa mayor con novena añadida (F9), Do sostenido mayor aumentado (C#+), Fa sostenido mayor con séptima disminuida (F#-7), Sol sostenido con séptima de dominante y novena menor (G#7b9), son solo algunas-; mientras canta, con su voz apagada, aburrida, siguiendo una melodía más convencional. Y lo hace “mirando” directamente a la cámara, con los ojos cubiertos por dos gráficos, como GIF, de corazoncitos rojos latiendo. Todo en menos de dos minutos.
Así es todo en la discografía de Leo Maslíah. Desde su primer álbum oficial, Cansiones barias (1980, nótese la ortografía deliberadamente errónea), en que se le escucha más tocando la guitarra acústica -como en este video de 1984 de otro de sus ¿éxitos?, Agua podrida (LP Falta un vidrio, 1981)-, la transgresión musical y lírica del uruguayo se muestra en plenitud y madurez absoluta. Su debut, según él mismo cuenta, había sido seis años atrás, en 1974, interpretando un concierto del germano-británico G. F. Haendel en un festival organizado por elya mencionado Sodre.
Posteriormente, comenzó a publicar discos, hacer apariciones en televisión, principalmente en Uruguay y Argentina, y dar conciertos en varios países de la región, entre ellos el nuestro. Leo Maslíah pisó por primera vez tierras peruanas para una de las ediciones de larecordada Semana de Integración Cultural Latinoamericana–SICLA, festival organizado entre 1986 y 1989 por el primer gobierno aprista. En el 2007 fue su última presentación en Lima. Entre los discos de su primera década, entre 1980 y 1989, destacan además del mencionado Cansiones barias, Desconfíe del prójimo (1985), el LP Leo Maslíah y Jorge Cumbo en dúplex (1987), Punc (1985) y el disco de temas infantiles El tortelín y el canelón ¿Canciones para chicos? (1989), a dúo con el músico argentino Héctor “Pichi” de Benedictis.
En este último aparece una obra suya que llegó a otros públicos, en la versión que le hiciera Attaque 77 para su séptimo disco, Otras canciones (1998). La conocida banda argentina de punk incluyó en este disco de covers Cinco estrellas. Maslíah, sin embargo, me aclaró que el título correcto es simplemente Estrellas. El astro de la MPB y el jazz brasileño Milton Nascimento grabó, por su parte, Biromes y servilletas, otra de las composiciones ochenteras de Maslíah, en su trigésimo álbum Nascimento (1997), ganador del Premio Grammy a Mejor Álbum de World Music. Por si acaso, “birome” es un vocablo de amplio uso en Argentina, Paraguay y Uruguay, sinónimo de “lapicero”. La canción, considerada un clásico moderno de la música uruguaya, es un homenaje a los poetas anónimos de su país. Andrés Calamaro, icono del rock gaucho, también ha versionado este tema en su disco Romaphonic sessions con Germán Wiedemer-Grabaciones encontradas, Vol. 3 (2016).
Leo Maslíah ha lanzado tantos discos que es imposible conocerlos todos, a menos que se trate de sus seguidores más obsesivos y completistas. Pero si quieren tener un resumen de su voluminosa obra y de su personaje, recomiendo con mucho entusiasmo -el mismo que me llevó a contactarme con el autor- los discos Textualmente, lanzados en 2001, 2002 y 2004, con varias de sus canciones y sus desopilantes monólogos. Por supuesto que hay mucha más música de Leo Maslíah antes y después de este tríptico. De las producciones musicales que ha lanzado en lo que va del siglo XXI disfruté muchísimo Jazz (2020), Árboles (2005), Música no alineada (2013) y el concierto 40 años (2018), en el Teatro Solís de Montevideo, Uruguay, con un grupo en el que participa su única hija, Paula, en los coros. La música (o)culta de Leo Maslíah está disponible para quien desee adentrarse en su profundo y controlado caos.