Hago la mía la carta pública lanzada por el presidente de Transparencia, Álvaro Henzler, a los principales candidatos en liza:

*CARTA ABIERTA A LÍDERES POLÍTICOS*

Estimados dirigentes de partidos políticos:

Nos encontramos a un mes de un hito importante en el calendario electoral: la inscripción de alianzas electorales. Sobre estas, organizamos desde Transparencia tres encuentros a los cuales fueron todos convocados. Estos espacios de encuentro nos sirvieron para darles información sobre la conveniencia de forjar alianzas electorales. Dirigentes de casi 30 partidos han respondido a nuestra convocatoria. Escucharon las experiencias de coaliciones de parte de líderes políticos plurales de Chile, Colombia y Uruguay, donde las alianzas son parte de una cultura política y han logrado con ellas ganar elecciones. También se presentaron resúmenes de los resultados históricos de las alianzas en el Perú y algunas simulaciones de los posibles resultados de la próxima elección. Quisiera sintetizar las cinco razones por las cuales resultaría conveniente y urgente concretar alianzas:

  1. La ciudadanía lo prefiere. Según una encuesta de Ipsos, 57% de peruanos está a favor de la formación de alianzas de partidos.
  2. Las alianzas aseguran escaños. Desde los noventa, con excepción de 2021, en todos los procesos se conformaron alianzas. De las 16 alianzas que se formaron, todas alcanzaron representación parlamentaria.
  3. A las alianzas les va bien en las elecciones. En el periodo 1990-2021, en cinco elecciones, las alianzas se posicionaron entre los tres primeros lugares.
  4. Las alianzas promueven la gobernabilidad. Con una fragmentación del voto entre el doble de partidos en contienda con respecto a 2021, la posibilidad de repetir una segunda vuelta con candidatos poco representativos es alta.
  5. Las alianzas permiten la supervivencia de los partidos que las conforman. Según el análisis de simulaciones realizado, muy pocos partidos políticos pasarían la valla electoral; casi 90% de los partidos podrían perder su inscripción.

Muchos de ustedes coinciden con los beneficios de las alianzas y son también conscientes de sus complejidades: acordar un plan de gobierno común, definir quién sería el candidato presidencial, convenir cómo distribuir las candidaturas al Congreso. Cada quien puede tener la legítima convicción de que puede aspirar a ser gobierno y lograr representación congresal. Sin embargo, como están las cosas ahora, solo un partido de los 43 logrará la presidencia y solo hasta cinco o seis lograrán curules. Nos encontramos, probablemente, en uno de los momentos más álgidos de nuestra democracia. Para superarlo, se requiere de más humildad que ego, de más desprendimiento que encumbramiento y de más resiliencia que brillo. Creo que la ciudadanía les reclama el hacer un último esfuerzo durante el mes siguiente para superar la situación de inestabilidad, ingobernabilidad y pérdida de visión de país que actualmente padecemos.

Atentamente,

Álvaro Henzler
Presidente de Transparencia

¡Ojalá lo entiendan!

 

[OPINIÓN] Durante décadas, “El APRA nunca muere” fue mucho más que una consigna partidaria: era una afirmación de fuerza y jerarquía. Nadie hablaba en nombre del partido si no tenía con qué. La línea era clara: secretario general, parlamentario, autoridad o dirigente nacional. La vocería era un privilegio ganado, no una ocurrencia personal. ¡Disciplina, compañeros!

Hoy, esa estructura que antes imponía respeto se ha vuelto terreno de libre tránsito para personajes de poco peso, sin historia y, en algunos casos, tampoco  vergüenza. Basta con que alguien se tome una foto con un aprista reconocido o lleve un pin en la solapa para autoproclamarse portavoz nacional, anunciar posturas, definir alianzas y repartir simpatías o antipatías como si estuviera autorizado para hacerlo. No lo están.

Lo grave no es solo que lo hagan. Lo preocupante es que nadie les diga nada. Que los verdaderos líderes del partido observen en silencio cómo el nombre del APRA se presta hoy para monólogos sin sustento, para tonterías públicas y para espectáculos con osos, disfraces y discursos que hace solo unos pocos años no eran prohibidos… eran inimaginables.

