Sociedad Católica

[EL DEDO EN LA LLAGA  «Nel più alto dei cieli” es una obra claustrofóbica que llega a extremos de brutalidad insoportable con una temática que podría parecer ajena a estos excesos: la sociedad católica italiana. Y es una de las primeras películas cuya acción transcurre casi en su totalidad dentro de un ascensor.

Es un escenario que sería explorado posteriormente en la película alemana “Abwärts” (Carl Schenkel, 1984), la cual cuenta como un viernes por la tarde cuatro personas quedan encerradas en el ascensor de un edificio de oficinas: un estafador, un joven y una pareja a punto de romper su relación. Sus esfuerzos por escapar de esa situación sacará a relucir su lado más oscuro, generando conflictos que desembocarán en la violencia.

Otro ejemplo muy posterior sería el thriller estadounidense “Elevator” (Stig Svendsen, 2011), que sigue a nueve desconocidos atrapados en un ascensor de Wall Street, a 49 pisos sobre Manhattan, camino a una fiesta de la empresa, siendo que uno de los integrantes del grupo tiene una bomba. En los intentos del grupo por escapar y sobrevivir surgirán luchas y conflictos, con elementos claves como el racismo, la avaricia y la venganza.

También se puede mencionar la desconocida película italiana “The Elevator” (Massimo Coglitore, 2014), que cuenta con la participación magistral de los actores británicos Caroline Goodall y James Parks. El film narra cómo el exitoso presentador de un concurso televisivo de preguntas, Jack Tramell, llega a casa después de un largo día de trabajo. En el ascensor es atacado y dopado por una mujer aparentemente desquiciada. Dentro del ascensor detenido, Jack recupera la conciencia estando atado y se tendrá que enfrentar a un siniestro juego basado en las reglas del concurso “3 Minutos” que él solía moderar, orquestado esta vez por su secuestradora. La mujer, que se hace llamar Kathryn, persigue su objetivo de manera calculadora, cruel y despiadada, torturando a su presa. Pero ¿es ella realmente una persona desequilibrada y Jack la inocente víctima, como él insiste repetidamente en medio de su terror a la muerte? ¿O está Jack ocultando hábilmente un oscuro secreto que lo convierte en el verdadero victimario, objeto ahora de una sádica venganza?

En todo caso, el ascensor como espacio cerrado del cual es casi imposible escapar, sirve de escenario único a muestras de cierto cine independiente y se revela como un catalizador que saca a relucir las sombras y resquicios que oculta la naturaleza humana detrás de una fachada de buenas costumbres sustentada en relaciones amables y cordiales, pero que surgen de una hipocresía casi connatural a las personas de moral burguesa. Muy lejos se hallan estas puestas en escena de aquello a lo que nos tiene acostumbrados el cine comercial modelado según Hollywood, donde generalmente quienes se ven atrapados en un espacio cerrado sin salida actúan solidariamente y algunos se sacrifican por los demás miembros del grupo, aunque tampoco suele faltar uno que otro villano consumido por su egoísmo que termina muriendo ineludiblemente al final de la trama.

En la película de Silvano Agosti no ocurre esto, y los personajes, cristianos comprometidos de moral socialmente aceptada en la Iglesia católica, terminarán envileciéndose sin excepción, de una manera brutal y descarnada.

La historia nos muestra a un grupo de personajes que se dirigen a una audiencia con el Papa y quedan encerrados en un amplio ascensor de los edificios vaticanos, el cual sube y sube sin detenerse, con un contador de pisos que muestra números irreales y absurdos, tan absurdos como la situación que se nos plantea. En el grupo hay dos sacerdotes, tres religiosas, un político, un sindicalista, un periodista, un médico cirujano, un director médico, una señora de la alta sociedad y su hermana discapacitada mental, y finalmente un chico y una chica adolescentes. Aunque con diferentes aproximaciones a la vida, los une su catolicismo y su fidelidad y reverencia hacia el Sumo Pontífice. Al principio, reina un clima de cordialidad entre los participantes del grupo, mientras el altavoz del ascensor transmite continuamente la señal de Radio Vaticana: música coral de tonos celestiales, asépticas alocuciones desgranando el mensaje de la Iglesia, sermones clericales, melodías celestiales relajantes, el himno pontificio, etc.

