[OPINIÓN] Detesto la hipocresía, hace no mucho Nadine Heredia fugó a Brasil apañada por Lula da Silva, tras el sacrificio sumiso y voluntario de su esposo Ollanta Humala quien distrajo a la policía entregándose mientras su avispada esposa escapaba y la progresía celebraba. Si el caso hubiese sido al contrario, dicha progresía hubiese pegado el grito al cielo, pero no lo fue. El tema no termina ahí, Nadine es una sentenciada por corrupción, el propio Lula financió ilegalmente la segunda campaña hacia Palacio de Pizarro de la llamada pareja presidencial pero a nadie pareció importarle.
El tema empeora porque cuando Alan García, pesquisado por corrupción, pidió asilo a la embajada de Uruguay, levantaron la voz los indignados: el expresidente aprista no era un perseguido político, era un investigado por delitos comunes, no procedía el asilo. Tabaré Vásquez no lo concedió. Esa vez también celebraron, igual que las damas del edificio donde vivieron y murieron Mariel y el capitán1, los mismos que festejaron la fuga de Nadine Heredia.
Vámonos al año 2004, yo regresaba de hacer mi maestría en Europa y comenzaba a dictar historia del Perú. Cuando hablaba sobre Alberto Fujimori, no dictaba clases, vomitaba bilis. Todo estaba muy fresco, particularmente no me dio el cinismo para tragarme las groseras arbitrariedades que se cometieron desde 1996 en adelante, comenzado por la Ley de Interpretación Auténtica para reelegir como sea a Fujimori por tercera vez. Yo me cansé y mucho de su gobierno, de su cara, de su voz.
Pero paulatinamente comenzaron a hablar mis alumnos, y me di cuenta de que en mis secciones siempre había estudiantes provenientes de la familia militar o policial. Una vez un joven me contó que durante la época del terrorismo en su casa contaban los días para la vuelta del padre destacado en la zona de emergencia y temían, por supuesto, que cayese en acción. ¿Qué tenía que hacer yo? ¿tenía que decirle que todos o casi todos los militares destacados en Ayacucho eran unos criminales despiadados?
Una vez invité a un colega historiador a hablarles de este tema a mis alumnos. Todo iba muy bien hasta que dijo que, para reconciliar al Perú, los militares que pelearon durante el conflicto armado o época del terrorismo tenían que hablar con los ex senderistas. A mi siempre me pareció que la reconciliación debía darse entre los militares y la sociedad. No soy negacionista, los crímenes cometidos por el Estado en los tiempos del terror desgraciadamente no fueron hechos aislados, hubo sistematismo. Pero esta narrativa debe venir acompañada con la que reconoce que las fuerzas armadas y policiales defendieron al Estado y la sociedad de los terroristas y los vencieron, esto es, pacificaron al país. Los dos discursos, aunque aparentemente contradictorios, se produjeron en simultáneo y ambos son reales.
Volvamos a Fujimori, yo vomitaba fuego, después separé lo político de lo económico y lo separé bien. No justifico la dictadura por la lucha contra el terrorismo. Si se trata de no falsear la historia entonces no la falseemos. Desde 1989, el gobierno de Alan García, con Agustín Mantilla como ministro del Interior, cosa que es tan real como políticamente incorrecta decirla, se cambió la estrategia antisubversiva. Se creó el GEIN de Benedicto Jiménez que capturó a Abimael y la cúpula de Sendero Luminoso, y se dejó que las rondas campesinas y los comités de autodefensa encabecen la lucha antisubversiva en el campo. Ambas estrategias funcionaron. Cuando Fujimori llegó al poder era cuestión de tiempo desbaratar a Sendero Luminoso, la democracia, buena, mala o regular, no tenía que pagar el precio.
Luego, en democracia, y con Mario Vargas Llosa al frente, se hubiese aplicado, y posiblemente mejor, la exitosa política económica neoliberal de Alberto Fujimori, la única que cabía en esos momentos de quiebra del Estado peruano, incluido acabar con los subsidios y deshacerse de tanta empresa pública inservible. El tema es que Fujimori lo hizo y resultó. Y la base que sembró para el desarrollo del Perú, incluida la intangibilidad de las reservas acumuladas en el BCRP vía Constitución de 1993, hasta el día de hoy nos dotan de una macroeconomía sólida. Otra cosa es que la clase política que le siguió no haya sido capaz de cosechar los frutos y potenciar los servicios y la infraestructura del Estado a nivel nacional para promover el desarrollo y que este alcance a todos los peruanos. Difícil en el reino del latrocinio, la informalidad y la desinstitucionalización.
Bien, lo dejamos aquí de momento. Mucho se ha hablado de la diferencia entre el criterio del historiador frente al del juez, el historiador explica, interpreta; el juez emite sentencias, condena, exculpa. Creo que a esta comparación debemos añadirle la diferencia entre el análisis del historiador y el del político, del primero ya sabemos, el segundo toma partido, defiende una posición. Tan importante es saber que Alberto Fujimori fue un dictador, entre tantos del siglo XX, que impidió la maduración de nuestras instituciones democráticas, como que fue un presidente cuya política económica estabilizó los números del país y nos permitió superar una crisis fiscal de más de dos décadas. Tan importante es reconocer que las fuerzas armadas atentaron contra los derechos humanos en la lucha contra los terroristas como que los derrotaron y nos devolvieron la paz a todos los peruanos.
En tiempos de gran polarización política, resulta que en la historia resaltan los matices y el análisis antes que las posturas hegemonistas.