El partido, que fue ejemplo de organización y orden, parece ahora tolerar la improvisación disfrazada de militancia. Y peor aún: tolera que se tome su nombre para hablar en plazas, medios o redes como si fuera un juego.

Porque sí, ser parte del APRA es estar en un coro, pero no cualquiera dirige. Se canta en bloque, con dirección. No se grita cualquier cosa en nombre propio creyendo representar a una historia que no se ha vivido o que no se conoce.

El APRA no ha muerto. Pero si algunos insisten en jugar al ridículo, y otros siguen permitiéndolo, quizá —después de cien años— logren desahuciarla.

[PIE DERECHO] La relativa paz social que experimenta el Perú, celebrada por algunos como muestra de estabilidad, no es sino un engañoso espejismo, un remanso cenagoso que oculta la podredumbre del fondo. Dina Boluarte ha logrado sostenerse, no por mérito propio, sino gracias a una coalición tácita de intereses que ven en su pasividad una garantía de impunidad, negocios y statu quo. Pero esta tranquilidad no es serenidad democrática: es anestesia, resignación, o peor aún, parálisis del alma colectiva.

La clase política, corroída hasta la médula, ha hecho de la inercia una estrategia de supervivencia. Y los ciudadanos, exhaustos tras años de sobresaltos, se han refugiado en la desconfianza, convertida ya en filosofía nacional. Nadie espera nada de nadie. ¿Cómo extrañarse, entonces, que el pueblo no grite si sabe que no será escuchado?

Pero este mutismo social no debe confundirse con paz verdadera. Es, más bien, una tregua silenciosa, un compás de espera. Porque el malestar —ese magma ardiente de frustraciones, humillaciones y desprecios— no ha desaparecido. Al contrario: se acumula, se espesa, se recalienta. Y encontrará inevitablemente una salida. No será en las calles, que hoy parecen domadas, sino en las urnas, que aún conservan la ilusión de poder.

El 2026 será, si nada cambia, el momento del desfogue. Pero no será un voto esperanzado, sino colérico, castigador, revanchista. Un voto que no elegirá, sino que repudiará. Y en ese abismo antisistema es donde anidan los populismos, los autoritarismos, los mesianismos de izquierda y derecha que prometen demoler para comenzar de nuevo. No por convicción democrática, sino por hartazgo.

La calma del Perú es hoy la antesala de su próxima tormenta. Los responsables de esta catástrofe incubada no están en las plazas, sino en los palacios. Y cuando la historia les pase la factura, será demasiado tarde para redimirse.

 

[INFORMES] Santa Anita huele raro desde hace tiempo. No por la basura acumulada en sus esquinas ni por los camiones recolectores que circulan a cualquier hora, sino por el silencio. Un silencio espeso, peligroso, que se instala cuando las instituciones dejan de funcionar y el miedo se convierte en norma. Un silencio que ya mató una vez —cuando asesinaron al teniente alcalde John Valverde— y que amenaza con volver a hacerlo.

Lo que ocurre en este distrito de Lima no es una anécdota política. Es una radiografía de cómo el poder, cuando no encuentra freno, puede pudrirse desde adentro. Y de cómo las redes de influencia económica, violencia y omisión institucional pueden enquistarse en una gestión local sin que nadie las detenga.

A inicios de este año, Ruth Cuno, actual teniente alcaldesa, propuso una moción de vacancia contra el alcalde Olimpio Alegría. El motivo no era menor: desde hace tiempo, varios regidores venían alertando que la empresa recolectora de basura, Industrias Argüelles, seguía operando sin licitación vigente. El contrato, que había vencido, no fue renovado ni sometido a concurso público. En lugar de eso, se mantuvo activo por decisión unilateral del alcalde, en condiciones que nadie explica del todo.

Cuno no solo firmó la moción. Salió a denunciar públicamente. Exigió transparencia, pidió documentos, alertó sobre lo que muchos sospechan: que detrás del contrato de basura hay intereses que exceden la limpieza de calles. Entonces comenzaron las amenazas.