Pero a medida que pasa el tiempo y el ascensor no llega a ninguna parte, comienzan a surgir los conflictos, que escalan cuando al sindicalista le da un ataque de claustrofobia, comienza a golpear las puertas del ascensor y casi estrangula a una de las religiosas, lo cual lleva al político a darle un golpe en la cabeza con el objeto envuelto que transportaba uno de los curas, que no era otra cosa que una custodia, un objeto sagrado que se utiliza para hacer exposiciones litúrgicas del Santísimo Sacramento. El sindicalista morirá poco después ante la absoluta indiferencia de los demás integrantes del grupo. A partir de este homicidio accidental y a medida que va pasando el tiempo, donde las horas parecen convertirse en días, las barreras morales de todos irán cayendo en su afán por sobrevivir. Al desconcierto inicial seguirán la incertidumbre, la angustia, el miedo, la resignación indiferente, el hambre y la violencia. Habrá un intento de violación de la adolescente por el cura más joven, canibalismo, asesinato premeditado, tortura del cura de mayor edad por ser un comunista, rompimiento del voto de castidad de parte de las dos religiosas más jóvenes, eutanasia —el joven adolescente ahoga por compasión a la joven adolescente—, suicidio, en medio de un ambiente de degradación humana y suciedad física y moral. ¿Cómo no pensar en eso cuando el único acto de colaboración de todo el grupo consiste en decidir a quién van a matar para poder comer y seguir viviendo?

Asimismo, los objetos litúrgicos que portan los curas pierden todo su significado sagrado y terminan siendo utilizados de manera indigna. La custodia es el arma que se utiliza en el primer homicidio y luego será utilizada como herramienta para golpear el panel y la puerta del ascensor, buscando desesperadamente una vía de escape. Uno de los integrantes se comerá las hostias para poder sobrevivir. Los vasos y recipientes litúrgicos son utilizados para orinar. Y todos, incluidos los curas y las religiosas, serán arrastrados por sus pasiones como cualquier ser humano común y corriente en una situación límite. Y en todos los integrantes del grupo se percibirá la mirada cansada, indiferente y condescendiente ante una situación de la cual no hay escapatoria.

El film no deja títere con cabeza. La joven víctima de la agresión sexual del cura alimentará bondadosamente a su agresor —ahora atado y sin las manos libres— con pedacitos de carne humana de unos de los cadáveres. El cura de mayor edad, partidario de las teorías marxistas, posee una edición de “El Capital”, obra cumbre de Karl Marx, con toda la apariencia de una Biblia de valor: edición de lujo con tipografía ornamentada. Y si bien despierta cierta simpatía por su conciencia social y porque es torturado por los conservadores del grupo que lo acusan de comunista —e incluso profiere palabras de Jesús en la cruz— también se hunde en la degradación cuando abusa sexualmente de la discapacitada y junto con otro sobreviviente, la mata para comérsela. Literalmente.

Cuando el ascensor llega finalmente a lo que parece ser el cielo, la puerta se abre y, rodeado de un aura de luminosidad, entra el Papa para impartir su bendición a la única sobreviviente de la masacre, mientras ésta agoniza pidiendo ayuda. Y de manera irónica, la música celestial y los mensajes invitando a vivir una vida en consonancia con los valores cristianos no han dejado nunca de sonar a través del altavoz del ascensor.

Evidentemente, nada de lo que se ve en el film ocurre en la realidad, pues estamos ante una metáfora despiadada de lo que ocurre entre los miembros de la Iglesia católica, muchos de los cuales, bajo una apariencia benevolente de compromiso cristiano, estarían dispuestos a despedazarse unos a otros, siguiendo actitudes ajenas al mensaje del Jesús de los Evangelios.

Silvano Agosti, con esta película lamentablemente desconocida, nos ha dejado una obra maestra del cine en la línea de “Saló o los 120 días de Sodoma” (1975) de Pier Paolo Pasolini, quien denunciaba con imágenes brutales y crueles los males del fascismo. De ese fascismo que parece ser actualmente la ideología de tantos católicos conservadores.

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Ascensor, Cine Italiano, Desigualdad, moralidad, Sobrevivencia., Sociedad Católica
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