Primero, un desconocido apareció frente a su casa. No fue un mensaje ambiguo. Le dijo que parara con la vacancia. Luego, días después, incendiaron la puerta de su vivienda. En el suelo dejaron balas y una nota con la frase: “Sigue con la vacancia y te pasará lo mismo que a John”.

John Valverde fue teniente alcalde hasta octubre de 2023. Fue también una voz crítica de la gestión de Alegría. Murió asesinado a balazos mientras manejaba. El crimen, hasta hoy, no tiene responsables. Nadie ha sido imputado. No hay avances visibles en la investigación fiscal. La muerte quedó congelada en el archivo del Ministerio Público, como si fuera un caso más.

El paralelismo entre Valverde y Cuno no necesita mayor esfuerzo interpretativo. Ambos cuestionaron la misma red de poder. Ambos denunciaron lo que muchos prefieren callar. La diferencia es que Cuno aún está viva. Y que la Fiscalía aún está a tiempo. Pero la pregunta que muchos se hacen en Santa Anita es: ¿hasta cuándo?

El Ministerio Público no ha emitido medida alguna de protección hacia Cuno, ni ha activado una investigación formal por tentativa de homicidio o amenaza agravada. Todo lo ocurrido —el incendio, las balas, la nota— sigue sin respuesta. La inacción no solo deja desamparada a una funcionaria electa; le da carta libre a quienes buscan gobernar a través del miedo.

Detrás de la historia hay una estructura conocida. Un servicio municipal de alto costo como el recojo de residuos; un contrato vencido que, en lugar de resolverse por concurso público, se sostiene por decisión política; una empresa privada beneficiada sin justificación técnica aparente; regidores que intentan cuestionar y terminan amenazados; una Fiscalía que no actúa. Y un distrito que, mientras tanto, se hunde en la desconfianza.

Lo que sucede en Santa Anita no es un hecho aislado. En distritos como Villa María del Triunfo, Surquillo o San Juan de Lurigancho, el manejo de los servicios municipales —basura, seguridad, licencias— se ha convertido en terreno fértil para redes clientelares, mafias locales o empresas que sobreviven gracias a favores. La diferencia está en el costo humano. En Santa Anita, ya hubo un muerto. Y ahora hay una mujer que vive con miedo, con la puerta quemada, con la certeza de que nadie la protege.

La Fiscalía, institución clave para frenar estos círculos de violencia y corrupción, ha fallado. Ha tenido la oportunidad de actuar y no lo ha hecho. Ha tenido las pruebas mínimas para iniciar una investigación y no ha movido una sola carpeta. Cada día que pasa sin acción no solo alimenta la impunidad; también normaliza que en el Perú, cuando alguien en el poder se siente incómodo, puede mandar a callar con fuego.

Cuno no es solo una funcionaria. Es el símbolo de una pregunta que todos evitamos responder: ¿cuánto vale la vida de un regidor en el Perú? ¿Cuántas pruebas se necesitan para que una amenaza sea tomada en serio? ¿Qué está esperando la Fiscalía?

El alcalde Alegría sigue en funciones. El contrato con Industrias Argüelles, también. Nadie ha salido a explicar por qué se sostiene un vínculo comercial sin licitación. Nadie ha negado los hechos. El Concejo Municipal está dividido entre quienes temen y quienes se resignan. Y la ciudadanía, que votó por transparencia, hoy asiste a un espectáculo de sombras, donde todo puede pasar y nada se investiga.

Santa Anita está al borde de convertirse en un modelo de lo que no debe pasar. La basura no solo se acumula en las calles. Se acumula en las oficinas que deberían fiscalizar. Se acumula en las carpetas fiscales sin movimiento. Se acumula en la política cuando se llena de miedo. Y mientras eso pasa, el silencio se vuelve costumbre. Y la impunidad, regla.

Lo que está en juego aquí no es solo un contrato irregular ni una vacancia municipal. Lo que se disputa es el sentido mismo de la política local: si sirve para el bien común o para blindar negocios privados; si protege a los que denuncian o los deja solos; si el Estado reacciona antes de que sea demasiado tarde.

En Santa Anita, el tiempo corre. Y cada día que pasa sin justicia es un día más en que los responsables del miedo siguen ganando.

 

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